Sexismo en el lenguaje, sexismo en el mensaje

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SEXISMO EN EL LENGUAJE. SEXISMO EN EL MENSAJE
Los estudios sobre sexismo en el lenguaje comenzaron en la década de los 70 en
lenguas como el francés, el italiano, el inglés y el castellano. Referentes básicos para el
análisis de la lengua fueron en su día: Language and woman’s place, de Robin Lakoff,
publicado en 1975 (edición española de 1981), y Lenguaje y discriminación sexual, de
Alvaro García Meseguer, publicado en 1977.
En el primero de ellos, Robin Lakoff hacía un análisis exhaustivo del inglés y
defendía que la lengua discrimina a las mujeres de dos maneras: por el modo en que se
les enseña a utilizarla y por el modo en que el uso colectivo las trata. El aspecto más
desarrollado en su estudio era el primero, pero en esta ocasión lo que nos interesa es
precisamente el uso colectivo. Por su parte, Alvaro García Meseguer analizaba, entre
otros aspectos, el menosprecio que el castellano mostraba hacia las mujeres y la
ocultación que de ellas se hacía en la lengua. Al final, el autor recogía en un apéndice
una serie de definiciones de la decimonovena edición del Diccionario de la Real
Academia Española y hacía algunas propuestas no discriminatorias para incluirlas en
ediciones posteriores.
En la década de los 80, feministas y lingüistas escribieron artículos y
publicaciones que analizaban el sexismo de las lenguas. También en esa década se
analizaron numerosos libros de texto, tanto desde la perspectiva del lenguaje como de
las imágenes que contenían. No es de extrañar, por ello, que a finales de los 80
empezaran a aparecer recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje. Las
primeras las realizó la UNESCO, y, posteriormente, algunas instituciones europeas las
hicieron suyas, adaptándolas a las especificidades estructurales de cada lengua. En el
caso del castellano, la existencia del género gramatical hizo que las recomendaciones
incidieran en temas como: a) evitar la utilización del masculino (ya fuera singular o
plural) como genérico que abarca a ambos sexos; b) evitar la alusión a las mujeres como
categoría subordinada; c) utilizar de forma simétrica nombres, apellidos y tratamientos;
d) utilizar, cuando fuera posible, el género epiceno; e) cuando no existan epicenos,
utilizar el doblete; f) adecuar los títulos, carreras, profesiones y oficios a la realidad
actual o futura. Aparte de esas recomendaciones, también se realizaron otras para
cambiar los formularios de las administraciones públicas, así como para que las ofertas
de empleo no fueran discriminatorias para las mujeres.
Han pasado más de veinticinco años desde los primeros estudios en los que se
analizó el sexismo del lenguaje. ¿Qué ha ocurrido en este tiempo? ¿Qué balance
podemos hacer al respecto? De eso tratará precisamente este artículo.
Yo diría que donde más impacto ha tenido el tema ha sido en la enseñanza y en la
Administración (aunque en esta última aún falta un análisis exhaustivo de los
formularios), y en menor medida en los medios de comunicación y la sociedad en
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general. En cuanto a las fórmulas utilizadas, creo que cada una de ellas merece un
análisis diferenciado.
En mi opinión, se está utilizando excesivamente una de las recomendaciones: el
doblete. Las expresiones “ciudadanos y ciudadanas”, “alumnos y alumnas”, “amigos y
amigas”, “expertos y expertas”, “compañeros y compañeras”, “trabajadores y
trabajadoras”, “empleados y empleadas”..., sobre todo si se repiten a lo largo de un
texto, se convierten en cantilenas completamente carentes de contenido. Sobre todo
porque, en la mayoría de los casos, se observa que al elaborar el documento no ha
habido una reflexión previa al respecto. Se ha llegado a extremos tan ridículos como
que en un congreso de educación infantil uno de los ponentes hablara de “libros y
libras”, o que en un texto apareciera "los/las deportistas femeninos/as". Conviene
recalcar que, si queremos utilizar esta fórmula, sería más correcto poner primero el
femenino y a continuación el masculino, pero hay que insistir en que no conviene
abusar de ella. Quien tenga que intervenir en público, quien escriba un artículo o
presente una ponencia debe pensar en oyentes de ambos sexos (salvo casos
excepcionales), y elaborar el material conforme a ello. Con esa idea en la mente, deberá
buscar fórmulas para incluir a las mujeres en su discurso, o al menos para no
invisibilizarlas, y al mismo tiempo utilizará un lenguaje más correcto. Se pueden utilizar
combinaciones entre genéricos y epicenos, o fórmulas como “quienes piensen”, “las
personas que deseen”, “no todos los seres humanos”, etc. en vez de “los que piensen”,
“los que deseen”, “no todos los hombres”, etc. Muchas veces no hay necesidad de
explicitar los géneros. ¿Qué necesidad hay de decir “Buenas tardes a todos y a todas”?
¿Acaso no es suficiente con decir “Buenas tardes”? ¿Por qué utilizar “Bienvenidos y
bienvenidas” cuando se puede decir “Reciban ustedes nuestra bienvenida”? Por poner
unos ejemplos. Si sólo utilizamos los dobletes, nos estamos quedando en lo anecdótico
del lenguaje sexista.
Se ha avanzado, aunque tímidamente, en lo relativo a la adecuación de títulos,
carreras, profesiones, etc. (aunque todavía se escuchan expresiones como la médico
María Angeles Lizarraga o el arquitecto Nekane Pérez), así como en utilizar los
epicenos y en evitar el masculino como genérico. En ese sentido, la publicación de los
libros de estilo de algunos diarios ha resultado de gran ayuda para los periodistas. Pero
el problema continúa. No olvidemos que en castellano sólo el femenino denota
exactamente lo que queremos decir. Si un titular de un periódico recoge “Tres
francesas mueren en accidente de tráfico”, la noticia no deja lugar a dudas. “Tres
franceses mueren en accidente de tráfico”, en cambio, es, cuando menos, ambiguo. El
resultado de esa ambigüedad y lo que eso implica para las mujeres y para la sociedad en
general es algo que a muchas personas aún se les escapa. Quizás en el caso
mencionado la ambigüedad no tenga mayores consecuencias, pero en la mayoría de los
casos resta información. Analicemos estos otros: “El 56,5% de los vascos no considera
grave tener exceso de colesterol” o “El 47% de los jóvenes considera a los padres poco
estrictos”. Personalmente, nada tengo que objetar a los titulares. Lo realmente
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preocupante es que al finalizar la noticia no se sepa con exactitud a quiénes hace
referencia la noticia, si exclusivamente a los varones o también a las mujeres. Por otra
parte, tampoco queda claro si en la palabra padres se incluye a las madres. El problema
se habría resuelto en todos los casos incluyendo la perspectiva de género en la
información.
Incluir la perspectiva de género supone tener en cuenta que en esta sociedad, por
nuestra educación, porque arrastramos una cultura milenaria, mujeres y hombres
tenemos distintos problemas, distintos hábitos, distintas prioridades, distintas actitudes y
distintas valoraciones sobre las cosas. Y eso es aplicable a cualquier ámbito de la vida:
político, cultural, económico, asistencial...
Lo mismo ocurre con las cuestiones
relativas a la salud. Es evidente que por nuestra diferente biología y por nuestros hábitos
de consumo (aunque estos últimos se vayan equiparando a los de los varones) mujeres y
hombres tenemos distintas patologías, distintas enfermedades. Yo diría que hasta
cuando se informa de los accidentes de tráfico es importante saber cuántas mujeres y
cuántos hombres mueren en la carretera, porque eso nos puede dar pistas sobre la
forma de conducción de unas y otros y las responsabilidades que tienen en los
accidentes. Es fundamental, por tanto, que esas diferencias queden reflejadas en
cualquier información que se facilita.
Por otra parte, todavía se sigue produciendo en muchísimos casos el salto
semántico, es decir, empezar una frase o una oración con un genérico masculino en
sentido no marcado, y a continuación utilizarlo en sentido marcado. Por ejemplo, hablar
de jóvenes o de vascos, y a continuación referirse a una costumbre típicamente
masculina, o preguntarse sobre las preocupaciones del hombre medio (dando a entender
que también incluye a las mujeres), y acabar diciendo que la caída del cabello es una de
sus mayores preocupaciones. Con el salto semántico se fomenta la identificación de la
parte con el todo. El varón es la persona, la medida de todas las cosas; se produce, por
tanto, una ocultación de las mujeres.
Como decía una lingüista, “lo que nos invade no es el género gramatical
masculino, sino un pensamiento androcéntrico, un referente masculino detrás de las
palabras”. De hecho, nos estamos encontrando con la paradoja de que un ponente
comience su intervención en unas jornadas diciendo “bienvenidos y bienvenidas”, para
a continuación afirmar “me ha tocado bailar con la más fea”; que un comentarista
radiofónico, tras decir “amigos y amigas”, nos hable de las piernas de la cantante; que
un dirigente de un partido, tras empezar con “ciudadanos y ciudadanas”, utilice una
metáfora sexista para analizar la situación política, o que un sindicalista, tras el
“compañeros y compañeras” de rigor, diga un chiste sexista para animar el debate.
Titulares de prensa como “Christa Lafontaine: ¿pérfida rubia o
supereconomista?”; “Jospin tiene problemas con sus ministras”; “La mujer con las
más bellas piernas del Gobierno irrumpe en un mundo de hombres” muestran también
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a las claras esa visión androcéntrica de la sociedad. En muchas ocasiones, se juzga a las
mujeres no por su actividad profesional o por sus declaraciones políticas, sino por su
aspecto físico. Se utilizan con ellas calificativos que jamás se utilizarían con los
varones. La falta de simetría en los juicios es una muestra más de esa visión
androcéntrica.
He hablado de prensa, pero ¿qué decir de la publicidad? La mayoría de los
mensajes publicitarios siguen insistiendo en dos estereotipos de mujeres: el objeto
sexual apto para vender desde un coche hasta un teléfono móvil, o el ama de casa
obsesionada por la limpieza.
Pero ese sexismo que se refleja en los medios de comunicación alcanza su cota
más alta en lo referido al fútbol y su parafernalia. La invasión futbolística que se ha
producido en los últimos años, especialmente en las televisiones (aunque también la
radio está plagada de retransmisiones, y el lenguaje es el mismo), está extendiendo el
lenguaje sexista hasta límites insospechados. Los comentarios de los futbolistas, las
metáforas que utilizan los periodistas, así como el lenguaje que se escucha en la calle a
los jóvenes son todo un alarde de machismo. Los órganos sexuales masculinos jamás se
han publicitado tanto, los chistes machistas jamás han tenido tanto eco, y a ello están
contribuyendo tanto Internet como los videojuegos.
En resumen, y como balance de estos años podría decirse lo siguiente: se está
incidiendo más en lo anecdótico del lenguaje sexista que en lo que realmente implica
de análisis de las relaciones entre hombres y mujeres. Todavía se discute si la
utilización de la arroba como comodín para -a/-o es correcta, si decir “ciudadanas y
ciudadanos” es redundante, o si está mejor “profesorado” que “profesores”. Nunca
estará de más hablar de ello, ni buscar fórmulas que ayuden a una mayor visibilización
de las mujeres (contribuyendo así a una utilización más correcta de la lengua), pero no
perdamos de vista el conjunto, ya que en la sociedad actual, paralelamente a los
pequeños cambios que se están produciendo en materia de igualdad, se está
produciendo una fuerte reacción para reforzar los roles tradicionales. La presión de los
medios de comunicación para que las mujeres sigan siendo objetos sexuales es tan
feroz, el reforzamiento de los roles tradicionales de esposa y madre es tan salvaje que
en esta fase deberíamos poner el acento en el sexismo de los mensajes.
Begoña Muruaga
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