El monólogo en el teatro de Calderón de la Barca SANTIAGO FERNÁNDEZ MOSQUERA Universidad de Santiago de Compostela, España El concepto de monólogo sobre el que se asienta esta ponencia se basa en las paradojas que implica su propia caracterización. El monólogo, como elemento integrante de la obra literaria, comparte con ella la base fundacional de todo acto comunicativo que es, en última instancia, una relación con el receptor. Mientras que la ficción dramática del diálogo conlleva la efectiva comunicación entre dos personajes, independientemente de que se trate de una convención genérica, el monólogo supone la ruptura de ese pacto ficcional porque no exige un interlocutor en las tablas, pero implica una relación dialogística explícita o implícitamente con el público. El monólogo dice cosas y las dice al espectador (o al lector) y, por lo tanto, su inmanencia desaparece por el mero hecho de ser expresado. En efecto, la primera paradoja que esconde el concepto de monólogo teatral estriba en que el monólogo relata una expresión íntima, en alta voz, que no tiene interlocutor inmediato dentro del pacto ficcional del género y que, sin embargo, tiene un destinatario claro y muy presente como es el público o lector que lo recibe. La segunda paradoja se fundamenta en la concepción tradicional del monólogo que lo consideraba antiteatral, antidramático. La ausencia de diálogo y la suspensión de la acción que implica todo monólogo parece remitir a un concepto rígido la obra dramática en la que se valora explícitamente la acción y la comunicación directa de dos o más personajes en la escena. Otras paradojas en la constitución del recurso tienen que ver con su función y con su construcción retórica. No será infrecuente, sobre todo en la comedia nueva española del siglo XVII, que distintos monólogos cumplan una función dialógica más o menos directa dentro de la pieza, no en situación contigua, sino diferida en el tiempo de la acción. Por su parte, la construcción del monólogo en muchas ocasiones, está construido sobre bases retóricas que implican figuras de exclamación y diálogo. Pues bien, todos estos elementos son fácilmente rastreables en los monólogos presentes en la obra de Calderón de la Barca. Sin embargo, la revolución que supuso en la historia literaria española las propuestas de Lope de Vega, también repercutieron de manera directa en la función y el carácter del monólogo. Frente a la rigidez de la tragedia española del XVI, cuyo último y mejor ejemplo es la Tragedia de Numancia de Cervantes, la comedia nueva implica un uso del monólogo mucho más abierto e integrado en la acción, mucho más apegado a la búsqueda de la verosimilitud. Con todo, en la ya madura producción calderoniana y en una ámbito en que el monólogo recuerda los usos tradicionales como pueden ser las comedias mitológicas, el recurso cobra nueva vida y se acerca a los usos más antiguos.