Clases de Windsurf Rafael Mies M., Ph.D. Profesor Titular de la Cátedra de Capital Humano Embotelladora Andina ESE – Escuela de Negocios, Universidad de los Andes Por esas cosas inexplicables de la vida, después de más de 40 años decidí aprender windsurf en estas vacaciones. Quizás animado por mi sobrino Caco, un lolo de 15 años lleno de energía, o por mi hija de nueve que parece creer más rápido de lo que uno quisiera, me encontraba una tarde este verano junto a un grupo de sub-quince en la clase teórica de windsurf. Desde la blanca arena de la playa todo parecía obvio: pararse en el centro de la tabla, siempre de espalda al viento, cerrar la vela si uno quiere ir más rápido y abrirla para dejar pasar el viento si uno quiere frenar. Una cosa importante: mantener la espalda recta, para no dañar la columna y siempre el mástil en la misma dirección que la punta de la tabla; para no avanzar hacia delante “obviamente”. Hasta ahí todo era fantástico. El profe pregunta si alguien tiene dudas, yo más que dudas tenía susto, pero me animé a preguntarle algo que a los demás les causó mucha gracia: ¿Qué pasa si uno se cae? El profe, con una gran sonrisa me respondió: “te subes a la tabla y haces lo mismo otra vez”. Ante esa respuesta sólo me quedaba callar y aguardar mi turno de entrar al agua, cual condenado que se dirige al cadalso. Como en pocas ocasiones la fila avanzó rápidamente y ya me encontraba parado sobre mi tabla abrazando la botavara, el mango que afirma la vela, como un borracho se afirma al poste de la luz. Desde la arena el profesor gritaba: “la vela atrás, sepárate del mástil, los pies al centro, etc. Todo temblaba sobre esa tabla que casi milagrosamente comenzó a moverse hacia delante, empecé a pensar que lo había logrado y que el temido deporte no era para tanto. Apenas me dejé seducir por ese infantil pensamiento una brisa un poco más fuerte me arrojó al agua y de ahí comenzó un verdadero calvario: subirse y caerse, subirse y la vela que gira y me bota como a un papel, subirse y la tabla en vez de avanzar retrocede, subirse y el dolor de espalda al encorvarse y no mantener la espalda recta. ¡Que horror! La clase duraba dos horas y yo con media hora de caerme y subirme ya me sentí exhausto. Una luz de esperanza se encendió cuando vi en otra tabla a mi sobrino pasando las mismas penas. Al menos no era un problema de edad. Fue en ese momento cuando pensé en esta columna y en la crisis que estamos atravesando. Pensé en tantos amigos que llevan meses haciendo esfuerzos notables por salir adelante, en las autoridades, proponiendo una medida tras otra, en Estados Unidos con un mercado que apenas sube, cae violentamente al agua. Crisis de liquidez, de confianza, pero sobre todo, una crisis que pone a prueba la fortaleza y la templanza de los actores económicos. El profesor, al presentarse, había dicho que todo aquel que quiera puede aprender windsurf si tiene paciencia y perseverancia. Paciencia y perseverancia eran sin lugar a duda las dos palabras más importantes de su clase. Muchos estamos asustados con la actual crisis, algunos exhaustos de tanto caerse una y otra vez y de ver que las teorías micro y macroeconómicas fundamentales no son suficientes para navegar. Paciencia y perseverancia como todo en la vida, como el windsurf y en la actual crisis parece ser también la única receta para salir a flote. Publicado “Mirada Pública”, Diario Financiero. Febrero 2009