Congreso Internacional International Conference “¿LAS VÍCTIMAS COMO PRECIO NECESARIO?” Memoria, justicia y reconciliación “VICTIMS AS A NECESSARY PRICE?” Memory, Justice and Reconciliation Organización: Proyecto de Investigación «Filosofía después del Holocausto: Vigencia de sus lógicas perversas» INSTITUTO DE FILOSOFÍA Centro de Ciencias Humanas y Sociales-CSIC Organization: Research Project “Philosophy after the Holocaust: Validity of its perverse logics” INSTITUTE OF PHILOSOPHY Center for Human and Social Sciences-CSIC 29-31 octubre 2013 29 to 31 October, 2013 Centro de Ciencias Humanas y Sociales-CSIC - Center for Human and Social Sciences-CSIC Sala Menédez Pidal Albsanz, 26-28 – MADRID Yearim Ortiz San Juan Políticas públicas y la victimización de la mujer como estrategia de empoderamiento en la Ciudad de México En las últimas décadas se ha explotado y resignificado la categoría de “víctima” como una estrategia política encaminada al empoderamiento de las propias víctimas. Sin embargo, como se pretende demostrar, muchas veces esta categoría ha generado cierto estado de indefensión, lo que ha propiciado la mutación y expansión de la violencia. A continuación, desde una teoría del miedo político,1 trataré de explicar la estrategia que un grupo de mujeres de la Ciudad de México han llevado a cabo para empoderarse, estrategia que para la autora resulta ser un intento fallido, pues más allá de permitirle a la mujer su autonomía plena frente al varón, ha reforzado el binarismo de mujer-débil/hombre-violento, perpetuando el estado de indefensión de las féminas. 1. La inoperancia de la ley y el miedo María de la Paloma Escalante Gonzalbo, publicó en el 2007 un libro en donde estudió la violencia, la vergüenza y la violación en la Ciudad de México desde la construcción del miedo. Al igual que yo, advierte que el miedo no tiene porqué tener una relación directa con la violencia que realmente pueda existir en la ciudad. Los factores determinantes del miedo no necesariamente se fundan en la realidad del fenómeno al que el miedo se refiere. Argumentaré que si bien existe un problema real en relación con la violencia sexual que padecen las mujeres capitalinas, el miedo que se ha formado al respecto va más allá del hecho en concreto: se trata de un miedo que se ha generado sobre la inseguridad que padecen las mujeres en su vida cotidiana, funda en ciertos valores y quizá prejuicios. Es decir, el miedo está latente y no necesariamente se tiene que ser una víctima directa de la violencia sexual para experimentarlo.2 Existe tal tensión en la vida cotidiana que la aprensión a ser víctima de un ataque, sin motivo a aparente, posee un ingrediente terrorífico especial, pues cuando un inocente cae víctima de la violencia casual, todas las premisas establecidas sobre el orden social se desmoronan.3 Así pues, si se trata del desmoronamiento del orden social, ¿a qué se le tiene miedo? Desde el discurso feminista-radical4 resulta obvio; es un miedo a sufrir violencia, a ser humillada y denigrada; un miedo que no permite sentirse segura en ciertos espacios: “Cuando una 1 Cfr. Robin, Corey. El miedo político. Historia de una idea política, trd. Guillermo Cuevas Mesa, México, FCE, 2009, 499 pp. [Fear: The History of Political Ideas] 2 Cfr. María de la Paloma Escalante Gonzalbo, Violencia, vergüenza… op. cit., 115 pp. 3 Ibidem, p. 29. 4 Aquí vale la pena señalar que el término de “radical” es tomado de Lipovetsky, quien describe a este tipo de feminismo como aquel que ve a los hombres como entes malvados. Este mismo mote es muchas veces usado por otro tipo de feministas (como las sociales o postmodernas) para explicar la línea del feminismo que ve en todo hombre una estructura patriarcal. Así pues, aclaro que no uso el término de manera peyorativa, sino como una forma reduccionista para poder comprender la complejidad del tema, por lo tanto, llamaré feministas radicales a aquellas que radicalizan las posturas primeras del feminismo. 1 mujer se sube a un taxi está a solas con un hombre en su auto, lo que es totalmente incorrecto y la coloca en una situación en que se sabe en peligro”.5 Para poder penetrar en esta lógica del orden social y su correlación con la lucha feminista respecto de los bienes jurídicos tutelados en el código penal sobre la libertad y el normal desarrollo psicosexual (la soberanía sobre sí misma), es necesario entender el Estado de Derecho.6 Éste no es la máxima seguridad posible para los bienes, sino la vigencia real del ordenamiento jurídico.7 Es decir, las normas jurídico-penales son la institucionalización de las expectativas de conductas, así, los individuos pueden guiarse en la intricada red de interrelaciones personales que se les presentan en la cotidianidad. El derecho penal realiza el papel de mantener vigente determinadas expectativas de conductas establecidas en las normas jurídicas, es decir, vela por el orden social en donde los individuos se forman ciertas expectativas en su relación diaria con su otro, por lo tanto, las penas o la sanciones buscan redirigir la “vigencia de la norma”, la “seguridad cognitiva”. Esto quiere decir que la pena debería restablecer el “pac- 5 Ibidem, p. 37. Más adelante se logrará comprender por qué el orden social debe ser entendido desde los bienes jurídicos tutelados por el Derecho, y desde el movimiento feminista. Para poder llegar a los postulados desarrollados en el presente trabajo, historicé el concepto de “violencia sexual” desde el Código Penal del Distrito Federal, a partir de la década de los setenta hasta el año 2012. Se decidió usar como herramienta la historia de los conceptos para que, al analizar el concepto de violencia sexual como concepto espejo, se comprendiera cabalmente cómo el miedo se fue institucionalizando en las últimas treinta décadas. Desde esta perspectiva, se planteó la siguiente pregunta: ¿Será que al historizar el concepto de violencia sexual, atendiendo específicamente el “abuso sexual”, se pueda entender la victimización de la mujer? Es importante señalar la importancia de historizar los conceptos, pues de esta manera el historiador logra situarse entre las experiencias y expectativas de una sociedad determinada, es decir, logra asir el tiempo vivido, esperado y temido. Desde una perspectiva histórica, el concepto es una construcción social en determinado momento histórico, donde confluyen sentidos, interpretaciones y el sentir de la sociedad y de la época en la que se vive. Por lo tanto, se advierte que mediante el concepto se puede hacer inteligible la realidad, pues en éste se entrelazan el principio de realidad y el de las pasiones. De ahí la importancia de analizar el concepto de violencia sexual para poder comprender los mecanismos bajo los cuales las neofeministas nombraron aquello que les impedía ser libres tanto en la esfera privada como en la pública. Ahora bien, para poder estudiar toda la complejidad del concepto y lograr aterrizarlo concretamente, se estudió su mutación desde el discurso jurídico. Si bien todo concepto puede tener varios planos de inmanencia, se decidió optar por las leyes porque es ahí donde éste cobra mayor fuerza y logra concretarse en la sociedad, además en dicho plano el concepto es actualizado constantemente y su multiplicidad resulta asible y fácil de comprender. Es cierto que el concepto de violencia sexual adquiere impacto en el discurso feminista, pero no es, sino a través de las leyes que se hace más visible, adquiere mayor sentido, y puede domiciliarse sin memoria. Así pues, debido a que en el espacio jurídico sus componentes se actualizan infinitamente, es ahí donde el concepto adquiere sistema de arrastre y emocionalidad, por ello se encarna en la sociedad y así cobra unidad y sentido en el disenso; es decir, es en ese espacio tan particular donde hay “orden” sobre el “caos” de la realidad. En conclusión es en lo jurídico desde donde el concepto entra en la vida cotidiana y adquiere mayor fuerza política, lo que nos permite observar cómo se experimenta a nivel social la violencia sexual. Este concepto, por lo tanto, es la pieza clave en la agenda neofeminista, pues ha logrado establecerse como una de las banderas más importantes para el movimiento y ha sido lo que le ha dado empuje. 7 Cfr. Günther Jakobs, “¿Terroristas como personas en derecho?, en Günther Jakobs y Cancio Meliá, Derecho penal del enemigo, pp. 57-83. 6 2 to” interrelacional de los ciudadanos cuando se ve quebrantado, es decir, el delito es un desliz que resulta reparable, aunque pone en riesgo la vigencia de la norma.8 Ahora bien, el Estado de Derecho no pude estar separado de los bienes jurídicos que se tutelan. Existe una unión entre el ordenamiento jurídico y la seguridad de los bienes. Entre más preciado sea un bien, más necesario será crear penas que las puedan tutelar y proteger.9 Sin embargo, el fin último es generar la seguridad de la vigencia de la norma. Así pues, se observa la ley como un castigo a los violadores a través del cual se pretende combatir la violencia sexual, por lo tanto, la pena sólo es un medio para un fin, la lucha por la seguridad; por consiguiente, la pena no es el medio para la vigencia de la ley, sino la creación de la vigencia de la ley. Lo que quiero que quede claro, es que la figura de la “violencia sexual” ayudará, desde el Estado de Derecho, a contrarrestar la amenaza del patriarcado: se trata de que la mujer pueda transitar libremente en las dos esferas. Ahora bien, la orientación social puede mantenerse aún después de que la norma haya sido quebrantada, pues será sólo eso, el quebrantamiento de la norma. El problema es cuando la vigencia ya no es real sino sólo un postulado. Es decir, cuando la ley no opera a pesar del reforzamiento hecho a los bienes jurídicos.10 La expectativa de la norma pierde toda orientación cuando no existe el apoyo cognitivo por parte de la persona a la que está dirigida la norma. Lo que sucede pues, es que la persona muta para convertirse en una fuente de peligro. Eso no significa que el deber de comportarse legalmente quede disuelto, sino que ya no se espera que se cumpla el deber. ¿Qué hacer ante tales casos? Esperemos dar una respuesta más adelante. Ahora bien, desde una lógica del patriarcado, no se espera que el ordenamiento jurídico se cumpla cabalmente, pues, a pesar de las reformas dadas al código penal, éste sigue inscrito dentro del patriarcado mismo, por lo tanto, las mismas instituciones llegan a quebrantar la norma. Así, se observa que la lucha de las feministas se ha vuelto interminable, el miedo a no saber a qué te enfrentarás como mujer cuando sales de tu hogar, se ha apoderado de las ciudadanas. La amenaza radica en que ciertos sujetos (más adelante veremos que son los sujetos8 Esta explicación del Estado de Derecho ha sido comprendida a la luz de la teoría del Derecho Penal del Enemigo propuesta por Günther Jakobs, la cual ha sido muy criticada, pues se advierte que de alguna forma se niega la autonomía individual al esperar un comportamiento predecible y definible de los ciudadanos. Sin embargo, esta teoría nos ayuda a ver cómo se va construyendo el miedo y posteriormente, la figura del enemigo-hombre frente a la mujer-víctima. Cfr. Jakobs, Günther. “Derecho penal del ciudadano y derecho penal del enemigo” en Günther Jakobs y Manuel Cancio Melía, Derecho penal del enemigo, 2ª ed., Madrid, Thomson-Civitas, 2006 (2003), pp. 21-56. 9 Al respecto, al analizar el concepto de “violencia sexual” desde el derecho penal, se observa cómo se transforma el concepto entendido en la década de los setenta como mera violación, a una mirada lasciva (en el 2008), buscando siempre proteger el bien jurídico tutelado: la libertad y el normal desarrollo psicosexual. 10 Es importante tener esto en claro, pues se verá que, para que la norma tenga una vigencia real, será necesario echar mano de las políticas públicas. 3 varones) comprometen la vigencia del ordenamiento jurídico y por lo tanto, la existencia de un estado de seguridad cognitiva de la norma. Desde la década de los setenta, las neofeministas ya habían denunciado la inoperancia de la ley. Sin embargo, ésta, de alguna forma sigue sin operar eficazmente: la ley no opera dentro ni fuera de casa.11 Hablamos de mujeres que rebasan lo que es calificado como violencia en la medida en que quedan fuera de todo ordenamiento jurídico y de lo que puede ser significado socialmente, se trata de una violencia que busca perpetuar la desigualdad entre hombres y mujeres. Los “contragolpes” están a flor de piel,12 la mujer no puede conducirse libremente dentro de la sociedad, sabe que en cualquier momento, en la casa, en la oficina, en el transporte, en la escuela, etc., podrá ser violentada por los hombres y éstos seguirán su rumbo impunemente. No sólo es el miedo a que en cualquier momento se pueda ser una víctima, también a que, si se resulta serlo las autoridades no te ayudarán: es todo un sistema que perpetúa la subyugación de las mujeres y que va, quizá, más allá de la inoperancia de las leyes, se trata también de la ineficiencia y de las miradas androcéntricas y misóginas de los fiscales, de los defensores de oficio y los jueces.13 Por esta razón al perder toda orientación de la expectativa de la norma, el miedo se apodera de unos cuantos, las mujeres ahora ya no saben con exactitud qué esperarán en su trato diario con su “otro”. b. La victimización como opción frente a la inoperancia de la ley En el momento en que las mujeres politizaron la sexualidad bajo la premisa “lo personal es político”, dibujaron el sexo como una relación de poder de esencia política constitutiva del orden patriarcal. Así, el sexo apareció como el efecto y el instrumento del poder falocrático, 11 Víctor Javier Novoa Cota y Pedro Hernández Sánchez, “Efectos sociales y psicológicos de la violencia y la impunidad”, en Miriam Gutiérrez Otero (coord.), La violencia sexual: un problema internacional, p. 364. 12 Los contragolpes son los castigos que la mujer “merece” por usurpar un lugar que por naturaleza no le corresponde. Es así como aparecen las figuras del acoso y el hostigamiento sexual: son el castigo fálico hacia la mujer por atreverse a salir del hogar. 13 Cfr. Irma Sauce González, “De la amplitud discursiva a la concreción de las acciones: los aportes del feminismo a la conceptualización de la violencia doméstica”, en Elena Urrutia (coord.), Estudios sobre las mujeres y las relaciones de género en México: aportes desde diversas disciplinas. En este sentido se entiende la importancia del papel que juegan las diversas asociaciones feministas y centros de apoyos a las mujeres violadas. Sobre el punto de la inoperancia de la ley y la dificultad a las que se enfrentan las mujeres al denunciar, vale la pena analizar la postura que presenta María de la Paloma Escalante Gonzalbo, pues advierte que la impunidad va más allá de las miradas machistas de los fiscales y abogados, advierte que muchas mujeres se rehúsan a denunciar la violencia a la que se enfrentan día a día debido a un sentimiento de vergüenza que está arraigado en la cultura, sentimiento que ha sido instaurado, finalmente, por el patriarcado. Sin embargo, esta idea nos podría permitir entender aún más el fenómeno y analizarlo desde otras caras: podríamos concluir que la inoperancia de la ley no se debe tanto a la persistencia de los hombres por quebrantar las leyes, sino por un sentimiento de culpa y de vergüenza que se encuentra enraizado en la construcción del deber ser de la mujer. Así, el miedo que existe en la ciudad no ha sido construido tanto por el miedo a ser víctima de alguna violación, sino el miedo a lo que implicaría ser víctima de la agresión sexual y el estigma que traería consigo esto. 4 ahora todo converge para asegurar la supremacía viril y la subordinación femenina. Se puso el dedo en la violencia sexual como la fatalidad de la condición femenina.14 Ese miedo que existía como un sentimiento privado, se hizo público y se politizó en la década de los setenta. Las mujeres se dieron cuenta que la violencia sexual que padecían era algo que las unía a todas como mujeres: “Todo hombre es un violador en potencia. Las mujeres expuestas a agresiones sexuales manifiestas o disfrazadas todo el tiempo. La cacería de mujeres está abierta todo el año, 24 horas al día”. 15 Ahora ese miedo se volvía una herramienta para poder dar empuje a la agenda política de las neofeministas, para ellas todas las féminas tenían algo en común y era preciso liberarlas de esa opresión patriarcal. Según nos explica Corey Robin, el miedo político es el temor que siente la gente respecto a que su bienestar resulte perjudicado, podemos ponerlo en términos de un estado de inseguridad cognitiva de la norma, o bien es la intimidación de hombres y mujeres por parte del gobierno a algunos grupos. Se le llama político porque el miedo emana de la sociedad y/o tiene consecuencias para ésta, por lo tanto, sus repercusiones son las siguientes: dictar políticas públicas, llevar nuevos grupos al poder y dejar fuera a otros, crear leyes y derogarlas. En resumen “El miedo político no es el agente salvador del yo y de la sociedad, tampoco está más allá del campo de la política, liberal o cualquier otra; es más bien una herramienta política, un instrumento de élite para gobernar o un avance insurgente creado y sostenido por los líderes o los activistas políticos para obtener algo de él, ya sea porque les ayuda en su búsqueda de un objetivo político o específico, porque refleja o apoya sus creencias morales y políticas, o ambos”.16 De esto, se observa que el miedo se estructura en el campo político de dos maneras: como una herramienta política (o instrumento de élite) con el fin de conservar o dar más poder a unos privilegiados, y como catalizador por parte de ciertos activistas políticos, para contrarrestar una amenaza contra la seguridad física o bienestar moral. Estos dos tipos de miedo pueden darse de manera independiente o conjunta. Para poder entender la victimización de la mujer me quedaré con el segundo tipo de miedo, como aquel que es utilizado como catalizador.17 14 ¿Por qué hablar de violencia sexual? Éste es el eje rector que unirá a todos los grupos de mujeres. Además, es la violencia sexual la que impide la soberanía plena de la mujer, pues se entiende que en tanto el individuo no alcance la soberanía sobre su propia corporalidad, no será libre en todos los campos. 15 Ana Valdemoro, “Crimen contra las mujeres”, en FEM, no. 4: julio-septiembre 1977, p. 24. 16 Corey Robin, El miedo… op. cit., p. 40. 17 El primer tipo de miedo tiene poco que ver con la forma en que los líderes políticos definen un objeto común de percepción a favor de un sólo pueblo. Surge de las jerarquías sociales, políticas y económicas que dividen. Este miedo es producido, ejercido o manipulado por líderes políticos, su objetivo o función específica es la intimidación interna (crear un sentido de necesaria protección), aplicar sanciones o amenazar con sanciones para asegurarse de que un grupo conserve o aumente su poder a expensas de otro. Se deriva de conflictos verticales y divisiones endémicas de una sociedad, como la desigualdad, ya sea en cuanto a riqueza, estatus o poder. Se trata, pues, “ [...] de un miedo a las amenazas contra la seguridad física o el bienestar moral de la población frente a las cuales las élites se posicionan como protectoras” (p. 308). Así pues, es un miedo que une y divide. Ahora bien, este tipo de 5 Las militantes han definido cuál debe ser el objetivo principal del miedo aprovechando alguna amenaza real. Las feministas que abrevaron del movimiento de los setenta, identificaron lo que acecha al bienestar de la población, interpretaron las características y el origen de los peligros, y propusieron el método para enfrentarlo: la victimización. Hicieron que miedos específicos fueran tema de discusión cívica y movilización pública, aunque esto no signifique que cada persona realmente le tema al objeto elegido, el cual dominará la agenda política. Por lo tanto, el peligro observado hacia las féminas como algo realmente amenazante está claro bajo el prisma del feminismo radical.18 Recapitulemos un poco. Las neofeministas vieron en la violencia aquello que acechaba al bienestar de la mujer, como aquello que les impedía ser libres plenamente. Este fenómeno sólo se pudo hacer patente desde una óptica feminista, pues sólo politizando el cuerpo de las féminas, fue que se evidenció el cuerpo mutilado como un impedimento para su desarrollo pleno. Hablar de miedo político y de victimización no significa que la violencia infligida a las mujeres sea imaginaria, o que sea un invento de unas cuántas. La violencia sexual es palpable, el objetivo es comprender el miedo que esto ha generado y cómo se ha explotado para que la resistencia a la violencia quede en la agenda pública. La victimización pues, “[...] designa una nueva sensibilidad feminista que recalca el calvario que sufren las mujeres y denuncia la espiral de las agresiones criminales de que son objeto”.19 Esto nos ayuda a entender cómo es que el concepto de la violencia sexual pasó de ser solamente la idea tradicional de “violación”, a todo un complejo de actitudes entre las que está la mirada lasciva;20 se trata de un abuso a la extensión de la noción de la agresión sexual. Resulta obvio: ¿cómo no comprender que la violencia ha aumentado si ahora también implican las miradas e incluso las agresiones verbales, como los piropos? miedo ayuda a entender por qué el gobierno del Distrito Federal ha implementado ciertas políticas desde la visión de género. Desde una visión del miedo político se observa cómo el Gobierno del Distrito Federal aprovecha y se apropia del primer miedo. Es decir, hace suya la lucha de las feministas y explota la relación hombre-mujer, en cuanto a víctima-agresor, creando una relación de miedo aún más agresiva. 17 Se crean imaginarios en donde el hombre puede hacer uso de la violencia en cualquier momento y privar a la mujer de su libertad, y por lo tanto, es necesario protegerla. Este tipo de mecanismo se fomentan a través de las leyes protectoras de la mujer, y de sus políticas públicas. Cfr., Corey Robin, El miedo político... op. cit. 18 A pesar de que es necesario conocer la historia del feminismo en la Ciudad de México, para efectos de este trabajo, basta con la generalidad y la historia de los conceptos. 19 Gilles Lipovetsky, La tercera mujer, p. 63. 20 La Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de violencia del Distrito Federal define la violencia sexual como “Toda acción u omisión que amenaza, pone en riesgo o lesiona la libertad, seguridad, integridad y desarrollo psicosexual de la mujer, como miradas o palabras lascivas, hostigamiento, prácticas sexuales no voluntarias, acoso, violación, explotación sexual comercial, trata de personas para la explotación sexual o el uso denigrante de la imagen de la mujer”. Título segundo, artículo 6, fracción V. 6 Al ampliar la definición de violencia, al reducir el umbral de tolerancia, criminalizando los actos que la conciencia común considera „normales‟, el feminismo radical deja de iluminar lo real para pasar a diabolizarlo, ya no exhuma una cara oculta del dominio masculino, sino que se libera al sensacionalismo, así como una victimología imaginaria.21 Habrá que aclarar que no es que aumente la violencia, sino que aparecen nuevas formas de violencia y esto por la forma en que irrumpen las mujeres en los nuevos espacios.22 Es verdad que se amplía la definición de violencia, pero porque ahora hay otras caras de la violencia. Las preguntas son, ¿hasta dónde se politizará la sexualidad? y ¿qué otras formas de violencia aparecerán? Al abrirse más formas de violencia, el umbral de tolerancia disminuye, pues el territorio de la violencia se amplifica hasta lugares nunca antes pensados. Cada día se habla más sobre el abuso sexual, no es de sorprendernos las recientes notas periodísticas que alarman a la población sobre la violencia que experimenta la mujer día a día en el transporte público, por ejemplo. Este sobresalto no es más que el empuje del miedo como catalizador para frenar la violencia a la que realmente se encuentran sujetas las mujeres, y es parte de esa estrategia política de victimizar a las féminas para lograr la agenda de las feministas radicales.23 Ahora bien, la cultura victimista no sólo se construye desde el calvario al que día a día se enfrentan las mujeres, sino también desde un estricto maniqueísmo en que todo hombre es potencialmente un violador y toda mujer una víctima de éstos. 24 Se trata de combatir a un enemigo histórico que ha construido la sexualidad como castigo fálico, al grado que incluso algunas llegarán a ver en cada penetración una especie de colonización del cuerpo de la mujer. Ahora bien, una vez comprendida la lógica bajo la cual se construye la imagen victimista, entendamos la lógica por la cuál se construye. La fiebre victimista no atiende más que a una estrategia política para poder empoderar a las féminas. La victimología se inscribe en ese mundo de las individualidades en el que la mujer busca poner freno al otro sobre sí misma. La am21 Ibidem, p. 65. El problema está en pensar que la violencia ha aumentado por los famosos contragolpes, es necesario pensar que ésta aparece bajo formas nuevas porque ahora las mujeres estamos en espacios “nuevos”. 23 Al respecto, resalta una nota de El Universal de abril del 2012, donde entrevistan a Margarita Argott, coordinadora de la política pública “Viajemos Seguras”. En dicho artículo advierte que se atiende un promedio de 30 casos mensuales, sin embargo, no se dan las cifras exactas de los casos consignados y concluye que las denuncias siguen siendo muy bajas en relación con el nivel de abuso.23 Empero, de los casos atendidos de mayo de 2008 a septiembre de 2010, sólo 283 fueron llevados a consignación. 23 Queda claro que existe un gran abismo entre el número de denuncias oficialmente registradas, y las cifras utilizadas en el discurso. Rocío Tapia, “Acoso sexual, delito al descubierto”, El universal (México), 15 de abril del 2012. La información sobre los casos consignados fue proporcionada por la página del Inmujeres DF. 24 “La cultura victimista se construye según un estricto maniqueísmo: todo hombre es potencialmente un violador y un hostigador, toda mujer una oprimida. Mientras que los hombres son lúbricos, cínicos, violentos, las mujeres aparecen como seres inocentes, bondadosos, desprovistos de agresividad. Todo el mal proviene del macho.” Idem, 22 7 pliación de la violencia sexual y la visibilización de la misma exige la implementación de medidas que pongan coto a la ola de abusos a las que se enfrentan las mujeres. El autorretratarse como víctimas de todo un sistema patriarcal, no obedece tanto a una voluntad de impotencia como a una búsqueda de reafirmación y regeneración. Se trata de reconstruirse a partir de las propias heridas y buscar un sentido positivo de la propia identidad. Las neofeministas ahora gritan el abuso del que son víctimas día a día, lo declaran y lo rechazan. Sin embargo, y tristemente, se ha observado que la extensión extrema de la noción de abuso sexual protege a las mujeres sólo en la teoría. Se abren ante nosotros numerosas preguntas ¿hasta cuándo desaparecerá el miedo? ¿Realmente el victimizarse es una forma de empoderar a las mujeres y de sentirse más seguras en su vida cotidiana? ¿Acaso no se refuerzan los estereotipos hombre-violento/mujer-indefensa al jugar dentro de la construcción victimista? El problema de construirse como víctimas, debido al estado de indefensión en el que las mujeres se pintan a sí mismas, es que dificulta que éstas puedan hacer frente al problema a la que se tienen que enfrentar diariamente, pues sólo se espera un acción por parte de los gobernantes para que el ordenamiento jurídico tenga una vigencia real, y no sólo en la letra. c. El enemigo como un elemento necesario para crear medidas que protejan a las mujeres Ahora bien, para que exista una movilización pública en contra de la amenaza, debe existir una identidad común, es decir, que un grupo se sienta amenazado frente a otro. El miedo como catalizador implica el temor de una colectividad a algún objeto ajeno a la misma. En palabras sencillas, para que exista miedo, tiene que haber un enemigo común (un otro). Así pues, las mujeres como comunidad construyen al hombre como su enemigo, como aquél que amenaza constantemente su integridad física y moral. Esta visión sólo puede ser entendida desde el prisma feminista-radical, desde el cual se plantea al machismo como el origen del peligro. Desde esta visión es que se han creado movimientos encaminados a crear ciertas políticas públicas y a reforzar las leyes para que erradiquen dicho mal.25 Siguiendo con la explicación del fenómeno desde la idea del Estado de Derecho, ese otro que amenaza constantemente la integridad de las mujeres, se puede volver peligroso. Así, el enemigo resulta ser un sujeto que por su peligrosidad obliga al legislador a implementar medidas asegurativas (será un combate prospectivo) con el fin de eliminar un riesgo latente. La 25 Cfr. Corey Robin, El miedo. Historia... op., cit. 8 amenaza de estos sujetos radica en que comprometen la vigencia del ordenamiento jurídico y por lo tanto permiten la existencia de un estado de inseguridad cognitiva de la norma por parte de ciertos ciudadanos. El objetivo es implementar ciertas barreras de punibilidad para que el “enemigo” no lleve a efecto el hecho delictivo que atenta contra la libertad de los ciudadanos. El enemigo es una figura delictiva que se crea, es decir, tiene que haber un sujeto al que se le considere un peligro frente a una norma de flanqueo, así, se trata al sujeto como un enemigo al restringírsele parte de su esfera de libertad con vistas al mantenimiento del bien jurídico general. Esto no implica que dichos sujetos pierdan toda garantía de protección penal, simplemente se les limita una parte de su esfera de libertad. Ahora bien, uno de los puntos centrales de dicha teoría, es que al legislador le interesa sólo el hecho futuro. Si bien el derecho penal se basa en el acto, es decir, en el delito, se le da un nuevo giro y ya no se busca penar el acto realizado, sino prevenirlo; poner candados para que no se pueda llevar a efecto el delito. Lo que me interesa que se entienda, es que las políticas públicas y las leyes implementadas como repercusión del miedo político, no se inscriben necesariamente en un Derecho Penal del Enemigo, lo importante es retomar la figura del "enemigo" y observar cómo se puede construir ese fantasma que impide a las mujeres moverse libremente y al cual hay que aplicarle ciertos candados para que no pueda poner en jaque la seguridad cognitiva que se produce en algunos casos por la peligrosidad del sujeto-enemigo. Lo centro en el miedo que hay, de cierto grupo, a que la norma no se está cumpliendo. Tomando la idea de que cuanto más intensamente se optimice la protección de bienes jurídicos, más se define el espectro del enemigo, se observa que a partir de los 70 comenzaron aumentarse las penas a los que cometían delitos sexuales, además se generaron nuevas figuras con el fin de proteger la libertad sexual de las mujeres. Ahora bien, respecto de los bienes jurídicos tutelados, se observa que las figuras delictivas están primordialmente orientadas hacia un “enemigo”, el varón. Ahora bien, no obstante las nuevas reglas, fue necesario crear leyes y políticas que optimizaran la protección del bien jurídico, pues el enemigo sigue comprometiendo la vigencia del ordenamiento jurídico y dificulta que las ciudadanas-víctimas puedan vincular al ordenamiento jurídico su confianza en el desarrollo de su persona. Así se tienen que implementar barreras de punibilidad, es decir, crear una estrategia de combate prospectivo: políticas públicas que prevengan el delito.26 26 Debido a los límites de extensión en este trabajo, resulta imposible hacer un análisis particular sobre las políticas públicas implementadas en la Ciudad de México. Sin embargo, si se logra comprender cabalmente lo expuesto 9 Se trata de ligar esta figura del enemigo a la contraparte de la víctima. Para que exista una víctima, tiene que existir un victimario, y en este caso son los varones. Así pues, al enfocar dichas políticas desde una perspectiva feminista-radical y no de género, como se pretende, se crean los fantasmas mujer-víctima y el hombre-violador. Todo hombre es enemigo de la mujer y ésta no está a salvo si está con él. En realidad todo esto se inscribe en la teoría del miedo. Que, en pocas palabras, dice que hay un peligro evidente, y que cierto grupo lo toma para lograr su propia agenda política (acceso de la mujer a una vida libre de violencia). Y en este proceso se genera un enemigo al cual se le teme (en los 50 era el comunismo en los Estados Unidos, por ejemplo). Y este miedo político genera leyes y políticas públicas. Por lo tanto, el sujeto enemigo es ante todo una fuente de peligro. Por ello es necesario implementar penas y reforzar los bienes jurídicos. Así pues, queda claro que la relación del enemigo se determina por la coacción, que es, en última instancia, la pena.27 d. A modo de conclusión Es necesario entender todo el entramado discursivo desde donde se montan específicas políticas públicas. De tal forma se observará que éstas sólo fomentan y regeneran el miedo y que las relaciones de poder entre hombres y mujeres seguirán latentes sin existir las medidas necesarias que puedan transformar el binarismo de mujer débil/hombre violento. Quizá lo más lógico en toda esta narrativa sería aniquilar al enemigo para que las mujeres podamos confiar plenamente en el Estado de Derecho. Bibliografía: hasta aquí, se observará la lógica bajo la cual operan determinadas políticas. No son gratuitas aquellas en las que se exige una separación entre los varones y las mujeres, una especie de Apartheid, porque se asume que la mujer no puede estar segura si se encuentra junto a su otro, el varón. Es necesario colocar ciertos candados para que el hombre no pueda poner en riesgo el Estado de Derecho, por eso resulta urgente apartarlo de víctima. 27 “Hay muchas otras reglas del Derecho penal que permiten apreciar que en aquellos casos en los que la expectativa de un comportamiento personal es defraudada de manera duradera disminuye la disposición a tratar al delincuente como persona [y sí como un enemigo]. Así, por ejemplo, el legislador (por permanecer primero en el ámbito del Derecho material) está pasando a una legislación [...] de lucha, por ejemplo en el ámbito de la criminalidad económica, del terrorismo, de la criminalidad organizada, en el caso de „delitos sexuales y otras infracciones penales peligrosas‟, así como, en general, respecto de los „crímenes‟, pretendiéndose combatir en cada uno de estos casos a individuos que en su actitud (por ejemplo, ene el caso de los delitos sexuales) [...] se han apartado probablemente de manera duradera, al menos de modo decidido, del derecho, es decir, que no prestan la garantía cognitiva mínima que es necesaria para el tratamiento como persona”. Cfr. Günther Jakobs, “Derecho Penal del…” op. cit., p. 40. 10 Escalante Gonzalbo, María de la Paloma. 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