La política científica de Vannevar Bush

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La política científica de Vannevar Bush Ensayo de Jade Rivera Rossi Vannevar Bush fue considerado uno de los exponentes más sobresaliente en política científica durante el siglo XX. Su propuesta planteaba que el progreso científico es esencial para la seguridad nacional, el bienestar público, la salud y el desarrollo. Es un hecho conocido que estas actividades son de incumbencia del gobierno, en especial sobre aplicaciones militares, y son vigentes para la política actual. Sin embargo, a raíz de que la financiación de la ciencia básica está a cargo del gobierno, podemos entender que está guiada por intereses particulares u objetivos militares, y por lo tanto, se cuestionarían las bases sobre las que ha sido creada: su autonomía y su legitimidad. En el documento "Ciencia, la frontera sin fin. Un informe al presidente, julio de 1945" se sostiene que se debe preservar la libertad de investigación y el ambiente creativo en libertad ‐los rígidos controles que se impusieron en tiempos de guerra deben ser eliminados‐. La investigación científica no siempre tiene como fin la utilidad, en otras palabras, no tiene que vender y ser un bien consumible, sino producir nuevos conocimientos y estos su vez, generar otros nuevos. Bush resalta la importancia de la inversión en capital científico. Su visión es vigente en nuestros días, como lo demuestra el aumento de mujeres y hombres investigadores. En la actualidad el 20% de los profesionales en un país desarrollado está relacionado con algún aspecto de la ciencia. Jesús Vega parafraseando a Dereck J. De Solla Price dice que la ciencia crece de forma exponencial, cada 15 años se duplica el número de autores, de revistas científicas, de artículos científicos, entre otros. Por otro lado, V. Bush señala tres factores fundamentales sobre los que se sustenta la ciencia: "el libre accionar de la iniciativa de un pueblo vigoroso bajo la democracia, la herencia de la gran riqueza nacional y el avance de la ciencia y su aplicación" (Bush, 1945). En este sentido agregaría un factor determinante que es la transferencia científica‐
tecnológica a países en vías de desarrollo, pues de continuar el modelo actual se seguirán manteniendo y agudizando las desigualdades sociales (véase el caso del continente africano que se encuentra afectado por el hambre, la insalubridad, el analfabetismo, entre otras dolencias). La producción del conocimiento es un proyecto social y para la sociedad, y debería ser un proyecto global. La correlación entre democracia, libertad y desarrollo de la ciencia puede observarse en el caso español, fructífero durante la República pero que sufrió un estancamiento durante la dictadura[1] y después, fue impulsada en los ochenta por la Ley de Fomento y Coordinación General de la Investigación Científica y Técnica (Ley 13/86) y el correspondiente Plan Nacional de Investigación y Desarrollo Tecnológico. A pesar de que se observa que la inversión en ciencia y tecnología es inferior a la de sus vecinos europeos y otras potencias como Estados Unidos y Japón (Muñoz, 2001), el panorama científico de España en los primeros años del siglo XXI se caracteriza por un incremento en los programas de investigación científica, desarrollo e innovación tecnológica (I+D+I). Para el período 2008‐2011, al que corresponde VI Plan Nacional de Investigación Científica, se duplicará la inversión respecto de cuatrienio anterior, alcanzando la cifra de 47.700 millones de euros (El Economista.es, 2007). Sin lugar a dudas esto se ha producido por la plena integración de España en la Unión Europea y la consolidación de la democracia. Considero que la política científica concebida en 1945 idealiza en extremo el papel que juega la ciencia y la tecnología en la sociedad moderna. Desde una óptica positivista, se plantea un modelo basado en paradigmas elementales como la seguridad, la salud y el bienestar, con un carácter claramente materialista y tecnocrático. Sin embargo, el siglo XXI nos muestra una realidad compleja compuesta por la globalización de las economías, la sombra del terrorismo, las desigualdades sociales que se mantienen y acentúan, el calentamiento global, entre otras; es decir, una serie de problemáticas complejas que requieren de una solución multidisciplinar. En este sentido, los paradigmas de V. Bush, orientados por la tecnocracia, son en cierta manera insostenibles. En la actualidad se debería pensar un modelo de ciencia para la paz; la guerra no debería ser la principal motivación para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. No obstante esta premisa se mantiene vigente, tal es el caso de la carrera espacial que cobró importancia luego de la Segunda Guerra Mundial y se mantiene hasta el presente. También hay que resaltar que el "conocimiento debe difundirse para beneficio del público en general" (Bush, 1945) y en este sentido la tecnología de consumo actual proviene de la tecnología militar. Finalmente, las ciencias sociales y humanas ahora no están al margen de lo que ocurre en el ámbito científico. Existe interés por comprender aspectos relacionados con la ciencia y la tecnología. Podríamos hablar de una sociedad más activa e interesada en estos temas, donde cobra importancia insertar en la esfera pública aspectos relacionados con la ciencia, sus avances y sus aplicaciones. [1] Hago referencia a la desarticulación de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) y posteriormente a las limitaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) durante el Régimen. 
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