¿ Cómo leo ? Julieta Fierro Leo mal, pero me encanta. Me costó muchísimo trabajo aprender a leer. Cuando finalmente aprendí caí en la cuenta que es una de las cosas más extraordinarias de la vida, la posibilidad de viajar por los multiversos del conocimiento. (El tecnicismo viene de la palabra que se usa ahora en cosmología para referirse no sólo al universo del que forma parte la Tierra y por supuesto nosotros, sino al conjunto de universos que existen de manera paralela al nuestro que evolucionaron antes y lo harán en el futuro.) Regresando a la lectura, como para mi fue un esfuerzo enorme iniciarme en las letras, me doy cuenta que se les puede dificultar a otras personas, por eso me preocupa tanto que en el sistema escolarizado, no siempre se enseñe a leer con paciencia, tomando en cuenta las dificultades del otro y sobre todo procurando de manera placentera. Pienso que existen maneras de enseñar a leer para el disfrute y el acceso a la cultura por toda la vida, en varios idiomas a la vez; es cuestión de entrenar a los maestros, proporcionarles suficientes materiales didácticos, eliminarles burocracias innecesarias y pagarles bien. Por supuesto también sería necesario hacer una reforma educativa donde se enseñe menos información y más formación interesante. ¿Cómo leo ahora?: acostada. Me gusta ponerme en la cama con dos almohadas en la espalda y una sobre la panza ( que ha crecido tanto que tal vez en el futuro ya no sea necesaria la prótesis de plumas). Tengo una lámpara en el buró y por fortuna todavía no necesito lentes para leer, así que me acomodo muy bien. La almohada de la panza es para sostener el libro a la altura justa y para darme calorcito rico. Cuando la lectura es apasionante, si me canso de esa posición me coloco boca abajo, o me voy a la sala y me siento en la mecedora, o sobre un sillón recostada subiendo las piernas en el respaldo. Si es día de leer, me pongo la pijama, si hace frío agrego calcetines , bata y una cobija. No escribo sobre mis libros, siento que los daño. No me gusta leer donde hay ruido, por eso pienso que las bibliotecas públicas deben contar con cubículos para lectura individual. También procuro escribir cédulas museográficas cortas y con letra grande, porque me desagrada leer entre bullicio y de pie. A la hora de decidir que leer, me debato entre múltiples antojos y obligaciones. Procuro alternar. Estoy suscrita a dos periódicos, La Jornada y el Reforma (de este leo la sección cultural). Recibo Letras Libres y varias revistas de divulgación de la ciencia, las que más me gustan son Scientific American y Science News. Me doy cuenta que invariablemente voy postergando los textos que de repente tengo que leer por deber. Lo que más disfruto son las novelas, alterno en Inglés, Francés y Español. Procuro comprar y leer los libros de los Premios Nóbel para así tener una visión más integral de la literatura mundial (no digo universal por aquello de que algún día espero que descubramos extraterrestres alfabetos). También me agradan los relatos históricos y por supuesto la ciencia. Compro mucho más libros de los que puedo leer. Así que tengo libreros llenos de tentaciones. He procurado acomodar los libros en orden alfabético. Un día por darle una sorpresa a un enamorado saqué cientos y los puse verticales, en fila, decoré todo con velas y flores, para que tirara uno y se cayeran todos los demás, uno tras otro. Fue muy bonito, pero como hubo que desordenarlos para que funcionara el espectáculo, así los guardé. Ahora mis libros están en orden experimental o de pasión, como se quiera ver. Después de leer el libro sobre el amor de las putas tristes de Gabriel García Márquez, llegué a la conclusión que debo ordenar mis libros conforme los he leído, tendrá la gran ventaja que me recordarán la vida, porque los libros lo siguen a uno y comparten nuestra evolución. Me desagrada mucho cuando presto un libro y no me lo devuelven, porque me gusta admirar a mis libros aunque se que no tendré tiempo de volverlos a leer. Me encantan los libreros hermosos rebosantes de libros. Me fastidia cuando me entregan un libro dañado, siento que es como si me lastimaran a mi. Si me prestan un libro y por alguna razón se maltrata procuro comprar uno nuevo y devolver ese. Cada uno de mis libros tiene un ex libris, con mi nombre: Julieta, el año de adquisición y por supuesto el nombre de quien me lo regaló. También tiene su marcador, me agradan los del Museo Metropolitano, Tane, los de flores y los de arte. Me gusta ir a las librerías de las grandes ciudades Estadounidenses, que cierran a las 10 de la noche y donde hay varios pisos de libros. En varias ocasiones he tenido que comprar una maleta adicional para poderlos transportar. Siento mucho que instituciones como la UNAM no tengan librerías de estas proporciones, donde además haya discos, revistas, sitios agradables y amplios para tomar café, presentar libros y leer, leer y leer. En México, suelo ir a las librerías del Fondo de Cultura Económica. No me gusta ir a Gandhi, aunque voy, porque los empleados no siempre son amables. También compro libros en Amazon. Evito las ferias del libro porque me agobio, aunque asisto con gusto a presentar libros e impartir conferencias. He regalado muchos libros leídos; los de ciencia a mis alumnos, antes de que se hagan obsoletos, otros a bibliotecas. Por ejemplo, alguna novela que no pienso volver a leer la dono a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. He oído que no siempre hay suficientes ejemplares de novelas modernas en esas bibliotecas y como suelo comprarlas durante mis viajes pienso que les sientan bien. Compro libros de ciencia para regalar en los programas de radio que dirijo. También les regalo libros a los hijos, nietos y bisnietos de mis empleadas domésticas (además de los que les doy a ellas). Me gusta regalarles libros a las personas que quiero con la esperanza que disfruten las lecturas tanto como yo.