sexualidad Imaginario erótico y deseo * Por Aldo Meneses C., psicólogo. Experiencias, imágenes y sensaciones que las personas acumulan en su mente; eso es básicamente el imaginario erótico. Podemos reconocerlo como la causa de nuestro deseo, aquello que nos permite mantener una sexualidad vinculada a nuestra intimidad más propia. Es tal vez esto mismo lo que hace que sea trasgresor y creativo, pues permite que nuestra imaginación vuele hasta límites insospechados. Entre los efectos positivos que pueden tener, es que ofrecen la posibilidad de explorar nuestra sexualidad, llevándonos a imaginar(nos) situaciones hasta ese momento desconocidas. Unido a esto mismo, ofrecen entonces una alternativa para “anticipar” nuestra conducta o la de nuestra pareja ante una situación desconocida, no experimentada y así ayudarnos a imaginar como reaccionaríamos una vez enfrentados a dicha situación. En el contexto de una relación de pareja, lo sensato en este caso –y más que centrarse en la conducta misma– sería, por ejemplo, comentar con él o ella cuáles son los sentimientos o emociones que despiertan en cada uno las conductas fantaseadas. Las fantasías eróticas que pueblan nuestro imaginario están presentes tanto en hombres como en mujeres, porque representan casi siempre una alternativa de sublimación frente a un deseo erótico que por múltiples razones tuvo que ser reprimido o simplemente no se vió realizado. De esta forma, y como otro efecto positivo, la fantasía favorece una disminución de la tensión o frustración que provoca el deseo no alcanzado. Un efecto que podemos considerar negativo respecto de las fantasías sexuales es justamente cuando pasamos a depender de éstas como estímulo fundamental del deseo o, en otras palabras, cuando sin su presencia activa en nuestra mente no somos capaces de alcanzar o mantener una erección o lograr una lubricación adecuada en el coito. En términos generales podemos afirmar que lo fundamental es el significado y el contexto en que la fantasía –y en un sentido más amplio la relación sexual– tiene lugar, y si la forma que ella adopta se ajusta al placer y los gustos de quienes la realizan, que es en definitiva lo que realmente importa. Por último, es preciso señalar que la fantasía no siempre –y más bien en raras ocasiones– tiene una estrecha relación con la realidad. Reconocer que estas fantasías no son anormales abre la posibilidad de conectarnos con nuestro yo más íntimo en la privacidad de una comunicación madura con nuestra pareja, liberándonos de la típica vergüenza que rodean estas conversaciones y que inhiben nuestra auténtica sexualidad. *Psicólogo clínico Centro Clínico y Docente de Sexualidad Humana, fono 247 8567. www.centrodesexualidad.cl 118304