El Periódico - última hora Opinión ARTÍCULO // EL PUNTO DE VISTA NO EN NOMBRE DE LA DEMOCRACIA • El triunfo de Bush no supone ningún refrendo a su peligrosa política de restricción de los derechos + información Powell dice que Bush seguirá con su política "combativa" >MERCEDES García Arán Catedrática de Derecho Penal de la Universitat Autònoma de Barcelona George Bush ha ganado las elecciones en EEUU y hay que reconocer la legitimidad del resultado en términos democráticos. Pero precisamente porque el resultado es claro, la lectura democrática lleva a destacar las políticas que han sido refrendadas en unas elecciones planteadas casi como un plebiscito. Y, en esa clave, el análisis es desolador. Los especialistas analizarán cómo han influido el miedo, la guerra, el integrismo religioso, el peso del país rural o las peculiaridades del sistema electoral, pero lo cierto es que se ha registrado una participación electoral histórica en la que los abstencionistas se han movilizado para, mayoritariamente, apoyar al presidente. Si me parece respetable y, precisamente por eso, desolador, es porque habrá quienes consideren que se ha proporcionado refrendo democrático a políticas muy peligrosas para los siempre débiles logros de la civilización y de la democracia. No es necesario insistir en el integrismo religioso que, por ejemplo, niega derechos a los homosexuales, porque aquí nos sobra con la inestimable colaboración de la Iglesia católica. Pero es alarmante el orden jurídico que, bajo el liderazgo de EEUU, se está extendiendo como una mancha de aceite en los últimos años. Al inicio de la guerra de Irak, considerada ilegal incluso por el secretario general de la ONU, se manifestó cómo el concepto de guerra preventiva liquidaba las precarias reglas de la convivencia internacional, trabajosamente establecidas desde la segunda guerra mundial. La agresión antes de la agresión, basada en lo que después se ha demostrado como mentira y manipulación de la opinión pública, con el resultado de miles de muertos y extensión del terrorismo que se dice combatir. PERO NO se trata de una perversión aislada del orden internacional, porque el castigo preventivo se ha extendido a la intervención frente a la delincuencia, concebida también como una guerra en la que se desatan los peores instintos autoritarios, que, siempre latentes, sólo son detenidos por la cultura y los controles democráticos. Se está consolidando lo que ya ha sido teorizado --también en Europa--, como el derecho penal del enemigo. En realidad, se trata de la negación del derecho, porque parte de la distinción entre ciudadanos y enemigos, de modo que los segundos, calificados como nopersonas, pueden verse privados de derechos con el argumento de que se trata de una excepción a la que no deben temer los ciudadanos respetuosos con la ley. La falacia es evidente. Uno, porque la calificación como enemigo queda en manos de un Estado en plena deriva autoritaria, y dos, porque la supuesta excepción, tiende a convertirse en regla. El Estado de derecho se basa, precisamente, en la igualdad de derechos para todos, de modo que si se excepciona irracionalmente el principio, éste deja de existir para todos los ciudadanos, enemigos o no. El escándalo de los presos de Guantánamo y su consideración como no-personas es la expresión más brutal del fenómeno, pero lo mismo puede decirse de la Patriot act estadounidense, ley en la que se eliminan controles judiciales a la privación de derechos, y se permite un exhaustivo control de los ciudadanos, en especial si son inmigrantes, llegándose a autorizar la recogida de información sobre el tipo de libros que utilizan en las bibliotecas. Pero lo que más debe preocuparnos --si cabe--, es que el liderazgo mundial de EEUU exporta sus opciones políticas y jurídicas. No son casualidad las reformas penales del 2003, auspiciadas por el anterior Gobierno español, algunas de las cuales han contado con el beneplácito de la opinión pública. Basadas en su mayoría en un Plan de lucha contra la delincuencia (2002) que traslada la terminología bélica al tratamiento del delito, imponen penas desproporcionadas a pequeñas infracciones, sin hacer nada por incidir socialmente en la situación social del delincuente habitual, siguiendo la tolerancia cero estadounidense, que lleva a la segregación social, y consagrando el castigo excesivo como actuación preventiva. HEMOS recuperado, en la práctica, una inconstitucional cadena perpetua destinada especialmente a terroristas y delincuentes organizados, aunque prevista teóricamente para todos. Hemos endurecido la respuesta penal ante la criminalidad de los extranjeros, en una interesada equiparación entre extranjeros e inmigrantes, olvidando que cuando éstos están regularizados delinquen menos que los españoles. Hemos, en fin, delimitado un enemigo cuya persecución justifica renunciar a principios liberales y, lo que es peor, parece pronosticar réditos electorales. Habrá que redoblar esfuerzos para imponer la racionalidad sobre los peores instintos alimentados por el miedo y la segregación del diferente. Porque la democracia no puede legitimar su autodestrucción, ni debe utilizarse su nombre para acabar con ella.