El ocaso de Al Qaeda y el auge de la atrocidad Las tropas de algunos países occidentales llevan ya más de una década combatiendo los ejércitos irregulares de Al Qaeda, desde el Nuristán afgano hasta las fronteras del Sahara. Esta guerra, más que tratarse de la lucha contra una organización, ha resultado ser la confrontación de un paradigma o un modelo del orden político y social para las sociedades islámicas y de su relación con el mundo. La imagen que construimos sobre Al Qaeda durante la primera mitad de los años 2000, hoy no logra explicar su realidad. Mientras el corazón de la agrupación ha sido debilitado con las campañas en Afganistán y Paquistán, la organización ha evolucionado, desconcentrándose en el territorio y descentralizándose en su estructura, creando actores cuya violencia resulta más virulenta, barbárica e indiscriminada. Analizar el por qué nos obliga a reflexionar sobre lo que ha sido Al Qaeda. Mal haríamos al entenderla como una organización jerárquica, al estilo de las guerrillas comunistas latinoamericanas. Es más fiel un retrato como marca, idea, franquicia, ideología, o incluso como flexible red de individuos y organizaciones. Existió por supuesto un círculo de colaboradores cercano a Bin Laden que dirigió la organización durante varios años, especialmente en la Afganistán del Talibán, pero tras la dura ofensiva occidental de la ‘guerra contra el terror’, este quedó prácticamente desarticulado. Al Qaeda había sido una red de células no coordinadas, descentralizadas y prácticamente autónomas que actuaban por motivación propia, más que por órdenes de un comandante. En ocasiones, organizaciones ya existentes buscaban sumarse a la red para actuar en nombre de Bin Laden, como en el caso de Abu Sayaff o Al Shabab, un fenómeno no muy distante a la compra de franquicias en el mundo empresarial. Por esta razón Al Qaeda fue siempre un enemigo difuso, indefinido, flexible, de múltiples cabezas y tentáculos. Con la desarticulación del centro ocurrió lo obvio. La organización se desconcentró y las filiales obtuvieron todo el protagonismo y la fuerza. Los escenarios de acción cambiaron de la frontera entre Paquistán y Afganistán a Yemen, Mali, África occidental y oriental, y recientemente a Irak y Siria. En casos particulares, estas nuevas herederas de Al Qaeda se tornaron más sanguinarias y barbáricas. Particular preocupación generan el auto-denominado Estado Islámico en Iraq y Siria, y Boko Haram en Nigeria y Camerún. El Estado Islámico es el resultado de la evolución de grupos extremistas que operaron bajo el amparo de Al Qaeda contra la coalición occidental en Irak. Abu Musab al Zarkawi dirigía la agrupación al-Tawid wal-Jihad, que en 2004 juró lealtad a Bin Laden. Recibiendo el título de Emir de Al Qaeda en la Tierra de los dos Ríos, asumió el mando de lo que se denominó Al Qaeda en Irak (AQI). Con su muerte en 2006, ocho agrupaciones dispersas se reúnen en lo que se re-bautizaría como el Estado Islámico en Irak (ISI), liderado por Abu Bakr Al Baghdadi desde 2010 hasta 2013. Para 2014 se expande su operación a Siria, creándose el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) pero sus métodos serían tan atroces que Al Qaeda central terminaría cercenando toda conexión con Al Baghdadi. Hace tan solo dos meses la organización cambió su nombre a ‘Estado Islámico’, una determinación que no resulta ser puramente cosmética. Su avance territorial ha sido destacable, logrando dominar una franja que va desde Raqqa, en el norte de Siria, hasta las afueras de Bagdad en Iraq; un espacio comparable con el territorio de Bélgica. Prácticamente sin oposición del Ejército, y luchando contra la Peshmerga kurda, han logrado hacerse del control de importantes ciudades iraquíes como Tal Afar, Mosul y Tikrit. Allí se han convertido en la autoridad de facto, realizando funciones propias del estado: cobro de impuestos, imposición de normas, control de la población, manejo del orden y provisión de la seguridad. Su bandera ondeante decora el horizonte de las ciudades. Esta construcción ha venido acompañada de un despreciable barbarismo. Decapitaciones en masa, crucifixiones, ejecuciones, mutilaciones y flagelación, son castigos para todo aquel que se oponga a la filosofía del Estado Islámico, sean cristianos, musulmanes chiitas o sunitas, kurdos o yazidis. Sigue siendo recordado el sangriento caso de 1700 soldados iraquíes cuya ejecución fue publicada por la organización en redes sociales. A miles de kilómetros, el caso de Boko Haram resulta similar. Creada en 2002 en el Norte de Nigeria por Mohammed Yusuf, parece haber recibido apoyo económico de Bin Laden durante ese año. Para 2006, sus militantes eran entrenados en campos de Al Qaeda, mientras el grupo extendía sus conexiones con otras organizaciones de la red como Al Qaeda en el Magreb Islamico (AQIM) o Ansar al Din. Boko Haram prohíbe todo lo relacionado con occidente, desde el uso de camisetas y pantalones, hasta recibir educación secular y participar en elecciones. Sus atrocidades son comparables con la del Estado Islámico. Persiguen principalmente (pero no de forma exclusiva) a las comunidades cristianas en Nigeria y Camerún, realizan ejecuciones en masa, incendian o destruyen escuelas, iglesias, bares, y hasta realizan ataques suicidas con mujeres adolescentes. Han asesinado personas por simplemente jugar póker, ver un partido de futbol, o por asistir al velorio de algún familiar quien fuese víctima de sus acciones. Aún sigue siendo un enigma el paradero de 200 niñas secuestradas en una escuela en el estado de Borno, dramático caso que estremeció al mundo hace unos meses. La vieja Al Qaeda de Osama bin Laden puede estar desapareciendo bajo la batuta de Ayman al Zawahiri. El poder de la organización viene disminuyendo, mientras el carisma de su líder parece no ser tan atractivo como el de su antecesor. Sin embargo, esto no representa ni una victoria para occidente, ni el fin del más radical salafismo extremista. Por el contrario, la descentralización, desconcentración y redistribución territorial de Al Qaeda, desembocó en nuevos fenómenos de violencia a través de actores locales emergentes, cada uno con proyección regional. Algunos de ellos preservan la conexión con la jerarquía en Afganistán, mientras otros actúan de forma independiente. Los aquí descritos no agotan el catálogo de actores; basta mirar hacia el cuerno africano para observar el mismo fenómeno en manos de Al Shabaab. La rudeza y frialdad de estas agrupaciones hace pensar que en lugar de encontrar mayor estabilidad en los años por venir, seremos testigos de violentas luchas de complejidad creciente. Oscar Palma Profesor Principal, Facultad Relaciones Internacionales Universidad del Rosario PhD, London School of Economics [email protected] Twitter: OPalmaM de