Tv vs. Einstein: Simultaneidad y consecutividad en la Postmodernidad.

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Simultaneidad y consecutividad en la Postmodernidad
Jesús Puerta
1.- La simultaneidad de la TV y del estructuralismo:
Las transmisiones en directo de la TV son una experiencia cotidiana de simultaneidad.
El home-run del equipo venezolano ocurre al mismo tiempo que los ladridos del perro
del vecino. En el noticiero, los acontecimientos parecen compartir todos el mismo
instante, aunque no el mismo espacio. Nuestra posición de observador televidente nos
da esa perspectiva temporal. El ideal informativo de los medios eléctricos es el de la
simultaneidad: "entérese al instante de ocurrir la noticia". Ello, a condición de que usted
se quede en casa.
El concepto de simultaneidad (o sincronía) es un supuesto básico de las metodologías de
análisis en lingüística, en semiótica, en historia y crítica literaria y artística, en
antropología, en la fusión de esas disciplinas en los contemporáneos "estudios
culturales" y en los intentos de unir los conceptos de acción social y discurso que han
terminado por asimilar la sociedad a un encadenamiento de textos o un tejido de "juegos
de lenguaje".
Pero entre la trivial simultaneidad de los avances noticiosos de la TV y las ocurrencias
hogareñas, por una parte, y por la otra, la sincronía de los análisis textuales más o
menos estructural istas o postestructuralistas, tipo Derrida, hay un "plus". A nadie se le
ocurriría encontrar que el ladrido del perro y el homerun del que hablamos antes,
"expresen" un mismo "espíritu": digamos, el de la agresividad del "momento". Hace
falta un elemento adicional que es, precisamente, la relación sistemática entre las
ocurrencias del mismo momento considerado.
Puede que las declaraciones del Ministro y el llanto de un bebé ocurran al mismo
tiempo; pero ello no implica necesariamente una relación sistemática (significante) entre
ambas ocurrencias. En todo caso es el intérprete, a partir de cierta clave hermenéutica,
quien establece esos vínculos. Algo así como la relación que establece el lector del 1
Ching entre los hexagramas, obtenidos aleatoriamente al lanzar las monedas, y los
sucesos de la vida del consultante. Para los antiguos chinos, ambas ocurrencias tendrían
que ver con la misma influencia espiritual o divina. Jung habló de "sincronicidad" para
referirse a esas coincidencias significativas. El analista contextual o intérprete social
trabaja (explícita o implícitamente) con una noción orgánica o sistémica de la sociedad,
a la manera del "modelo de la casa" del marxismo (Ludovico Silva) o la metáfora del
organismo de la teoría de sistemas. Igualmente, puede sostener que los discursos y las
acciones "dialogan" (Bajún) y por ello, de alguna manera, siempre "se corresponden".
En este caso, la sociedad no aparecería con el aspecto de una estructura arquitectónica,
ni de un organismo internamente funcional, sino como una red, un tejido que
permanentemente se está haciendo (y deshaciendo).
Este fue el camino que de alguna manera sugerí en otro texto (Puerta, 1966), donde
intenté una correspondencia entre las adquisiciones de las diversas ciencias del lenguaje
(desde la lingüística y la semiótica, hasta la filosofía del lenguaje, la arqueología del
saber y la teoría de la acción comunicativa) y la sociología interpretativa o hermenéutica
social. De aquellas, concluía que todo discurso era en realidad una acción (Austin,
Searle, Habermas) o una práctica (Foucault). Desde la sociología hermenéutica, podía
sostenerse que toda acción o práctica tenía un significado potencialmente lingüístico o
discursivo. De modo que esta equivalencia autorizaba el análisis social como análisis de
discursos.
En todo caso, para los análisis textuales y contextuales, la sociedad aparece como una
totalidad más o menos integrada, previa, que fundamente los significados "descubiertos"
por el intérprete. La idea de totalidad social o de sistema es el sustituto actual de la
"influencia divina" del I Ching, de la sincronicidad, de las coincidencias significativas,
de las simultaneidades a interpretar. Así, la simultaneidad de los acontecimientos
culturales, políticos, socioeconómicos, etc. no sería otra con que la expresión de un
"significado" de resonancias hegelianas: un "Espíritu" de fondo. A menos que el
reconocimiento de lo sistémico no niegue el de la imprevisibibdad de los
acontecimientos aleatorios, las coincidencias casuales, el azar desconcertante pero a la
vez creador, que desplazaría el momento de la significación, de una anterioridad
supuesta en el "Espíritu o sistema ya dado, a una posterioridad que es la actualidad del
intérprete.
De modo que la discusión acerca de la simultaneidad y la consecutividad es pertinente
hoy. Es más, la discusión ya la había arrancado Derrida, y antes Jakobson y Heidegger.
Y pensamos que ella tiene que ver con la posibilidad de la reconstrucción de los sujetos
históricos. Veamos.
2.- Simultaneidad y análisis textual
Jakobson, como bien observó Derrida (1971), había criticado el "consecutivismo" del
creador de la lingüística moderna, De Saussure. Este había enfatizado la imposibilidad
de pronunciar dos elementos lingüísticos "a la vez", reconociendo sólo la sucesión o
concatenación temporal en el habla. Nos topamos entonces, observa Derrida, con lo que
Heidegger llamó la "noción vulgar del tiempo", de raíz aristotélica y hegeliana.
Jakobson observó que este "perjuicio tradicional acerca del carácter lineal del lenguaje"
(Jakobson, 1967: 109), le impidió a De Saussure ver con claridad que, al lado de la
"concatenación", había otra modalidad de combinación del lenguaje, la "concurrencia".
Estas "concurrencias" eran las unidades discretas, granulares, en que la lingüística
descomponía el aparente continuo del discurso real, evidenciando su estructura
"cuántica" (cfr. Jakobson, citado por Derrida, Ob. Cit.: 90).
De hecho, los fonemas, por ejemplo, son "conjuntos de rasgos diferenciales", es decir,
concurrencias de entidades simultáneas. Pero además, "toda unidad lingüística sirve a la
vez como contexto para las unidades más simples" (Ob. cit.: 109). O sea, los fonemas
son el contexto de los rasgos diferenciales, las palabras lo son de los fonemas, la frase
de las palabras, el discurso de las frases, etc. El contexto, a cada escala, constituye la
simultaneidad de cada unidad de análisis lingüístico. Muy bien podríamos ampliar esas
unidades contextuales hasta considerar las relaciones interpersonales, las instituciones,
las clases y las naciones.
Es esa simultaneidad la que permite, por otra parte, la operación selectiva del hablante:
éste siempre escoge entre las diversas opciones virtuales que ofrece el código (la
Lengua), estableciendo así relaciones simultáneas y sistemáticas con todos los otros
elementos lingüísticos ausentes. Esa selección supone la posibilidad de la sustitución,
por la cual una opción puede sustituir a otra, equivalente en un aspecto y diferente en
otro.
La otra operación del hablante es la combinación, por la cual, "todo signo está formado
de otros signos constitutivos y/o aparece únicamente en combinación con otros signos"
(Jakobson, Ob. Cit.: 109). Así, cada signo tiene dos conjuntos de interpretantes. Uno,
que lo refiere al código. Otro, que lo refiere a su contexto. Lo curioso es que ambas
relaciones son simultáneas.
De modo que en Jakobson hay una superación de la concepción del tiempo como pura
consecutividad, noción temporal que para Derrida es la misma "idea vulgar" que
Heidegger observó en Aristóteles y Hegel. Una idea arraigada en el inefable instante
actual, el "ahora", desde el cual, según Aristóteles, puede establecerse la perspectiva del
"antes" y el "después". El tiempo sería entonces, como diría Hegel, el "devenir intuido".
El paso del ser al no ser y viceversa. El tiempo pasa. Ya no es cuando es y es cuando ya
no es. Esto es la consecutividad.
Para Derrida (y para todo el postestructuralismo) es clave deslindarse de esa "noción
vulgar del tiempo", porque su asunto es la "huella", es decir, la ausencia por la cual el
signo (presente) se constituye. Lo que hace a la escritura un concepto fundante del
lenguaje, desplazando a la "voz" (logocentrismo), es que es siempre "significante de
otro significante". El significado es esa ausencia que nunca se hará presente. Una
ausencia que es más bien un "pasado absoluto" que "no se deja resumir en la
simplicidad de un presente" (Derrida, Ob. cit.: 86). En todo caso, (...) los conceptos de
pasado, presente y porvenir, todo lo que en los conceptos de tiempo y de historia supone
la evidencia clásica -el concepto metafísico de tiempo en general- no pueden describir
adecuadamente la estructura de la huella" (Derrida, Idem: 86).
Un signo, cualquiera que éste fuere, siempre se referirá a un sistema virtual, simultáneo,
que se revela signo a su vez, nunca significado "original", ni en el sentido de "causa" ni
mucho menos de "origen", hundido en un "pasado absoluto" que nunca podrá hacerse
"presente". Sólo puede hallarse en él la "huella", la ausencia. La Idea, el Logos, el
significado puro supone un presente imposible, una especie de eternidad, diríamos
nosotros: el del aliento de la Divinidad, la Idea platónica o el Ser de la metafísica.
Derrida (siguiendo a Jakobson) descubre la simultaneidad de lo presente y lo ausente: la
"diferance". O, mejor dicho, la ausencia como condición absoluta de la presencia. El
"presente" puede ser sustituido" y de hecho ha sustituido, a otro "presente", el cual,
además, se halla determinado por un "pasado absoluto", una ausencia.
La estructura "granular", "cuántica", del discurso, consiste precisamente en la
articulación, la "juntura", de simultaneidades, instantes discretos, "haces" de diferencias.
Esa simultaneidad descubierta por Jakobson, y comentada por Derrida con el fin de
polemizar con la metafísica "logocéntrica", es también el fundamento de los análisis
textuales del estructuralismo, así como de los estudios contextuales históricos en
general.
El analista (digamos Angel Rama, para referimos a un ejemplo latinoamericano) hace
un corte en la línea histórica, selecciona un "momento" en el continuo temporal y
vincula determinados temas, giros estilísticos, voces del orden de los manifiestos
literarios, con otros signos del momento: discursos políticos, desplazamientos
demográficos, acontecimientos militares, desarrollos institucionales. Se trata, por
supuesto, de un "análisis sincrónico", "al mismo tiempo", o sea, simultáneo. Otro
antecedente lo tenemos en los formalistas rusos: Tinianov, quien relacionaba, en clave
hermenéutica, las "series" de sucesos políticos, artísticos, filosóficos, etc.
4.- Einstein intenta la crítica a la simultaneidad:
La Teoría de la Relatividad de Einstein ejerce una crítica a la simultaneidad. Esta no
existiría por sí misma, sino en virtud de una perspectiva: depende de la distancia y la
velocidad relativa del observador respecto de los acontecimientos.
La razón que aduce Einstein para sostener tan peregrina contradicción a nuestro sentido
común de televidente, es que los efectos de las acciones no pueden propagarse a una
velocidad mayor que la de la luz. Un observador de esa rapidez sólo podrá observar
después un suceso cuya luz partió con él de un mismo punto A. Por el contrario,
constatará antes otro suceso en el punto B de destino. Para otro observador, que se
desplace a otra velocidad, ambos sucesos habrán sido simultáneos. Para decirlo con
Heisenberg, Einstein descubrió en 1905 que
... entre aquello que llamamos pasado y aquello que llamamos futuro, lo que se intercala
es un intervalo temporal finito, cuya amplitud depende de la distancia espacial entre el
acontecimiento y el observador (Heisenberg, 1967: 39).
Pero la relatividad del "ahora", cuya amplitud depende de la distancia espacio-temporal
y la velocidad del observador, esa especial elasticidad del punto temporal desde el cual
es posible establecer, tanto la perspectiva del "antes" y el "después" (Aristóteles, Hegel),
como el corte del análisis sincrónico contextual, curiosamente no colide con la idea de
simultaneidad de Jakobson (y Derrida). Como se recordará, el lingüista sabe que cada
nivel de análisis sirve de contexto (simultáneo) a las unidades de los otros niveles. Cada
nivel es una línea articulada de simultaneidades. Para decirlo en términos musicales,
cada nivel es una melodía que, a la vez que establece acordes, armonías, está compuesta
por notas donde resuenan los armónicos que le dan un timbre especial.
En todo caso, las observaciones relativistas nos llamarían la atención acerca de las
relaciones entre el nivel de análisis, las unidades de "simultaneidad" (contextos
sincrónicos) que se consideren, la "distancia" histórica (o perspectiva del historiador) y
las interpretaciones posibles. Así como la simultaneidad en física depende de la
velocidad del observador, los contextos sincrónicos a analizar, y por tanto las
interpretaciones posibles, dependerán de la historicidad del propio analista o historiador.
Las barreras epistemológicas modernas (o por lo menos positivistas) que separaban el
sujeto y el objeto, se desvanecen. Esto sería un nuevo descubrimiento del agua tibia si
no advertimos a la vez que nuevamente la "noción vulgar del tiempo", de corte
aristotélico y hegeliano, está en cuestión. El "ahora" del intérprete histórico, el momento
que analiza y desde el cual analiza, no puede ser medido o "fechado". Los "instantes"
son contextos, o sea, campos de interacciones. Para ser simultáneos dos acontecimientos
no necesitan ocurrir el mismo día, año o siglo, con tal de que interaccionen, así sea en la
interpretación del historiador. Esto implica dos cosas: tanto que los textos del pasado
(discursos, acciones) forman parte del "ahora" del historiador, como que el "ahora" del
momento estudiado comprende los textos presentes. Ambos "ahora" pertenecen al
mismo "campo".
A estas alturas nos tropezamos con la misma dificultad con que se topó Derrida al
expresar su incomodidad con las nociones tradicionales (pasado, presente, futuro) de la
concepción metafísica del tiempo. Porque si queremos llevar la analogía hasta sus
extremos, si la relatividad en física supone un límite espacio-temporal infranqueable, la
velocidad de la luz; en los estudios culturales, históricos, contextuales, interpretativos,
hay también una barrera insuperable. Pero el analogon de la velocidad de la luz en los
estudios culturales no es la tardanza en la recepción del mensaje. Los actuales medios
de transmisión han reducido al máximo esa tardanza y hoy asistimos por televisión a
una "instantaneidad" que parece suprimir la distancia geográfica. Sólo hay un
desplazamiento que no puede suprimirse: la que implica la sustitución de una cosa por
otra, el fundamento de la función semiótica.
Los intérpretes, el historiador, el analista, sólo puede encontrarse con textos, es decir,
ante signos, que no son sino significantes de otros significantes, sustitutos de objetos
siempre desplazados. Esa diferencia del sustituto, ese desplazamiento insuperable es lo
que Derrida llama la "huella". El significado se hunde en un "pasado absoluto", no
actualizable, y se disuelve en una deriva indefinida que va de diferencia en diferencia,
de significante en significante, difiriendo interminablemente el encuentro con el "Ser"
del significado. Sólo una metafísica del Ser, de la presencia, "logocéntrica", platónica,
podría sostener la posibilidad de llegar a un significado definitivo, presente, "original".
Es más, la condición misma del signo es la ausencia, el "pasado absoluto", la
simultaneidad de un sistema virtual que permite las sustituciones y las combinaciones.
La deconstrucción parece disolver la historicidad como consecuencia de la disolución
de la "concepción vulgar del tiempo". Pero, atención, la crítica derrideana (y
jakobsoniana) al "prejuicio lineal" del tiempo, no niega la articulación sucesiva. Al
contrario, el reconocimiento de las unidades discretas, cuánticas, del lenguaje (y el
tiempo) persigue explicar la posibilidad de la articulación. Por ello Derrida se refiere a
la polémica sobre el tiempo de Jakobson y Heidegger contra De Saussure y la metafísica
occidental precisamente en el aparte de su libro De la gramatología referida a la
"juntura". Sólo se polemiza contra una concepción homogénea y continua del habla y
del tiempo, a favor de una concepción heterogénea, granular, discontinua, de ambos
conceptos. ¿Y si amplificamos la analogía, que sirvió para criticar la historicidad basada
en el "tiempo vulgar", con el objeto de reconstruir otra historicidad?
5.- Prigogine, la flecha del tiempo y los sujetos históricos:
El tiempo es lo que Eco llama un "concepto paraguas": comprende distintos objetos de
experiencia y motivos de reflexión.
Para Aristóteles era una perspectiva, la del "ahora", desde la cual era observable el
"antes" y el "después", con los cuales se podían medir los movimientos en el espacio.
Para la física clásica, era una conducción "de fondo", ligada al movimiento relativo de
los objetos de la naturaleza. Por ello, era homogéneo, continuo y absoluto. Aunque
preferiríamos llamarlo abstracto: su concepto resultaba de la equivalencia abstracta de
las duraciones de distintos procesos. La posibilidad misma de medirlo con los relojes,
como se medía el espacio, en unidades infinitamente divisibles, lo abstraía de los
procesos concretos.
Este concepto abstracto, homogéneo y continuo se presentaba para ser criterio de
medida general de heterogéneos tiempos de trabajo socialmente necesarios, que
requerían abstraerse de sí para poder ser intercambiados en el mercado, tal y como la
economía política clásica lo interpretó.
A este tiempo abstracto se opondría el tiempo concreto de las vivencias subjetivas: el
tiempo de San Agustín que dependía de las tensiones del alma, traducción filosófica de
la vivencia de la expectativa o la distracción en la conciencia de la duración, disonancia
del alma con los medidores "objetivos" del tiempo: los relojes. Esta subjetivización del
tiempo adquiere una expresión abstracta en Kant, quien lo convierte en categoría de la
Estética Trascendental del Sujeto, condición de posibilidad, a priori, tanto del objeto
como de su conocimiento; y una expresión concreta en Bergson, la Duración,
conversión del tiempo en principio metafísico fundamental a la manera del "Fluir" de
Heráclito, el Ser de Parménides, las Ideas de Platón, la Voluntad de Schopenhauer y
hasta la Voluntad de Poder de Nietzsche.
Hegel intentó una síntesis de esos tiempos objetivo y subjetivo en su concepto de
devenir intuido en la negación de la indiferencia de los puntos en el espacio, la
mediación entre el Ser y la Nada, lo que era no siendo y lo que no era siendo, la
determinación de la indeterminación formalmente equivalente al Yo. La relatividad
einsteiniana convirtió el tiempo en la cuarta dimensión de las coordenadas de sistemas
físicos, el continuo espacio-temporal, coherente con la idea de la infranqueabilidad de la
velocidad de la luz. El tiempo era uno en concreto: no era infinitamente divisible o
multiplicable.
Para Priogogine, como el universo es termodinámico, una complejidad resultado del
desequilibrio, el tiempo es una irreversibilidad. "Todos envejecemos en el mismo
sentido", dice Prigogine para ilustrar el tiempo con una flecha. La irreversibilidad del
tiempo implica la historicidad del universo.
En términos cósmicos no habría un "eterno retorno" mítico. El universo es una
singularidad, no una regularidad. Nunca se repetirá. El mismo no es la repetición de
nada. Y, al polemizar con el concepto abstracto del tiempo de la física clásica y
relativista, Prigogine termina identificando el tiempo con el proceso mismo del cosmos,
con su historia, que es su producción misma, irreversible. El tiempo, en consecuencia,
es la misma cosa que la historia cósmica, orientada a una dirección determinada.
De allí podríamos inferir que la historicidad, desde esta perspectiva, es la
irreversibilidad del devenir, la dirección de "la flecha del tiempo". ¿Y hacia dónde va
esa "flecha"? Prigogine respondería: hacia la complejidad, hacia la formación
irreversible de nuevos órdenes agregados. Si bien el universo es termodinámico y
produce entropía, ésta no sólo implica desorden, frío, pérdida irreparable de calor y
energía, equilibrio de los sistemas. También la entropía produce orden, conservación y
producción de calor y energía, complejidad, o estructuras disipativas.
En esta solidaridad conceptual de tiempo, irreversibilidad, proceso, historia y
complejidad, parece resonar cierta escatología, de origen, bien cristiano (San Agustín),
bien moderno (la noción de Progreso). Las filosofías de la Historia (Kant, Herder,
Hegel, Marx, Comte, etc.) especulan acerca del "sentido" de la historia de la humanidad,
una especie de Providencia, que la llevaría a estadios cada vez mejores, de evolución
moral, social o política. Claro que esta orientación, progreso o evolución sólo es
accesible al conjunto de la Historia, y no a las historias en particular o concreto, en las
cuales reinaría el sin sentido a la irracionalidad, sólo superable desde una perspectiva de
conjunto (cfr. Walsh, 1974). Pero Prigogine no está hablando de Progreso, aunque sí de
evolución. La complejidad que da sentido a la "flecha del tiempo" no necesariamente es
mejor que la simplicidad antecedente.
Por otra parte, al caracterizar el proceso cósmico a la vez como irreversible y
probabilístico, afirma que el azar y las tendencias generales, el desorden y el orden, no
son nociones opuestas, sino complementarias. Es precisamente la creciente complejidad
lo que acentúa lo aleatorio. La "flecha del tiempo", al producir complejidad, torna cada
vez más imprevisible el conjunto.
Nos hallamos con un enfoque que arroja nuevas luces al problema de la consecutividad,
que dejamos en suspenso en el punto anterior. Al hablar de irreversibilidad
probabilística de los procesos como equivalente al tiempo y la historia, Prigogine nos
sugiere que la consecutividad de la articulación (lingüística, histórica) es un proceso de
estructuración de nuevos ordenes, es decir, de complejidad, que es también un
incremento de la imprevisibilidad, el azar y por tanto de libertad.
En Aristóteles, la física clásica, e incluso en la relativista, el tiempo era a la vez
abstracto (una dimensión externa a los procesos) y objetivo (medible, independiente de
las "tensiones del alma"). Bergson había intuido un tiempo concreto, cualitativo, la
Duración que aparece en la intuición directa, puramente subjetiva, no conceptual ni
lingüística, como la proliferación creativa, libre y sucesiva de diversidades. Ahora
hemos desembocado en una concepción del tiempo a la vez concreta (intrínseca a los
procesos), abstracta (en tanto generalizable a la historia humana y del cosmos), objetiva
y subjetiva: 1) al abrir la posibilidad de concebir la mente o el conocimiento como un
proceso entre otros, con "su" tiempo propio que a la vez es el del universo, 2) al
reconocer la funcionalidad de la perspectiva del sujeto respecto de la amplitud del
campo de las simultaneidades y 3) al vincular la complejidad sistémica a la
imprevisibilidad y la creación de nuevos ordenes, condición para la "libertad".
Otra ventaja de esta concepción es que nos permite pensar el carácter discreto, cuántico,
es decir, complejo del tiempo. Los contextos o simultaneidades, que ya hemos
concebido como "campos de interacción" no fechables, aparecen entonces como
complejidades producidas por la historicidad misma. Y ya observamos que la definición
de las simultaneidades o contextos dependen del sujeto.
Las complejidades históricas comprenden la subjetividad, tanto en su forma de
conciencia cognosciente, como de acción creativa y a la vez pertinente, es decir, acción
que contribuye, dirige, el sentido del tiempo, que no es otro que una creciente e
irreversible complejidad, creatividad e imprevisibilidad (tal vez, una forma de volver a
la vieja idea de libertad).
El sujeto de conocimiento y de acción, parece hacernos señas nuevamente al final de
este recorrido. ¿Podrá reconstruirse? ¿Será capaz de seleccionar y combinar, las dos
operaciones que según Jakobson ejecuta con creciente "libertad" el hablante, en una
actividad de obvias resonancias éticas?
Tal vez sea cuestión de tiempo.
Bibliografía
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