¡Reina del Cielo, alégrate! ¡Aleluya!

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¡Reina del Cielo, alégrate!
¡Aleluya!
por el Padre Nicholas Gruner, B. Comm., S.T.L., S.T.D. (Cand.)
La oración mariana especial para esta Estación Santa exhorta la Bienaventurada
Siempre Virgen María a alegrarse. ¿Por qué Le decimos que se alegre? Porque Nuestro
Señor resucitó verdaderamente. Pero Ella ciertamente sabe que El resucitó en verdad.
Nuestro Señor Le apareció en primer lugar, antes de haber aparecido a los santos Apóstolos
y antes aun de haber aparecido a las santas mujeres que fueron al sepulcro.
Entonces ¿por qué es que Ella es aclamada y exhortada que Se alegre? Es porque
Ella estaba tan triste, tan mortificada, tan profundamente dolorida en el íntimo de Su alma,
donde la espada la había traspasado, tal como el Santo anciano Simeón Le había dicho que
sucedería. La Señora estaba tan devastada por la cruel pasión, por la muerte tan cruel, por
los enormes sufrimientos de Su amado Hijo.
El exceso de Nuestro Señor
Moisés y Elías, poco antes de la Pasión de Jesús, hablaron de Su exceso. Dijeron
que aquello que Él estaba listo a sufrir era excesivo. ¿Será que alguien puede acusar Dios
de ser excesivo? Pero estos santos profetas, hablando con Nuestro Señor en el Monte
Tabor, Le hablaron de los excesos – de los excesivos sufrimientos de una crueldad
excesiva, de Su ofrecimiento excesivo, de Su gran y excesivo acto de Amor para nuestra
salvación y para nuestra Redención.
Este gran sufrimiento, este gran y excesivo Amor de Nuestro Señor por cada uno de
nosotros, a punto de ofrecer Su vida en la Cruz y de morir inmerso en el dolor y en el
flagelo de la corona de espinos, Su ser clavado en la Cruz como se fuese una cosa
inanimada; Sus pies traspasados por un clavo, y dejado allí, para morir en el medio de
insultos, de desprecios, de esputos, y de mofas de aquellas personas orgullosas e hipócritas
– Sus “jueces” que Lo pusieron en la Cruz.
Todas estas cosas, y más todavía, hicieron sufrir Nuestra Señora, mientras Ella vía
sufrir Su único Hijo, Su Señor y Su Dios.
Ella Lo vio sufriendo y antes quería haber muerto en Su lugar. Le habría sido más
fácil, una vez que Ella Lo amaba mucho más que Se amaba a Sí propia. Y así, estaba tan
devastada que, aun después de la Resurrección, aun después de Ella había visto resucitado
Nuestro Señor y Salvador, aun después de Ella había visto cuan jubiloso, cuan triunfante,
cuan feliz Él estaba, Ella aun se encontraba en los abismos del dolor. Y por eso Nuestro
Señor tenía que estar con Ella más tiempo.
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Fue Nuestro Señor que Le
dijo, primero que nadie: “Regocíjate y
alégrate, o Virgen María, Mi Madre”.
Y finalmente, con mucho tiempo y
dedicación, Ella dejó atrás Su dolor
para alegrarse con Su Hijo.
Es por eso que la Iglesia, hasta
hoy, en la Estación de la Pascua, ora
con Nuestro Señor: “Regocíjate y
alégrate, o Virgen María, porque el
Señor resucitó verdaderamente”. Esta
reflexión nos lleva a otra aún.
¿Por qué Nuestro Señor sufre
tanto?
¿Por qué impuso Él esta
agonía a Su Madre que lo vio sufrir
en la Cruz?
¿Por qué es que Él fue hasta un tal exceso, como Moisés Y Elías lo llaman? El
simplemente habría podido perdonar a la raza humana sus pecados sin haber pasado por
una tal agonía, sin haber pasado por un tal derramamiento de sangre, sin haber pasado una
muerte tan horrible.
¿Entonces por qué es que Él lo hizo? También podría haber ofrecido sólo una gota
de Su sangre, en la circuncisión, como un pagamiento suficiente a Dios en justicia por
nuestros pecados, una vez que el mérito de Su precioso sangre es infinito. ¿Entonces por
qué es que El pasó por todo ese exceso de sufrimiento?
Hacemos esta pregunta porque, en primer lugar, Él podría simplemente habernos
perdonado sin pedir de la humanidad, en estricta justicia, reparación por aquella ofensa
infinita contra Dios, que es el pecado. Ahora, Dios Padre podría haber aceptado un menor
pagamiento, de valor infinito, sin duda, de una gota de sangre derramada en Su
circuncisión, o aun en un único azote de Su flagelación, o en algún sufrimiento limitado y
menor de que aquel que Él suportó.
Estamos, entonces, confrontados con este misterio: ¿por qué fue Él hasta un tal
exceso, por que permitió Él que Nuestra Señora sufriese tanto cuando Él La ama tan
tiernamente, tan completamente; cuando Él La ama más de que ama todo el resto de la
humanidad? ¿Por qué es que lo hizo?
La respuesta está en que Él quiere llevarnos al Cielo; y quiere que toda la
humanidad sea salvada. Es que Dios Mismo es limitado; no en Sus infinitas perfecciones,
sino a causa de Sus infinitas perfecciones.
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Con o sin la Redención, Dios no puede perdonar el pecado si el hombre no se
arrepiente de sus pecados. Porque Dios es Todo Santo, porque Dios es Todo Bueno, porque
Dios es Todo Justicia, Él no puede decir ‘no importa si vosotros pecáis’, ‘no importa si
vosotros Me ofendéis’, ‘no importa si vosotros nunca os arrepentís’, porque, sea como sea,
Yo os llevaré al Cielo. Porque es infinitamente Bueno, Dios no puede tomar una tal actitud.
Por lo tanto, sabiendo cómo somos débiles, y cómo somos inclinados a pecar,
sabiendo cómo es fácil, para cada uno de nosotros, disculparnos a nosotros mismos cuanto
a nuestro pecado favorito – para uno puede ser robar, para otro puede ser la lujuria, para
otro puede ser el orgullo, para otro puede ser la ira – cada uno de nosotros tiene una
debilidad particular y, en esta debilidad, tendemos a disculparnos. Nosotros tenemos
tendencia a no nos arrepentir. Nosotros tenemos tendencia a no procurar el perdón para ese
pecado.
Nuestro Señor, conociendo nuestra condición humana y deseando, con Su infinito
Amor, salvarnos, de todos los métodos y todas las posibilidades que Él podría haber usado
para salvarnos de nosotros mismos, para salvarnos de nuestros pecados, para salvarnos de
nuestras ilusiones, para salvarnos de nuestros deseos y ligaciones, Él eligió lo más eficaz de
todos, que era el camino de la muerte en la Cruz.
Porque Jesús Se entregó para nuestra Salvación, cada uno de nosotros puede decir
con San Pablo: Él se entregó por mí, por mi salvación, por mi Redención, para que yo haga
lo que me compete para guardar Su Ley, para vivir de acuerdo con Sus Mandamientos, para
hacer lo que sea necesario ante Dios para salvar mi alma.
Cristo vio y sintió
anticipadamente el dolor
de todos los pecados de
la humanidad cuando
sufrió Su agonía en el
Jardín de los Olivos – no
sólo
por
nuestros
pecados personales, sino
también por los pecados
de herejías, sacrilegios y
desobediencia que se
extienden
hasta
la
jerarquía misma.
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No hay amor mayor
“Vosotros sois Mis amigos” – dijo Jesús – “si guardéis Mis Mandamientos”. “No
hay para un hombre mayor amor de que esto: dar la vida por sus amigos”.
Él dio la vida por Sus amigos en un sacrificio tan excesivo: por vosotros y por mí,
por cada uno de nosotros; y lo hizo aun al costo del dolor terrible de la espada traspasando
el alma de Nuestra Señora. Lo hizo con Su consentimiento, y Ella, imitando a Jesús y por
Amor de Él y de nosotros, suportó voluntariamente aquel sufrimiento para vuestro bien y lo
mío.
Es por eso que Jesús quiere que todo el mundo reconozca, acepte, aprecie y
reflexione sobre todo lo que Nuestra Señora también hizo por nosotros. Es por eso que El
quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María, y es por eso
que no traerá la paz al mundo, que no traerá la paz a la Iglesia, que no evitaremos la
guerra que pronto estallará. Es por eso que no parará el hambre que ya ha comenzado,
porque no lo merecemos. A causa de todos estos castigos, y los más que cuelgan sobre
nuestras cabezas, esta generación de la humanidad, esta generación dentro de la Iglesia
católica merece el castigo más que cualquier otro tiempo.
Pero si nosotros sólo reconozcamos, si aceptemos, si hagamos lo que Él pide, y
demos el crédito a Su Santísima Madre, que es también nuestra, Dios aún nos perdonará, a
pesar de lo avanzado de la hora, a los múltiplos castigos apocalípticos que cuelgan sobre
toda la humanidad en todas las partes del mundo.
Cuando leemos en el Mensaje de Fátima que naciones enteras serán aniquiladas,
cuando oímos el Papa Benedicto XVI decirnos que el mensaje de Akita, aprobado por la
Iglesia, es lo mismo de Fátima, y cuando el mensaje de Akita nos dice que la humanidad
será punida de un modo nunca antes visto en toda la Historia de la humanidad – que es
fuego, no agua, ni inundaciones, ni 40 días de lluvia, sino fuego que caerá de los cielos,
aniquilando la mayor parte de la humanidad.
Creyente, no-creyente, laico o sacerdote; nadie puede asegurarse que escaparemos
de tal castigo; y aquellos que escaparán, nos dice el mensaje de Akita, envidiarán la suerte
de los muertos. Tal será la desolación experimentada a través de todo el mundo.
¿Qué debemos hacer?
¿Qué debemos hacer? ¿Qué debemos hacer para escapar? Sólo seremos librados por
medio de la Consagración de Rusia. Pero, pueden replicarme, yo soy una persona
insignificante. No soy un sacerdote, ni un obispo, ni un Cardenal. ¿Qué puedo hacer yo?
Muy recientemente regresaba yo de dos semanas en Roma, y yo y mi equipo
visitamos 13 Cardenales y obispos. Algunos de ellos ni siquiera querían oírme, pero otros
querían, y algunos hasta concordaron enteramente con nosotros. Pero aparentemente, la
mayor parte de ellos sentía que no podían exponerse tanto. Varios nos dijeron que
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debíamos hablar con el Papa, pero que no nos ayudarían directamente a verlo. Otros
concordaron con el Mensaje de Fátima y con la necesidad de la Consagración de Rusia,
pero sentían que, por ellos, nada podían hacer. Otros oyeron, pero no querían
comprometerse.
Y descubrí que hasta el Cardenal Bertone, o personalmente o a través de un
Monseñor, hizo preguntas sobre Rusia, preguntando al Patriarca Ortodoxo si ellos se
importarían en el caso del Papa hacer la Consagración de Rusia.
Una señal de esperanza
Esta información es, de cierta manera, una señal de esperanza, porque yo no
pensaba que ellos llevasen el Mensaje de Fátima a serio, ni un poco. Pero,
sorprendentemente, el Cardenal Secretario de Estado preguntó al Patriarca ortodoxo Ruso si
ellos se importaban.
Esta es una señal de esperanza que ellos (el Vaticano) están pensando en esto,
considerando la desolación a través de que hemos pasado en los últimos 30 años, y
considerando que un Arzobispo me dijo directamente:
¡“Padre Gruner, Usted es una voz clamando en el desierto! Intenté
hacer alguna cosa por Usted. Hablé a altos funcionarios en la jerarquía
superior del Vaticano (Arzobispos y Cardenales) y ellos no quieren oírlo”.
Por lo menos un Obispo reconoció que no es por mí, por el Padre Gruner.
Reconoció que no hago más que repetir el Mensaje de Fátima, pero ellos no quieren oírme.
Al que parece, un número de funcionarios del Vaticano ni quieren oír hablar de mi
nombre. De cierta manera, hacen recordar avestruces, que meten la cabeza en la arena,
esperando que los problemas desaparezcan.
Yo soy sólo el mensajero, no soy el problema. El problema es el peso del pecado, la
enorme apostasía envolviendo los fieles, los sacerdotes, los Obispos, los Cardenales, y
hasta en el Vaticano – hasta, quien sabe, tocando la dignidad del Papa. Él también no
piensa que necesita obedecer a Nuestra Señora de Fátima encima de todas las otras
personas humanas.
Sólo hay una salida
Sólo hay una salida. Es el camino de la Consagración de Rusia. Pero para mucha
gente, esto parece casi una exageración. Hasta personas que dicen ser devotas de Nuestra
Señora de Fátima y piensan que exageramos cuando decimos que, si no obedecimos muy
rápidamente a Nuestra Señora de Fátima, miles de millones, o sea, muchos miles de
millones de almas irán al infierno por toda la eternidad. O sea, personas que viven hoy,
personas que conocen, posiblemente toda la gente de su familia, posiblemente toda la gente
que encuentra en la calle, o en su lugar de trabajo, o hasta en su iglesia parroquial. ¡Miles
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de millones de almas! Cómo podemos decir tales cosas, nos preguntan ellos. Algunos
sacerdotes se escandalizan con estos comentarios. La pérdida de miles de millones de almas
que viven hoy y que irán al infierno por toda la eternidad es muy probable, a menos que se
haga muy rápidamente la Consagración de Rusia, o, por lo menos, que el Tercer Secreto sea
revelado en su totalidad muy brevemente.
¿Cómo podemos decir tales cosas? En primer lugar, si el mensaje de Akita viene de
Dios, (y el Cardenal Ratzinger dijo que es digno de ser creído) y si nos dice que la mayoría
de la humanidad perecerá en el castigo que se aproxima, esto quiere decir que por lo menos
tres miles de millones de personas, por lo menos la mitad de la población mundial,
perecerán.
Ahora, como es un dogma de la Fe católica que, fuera de la Iglesia Una, Santa,
Católica y Apostólica nadie puede salvarse, se sigue que las únicas personas que podrán
salvarse son todas católicas. Entonces, si todos los católicos muriesen en este castigo, aún
habrá dos miles de millones de personas que no son católicas y que morirán
repentinamente.
Es muy difícil creer que miles de millones de personas se perderán por toda la
eternidad en el castigo que se avecina. Pero si leen el artículo de San Leonardo de Porto
Maurizio en la página 12, “El pequeño número de aquellos que se salvan”, verán que él
dice, así como muchos otros santos, que la mayoría de los católicos adultos también están
condenados por toda la eternidad, porque no se arrepienten de sus pecados, o no hacen una
buena Confesión, o porque nunca confiesan, o porque no siguen la Ley de Dios.
Si damos cuenta de lo que nos rodea, en las calles, en las prácticas comerciales, en
los periódicos – inmoralidad, asesinatos, que los pecados en todas sus formas son
glorificados, justificados, y defendidos en la plaza pública, hasta dentro de la Iglesia,
¿cómo es que, en este tiempo de apostasía, podrá haber más almas que se salvan de que en
el tiempo de San Leonardo de Porto Maurizio?
Por lo tanto, es bien que cada uno de nosotros trate en primer lugar de su propia
salvación. Debemos también hacer todo lo que podamos para salvar el mayor número
posible de nuestros amigos, parientes, vecinos, sacerdotes y Obispos y nuestro Papa,
rezando por ellos, haciendo sacrificios por ellos, haciendo lo posible para asegurar nuestra
salvación en primer lugar, y después la salvación de ellos. Santiago nos aconseja que si nos
aproximemos de Dios, Él se aproximará de nosotros.
San Pedro dice “Por tanto, hermanos, esforzaos más y más para asegurar vuestra
vocación y elección por medio de las buenas obras; porque haciendo esto, no pecaréis
jamás”. (2 Pedro 1:10) Es por eso que les recomiendo que lean el artículo de San Leonardo.
Les recomiendo también que recen el Rosario con frecuencia y con fervor, que
hagan los Cinco Primeros Sábados, y que recen y hagan sacrificios por los pecadores.
Nuestro Señor dijo a los pastorcitos en Fátima que muchas almas van al infierno por no
tener quien se sacrifique y pida por ellas.
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No desanimen
No nos dejemos desanimar con las dificultades, con el trabajo duro de salvar el
alma. Cuando Nuestro Señor habló a Sor Lucía, le dijo que, cuando las personas oigan la
palabra penitencia, muchas desaniman. Nuestro Señor nos dice en el Evangelio: “Si
vosotros no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente”. Por lo tanto, nosotros todos
necesitamos hacer penitencia, además de la penitencia de abstenernos de comer carne los
viernes de todo el año. Hasta cuando Pablo VI dijo:
“Si la Conferencia Episcopal del país les permite que coman carne los
viernes, si lo hagan, cada viernes deben sustituir esa penitencia por otra.
No obstante, hay más penitencias a hacer que esa.
Sobre este punto, Sor Lucía escribió: “El buen Dios va dejándose aplacar, pero Se
queja amarga y dolorosamente del número limitadísimo de almas en gracia dispuestas a
renunciarse en lo que exige la observancia de Su ley”.
asunto:
Sor Lucía escribió también, en la Cuaresma de 1943, al Obispo de Gurza sobre este
“La penitencia que el Buen Dios ahora pide es el sacrificio que cada
persona tiene que imponerse a sí mismo llevando una vida de justicia en la
observancia de Su ley. Y desea (que) se haga conocer con clareza este
camino a las almas; que muchas, interpretando el sentido de la palabra
‘penitencia’ para significar grandes austeridades, no sintiendo fuerzas ni
generosidad para ellas, desaniman y descansan en una vida de tibieza y
pecado.
“De jueves a viernes, mientras estaba en la capilla con permiso de mis
superiores, a las 12 de la noche, me dijo Nuestro Señor: ‘El sacrificio exigido
de cada persona es el cumplimiento de sus propios deberes de vida y la
observancia de Mi ley. Esa es la penitencia que ahora busco y exijo’”.
Nuestro Señor hizo personalmente todo lo que era posible. Sufrió tanto cuanto
podía. Permitió que Su Madre sufriese tanto cuanto podía, para ganar el mayor número de
méritos posibles para nosotros, para facilitar lo más posible la salvación de nuestras almas.
Pero nosotros tenemos que cumplir nuestra parte. No podemos continuar simplemente a
pecar, continuar a no cumplir nuestro deber, continuar a no ser caritativo, continuar a no
cumplir nuestras obligaciones en justicia para con nuestra familia, nuestros amigos,
nuestros colegas de trabajo, nuestros vecinos, nuestros parroquianos, por palabras y por
acciones. Tenemos que obedecer a los diez Mandamientos de Dios. Tenemos que hacer
reparación por nuestros pecados, y hasta el punto que podamos, debemos divulgar el
Mensaje de Fátima. Esto es el único medio que Dios concedió a la humanidad – para evitar
la guerra, para evitar la aniquilación, para evitar la esclavización, para evitar el Gran
Castigo que cuelga sobre nosotros, para evitar la Gran Apostasía que ya comenzó entre
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nosotros y que está a ganar fuerza día tras día, y que llevará, si no la impedimos, al reino
del Anticristo, en nuestros días, durante tres años y medio (42 meses), como las Escrituras
nos dicen.
¿Cuánto tiempo nos queda?
¿Cuánto tiempo tenemos? Bueno, para algunos de nosotros, y tal vez para todos
nosotros, quizás tengamos menos que un año. Por ejemplo, hay actualmente 4.700 Obispos
católicos en el mundo, y con todo en 12 meses 110 de ellos, más o menos, estarán muertos
y llevados a recibir su justo premio. Otros tomarán su lugar, pero para eses ya no habrá más
tiempo. Tendrán mucho que responder por no haber hecho lo que pudiesen para que se
hiciese a tiempo la Consagración de Rusia.
Pero esto no se aplica sólo a ellos. Se aplica también a todos y a cada uno de
nosotros. ¿Cuánto tiempo tendré yo? ¿Cuánto tiempo tendrán Ustedes? ¿Y cuánto tiempo
tendremos nosotros, todos juntos? Sólo Dios lo sabe. Pueda ser menos que un año, pueda
ser menos que 10 años. Sabemos que al Rey de Francia le fueron dados 100 años exactos
para evitar que la Revolución Francesa lo matase a él y a millones de franceses. (ya se
pasaron 90 años desde 1917). Él podría haber evitado todo, obedeciendo simplemente el
mandato de Jesús para consagrar su país al Sagrado Corazón de Jesús de forma pública y
solemne. Pero él no lo hizo. La historia cuenta el resto. Pero, hasta el día de hoy, Francia,
Europa y el mundo sufren porque el Rey de Francia rechazó a obedecer, porque el confesor
del Rey de Francia lo aconsejó, de facto, a no obedecer.
Sólo Dios sabe donde están ellos hoy; pero será peor, mucho peor, si el Papa y los
Obispos no obedezcan, consagrando a Rusia a tiempo. Peor para ellos, y peor para todo el
mundo. Pero también será peor para aquellos que, de entre nosotros, sabemos que tenemos
la solución en nuestras manos y nada hacemos a ese respecto. Nosotros no podemos hacer
todo, pero podemos hablar de esto a los otros, podemos rezar y hacer sacrificios por eso, y
podemos animar los que tienen autoridad y aquellos que tienen influencia y poder para que
hagan todo lo que puedan para apresurar la Consagración de Rusia.
¿Por qué llevamos nosotros esta carga?
¿Por qué lleva Usted esta carga? Porque Nuestro Señor y Nuestra Señora se la
entregaron. ¿Por qué llevo yo esta carga? Por la misma razón.
Es por eso que yo insisto con Usted, ahora que ya le fue explicado su deber, para
hacer todo lo que puede para abrazar su cruz, como Nuestro Señor abrazó Su Cruz para
aceptar la voluntad de Dios para Usted, y como la Bienaventurada Siempre Virgen María
aceptó ser la Madre de Dios, la Madre de los dolores, la Madre del Salvador, y todo el
sufrimiento que eso implicaba.
Podrá algún de nosotros decir, como eses Cardenales en Roma, como eses Obispos
en el Vaticano: ¿”Qué puedo hacer yo”? “No puedo hacer nada”. ¡No! Cada uno de
nosotros puede hacer alguna cosa. Cada uno de nosotros puede hacer más. Yo soy sólo una
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persona. No puedo hacer todo, pero lo que yo puedo hacer, haré y si cada uno de nosotros
hace lo que pueda, podremos invertir aún esta situación. Y entonces podremos decir que,
con los méritos y las gracias de Nuestra Señora, ayudaremos a apresurar el triunfo del
Inmaculado Corazón de María; que nosotros hubiéramos hecho lo que nos competería para
apresurar la paz en el mundo, para impedir la aniquilación de las naciones y para impedir la
pérdida de miles de millones de almas.
Qué el Inmaculado Corazón de María triunfe en breve, antes que sea eternamente
tarde para tantos.
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