T06// sociedad TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 20 de abril de 2013 “Yo quería hacerlo, pero si algo me pasaba, dejaba una familia” Hace dos años, en enero de 2011, cuando mi hijo mayor tenía 7 años y el menor, dos, mi hermano me contó que su hija, de dos meses, tenía problemas hepáticos. La operaron, pero no resultó y nos avisaron que necesitaba un trasplante. Fue horrible para mí. Mario es mi hermano mayor y yo soy su regalona. Antes de saber cualquier cosa, todos -mis otros dos hermanos y yo- nos ofrecimos para ser donantes. Pero Mario nos dijo que no nos preocupáramos, que la primera opción eran él y su mujer. En marzo se hicieron los exámenes para ver si eran compatibles y a finales de abril nos avisaron que ninguno de los dos lo era. Mi hermana y yo, sí. Las dos nos hicimos los exámenes, pero mis venas eran más compatibles con las de mi sobrina. Fue raro cuando me dijeron. Yo quería hacerlo, pero si algo me pasaba, dejaba una familia. No me arrepentí, pero me preocupaba qué iba a pasar con ellos. Mi marido estaba muy asustado, incluso más asustado que yo. Le di ánimo y le dije que no iba a pasar nada. El día anterior al trasplante me explicaron qué parte del hígado me iban a extraer y la cantidad, que eran 250 gramos. También que iba a tener una vida normal y que debía cuidarme con una alimentación sana. Estuve cinco días en la clínica. Lo primero que pregunté fue cómo estaba la Pascal y si había posibilidades de que rechazara el órgano. Después de la operación me di cuenta de la magnitud de lo que había pasado. Antes sólo había pensado “sí, sí, hay que hacerlo con los ojos vendados”, porque cada minuto era un logro; que la Pascal durara un mes ya era un logro. Todos sabían que era la tía valiente, porque tenía hijos, pero no me gustaba que me dijeran eso, porque para mí era lo razonable, lo que tenía que hacer. No me sentía la súper tía. Con ella no nos vemos mucho, porque el primer año fue complicado por la restricción de visita, pero mi hermano me contaba toda su recuperación. El año pasado vinieron de sorpresa. Ella venía caminando. Nunca la había visto caminar, fue increíble. Pedí ver su cicatriz; yo veo todos los días la mía. En algún momento mi marido me dijo “pucha, cómo te quedó tu güatita”, y yo sólo le dije que me alegraba, porque es una batalla que ganamos, así que la llevo con orgullo. Yo fui donante viva y no hay problema en serlo. Lo volvería a hacer si es necesario. Una de las cosas que nos dijeron era que iba a tener problemas para tener más hijos, pero tuve una buena recuperación. Al mes me dieron el alta y a los seis meses quedé embarazada. Hoy tengo una vida totalmente normal: como de todo, pero me controlo con las grasas. Sólo me preocupo cuando debo tomar medicamentos. “Yo fui donante viva y no hay problema en serlo. Lo volvería a hacer si es necesario” SABINA POBLETE FOTO: RAUL LORCA 35 años VIENE DE PÁG 5 Mi hijo tenía 14 años cuando le diagnosticaron una enfermedad autoinmune (glomeruloesclerosis multifocal segmentaria) que va destruyendo de a poco el riñón. Desde ese minuto sabíamos lo que iba a pasar. En su caso, la enfermedad se demoró seis años en liquidarlo por completo. En diciembre de 2012 nos enteramos de que las opciones eran un trasplante o la diálisis... No había por dónde perderse. Yo me fui preparando de inmediato y afortunadamente pude ser la donante. Cualquier madre está dispuesta a hacerlo. Durante el tiempo de exámenes y espera para saber si era compatible, me puse a pensar en qué pasaría si yo no pudiera ayudarlo, si no resultara compatible. “De aquí a un par de meses voy a tener un riñón comprado”, le dije al médico. El sólo me dijo que eso era un delito. Es que la desesperación era enorme, porque sentía que tampoco podía pedirle a otra persona que sacrificara parte de su vida para darle un riñón a mi hijo. El principal problema de una persona con insuficiencia renal es que vive al cuarto de sus capacidades. Juan Pablo estudia Ingeniería Civil en la Universidad de Chile y el año pasado le fue mal por lo mismo: siempre tenía sueño, era como un viejito de 20 años. Además, pasan cosas estúpidas: él estaba hinchadísimo y yo pensaba que estaba gordito, entonces, claro, peleaba con él. Los últimos tres meses antes de la ope- ración fueron muy duros. Por suerte, Juan Pablo nunca cayó a la cama, pero ya tenía anemia. Después de volver de las vacaciones en el sur, el pasado 5 de marzo, le hicieron la operación en la Clínica Dávila -donde han realizado 105 intervenciones de riñón con donante vivo, según Sergio Alvarez, coordinador de trasplantes de la clínica. El nunca opuso resistencia a que yo le donara un riñón. Fue algo súper acordado. Además, cuando eres madre, eres capaz de hacer cualquier cosa por tu hijo, aunque parezca tonto y a los demás les suene a algo demasiado altruista. ¿Si lo pensé más allá? No, yo no soy de pensar mucho, soy de actuar. Afortunadamente, la vida de mi hijo volvió a ser normal, muy diferente de la de los últimos años, cuando estaba demasiado cansado todo el tiempo. En él hoy veo cambios en sus ganas de vivir, en sus ganas de hacer cosas. Imagínate que después de la operación, yo pasé tres días muy agotada, como sin ganas, pero él, a las cuatro horas, ya estaba hablando por teléfono. Eso, para un padre, es gratificante. De mi operación, al principio me dolía, después pasó, y sólo me quedaron tres hoyitos de un centímetro y nada más. Hoy creo que hice todo lo que estaba a mi alcance para que mi hijo estuviera bien. Si algo volviera a pasarle y yo tuviera que donarle el riñón que me queda, feliz me haría diálisis toda la vida. “A las cuatro horas, él ya estaba hablando por teléfono. Eso, para un padre, es gratificante”. CARMEN RODRÍGUEZ 45 años FOTO: JUAN FARIAS “Le dije al médico: ‘De aquí a dos meses voy a tener un riñón comprado’”