amor entre uvas en australia

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AMOR ENTRE UVAS
EN AUSTRALIA
Mariola Sampedro Laranga
Amor entre uvas en Australia
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1ª edición
ISBN:
DL:
Impreso en España / Printed in Spain
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Amor entre uvas en Australia
Amor entre uvas en Australia
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Para mi amiga María, mi primera fan y como no, a todos
aquellos hombres y mujeres que mientras leen, disfrutan porque la
vida es dura y unos minutos olvidando la realidad, apaciguan nuestra
tristeza.
Que lo disfrutéis.
Mariola
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Amor entre uvas en Australia
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Amor entre uvas en Australia
Amor entre uvas en Australia
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Capítulo 1
Hoy hace calor, el sol entra por los ventanales del
despacho ricamente vestido dando calor y luz al amplio
cuarto. Kurt observa el jardín, ese lugar donde paseaba con
su abuelo cuando era pequeño, a sus labios asoma una leve
sonrisa de aquellos tiernos momentos. La puerta se abre
dejando pasar a un joven moreno y alto, tras él entra otro
hombre de mayor edad. Kurt se gira hacia la puerta.
– Sentaros – la faz de Kurt cambia volviendo ese vacío a su
mirada y esa seriedad típica en él. – El abuelo no estaba en
sus cabales.
– Pues yo creo que era más listo de lo que pensamos.
– La verdad es que estáis en un buen lío. – Con emoción
dice el mayor de los tres. – ¡Menudo regalo de cumpleaños!
.
– Sí, la edad de cristo – Alan se ríe de su hermano mayor
que seguía con el semblante serio. – ¡Casarte! Eso sí que es
bueno, el viejo quería verte casado.
– A mí no me hace gracia ninguna – Dice Kurt con el ceño
fruncido. – Si fueras tú qué.
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– Pero eres tú. Ya sé que no es para reírse, pero tienes que
estar de acuerdo conmigo, que el abuelo sabía como
conseguir lo que se proponía.
– Pues no pienso casarme.
– Tienes que hacerlo, no hemos trabajado tanto para que se
quede todo en manos de extraños.
– ¿Qué sugerís vosotros?
Durante un momento, los tres hombres
permanecen en silencio, en sus propios pensamientos, no
era fácil buscar una solución.
El viejo Kurt Smiller murió cuando el joven Kurt
Smiller tenía 24 años, enfadado con su nieta por abandonar
a su hijo y con su hija por permitírselo; adoptó a Kurt
como hijo legándole el 60 % de sus bienes a nombre de su
bisnieto Kurt Smiller; el 10 % a su hija Ágata, el 10 % a su
nieta Tais y el resto para los demás bisnietos. La abuela de
los jóvenes cedió su parte a todos los nietos, Kurt le pidió
quedar excluido porque consideraba que el 60 % le era más
que suficiente. Sin embargo, el bisabuelo había añadido una
pequeña cláusula. A excepción de Kurt que era además el
albacea, los demás herederos tendrían poder sobre la
herencia hasta que Kurt Smiller cumpliera 33 años, pero
tendría que casarse y mantener su matrimonio durante dos
años. Pero eso no era todo, la joven esposa debería ser
española, el incumplimiento hacia que la herencia pasara a
manos de una asociación benéfica.
– Creo que tengo la solución. – Eduardo habla
tranquilamente. Los dos jóvenes observan al abogado y
amigo de la familia desde hacia años. Un hombre bajo y
regordete de unos sesenta años, con una cara que inspiraba
confianza y unas marcadas patas de gallo, quizá porque
siempre estaba sonriente; ordenado, elegante y muy
sensato. – ¡Cásate! No es tan malo el matrimonio.
Alan suelta una carcajada, su hermano lo mira
enfadado.
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– ¿Te parece gracioso? No entiendes la gravedad del
asunto, no eres consciente de que lo perderéis todo, yo
tengo los laboratorios y el 60 % del resto, pero vosotros
tendréis que ir al paro.
Alan suelta otra carcajada – siempre podré pedirte
trabajo.
– Sabes que no es por el dinero, soy demasiado orgulloso
para querer perder algo que con tanto trabajo y esfuerzos
hemos mantenido. Unas tierras que durante más de un siglo
han pertenecido a la familia. – hace una pausa para tomar
aire – sí, durante generaciones. – Se detiene pensativo para
añadir tras unos minutos – el abuelo no sé que pretendía
conseguir con esto.
Eduardo lo sabía perfectamente; recordaba cuando
el viejo Smiller fuera a su oficina para hacer el testamento.
Era un día húmedo de lluvia, el señor Smiller llevaba puesta
una gabardina que traía empapada en agua. Al parecer había
estado pensando a la vez que daba un paseo bajo la lluvia;
quien lo conociese sabría que era algo insólito en él,
pasear en tales circunstancias.
Tras contarle sus pretensiones, el abogado se
escandalizó, manifestando su disconformidad. Habían
pasado ya diez años desde aquella conversación, sin
embargo, la recordaba como si hubiera ocurrido ayer.
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– Kurt, no puedes condicionar a tu nieto a que se case, no
es justo.
– Si no lo obligo, no se casará, no tiene tiempo para buscar
mujer, odia el matrimonio y conociéndolo, es capaz de no
enamorarse. Lo recuerdo desde muy pequeño trabajando a
mi lado y estudiando al lado de Richard. – El señor Smiller
se sienta en un sillón de cuero y aún así llenaba aquella
estancia con su presencia.
– ¿Y si a pesar de todo no quiere casarse?
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Amor entre uvas en Australia
El viejo se levanta y se encamina hacia un gran
ventanal, mira a través del cristal, desde allí se puede ver el
río Swan que embellece Perth.
– Sé perfectamente que a él no le importaría perderlo todo.
– Dice como divagando. – Es un luchador. – El caballero
se gira para mirar a su amigo y abogado. – No sólo lo
recuperaría si se lo propusiera, sino que es capaz de partir
de cero y hacer una empresa más grande.
– ¿Entonces? No te comprendo.
– A él no lo he incluido en la cláusula, porque ya ha
luchado demasiado y ha pagado demasiado cara su
posición. Para él llevar el apellido Smiller le ha supuesto
mucha responsabilidad.
– Me das la razón.
– No, sé que lo hará por su familia, por sus hermanos que
ha cuidado desde siempre – sonriendo con satisfacción de
saber que tiene razón. – Este chico es el protector de todos
sus hermanos no permitiría que perdiesen sus tierras, jamás
dejaría que su madre sufriese la humillación de carecer de
sus privilegios, y sobre todo nunca consentiría que su
abuela tuviera que compartir Mess-Stone.
– Le has enseñado bien – añade Eduardo suspirando.
– Sí que le he educado estupendamente. Es el mejor de
todos los Smiller, en todos los sentidos y como buen
Smiller ha heredado su orgullo y no permitirá que nadie les
arrebate lo que durante generaciones es nuestro.
– ¿Por qué española?
El anciano con aire melancólico suspira antes de
continuar.
– Cuando tenía 19 años conocí una joven asturiana de la
que me enamoré. Sí, no me mires así. Yo también me he
enamorado. Aún hoy en día sigo enamorada de ella, la dejé
porque era un Smiller y tenía que casarme con la mujer que
me habían elegido. Aprendí a amar a mi esposa, pero nunca
la quise como a mi española. ¿Sabes? Aún es hoy el día que
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en mis sueños aparece ella, cada noche, nunca la dejé de
amar. Creo que tengo una deuda conmigo mismo, sé que si
Kurt conoce una mujer como la que yo conocí, él no la
dejará porque es más valiente que yo, sé que se enamorará
de ella. Estoy seguro.
– No creo que sea buena idea Kurt.
– Para que funcione nadie sabrá este acuerdo, llegado el
momento sólo Kurt, Alan y tú
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– Tengo la solución – dice Alan tras pensar.
– Espero que sea una buena idea.
– ¡Cásate! –hace una pausa. – Buscamos una mujer
necesitada, le pagamos por el matrimonio. Hacemos que
nos firme un acuerdo prematrimonial en donde no reclame
nada; que acepté el divorcio tras dos años. El abuelo no
dice nada a que ella viva contigo, así que le decimos que no
puede presentarse aquí. Cómo tiene que ser española, pues
España es a donde vamos a ir a encontrarla. – Hace otra
pausa muy emocionado por la solución. – La distancia es
enorme, por lo cual menos problemas, pasado los dos años
tú vuelves a ser soltero, todos tenemos lo nuestro, nadie
pierde nada y ella sale ganando.
– No me parece ético – dice Eduardo poco convencido,
moviendo la cabeza en señal de desacuerdo.
– ¡Estáis locos! Es inaceptable. – Kurt manifiesta su
discrepancia, casarse por obligación como que no le gusta,
a él nadie tiene que decirle lo que hacer con su vida. El
abuelo había enloquecido cuando tramó semejante
chifladura.
– Entonces hermanito – con falsa decepción, pero sí
preocupado – todo perdido, piénsatelo. A Samuel y a Josué
se les disiparán oportunidades, ellos son los más jóvenes.
Nos quedaremos sin nada. Aunque no estemos en la calle,
sí, perder lo que es nuestro no parece muy justo. – El
cinismo que Alan Smiller utilizaba sonaba dudoso.
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– Lo que yo tengo lo comparto con vosotros, a mí no me
supone un esfuerzo.
– Gracias hermanito... pero ¿Estarías dispuesto a compartir
las tierras que con tanto trabajo consiguieron nuestros
ancestros? ¿Aceptarías que extraños metieran las narices en
nuestros asuntos, en lo que con tanto cariño y pasión,
hemos luchado para ponernos a la altura de los mejores?
¿Estarías dispuesto a compartir Mess-Stone con extraños?
Kurt se queda pensativo, su bisabuelo lo había sido
todo para él, le había enseñado todo lo que sabía sobre las
uvas y sus productos, cómo llevar el rancho, cómo
enfrentarse a los problemas, cómo hacerse cargo de tanto
personal... Lo recordaba siempre trabajando, siempre
preocupado por tanta responsabilidad y por todas las
personas que de alguna manera directa o indirectamente
dependían de él. Recordaba cosas estupendas del viejo
señor Smiller; le había enseñado a montar a caballo, a
conducir, a jugar al fútbol, a amar aquella tierra y ver la
hermosura que manaba de ella.
– Y porqué no te casas y te la traes a vivir aquí, quizá con el
tiempo la llegues a amar.
Kurt no sabía si gritar o romperlo todo. Tras un
largo silencio.
– Kurt, no pretendo presionarte, – dice su hermano, –
pero... algo tenemos que hacer.
– Creo que la mejor idea es la de Alan. Tú, Eduar, irás a
España y me encontrarás esposa – su tono insolente
desbordaba. – ¡Ojalá funcione! Me gustaría llevar algo más
de un par de meses casado antes de mi cumpleaños, por las
posibles dudas legales. Así pues, que sea con prisa, escasea
el tiempo. Pero quiero dos condiciones, asegúrate de que
nunca venga aquí y por supuesto deseo fidelidad, no quiero
ser un cornudo apaleado.
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– No seas iluso. ¿De verdad crees que existen mujeres que
sean fieles con semejante acuerdo? – Alan estaba atónito
ante tales condiciones.
– Haré los preparativos para mi viaje, que Dios nos ayude,
porque esto es una locura – casi en un susurro sin que los
chicos le oigan. – Mi viejo Smiller tus bisnietos son más
listos de lo que tú te creías.
Eduardo sale del cuarto dejando a los dos jóvenes
conversando.
– Gracias Kurt, sé que para ti esto es...
– No digas nada Alan – le interrumpe su hermano – soy el
mayor.
– ¡Eh! Solamente me llevas dos años.
Ambos se miran, siempre habían estado juntos, se
entendían sin palabras.
Alan no puede entender porque el viejo Smiller los
había incitado a aquella situación tan poco ética, sobre todo
conociendo sus valores. Recordaba que toda la familia, le
llamaba abuelo en vez de bisabuelo, curiosamente Kurt le
llamaba por su nombre de pila.
Una vez estando en Ciudad Jardín los tres, el abuelo
le había preguntado por qué le llamaba Kurt en vez de
abuelo o papá. Su hermano tendría unos trece años,
aproximadamente; el joven se puso muy serio y sentándose
al lado de Alan, pensativo, añade: “ porque papá no es una
palabra a la que yo tenga respeto; abuelo no es como siento
que eres, sí para mis hermanos, pero no para mí”. La cara
de decepción del abuelo no pasó desapercibido para Alan.
El joven Kurt se levantó y se colocó enfrente de su
bisabuelo y mirándolo a los ojos añadió: “ para mí tú eres
mucho más que un padre, más que un amigo, más que un
compañero. Tú lo eres todo”
Alan aún recordaba el brillo en los ojos de su
bisabuelo desbordaban felicidad al escuchar a Kurt.
Recordaba que había sentido una gran envidia por ese
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sentimiento que los unía a ambos, pero también le
embargara una enorme tristeza, el pensar que Kurt
solamente tenía a su bisabuelo; por eso siempre intentó
estar a su lado y ayudarle en su enorme carga, llena de
responsabilidad.
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Capítulo 2
La alameda está solitaria, no se ve a nadie en toda la
herradura, ya llevaba cuatro vueltas a ella, realmente estaba
vacía, pero era lógico, únicamente a Samanta se le ocurriría
pasear lloviznando. Llevaba una gabardina que le cubría
casi hasta los pies, unos grandes zapatones que le tapaban
hasta el tobillo, que le resguardaba los pies de ser mojados
por la lluvia; pegadiza era esa llovizna típica de Galicia. Se
cruza los brazos dándose unos golpecitos contra los
hombros para darse calor, ¡esa humedad de su tierra! Sus
manos cubiertas por las manoplas, estaban calientes allí
dentro. Durante breves minutos se detiene para admirar la
catedral; a esas horas de la tarde ya la noche cubría la
ciudad y la catedral desde allí se podía contemplar
majestuosa e imperiosa. De los labios de aquella mujercita
asoma una leve sonrisa, como si la madre de la ciudad le
acariciara con la mirada la tristeza que de ella salía.
Vuelve a avanzar, camina lentamente, no tiene prisa
y semeja tener mucho en que pensar. Levanta el cuello de la
gabardina para cubrirse la cara por hallarse fría. Suspira con
fuerza como queriendo sacar de su mente algún mal
recuerdo que la atormenta y con fuerza sacude la cabeza.
Llegada a la entrada de la alameda se sienta a los pies de
uno de los leones que guarda con soberbia la entrada. Saca
las manoplas y se cubre las manos con la cara, intenta
contenerse y no echarse a llorar, cierra los ojos y deja que
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sus recuerdos la embarguen a lo mejor así consigue aclarar
sus ideas.
Recuerda su infancia, fue muy buena, sus padres
siempre le dieron de todo, nunca careció nada. Tuvo
mucha suerte porque el matrimonio de sus padres estaba
lleno de amor. Recordaba con cariño cada vez que su
madre reñía a su padre por gastar demasiado dinero
jugando. Ahora ya hacía un mes que habían muerto en un
accidente de tráfico, apenas los había enterrado cuando el
banco la desalojó de la casa que ella creía de sus
progenitores. Cuando el director del banco le dijo que no
tenía nada, que todo estaba embargado, no podía creérselo.
Parecía ser que su padre había jugado demasiado y las
deudas en vez de disminuir, se habían ido acumulando;
creciendo de una manera desorbitada. Estaba en la calle,
verdaderamente en la calle, sin dinero... sin nada de nada...
había intentado pedir ayuda a los amigos, pero... amigos
simplemente los tienes cuando no los necesitas... después...
no existen.
De uno de sus bolsillos sale un suave sonido que
acaricia cálidamente sus tímpanos, sonríe al pensar que
siempre le es grato oír el eco del timbre de su móvil. Lo
toma en sus manos aún desnudas y con contundencia
contesta.
– ¿Diga? – Escucha con interés – ¡Hola cariño! Sí, voy
ahora para ahí... en el sitio de siempre, ¿no? ¿Entonces
dónde? Vale... ahora estoy ahí – Guarda el móvil y se
levanta para ir al encuentro de la persona que le había
llamado. No tardó demasiado en llegar, puesto que no
estaba muy lejos.
Entra en la cafetería del hotel Arasdegoney. Siempre
había deseado tomarse un café allí, en aquel sitio tan
elegante. Sin embargo, le hubiera gustado ir con un
pantalón roto, desaliñada, le hubiese apetecido dar una
apariencia confusa, por mera curiosidad. ¿La echarían? Sin
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embargo, nunca se presentó tal ocasión y aunque hoy no
iba muy elegante; no obstante, iba bien vestida. Gracias a
dios sus padres siempre le habían comprado ropa a la moda
y de buenas marcas, no demasiado caras, pero sí... “de
marca popular”, por así decir. Por supuesto, de precios
dentro de lo posible.
Nada más llegar al lugar se quita las manoplas y la
gabardina. Hoy llevaba un pantalón negro de lino
ajustándose a sus caderas, resaltando su esbelto cuerpo y
remarcando su figura. Un TOP de lana corto en gris claro
de cuello redondo, puntualizaba su pecho bien formado,
dejando entre ver como quien no quiere la cosa su cintura.
Llevaba su negro cabello recogido en un moño y unos leves
mechones caían sobre su cara. Sus ojos que parecían
negros, no dejaban de mirar a su alrededor en busca de una
cara conocida, sin percatarse que era objeto de las miradas
lujuriosas de los hombres que allí estaban. Una voz familiar
hace que se dirija a ella
– ¡Hola Félix! – Le sonríe cariñosamente.
– Me siento acomplejada cuando estamos juntas.
– Sí ¿Por qué?
– Te has sacado la gabardina y todos los hombres te han
mirado con ojos libidinosos – Samanta se echa a reír.
– No digas tonterías – Respira profundamente – Es a ti a la
que miran, ¡Eres preciosa!
Samanta mira a su amiga con cariño, de verdad que
era bonita, una mujer rubia de ojos azules estaba delante de
ella; no sabía cómo su madre le llamara Félix, un nombre
de hombre, pero Samanta siempre le había gustado ese
nombre; le sonaba bien. Era alta, sus medidas y sus formas
eran las ideales, Félix trabajaba en un gimnasio de profesora
de aeróbic, por eso a sus treinta y tres años tenía un cuerpo
para envidiar.
– Sé que me miras con buenos ojos.
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– No seas mema, Félix, tienes que sacarte los complejos,
cuando yo tenga tu edad espero estar como tú.
– ¿Tú crees?
– Sí que lo creo, el problema es que tu marido no te lo dice
muy a menudo, pero únicamente tienes que mirarte en el
espejo.
Las dos amigas hablaban sin advertir que eran
observadas por un caballero trajeado que estaba enfrente de
ellas. Samanta y Félix conversaban con melancolía
recordando viejos tiempos, la tristeza de las dos mujeres no
pasaba desapercibido por el individuo que las vigilaba.
– Sam – su amiga siempre la llamaba así cariñosamente. –
Tienes que empezar a aparcar el pasado e intentar mirar el
futuro.
– No sé que te diga, tengo veintiocho años, con poca
experiencia, no consigo encontrar trabajo, no sé para que
haya estudiado fotografía por ordenador, no me vale para
nada, nadie me quiere contratar. Y si no encuentro trabajo
no sé cómo voy a hacer para terminar de pagar las deudas
de mi padre, ya no me queda nada.
– Yo... – Samanta la interrumpe.
– No digas nada, tú ya me has ayudado bastante y tienes
una familia que mantener y más ahora que tu marido ha
empezado una empresa y estás esperando un bebé.
– Pero me gustaría ayudarte.
– Ya haces suficiente dejándome vivir en tu casa.
– No tienes familia, y tú para mí eres como mi hermana
pequeña.
– Lo sé, yo también te quiero.
Félix mira la hora del reloj y con cara de
preocupación. – Me voy que ya llego tarde.
– Yo me quedo aquí un rato más.
No pasaron dos minutos de la marcha de Félix
cuando el caballero que las observaba se acerca a ella y se
sienta.
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– Perdón – Dice el individuo amablemente y con mucha
calma.
– Sí ¿qué desea?
– No pude evitar oír la conversación que manteníais su
amiga y usted.
– No le enseñó su madre que las conversaciones de los
demás no se deben escuchar.
– Sí, pero creo que esta vez no he hecho mal.
Samanta lo mira fijamente, pretende intimidarle; es
un método que suele utilizar habitualmente con los
muchachos, pero aquel personaje de muchacho no tiene
nada; es un hombre ya más que experimentado.
– ¿Bien y en que le puedo ayudar?
Samanta lo observa. No muy alto, con algo de
barriga, utiliza unas gafas que sujeta bien con su nariz
respingona. Apenas tiene cabello, pero el poco que tiene, ya
canoso. Unos sesenta años, aunque no los aparenta, el traje
de corte impecable; se aprecia que es una persona
cuidadosa en la apariencia personal y sobre todo que tiene
dinero. Con cara afable, pero serio, le dice a Samanta lo que
quiere de ella.
– Por la conversación que le he oído deduzco que le hace
falta dinero... – Samanta lo interrumpe enfadada.
– No creo que usted y yo tengamos nada de que hablar, no
me gusta nada su conversación... – El sujeto la interrumpe
nuevamente.
– ¡Espere por favor! No sabe aún que es lo que le voy a
decir. – Como Samanta se levanta, él hombre la sujeta por
el brazo y con una leve sonrisa, mostrando sus dientes
perfectos y blancos, y con esa pronunciación de un
extranjero que habla no muy bien el español. – No es nada
deshonroso ni nada fuera de la ley, se lo prometo.
Samanta se lo piensa brevemente, tras el cual se
vuelve a sentar, piensa que no le hará daño escuchar a aquel
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pobre hombre que debe no estar muy bien de la cabeza.
Los ricos pocas veces están bien de la cabeza.
– Está bien, usted dirá.
– Necesito una esposa durante dos años.
– ¡Usted está loco!
– Escúcheme y yo le explico. – Como Samanta se levantaba
otra vez, él le suplica que termine de escucharle y si no
quiere pues, no pasa nada, pero que le deje terminar todo lo
que tiene que decir; ella accede a prestar atención.
– Mire, yo me llamo Eduardo Calmierns soy abogado de la
familia Smiller.
– Lo siento. No sé quienes son, pero seguramente muy
conocidos en su casa – con cinismo suelta Samanta.
– Claro que no los conoce chiquilla, pero tampoco es
necesario por no decir que es mejor que no los conozca. Es
una familia muy rica de Australia, bastante conocida en el
mundo empresarial por sus negocios en el campo de la
investigación química.
– Y ¿Para qué me quiere a mí?
– Verá, exclusivamente necesita saber que debido a una
herencia, el cabeza de familia, necesita estar casado durante
dos años. – Hace una pausa para tomar aire antes de
continuar diciendo. – Ahí es en donde entra usted.
– No entiendo por qué yo.
– Mire, si busco una profesional, seguramente termine por
no respetar el contrato.
– Si es tan rico cualquier mujer querría casarse con él y sin
necesidad de que sea fea, incluso podría elegir una persona
con clase.
– Eso es cierto, pero él sólo quiere una mujer que sea
extranjera, que no le conozca de nada, que esté dispuesta a
respetar el matrimonio mientras dure, en todos los
sentidos, y que no se le ocurra ir a Australia exigiendo nada.
Se casarían por poderes y nunca se verían.
– Muy práctico su jefe.
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– No lo crea, es un buen hombre, se lo digo en serio, pero
le obligan a hacer algo que no quiere. Y que mejor que
cumplir lo que su abuelo quiere sin necesidad de
comprometerse en ningún aspecto.
– ¿Y yo que se supone que salgo ganando?
– Durante ese tiempo tendrá de todo como la señora
Smiller, incluso podrá montarse un negocio; si es inteligente
y sabe jugar bien sus cartas puede llegar a reunir una bonita
cantidad de dinero.
– No pretendo que nadie me mantenga.
– Perdone... no pretendía ofenderla..., pero sí puede montar
su negocio... para poder ser independiente que parece ser lo
que le gusta a usted.
– Y únicamente con casarme con él... por poderes... me
suena algo raro.
– Solamente tendrá que casarse, no ser infiel durante ese
tiempo, comportarse como la señora Smiller.
– ¿Qué se supone que tiene que hacer la señora Smiller?
– Como esposa de un hombre de posición deberá
respetarlo en todos los sentidos. Y por supuesto lo básico
es no ponerse en contacto con Australia, ni con la familia
Smiller, ni aparecer por allí.
– Me parece estar soñando, es la cosa más rara que nadie
me ha propuesto. Y además tiene la arrogancia de pedir
fidelidad, eso sí que es increíble ¿Por qué yo?
– Porque usted necesita una oportunidad y su mirada es tan
triste que me gustaría sacarle parte de sus problemas de
encima – mire, quizás éticamente no sea correcto, pero
todos saldremos ganando y sin hacer daño a nadie.
Eduardo le miraba con tanto cariño y tanta
protección que por unos segundos Samanta se sintió
tranquila. En apenas unos minutos por su mente se llena de
pro y contra, pero gana el contra; el banco la estaba
asfixiando y no sabía ya que hacer para liquidar las deudas.
No era justo que Félix la estuviera manteniendo... eran
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tantas cosas que... sí, lo mejor era aceptar el ofrecimiento,
parecía ser que aquel señor era su única salvación.
– La realidad es que me gustaría rechazar su oferta, casarse
por una herencia me parece una opción dramática, pero
estoy tan desesperada que esta expectativa, aunque drástica,
me parece que no es una tan mala elección, acepto su
ofrecimiento.
– ¡Genial! Prepararé todo lo que haga falta, a ver si en
menos de una semana pueden ustedes casarse, yo seré el
novio por poderes.
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Capítulo 3
– ¡Estás loca! ¡Si te descubre te matará! – Félix está nerviosa
y muy preocupada por su amiga. – No vayas, prometiste a
Eduardo no ir allí, dentro de unos meses os divorciaréis y
podrás continuar tu vida. Tu negocio va viento en popa, –
suplicante. – No vayas, por favor, no te lo has pensado
bien.
– No te preocupes. – Toma las manos de su amiga entre las
suyas y las aprieta con fuerza, para transmitirle una
seguridad y tranquilidad que ella estaba muy lejos de sentir,
pero que no deseaba que Félix lo supiera. – Él no se
enterará nunca. He conseguido que me seleccionen para
trabajar en la vendimia de la uva, como recolectora. Una
vez que le vea diré que no tengo ganas de seguir o que no
lo soporto y me vuelvo. – Con un fuerte suspiro de
decisión. – Una semana, solamente estaré una semana, tras
la cual regreso a casa. ¿Vale? Simplemente es para verle una
vez. Me mata la curiosidad.
– ¡Dios mío oyéndote hablar parece tan fácil Sam!
– Lo es.
– ¿Por qué ese empeño en conocerle?
– No sé, pero casi dos años de matrimonio con él... ¡me ha
entrado la curiosidad! Estoy muy intrigada, dentro de pocos
meses dejaré de ser la señora Smiller, algo dentro de mí dice
que... que tengo que ir, que tengo que averiguar... algo, es
una sensación que ha ido creciendo poco a poco dentro...
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Amor entre uvas en Australia
– Sigo pensando que estás loca, crémeme, cuando te digo
que me parece peligroso, ese acuerdo lo dejaba bien claro.
Samanta se ríe con ganas – Mujer cambia esa cara,
parece que un asesino anduviese detrás de mí.
– Sabes lo que te dijo Eduardo cuando te casaste – Aquel
día vuelven a la mente de las dos mujeres.
La primavera estaba pronto a salir, aunque por el
día que hacía se diría que estaban en ella. Samanta llevaba
toda la noche despierta, intranquila; no las tenía todas con
ella, aún no estaba segura de lo que estaba haciendo, pero
sabía que en ese momento era lo mejor para ella; sí,
recordaba cuando Eduardo llamó al banco y en dos
minutos dejó de ser una morosa. Se lo había solucionado
todo en un abrir y cerrar de ojos, como se solía decir
cuando algo era rápido.
Félix y su marido Chus, habían ido a buscarla a
casa; Eduardo los esperaba en el ayuntamiento de Santiago,
edificio antiguo y hermoso.
Al salir del vehículo, Eduardo, le estaba aguardando
debajo de uno de los arcos del maravilloso edificio, al
tomarla de la mano sintió como sus ojos dejaban de
funcionar, se estaba mareando, Eduardo la sujetó por la
cintura y la miró a la cara con una sonrisa tan grata que ella
pareció tomar fuerzas.
El breve recorrido hacia la sala de bodas del
ayuntamiento fue presuroso, pero a ella le pareciera
demasiado largo, quizás porque dentro de ella algo le decía
que se estaba equivocando y deseaba que todo aquello
rematara ya.
La boda había sido muy rápida. Samanta había ido
vestida de vaqueros, como rebelión a la boda y Eduardo
con un traje perfecto como el día que le conociera. Fueran
Félix y su marido como testigos; en diez minutos todo
había pasado, de ser una chica soltera se convirtiera en
casada.
Amor entre uvas en Australia
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Ya fuera, en la plaza y ante la catedral, se estaba
despidiendo de Eduardo pues ya se iba. La apartó un poco
de los demás diciéndole muy serio y con tono de
advertencia. “– Recuerda el trato, nunca podrás presentarte
allí para nada, discreción y recuerda fidelidad, dos años
pasan pronto.” Samanta le extendió la mano y no dejó de
mirarlo mientras se alejaba hacia el coche. Una vez el
vehículo desaparece de su vista, posiciona la mirada hacia la
hermosa catedral; no era simplemente un lugar religioso,
sino también era un sitio lleno de paz y tranquilidad. Ese
edificio de tantos siglos, construida en tantas épocas
distintas, a ella le daba una paz y una serenidad sólo con
mirarla, que a veces, la desbordaba.
Samanta no entiende el porqué ese empeño de su
marido de que ella fuera fiel, se sonríe, marido, que palabra
más hipócrita.
– Venga no hagas caso a esa “chorrada”, nunca sabrá que yo
he ido allí, y si me descubre me regañará y luego me
mandará de vuelta a mi país. – Dándole un fuerte abrazo. –
Tranquilízate Félix, una semana pasa pronto.
– No sabes dónde vive, no sabes nada de nada.
– En dos años he averiguado alguna cosa.
– ¿Has estado indagando? ¿Cuánto tiempo llevas planeando
esta aventura?
– Sinceramente no, bueno, hasta hace muy poco no. Lo
que pasa es que alguna vez he leído algún artículo, sobre la
empresa que tienen de química. Créeme, por casualidad. Es
que su nombre aparece en muchas revistas de empresas.
– ¿Cómo que revistas? ¿Qué... has estado haciendo? Y no
me mientas.
– Es que... en Internet... en algunas páginas sobre sus
trabajos de investigación...
– No sé, pero no te creo. – Su amiga estaba asustada. –
Deberías mantenerte al margen.
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Amor entre uvas en Australia
– Sí, lo sé, pero la curiosidad es mayor, – con una sonrisa
pícara.
– La curiosidad mató al gato.
– No seas tan drástica. – Se ríe Samanta.
Samanta iba vestida de sport, consideraba que el
viaje era demasiado largo y esa era la ropa idónea. Félix
llevaba un conjunto pantalón color salmón que le hacía
resaltar su cabello largo y bien peinado. Los ojos azules de
Félix mostraban una inmensa preocupación por la
insensatez de su amiga.
– Te perderás.
– ¡Mujer! He hecho averiguaciones, sé que tienen un gran
rancho familiar donde crían caballos y tienen grandes
extensiones de viñedos, también familiares. Cerca de Perth.
– Se detiene un momento para recordar – creo que se llama
Mess-Stone, sin embargo, creo que mi amo y señor – se ríe al
decirlo. – Tiene una gran empresa química, aunque no
estoy segura donde. La verdad, no he indagado mucho
sobre el asunto. – Se encoge de hombros con paciencia. –
Lo justo... para llegar, mirar y regresar a casa.
– Está bien. – Se resigna Félix, diga lo que diga su amiga no
va a cambiar de opinión. – Prométeme que te vas a cuidar y
pase lo que pase, me llamas, ¿llevas el móvil? – Samanta
afirma con la cabeza. – Así que no tienes perdón.
– Tranquila cariño, te llamaré todos los días y no te
preocupes, en una semana estaré de vuelta. El negocio
estará cerrado todo este mes, por favor vigila el correo, he
puesto tu nombre en mi cuenta del banco para que puedas
hacer lo que proceda.
Se oye a una jovencita por el altavoz avisando a los
pasajeros del vuelo de Samanta para que embarquen.
– Ya te vas. – Félix comienza a llorar. – ¡Dios mío!
Samanta, algo me dice que...
– No seas tonta. – Abraza a su amiga para tranquilizarla –
No me pasará nada.
Amor entre uvas en Australia
29
Se besan, se abrazan y se hacen promesas.
– ¡Cuídate! ¿Me oyes?
– Te lo prometo, da un beso al bebé y otro a Chus.
Samanta embarca en el avión y mientras despega,
Félix con lágrimas en los ojos dice adiós con la mano; unos
brazos le rodean la cintura cariñosamente. – No te
preocupes por ella, estará bien, sabe cuidarse sola.
Félix se gira y mira a su marido. – Lo sé, pero tengo
un presentimiento, algo malo va a ocurrir allí y yo no estaré
para protegerla, está acostumbrada a que la vida sea fácil
para ella y mi interior me dice que va a sufrir mucho en ese
país y que va a madurar de golpe.
– Tú y tus presentimientos, estará bien.
30
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 4
Tres días le lleva el viaje a Australia. Primeramente
se había desplazado desde Santiago hasta Madrid. Una hora
de vuelo. El siguiente avión la llevó hasta Londres; en
donde tuvo que correr para no perder el siguiente vuelo
que la llevaría a Brisbane, capital de Queensland. Le
hubiese gustado detenerse en Perth, pero la persona
conocida que le había buscado el trabajo en Mess-Stone
estaba en Sydney; debía entrevistarse antes con él; por lo
que no le quedó otro remedio que tomar otro avión que la
llevase a Sydney.
El avión aterrizó en Sydney con éxito, el día estaba
grisáceo, muy contrastado con el paisaje que dejara en su
tierra. Fin del invierno en Galicia, comienzo del otoño en
Australia. Se siente triste, quizás, piensa ella, debido al largo
viaje; está sumamente cansada, pero aún le queda mucho
recorrido. Samanta tiene que buscar ahora un taxi que la
llevase a la dirección que tenía apuntada en un papel.
¡Qué hermoso y asombroso! Cuando su cuerpo
asomó a la salida del inmenso aeropuerto, uno de los
muchos que había en aquella enorme ciudad. Un río
inesperado y maravilloso asomaba ante ella como un manto
que daba calidez a su nerviosismo. Durante unos minutos
permanece inmóvil mirando como perdida con una
sensación que le cortaba la respiración.
Amor entre uvas en Australia
31
El viaje a la embajada fue entretenido, le parecía
curioso que atravesara el río, un rato más tarde un túnel y
otra vez atravesando el río, como si diese un rodeo. Al salir
había dejado el aeropuerto a la derecha y ahora al volver a
cruzar el río este se quedaba a la izquierda, ¡impresionante!
Otro túnel que dejaba el aeropuerto encima de ellos.
Samanta piensa por un momento “mira que si se cae un
avión en esta pista y se derrumba todo”, siente una pequeña
presión en el pecho “quizá sea algo de claustrofobia” el
pequeño recorrido comienza a hacérsele demasiado largo.
No tardan mucho en ver casas, hermosas casas que
le recuerdan a las pequeñas urbanizaciones que ahora
comenzaba a estilarse en su tierra. ¡Qué hermosura! La casa
con su pequeño terreno alrededor de ellas todas en fila
como en los olivares.
Al fin ve edificios, lo que le indica que no puede
estar muy lejos. Y finalmente su destino. Un enorme
edificio se levantaba ante ella, se desilusiona, pensó que
sería más llamativo o más impresionable, pero no, un
vulgar edificio enorme.
Un joven alto y rubio de ojos azules, vestido de
militar, la estaba esperando.
– ¡Qué hermosa estas!
– ¡Leandro!
Ambos jóvenes se abrazan cariñosamente.
– Antes de nada tengo que decirte que me debes una muy
grande...
– Lo sé, no sabré como pagártelo – le interrumpe ella.
– Si mi hermana se enterase que estoy aquí y que te he
ayudado me matará.
– También lo sé, pero piensa que estaré en deuda contigo
siempre – cambiando de conversación – Sydney es
impresionante, de grande y de – tartamudeando de
asombro – y de todo, es increíble…
32
Amor entre uvas en Australia
– Pues esta noche te llevaré a cenar y a ver… mejor me
espero y te lo enseño.
Leandro, la lleva a ver la bahía de Sydney, según le
explica su acompañante, también conocida como Port
Jackson, lugar en donde se sitúa una gran aglomeración de
población. Samanta se queda boquiabierta al cruzar el
puente del puerto de Sydney, el cual soporta carriles para
coches, vías de tren y un carril incluso de ciclo vía. No
había salido nunca de su país por lo que todo aquello la
impresiona.
Leandro, como no, le enseña también la ópera de
Sydney una de las maravillas más fotografiadas por los
turistas.
Antes de cenar dieron un pequeño paseo a pie por
el puerto y para rematar acabaron en el famoso casino de
Sydney, lugar lujoso, lo que a Leandro le gustaba.
Entraron en el restaurante y cenaron en un rincón
algo apartado, íntimo, con una hermosa vista de la bahía.
– Bueno señora Smiller ¿cómo se va a defender aquí?
– No me llames así, estoy de incógnito, me matarían si
supiesen que estoy aquí.
El joven suelta una risotada.
– Mira que tienes ganas de buscarte problemas.
– Eso sí es verdad. Bueno gracias a mi excelente inglés
aprendido desde niña no creo tener problemas de
comunicación.
– Ya verás cuando te des cuenta de que el inglés que hablan
aquí a veces no es fácil de comprender. Cuando te
encuentres con emigrantes, los hay de todas partes y te vas
a encontrar con muchos sonidos distintos del mismo inglés.
– Poco a poco me iré acostumbrando, además espero echar
el menor tiempo posible.
La joven observa a su amigo, sus gestos tan finos e
impecables, cuidadoso en todo. Le encantaba las cosas
Amor entre uvas en Australia
33
caras y buenas, él joven se ocupó de pedir la cena, por
supuesto como no, típico del lugar.
– Por cierto ¿cómo están los míos? – Dice Leandro
mientras la observa con detenimiento.
– Félix, desde que ha tenido el bebé, está más bonita; Chus
la mima más. Y en cuanto la criatura se parece a ti en todo.
– He visto las fotografías y sí que tienes razón, soy yo de
chicuelo.
Siguieron hablando hasta la madrugada, pasearon
por toda la ciudad poniéndose al día de tantas cosas, hacia
varios años que no se veían, así que era mucho lo que
tenían que contarse.
Leandro era el único hermano de Félix, además era
el mayor de los dos. Al igual que su padre se alistó a las
fuerzas armadas, con la diferencia de que su padre se quedó
en cabo y Leandro se había preparado en idiomas, ciencias
políticas y protocolo. Además, era capitán. Llevaba desde
hacía diez años de embajada en embajada y le encantaba.
Hacía un par de meses lo trasladaron a Australia y Samanta
le pidió ayuda para llevar a cabo su plan, claro, para ello no
podía contarle a su hermana a dónde lo habían destinado, él
prometió guardar el secreto por el momento.
Leandro fue el que se encargó de averiguar todo
sobre la familia y se sorprendió mucho al averiguar quienes
eran los nuevos parientes de Samanta. Le advirtió de que
tuviese cuidado que con ellos no se podía jugar y menos
con el que era su esposo, Kurt Smiller.
– Samanta no sé si podrás aguantar el ritmo de trabajo en la
uva.
– Sí los demás pueden, yo también.
– Esta gente lo lleva haciendo toda su vida, están más que
acostumbrados. Sin embargo, a ti desde siempre te lo han
dado todo...
– No me digas eso – le interrumpe ella con tristeza, en el
fondo sabía que tenía razón.
34
Amor entre uvas en Australia
– ¿Quieres que te sea sincero?
– Por supuesto, llevamos toda la vida de amigos, si tú no
me lo pudieses decir entonces...
– Samanta, – dice el joven con tranquilidad, – un ordenador
no es lo mismo que una cesta, sentarse y retocar no es lo
mismo que agacharse y recoger frutos.
– ¿Las uvas no están en parras altas?
– Veo que no tienes ni idea de lo que te espera. – La mira
con protección. – Y en el suelo, – añade, – tendrás que
recoger, cargar cestas y cajas...
– ¡Vale, vale! Lo he cogido.
– No, no lo has entendido, estamos hablando de que no
sabes nada de vendimiar, seguramente te pongan los
trabajos menos gratos, como estar cargando cestos y cajas
llenas durante horas.
– No te pongas tan serio, si veo que no puedo lo dejo. –
Samanta ponía cara de niña pequeña, quería de alguna
manera hacer que no fuese tan duro.
– El rancho Mess-Stone junto con otros cuantos vinicultores
formaron una cooperativa hace ya muchos años. Cada año
un rancho proporciona el alojamiento a los recolectores y
demás personal hasta el final de la recogida de la uva. Este
año, – recalcando sus palabras, – es tu marido el que dará el
alojamiento.
– Qué gracioso, – con falso enfado. – ¿Te hace gracia?
– Sí, se ríe, no sé como has conseguido ser la mujer de
alguien como Kurt Smiller... no sabes lo inmensamente
rico, poderoso y orgulloso que es tu queridísimo esposo.
– ¡Ya vasta! – Ahora sí que estaba colorada y llena de
vergüenza.
– Bien, me rindo, si me miras con esa carita de
desamparada. – Leandro aún se acordaba cuando su
hermana y Samanta lo perseguían por todas partes, él las
hacía llorar, pero cuando Samanta se enfadaba demasiado
Amor entre uvas en Australia
35
se abalanzaba sobre él y se recreaba golpeándole, era
entonces cuando Leandro no podía con Samanta.
A Samanta Leandro le parecía muy guapo y
atractivo, no entendía porque aún estaba soltero.
Seguramente porque su mayor pasión era su trabajo, y las
mujeres de los militares no todas pueden con esa situación
de continuo movimiento. Una vez tuviera una novia, pero
no pasó del año; cuando ella le hizo decidir entre ella y las
fuerzas armadas, Leandro ni se lo tuvo que pensar, se dio
media vuelta y se fue. Samanta recordaba que estuvo muy
triste durante mucho tiempo, pero para ella siempre tenía
una sonrisa escondida.
– Samanta, vas a trabajar en el rancho de tu marido. –
Parecía que la joven iba a interrumpirlo, pero se detuvo
ante la señal de frenar que le hizo Leandro. – No me mires
así, el rancho de Mess-Stone tiene vinos muy selectos y muy
conocidos en Australia y diría que se extiende más lejos. La
mayor parte de sus uvas se recogen a mano, pero lo peor
son los trabajos no profesionales, se hacen bajo un sol que
este año promete calentar mucho, al que tú no estás
acostumbradas y que no tienes ni idea de cómo hacerlo.
– No me desanimes… por favor. – Como un susurro.
– Está bien – con resignación al ver que no iba a conseguir
disuadir a su amiga de tal estupidez. – Samanta, esta noche
sale un tren contratado por la cooperativa, que recorre
desde Sydney hasta Perth. Parándose en las ciudades más
importantes entre ambas ciudades, recogiendo al personal
que llega desde distintos aeropuertos procedentes de varias
partes de mundo.
– ¿De todas partes? – Con asombro.
– Sí, llegan de Sudamérica, Europa y como no oriente.
También vendimian muchos australianos, pero estos son
menos en esta zona de uva.
– No sabía.
36
Amor entre uvas en Australia
– Te he buscado una plaza en este tren, más que nada para
que te familiarices con el ambiente. Es importante que
vayas conociendo a tus posibles compañeros. Es
conveniente que no te mantengas al margen y que pases
desapercibida. – Muy serio y mirándola a los ojos oscuros
de ella. – Sam si te descubre no te pondrá las cosas muy
fáciles, no juegues con Kurt Smiller es puro fuego.
– No será para tanto, – hace una pausa, – pienso que si me
descubre me reñirá y ya está.
– No te equivoques, – le dice con severidad, – ese hombre
te puede engullir. Prométeme que te guardarás de él y que si
algo va mal me llamarás sin pensártelo, iré a recogerte.
– Vale, te lo prometo – abrazando a su amigo.
Ya estaban llegando a la estación del tren.
– La línea de ferrocarril recorre toda Australia. – Le explica
Leandro mientras entraban. Toma aliento. – Desde Sydney
hasta Perth hay más de cuatro veces la distancia recorrida
de norte a sur en España. Unas sesenta y cinco horas en
tren. El viaje será largo y pesado, pero creo que es lo mejor.
– ¡Cómo sí fuera de Sevilla a Galicia ida y vuelta dos veces!
– Sí, más o menos. Te va a gustar Perth.
– No lo sé, tengo entendido que es una zona en donde su
población es la más aislada del planeta.
– Pero tiene un río inmenso, de esos que te encantan a ti. –
Le dice el joven sonriéndole y tomándola de la mano. – La
ciudad está bañada por el río Swan, es la más grande de su
estado y una gran ciudad metropolitana. En cuanto al
rancho tiene un enorme lago, te enamoraras del sitio,
conociéndote, estoy seguro.
Leandro deja a Samanta en el tren rumbo al rancho
Mess-Stone
Amor entre uvas en Australia
37
Capítulo 5
– ¡Hola! – Samanta mira en dirección al sonido, una joven
morena de cabello castaño, muy rizado, largo y recogido en
una cola, le sonreía mostrando los dientes blancos y un
brillo especial en sus ojos color verde aceituna. – ¿Me
puedo sentar aquí?
– Sí, claro. – Le ayuda a guardar su bolso de viaje.
– Me llamo María González.
– Yo me llamo Samanta Huerta.
– ¿De dónde vienes? Es que tienes un acento muy raro.
– Soy española. Más concretamente gallega, al noroeste de
la península.
– Yo soy de Puerto Natales, justo en la punta de Argentina,
al sur de todo.
Ambas se echan a reír.
– Vengo todos los años a trabajar en la vendimia de la uva,
siempre venimos toda la familia junta, este es el primer año
que vengo sola con mi madre y mi hermano mayor.
– No entiendo, espero que no sea por nada malo.
– No, es que mi padre ha encontrado un trabajo fijo y mis
otros hermanos también; si todo va bien, este será el último
año que venimos a trabajar en la vendimia. – Ante la
sorpresa de Samanta la cara de María es triste ante tal
hecho.
– ¿No deseas dejarlo?
– Me encanta venir a vendimiar a Australia, me apasiona.
38
Amor entre uvas en Australia
– ¿Pero es poco tiempo no?
– Es que terminada la vendimia, nos vamos a la recogida de
cítricos. Somos muchos los recolectores que hacemos eso.
Pero a mí lo que me gusta son las uvas. – Le dice
sonriendo.
– ¿Dónde está tu madre y tu hermano?.
– Está en el compartimiento contiguo, allí no cabemos
todos y me mandaron para aquí. – Hace una corta pausa
antes de preguntar casi indecisa – ¿Y tú vienes sola?
– Sí, esta es mi primera vez y tengo que confesarte que
estoy muy nerviosa. Antes me dedicaba a poner cafés en
una pequeña cafetería – Samanta sentía algo de
remordimiento al mentir a su nueva amiga. Una vez trabajó
en un café al lado de la universidad, pero era un desastre y
el puesto no le duró más de un día, así que tampoco le
estaba mintiendo del todo.
– Tranquilízate, este rancho es el mejor de la zona, te tratan
bien, además es un sitio de ensueño. Ojalá todos los años
nos refugiasen allí.
– ¿Dónde dormiremos?
– No hay problema, el rancho está en un costado del lago
Mustimole, tienen a la orilla un escampado donde nos dejan
poner tiendas de campaña para aquellas personas que no
tienen barracones.
– No entiendo. Me suena a cobertizo ¿no?.
– Son largos, de piedra. Cada barracón tiene dieciocho
habitaciones con baño; dos cocinas y dos salas de estar con
su televisión.
– No entiendo, ¿tantos somos?
– A ver que te explico mujer – Echándose a reír, parecía
que le gustaba que Samanta no supiera nada, su ego subía,
se sentía importante intentando ponerla en antecedentes. –
Hay unas pequeñas casas de madera, para los trabajadores
del rancho que están todo el año. Después están los
barracones que son de piedra. Éstos están vacíos y se
Amor entre uvas en Australia
39
utilizan para los obreros de la vendimia; no sólo estamos
los recolectores sino también los que se encargan de la
vendimia con maquinaría, los que preparan la uva, los que
la eligen, los transportistas, etc.
– ¿Somos muchos? – Se impresiona Samanta.
– Sí, unos trabajaremos en Mess-Stone, otros en los demás
ranchos; en cuatro meses tenemos que tener todo listo, el
rancho más grande es el de los Smiller, unos tres meses
lleva aproximadamente la vendimia y lo que con ella
conlleva, en este rancho. Necesita mucho personal porque
casi toda la vendimia es a mano… un trabajo muy duro,
pero es en donde mejor te tratan y donde más pagan. El
horario es continuo y no se para ningún día, unos libran los
Sábados y otros los Domingos para que no esté
interrumpido el trabajo durante toda la semana. La
maquinaria trabaja de noche y la recolecta manual por el
día. Muy temprano.
– Tres meses, son muchas uvas... – divagando la joven.
– Se dan varios repasos a las parras de vid. No toda la uva
madura igual. Se le llama vendimia escalar.
– ¿Cómo se aloja a tanta gente?
– Los barracones van a sorteo, el resto en tiendas de
campaña a los pies del lago, es una gran explanada, caben
muchas tiendas. – Toma aliento – Mess-Stone tiene una gran
extensión de terreno para personal, aunque también es el
rancho más grande en cuanto a viñas. Tienen su propia
bodega, producen su propio vino y cultivan la uva ellos.
Aunque también se recoge para la cooperativa.
– Vaya, lo abarcan todo.
– Sí, de siempre.
La joven sigue con sus preguntas, la verdad es que
siente mucha curiosidad.
– ¿Qué es mejor, los barracones o las tiendas?
– Depende – Samanta la mira fijamente. – A ver mujer, en
los barracones hay baños, agua corriente y caliente, sala con
40
Amor entre uvas en Australia
televisor, cocina, es decir lujo por decirlo de alguna
manera.
– Pero también tienes que compartirlo con demasiadas
personas.
– Sí que es verdad. Yo prefiero las tiendas de campaña, en
ellas el agua es la del lago, aunque también se prepara un
sitio para duchas con agua caliente y hay baños
comunitarios entre los barracones y las tiendas; sin
embargo quedan algo lejos, imagínate si tienes ganas de ir al
baño en plena noche.
– Ya entiendo.
– A pesar de todo yo prefiero las tiendas de campaña. Te
dan cierta intimidad.
– Yo tengo un número para un barracón, no se me ha
ocurrido traer una tienda de campaña.
– No te preocupes puedes compartir la mía si quieres, es
grande y es más que suficiente para los cuatro.
– ¿Lo dices en serio? – A Samanta le sorprende que la
joven le ofrezca alojamiento sin conocerla de nada. Pero es
que María tiene muchas ganas de estar con otra mujer joven
y no con su madre y su hermano y Samanta le parece una
joven de fiar.
– Sí, si de verdad quieres, tiene tres cuartos, uno para mi
madre, uno para mi hermano y otro para nosotras dos, me
encantará compartirla contigo.
Samanta sigue con su interrogatorio, tiene
curiosidad por aquel mundo que pronto va a conocer.
– ¿Son todos los años las mismas personas?
– Generalmente sí. Casi siempre viene la misma gente. En
un par de años conoces a todo el mundo, además nos
solemos encontrar en todas las recogidas de la uva de
distintos lugares. Terminas en un lugar y te trasladas a otro;
hay veces que no te llega la vendimia de la uva para
sobrevivir y te desplazas, en busca de recolección de otros
frutos, como por ejemplo los frutos secos, los cítricos...
Amor entre uvas en Australia
41
Samanta no entiende cómo se puede tener una vida
sin constancia como la de un recolector. Luchar por un
hogar en dónde nunca puedes estar.
– María ¿y tu hogar?
– Mi casa es aquella en donde está la familia junta. – La
joven se queda pensativa, su cálida cara rosada se torna
seria, sus ojos tristes; ese año en la recolecta no estarían
todos juntos. Samanta se percata de que aquella
conversación puso a su nueva amiga triste y decide cambiar
de conversación.
– ¿No os sale caro y pesado el viaje en tren?
– ¿Caro? No, son las empresas las que pagan los viajes.
Bueno en realidad, está solo este tren que recorre desde
Sydney a Perth. Me hubiera gustado haber cogido un vuelo
que me dejara en Perth, pero fue imposible. – Hace una
pausa pensativa, se aparta el cabello que le cae sobre los
ojos y mirando a Samanta. – Supongo que a otras personas
les ha pasado lo mismo que a nosotros.
– A la empresa debe de salirle muy caro todo este
desplazamiento.
– Eso ya se lo tienes que preguntar al empresario, porque
yo no tengo ni idea. Sin embargo, debe de compensarles
cuando lo hacen, ¿o tú conoces algún rico que pierda
dinero por un pobre?. Recuerda que no sólo recogemos las
uvas de un rancho, sino de todos los vinicultores de la
zona. Aunque no te lo parezca son muchos racimos de
uvas, ya verás cuando las veas, parece no tener fin.
Durante el viaje María y Samanta se habían hecho
buenas amigas, María le presentó a su hermano Antonio,
un joven de unos 30 años, alto moreno, constitución fuerte,
ojos color aceituna; se parecía muchísimo a María. Elena
era la madre de los jóvenes, mujer de constitución igual que
su hijo. Antonio pronto tomo como protegida a Samanta,
la verdad es que en dos días el muchacho empezaba a sentir
cierta admiración por Samanta.
42
Amor entre uvas en Australia
Al llegar a Adelaida, el que más el que menos había
afianzado lazos. Samanta intentó averiguar algo más sobre
la familia Smiller.
– Antonio ¿qué sabes de los Smiller?
El joven hermano de María era bien parecido, sí,
muy guapo, un moreno arrogante, alto y con un acento
argentino que lo hacia un personaje atrayente e incluso se
podría decir fascinante. A su edad pocas veces tuviera
pareja, decía siempre que tenía muchas cosas en que pensar
antes de tomar novia formal.
– No querrás casarte con uno de ellos ¿verdad? – La miraba
con una sonrisa de oreja a oreja, medio en broma medio en
serio la observaba con reserva, le divertía la cara de
Samanta al decir aquellas palabras que eran solamente una
pequeña broma – Venga mujer era broma ¿qué quieres
saber?
– No sé… cualquier cosa… algo, no tengo ni idea de
quienes son y voy a trabajar para ellos… creo que sería
interesante saber algo.
– ¿Cómo sabes que vas a trabajar para ellos? Cuando
lleguemos colocan unas listas en el barracón principal con
los nombres de cada uno de nosotros y donde trabajaremos
en la recogida.
– No sé, la verdad... – Samanta tenía que tener cuidado, se
podría descubrir ella sola. ¿Cómo explicarles que un buen
amigo de Leandro que le debía una, la iba a meter en el
rancho de los Smiller.
– Déjala, es nueva en esto, no presiones tanto a la joven. –
La saca del apuro su nueva amiga.
– Está bien, veamos…
– Son siete hermanos el pequeño tiene 16 y el mayor cerca
de los 35 años. Dos son químicos y biólogos, mas
concretamente uno es ampelógrafo...
– ¿Ampe qué? – interrumpe Samanta confusa.
Amor entre uvas en Australia
43
– Es una persona que estudia la vid, que la describe,
variantes, frutos, etc.
– ¡Empezaras por ahí!
El joven se echa a reír, Samanta está muy cómica.
– El otro es un científico que estudia la biología de la vid.
– Pues a mí me parecen lo mismo – dice confusa María –
químicos y biólogos.
– Más o menos sí. – Hace una pausa para observar a
Samanta que lo tiene embelesado. – Tienen también un
abogado que con lo grande de los dos negocios no dará
abasto. – Samanta se asombra de que la gente que está allí,
esté pendiente de lo que Antonio está contando.
– Todo por la familia y el dinero. – Se ríe una joven.
– Bueno – prosigue Antonio – está el fotógrafo
informático.
– ¿Esa es una profesión? – pregunta la madre de María.
– Sí – sonriendo Samanta – será para fotografiar las uvas. –
Samanta siente un poco de vergüenza por haber hablado
mal de su propia profesión.
– Los dos más jóvenes son estudiantes. Y nos queda el
vinicultor y viticultor.
– ¿No significa lo mismo? – Antonio pone cara de
extrañeza. Es María quién contesta.
– No, el vinicultor es el elaborador del vino y el otro es
cultivador de parras.
– ¡ No sabía que se estudiase para eso!
– Aún tienes mucho que aprender. Da igual lo que hayan
estudiado, todos ellos saben mucho de todo lo relacionado
con el vino. Desde el cultivo de la parra, hasta que acaba en
la botella.
– Y una vez fuera de la botella también – se ríe otra
jovencita pelirroja.
– No podemos olvidarnos de Richard, el capataz del
rancho, aunque no es un Smiller, él y su hermana Ángela
forman parte de la familia.
44
Amor entre uvas en Australia
– ¡Ah! ¡Todos solteros! – María interrumpe al hermano,
considera que ella está más preparada para contar chismes a
su nueva amiga.
– ¿Cómo sabes todo eso? Pregunta la joven gallega.
– Llevo muchos años viniendo.
– No se refería a esa información, seguramente querrá
saber que rumores se cuentan entorno a la familia – Se
entromete la madre de ambos muchachos.
– Yo te los contaré porque mi querido hermano no sabe
nada de nada, no te das cuenta que es un hombre – María
se echa a reír y abraza a su hermano. – Perdona cariño,
pero creo que lo que Samanta quiere saber son los chismes
que contamos las mujeres.
En realidad a Samanta le interesaba más lo que
pudiera decirle Antonio precisamente porque él le contaría
lo que se sabe fijo y no rumores, pero consideraba que
también podría sacar información de las mujeres y esos
chismes como ellas decían.
– Casi todos tienen novia. – Dice Elena muy seria. – Su
madre se encarga de buscarles la esposa idónea. – Como
divagando. – Pero no debe de acertar porque siguen
solteros.
– Yo pienso igual, mamá. – María hace un gesto de burla. –
Son guapas pero demasiado cursis, por no decir
insustanciales. Aunque yo creo que no son novias,
realmente son posibles novias o posibles esposas. Porque
cada año son distintas.
– Yo también querría una consorte de futuro para mis hijos
si pudiera. Son una familia muy rica y no les vale cualquier
mujer.
– Mamá yo creo que el amor es lo primero.
– Cariño eso de amor, pan y cebolla... – Les interrumpe
Antonio.
María soñadora se levanta del asiento y comienza a
hacer una imitación de Romeo y Julieta.
Amor entre uvas en Australia
45
– Romeo amor mío, yo no podría vivir sin ti.
– María, creo que eso no viene en la obra. – Le dice
Samanta divertida mientras mueve el dedo índice izquierdo
en forma negativa.
– Da igual, lo que importa es lo que se siente, no cómo se
diga.
– A mí al que me gustaría ver es al hermano mayor. – dice
una joven australiana rubia de ojos azules, que viajaba con
ellos en el mismo departamento. – Dicen que es guapísimo
e importante.
– No, no creo que sea el más guapo de todos los hermanos,
pero sí el más perturbador, – comenta otra joven.
– Las malas lenguas cuentan que el Kurt Smiller es el amo
de todo.
– Sí, él manda y los demás obedecen. – Comenta otra
joven.
– Es el jefe, en realidad todos le temen. Siempre tan serio y
autoritario, ¡da miedo!
– ¿Alguien lo ha visto alguna vez? – En tono bajo e
inseguro, pregunta Samanta.
– Sí, – dice Elena. – Los siete hermanos trabajan en la
recogida de la uva, hablan de que es una de las pocas fechas
del año donde toda la familia se reúnen, es una especie de
tradición familiar; pero aunque los veáis, siempre se
mantienen a distancia de los obreros.
– Típico de los ricos, siempre a distancia.
– No, es el hermanito mayor el que lo prohíbe.
– Los ricos no se mezclan con la plebe.
– Pues deberían, si pudiera coger al abogado, ese si que está
como un tren de lujo, de esos que nunca se olvidan, –
comenta María que desde siempre le gustaba Alan Smiller.
– Todos han heredado el cuerpo de su bisabuelo... y su
orgullo – comenta Elena.
– Pues a mí me daría igual cualquiera de ellos, todos están
de buen ver, y con mucho dinero, me daría igual cualquiera
46
Amor entre uvas en Australia
de ellos, me sería fácil acostumbrarme a la vida de rica. – La
joven que habla duda un segundo para continuar diciendo.
– Bueno menos al mayor, creo que si Kurt Smiller me
dirigiese la palabra aunque fuese para pedir un cesto, me
caería del susto.
Todos ríen de la ocurrencia y siguen con las bromas
de los siete hermanos, Samanta cansada se levanta.
– Voy al baño, si me disculpan.
En realidad tiene ganas de ir hasta el vagón bar;
pero no le apetece compañía; sabe que si dice que sólo
quiere dar una vuelta por los vagones y tomar algo en la
cafetería, Antonio querría acompañarla y ella en este
instante no desea compañía alguna.
Al tiempo que va hacia la cafetería los pensamientos
se le amontonan, manteniendo una conversación mental
consigo misma.
<< Pintan a Kurt Smiller como si fuera un ogro, ¡Dios! Si
me descubre es capaz de matarme por entrometerme en su
vida. Parece que tiene novia, será cretino y a mí me dice
que fidelidad, ya veo como la guarda él. No sé que voy
hacer para que no me descubra; intentaré mantenerme lo
más alejada posible. Creo que esto de venir aquí ha sido
una mala idea. Claro, sólo a mí se me ocurre seguir mis
instintos. Lo veía todo de otra manera cuando estaba en
España. ¡Dios mío, me voy a volver loca! Creo que estoy
nerviosa porque estamos llegando a Perth y me estoy
empezando a arrepentir; claro, en España todo me parecía
más fácil. >>
Tan abstraída iba en sus pensamientos y
razonamientos que no se percata, de que alguien sale de
uno de los compartimientos y tropieza con ella. Al unísono
un grupo de jóvenes con instrumentos musicales intentan
pasar por el mismo estrecho pasillo; todo ello unido a la
entrada de un túnel en ese mismo instante. El caballero que
colisiona con ella le sujeta por la cintura, apretándola y
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dejándola aprisionada entre él y la ventana del vagón;
mientras los jóvenes con los instrumentos pasan al otro
lado por detrás del individuo que tenía abrazada a Samanta.
La luz tenue, de las bombillas del vagón, apenas
dejaba ver la cara del hombre que con tanta fuerza la
apresaba; tan sólo unos ojos negros y profundos se clavan
en ella con insistencia, poniéndola nerviosa. Sólo fueron
unos minutos, pero mientras el ruido sordo del tren
pasando por el túnel, se le clavaba en los oídos, no dejaba
de temblar en aquellos brazos fuertes. El olor varonil se le
metía por la nariz y empezaba a sentir como su corazón
palpitaba tan fuerte, que creía que se le saldría fuera. Casi
sin fuerzas para soportarlo, inclina la cabeza sobre aquel
pecho bien formado y poco peludo que se ve a través de la
camisa entreabierta. Mientras su mejilla tocaba aquel pecho,
siente como el cuerpo de él se estremece y los brazos se
apresan más a ella. Samanta no soportando más aquel calor,
levanta la cabeza en señal de súplica y entreabre los labios
para decir algo, pero las palabras se ahogaron en su
garganta. Esto a él le pareció tan sensual, que no pudiendo
contenerse más, baja la cabeza y la besa.
Samanta cierra los ojos mientras aquella boca
explora en la de ella, provocando una excitación que creía
no sabía que pudiese existir; se deja llevar por la situación y
responde a cada caricia que la estremece. Él no puede creer
que aquello le esté ocurriendo, que alguien despierte de
aquella manera tan fuerte, unos sentimientos que pensaba
no tenía. Su cuerpo responde solo, sin que él pueda
controlarlo; su mente y su cuerpo no obedecen y ante tanto
fuego siente que tiene que huir, escapar de aquella mujer
que lo está ahogando de placer. Al apartarse de ella tiene
que hacer un gran esfuerzo para recuperar el control.
Samanta siente que las piernas le fallan, al no sentir ya aquel
cuerpo y mientras lo ve marchar experimenta en sus
entrañas un gran dolor, una gran soledad. A medida que él
48
Amor entre uvas en Australia
se aleja teme no poder olvidarla y se maldice por no haberle
hecho caso a su instinto cuando le dijo que no viajara en
tren.
Samanta ve como se va alejando, el pasillo queda
casi cubierto por sus anchos hombros; su altura casi le hace
inclinar la cabeza para no tropezar con el techo al atravesar
la puerta al vagón continuo. Los ojos, jamás podrá olvidar,
esos ojos que la miraban, esas manos que la sujetaban, esos
labios que la besaban. Sacude la cabeza para olvidar, ha sido
un sueño, sí, piensa ella, seguramente jamás vuelva a verlo,
quizás me dormí durante un breve espacio de tiempo y
todo ocurrió en mi cabeza. La larga serpiente metálica sale
del túnel rápidamente y la luz vuelve a asomar por las
ventanas. Ha sido un sueño, se repite una y otra vez, ha
sido un sueño.
Amor entre uvas en Australia
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Capítulo 6
– Kurt, Kurt ¿me haces caso hijo?
– Sí madre, estoy escuchando. – El joven utiliza un tono
lento, pero seguro, sentado enfrente su madre, mientras
desayuna no levanta la vista de los papeles que tiene a su
izquierda, bebe unos sorbos de café.
– Pues hijo no lo parece, podías mirarme cuando te hablo.
Ante el tono suplicante de su madre, Kurt deja los
papeles que estaba revisando y la mira.
– Perdona madre, es que tengo mucho trabajo, no tenía
intención de molestarte. – Kurt observa a su madre, una
mujer hermosa que a sus cincuenta y cuatro años se
conservaba tan joven que nadie le echaba más de cuarenta y
cinco, quizá debido a su esbeltez. Sus ojos azules le
resaltaban en la cara poco arrugada, sin embargo su cabello
ya canoso la hacían una mujer muy interesante.
– No importa.
– ¿Qué me preguntabas?
– Podrías invitar a Cintia a pasar con nosotros estos días de
la vendimia.
– Madre ya sé cual es tu intención... creo que mejor no.
– Por favor hijo. – Hace una pausa. – Únicamente te pido
que seas amable con ella, si tú no la invitas lo haré yo.
– Deberías dejar que yo busque mis novias, ¿no crees?
– Ojalá lo hicieras, así no tendría que buscártela yo. Pronto
cumplirás 35 años, deberías pensar en casarte. Tú y Cintia
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Amor entre uvas en Australia
salís muy asiduamente, ya va siendo hora que te
comprometas con ella, piensa que es de una familia rica y
poderosa... y sobre todo es hija única y está más que
preparada para ser la esposa de un Smiller.
– ¿Ya estás liando al niño?
– No es un niño madre, es un hombre, si no te has dado
cuenta...
La dama que acababa de entrar mira a su nieto con
mucha ternura y después vuelve a mirar a su hija.
– Para mí siempre será mi niño.
– Buenos días abuela ¿Qué tal has dormido esta noche?
– Preocupada por ti Kurt, trabajas demasiado, deberías
divertirte más, a mi edad me siento cansada, muy cansada y
estoy de acuerdo con tu madre en que busques esposa, me
gustaría ver algún bisnieto antes de morir.
El joven se levanta y acercándose a su abuela la
abraza con adoración. – Tú nunca morirás, siempre estarás
aquí para mí. – La anciana señora lo mira y le acaricia las
mejillas igual que cuando era pequeño.
– ¿Oíste a tu abuela? Ella piensa como yo que deberías
casarte.
– ¿Ya te están liando Kurt? – Un joven de unos 30 años
aproximadamente se sienta a la mesa tras besar en la mejilla
a su madre y abuela respectivamente.
– Que quieres, soy el primero que se ha levantado. –
Mirando a su madre con cinismo – Deberías casar a John
ya tiene una treintena de años.
– A mí que me deje, ya me vuelve loco todos los días, hoy
mamá tienes que molestar a Kurt, él casi siempre se salva
de tus tretas.
– Aprovechando que estaréis juntos durante la vendimia
voy a intentar casaros a los cuatro mayores, ya me ocuparé
más delante de los tres pequeños, aun me queda tiempo
para ellos.
– El que avisa no es traidor.
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– Hablas sabiamente abuela.
Kurt se acerca a una de las ventanas del comedor,
pensativo mira a ninguna parte; su mente viaja al encuentro
del día anterior, aun siente aquellos labios carnosos, tan
cálidos, aquel cuerpo que temblaba en sus brazos, aquella
mirada suplicante. ¡Dios! Cómo deseó protegerla.
Ágata observaba a su nieto, sabe que algo le
preocupaba. “Ese muchacho, trabaja demasiado,
demasiadas responsabilidades siempre a sus espaldas.”
Pensaba la mujer. El cabello de Kurt bien corto, no
excesivamente, pero bien cortado; no tiene rizos, pero
tampoco es liso del todo; lo tiene algo revuelto lo que lo
hace más atractivo. Hoy lleva unos vaqueros, no demasiado
ceñidos, pero pegados al cuerpo. Un cinturón negro rodea
la cintura. Una camiseta de cuello con cuatro botones de
color verde, tirando a oscura, de manga corta, marca el
tono tostado de su piel. Pestañas espesas, ojos grandes y
negros como el azabache; cejas largas y amontonadas pero
sin tocarse; boca no demasiado pequeña con unos labios
gruesos y finos a la vez. Y la nariz recta. Todo ello, marcan
las fracciones bien formadas de aquel cuerpo atlético. Kurt
siente la mirada de su abuela y se vuelve para hacerle frente.
Se miran, ella piensa que su nieto no es el más guapo de sus
nietos, pero sí, el más atractivo y el más atrayente. La dama
le sonríe y ello hace esbozar una sonrisa a su nieto, es la
única capaz de hacer que sonría abiertamente.
– Me revienta que siempre seáis cómplices en todo. – La
madre de Kurt sentía celos del cariño de su hijo con su
madre, pero lo comprendía perfectamente. Ella tuviera a
Kurt con veinte años, el padre del niño no quiso casarse
con ella y aún recordaba la conversación con sus padres
cuando les dijo que estaba embarazada, que no se iba a
casar y que deseaba abortar:
<<
– No quiero este niño.
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Amor entre uvas en Australia
– Hija no pretenderás abortar.
– Pues sí, hoy en día eso es lo más normal del mundo. –
Tais estaba histérica. – ¡No quiero un bastardo! Por qué
tengo que cargar yo con todas las culpas. Además aún soy
joven, ¿Quién querría casarse conmigo si saben que tengo
un hijo de soltera?
El abuelo de Tais crecía en furia. – ¿Por qué no
pensaste antes en las consecuencias?
– Nunca me quisiste, soy tú única nieta y nunca me quisiste.
– No digas eso hija, tu abuelo siempre te ha dado todo lo
que has querido.
– Papá defiéndeme, ellos no me comprenden, diles que es
lo mejor.
– Hija, en esto, como que no me voy a meter, haz lo que
creas que es mejor.
– Así siempre ha hecho lo que ha querido, si fueras un
hombre y la pusieras a línea, esto no hubiese ocurrido.
Los dos hombres se miran a los ojos, durante unos
segundos la tensión crece hasta casi desbordarse; Ágata
consciente de que los dos hombres que más quiere en este
mundo están a punto de explotar, decide intervenir
definitivamente.
– Bien, te llevaremos a una clínica privada, te practicarán un
aborto y todo el problema solucionado. – Para Ágata decir
esas palabras era lo mismo que sentir que algo dentro de
ella se moría; su nieto, que matase a su nieto. Prosigue, –
nunca nadie sabrá jamás nada y tú podrás seguir haciendo
tu vida de rica virgen.
– ¡No! No dejaré que mate a mi bisnieto. ¡Nunca! – El
anciano hecha las manos a la cabeza, se sienta en una
butaca, durante unos minutos todo queda en silencio, tras
los cuales el amo de Mess-Stone habla lentamente, pero con
decisión, con voz implacable. – ¡Tendrás ese niño! Te guste
o no, me da igual. – El padre de Tais parece decir algo,
pero la frialdad con que le mira su suegro hace que nada
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salga de su garganta. – Cuando el niño nazca llevará mi
apellido; yo lo adoptaré con todas las de la ley, tus padres lo
criarán y cuando yo no esté en este mundo, él será el
heredero de todo. Tengas los hijos que tengas, sólo Kurt
Smiller será el amo y señor de todo
>>
Kurt guiña un ojo a la cómplice de su abuela y se
vuelve a sentar en la mesa, siempre en la cabecera de la
mesa, como los patriarcas.
– Madre ¿Celosa?
– No, pero me molesta que todo sea para ella y yo soy tu
madre.
– A buena hora te acuerdas... – Una mirada de Ágata a su
nieto hace que este no prosiga, por lo cual cambia de tema
– Madre deberías invitar a pasar unos días a Lisa Ornas. –
Mirando a su hermano John con picardía, continua. – Creo
que es un buen partido para éste que está a mi lado.
– ¿Qué me dices? John, ¿te interesa esa jovencita?
– Mamá, no me líe. – Mirando a su hermano mayor. –
¡Traidor! – Ambos hermanos se echan a reír.
– ¿Yo traidor? Madre, si quieres, yo te digo a las mujeres,
chicas, jovencitas,... que debieras invitar y te garantizo unas
bodas para antes de acabar el año. Tu querido John está
prometido con Lisa y no se lo ha dicho a nadie... bueno a
mí solamente
Ágata observaba a Kurt, su niño, como ella le
llamaba, aunque en ese instante estaba de broma le conocía
demasiado bien para detectar que algo le estaba
preocupando. Recordaba como lo criara, como salió en la
vida adelante, como se fue endureciendo su corazón poco a
poco.
<<
– Abuela... ¿Por qué mi madre no me quiere?
La abuela miraba a su nieto, le rompía el corazón
cada vez que aquel niño moreno le preguntaba por su
54
Amor entre uvas en Australia
madre. Hijo sí que te quiere, pero está demasiado ocupada
con tus hermanos.
– No mientas abuela, no me quiere; se ha casado tres veces
y todos mis hermanos viven con ella, pero a mí. – Hace una
pausa, sus ojos oscuros llenos de lágrimas, – nunca me ha
dicho que me vaya a vivir con ella, casi nunca me viene a
ver, mis hermanos sí, pero ella no.
– Cariño, sabes que sus maridos han sido unos hombres
muy raros.
– No la defiendas, ¿qué mujer desprecia así a su hijo como
hace ella?
– Kurt – Ágata lo abraza lo más fuerte que puede, en ese
instante entra el Sr. Smiller.
– ¿Por qué lloras?
– Yo no lloro.
– Un Smiller jamás demuestra sus debilidades, en este
instante eres un blanco para tu enemigo. Nunca llores
delante de nadie, cuando lo hagas que estés solo, tienes que
ser fuerte o tus hombres nunca te respetarán. Y menos
llorar por alguien que te ha abandonado y que no merece tu
respeto.
– Tienes razón abuelo. – Levantando la cabeza con
arrogancia y muy seguro de sus palabras. – ¿Por qué llorar
por quien no te quiere?
Esa fue la última vez que Ágata vio llorar a su nieto,
fue la última vez que preguntó por su madre, fue la primera
vez que en los ojos de Kurt se observaba una frialdad que
formaría parte de él, aquellos ojos de dolor que viera
durante unos minutos atrás, de repente se habían
transformado en indiferencia, frialdad, dureza...
>>
– Kurt, mañana es la fiesta del comienzo de la vendimia y
pasado mañana empezamos la recogida de la uva. ¡Está
todo listo!
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Kurt mira a su hermano John con sorpresa. – ¿Ya
está todo listo?
– Sí – Dice John con contundencia. – Simplemente queda
que me digas, cómo llevas lo de los obreros.
– Ya he terminado, están alojados, cuando quieras
dispongo todo para empezar pasado mañana si estás de
acuerdo.
– ¿Pasado mañana empezamos a recoger uvas? ¡Bien! –
Emocionado un muchacho que hace su aparición en el
comedor en ese instante.
– Josué come algo y no te alteres, – le regaña su madre
cariñosamente.
– Me ha dicho John que estás ayudándole con los viñedos.
– Sí – El joven miraba a su hermano mayor esperando que
lo aprobase, necesitaba que Kurt estuviese de acuerdo, para
él era muy importante.
– Me alegro mucho que hayas decidido participar.
– ¿Lo dices en serio? – La cara del muchacho de unos
veinte años, rubio de ojos azules se iluminó. – Pensé que tú
querías que me dedicase a ser otra cosa, no sé químico o
algo así.
– No, yo siempre he dejado que os dedicaseis a lo que
quisierais. Me alegro mucho que te decidieras por la
vinicultura, a John y a Richard le vendrá muy bien tener a
alguien a su lado.
– Ni que lo digas, me encanta cuando este mocoso me echa
una mano.
– ¿Puedo entonces encarar mis estudios a ello? – Con un
gran brillo en los ojos de alegría. – Me encantaría llegar a
estudiar para vinicultor y viticultor como ha hecho John y
Richard. No sé si seré capaz, pero quiero intentarlo.
– Por supuesto que sí. – Pasa las manos por la cabeza. –
Durante el invierno estudias y en las vacaciones que John te
emplee en los viñedos, que te vaya introduciendo poco a
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