01 galende - de un horizonte incierto

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01 galende - de un horizonte incierto - cap 5
LIBRO: De un horizonte incierto AUTOR: Emiliano Galende
 3. La Producción De Subjetividad  Como ya hemos visto, el proceso de individuación psÃ-Â-quica consiste
básicamente en un largo pasaje desde ciertos universales de especie y de cultura, a través de las mediaÂ-ciones que
introducen las formas de crianza, hasta la singularización en que estos elementos de la historia son aproÂ-piados por el
mismo devenir del individuo. El psicoanálisis se ha ocupado prioritariamente, porque en ellos está basaÂ-da su
experiencia clÃ-nica, de esas mediaciones: las primeras organizaciones libidinales que habrán de conformar la
geoÂ-grafÃ-a erógena corporal y su correlato fantasmático, las forÂ-mas de organización de los vÃ-nculos familiares, la
conformación de valores ideales y morales por las instituciones pedagógicas, los procesos de represión y
subjetivación de las normas sociales y las simbólicas culturales, etc. A partir de estos procesos de subjetivación y
singularización, el indiÂ-viduo adquiere los recursos mentales y el conjunto de signiÂ-ficaciones que le permiten actuar
sobre determinados secÂ-tores de su vida social y su cultura. Se puede decir que, de un modo simultáneo, su
subjetividad es producida por la cultura, a la vez que el individuo resulta productor de ésta, dando vida a la forma social.
No se trata de "lo social" o "lo cultural" de modo abstracto, ya que el proceso de individuaÂ-ción y de singularización
subjetiva se realiza siempre en reÂ-lación con una región de lo social y cultural y con una época (formas sociales,
vÃ-nculos familiares, valores y significacioÂ-nes culturales, etc.) a la que pertenece, es decir en relación con la cual
define su propia identidad. Respecto de los proÂ-cesos de individuación, es preciso tener claridad sobre este punto, en
el cual he insistido a lo largo del texto: es la relaÂ-ción social lo que habrá de constituir la individualidad, no se trata de
individuos preexistentes que "se relacionan". Ahora bien, para que la individualidad se sostenga, son necesarias las
relaciones sociales concretas, es decir la presencia del otro en el lenguaje y la acción. Esta singularidad subjetiva no
se constituye por aproÂ-piación "particular" de un "general" previo, como si la subÂ-jetividad individual fuera un "resto",
como a veces se desÂ-prende de las concepciones evolucionistas que enfatizan los procesos de desarrollo y
crecimiento, en los cuales se adquiÂ-rirÃ-an los caracteres generales de la cultura, diferenciados por el género, la raza, la
clase social u otras diferencias esÂ-pecÃ-ficas previas. La subjetividad sólo puede reconstruirse post factum, es decir
comprendiendo los sistemas de proÂ-ducción de subjetividad y deslindándolo (familia; escuela, valores sociales, etc.)
para luego establecer sus relaciones entre ellos. De este modo es que podemos acceder a las reÂ-laciones entre la
función de los complejos de Edipo y castraÂ-ción, de la conformación de las zonas erógenas y las domiÂ-nancias de
las organizaciones libidinales, de las diversas modalidades de relación de objeto, en el proceso de conformación de lo
que llamamos identidad individual, a la vez que nos situamos en la referencia a los sistemas instituidos de producción
de subjetividad: las modalidades de vÃ-nculos de familia, las instituciones de la pedagogÃ-a, los valores soÂ-ciales y
formas dominantes de relación social, las particulaÂ-ridades culturales o las mismas formas del Estado y la
orÂ-ganización de lo público. En la tradición de la modernidad, el individuo mismo en el proceso de acoplamiento
progresivo a la vida social debÃ-a disociar un espacio subjetivo interior, "lo Ã-ntimo" (que deliÂ-mita lo que le es propio,
singular, de un interior privado y secreto que constituye, por vÃ-a de lo que denominamos narÂ-cisismo libidinal, la fuente
de vivencias, recuerdos, sensibiÂ-lidad, etc.), de "lo público", espacio en el cual se definen su pertenencia y
participación en las simbólicas culturales y los intercambios sociales reglados. Esta separación entre lo Ã-ntimo y lo
público, cuya nitidez objetiva es sólo aparente, requiere de un proceso mental de disociación que el sujeto debe
asumir para la dialéctica de su vida social. Pero esto no debe confundirnos acerca de restringir la subjetividad a lo
Ã-ntimo y atribuir objetividad a lo público, viejo error de alguna sociologÃ-a. Lo público es también una instancia del
individuo, un existente en su economÃ-a psÃ-quica, tanto coÂ-mo la subjetividad forma parte de la realidad social, es la
base de los desenvolvimientos de la cultura, y constituyenÂ-te de la vida pública. Si observamos desde el ámbito de la
cultura, veremos que ésta sólo es captable en relación con las interacciones entre individuos de una época y lugar
determinados, que conservan entre sÃ- alguna tradición en sus intercambios y producciones, en las formas de
significación (morales, étiÂ-cas, estéticas, etc.), en los modos de producción y apropiaÂ-ción del sentido. Y estos
procesos son indiscernibles de la subjetividad que los sostiene y que es producida por ellos. El psicoanálisis ha
explorado esto mismo en las relaciones intrÃ-nsecas entre el "otro" en la relación social y los "otros" interiores de la
estructura psÃ-quica y los dinámismos subÂ-jetivos: el objeto presente en la vida erótica pertenece al mismo campo
semántico en que se significa la sexualidad en la cultura, es decir que aun el "polimorfismo" de la seÂ-xualidad infantil
está presente en las significaciones sociaÂ-les sobre lo reglado del sexo y sus transgresiones; el otro de trato y sociedad
es "investido" desde alguna de las insÂ-tancias psÃ-quicas (el inconsciente, el ideal del yo, el super-yó, etc.); igualmente
que el otro en la elección de objeto amoroso, y en las dinámicas del anhelo de reconocimiento, se significa y se valora
en la resonancia de los rasgos del pasado infantil. Procediendo de este modo es que podremos comprender las
relaciones esenciales entre los cambios que se operan en la cultura y la vida social y su obligado correlato en los
rasÂ-gos de la subjetividad. Por ejemplo: desde el psicoanálisis hemos enfatizado siempre la dominancia de ciertas
regioÂ-nes tradicionales de lo social para la producción de subjetiÂ-vidad, como son la familia edÃ-pica, la institución
escolar, las relaciones con la ley, la función de la religión, etc. Ahora bien, son precisamente estas regiones
tradicionales las que están sufriendo cambios profundos, multiplicándose y diÂ-versificando, de modo tal que en la
actualidad resulta difÃ-Â-cil hablar de "la familia" como una sola forma de vÃ-nculo fiÂ-lial, de "la escuela" y su valor en la
formación como un territorio coherente y homogéneo, de la "sexualidad" norÂ-mal como una normatividad consensuada
acerca del comÂ-portamiento sexual cuando más bien observamos la diversiÂ-dad y el polimorfismo aceptados
socialmente, de "la ley" de forma abstracta cuando su funcionamiento se ha convertido en campo de lucha, o aun de "la
religión" cuando sus variaÂ-ciones han hecho estallar el sentido tradicional de ésta. AsiÂ-mismo nuevas instituciones
sociales han ido tomando un papel dominante en la producción de subjetividad, como los medios masivos de
comunicación, en especial la televisión, el cine, y en estos tiempos la informática. Esto genera que I la producción
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subjetiva esté menos ligada a las funciones tradicionales de la familia, produciendo cierto caos o disperÂ-sión, pero
también nuevas e insólitas posibilidades para el ser humano. Observemos esto en relación con las funciones del
paÂ-dre, una de las más importantes en la producción de subjetividad. Uno de los ejes de la problemática del poder en
la vida social y en los individuos está ligado a las funciones del padre. Freud habÃ-a mostrado[1] la función esencial del
padre para la constitución de la identidad y la sociabilidad del individuo, tanto en su ensayo sobre la horda primitiva
como en otros trabajos que le sucedieron. Ésta no se reÂ-duce a una teorÃ-a antropológica, sino que señala cómo en
cada sujeto se inscribe la imago de un "padre primitivo", liÂ-gado a las figuraciones más arcaicas del poder. Pero
tamÂ-bién en las figuraciones actuales de esa tragedia constituÂ-tiva de las relaciones con el poder (del padre): de ese
padre primitivo, tanto en la subjetividad singular como en la viÂ-da social (el déspota, el dictador, el amo, el rey, etc., por
el que tanto anhelo como temor muestran los niños en sus juegos), y, por vÃ-a de la mediación del vÃ-nculo con el
padre en el conflicto edÃ-pico, la constitución de un "padre muerÂ-to", subjetivado como "ideal del yo-superyó", que
estará en la base de la formación del lazo social y en todas las forÂ-mas en que el individuo se relaciona con el poder
en la viÂ-da social. Ambas dimensiones del padre (que se unen y se diferencian en la dupla ideal del yo-superyó) se
alojan en la subjetividad singularizada, la del padre primitivo y la del ideal. Mientras que el primero sostiene las formas
priÂ-marias de dominación y sometimiento, el segundo sostiene la formación de la fratrÃ-a y el lazo social. Ahora bien,
la experiencia psicoanalÃ-tica nos enseña que cuando se relaja o debilitan aspectos de la función del paÂ-dre, éstos se
reflejan en la formación del ideal del yo, haÂ-ciendo que paradójicamente no se amplÃ-e el campo de liberÂ-tad del
individuo sino que cobren más dominio sobre él los aspectos regresivos del "padre primitivo", que remiten en lo
inconsciente a un padre temido y anhelado al mismo tiemÂ-po (nuevamente, como en los niños), pero que facilitan
tamÂ-bién en la vida social la formación de agrupamientos, al modo de la horda, en torno a un lÃ-der fuerte y violento,
que tiende a exaltar los sentimientos de identidad y de aniquiÂ-lación de los diferentes. Este rasgo subjetivo está hoy
más que insinuado en la vida social. Por otra parte, el padre idealizado (padre muerto), que da lugar a la formación del
ideal del yo, es condición en el individuo para la formación del lazo social. Y también de los proyectos colectivos,
sociales, de las utopÃ-as que impliÂ-can a cada individuo y al conjunto en la búsqueda de la transformación social.
Porque siempre los proyectos colectiÂ-vos de transformación son a la vez proyectos de lucha contra el poder opresivo,
autoritario o arbitrario, que impone la dominación, identificados con algún tirano, con una clase, con una etnia, con otro
pueblo, con una religión. Vale reÂ-cordar que la función del ideal del yo, que puede extenderse a la formación de los
ideales colectivos, no es la de anular la agresividad o la violencia ligada al padre primitivo, pero sÃ- la de efectuar cierta
pacificación por vÃ-a de organizar sus sentidos para el individuo o el grupo. La pérdida o el debiliÂ-tamiento de las
funciones del padre, que, además de su orÂ-denamiento simbólico, requiere en algún momento del deÂ-venir del
individuo de su ejercicio real por el adulto, no puede sino afectar los modos del lazo social y la conformaÂ-ción y los
valores de los colectivos sociales. Por eso no debieÂ-ra sorprendernos observar que los cambios en las funciones
paternas se acompañen de vÃ-nculos sociales de nuevo tipo que, debilitados los sentimientos fraternos (ya que la
fraÂ-trÃ-a y los sentimientos que genera entre hermanos sólo surÂ-gen en relación con su unión frente a quien quiere
dominarÂ-los), resurjan formas de fundamentalismo, religioso o polÃ-tico, que buscan restablecer la identidad a través de
un grupo primario violento. No caben dudas acerca de que asistimos a cambios imÂ-portantes en las funciones paternas
en el modelo de vida urbano. Desde diversos ámbitos disciplinarios se señala el crecimiento de las "familias
monoparentales" (¿es posible seguir hablando de familia cuando sólo existe "un" padre o "una" madre?); desde el
derecho se han modificado los dereÂ-chos de la "patria potestad" que iguala a ambos progenitoÂ-res; se menciona el
aumento de los "hogares unipersonales", formas de denominar a quienes viven solos por deciÂ-sión personal y que
están modificando los hábitos cotidiaÂ-nos de las grandes ciudades; otros muestran el desarrollo de las tasas de
divorcios y de hijos que crecen alejados de uno de sus progenitores, que en algunos conglomerados urÂ-banos de
Estados Unidos han sobrepasado la tasa de casaÂ-mientos (es decir que no sólo se neutralizan los casamienÂ-tos que
se producen en la actualidad, sino que se deshacen matrimonios más antiguos), hasta las curiosas estadÃ-sticas sobre
natalidad, que en varios paÃ-ses de Europa han modiÂ-ficado el paisaje urbano y la organización de la cotidianidad por
el reemplazo progresivo de los ambientes de niños por otros de ancianos, y que vienen a mostrarnos que no sólo
cambian los modos de ejercicio de la paternidad sino que también estamos frente a una nueva posibilidad de su
resÂ-tricción. Como es obvio, estos fenómenos se acompañan también de rasgos subjetivos nuevos en relación con
estas funciones de la familia, y sobre todo respecto del padre. Esta situaÂ-ción ha abierto dos problemas que estamos
comenzando a observar: por un lado, el vacÃ-o que deja en la subjetividad este debilitamiento de las funciones de la
familia es ocupaÂ-do por las instituciones mass mediáticas, que se hacen preÂ-ponderantes en la generación de
identificaciones ideales y modelos de sensibilidad, por lo que "lo social" ha cobrado una mayor preponderancia en la
producción de subjetiviÂ-dad; por el otro, los cambios en el lazo social, por la pérdida o atenuación de las
identificaciones ideales con el padre, que, insisto, no abolÃ-an la agresividad pero la organizaban en sus sentidos
colectivos e históricos, genera una violencia más flotante, inespecÃ-fica, que tiende a buscar su organizaÂ-ción con la
forma de colectivos de nuevo tipo, como bandas, grupos de "autoayuda", neocomunidades, agrupamientos religiosos o
mÃ-sticos, nacionalismos xenófobos, fundamentalismos polÃ-ticos o terrorismo. Al mismo tiempo que se instaÂ-la
progresivamente el imaginario de un poder anónimo (transindividual, transnacional, transempresarial) contra el cual los
individuos no pueden actuar, desplazando la luÂ-cha y la violencia hacia lo que perciben como identificable e inmediato:
las relaciones familiares, de pareja, vecinales, interiores a la convivencia. Se trata de una violencia social pero de
localización progresivamente doméstica. ResultarÃ-a difÃ-cil hacer un compendio exhaustivo de los nuevos rasgos
culturales y de la subjetividad concomitanÂ-te, sobre todo porque algunos de ellos apenas comienzan a insinuarse y su
fenomenologÃ-a es rápidamente desactualiÂ-zada. Diversos sociólogos y ensayistas contemporáneos han advertido
sobre el avance del individualismo y la masificación en la vida de los individuos. Paralelamente se ha hecho común
hablar de un, narcisismo social, que curiosaÂ-mente cursa sus manifestaciones junto a una subjetividad más
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fragmentada, manifestada en el polimorfismo de estos nuevos comportamientos, a los que les atribuimos muchas de las
actitudes auto y heteroagresivas que se manifiestan en el consumo de tóxicos, las adicciones, la destrucción del "
medio ambiente, la violencia social, etc. Algunos de estos rasgos de la vida social actual los hemos abordado en el
caÂ-pÃ-tulo 2. Me detendré ahora en el señalamiento de algunos caracteres subjetivos, a sabiendas de que se trata de
feÂ-nómenos que no tipifican a la sociedad en su conjunto, ya que se trata de rasgos que se insinúan
predominantemenÂ-te en sectores medios de las grandes ciudades, pero cuya importancia radica en que están
estrechamente ligados a la emergencia de las nuevas demandas que se efectúan a Salud Mental. 1. Pasivización de
los individuos, respecto de la cultura y la vida social. El dominio de lo que ha dado en llamarse "soÂ-ciedad del
espectáculo" transita a nivel de la subjetividad en un reforzamiento de la condición de "espectador", entuÂ-siasmado por
la contemplación de imágenes y crecienteÂ-mente dificultado en la distinción entre realidad y virtualiÂ-dad. Esta misma
pasivización se refleja en la tendencia a la dominación de las "intensidades" eróticas y agresivas, ya que se debilitan
la función de la palabra y el diálogo, como parte de una caÃ-da más amplia del valor de las actividades reflexivas. Este
proceso se acompaña de una subjetividad más volcada hacia sÃ- misma, que lleva a formas de aislamiento del
individuo. En algunos casos la pasión y la activiÂ-dad resurgen en este contexto subjetivo como pasión por el propio yo,
a través de los cuidados del cuerpo, la salud, la estética personal, etcétera. 2. Saturación del yo, que se hace posible
por esta pasivización, en la que el individuo está sometido a diversas esÂ-trategias de información, consumo,
pornografÃ-a, etc., que generan la sensación subjetiva de un "lleno" sobre la vivenÂ-cia de un vacÃ-o de relación con los
otros. Es realmente llaÂ-mativo cómo opera la saturación subjetiva por la pornograÂ-fÃ-a, ya que el exceso de
excitación, la sobreabundancia de imágenes, la oferta de una sexualidad libre con las mismas condiciones del consumo
de objetos, termina aplastando al deseo por su saturación. Esta sexualidad de espectáculo inÂ-vade la vida cotidiana a
través de la sobreabundancia de sus imágenes, al mismo tiempo que empobrece la sexualiÂ-dad en las relaciones entre
los individuos de distinto sexo. 3. Maquinización, y en algunos casos robotización, de los vÃ-nculos con el otro, por vÃ-a
de una operacionalización utiliÂ-taria de las relaciones sociales (amistad, pareja, relaciones de influencia, etc.). Otro de
sus modos es la sustitución lisa y llana de la relación con el otro por el vÃ-nculo que se estaÂ-blece con los diversos
aparatos para el goce: fetiches varios para el goce sexual, vibradores, aparatos de energÃ-a, gimÂ-nasias con aparatos
especiales, teléfono erótico, realidad virtual destinada al goce sexual, etc. Es interesante este avance de las técnicas
del goce a través de los diversos apaÂ-ratos, goce maquÃ-nico, que activa núcleos perversos sin los sentimientos de
transgresión y culpa, ya que no está impliÂ-cado ningún otro. Suele comenzarse el recurso a estos apaÂ-ratos como
complementario a las relaciones sexuales, pero es frecuente su deslizamiento hacia la sustitución del otro por el
aparato. Estos dispositivos desempeñan un papel imÂ-portante en la vivencia subjetiva de una forma instrumenÂ-tal de
vÃ-nculos con los demás, ya que asÃ- como el aparato reemplaza al otro para el goce, también el sujeto pretende tratar
al otro con la misma disponibilidad con que se relaciona con el aparato, lo que debiera orientarnos acerca del papel que
juega esta era tecnológica en la producción de subjetividad. 4.Superficialidad en los afectos, de una cualidad
subjeÂ-tiva que parece realista por lo desapasionada, que parece práctica en su relación con los otros por la ausencia
de comÂ-promiso emocional y que parece eficaz por el manejo utilitario e insolidario de sus relaciones con los demás.
Rasgos que ya no podemos vincular exclusivamente a las psicopaÂ-tÃ-as o a las personalidades esquizoides. Esta
modalidad ' subjetiva se expresa frecuentemente en relaciones intensas pero fugaces, que generan confusión en el
partenaire no adÂ-vertido, ya que semejan en mucho los tiempos del video-clip, el ritmo acelerado de los programas de
TV o el zapping de la televisión como modalidades de encuentro con los otros. 5. Sensibilidad impostada, adquirida no
en las vivencias emocionales de la relación con otras personas, sino en los modelos de sensibilidad que aportan los
programas televisiÂ-vos y los vÃ-deos. Si bien siempre las imágenes han desempeñado un papel importante en la
identificación con modos de la sensibilidad (por ejemplo, las novelas de amor,-, las revistas sentimentales, etc.), esta
identificación con la sensibilidad que modelan los personajes televisivos tiene la particularidad de su profusión veloz en
imágenes y gestos, que no tienen consistencia emocional, más que la que provoca la contemplación, no enriqueciendo
el vÃ-nculo emocioÂ-nal real con los otros, o trasladándolo a éste de un modo discordante y disociado. Por estas
caracterÃ-sticas es que geÂ-neran la impresión de falsedad o impostura. 6. Compulsión a hacer, que cursa a veces
concomitante-mente con la pasivización que he señalado. Esta compulÂ-sión está ligada a los ritmos que impone el
funcionamiento en la ciudad actual, la planificación del ocio, los ritmos de trabajo, el transporte, la pedagogización de
los juegos de los niños. Se trata de un rasgo subjetivo que presenta los caracteres de la ansiedad compulsiva, por la
cual el individuo necesita de una actividad constante y planificada: gimnaÂ-sios, programas para el deporte, planificación
del tiempo liÂ-bre y el fin de semana, etc. Mucho tiene que ver en ello el reemplazo de las habilidades personales por la
función de expertos de diversos tipos: desde las técnicas y los aparatos en la vida doméstica, hasta los variados
aparatos que "ocuÂ-pan" la mente todo el tiempo (el televisor, el equipo de au-dio, la computadora personal, los
videojuegos, etc.), de los cuales el individuo no conoce habitualmente más que el manejo "mágico" de sus botoneras. Y
se trata de la misma ansiedad que provoca diversas conductas adictivas (no solaÂ-mente, aunque está presente, la
adicción a los ansiolÃ-ticos), y la adicción al consumo como una conducta y un fin en sÃ- mismo. Nuevamente se trata
de un carácter subjetivo que tiende a lograr una vivencia de "lleno" sobre las sensacioÂ-nes de vacÃ-o. 7.Dominio del
valor de cambio sobre el valor de uso, tanto en los objetos cotidianos del consumo como en el trato con las demás
personas, que suele orientarse bajo este rasÂ-go por las mismas coordenadas. Recordemos el señalamienÂ-to de
Winnicott al respecto, cuando destaca la importancia que el uso de la madre tiene para el desarrollo emocional del niño,
y que está presente en la obtención del placer en los vÃ-nculos afectivos posteriores. El dominio del cambio y la
sobrevaloración de "lo nuevo" y "lo último", tan propios de la renovación permanente de los objetos de la técnica y el
consumo, impregnan las relaciones afectivas, haciendo del otro un objeto sustituible y renovable, alejado de los
procesos de pérdida y duelo. 8. Irrealidad por dominio de la imagen, en la que la subÂ-jetividad pervierte su percepción
y su análisis de la realiÂ-dad reemplazándolos por la virtualidad de aquélla. Lo virÂ-tual que introduce la imagen no es
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otra cosa que inducir en el individuo significaciones que no tienen necesariamente referentes en la realidad. Es decir
que todo puede ser posiÂ-ble de imaginar en la "realidad virtual" de una pantalla. Pero no se trata solamente de la
virtualidad de las imágenes y las voces que se pueden percibir en la pantalla televiÂ-siva, sino también de que el sujeto
actual se mueve en espacios públicos sin necesidad alguna de hablar o relacioÂ-narse con otras personas: autopistas,
aeropuertos, cajeros automáticos, computadoras para información, etc., le perÂ-miten la virtualidad de un estar en el
mundo que es sólo ficcional. El impacto subjetivo mayor no consiste solamente en este efecto de desdibujamiento de la
realidad, sino tamÂ-bién en que modifica profundamente la relación del indiviÂ-duo con los demás. Ha sido señalado,
por ejemplo, cómo duÂ-rante la Guerra del Golfo todos los horrores de la guerra y la destrucción, las heridas y la
muerte de otros seres humaÂ-nos desaparecieron para muchos televidentes (en este caso, prácticamente todo el
mundo, que sólo supo de esta guerra por las imágenes televisivas) por la presencia de imágenes ficcionales que eran
imposibles de discriminar de aquellas de los videojuegos de guerra. Resulta muy sutil el pasaje de esta habitualidad de
lo virtual y lo ficcional frente a realiÂ-dades de violencia y muerte hacia las propias conductas violentas, ya que el Yo
mismo se va percibiendo como ficcioÂ-nal. Esta subjetividad, que podemos denominar de lo virÂ-tual, tiene los caracteres
de lo esquizoide, de una afectiviÂ-dad disociada, de una sensación de irrealidad frente a los componentes emocionales
de las relaciones con los otros. Éstos son algunos de los rasgos que caracterizan la subÂ-jetividad actual, con distinta
incidencia según se trate de individuos pertenecientes a las culturas urbanas de los paÃ-Â-ses desarrollados o a las
culturas maltrechas de los paÃ-ses periféricos; según se trate de individuos pertenecientes a las clases sociales
dominantes o a los sectores medios o asaÂ-lariados, de los desocupados o de los marginados de la vida social. Sin
embargo, su presencia debe alertarnos acerca de tendencias que se van difundiendo y que conforman modaÂ-lidades de
funcionamiento mental diferentes de las neuroÂ-sis clásicas que el psicoanálisis trató desde los comienzos del siglo, de
emociones y comportamientos que plantean nuevos interrogantes y que requieren de nuevas investigaciones, ya que no
podemos conformarnos con la idea de que I" sólo se trata de nuevas patologÃ-as de lo mental que vienen a ensanchar
nuestras categorÃ-as diagnósticas. Cabe recorÂ-dar, sin embargo, que estos rasgos, aunque dominantes en algunos
individuos, no constituyen la totalidad de la vida social y la cultura. Se trata sólo de otras manifestaciones de los
conflictos y las contradicciones que animan la vida social, que generan nuevos problemas en el desarrollo de la cultura y
cuyo resultado dependerá (como siempre, ya que la historia continúa) de la fuerza subjetiva, los valores y las acciones
de los hombres. Â
[1] S. Freud, Tótem y tabú, PsicologÃ-a de las masas y análisis del yo, El yo y el ello (ob. cit., tomo II), entre otros
ensayos. Â
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