odiseo y los compañeros: la caracterización de los personajes

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ODISEO Y LOS COMPAÑEROS: LA CARACTERIZACIÓN
DE LOS PERSONAJES SECUNDARIOS EN LA ODISEA
JOSÉ LUIS DE MIGUEL JOVER
Universidad de Jaén
En el monumental proemio de la Odisea el rapsodo reclama a la Musa el recuerdo
del politrópico “varón” –aunque no de cualquier hombre1–, que mucho tiempo anduvo
errante por el ponto cuyo nombre, por el momento, prefiere callar. El deliberado anonimato del héroe, como ha sostenido Fenik2, es una estrategia para retrasar en lo posible
su identificación y crear así el suspense necesario, ya que el programa narrativo odiseico
difiere notablemente del de Ilíada, a la cual reenvía en no pocas ocasiones. La identidad
de este poliédrico y polifónico varón, sin embargo, habría resultado abrumadoramente
elocuente para el público, quien aguardaría un relato diferente, nuevo, acaso la versión
definitiva3, acerca del último héroe de la guerra de Troya cuyo regreso aún no se había
cumplido. En opinión de Heubeck4, nuestra comprensión del verdadero héroe, tal como
el poeta lo vio y quiso que él fuera visto por los demás, aún no estaba completa en el
primer gran poema. Homero retomará lo fundamental del personaje iliádico, con sus
luces y sombras, y lo amplificará, otorgándole una nueva dimensión que ya se esboza
en el canto XXIV de Ilíada: la humana, el hombre doliente que aprende de sus errores
y sabe sobreponerse ante la adversidad, y que también hace partícipes a los demás de
sus experiencias, unas veces con más éxito que otras: los feacios, por ejemplo, son
un público excelente; por el contrario, los compañeros constituirán para Odiseo una
constante fuente de problemas. La inesperada relevancia que, ya desde el prólogo, se
concede a los compañeros y a un episodio concreto de las aventuras del héroe, las vacas de Helio, (I.1-11) ha suscitado no poca controversia5, en el sentido de que Homero
1
A. Kahane, “The First Word of the Odyssey”, TAPhA 122, 1992, pp. 115-131.
Studies in the Odyssey, Wiesbaden, 1974, pp. 5-60.
3
Cf. G. Danek, Epos und Zitat. Studien zu den Quellen der Odyssee, Wien,1998, pp. 507-509.
4
A. Heubeck, “Homeric Studies Today”, en B.C. Fenik, Homer. Tradition and Invention, Leiden, 1978, pp. 1-17.
5
T. Christides, “The Companions in the Prooimion of the Odyssey”, EEThess. 19, 1978-79, pp.
353-68. V. Pedrick, “The Muse corrects: the opening of the Odyssey”, en F.M. Dunn-T. Cole, eds.:
Beginnings in Classical Literature, Cambridge, 1992, pp. 39-62. Véase también la interpretación de
A. Rijksbaron, “Why is the incident on Thrinacia mentioned in Od. 1, 7-9?”, Mnemosyne 46:4, 1993,
pp. 528-29.
2
KOINÒS LÓGOS. Homenaje al profesor José García López
E. Calderón, A. Morales, M. Valverde (eds.), Murcia, 2006, pp. 619-631
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demuestra un nuevo interés por introducir en el relato ciertos resortes e innovaciones
que le sirvieran para marcar diversos cambios de rumbo en su historia. Con Odisea se
da por inaugurada en la literatura occidental el estudio del carácter, que después será
desarrollado por la Tragedia.
La incipiente tensión del relato gravita sobre el retraso de la aparición física del
“hombre” hasta el canto V, y retrospectivamente en la isla Ogigia, morada de la ninfa
Calipso, “la Ocultadora”, así como sobre la ocultación de su identidad hasta el momento en que confluyan las dos líneas narrativas principales, la Telemaquía y el Nóstos,
que nos conducirán inexorablemente hasta la Mnesterofonía. El relato del ‘narradorprimario’ [=Homero] nos devuelve temporalmente a los últimos días del regreso y el
‘narrador-secundario’ [=Odiseo] empleará una técnica descriptiva complementaria para
presentarse a sí mismo y a los suyos, si bien su conocimiento de los hechos ocurridos
es más restringido que el del narrador primario que es omnisciente6. En ocasiones, el
poeta juega con humor7 con lo que sus personajes saben o desconocen, y, quizás por
esta razón, traslada el interés narrativo hacia la figura de los compañeros por sorpresa
para, de un modo indirecto, después ofrecernos un retrato del héroe como un excelente
capitán de la hueste, muy preocupado por la seguridad y la suerte de la expedición. El
narrador primario habría exonerado así al héroe de la responsabilidad por la pérdida
de los compañeros (en cumplimiento de la maldición de Polifemo y del vaticinio de
Tiresias si no se cumplía determinada condición) y habría dejado claro que Odiseo se
ha comportado como un buen jefe y modelo de rey que lucha por la vida de los suyos8,
pero que también ha ido aprendiendo a adaptarse a los distintos entornos en que se ve
inmerso. De este modo, cuando Zeus diga, durante el primer concilio de dioses en el
canto I, que son estúpidos los mortales al culpar a los dioses de sus desgracias, ya que
son ellos mismos quienes “por su propia insensatez” (atasthalía) exceden con mucho la
porción de destino que tienen establecida (I.34 ), se refiere a todos aquellos malhechores
de Odisea entre los que se cuentan los compañeros(10.46), Egisto y los pretendientes,
si bien la maldad de aquéllos tendrá mayor relevancia para la historia que la de éstos9.
Pues bien, el relato de los “apólogos” intentará demostrar hasta qué punto es cierta
la afirmación de Zeus de que la atasthalía empuja al hombre al fracaso y al sufrimiento
cuando éste traspasa los límites que tiene impuestos, y esta presentación cuadra bien
con el carácter desabrido de los compañeros, tropa imprevisible que causa muchos
quebraderos de cabeza a Odiseo. Egisto es ejemplo paradigmático, un personaje secundario en Ilíada y los ‘Regresos’ contra el que Orestes está legitimado para actuar, en
6
Cf. I. J.F. De Jong, “Homer”, en I.J.F. De Jong, R. Nünlist & A. Bowie, eds., Narrators, Narratees, and Narratives in Ancient Greek Literature, vol. I, Leiden, 2004, pp. 13-24.
7
R.B. Rutherford, “From Iliad to the Odyssey”, BICS 38, 1991-93, p. 52. Sobre lo que Odiseo
decide contar u ocultar a los camaradas, cf. I.I.F. De Jong, “The Subjective Style in Odysseus’ Wanderings”, CQ 42:1, 1992, pp. 1-11.
8
J. Haubold, Homer´s People. Epic Poetry and Social Formation, Cambridge, 2000, pp. 100144.
9
S. West, “An Alternative Nóstos for Odysseus”, LCM 6:7, 1981, p. 169.
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justa venganza, pero, frente al odio que, según Atenea, suscita Odiseo (I. 60-62), Zeus
subraya por encima de todas sus cualidades, una piedad e inteligencia sin par entre el
género humano, ya que por su “esfuerzo” y piedad, que el padre de los dioses no olvida,
cegó a Polifemo, y traslada la responsabilidad de tan azaroso regreso a Posidón, cuya
cólera10 se demostrará devastadora en el Nóstos del hijo de Laertes.
Cuando Atenea se dirige a su excelso padre en el canto V, Odiseo ha perdido ya a
todos los compañeros (V.16). En V. 105-111 Hermes transmite a Calipso las órdenes
de Zeus respecto al héroe y, de paso, proporciona al oyente una versión distinta de la
suerte de la expedición, cantada ya por Femio a los itacenses en I. 325-27, la cual añade
un dato nuevo y relevante para la historia: la cólera de Atenea hacia los compañeros.
Tal información, proporcionada por el poeta a sus oyentes, serviría para justificar por
qué la diosa sólo interviene en socorro de su protegido después que todos los compañeros de Odiseo han caído. Pero, el mensajero de los dioses no consigue engañar a la
ninfa, quien conoce bien los celos de los olímpicos, y es la única que dedica un epíteto
elogioso hacia los compañeros (V.131-32). Para Calipso, este varón mortal ni es como
Orión ni como Jasón (129); es el botín que ella logró salvar de una muerte segura. La
implícita ironía de sus palabras traducen un nuevo sentimiento hacia el heroísmo tradicional que invierte la realidad de los hechos: Odiseo es un “varón mortal”, sellando
así el proceso de alineación de héroe que no es nadie y los compañeros por el contrario
son “excelentes”. Tal mundo al revés constituye una prolepsis de la comedia antigua,
como intuyera también Aristóteles.
Mientras tanto, Atenea ha trenzado su propio trama para que la larga detención de
Odiseo en Ogigia llegue a su fin y que el hijo del héroe, Telémaco, convoque al ágora
a “los melenudos aqueos” (I. 100-101) con “todos los pretendientes” (I.90). Desde el
canto I se establece la ecuación exacta ‘aqueos=pretendientes’, pero con grave ironía
trágica por parte de la diosa, ya que, pese a la formularidad del pasaje, estos aqueos
no han ido a Troya, sino que han permanecido en Ítaca y ahora asedian a Penélope.
De este modo, el narrador primario establece una intencionada simetría entre los tres
grupos de jóvenes que hallamos en Odisea, los cuales además tienen ciertos rasgos en
común: hetairoí, Phaiaikes y Mnesteroí. Cada grupo ocupa un lugar concreto en la
estructura climática del relato: los pretendientes son “viriles” (I. 106, 144; al menos
ellos así se presentan o se creen a sí mismos), que se banquetean día tras día los bienes
del palacio real de Ítaca; pero son también hyperphialoí, “soberbios” (I.134), tal como
los ve Atenea. Femio canta para ellos “por necesidad” ( I. 154), al igual que Demódoco
a los feacios y el propio Odiseo a los suyos. A Troya embarcaron los mejores argivos (I.
201), según Atenea, y es Atenea/Mentes quien ha llegado la víspera a Ítaca con una nave
y compañeros (I.182), como es propio de los expedicionarios que emprenden viaje de
aventuras. Pero, incluso la deidad se sorprende al ver aquel grupo de jóvenes que ocupan el palacio y “muy irritada” increpa a Telémaco. Éste lamenta ante el recién llegado
extranjero que no haya noticias de su padre, a quien cree muerto, y hubiera deseado
10
Sobre la relevancia temática de la cólera divina en la épica homérica, cf. J.B. Lidov, “The
Anger of Poseidon”, Arethusa 10:2, 1977, pp. 227-36.
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antes la muerte gloriosa de éste, en compañía de sus compañeros en Troya (I. 237),
que esta total ausencia de noticias durante años. Sin embargo, para el joven Telémaco
los que se quedaron no son “mejores” que los que partieron, y se refiere a ellos con un
término que está desprovisto de cualquier matiz ético (I. 245: áristoi) y que alude a su
posición social, es decir gente principal. Entretanto, Atenea da al muchacho una serie
de instrucciones para que convoque al ágora “a los héroes aqueos”, expresión intencionadamente irónica y humorística que se refiere exclusivamente a los ancianos itacenses
que pertenecen a la generación de Laertes y el vocablo tiene un sentido honorífico y de
respeto. Los que sí lucharon en Troya (I. 286) son “los aqueos de broncíneas corazas”;
éstos que no fueron a la guerra son los “valientes” que prepararán una celada para acabar con el legítimo heredero al trono.
En efecto, atasthalía es el auténtico ‘Leitmotiv’ de estas escenas en que intervienen
la voluntad y la libre decisión humana, y aquí, en el proemio de Odisea, la relevancia
temática de las fechorías de los compañeros y de Egisto serán equiparadas en sus funestas consecuencias, cuyo paralelo alcanzará también, como veremos, mediante una
buscada simetría narrativa, a los pretendientes11. Esta triple tropa de jóvenes adalides
(compañeros/ feacios/ pretendientes), en singular ringkomposition estructural12, servirá
por doquier para poner a prueba la noble y a veces despiadada naturaleza del héroe que
a cada paso progresa en sabiduría e inteligencia. Desde siempre ha llamado la atención13
el singular énfasis que el bardo ha puesto en la consecución del regreso de la tropa de
Odiseo a la patria, y que ante todo fuera “la propia vida” del héroe y “el regreso de
los compañeros” lo que estuviera en juego (I.5), como si estableciera una polaridad
vida/ regreso (=muerte), cargada de fuerte ironía trágica, que no es fácil de encajar en
el desarrollo del relato. Aunque quizás sea debido a que los diez primeros versos los
pronuncia el poeta y el resto del proemio corresponde a la Musa, y, claro está, poeta y
héroe tienen una perspectiva diferente de la historia14, porque Odisea comienza en un
punto deliberadamente elegido por el bardo para manifestar su total predilección por
el héroe y, de paso, establecer un cierto distanciamiento respecto a los compañeros15.
Paralelamente, Homero tiene su propia visión de los caracteres, quienes tienen además
un doble papel narrativo y estructural, como mecanismos para hacer avanzar el relato
11
I.J.F. De Jong, A Narratological Commentary on the Odyssey, Cambridge, 2001, p. 7; O.
Tsagarakis, Studies in Odyssey 11 , Stuttgart, 2000, p. 62.
12
B. Louden, “An Extended Narrative Pattern in the Odyssey”, GRBS 34, 1993, pp. 5-33; Id.,
The Odyssey. Structure, Narration and Menaning, Baltimore-London, 1999, pp. 31-49.
13
S.E. Bassett, “The Proems of the Iliad and Odyssey”, AJPh 44, 1923, p. 341; S. West, “An
Alternative Nóstos for Odysseus”, LCM 6.7, 1981, p. 169; P. Pucci, “The Proem of the Odyssey”,
Arethusa 15: 1-2, 1982, pp. 39-62; M. N. Nagler, “Odysseus: The Proem and the Problem”, Classical
Antiquity, 9, 1990, pp. 335-56.
14
J. S. Clay, “The Beginning of the Odyssey”, AJPh 97, 1976, pp. 313-26.
15
Cf. K. Rüter, Odysseeinterpretationen, Göttingen, 1969, p. 34 ss., 64 ss. y 78; B. Fenik,
Studies in the Odyssey, Wiesbaden, 1974, pp. 209 y 221 ss. Una explicación que trata de justificar
la aparente discrepancia de la relación entre Odiseo y sus camaradas vendría dada por la palmaria
inclinación del poeta por su héroe, cf. J.S. Clay, The Wrath of Athena: Gods and Men in the Odyssey,
Princeton, 1983, pp. 9-53.
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o pausarlo a voluntad. Por tal razón, cuenta la historia según su orden o secuencia de
los hechos, a tenor de un programa preestablecido que intenta desligarse de la tradición. Cuando en el canto II, mientras tiene lugar el segundo concilio divino, Homero
cuenta cómo en medio de la reunión se levantó el héroe Egiptio y se cuida de afirmar
que el hijo de éste, el lancero Ántifo, había embarcado con Odiseo y fue uno de los
compañeros que Polifemo devoró en su cueva (15-20); en concreto, el que se banqueteó el último. Lo cierto es que el poeta no dice los nombres de los devorados por el
cíclope ni de los que caerán en las distintas aventuras. Para darles un nombre el poeta
debe justificar su inclusión en el relato y ofrecer un rápido esbozo de caracterización.
El narrador quiere demostrar, primero, que es omnisciente y dicha información es sólo
para su público; y, segundo, adelanta y prepara el contraste entre padre e hijo: un padre
que no olvida al hijo (Egiptio/Ántifo, si bien éste no volverá) y un hijo que cree haber
perdido al padre (Telémaco/Odiseo, que sin embargo sí regresará). Por otro lado, la
nostalgia de Egiptio le sirve además al poeta para establecer la relación latente entre
los compañeros y los pretendientes como grupos independientes del pueblo de Ítaca.
Otros hijos tenía el anciano, Eurínomo, que era uno de los pretendientes, y los demás
cuidaban la hacienda familiar16.
Con todo, no deja de producir cierta desazón que, en detalles puntuales de los ‘apólogos’, el propio Odiseo parece matizar la afirmación inicial de la Musa, en el sentido
de que los compañeros también mostraron prudencia en la cueva del cíclope y once de
las doce naves que constituían el contingente itacense se perdieron en el país de los
Lestrígones, y que sufrieron lo indecible en el palacio de Circe. Porque ciertamente la
responsabilidad de las desdichas de la hueste aquea parecen repartírsela a partes iguales
héroe y compañeros, de modo que, una vez llegados a Trinacia, donde encuentran los
hermosos rebaños del Sol Hiperiónida, ya ambos han incurrido en la cólera de dos
divinidades, Posidón y Helio respectivamente17. El proemio atribuye la pérdida de los
compañeros a su propia locura irreflexiva (atasthalía) al devorar los prohibidos ganados de Helio; pero, este hecho es válido únicamente para la muerte de los hombres que
constituían la dotación de la propia nave de Odiseo. Las otras once, es decir el 92% de
la expedición que partiera de Ilión, han sido destruidas por los Lestrígones inmediatamente después del encuentro con Polifemo. Por tanto, la estupidez a la que se refiere
el narrador primario valdría sólo para la pérdida del 8% del grupo. Luego, quizás el
proemio quiera decir que el grueso de las pérdidas ha de atribuirse a la maldición de
Polifemo y, por tanto, también a la hybris y atasthalía de Odiseo, como cree Euríloco
(10.434-37), y no tanto a la voluntad de los dioses. No olvidemos, sin embargo, que
es el propio héroe quien narra estos particulares a su selecto auditorio de próceres feacios, y que, por tanto, personajes distintos tienen en ocasiones opiniones diferentes en
16
Sobre la equivalencia hetairoi/mnesteres/laoí, cf. J. Haubold, Homer’s People. Epic Poetry
and Social Formation”, Cambridge, 2000, pp. 100 ss. Tiresias después validará, en respuesta a las
preguntas de Odiseo, esta siempre difícil ecuación. El significado habitual de hetairoi en la épica
homérica es el de “camaradas en armas”; cf. Il. 1.179 y 3.32.
17
B. Fenik, op. cit., p. 209.
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materia religiosa e incluso, a tenor de la llamada “Ley Jörgensen”, la del poeta disiente
notablemente de la de sus personajes. Tiresias, en la Nékyia, no oculta tampoco el grado
de responsabilidad que el héroe pueda tener en estos hechos18, si bien su vaticinio nos
prepara para la inminente crisis de liderazgo que tendrá lugar tras abandonar el Hades.
De este modo, las palabras del adivino nos ayudan a comprender mejor qué hemos de
entender por atasthalía (11.104 ss.): la actuación temeraria y alocada del hombre, que,
fiando sólo en sus propias fuerzas y capacidades, quiere estar al margen de la voluntad
de los dioses, tras desoír los consejos y advertencias oportunas19.
Ya Stanford20 defendió en su día las siempre tensas relaciones entre Odiseo y su
tripulación, con la cual no consigue nunca establecer una relación de plena camaradería,
como nos demuestra, entre otros, el episodio del odre de los vientos. Sólo una vez les
llama Odiseo “amigos” (10.190), pero se encuentran en verdadero peligro y necesita de
su ayuda cuando arriban a la isla Eea, morada de Circe. Aquí podríamos citar algunos
pasajes odiseicos en los que se atribuye a Odiseo algunas conductas que encajan mal
con la dignidad heroica tradicional, pero Odisea es un mundo distinto en el que el heroísmo de tipo iliádico ha sido sometido a una dura revisión21. Por otro lado, Homero
ha subrayado dramáticamente el movimiento pendular que preside la estructura del
relato de los apólogos, que pone el acento, por un lado, en la necedad, desobediencia y
amotinamiento que preside sus actos y, por otro, el carácter inestable y ambiguo de unos
compañeros que no siempre saben de qué lado están y que constituyen una constante
preocupación para el héroe. Odiseo no le oculta a Alcinoo que, también para quien se
presenta como el campeón de la resistencia y del sufrimiento, los compañeros fueron
un escollo más en la dura singladura de regreso22. Preludio de esta continua solicitud
por los camaradas es el breve relato que Menelao hace a Telémaco (4.266-289), en
airada respuesta a la versión que la propia Helena acaba de ofrecer de la destrucción
de Troya: el caballo de madera, preñado de héroes argivos entre los que se hallaban él
18
O. Tsagarakis, op. cit., p. 47.
I.J.F. De Jong, A Narratological….,pp. 7, 264-65,305. Cf. también R.M. Frazer, “The Crisis
of Leadership among the Greeks and Poseidon’s Intervention in Iliad 14”, Hermes 113, 1985, p. 5;
Ch. Segal, “Divine Justice in the Odyssey:Poseidon, Cyclops, and Helios”, AJPh 113, 1992, pp. 489518.
20
W.B.Stanford, The Ulysses Theme. A Study in the Adaptability of a Traditional Hero, Oxford,19682 , pp. 44, 66-79.
21
H. Petersmann, “L´humanisation du héros chez Homère”, en J. Dion, ed.: Le paradoxe du
héros ou d’Homère à Malraux, Paris, 1999, pp. 17-27; M. Woronoff, “Gens de guerre et gens de mer,
le public homérique au VIIIe siècle av, J.C.”, en R. Hodot, ed., La koiné grecque antique, IV: Les
koinés littéraires, Paris, 2001, pp. 9-19.
22
Sobre el deterioro de la relación entre Odiseo y sus compañeros como elemento de relevancia
temática y narratológica, cf. D. Olson, Blood and Iron. Stories and Storytelling in Homer’s Odyssey,
Leiden-New York, 1995, p. 61. El propio héroe refiere a Eolo, tras su segunda visita, una vez abierto
el odre de los vientos, cómo la omnipresente molestia de los compañeros es un escollo contra el que
tropieza una y otra vez. Con todo, el dios del viento no acepta la justificación y despide al héroe de la
peor manera. Cf. F. Ahl-H.M. Roisman, The Odyssey reformed, Ithaca-London, 1996, p. 91; también
M. Aguirre, “Los peligros del mar: muerte y olvido en la Odisea”, CFC egi 9, 1999, pp. 9-22.
19
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mismo, Diomedes, Odiseo y un nutrido grupo de anónimos adalides son sorprendidos
por la argucia de Helena, quien, acompañada de Deífobo y remedando las voces de sus
respectivas esposas, pretendió arruinar el engaño. Animados y confortados por Odiseo,
los argivos resistieron la prueba, excepto Anticlo, que, anhelante de la esposa, a punto
estuvo de delatarles con sus gritos desde el interior del caballo si Odiseo no le hubiera
amordazado la boca con su poderosa mano (4.285-86). La puñada de Odiseo tuvo su
efecto para la toma de la ciudad y el fin de la guerra, pero también es el preludio de
futuros lances con los compañeros y los pretendientes. Así, cuando, en presencia del
huésped-mendigo, Euriclea vea la cicatriz que una día de cacería le hiciera un jabalí,
para evitar un precoz e inoportuno reconocimiento, Odiseo aplicará la mordaza de sus
fuertes manos sobre la boca de la estupefacta nodriza a fin de ahogar un inoportuno
grito de júbilo por el regreso del añorado rey, a quien tantos creían y deseaban muerto
(23.70-77). Un escolio nos informa de que Anticlo no es un personaje de la Ilíada, sino
invención del poeta al servicio de la caracterización del héroe23, y lo mismo podríamos
decir de Elpénor, el más joven de los compañeros, cuya prematura muerte sorprende al
mismísimo héroe. El talante impulsivo y agresivo de éste ya ha sido puesto de relieve
con anterioridad por Atena/Mentor en I.252-266 al referirse a un joven arquero Odiseo
que, en Éfira, le reclamó un poderoso veneno para impregnar flechas. Poco le faltó también a Euríloco para ser decapitado por Odiseo si los compañeros no detienen a tiempo
su brazo, que ya había desenvainado la espada; y lo mismo podría decir Circe, a la que
amedrenta con la espada bajo su garganta como le aconseja Hermes, y, por último, una
vez en el umbral de su palacio, el mendigo Iro, contra el que tuvo que dosificar convenientemente la fuerza del golpe para no provocar el excesivo molimiento del mendigo
y no delatar así su identidad.
En Ilíada ciertamente hay una infinidad de guerreros anónimos en ambos bandos,
que son muertos por otros muchos también desconocidos24. La Odisea, por el contrario,
ofrece un tratamiento diferente de los caracteres menores25, ya que al menos dos de
ellos, Euríloco y Elpénor conquistan alguna notoriedad en el relato durante la estancia
en la morada de Circe. En general, los compañeros de Odiseo desempeñan una clara
función temática y estructural: indicar a los feacios lo buen rey y capitán que era el
hijo de Laertes, y, por consiguiente, cuán digno merecedor era del retorno. En ciertos
aspectos, la camaradería de los campeones aqueos y troyanos durante la batalla en Ilíada arroja algo de luz sobre la conducta del héroe en relación con los compañeros. Así,
durante la primera batalla colectiva en Troya (Il. IV. 422-544), el Priámida Ántifo, que
23
Sch. Od. IV.285 Dindorf sostiene que Aristarco atetizó este verso porque en la Ilíada no
se mencionaba a este compañero. Respecto a Elpénor, Heubeck sostiene la misma opinión, cf. A.
Heubeck/A. Hoekstra, edd., A Commentary on Homer’s Odyssey, vol. II, Oxford, 1989, pp. 73-74. En
Ilíada Epeo y Euríalo desempeñan la misma función.
24
C.H. Whitman, Homer and the Heroic Tradtion, Cambridge (Mass.), 1958, p. 291. Es la
llamada androktasia. Sin embargo, el anonimato de las huestes aqueas y troyanas encuentra acomodo
en el “Catálogo”.
25
W.A. Camps, An Introduction to Homer, Oxford, 1980, pp. 24-29.
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pretendía lancear a Áyax Telamonio, hiere en la ingle al valiente compañero de Odiseo,
Leuco (491). Encolerizado nuestro héroe, atravesó las filas enemigas, lo que infundió
pavor entre los teucros, e hirió de muerte con la lanza a Democoonte, hijo bastardo de
Príamo (499). La misma reacción hallamos en Aquiles cuando conoce la suerte que
ha corrido Patroclo, si bien el Pelida barruntaba algún triste destino. En efecto, negros
presentimientos se cernían sobre su corazón cuando Antíloco, Il. 17, le trae la triste noticia de la muerte de Patroclo; el héroe prorrumpe en quejumbroso llanto y se retuerce
entre alaridos de dolor que mueven a piedad y terror entre quienes le rodean; por vez
primera, Aquiles se autoinculpa de la muerte del amigo y reconoce la brevedad de la
vida que también le aguardará a él. Como capitán del contingente de los mirmidones,
Aquiles presiente que, aún siendo él quien es, no ha estado a la altura de los acontecimientos a causa de una cólera que también para él ha tenido funestas consecuencias,
porque es deber del amigo y compañero asistir con la fuerza de su brazo a quienes se
han batido con él en el feroz combate. La Odisea, sin embargo, presenta un panorama
muy distinto, en el que el héroe no mantiene ya unos lazos fuertes de camaradería con
sus compañeros.
Y, con tales premisas, Odiseo, convertido ahora en ‘cuentacuentos ’ extemporáneo,
rememora las más singulares aventuras vividas. Inmediatamente después de abandonar
las playas de Ilión, arriban al país de los Cícones y a su capital Ismaro, donde la todavía
belicosa expedición entra a saco en la ciudad, mata a los hombres, toma como rehenes
a las mujeres y reparte abundante botín. Comienza así una larga serie de despropósitos
cuya responsabilidad se reparten a partes iguales compañeros y héroe. La tropa recién
salida de una guerra, cuando todavía no se han apagado los rescoldos de Troya, tiene
todo el carácter de la escaramuza guerrera de la Ilíada, y Odiseo se ufana de su actuación personal (“saqueé su ciudad y maté a su gente”, IX. 4026); de ahí el acento puesto
en la primera persona del singular: la conquista es suya; pero la nota sombría de la
historia también se deja oír cuando el narrador-Odiseo, que tiene ahora una perspectiva
global y ética de lo sucedido, refiere retrospectivamente cómo los “muy necios” compañeros se dedicaron al pillaje, pese a sus órdenes (9.44)27; permanecieron en la playa
emborrachándose y banqueteándose con el producto de la rapiña. Y, en efecto, fueron
unos necios porque no quisieron hacer caso del superior intelecto de quien pasaba por
26
Odiseo es el “destructor de ciudades”, como en Il. 9.326-9, 594 ss.
R.B. Rutherford, JHS 106, 1986, pp. 145-162. La desobediencia serie la clave de las difíciles
relaciones de Odiseo con sus compañeros, pero Homero quiere exculpar al héroe de toda responsabilidad.
28
Ho ptolíporthos Odysseús, Il. 2.278; 10. 363. Sólo sesenta versos de la Odisea rememoran su
papel en la toma de Troya (Od. 4.271-89, 8. 492-521, 11.523-33); cada uno de estos pasajes contribuyen decisivamente a la caracterización del héroe. La Dolonía asocia al excepcional caballo de madera
con Odiseo. El epíteto se utiliza frecuente y exclusivamente de Odiseo en Odisea (8.3; 9.504, 530;
14.477; 16,442; 18.356; 22.283; 24.119); cf. A.J. Haft, “‘The city-saker Odysseus’ in Iliad 2 and 10”,
TAPA 120, 1990, pp. 37-56.
27
ODISEO
Y LOS COMPAÑEROS: LA CARACTERIZACIÓN DE LOS PERSONAJES SECUNDARIOS EN LA
ODISEA
627
ser el auténtico “saqueador de ciudades” (Od., 8. 492-95, en clara alusión a Troya)28.
Odiseo es coherente con el modelo heroico tradicional cuando afirma “yo destruí”,
porque tal es lo que se esperaba del héroe que era, si bien Homero añade un elemento
nuevo al heroísmo de tipo iliádico: la preocupación por los compañeros, ya que “ellos”
provocaron su propia ruina. Sus múltiples ardides y multiforme ingenio parecen no estar
operativos cuando se inicia el regreso y la gran pérdida en vidas humanas no presagia
una tranquila travesía, como la que tendrán Néstor y Menelao, por ejemplo (3.103-200;
4.333-592). La primera aventura se salda negativamente para los expedicionarios, que
pierden seis compañeros por cada nave antes de que puedan ponerse a salvo (72 compañeros en total). El inesperado fracaso de la incursión y la posterior derrota nos preparan
para un tormentoso panorama de disensiones y malestares en el seno del grupo. Con
su habitual técnica dilatoria, Odiseo dirá después cómo había obtenido del sacerdote
ciconio, Marón, en pago a su piedad, un preciado vino que será capital en el antro de
Polifemo (9. 195-210).
Cuando reemprenden rumbo, Zeus suscita una tempestad que les desvía de la ruta
conocida, se cubrió el cielo de nubes y la noche cayó sobre ellos. En efecto, al doblar el
cabo Malea –al parecer la puerta de acceso al País de las Maravillas29 del que también
los feacios forman parte–, un fuerte Bóreas les aparta de su ruta. Después de nueve
días, llegan al país de los Lotófagos, comen y aprovisionan las naves para emprender
sin dilación rumbo a Ítaca. Pero el aventurero Odiseo, llevado por su enorme curiosidad,
quiere saber “qué hombres comen pan en aquel país” (9.89) y envía a tres compañeros
para que lo averigüen, dos armados y un heraldo. La avanzadilla tropieza de repente con
los nativos del lugar, que no eran belicosos ni abrigaban pensamientos hostiles, pero el
alimento que constituía la base de su dieta, el loto, probablemente fuera el peligro más
difícil de superar de cuantos les saldrán al paso. Esta extraña planta, que no la variedad
egipcia tan conocida sino otra inventada por Homero, provoca el olvido a quienes la
comen y ya nadie se acuerda del regreso. Obviamente, esto Odiseo lo sabe ex eventu,
porque cuando arriba a esta isla del olvido no tiene modo de saber qué les aguardaba30;
de esta manera, el poeta que maneja los hilos de la narración establece las distintas naturalezas de su relato y el de Odiseo. ¿Por qué el héroe interviene personalmente para evitar el desastre que habría supuesto olvidar el regreso a la patria y no en el episodio del
odre de los vientos cuando era quizás más necesario? Probablemente una explicación
fuera que, por la propia singularidad de la aventura, la voluntad de los camaradas estaría
suspendida y que por tanto él tiene que decidir por ellos: entre lágrimas y a rastras los
llevará a las naves, y a los restantes “leales compañeros” les ordena vigorosamente se
apliquen a los remos. En cambio, cuando los compañeros están en plena posesión de sus
29
Los cuatro regresos de héroes iliádicos mencionados en Odisea, Néstor, Agamenón, Menelao
y Odiseo se extravían al doblar este promontorio, el cual delimita la frontera entre el mundo real y
el fantástico, como queda claro en el relato de las otras “odiseas” narradas por Néstor y Menelao a
Telémaco. Los puntos de contacto con el relato de los apólogos son notables y numerosos, cf. I.F. de
Jong, A Narratological Commentary of Odyssey,...
30
D. Bouvier, “Le mémoire et la mort dans l’épopée homérique”, Kernos 12, 1999, pp. 57-71.
628
JOSÉ LUIS DE MIGUEL JOVER
facultades mentales y dominio de su voluntad, en consonancia con la tajante afirmación
de Zeus, Odiseo se mantendrá al margen para evitar un inoportuno enfrentamiento con
ellos en una fase temprana del Nóstos. En cualquier caso, la actitud y relación del héroe
con los suyos cambia después de abandonar por segunda vez el palacio de Eolo, otro
nuevo fracaso en las expectativas de obtener gloria y presentes para el regreso (¡y ya
van cuatro!). De este modo, la escaramuza entre los Lotófagos constituirá una prolepsis
de los diversos amotinamientos de la hueste del que se hace eco el proemio ya citado.
Aún reconociendo la maldad y estupidez de los compañeros (10.46, 80-134), hasta la
aventura con los Lestrígones, Odiseo se mostrará solicito y preocupado por la seguridad
de todos, como lo demuestra el hecho de que, recién arribados al país de Circe, caza a
un enorme ciervo para satisfacer su hambre, puesto que, por ahora, su única preocupación es la supervivencia (10.158-173).
Pero, si hay un episodio que constituya una de las pruebas más duras que deberán
superar los expedicionarios, éste es el encuentro con el cíclope Polifemo. El propio héroe reconoce ante estos feacios ávidos de relatos que la triste suerte que les aguardaba
en aquel lugar fue causada por su insaciable curiosidad y por el ansia de obtener amigos
y presentes, lo que le llevará incluso a incurrir en hybris31. La ocasión le presenta a
Odiseo un bello lance con el cual medirse a sí mismo (9.213-15). Y aquí, en efecto, se
invierten los papeles: es Odiseo quien no hace caso de los temores de los compañeros,
que recelan del lugar ante el espectáculo que les asalta a la vista. Odiseo confiesa que
allí fue él el necio y los compañeros los que vieron el peligro real conforme se adentraban por el enorme y bucólico aprisco que conducía a una gigantesca cueva. Una vez
en su interior, el colosal mobiliario del antro les lleva a la inmediata y obvia conclusión
de que el dueño de aquel cóncavo recinto, en el que han entrado sin ser invitados, era
un pastor gigante. La propia voz no-humana del ogro quebró sus ánimos y el terror e
impotencia se apoderó de aquellos aventureros que se habían comido el queso ajeno
(9.255-58). Su solicitud de hospitalidad es desatendida por el cíclope, quien además no
respeta a Zeus Hospitalario e incluso muestra algún atisbo de astucia, que Odiseo sabe
desarmar convenientemente, pero ello no impide que éste se apareje como cena a dos
compañeros del modo más terrible (9.288-93). El héroe se deja llevar por un primer impulso de desenvainar la espada y matar al monstruo, pero un segundo impulso y su métis
le refrenan de cometer tan gran error (9.295-306). La aventura seguirá con la muerte de
otros cuatro compañeros, que son devorados como desayuno y almuerzo, convenientemente regados con un buen vino de Ismaro; la posterior borrachera, signo de la superior
inteligencia de nuestro protagonista, culmina con la huida de la cueva y el triunfo del
polymétis sobre el salvaje; no obstante, los compañeros no comparten ni la opinión ni
el entusiasmo de su jefe, de modo que, amparados en el anonimato del grupo, protestan
ante la inesperada conducta de éste, el cual pretende dejar claro al antropófago quién
le ha cegado (9.494-99). Es obvio que el héroe no podía huir sin más, debía afianzar
su nombre y su kléos en toda circunstancia, aunque ello supusiera la pérdida de vidas
31
R. Friedrich, “The Hybris of Odysseus”, JHS 111, 1991, pp. 16-28.
ODISEO
Y LOS COMPAÑEROS: LA CARACTERIZACIÓN DE LOS PERSONAJES SECUNDARIOS EN LA
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humanas. La tensión, como vemos, crece por momentos en el seno del grupo. Pero, tras
las episodios de Eolo y los Lestrígones, el panorama cambia totalmente cuando arriban
al país de Circe, aventura que es central para la caracterización de los compañeros.
Odiseo aún es el jefe que se preocupa por la suerte de los camaradas y que se sacrifica
por ellos; éstos han caído bajo el encantamiento de la maga, que los ha convertido en
cerdos, pero él anhela rescatarlos de tan triste suerte y, para conseguirlo, yacerá si es
menester con la diosa. Ahora, el héroe-narrador centra su atención en tres de ellos:
Euríloco, que encabezaba una avanzadilla de veintidós compañeros cuando descubre la
morada de Circe (10.208-11); Polites, quizás el más querido para Odiseo y una excusa
para justificar la intervención del héroe; Elpénor, el más joven del grupo y también el
más interesante de este curioso trío de antihéroes32. Euríloco, rebelde, cobarde y charlatán, figura tragicómica como el Tersites iliádico, es crucial en esta aventura, que busca
el contraste entre héroe y compañero; avisa a Odiseo de la suerte de los demás, pero
pretende huir y dejar a los camaradas a su suerte. No obstante, pese a todo, después de
un año de detención y en una nueva llamada de atención, será precisamente Euríloco
quien “recuerde” a su jefe que deben reemprender el regreso. El episodio es, por tanto,
una explícita caracterización del héroe, que, al menos hasta este momento, siempre está
dispuesto a acudir en socorro de los leales compañeros (10.387).
La transformación de los compañeros en cerdos es un rasgo del cuento popular que
está en la base de los apólogos, si bien en el relato folklórico es el propio héroe el que
se transforma; la metamorfosis se produce de arriba hacia abajo: cabeza, voz, miembros superiores, resto del cuerpo, pero todos ellos conservan intacto su discernimiento
humano, de modo que saben quiénes son y en qué se han convertido. La detallada descripción del espacio escénico y sus protagonistas no deja de tener su toque de humor,
porque quizás el narrador quiera indicarnos que los compañeros se han transformado en
lo que son realmente. Ahora bien, gracias al denuedo que Odiseo pone en recuperarles
para el regreso, cuando éstos vuelven a ser hombres, aparecen a la vista de todos más
jóvenes, altos y gallardos que antes (10.395), casi héroes por un día en virtud de las
artes mágicas de Circe. Como hemos visto, en cada nueva aventura hay alguna baja en
la hueste, y ésta concluye con una cómica y ridícula muerte, la de Elpénor. En efecto,
momentos antes de dirigirse la expedición hacia el Hades por consejo de Circe, muere
el más joven de ésta, que ni era el más valiente ni estaba tampoco muy en su juicio;
borracho como el cíclope, busca un lugar tranquilo y fresco en el palacio de Circe para
dormir, y decide encaramarse al tejado, lejos de la algarabía de los compañeros. Pero,
al amanecer, Odiseo despierta a todos y les apresta para una rápida partida. El joven y
despistado Elpénor, alertado por la vocinglería de los camaradas y olvidándose de la
elevada posición en que se hallaba, se levantó de repente y fue a darse de bruces contra
32
El singular detenimiento del héroe en el trabajo tan perfectamente estructurado y ordenado
de las criadas de Circe (10.348-65) invierte irónicamente la situación de su propio grupo y aquella
que encontrará en Ítaca; cf. S.D. Olson, “Servants’ Suggestions in Homer’s Odyssey”, CJ 87, 1992,
pp. 219-27.
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JOSÉ LUIS DE MIGUEL JOVER
el suelo; se desnucó a causa del formidable porrazo y su alma viajó veloz al Hades
(10.548-49).
La breve narración de la muerte de Elpénor (10.550-60), que muere del modo tan
poco heroico que acabamos de referir, es un claro ejemplo de cómo opera el arte del
relato épico en la trabazón de los detalles pequeños que sirven para unir los distintos
episodios. La historia, además, es vista desde una doble perspectiva; primero, Odiseo
se lo cuenta a su público (feacios y nosotros), y, segundo, en 11.60 ss., el propio Elpénor se lo refiere a Odiseo33. Y así, llegados al Hades para consultar a Tiresias y una
vez celebrado el ritual de evocación de los muertos, tal como le indicara Circe, se le
apareció primero el alma del triste Elpénor, cuyo cuerpo había quedado insepulto y sin
ser llorado en el palacio de la maga por la premura de la partida. El tono de humor
negro de las palabras de Odiseo34 y la singular petición que el alma de Elpénor dirige a
su señor sitúa la acción en el terreno de la parodia cómica; el muchacho quiere recibir
sepultura, pero, claro está, no de cualquier modo, sino como los héroes: ser incinerado
con sus armas, y sobre el túmulo que se le erigiera, clavar el remo como testimonio
imperecedero de su fama. Las inevitables resonancias heroicas del pasaje y las expresiones propias de los grandes héroes puestas en boca de este remero de la nave de
Odiseo no se ajustan ni a los rasgos de su personalidad, ni al oficio que desempeñara
en vida, ni a las supuestas hazañas que merecerían tales honores fúnebres, sobre todo si
tenemos en cuanto la muerte tan ridícula que acabó con él35. Como asevera Odiseo, el
muchacho carecía de las mínimas cualidades guerreras36, que le harían digno merecedor
de semejantes honores: “era el más joven, ni en exceso valiente en la batalla, ni muy
ajustado en sus mientes”, (10. 552-3). Por edad –parece querer decir Odiseo– no le ha
dado tiempo a dar cima a grandes hazañas, pero además no sobrepujaba a ningún otro
en valor, ni estaba en su sano juicio; en suma, como Tersites, Elpénor era el bufón37 de
la hueste que no llegó nunca a estar plenamente integrado en ella. Sólo a los cadáveres
de los héroes se les somete a la cremación juntamente con las armas que han utilizado
33
H. Rohdich, “Elpenor”, A u A 31, 1985, pp. 108-115; A. López Eire, “La Odisea y la historia
de Elpénor”, en Codoñer, C. (ed.), Stephanion. Homenaje a María C. Giner, Salamanca, 1988, pp.
113-119.
34
En Ilíada 16.744-50, Cebríones, hijo bastardo de Príamo y auriga de Héctor, es derribado del
carro por la formidable pedrada que le envasa Patroclo y que le destroza la cara; el muchacho muere
prácticamente al instante. Como vemos, en los poemas de Homero siempre son estos personajes de
inferior estofa los que reciben los golpes, si bien, unas veces, tales molimientos mueven a piedad,
como aquí, y otras, como en el episodio de Elpénor, a risa. Cf. D. Arnould, Le rire et las larmes dans
la littérature grecque, París, 1990, p. 32.
35
Sobre las resonancias orientales de este personaje, cf. O.R. Arans/Ch. R. Shea, “The Fall of
Elpenor: Homeric Kirke and the Folklore of the Caucasus”, JIES 22:3-4, 1994, pp. 371-98.
36
D. Collins, Inmortal Armor. The Concept of Alke in Archaic Greek Poetry, Lanham, 1998, pp.
55 ss.
37
P.A. Perotti, “Epos e tragedia”, Vichiana 4, 1993, pp. 174-196; ib.,” Elementi di commedia in
Omero”, Minerva 13, 1999, pp. 67-86. Sobre Tersites, el primer antihéroe de la literatura europea, cf.
J.J. Batista Rodríguez, “Sobre el humor homérico: a propósito de ‘N 361-382’”, SyNTAXIS 22, 1990,
pp. 75-86; C. Miralles, Ridere in Omero, Pisa 1993.
ODISEO
Y LOS COMPAÑEROS: LA CARACTERIZACIÓN DE LOS PERSONAJES SECUNDARIOS EN LA
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en vida (Il. 6.417-20; Od. 24.80-85), de modo que las palabras de Elpénor son una
parodia de las escenas de enterramiento de los héroes, ya que ahora también la gente
de rango inferior reclama un lugar entre las filas de los varones inmortales. La parodia
resulta de ver al héroe (Odiseo), que es presentado sólo como un hombre, en tanto
que este “simplicissimus” (Elpénor) pretende honores de héroe. Cómico preámbulo y
contrapunto necesario, en suma, a la Nékyia, en la cual veremos desfilar, ante nuestros
ojos y en un cuadro dramático de fuerte impacto emocional, las almas de los grandes
héroes de las generaciones pasadas y a sus ínclitas madres, y, procedentes del Tártaro,
a toda una galería de los más grandes pecadores de la mitología. De esta manera, en la
muerte se igualan tanto héroes como compañeros, señor y criado, grandes y pequeños.
Y Elpénor, prototipo de los futuros antihéroes que después pulularán por la literatura
universal38, es la genial creación de un poeta que fue el primero en dar protagonismo a
la gente corriente39.
38
N. Vagenàs, “Elpenore: l’anti-Ulisse nella letteratura moderna”, en P. Boitani/R. Ambrosini,
eds., Ulises: archeologia dell’uomo moderno, Roma, 1998, pp. 243-55.
39
Habremos de esperar dos milenios y medio para encontrar en Don Quijote de la Mancha a un
personaje de baja condición, Sancho Panza, elevado a la categoría de co-protagonista de la historia. En
otro lugar analizaremos los interesantes y fundamentales personajes de Eumeo y Euriclea, contrapunto
deliberamente buscado de los compañeros de Odiseo. Cf. H. Pournara Karydas, Eurykleia and Her
Succesors: Female Figures of Authority in Greek Poetics, Lanham 1995.
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