EL MARISCAL. Por Belisario Betancur. Acrisolado ya el dolor de quienes junto a él vimos impotentes cómo se desplomaba hacia la ladera de la muerte, según escribiera sobre el general Pedro José Berrío, el recuerdo de Gilberto Alzate Avendaño es un viaje al mundo perdido de la elegancia mental. Parecería superfluo hablar de tal categoría en una época en que la inteligencia ni siquiera se halla a la defensiva porque no hay quien la acose, sino que vegeta en medio de la indiferencia generalizada. Hoy campean otros valores, contrarios a los de la época del florecimiento de nombres como el de Alzate, y aclaro que tal afirmación no constituye reclamo, ni obedece a un ramalazo de la nostalgia. Esta incursión por el mausoleo literario, es un repaso que le habría encantado a quien escribió Memoria y letanía de las campanas. En aplicación de la idea del recuerdo de Alzate como un bello anacronismo, me gusta agregar que si el Mariscal viviera hoy en el esplendor de su edad -la que tenía cuando viajó al territorio de los inmortales-, representaría un despilfarro de talento -del muy suyo-. Porque, preguntémonos, ¿quién estaría dispuesto a escucharlo, y, sobre todo, a captar los relámpagos de su inteligencia refinada y tan profunda y atractiva, amén de impráctica? Por algo le fascinaba el Monsieur Teste de Valery, aquel que estaba atormentado por el mal agudo de la precisión; y que llevaba al máximo el insensato deseo de comprender... Un hombre que recomendaba embelesarse con la lectura del Diccionario Castellano, ahora moriría no tanto de tristeza cuanto de tedio, en los escenarios en donde se vive y se triunfa con 150 palabras de las 500.000 o más que tiene el idioma. Hace algún tiempo, mientras hojeaba uno de los 52 densos tomos de la Biografía Universal publicada en Francia a principios del siglo XIX, el historiador inglés Malcolm Deas dijo en voz baja, y como para sí mismo: !Cuánta gente olvidada!. El recuerdo de Alzate está donde debe estar, no en el olvido sino en nuestras mentes de amigos y discípulos, viajando a través de la tradición oral, como cualquier protagonista de las leyendas homéricas. Siempre habrá alguien que cuente alguna de sus hazañas verbales o que cite el título de un ensayo suyo. Siempre habrá un joven que lo admire, como se decía de Mallarmé. Porque Alzate no fue un político. No. Alzate fue un poeta inmenso. Ahora solicito autorización a los familiares del doctor Alzate que se encuentran aquí, y de ese gran cultor de su memoria que es Jorge Mario Eastman, para repetir con nuestro incomparable Mariscal: Me parece que he concluido. Muchas gracias.