AMOR ENTRE UVAS EN AUSTRALIA Mariola Sampedro Laranga Amor entre uvas en Australia 3 1ª edición ISBN: DL: Impreso en España / Printed in Spain 4 Amor entre uvas en Australia Amor entre uvas en Australia 5 Para mi amiga María, mi primera fan y como no, a todos aquellos hombres y mujeres que mientras leen, disfrutan porque la vida es dura y unos minutos olvidando la realidad, apaciguan nuestra tristeza. Que lo disfrutéis. Mariola 6 Amor entre uvas en Australia Amor entre uvas en Australia 7 8 Amor entre uvas en Australia Amor entre uvas en Australia 9 Capítulo 1 Hoy hace calor, el sol entra por los ventanales del despacho ricamente vestido dando calor y luz al amplio cuarto. Kurt observa el jardín, ese lugar donde paseaba con su abuelo cuando era pequeño, a sus labios asoma una leve sonrisa de aquellos tiernos momentos. La puerta se abre dejando pasar a un joven moreno y alto, tras él entra otro hombre de mayor edad. Kurt se gira hacia la puerta. – Sentaros – la faz de Kurt cambia volviendo ese vacío a su mirada y esa seriedad típica en él. – El abuelo no estaba en sus cabales. – Pues yo creo que era más listo de lo que pensamos. – La verdad es que estáis en un buen lío. – Con emoción dice el mayor de los tres. – ¡Menudo regalo de cumpleaños! . – Sí, la edad de cristo – Alan se ríe de su hermano mayor que seguía con el semblante serio. – ¡Casarte! Eso sí que es bueno, el viejo quería verte casado. – A mí no me hace gracia ninguna – Dice Kurt con el ceño fruncido. – Si fueras tú qué. 10 Amor entre uvas en Australia – Pero eres tú. Ya sé que no es para reírse, pero tienes que estar de acuerdo conmigo, que el abuelo sabía como conseguir lo que se proponía. – Pues no pienso casarme. – Tienes que hacerlo, no hemos trabajado tanto para que se quede todo en manos de extraños. – ¿Qué sugerís vosotros? Durante un momento, los tres hombres permanecen en silencio, en sus propios pensamientos, no era fácil buscar una solución. El viejo Kurt Smiller murió cuando el joven Kurt Smiller tenía 24 años, enfadado con su nieta por abandonar a su hijo y con su hija por permitírselo; adoptó a Kurt como hijo legándole el 60 % de sus bienes a nombre de su bisnieto Kurt Smiller; el 10 % a su hija Ágata, el 10 % a su nieta Tais y el resto para los demás bisnietos. La abuela de los jóvenes cedió su parte a todos los nietos, Kurt le pidió quedar excluido porque consideraba que el 60 % le era más que suficiente. Sin embargo, el bisabuelo había añadido una pequeña cláusula. A excepción de Kurt que era además el albacea, los demás herederos tendrían poder sobre la herencia hasta que Kurt Smiller cumpliera 33 años, pero tendría que casarse y mantener su matrimonio durante dos años. Pero eso no era todo, la joven esposa debería ser española, el incumplimiento hacia que la herencia pasara a manos de una asociación benéfica. – Creo que tengo la solución. – Eduardo habla tranquilamente. Los dos jóvenes observan al abogado y amigo de la familia desde hacia años. Un hombre bajo y regordete de unos sesenta años, con una cara que inspiraba confianza y unas marcadas patas de gallo, quizá porque siempre estaba sonriente; ordenado, elegante y muy sensato. – ¡Cásate! No es tan malo el matrimonio. Alan suelta una carcajada, su hermano lo mira enfadado. Amor entre uvas en Australia 11 – ¿Te parece gracioso? No entiendes la gravedad del asunto, no eres consciente de que lo perderéis todo, yo tengo los laboratorios y el 60 % del resto, pero vosotros tendréis que ir al paro. Alan suelta otra carcajada – siempre podré pedirte trabajo. – Sabes que no es por el dinero, soy demasiado orgulloso para querer perder algo que con tanto trabajo y esfuerzos hemos mantenido. Unas tierras que durante más de un siglo han pertenecido a la familia. – hace una pausa para tomar aire – sí, durante generaciones. – Se detiene pensativo para añadir tras unos minutos – el abuelo no sé que pretendía conseguir con esto. Eduardo lo sabía perfectamente; recordaba cuando el viejo Smiller fuera a su oficina para hacer el testamento. Era un día húmedo de lluvia, el señor Smiller llevaba puesta una gabardina que traía empapada en agua. Al parecer había estado pensando a la vez que daba un paseo bajo la lluvia; quien lo conociese sabría que era algo insólito en él, pasear en tales circunstancias. Tras contarle sus pretensiones, el abogado se escandalizó, manifestando su disconformidad. Habían pasado ya diez años desde aquella conversación, sin embargo, la recordaba como si hubiera ocurrido ayer. << – Kurt, no puedes condicionar a tu nieto a que se case, no es justo. – Si no lo obligo, no se casará, no tiene tiempo para buscar mujer, odia el matrimonio y conociéndolo, es capaz de no enamorarse. Lo recuerdo desde muy pequeño trabajando a mi lado y estudiando al lado de Richard. – El señor Smiller se sienta en un sillón de cuero y aún así llenaba aquella estancia con su presencia. – ¿Y si a pesar de todo no quiere casarse? 12 Amor entre uvas en Australia El viejo se levanta y se encamina hacia un gran ventanal, mira a través del cristal, desde allí se puede ver el río Swan que embellece Perth. – Sé perfectamente que a él no le importaría perderlo todo. – Dice como divagando. – Es un luchador. – El caballero se gira para mirar a su amigo y abogado. – No sólo lo recuperaría si se lo propusiera, sino que es capaz de partir de cero y hacer una empresa más grande. – ¿Entonces? No te comprendo. – A él no lo he incluido en la cláusula, porque ya ha luchado demasiado y ha pagado demasiado cara su posición. Para él llevar el apellido Smiller le ha supuesto mucha responsabilidad. – Me das la razón. – No, sé que lo hará por su familia, por sus hermanos que ha cuidado desde siempre – sonriendo con satisfacción de saber que tiene razón. – Este chico es el protector de todos sus hermanos no permitiría que perdiesen sus tierras, jamás dejaría que su madre sufriese la humillación de carecer de sus privilegios, y sobre todo nunca consentiría que su abuela tuviera que compartir Mess-Stone. – Le has enseñado bien – añade Eduardo suspirando. – Sí que le he educado estupendamente. Es el mejor de todos los Smiller, en todos los sentidos y como buen Smiller ha heredado su orgullo y no permitirá que nadie les arrebate lo que durante generaciones es nuestro. – ¿Por qué española? El anciano con aire melancólico suspira antes de continuar. – Cuando tenía 19 años conocí una joven asturiana de la que me enamoré. Sí, no me mires así. Yo también me he enamorado. Aún hoy en día sigo enamorada de ella, la dejé porque era un Smiller y tenía que casarme con la mujer que me habían elegido. Aprendí a amar a mi esposa, pero nunca la quise como a mi española. ¿Sabes? Aún es hoy el día que Amor entre uvas en Australia 13 en mis sueños aparece ella, cada noche, nunca la dejé de amar. Creo que tengo una deuda conmigo mismo, sé que si Kurt conoce una mujer como la que yo conocí, él no la dejará porque es más valiente que yo, sé que se enamorará de ella. Estoy seguro. – No creo que sea buena idea Kurt. – Para que funcione nadie sabrá este acuerdo, llegado el momento sólo Kurt, Alan y tú >> – Tengo la solución – dice Alan tras pensar. – Espero que sea una buena idea. – ¡Cásate! –hace una pausa. – Buscamos una mujer necesitada, le pagamos por el matrimonio. Hacemos que nos firme un acuerdo prematrimonial en donde no reclame nada; que acepté el divorcio tras dos años. El abuelo no dice nada a que ella viva contigo, así que le decimos que no puede presentarse aquí. Cómo tiene que ser española, pues España es a donde vamos a ir a encontrarla. – Hace otra pausa muy emocionado por la solución. – La distancia es enorme, por lo cual menos problemas, pasado los dos años tú vuelves a ser soltero, todos tenemos lo nuestro, nadie pierde nada y ella sale ganando. – No me parece ético – dice Eduardo poco convencido, moviendo la cabeza en señal de desacuerdo. – ¡Estáis locos! Es inaceptable. – Kurt manifiesta su discrepancia, casarse por obligación como que no le gusta, a él nadie tiene que decirle lo que hacer con su vida. El abuelo había enloquecido cuando tramó semejante chifladura. – Entonces hermanito – con falsa decepción, pero sí preocupado – todo perdido, piénsatelo. A Samuel y a Josué se les disiparán oportunidades, ellos son los más jóvenes. Nos quedaremos sin nada. Aunque no estemos en la calle, sí, perder lo que es nuestro no parece muy justo. – El cinismo que Alan Smiller utilizaba sonaba dudoso. 14 Amor entre uvas en Australia – Lo que yo tengo lo comparto con vosotros, a mí no me supone un esfuerzo. – Gracias hermanito... pero ¿Estarías dispuesto a compartir las tierras que con tanto trabajo consiguieron nuestros ancestros? ¿Aceptarías que extraños metieran las narices en nuestros asuntos, en lo que con tanto cariño y pasión, hemos luchado para ponernos a la altura de los mejores? ¿Estarías dispuesto a compartir Mess-Stone con extraños? Kurt se queda pensativo, su bisabuelo lo había sido todo para él, le había enseñado todo lo que sabía sobre las uvas y sus productos, cómo llevar el rancho, cómo enfrentarse a los problemas, cómo hacerse cargo de tanto personal... Lo recordaba siempre trabajando, siempre preocupado por tanta responsabilidad y por todas las personas que de alguna manera directa o indirectamente dependían de él. Recordaba cosas estupendas del viejo señor Smiller; le había enseñado a montar a caballo, a conducir, a jugar al fútbol, a amar aquella tierra y ver la hermosura que manaba de ella. – Y porqué no te casas y te la traes a vivir aquí, quizá con el tiempo la llegues a amar. Kurt no sabía si gritar o romperlo todo. Tras un largo silencio. – Kurt, no pretendo presionarte, – dice su hermano, – pero... algo tenemos que hacer. – Creo que la mejor idea es la de Alan. Tú, Eduar, irás a España y me encontrarás esposa – su tono insolente desbordaba. – ¡Ojalá funcione! Me gustaría llevar algo más de un par de meses casado antes de mi cumpleaños, por las posibles dudas legales. Así pues, que sea con prisa, escasea el tiempo. Pero quiero dos condiciones, asegúrate de que nunca venga aquí y por supuesto deseo fidelidad, no quiero ser un cornudo apaleado. Amor entre uvas en Australia 15 – No seas iluso. ¿De verdad crees que existen mujeres que sean fieles con semejante acuerdo? – Alan estaba atónito ante tales condiciones. – Haré los preparativos para mi viaje, que Dios nos ayude, porque esto es una locura – casi en un susurro sin que los chicos le oigan. – Mi viejo Smiller tus bisnietos son más listos de lo que tú te creías. Eduardo sale del cuarto dejando a los dos jóvenes conversando. – Gracias Kurt, sé que para ti esto es... – No digas nada Alan – le interrumpe su hermano – soy el mayor. – ¡Eh! Solamente me llevas dos años. Ambos se miran, siempre habían estado juntos, se entendían sin palabras. Alan no puede entender porque el viejo Smiller los había incitado a aquella situación tan poco ética, sobre todo conociendo sus valores. Recordaba que toda la familia, le llamaba abuelo en vez de bisabuelo, curiosamente Kurt le llamaba por su nombre de pila. Una vez estando en Ciudad Jardín los tres, el abuelo le había preguntado por qué le llamaba Kurt en vez de abuelo o papá. Su hermano tendría unos trece años, aproximadamente; el joven se puso muy serio y sentándose al lado de Alan, pensativo, añade: “ porque papá no es una palabra a la que yo tenga respeto; abuelo no es como siento que eres, sí para mis hermanos, pero no para mí”. La cara de decepción del abuelo no pasó desapercibido para Alan. El joven Kurt se levantó y se colocó enfrente de su bisabuelo y mirándolo a los ojos añadió: “ para mí tú eres mucho más que un padre, más que un amigo, más que un compañero. Tú lo eres todo” Alan aún recordaba el brillo en los ojos de su bisabuelo desbordaban felicidad al escuchar a Kurt. Recordaba que había sentido una gran envidia por ese 16 Amor entre uvas en Australia sentimiento que los unía a ambos, pero también le embargara una enorme tristeza, el pensar que Kurt solamente tenía a su bisabuelo; por eso siempre intentó estar a su lado y ayudarle en su enorme carga, llena de responsabilidad. Amor entre uvas en Australia 17 Capítulo 2 La alameda está solitaria, no se ve a nadie en toda la herradura, ya llevaba cuatro vueltas a ella, realmente estaba vacía, pero era lógico, únicamente a Samanta se le ocurriría pasear lloviznando. Llevaba una gabardina que le cubría casi hasta los pies, unos grandes zapatones que le tapaban hasta el tobillo, que le resguardaba los pies de ser mojados por la lluvia; pegadiza era esa llovizna típica de Galicia. Se cruza los brazos dándose unos golpecitos contra los hombros para darse calor, ¡esa humedad de su tierra! Sus manos cubiertas por las manoplas, estaban calientes allí dentro. Durante breves minutos se detiene para admirar la catedral; a esas horas de la tarde ya la noche cubría la ciudad y la catedral desde allí se podía contemplar majestuosa e imperiosa. De los labios de aquella mujercita asoma una leve sonrisa, como si la madre de la ciudad le acariciara con la mirada la tristeza que de ella salía. Vuelve a avanzar, camina lentamente, no tiene prisa y semeja tener mucho en que pensar. Levanta el cuello de la gabardina para cubrirse la cara por hallarse fría. Suspira con fuerza como queriendo sacar de su mente algún mal recuerdo que la atormenta y con fuerza sacude la cabeza. Llegada a la entrada de la alameda se sienta a los pies de uno de los leones que guarda con soberbia la entrada. Saca las manoplas y se cubre las manos con la cara, intenta contenerse y no echarse a llorar, cierra los ojos y deja que 18 Amor entre uvas en Australia sus recuerdos la embarguen a lo mejor así consigue aclarar sus ideas. Recuerda su infancia, fue muy buena, sus padres siempre le dieron de todo, nunca careció nada. Tuvo mucha suerte porque el matrimonio de sus padres estaba lleno de amor. Recordaba con cariño cada vez que su madre reñía a su padre por gastar demasiado dinero jugando. Ahora ya hacía un mes que habían muerto en un accidente de tráfico, apenas los había enterrado cuando el banco la desalojó de la casa que ella creía de sus progenitores. Cuando el director del banco le dijo que no tenía nada, que todo estaba embargado, no podía creérselo. Parecía ser que su padre había jugado demasiado y las deudas en vez de disminuir, se habían ido acumulando; creciendo de una manera desorbitada. Estaba en la calle, verdaderamente en la calle, sin dinero... sin nada de nada... había intentado pedir ayuda a los amigos, pero... amigos simplemente los tienes cuando no los necesitas... después... no existen. De uno de sus bolsillos sale un suave sonido que acaricia cálidamente sus tímpanos, sonríe al pensar que siempre le es grato oír el eco del timbre de su móvil. Lo toma en sus manos aún desnudas y con contundencia contesta. – ¿Diga? – Escucha con interés – ¡Hola cariño! Sí, voy ahora para ahí... en el sitio de siempre, ¿no? ¿Entonces dónde? Vale... ahora estoy ahí – Guarda el móvil y se levanta para ir al encuentro de la persona que le había llamado. No tardó demasiado en llegar, puesto que no estaba muy lejos. Entra en la cafetería del hotel Arasdegoney. Siempre había deseado tomarse un café allí, en aquel sitio tan elegante. Sin embargo, le hubiera gustado ir con un pantalón roto, desaliñada, le hubiese apetecido dar una apariencia confusa, por mera curiosidad. ¿La echarían? Sin Amor entre uvas en Australia 19 embargo, nunca se presentó tal ocasión y aunque hoy no iba muy elegante; no obstante, iba bien vestida. Gracias a dios sus padres siempre le habían comprado ropa a la moda y de buenas marcas, no demasiado caras, pero sí... “de marca popular”, por así decir. Por supuesto, de precios dentro de lo posible. Nada más llegar al lugar se quita las manoplas y la gabardina. Hoy llevaba un pantalón negro de lino ajustándose a sus caderas, resaltando su esbelto cuerpo y remarcando su figura. Un TOP de lana corto en gris claro de cuello redondo, puntualizaba su pecho bien formado, dejando entre ver como quien no quiere la cosa su cintura. Llevaba su negro cabello recogido en un moño y unos leves mechones caían sobre su cara. Sus ojos que parecían negros, no dejaban de mirar a su alrededor en busca de una cara conocida, sin percatarse que era objeto de las miradas lujuriosas de los hombres que allí estaban. Una voz familiar hace que se dirija a ella – ¡Hola Félix! – Le sonríe cariñosamente. – Me siento acomplejada cuando estamos juntas. – Sí ¿Por qué? – Te has sacado la gabardina y todos los hombres te han mirado con ojos libidinosos – Samanta se echa a reír. – No digas tonterías – Respira profundamente – Es a ti a la que miran, ¡Eres preciosa! Samanta mira a su amiga con cariño, de verdad que era bonita, una mujer rubia de ojos azules estaba delante de ella; no sabía cómo su madre le llamara Félix, un nombre de hombre, pero Samanta siempre le había gustado ese nombre; le sonaba bien. Era alta, sus medidas y sus formas eran las ideales, Félix trabajaba en un gimnasio de profesora de aeróbic, por eso a sus treinta y tres años tenía un cuerpo para envidiar. – Sé que me miras con buenos ojos. 20 Amor entre uvas en Australia – No seas mema, Félix, tienes que sacarte los complejos, cuando yo tenga tu edad espero estar como tú. – ¿Tú crees? – Sí que lo creo, el problema es que tu marido no te lo dice muy a menudo, pero únicamente tienes que mirarte en el espejo. Las dos amigas hablaban sin advertir que eran observadas por un caballero trajeado que estaba enfrente de ellas. Samanta y Félix conversaban con melancolía recordando viejos tiempos, la tristeza de las dos mujeres no pasaba desapercibido por el individuo que las vigilaba. – Sam – su amiga siempre la llamaba así cariñosamente. – Tienes que empezar a aparcar el pasado e intentar mirar el futuro. – No sé que te diga, tengo veintiocho años, con poca experiencia, no consigo encontrar trabajo, no sé para que haya estudiado fotografía por ordenador, no me vale para nada, nadie me quiere contratar. Y si no encuentro trabajo no sé cómo voy a hacer para terminar de pagar las deudas de mi padre, ya no me queda nada. – Yo... – Samanta la interrumpe. – No digas nada, tú ya me has ayudado bastante y tienes una familia que mantener y más ahora que tu marido ha empezado una empresa y estás esperando un bebé. – Pero me gustaría ayudarte. – Ya haces suficiente dejándome vivir en tu casa. – No tienes familia, y tú para mí eres como mi hermana pequeña. – Lo sé, yo también te quiero. Félix mira la hora del reloj y con cara de preocupación. – Me voy que ya llego tarde. – Yo me quedo aquí un rato más. No pasaron dos minutos de la marcha de Félix cuando el caballero que las observaba se acerca a ella y se sienta. Amor entre uvas en Australia 21 – Perdón – Dice el individuo amablemente y con mucha calma. – Sí ¿qué desea? – No pude evitar oír la conversación que manteníais su amiga y usted. – No le enseñó su madre que las conversaciones de los demás no se deben escuchar. – Sí, pero creo que esta vez no he hecho mal. Samanta lo mira fijamente, pretende intimidarle; es un método que suele utilizar habitualmente con los muchachos, pero aquel personaje de muchacho no tiene nada; es un hombre ya más que experimentado. – ¿Bien y en que le puedo ayudar? Samanta lo observa. No muy alto, con algo de barriga, utiliza unas gafas que sujeta bien con su nariz respingona. Apenas tiene cabello, pero el poco que tiene, ya canoso. Unos sesenta años, aunque no los aparenta, el traje de corte impecable; se aprecia que es una persona cuidadosa en la apariencia personal y sobre todo que tiene dinero. Con cara afable, pero serio, le dice a Samanta lo que quiere de ella. – Por la conversación que le he oído deduzco que le hace falta dinero... – Samanta lo interrumpe enfadada. – No creo que usted y yo tengamos nada de que hablar, no me gusta nada su conversación... – El sujeto la interrumpe nuevamente. – ¡Espere por favor! No sabe aún que es lo que le voy a decir. – Como Samanta se levanta, él hombre la sujeta por el brazo y con una leve sonrisa, mostrando sus dientes perfectos y blancos, y con esa pronunciación de un extranjero que habla no muy bien el español. – No es nada deshonroso ni nada fuera de la ley, se lo prometo. Samanta se lo piensa brevemente, tras el cual se vuelve a sentar, piensa que no le hará daño escuchar a aquel 22 Amor entre uvas en Australia pobre hombre que debe no estar muy bien de la cabeza. Los ricos pocas veces están bien de la cabeza. – Está bien, usted dirá. – Necesito una esposa durante dos años. – ¡Usted está loco! – Escúcheme y yo le explico. – Como Samanta se levantaba otra vez, él le suplica que termine de escucharle y si no quiere pues, no pasa nada, pero que le deje terminar todo lo que tiene que decir; ella accede a prestar atención. – Mire, yo me llamo Eduardo Calmierns soy abogado de la familia Smiller. – Lo siento. No sé quienes son, pero seguramente muy conocidos en su casa – con cinismo suelta Samanta. – Claro que no los conoce chiquilla, pero tampoco es necesario por no decir que es mejor que no los conozca. Es una familia muy rica de Australia, bastante conocida en el mundo empresarial por sus negocios en el campo de la investigación química. – Y ¿Para qué me quiere a mí? – Verá, exclusivamente necesita saber que debido a una herencia, el cabeza de familia, necesita estar casado durante dos años. – Hace una pausa para tomar aire antes de continuar diciendo. – Ahí es en donde entra usted. – No entiendo por qué yo. – Mire, si busco una profesional, seguramente termine por no respetar el contrato. – Si es tan rico cualquier mujer querría casarse con él y sin necesidad de que sea fea, incluso podría elegir una persona con clase. – Eso es cierto, pero él sólo quiere una mujer que sea extranjera, que no le conozca de nada, que esté dispuesta a respetar el matrimonio mientras dure, en todos los sentidos, y que no se le ocurra ir a Australia exigiendo nada. Se casarían por poderes y nunca se verían. – Muy práctico su jefe. Amor entre uvas en Australia 23 – No lo crea, es un buen hombre, se lo digo en serio, pero le obligan a hacer algo que no quiere. Y que mejor que cumplir lo que su abuelo quiere sin necesidad de comprometerse en ningún aspecto. – ¿Y yo que se supone que salgo ganando? – Durante ese tiempo tendrá de todo como la señora Smiller, incluso podrá montarse un negocio; si es inteligente y sabe jugar bien sus cartas puede llegar a reunir una bonita cantidad de dinero. – No pretendo que nadie me mantenga. – Perdone... no pretendía ofenderla..., pero sí puede montar su negocio... para poder ser independiente que parece ser lo que le gusta a usted. – Y únicamente con casarme con él... por poderes... me suena algo raro. – Solamente tendrá que casarse, no ser infiel durante ese tiempo, comportarse como la señora Smiller. – ¿Qué se supone que tiene que hacer la señora Smiller? – Como esposa de un hombre de posición deberá respetarlo en todos los sentidos. Y por supuesto lo básico es no ponerse en contacto con Australia, ni con la familia Smiller, ni aparecer por allí. – Me parece estar soñando, es la cosa más rara que nadie me ha propuesto. Y además tiene la arrogancia de pedir fidelidad, eso sí que es increíble ¿Por qué yo? – Porque usted necesita una oportunidad y su mirada es tan triste que me gustaría sacarle parte de sus problemas de encima – mire, quizás éticamente no sea correcto, pero todos saldremos ganando y sin hacer daño a nadie. Eduardo le miraba con tanto cariño y tanta protección que por unos segundos Samanta se sintió tranquila. En apenas unos minutos por su mente se llena de pro y contra, pero gana el contra; el banco la estaba asfixiando y no sabía ya que hacer para liquidar las deudas. No era justo que Félix la estuviera manteniendo... eran 24 Amor entre uvas en Australia tantas cosas que... sí, lo mejor era aceptar el ofrecimiento, parecía ser que aquel señor era su única salvación. – La realidad es que me gustaría rechazar su oferta, casarse por una herencia me parece una opción dramática, pero estoy tan desesperada que esta expectativa, aunque drástica, me parece que no es una tan mala elección, acepto su ofrecimiento. – ¡Genial! Prepararé todo lo que haga falta, a ver si en menos de una semana pueden ustedes casarse, yo seré el novio por poderes. Amor entre uvas en Australia 25 Capítulo 3 – ¡Estás loca! ¡Si te descubre te matará! – Félix está nerviosa y muy preocupada por su amiga. – No vayas, prometiste a Eduardo no ir allí, dentro de unos meses os divorciaréis y podrás continuar tu vida. Tu negocio va viento en popa, – suplicante. – No vayas, por favor, no te lo has pensado bien. – No te preocupes. – Toma las manos de su amiga entre las suyas y las aprieta con fuerza, para transmitirle una seguridad y tranquilidad que ella estaba muy lejos de sentir, pero que no deseaba que Félix lo supiera. – Él no se enterará nunca. He conseguido que me seleccionen para trabajar en la vendimia de la uva, como recolectora. Una vez que le vea diré que no tengo ganas de seguir o que no lo soporto y me vuelvo. – Con un fuerte suspiro de decisión. – Una semana, solamente estaré una semana, tras la cual regreso a casa. ¿Vale? Simplemente es para verle una vez. Me mata la curiosidad. – ¡Dios mío oyéndote hablar parece tan fácil Sam! – Lo es. – ¿Por qué ese empeño en conocerle? – No sé, pero casi dos años de matrimonio con él... ¡me ha entrado la curiosidad! Estoy muy intrigada, dentro de pocos meses dejaré de ser la señora Smiller, algo dentro de mí dice que... que tengo que ir, que tengo que averiguar... algo, es una sensación que ha ido creciendo poco a poco dentro... 26 Amor entre uvas en Australia – Sigo pensando que estás loca, crémeme, cuando te digo que me parece peligroso, ese acuerdo lo dejaba bien claro. Samanta se ríe con ganas – Mujer cambia esa cara, parece que un asesino anduviese detrás de mí. – Sabes lo que te dijo Eduardo cuando te casaste – Aquel día vuelven a la mente de las dos mujeres. La primavera estaba pronto a salir, aunque por el día que hacía se diría que estaban en ella. Samanta llevaba toda la noche despierta, intranquila; no las tenía todas con ella, aún no estaba segura de lo que estaba haciendo, pero sabía que en ese momento era lo mejor para ella; sí, recordaba cuando Eduardo llamó al banco y en dos minutos dejó de ser una morosa. Se lo había solucionado todo en un abrir y cerrar de ojos, como se solía decir cuando algo era rápido. Félix y su marido Chus, habían ido a buscarla a casa; Eduardo los esperaba en el ayuntamiento de Santiago, edificio antiguo y hermoso. Al salir del vehículo, Eduardo, le estaba aguardando debajo de uno de los arcos del maravilloso edificio, al tomarla de la mano sintió como sus ojos dejaban de funcionar, se estaba mareando, Eduardo la sujetó por la cintura y la miró a la cara con una sonrisa tan grata que ella pareció tomar fuerzas. El breve recorrido hacia la sala de bodas del ayuntamiento fue presuroso, pero a ella le pareciera demasiado largo, quizás porque dentro de ella algo le decía que se estaba equivocando y deseaba que todo aquello rematara ya. La boda había sido muy rápida. Samanta había ido vestida de vaqueros, como rebelión a la boda y Eduardo con un traje perfecto como el día que le conociera. Fueran Félix y su marido como testigos; en diez minutos todo había pasado, de ser una chica soltera se convirtiera en casada. Amor entre uvas en Australia 27 Ya fuera, en la plaza y ante la catedral, se estaba despidiendo de Eduardo pues ya se iba. La apartó un poco de los demás diciéndole muy serio y con tono de advertencia. “– Recuerda el trato, nunca podrás presentarte allí para nada, discreción y recuerda fidelidad, dos años pasan pronto.” Samanta le extendió la mano y no dejó de mirarlo mientras se alejaba hacia el coche. Una vez el vehículo desaparece de su vista, posiciona la mirada hacia la hermosa catedral; no era simplemente un lugar religioso, sino también era un sitio lleno de paz y tranquilidad. Ese edificio de tantos siglos, construida en tantas épocas distintas, a ella le daba una paz y una serenidad sólo con mirarla, que a veces, la desbordaba. Samanta no entiende el porqué ese empeño de su marido de que ella fuera fiel, se sonríe, marido, que palabra más hipócrita. – Venga no hagas caso a esa “chorrada”, nunca sabrá que yo he ido allí, y si me descubre me regañará y luego me mandará de vuelta a mi país. – Dándole un fuerte abrazo. – Tranquilízate Félix, una semana pasa pronto. – No sabes dónde vive, no sabes nada de nada. – En dos años he averiguado alguna cosa. – ¿Has estado indagando? ¿Cuánto tiempo llevas planeando esta aventura? – Sinceramente no, bueno, hasta hace muy poco no. Lo que pasa es que alguna vez he leído algún artículo, sobre la empresa que tienen de química. Créeme, por casualidad. Es que su nombre aparece en muchas revistas de empresas. – ¿Cómo que revistas? ¿Qué... has estado haciendo? Y no me mientas. – Es que... en Internet... en algunas páginas sobre sus trabajos de investigación... – No sé, pero no te creo. – Su amiga estaba asustada. – Deberías mantenerte al margen. 28 Amor entre uvas en Australia – Sí, lo sé, pero la curiosidad es mayor, – con una sonrisa pícara. – La curiosidad mató al gato. – No seas tan drástica. – Se ríe Samanta. Samanta iba vestida de sport, consideraba que el viaje era demasiado largo y esa era la ropa idónea. Félix llevaba un conjunto pantalón color salmón que le hacía resaltar su cabello largo y bien peinado. Los ojos azules de Félix mostraban una inmensa preocupación por la insensatez de su amiga. – Te perderás. – ¡Mujer! He hecho averiguaciones, sé que tienen un gran rancho familiar donde crían caballos y tienen grandes extensiones de viñedos, también familiares. Cerca de Perth. – Se detiene un momento para recordar – creo que se llama Mess-Stone, sin embargo, creo que mi amo y señor – se ríe al decirlo. – Tiene una gran empresa química, aunque no estoy segura donde. La verdad, no he indagado mucho sobre el asunto. – Se encoge de hombros con paciencia. – Lo justo... para llegar, mirar y regresar a casa. – Está bien. – Se resigna Félix, diga lo que diga su amiga no va a cambiar de opinión. – Prométeme que te vas a cuidar y pase lo que pase, me llamas, ¿llevas el móvil? – Samanta afirma con la cabeza. – Así que no tienes perdón. – Tranquila cariño, te llamaré todos los días y no te preocupes, en una semana estaré de vuelta. El negocio estará cerrado todo este mes, por favor vigila el correo, he puesto tu nombre en mi cuenta del banco para que puedas hacer lo que proceda. Se oye a una jovencita por el altavoz avisando a los pasajeros del vuelo de Samanta para que embarquen. – Ya te vas. – Félix comienza a llorar. – ¡Dios mío! Samanta, algo me dice que... – No seas tonta. – Abraza a su amiga para tranquilizarla – No me pasará nada. Amor entre uvas en Australia 29 Se besan, se abrazan y se hacen promesas. – ¡Cuídate! ¿Me oyes? – Te lo prometo, da un beso al bebé y otro a Chus. Samanta embarca en el avión y mientras despega, Félix con lágrimas en los ojos dice adiós con la mano; unos brazos le rodean la cintura cariñosamente. – No te preocupes por ella, estará bien, sabe cuidarse sola. Félix se gira y mira a su marido. – Lo sé, pero tengo un presentimiento, algo malo va a ocurrir allí y yo no estaré para protegerla, está acostumbrada a que la vida sea fácil para ella y mi interior me dice que va a sufrir mucho en ese país y que va a madurar de golpe. – Tú y tus presentimientos, estará bien. 30 Amor entre uvas en Australia Capítulo 4 Tres días le lleva el viaje a Australia. Primeramente se había desplazado desde Santiago hasta Madrid. Una hora de vuelo. El siguiente avión la llevó hasta Londres; en donde tuvo que correr para no perder el siguiente vuelo que la llevaría a Brisbane, capital de Queensland. Le hubiese gustado detenerse en Perth, pero la persona conocida que le había buscado el trabajo en Mess-Stone estaba en Sydney; debía entrevistarse antes con él; por lo que no le quedó otro remedio que tomar otro avión que la llevase a Sydney. El avión aterrizó en Sydney con éxito, el día estaba grisáceo, muy contrastado con el paisaje que dejara en su tierra. Fin del invierno en Galicia, comienzo del otoño en Australia. Se siente triste, quizás, piensa ella, debido al largo viaje; está sumamente cansada, pero aún le queda mucho recorrido. Samanta tiene que buscar ahora un taxi que la llevase a la dirección que tenía apuntada en un papel. ¡Qué hermoso y asombroso! Cuando su cuerpo asomó a la salida del inmenso aeropuerto, uno de los muchos que había en aquella enorme ciudad. Un río inesperado y maravilloso asomaba ante ella como un manto que daba calidez a su nerviosismo. Durante unos minutos permanece inmóvil mirando como perdida con una sensación que le cortaba la respiración. Amor entre uvas en Australia 31 El viaje a la embajada fue entretenido, le parecía curioso que atravesara el río, un rato más tarde un túnel y otra vez atravesando el río, como si diese un rodeo. Al salir había dejado el aeropuerto a la derecha y ahora al volver a cruzar el río este se quedaba a la izquierda, ¡impresionante! Otro túnel que dejaba el aeropuerto encima de ellos. Samanta piensa por un momento “mira que si se cae un avión en esta pista y se derrumba todo”, siente una pequeña presión en el pecho “quizá sea algo de claustrofobia” el pequeño recorrido comienza a hacérsele demasiado largo. No tardan mucho en ver casas, hermosas casas que le recuerdan a las pequeñas urbanizaciones que ahora comenzaba a estilarse en su tierra. ¡Qué hermosura! La casa con su pequeño terreno alrededor de ellas todas en fila como en los olivares. Al fin ve edificios, lo que le indica que no puede estar muy lejos. Y finalmente su destino. Un enorme edificio se levantaba ante ella, se desilusiona, pensó que sería más llamativo o más impresionable, pero no, un vulgar edificio enorme. Un joven alto y rubio de ojos azules, vestido de militar, la estaba esperando. – ¡Qué hermosa estas! – ¡Leandro! Ambos jóvenes se abrazan cariñosamente. – Antes de nada tengo que decirte que me debes una muy grande... – Lo sé, no sabré como pagártelo – le interrumpe ella. – Si mi hermana se enterase que estoy aquí y que te he ayudado me matará. – También lo sé, pero piensa que estaré en deuda contigo siempre – cambiando de conversación – Sydney es impresionante, de grande y de – tartamudeando de asombro – y de todo, es increíble… 32 Amor entre uvas en Australia – Pues esta noche te llevaré a cenar y a ver… mejor me espero y te lo enseño. Leandro, la lleva a ver la bahía de Sydney, según le explica su acompañante, también conocida como Port Jackson, lugar en donde se sitúa una gran aglomeración de población. Samanta se queda boquiabierta al cruzar el puente del puerto de Sydney, el cual soporta carriles para coches, vías de tren y un carril incluso de ciclo vía. No había salido nunca de su país por lo que todo aquello la impresiona. Leandro, como no, le enseña también la ópera de Sydney una de las maravillas más fotografiadas por los turistas. Antes de cenar dieron un pequeño paseo a pie por el puerto y para rematar acabaron en el famoso casino de Sydney, lugar lujoso, lo que a Leandro le gustaba. Entraron en el restaurante y cenaron en un rincón algo apartado, íntimo, con una hermosa vista de la bahía. – Bueno señora Smiller ¿cómo se va a defender aquí? – No me llames así, estoy de incógnito, me matarían si supiesen que estoy aquí. El joven suelta una risotada. – Mira que tienes ganas de buscarte problemas. – Eso sí es verdad. Bueno gracias a mi excelente inglés aprendido desde niña no creo tener problemas de comunicación. – Ya verás cuando te des cuenta de que el inglés que hablan aquí a veces no es fácil de comprender. Cuando te encuentres con emigrantes, los hay de todas partes y te vas a encontrar con muchos sonidos distintos del mismo inglés. – Poco a poco me iré acostumbrando, además espero echar el menor tiempo posible. La joven observa a su amigo, sus gestos tan finos e impecables, cuidadoso en todo. Le encantaba las cosas Amor entre uvas en Australia 33 caras y buenas, él joven se ocupó de pedir la cena, por supuesto como no, típico del lugar. – Por cierto ¿cómo están los míos? – Dice Leandro mientras la observa con detenimiento. – Félix, desde que ha tenido el bebé, está más bonita; Chus la mima más. Y en cuanto la criatura se parece a ti en todo. – He visto las fotografías y sí que tienes razón, soy yo de chicuelo. Siguieron hablando hasta la madrugada, pasearon por toda la ciudad poniéndose al día de tantas cosas, hacia varios años que no se veían, así que era mucho lo que tenían que contarse. Leandro era el único hermano de Félix, además era el mayor de los dos. Al igual que su padre se alistó a las fuerzas armadas, con la diferencia de que su padre se quedó en cabo y Leandro se había preparado en idiomas, ciencias políticas y protocolo. Además, era capitán. Llevaba desde hacía diez años de embajada en embajada y le encantaba. Hacía un par de meses lo trasladaron a Australia y Samanta le pidió ayuda para llevar a cabo su plan, claro, para ello no podía contarle a su hermana a dónde lo habían destinado, él prometió guardar el secreto por el momento. Leandro fue el que se encargó de averiguar todo sobre la familia y se sorprendió mucho al averiguar quienes eran los nuevos parientes de Samanta. Le advirtió de que tuviese cuidado que con ellos no se podía jugar y menos con el que era su esposo, Kurt Smiller. – Samanta no sé si podrás aguantar el ritmo de trabajo en la uva. – Sí los demás pueden, yo también. – Esta gente lo lleva haciendo toda su vida, están más que acostumbrados. Sin embargo, a ti desde siempre te lo han dado todo... – No me digas eso – le interrumpe ella con tristeza, en el fondo sabía que tenía razón. 34 Amor entre uvas en Australia – ¿Quieres que te sea sincero? – Por supuesto, llevamos toda la vida de amigos, si tú no me lo pudieses decir entonces... – Samanta, – dice el joven con tranquilidad, – un ordenador no es lo mismo que una cesta, sentarse y retocar no es lo mismo que agacharse y recoger frutos. – ¿Las uvas no están en parras altas? – Veo que no tienes ni idea de lo que te espera. – La mira con protección. – Y en el suelo, – añade, – tendrás que recoger, cargar cestas y cajas... – ¡Vale, vale! Lo he cogido. – No, no lo has entendido, estamos hablando de que no sabes nada de vendimiar, seguramente te pongan los trabajos menos gratos, como estar cargando cestos y cajas llenas durante horas. – No te pongas tan serio, si veo que no puedo lo dejo. – Samanta ponía cara de niña pequeña, quería de alguna manera hacer que no fuese tan duro. – El rancho Mess-Stone junto con otros cuantos vinicultores formaron una cooperativa hace ya muchos años. Cada año un rancho proporciona el alojamiento a los recolectores y demás personal hasta el final de la recogida de la uva. Este año, – recalcando sus palabras, – es tu marido el que dará el alojamiento. – Qué gracioso, – con falso enfado. – ¿Te hace gracia? – Sí, se ríe, no sé como has conseguido ser la mujer de alguien como Kurt Smiller... no sabes lo inmensamente rico, poderoso y orgulloso que es tu queridísimo esposo. – ¡Ya vasta! – Ahora sí que estaba colorada y llena de vergüenza. – Bien, me rindo, si me miras con esa carita de desamparada. – Leandro aún se acordaba cuando su hermana y Samanta lo perseguían por todas partes, él las hacía llorar, pero cuando Samanta se enfadaba demasiado Amor entre uvas en Australia 35 se abalanzaba sobre él y se recreaba golpeándole, era entonces cuando Leandro no podía con Samanta. A Samanta Leandro le parecía muy guapo y atractivo, no entendía porque aún estaba soltero. Seguramente porque su mayor pasión era su trabajo, y las mujeres de los militares no todas pueden con esa situación de continuo movimiento. Una vez tuviera una novia, pero no pasó del año; cuando ella le hizo decidir entre ella y las fuerzas armadas, Leandro ni se lo tuvo que pensar, se dio media vuelta y se fue. Samanta recordaba que estuvo muy triste durante mucho tiempo, pero para ella siempre tenía una sonrisa escondida. – Samanta, vas a trabajar en el rancho de tu marido. – Parecía que la joven iba a interrumpirlo, pero se detuvo ante la señal de frenar que le hizo Leandro. – No me mires así, el rancho de Mess-Stone tiene vinos muy selectos y muy conocidos en Australia y diría que se extiende más lejos. La mayor parte de sus uvas se recogen a mano, pero lo peor son los trabajos no profesionales, se hacen bajo un sol que este año promete calentar mucho, al que tú no estás acostumbradas y que no tienes ni idea de cómo hacerlo. – No me desanimes… por favor. – Como un susurro. – Está bien – con resignación al ver que no iba a conseguir disuadir a su amiga de tal estupidez. – Samanta, esta noche sale un tren contratado por la cooperativa, que recorre desde Sydney hasta Perth. Parándose en las ciudades más importantes entre ambas ciudades, recogiendo al personal que llega desde distintos aeropuertos procedentes de varias partes de mundo. – ¿De todas partes? – Con asombro. – Sí, llegan de Sudamérica, Europa y como no oriente. También vendimian muchos australianos, pero estos son menos en esta zona de uva. – No sabía. 36 Amor entre uvas en Australia – Te he buscado una plaza en este tren, más que nada para que te familiarices con el ambiente. Es importante que vayas conociendo a tus posibles compañeros. Es conveniente que no te mantengas al margen y que pases desapercibida. – Muy serio y mirándola a los ojos oscuros de ella. – Sam si te descubre no te pondrá las cosas muy fáciles, no juegues con Kurt Smiller es puro fuego. – No será para tanto, – hace una pausa, – pienso que si me descubre me reñirá y ya está. – No te equivoques, – le dice con severidad, – ese hombre te puede engullir. Prométeme que te guardarás de él y que si algo va mal me llamarás sin pensártelo, iré a recogerte. – Vale, te lo prometo – abrazando a su amigo. Ya estaban llegando a la estación del tren. – La línea de ferrocarril recorre toda Australia. – Le explica Leandro mientras entraban. Toma aliento. – Desde Sydney hasta Perth hay más de cuatro veces la distancia recorrida de norte a sur en España. Unas sesenta y cinco horas en tren. El viaje será largo y pesado, pero creo que es lo mejor. – ¡Cómo sí fuera de Sevilla a Galicia ida y vuelta dos veces! – Sí, más o menos. Te va a gustar Perth. – No lo sé, tengo entendido que es una zona en donde su población es la más aislada del planeta. – Pero tiene un río inmenso, de esos que te encantan a ti. – Le dice el joven sonriéndole y tomándola de la mano. – La ciudad está bañada por el río Swan, es la más grande de su estado y una gran ciudad metropolitana. En cuanto al rancho tiene un enorme lago, te enamoraras del sitio, conociéndote, estoy seguro. Leandro deja a Samanta en el tren rumbo al rancho Mess-Stone Amor entre uvas en Australia 37 Capítulo 5 – ¡Hola! – Samanta mira en dirección al sonido, una joven morena de cabello castaño, muy rizado, largo y recogido en una cola, le sonreía mostrando los dientes blancos y un brillo especial en sus ojos color verde aceituna. – ¿Me puedo sentar aquí? – Sí, claro. – Le ayuda a guardar su bolso de viaje. – Me llamo María González. – Yo me llamo Samanta Huerta. – ¿De dónde vienes? Es que tienes un acento muy raro. – Soy española. Más concretamente gallega, al noroeste de la península. – Yo soy de Puerto Natales, justo en la punta de Argentina, al sur de todo. Ambas se echan a reír. – Vengo todos los años a trabajar en la vendimia de la uva, siempre venimos toda la familia junta, este es el primer año que vengo sola con mi madre y mi hermano mayor. – No entiendo, espero que no sea por nada malo. – No, es que mi padre ha encontrado un trabajo fijo y mis otros hermanos también; si todo va bien, este será el último año que venimos a trabajar en la vendimia. – Ante la sorpresa de Samanta la cara de María es triste ante tal hecho. – ¿No deseas dejarlo? – Me encanta venir a vendimiar a Australia, me apasiona. 38 Amor entre uvas en Australia – ¿Pero es poco tiempo no? – Es que terminada la vendimia, nos vamos a la recogida de cítricos. Somos muchos los recolectores que hacemos eso. Pero a mí lo que me gusta son las uvas. – Le dice sonriendo. – ¿Dónde está tu madre y tu hermano?. – Está en el compartimiento contiguo, allí no cabemos todos y me mandaron para aquí. – Hace una corta pausa antes de preguntar casi indecisa – ¿Y tú vienes sola? – Sí, esta es mi primera vez y tengo que confesarte que estoy muy nerviosa. Antes me dedicaba a poner cafés en una pequeña cafetería – Samanta sentía algo de remordimiento al mentir a su nueva amiga. Una vez trabajó en un café al lado de la universidad, pero era un desastre y el puesto no le duró más de un día, así que tampoco le estaba mintiendo del todo. – Tranquilízate, este rancho es el mejor de la zona, te tratan bien, además es un sitio de ensueño. Ojalá todos los años nos refugiasen allí. – ¿Dónde dormiremos? – No hay problema, el rancho está en un costado del lago Mustimole, tienen a la orilla un escampado donde nos dejan poner tiendas de campaña para aquellas personas que no tienen barracones. – No entiendo. Me suena a cobertizo ¿no?. – Son largos, de piedra. Cada barracón tiene dieciocho habitaciones con baño; dos cocinas y dos salas de estar con su televisión. – No entiendo, ¿tantos somos? – A ver que te explico mujer – Echándose a reír, parecía que le gustaba que Samanta no supiera nada, su ego subía, se sentía importante intentando ponerla en antecedentes. – Hay unas pequeñas casas de madera, para los trabajadores del rancho que están todo el año. Después están los barracones que son de piedra. Éstos están vacíos y se Amor entre uvas en Australia 39 utilizan para los obreros de la vendimia; no sólo estamos los recolectores sino también los que se encargan de la vendimia con maquinaría, los que preparan la uva, los que la eligen, los transportistas, etc. – ¿Somos muchos? – Se impresiona Samanta. – Sí, unos trabajaremos en Mess-Stone, otros en los demás ranchos; en cuatro meses tenemos que tener todo listo, el rancho más grande es el de los Smiller, unos tres meses lleva aproximadamente la vendimia y lo que con ella conlleva, en este rancho. Necesita mucho personal porque casi toda la vendimia es a mano… un trabajo muy duro, pero es en donde mejor te tratan y donde más pagan. El horario es continuo y no se para ningún día, unos libran los Sábados y otros los Domingos para que no esté interrumpido el trabajo durante toda la semana. La maquinaria trabaja de noche y la recolecta manual por el día. Muy temprano. – Tres meses, son muchas uvas... – divagando la joven. – Se dan varios repasos a las parras de vid. No toda la uva madura igual. Se le llama vendimia escalar. – ¿Cómo se aloja a tanta gente? – Los barracones van a sorteo, el resto en tiendas de campaña a los pies del lago, es una gran explanada, caben muchas tiendas. – Toma aliento – Mess-Stone tiene una gran extensión de terreno para personal, aunque también es el rancho más grande en cuanto a viñas. Tienen su propia bodega, producen su propio vino y cultivan la uva ellos. Aunque también se recoge para la cooperativa. – Vaya, lo abarcan todo. – Sí, de siempre. La joven sigue con sus preguntas, la verdad es que siente mucha curiosidad. – ¿Qué es mejor, los barracones o las tiendas? – Depende – Samanta la mira fijamente. – A ver mujer, en los barracones hay baños, agua corriente y caliente, sala con 40 Amor entre uvas en Australia televisor, cocina, es decir lujo por decirlo de alguna manera. – Pero también tienes que compartirlo con demasiadas personas. – Sí que es verdad. Yo prefiero las tiendas de campaña, en ellas el agua es la del lago, aunque también se prepara un sitio para duchas con agua caliente y hay baños comunitarios entre los barracones y las tiendas; sin embargo quedan algo lejos, imagínate si tienes ganas de ir al baño en plena noche. – Ya entiendo. – A pesar de todo yo prefiero las tiendas de campaña. Te dan cierta intimidad. – Yo tengo un número para un barracón, no se me ha ocurrido traer una tienda de campaña. – No te preocupes puedes compartir la mía si quieres, es grande y es más que suficiente para los cuatro. – ¿Lo dices en serio? – A Samanta le sorprende que la joven le ofrezca alojamiento sin conocerla de nada. Pero es que María tiene muchas ganas de estar con otra mujer joven y no con su madre y su hermano y Samanta le parece una joven de fiar. – Sí, si de verdad quieres, tiene tres cuartos, uno para mi madre, uno para mi hermano y otro para nosotras dos, me encantará compartirla contigo. Samanta sigue con su interrogatorio, tiene curiosidad por aquel mundo que pronto va a conocer. – ¿Son todos los años las mismas personas? – Generalmente sí. Casi siempre viene la misma gente. En un par de años conoces a todo el mundo, además nos solemos encontrar en todas las recogidas de la uva de distintos lugares. Terminas en un lugar y te trasladas a otro; hay veces que no te llega la vendimia de la uva para sobrevivir y te desplazas, en busca de recolección de otros frutos, como por ejemplo los frutos secos, los cítricos... Amor entre uvas en Australia 41 Samanta no entiende cómo se puede tener una vida sin constancia como la de un recolector. Luchar por un hogar en dónde nunca puedes estar. – María ¿y tu hogar? – Mi casa es aquella en donde está la familia junta. – La joven se queda pensativa, su cálida cara rosada se torna seria, sus ojos tristes; ese año en la recolecta no estarían todos juntos. Samanta se percata de que aquella conversación puso a su nueva amiga triste y decide cambiar de conversación. – ¿No os sale caro y pesado el viaje en tren? – ¿Caro? No, son las empresas las que pagan los viajes. Bueno en realidad, está solo este tren que recorre desde Sydney a Perth. Me hubiera gustado haber cogido un vuelo que me dejara en Perth, pero fue imposible. – Hace una pausa pensativa, se aparta el cabello que le cae sobre los ojos y mirando a Samanta. – Supongo que a otras personas les ha pasado lo mismo que a nosotros. – A la empresa debe de salirle muy caro todo este desplazamiento. – Eso ya se lo tienes que preguntar al empresario, porque yo no tengo ni idea. Sin embargo, debe de compensarles cuando lo hacen, ¿o tú conoces algún rico que pierda dinero por un pobre?. Recuerda que no sólo recogemos las uvas de un rancho, sino de todos los vinicultores de la zona. Aunque no te lo parezca son muchos racimos de uvas, ya verás cuando las veas, parece no tener fin. Durante el viaje María y Samanta se habían hecho buenas amigas, María le presentó a su hermano Antonio, un joven de unos 30 años, alto moreno, constitución fuerte, ojos color aceituna; se parecía muchísimo a María. Elena era la madre de los jóvenes, mujer de constitución igual que su hijo. Antonio pronto tomo como protegida a Samanta, la verdad es que en dos días el muchacho empezaba a sentir cierta admiración por Samanta. 42 Amor entre uvas en Australia Al llegar a Adelaida, el que más el que menos había afianzado lazos. Samanta intentó averiguar algo más sobre la familia Smiller. – Antonio ¿qué sabes de los Smiller? El joven hermano de María era bien parecido, sí, muy guapo, un moreno arrogante, alto y con un acento argentino que lo hacia un personaje atrayente e incluso se podría decir fascinante. A su edad pocas veces tuviera pareja, decía siempre que tenía muchas cosas en que pensar antes de tomar novia formal. – No querrás casarte con uno de ellos ¿verdad? – La miraba con una sonrisa de oreja a oreja, medio en broma medio en serio la observaba con reserva, le divertía la cara de Samanta al decir aquellas palabras que eran solamente una pequeña broma – Venga mujer era broma ¿qué quieres saber? – No sé… cualquier cosa… algo, no tengo ni idea de quienes son y voy a trabajar para ellos… creo que sería interesante saber algo. – ¿Cómo sabes que vas a trabajar para ellos? Cuando lleguemos colocan unas listas en el barracón principal con los nombres de cada uno de nosotros y donde trabajaremos en la recogida. – No sé, la verdad... – Samanta tenía que tener cuidado, se podría descubrir ella sola. ¿Cómo explicarles que un buen amigo de Leandro que le debía una, la iba a meter en el rancho de los Smiller. – Déjala, es nueva en esto, no presiones tanto a la joven. – La saca del apuro su nueva amiga. – Está bien, veamos… – Son siete hermanos el pequeño tiene 16 y el mayor cerca de los 35 años. Dos son químicos y biólogos, mas concretamente uno es ampelógrafo... – ¿Ampe qué? – interrumpe Samanta confusa. Amor entre uvas en Australia 43 – Es una persona que estudia la vid, que la describe, variantes, frutos, etc. – ¡Empezaras por ahí! El joven se echa a reír, Samanta está muy cómica. – El otro es un científico que estudia la biología de la vid. – Pues a mí me parecen lo mismo – dice confusa María – químicos y biólogos. – Más o menos sí. – Hace una pausa para observar a Samanta que lo tiene embelesado. – Tienen también un abogado que con lo grande de los dos negocios no dará abasto. – Samanta se asombra de que la gente que está allí, esté pendiente de lo que Antonio está contando. – Todo por la familia y el dinero. – Se ríe una joven. – Bueno – prosigue Antonio – está el fotógrafo informático. – ¿Esa es una profesión? – pregunta la madre de María. – Sí – sonriendo Samanta – será para fotografiar las uvas. – Samanta siente un poco de vergüenza por haber hablado mal de su propia profesión. – Los dos más jóvenes son estudiantes. Y nos queda el vinicultor y viticultor. – ¿No significa lo mismo? – Antonio pone cara de extrañeza. Es María quién contesta. – No, el vinicultor es el elaborador del vino y el otro es cultivador de parras. – ¡ No sabía que se estudiase para eso! – Aún tienes mucho que aprender. Da igual lo que hayan estudiado, todos ellos saben mucho de todo lo relacionado con el vino. Desde el cultivo de la parra, hasta que acaba en la botella. – Y una vez fuera de la botella también – se ríe otra jovencita pelirroja. – No podemos olvidarnos de Richard, el capataz del rancho, aunque no es un Smiller, él y su hermana Ángela forman parte de la familia. 44 Amor entre uvas en Australia – ¡Ah! ¡Todos solteros! – María interrumpe al hermano, considera que ella está más preparada para contar chismes a su nueva amiga. – ¿Cómo sabes todo eso? Pregunta la joven gallega. – Llevo muchos años viniendo. – No se refería a esa información, seguramente querrá saber que rumores se cuentan entorno a la familia – Se entromete la madre de ambos muchachos. – Yo te los contaré porque mi querido hermano no sabe nada de nada, no te das cuenta que es un hombre – María se echa a reír y abraza a su hermano. – Perdona cariño, pero creo que lo que Samanta quiere saber son los chismes que contamos las mujeres. En realidad a Samanta le interesaba más lo que pudiera decirle Antonio precisamente porque él le contaría lo que se sabe fijo y no rumores, pero consideraba que también podría sacar información de las mujeres y esos chismes como ellas decían. – Casi todos tienen novia. – Dice Elena muy seria. – Su madre se encarga de buscarles la esposa idónea. – Como divagando. – Pero no debe de acertar porque siguen solteros. – Yo pienso igual, mamá. – María hace un gesto de burla. – Son guapas pero demasiado cursis, por no decir insustanciales. Aunque yo creo que no son novias, realmente son posibles novias o posibles esposas. Porque cada año son distintas. – Yo también querría una consorte de futuro para mis hijos si pudiera. Son una familia muy rica y no les vale cualquier mujer. – Mamá yo creo que el amor es lo primero. – Cariño eso de amor, pan y cebolla... – Les interrumpe Antonio. María soñadora se levanta del asiento y comienza a hacer una imitación de Romeo y Julieta. Amor entre uvas en Australia 45 – Romeo amor mío, yo no podría vivir sin ti. – María, creo que eso no viene en la obra. – Le dice Samanta divertida mientras mueve el dedo índice izquierdo en forma negativa. – Da igual, lo que importa es lo que se siente, no cómo se diga. – A mí al que me gustaría ver es al hermano mayor. – dice una joven australiana rubia de ojos azules, que viajaba con ellos en el mismo departamento. – Dicen que es guapísimo e importante. – No, no creo que sea el más guapo de todos los hermanos, pero sí el más perturbador, – comenta otra joven. – Las malas lenguas cuentan que el Kurt Smiller es el amo de todo. – Sí, él manda y los demás obedecen. – Comenta otra joven. – Es el jefe, en realidad todos le temen. Siempre tan serio y autoritario, ¡da miedo! – ¿Alguien lo ha visto alguna vez? – En tono bajo e inseguro, pregunta Samanta. – Sí, – dice Elena. – Los siete hermanos trabajan en la recogida de la uva, hablan de que es una de las pocas fechas del año donde toda la familia se reúnen, es una especie de tradición familiar; pero aunque los veáis, siempre se mantienen a distancia de los obreros. – Típico de los ricos, siempre a distancia. – No, es el hermanito mayor el que lo prohíbe. – Los ricos no se mezclan con la plebe. – Pues deberían, si pudiera coger al abogado, ese si que está como un tren de lujo, de esos que nunca se olvidan, – comenta María que desde siempre le gustaba Alan Smiller. – Todos han heredado el cuerpo de su bisabuelo... y su orgullo – comenta Elena. – Pues a mí me daría igual cualquiera de ellos, todos están de buen ver, y con mucho dinero, me daría igual cualquiera 46 Amor entre uvas en Australia de ellos, me sería fácil acostumbrarme a la vida de rica. – La joven que habla duda un segundo para continuar diciendo. – Bueno menos al mayor, creo que si Kurt Smiller me dirigiese la palabra aunque fuese para pedir un cesto, me caería del susto. Todos ríen de la ocurrencia y siguen con las bromas de los siete hermanos, Samanta cansada se levanta. – Voy al baño, si me disculpan. En realidad tiene ganas de ir hasta el vagón bar; pero no le apetece compañía; sabe que si dice que sólo quiere dar una vuelta por los vagones y tomar algo en la cafetería, Antonio querría acompañarla y ella en este instante no desea compañía alguna. Al tiempo que va hacia la cafetería los pensamientos se le amontonan, manteniendo una conversación mental consigo misma. << Pintan a Kurt Smiller como si fuera un ogro, ¡Dios! Si me descubre es capaz de matarme por entrometerme en su vida. Parece que tiene novia, será cretino y a mí me dice que fidelidad, ya veo como la guarda él. No sé que voy hacer para que no me descubra; intentaré mantenerme lo más alejada posible. Creo que esto de venir aquí ha sido una mala idea. Claro, sólo a mí se me ocurre seguir mis instintos. Lo veía todo de otra manera cuando estaba en España. ¡Dios mío, me voy a volver loca! Creo que estoy nerviosa porque estamos llegando a Perth y me estoy empezando a arrepentir; claro, en España todo me parecía más fácil. >> Tan abstraída iba en sus pensamientos y razonamientos que no se percata, de que alguien sale de uno de los compartimientos y tropieza con ella. Al unísono un grupo de jóvenes con instrumentos musicales intentan pasar por el mismo estrecho pasillo; todo ello unido a la entrada de un túnel en ese mismo instante. El caballero que colisiona con ella le sujeta por la cintura, apretándola y Amor entre uvas en Australia 47 dejándola aprisionada entre él y la ventana del vagón; mientras los jóvenes con los instrumentos pasan al otro lado por detrás del individuo que tenía abrazada a Samanta. La luz tenue, de las bombillas del vagón, apenas dejaba ver la cara del hombre que con tanta fuerza la apresaba; tan sólo unos ojos negros y profundos se clavan en ella con insistencia, poniéndola nerviosa. Sólo fueron unos minutos, pero mientras el ruido sordo del tren pasando por el túnel, se le clavaba en los oídos, no dejaba de temblar en aquellos brazos fuertes. El olor varonil se le metía por la nariz y empezaba a sentir como su corazón palpitaba tan fuerte, que creía que se le saldría fuera. Casi sin fuerzas para soportarlo, inclina la cabeza sobre aquel pecho bien formado y poco peludo que se ve a través de la camisa entreabierta. Mientras su mejilla tocaba aquel pecho, siente como el cuerpo de él se estremece y los brazos se apresan más a ella. Samanta no soportando más aquel calor, levanta la cabeza en señal de súplica y entreabre los labios para decir algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta. Esto a él le pareció tan sensual, que no pudiendo contenerse más, baja la cabeza y la besa. Samanta cierra los ojos mientras aquella boca explora en la de ella, provocando una excitación que creía no sabía que pudiese existir; se deja llevar por la situación y responde a cada caricia que la estremece. Él no puede creer que aquello le esté ocurriendo, que alguien despierte de aquella manera tan fuerte, unos sentimientos que pensaba no tenía. Su cuerpo responde solo, sin que él pueda controlarlo; su mente y su cuerpo no obedecen y ante tanto fuego siente que tiene que huir, escapar de aquella mujer que lo está ahogando de placer. Al apartarse de ella tiene que hacer un gran esfuerzo para recuperar el control. Samanta siente que las piernas le fallan, al no sentir ya aquel cuerpo y mientras lo ve marchar experimenta en sus entrañas un gran dolor, una gran soledad. A medida que él 48 Amor entre uvas en Australia se aleja teme no poder olvidarla y se maldice por no haberle hecho caso a su instinto cuando le dijo que no viajara en tren. Samanta ve como se va alejando, el pasillo queda casi cubierto por sus anchos hombros; su altura casi le hace inclinar la cabeza para no tropezar con el techo al atravesar la puerta al vagón continuo. Los ojos, jamás podrá olvidar, esos ojos que la miraban, esas manos que la sujetaban, esos labios que la besaban. Sacude la cabeza para olvidar, ha sido un sueño, sí, piensa ella, seguramente jamás vuelva a verlo, quizás me dormí durante un breve espacio de tiempo y todo ocurrió en mi cabeza. La larga serpiente metálica sale del túnel rápidamente y la luz vuelve a asomar por las ventanas. Ha sido un sueño, se repite una y otra vez, ha sido un sueño. Amor entre uvas en Australia 49 Capítulo 6 – Kurt, Kurt ¿me haces caso hijo? – Sí madre, estoy escuchando. – El joven utiliza un tono lento, pero seguro, sentado enfrente su madre, mientras desayuna no levanta la vista de los papeles que tiene a su izquierda, bebe unos sorbos de café. – Pues hijo no lo parece, podías mirarme cuando te hablo. Ante el tono suplicante de su madre, Kurt deja los papeles que estaba revisando y la mira. – Perdona madre, es que tengo mucho trabajo, no tenía intención de molestarte. – Kurt observa a su madre, una mujer hermosa que a sus cincuenta y cuatro años se conservaba tan joven que nadie le echaba más de cuarenta y cinco, quizá debido a su esbeltez. Sus ojos azules le resaltaban en la cara poco arrugada, sin embargo su cabello ya canoso la hacían una mujer muy interesante. – No importa. – ¿Qué me preguntabas? – Podrías invitar a Cintia a pasar con nosotros estos días de la vendimia. – Madre ya sé cual es tu intención... creo que mejor no. – Por favor hijo. – Hace una pausa. – Únicamente te pido que seas amable con ella, si tú no la invitas lo haré yo. – Deberías dejar que yo busque mis novias, ¿no crees? – Ojalá lo hicieras, así no tendría que buscártela yo. Pronto cumplirás 35 años, deberías pensar en casarte. Tú y Cintia 50 Amor entre uvas en Australia salís muy asiduamente, ya va siendo hora que te comprometas con ella, piensa que es de una familia rica y poderosa... y sobre todo es hija única y está más que preparada para ser la esposa de un Smiller. – ¿Ya estás liando al niño? – No es un niño madre, es un hombre, si no te has dado cuenta... La dama que acababa de entrar mira a su nieto con mucha ternura y después vuelve a mirar a su hija. – Para mí siempre será mi niño. – Buenos días abuela ¿Qué tal has dormido esta noche? – Preocupada por ti Kurt, trabajas demasiado, deberías divertirte más, a mi edad me siento cansada, muy cansada y estoy de acuerdo con tu madre en que busques esposa, me gustaría ver algún bisnieto antes de morir. El joven se levanta y acercándose a su abuela la abraza con adoración. – Tú nunca morirás, siempre estarás aquí para mí. – La anciana señora lo mira y le acaricia las mejillas igual que cuando era pequeño. – ¿Oíste a tu abuela? Ella piensa como yo que deberías casarte. – ¿Ya te están liando Kurt? – Un joven de unos 30 años aproximadamente se sienta a la mesa tras besar en la mejilla a su madre y abuela respectivamente. – Que quieres, soy el primero que se ha levantado. – Mirando a su madre con cinismo – Deberías casar a John ya tiene una treintena de años. – A mí que me deje, ya me vuelve loco todos los días, hoy mamá tienes que molestar a Kurt, él casi siempre se salva de tus tretas. – Aprovechando que estaréis juntos durante la vendimia voy a intentar casaros a los cuatro mayores, ya me ocuparé más delante de los tres pequeños, aun me queda tiempo para ellos. – El que avisa no es traidor. Amor entre uvas en Australia 51 – Hablas sabiamente abuela. Kurt se acerca a una de las ventanas del comedor, pensativo mira a ninguna parte; su mente viaja al encuentro del día anterior, aun siente aquellos labios carnosos, tan cálidos, aquel cuerpo que temblaba en sus brazos, aquella mirada suplicante. ¡Dios! Cómo deseó protegerla. Ágata observaba a su nieto, sabe que algo le preocupaba. “Ese muchacho, trabaja demasiado, demasiadas responsabilidades siempre a sus espaldas.” Pensaba la mujer. El cabello de Kurt bien corto, no excesivamente, pero bien cortado; no tiene rizos, pero tampoco es liso del todo; lo tiene algo revuelto lo que lo hace más atractivo. Hoy lleva unos vaqueros, no demasiado ceñidos, pero pegados al cuerpo. Un cinturón negro rodea la cintura. Una camiseta de cuello con cuatro botones de color verde, tirando a oscura, de manga corta, marca el tono tostado de su piel. Pestañas espesas, ojos grandes y negros como el azabache; cejas largas y amontonadas pero sin tocarse; boca no demasiado pequeña con unos labios gruesos y finos a la vez. Y la nariz recta. Todo ello, marcan las fracciones bien formadas de aquel cuerpo atlético. Kurt siente la mirada de su abuela y se vuelve para hacerle frente. Se miran, ella piensa que su nieto no es el más guapo de sus nietos, pero sí, el más atractivo y el más atrayente. La dama le sonríe y ello hace esbozar una sonrisa a su nieto, es la única capaz de hacer que sonría abiertamente. – Me revienta que siempre seáis cómplices en todo. – La madre de Kurt sentía celos del cariño de su hijo con su madre, pero lo comprendía perfectamente. Ella tuviera a Kurt con veinte años, el padre del niño no quiso casarse con ella y aún recordaba la conversación con sus padres cuando les dijo que estaba embarazada, que no se iba a casar y que deseaba abortar: << – No quiero este niño. 52 Amor entre uvas en Australia – Hija no pretenderás abortar. – Pues sí, hoy en día eso es lo más normal del mundo. – Tais estaba histérica. – ¡No quiero un bastardo! Por qué tengo que cargar yo con todas las culpas. Además aún soy joven, ¿Quién querría casarse conmigo si saben que tengo un hijo de soltera? El abuelo de Tais crecía en furia. – ¿Por qué no pensaste antes en las consecuencias? – Nunca me quisiste, soy tú única nieta y nunca me quisiste. – No digas eso hija, tu abuelo siempre te ha dado todo lo que has querido. – Papá defiéndeme, ellos no me comprenden, diles que es lo mejor. – Hija, en esto, como que no me voy a meter, haz lo que creas que es mejor. – Así siempre ha hecho lo que ha querido, si fueras un hombre y la pusieras a línea, esto no hubiese ocurrido. Los dos hombres se miran a los ojos, durante unos segundos la tensión crece hasta casi desbordarse; Ágata consciente de que los dos hombres que más quiere en este mundo están a punto de explotar, decide intervenir definitivamente. – Bien, te llevaremos a una clínica privada, te practicarán un aborto y todo el problema solucionado. – Para Ágata decir esas palabras era lo mismo que sentir que algo dentro de ella se moría; su nieto, que matase a su nieto. Prosigue, – nunca nadie sabrá jamás nada y tú podrás seguir haciendo tu vida de rica virgen. – ¡No! No dejaré que mate a mi bisnieto. ¡Nunca! – El anciano hecha las manos a la cabeza, se sienta en una butaca, durante unos minutos todo queda en silencio, tras los cuales el amo de Mess-Stone habla lentamente, pero con decisión, con voz implacable. – ¡Tendrás ese niño! Te guste o no, me da igual. – El padre de Tais parece decir algo, pero la frialdad con que le mira su suegro hace que nada Amor entre uvas en Australia 53 salga de su garganta. – Cuando el niño nazca llevará mi apellido; yo lo adoptaré con todas las de la ley, tus padres lo criarán y cuando yo no esté en este mundo, él será el heredero de todo. Tengas los hijos que tengas, sólo Kurt Smiller será el amo y señor de todo >> Kurt guiña un ojo a la cómplice de su abuela y se vuelve a sentar en la mesa, siempre en la cabecera de la mesa, como los patriarcas. – Madre ¿Celosa? – No, pero me molesta que todo sea para ella y yo soy tu madre. – A buena hora te acuerdas... – Una mirada de Ágata a su nieto hace que este no prosiga, por lo cual cambia de tema – Madre deberías invitar a pasar unos días a Lisa Ornas. – Mirando a su hermano John con picardía, continua. – Creo que es un buen partido para éste que está a mi lado. – ¿Qué me dices? John, ¿te interesa esa jovencita? – Mamá, no me líe. – Mirando a su hermano mayor. – ¡Traidor! – Ambos hermanos se echan a reír. – ¿Yo traidor? Madre, si quieres, yo te digo a las mujeres, chicas, jovencitas,... que debieras invitar y te garantizo unas bodas para antes de acabar el año. Tu querido John está prometido con Lisa y no se lo ha dicho a nadie... bueno a mí solamente Ágata observaba a Kurt, su niño, como ella le llamaba, aunque en ese instante estaba de broma le conocía demasiado bien para detectar que algo le estaba preocupando. Recordaba como lo criara, como salió en la vida adelante, como se fue endureciendo su corazón poco a poco. << – Abuela... ¿Por qué mi madre no me quiere? La abuela miraba a su nieto, le rompía el corazón cada vez que aquel niño moreno le preguntaba por su 54 Amor entre uvas en Australia madre. Hijo sí que te quiere, pero está demasiado ocupada con tus hermanos. – No mientas abuela, no me quiere; se ha casado tres veces y todos mis hermanos viven con ella, pero a mí. – Hace una pausa, sus ojos oscuros llenos de lágrimas, – nunca me ha dicho que me vaya a vivir con ella, casi nunca me viene a ver, mis hermanos sí, pero ella no. – Cariño, sabes que sus maridos han sido unos hombres muy raros. – No la defiendas, ¿qué mujer desprecia así a su hijo como hace ella? – Kurt – Ágata lo abraza lo más fuerte que puede, en ese instante entra el Sr. Smiller. – ¿Por qué lloras? – Yo no lloro. – Un Smiller jamás demuestra sus debilidades, en este instante eres un blanco para tu enemigo. Nunca llores delante de nadie, cuando lo hagas que estés solo, tienes que ser fuerte o tus hombres nunca te respetarán. Y menos llorar por alguien que te ha abandonado y que no merece tu respeto. – Tienes razón abuelo. – Levantando la cabeza con arrogancia y muy seguro de sus palabras. – ¿Por qué llorar por quien no te quiere? Esa fue la última vez que Ágata vio llorar a su nieto, fue la última vez que preguntó por su madre, fue la primera vez que en los ojos de Kurt se observaba una frialdad que formaría parte de él, aquellos ojos de dolor que viera durante unos minutos atrás, de repente se habían transformado en indiferencia, frialdad, dureza... >> – Kurt, mañana es la fiesta del comienzo de la vendimia y pasado mañana empezamos la recogida de la uva. ¡Está todo listo! Amor entre uvas en Australia 55 Kurt mira a su hermano John con sorpresa. – ¿Ya está todo listo? – Sí – Dice John con contundencia. – Simplemente queda que me digas, cómo llevas lo de los obreros. – Ya he terminado, están alojados, cuando quieras dispongo todo para empezar pasado mañana si estás de acuerdo. – ¿Pasado mañana empezamos a recoger uvas? ¡Bien! – Emocionado un muchacho que hace su aparición en el comedor en ese instante. – Josué come algo y no te alteres, – le regaña su madre cariñosamente. – Me ha dicho John que estás ayudándole con los viñedos. – Sí – El joven miraba a su hermano mayor esperando que lo aprobase, necesitaba que Kurt estuviese de acuerdo, para él era muy importante. – Me alegro mucho que hayas decidido participar. – ¿Lo dices en serio? – La cara del muchacho de unos veinte años, rubio de ojos azules se iluminó. – Pensé que tú querías que me dedicase a ser otra cosa, no sé químico o algo así. – No, yo siempre he dejado que os dedicaseis a lo que quisierais. Me alegro mucho que te decidieras por la vinicultura, a John y a Richard le vendrá muy bien tener a alguien a su lado. – Ni que lo digas, me encanta cuando este mocoso me echa una mano. – ¿Puedo entonces encarar mis estudios a ello? – Con un gran brillo en los ojos de alegría. – Me encantaría llegar a estudiar para vinicultor y viticultor como ha hecho John y Richard. No sé si seré capaz, pero quiero intentarlo. – Por supuesto que sí. – Pasa las manos por la cabeza. – Durante el invierno estudias y en las vacaciones que John te emplee en los viñedos, que te vaya introduciendo poco a 56 Amor entre uvas en Australia