¿Qué sucede al discutir? Dr. Nse. Luis María Labath Las discusiones en una pareja pueden servir como una ruptura de la monotonía o una manera de mantener nuestra mente activa. Sin embargo, si se producen de forma constante puede llevar a diversas patologías emocionales. Se puede decir que el acto de discutir es una acción característica del ser humano. Toda persona en algún momento de su historia lo hace con palabras, gritos o llantos como algunos elementos participantes del episodio. Pero, ¿cómo se originan las peleas dialécticas? ¿Ante una mala cara? ¿Un malestar? ¿Una fea mirada? ¿La sangre hirviendo por un detalle fuera de lugar? ¿Ante fallas en los mecanismos de contención o impotencia de hallar las palabras apropiadas? Las razones pueden ser múltiples… Discutir es comunicar y ayuda a conocerse; es una manera de exponer la propia opinión o de estrechar relaciones como parte de la convivencia, un fenómeno antídoto contra la monotonía. Sin embargo, también conlleva un gran riesgo de ciertas enfermedades si la conducta se reitera con asiduidad. Desmenuzar la química y la genética de las discusiones es un enigma que se mantiene. No obstante, una investigación realizada en la Universidad de Londres reveló que la red del cerebro activa al discutir es muy similar a la del amor e identifica como áreas comunes a la corteza prefrontal y al sistema límbico. Por su parte, la Universidad de Harvard publicó en el portal Biological Psychiatry (Psiquiatría Biológica) la manera en que la corteza prefrontal lateral colabora en la regulación de la emoción a través del lenguaje, la lógica, reglas sociales e, incluso, religiosas, para controlar los excesos dopaminérgicos para contrarrestar que las discusiones sean más constructivas y menos impulsivas. Si bien el enojo fomenta la competitividad, a la vez permite una mejor interacción con el entorno y una adecuación firme en una sociedad con hechos adversos; discutir ayuda a mantener la mente ágil, frena el deterioro cognitivo, permite expresar sentimientos y resolver conflictos, según certifican distintos investigadores. Mantener una disputa dialéctica de vez en cuando y resolver algún problema puede dar más años de vida. El Departamento de Psicología de la Universidad de Michigan, a través de la revista Journal of Family Communication, señala que en las parejas cuyos miembros se “tragan la bronca” puede esperarse una muerte prematura. Por el contrario, en las que manifiestan sus sentimientos y protestan para resolver los conflictos, la longevidad es mayor. Para los autores ventilar los problemas y discutirlos evita que la ira y el enojo, verdaderas emociones negativas, se conviertan en impedimentos para manejar las emociones. Hoy se discute sobre cualquier cosa -cada uno con un estilo diferente- y mucho tiene que ver en la manera la diferencia de sexos. Los hombres lo hacen de un modo y las mujeres de otros. Ellas tienen su táctica para dejar el asunto de discusión de lado, cambian de tema o rompen a llorar y allí termina todo; en cambio, los varones tienden a llegar a la agresión con rapidez. Asimismo, las mujeres son más manipuladoras, presentan el problema y perseveran sobre él sin ser concisas, mientras que los hombres se enojan, se ponen a la defensiva muy rápido y luego se vuelven agresivos. Sobre este aspecto un estudio de la Universidad de Washington señaló que la calidad de la relación de pareja parece tener efectos en la salud de sus miembros; una interacción equilibrada protege. Por el contrario, una dinámica conflictiva, con pocos de intercambios gratificantes, da pie a conflictos y reduce significativamente el atractivo por el otro. Sin duda, discutir en exceso puede derivar en patologías como los trastornos de ansiedad, depresión, malos hábitos, adicciones, etc. Por eso, resolver los problemas de manera eficaz depende no solo de la actitud, sino también de la tonalidad y la solución razonable. Tiene mucho que ver la diferencia fisiológica entre el hombre y la mujer en la organización cerebral y la velocidad de maduración (mujeres a los 22 años; hombres aproximadamente a los 25 años) del lóbulo frontal. Esto supone diferencias biológicas. Además, en la mujer influye la acción de los estrógenos, la mayor conexión neuronal y la estructura que une ambos hemisferios cerebrales (cuerpo calloso) que es 30% más grande y con mayor densidad de células nerviosas, lo que asegura pronunciar a diario entre 25 mil y 32 mil palabras, mientras que el hombre solo emite entre 12 mil y 15 mil palabras. O sea, mientras ella explica, a veces hasta el cansancio, el hombre apenas pronuncia algún monosílabo (¡esto no es una crítica, sino más bien envidia!). El tono de una disputa depende a menudo de los niveles hormonales de la mujer durante su ciclo, mientras los estrógenos la alteran, la progesterona le induce un estado de sosiego y somnolencia. El hombre tiene algunas ventajas con el tamaño del tálamo, la región vinculada con el inicio del deseo sexual y el control hormonal, lo que permite que sus niveles de testosterona, aunque elevados, se mantengan estables para evitar los desbordes. La paradoja de la vida es que el hombre configurado para la concordia por el peso de su cerebro, nivel de testosterona más estable y su tálamo mayor, en la discusión llega más fácilmente a la violencia por preponderancia de acción de la amígdala, solo doblegable al hecho de ser seres sociales y ceder el mando en el momento apropiado, a partir del juicio y el razonamiento. Por su parte, una mujer en plenitud tiene una estructura más desarrollada como para encaminar una discusión, dirigiendo sus emociones hacia una conversación fluida y astuta, con un lenguaje más elaborado. El citado estudio de Washington encontró en los participantes que presentaron mayor actividad en la corteza prefrontal lateral mientras veían expresiones negativas de sus parejas en distintas fotografías una menor probabilidad de reportar un humor negativo durante el día siguiente a la discusión, lo cual indica que tuvieron una mejor recuperación emocional después del conflicto. También indicó que aquellos quienes manifestaron una mayor actividad en la corteza prefrontal lateral tenían una mejor regulación emocional después de una discusión, con superior control cognitivo en las pruebas de laboratorio, lo cual muestra un vínculo entre la regulación de la emoción y más habilidades de control cognitivo. Aún hay más trabajo por hacer para desarrollar aplicaciones clínicas a partir de esta investigación, como por ejemplo que la función de la corteza pre frontal lateral provea información sobre la vulnerabilidad de una persona al desarrollar problemas del humor (estado de ánimo) después de un evento estresante. De esto surge la pregunta de si incrementar la función de la corteza prefrontal lateral mejoraría la capacidad de regulación de la emoción. Ciertas hipótesis antropológicas nos relacionan con otras especies de mamíferos, aunque con los debidos matices evolutivos. El macho discute violento, con muchos gestos y sugiriendo furia, mientras que en la hembra la pelea implica defensa. Sean cuales fueran las directrices de una discusión, lo cierto es que muchas veces las palabras son como latigazos y dejan cicatrices abiertas, por lo que si la otra persona tiene baja autoestima la reafirmará mucho más. Según concluye Dr. Roberto Rosler, neurocirujano del equipo de profesionales de Asociación Educar, “para contactarse y evitar las discusiones es fundamental hablarle al cerebro pensante o al neocórtex, y no al cerebro instintivo o al cerebro emocional. Intentar convencer a alguien que está enojado o en tono desafiante es una tarea muy difícil, porque en esta situación la corteza pre frontal no tiene el control necesario y cualquiera bajo el impulso de sus instintos es una serpiente acorralada o un conejo histérico. Para salir de esta situación con éxito dependemos enteramente de llevar a esa persona desde el cerebro instintivo al neocórtex, rescatando al cerebro del secuestro amigdalino que presenta”.