De House a Peirce, aventuras de una mente brillante

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CELESTE VAQUERO
De House a Peirce, aventuras de una mente brillante
17:35 | Desde el filme Sherlock Holmes –y su fuente, las novelas de Conan Doyle– hasta
la serie televisiva Dr. House, ponen en escena a protagonistas avezados en la lectura de
ciertos indicios, ya sean huellas o síntomas. Esa peculiar forma de llegar a la verdad fue
objeto de estudio de Charles S. Peirce, cuya teoría de los signos es clave para la semiótica.
La respuesta al siguiente interrogante podría buscarse en “Pierre Menard, autor del
Quijote”, el cuento de Jorge Luis Borges: ¿cómo leer, o como reescribir, a Sherlock
Holmes después de Gregory House?
La última versión cinematográfica de Sherlock Holmes (2009), dirigida por Guy Ritchie,
parece por momentos (muchos momentos) una versión decimonónica de la serie de
televisión House M.D. (2004). Se argumentará que Holmes es anterior a House, y eso
es cronológicamente incuestionable, pero a su vez Holmes es posterior a House, y esto
es gramaticalmente cierto. De otra manera: aunque Jack Bauer y Jason Bourne son
posteriores a James Bond, las últimas dos películas de la saga de 007 (Casino Royale y
Quantum of solace, de 2006 y 2008) no pueden ser leídas sin la serie 24 ni la trilogía
de Bourne.
Escribió Borges, sobre Pierre Menard: “Las cláusulas finales –ejemplo y aviso de lo
presente, advertencia de lo por venir– son descaradamente pragmáticas”. Lo son, y
por eso vale recordar que por detrás de Holmes y de House, y también por delante de
ambos, hay un señor llamado Charles Sanders Peirce. El semiólogo húngaro Thomas A.
Sebeok comenzó su libro de 1980, You know my method. A juxtaposition of Sherlock
Holmes and C. S. Peirce, con una doble cita. Holmes: “Yo nunca hago conjeturas”.
Peirce: “Debemos conquistar la verdad mediante conjeturas, o no la conquistaremos
de ningún modo”.
Está claro que Holmes, y también House, conjeturan todo el tiempo. Lo interesante es
que acierten tan seguido. La diferencia con Peirce es que si bien éste hacía conjeturas,
también hacía conjeturas acerca del funcionamiento de las conjeturas. Holmes y House
dicen: “Tiene una mancha de barro en el pantalón, ¡estuvo en el cementerio!”. Peirce, en
cambio, desarrolló un modelo teórico para explicar cómo una mancha de barro puede
convertirse en índice de una visita al cementerio: cómo se convierte en signo.
Peirce fue un pensador asombroso. Su obra es compleja, heteróclita, erudita e
inacabable. Hablar sobre ella “en resumidas cuentas” supone predicar a conversos. Y
aún quienes se especializan en su obra, poco saben sobre sus avatares personales. ¿Y
cómo leer la biografía de Peirce después de Gregory House? Al echarle un vistazo, nadie
dudaría en llamar a Robert Downey Jr. para que lo interprete en la pantalla grande.
Tuvo una vida zigzagueante, marcada por malas decisiones y por una peor suerte. Fue
un niño prodigio interesado en la química que leía a Richard Whately; creció en un
hogar de académicos prestigiosos y ni toda su influencia pudo mantenerlo por la buena
senda. Estudió geodesia, medicina, matemática, lógica, meteorología, astronomía,
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fotometría; abrazó a Kant, Schiller, Stöckhardt, Leibniz. Inventó el pragmatismo
norteamericano, o eso se cree.
Emprendía negocios que siempre fracasaban, apoyaba la esclavitud, era zurdo,
divorciado, racista. Fue un “ñoqui” estatal y lo echaron de casi todos lados. Bebía
compulsivamente, era adicto a la cocaína y la morfina. Cada tanto estaba escapándose
de la policía o de sus prestamistas.
Fue un bon vivant que amó la buena vida; también durmió en la calle y comió de los
cubos de la basura. Editó un solo libro, Investigaciones fotométricas; terminó otros dos,
inéditos. Publicó unos 75 artículos y una cantidad similar de recensiones; escribía por
dinero, casi siempre escaso o mal invertido. El resto de su obra son manuscritos que,
de publicarse, llenarían decenas de volúmenes. Hace casi un siglo que se intenta reunir
y ordenar estos papeles, sin mayor progreso; algunos fueron recopilados en los ocho
tomos de Collected Papers (los primeros seis se publicaron entre 1931 y 1935, los otros
dos en 1958). Pasó sus últimos años en la pobreza, olvidado por las academias, enfermo
y escondido de sus acreedores. Cuando murió, su esposa vendió los manuscritos
a la Universidad de Harvard por quinientos dólares para comprar un cajón donde
enterrarlo.
Y a pesar de todo, Peirce se las ingenió para trazar uno de los proyectos intelectuales
más ambiciosos de la modernidad: una teoría del conocimiento fundada en una teoría
general de los signos.
Predicando a conversos
La amplitud de la obra de Peirce no fue sólo reflejo de las corrientes intelectuales de
época (el evolucionismo, el positivismo científico) ni de su incesante búsqueda del
próximo plato de comida. En Signo, su libro de 1973, el semiólogo Umberto Eco escribió:
“Ahora empezamos a comprender de qué debe tratar un libro sobre el concepto de
signo: de todo”. Algo que Peirce comprendía ya por entonces. No se puede pensar ni
conocer sin signos. No hay vida social sin signos.
La meta de Peirce era entender cómo pensamos. Para ello se valió de una exhaustiva
sistematización de las ideas, a las que encuadró en tres categorías: primeridad,
segundidad, terceridad. Las ideas que entran en la categoría de primeridad son
posibilidades, cualidades abstractas,“meras apariencias”. A la segundidad corresponden
los eventos singulares concretos, la “realidad bruta” de las cosas y los hechos. La
terceridad incumbe a la representación, el orden de la razón, la ley, el hábito: el signo.
Tradicionalmente el signo se definía como una relación entre dos elementos: el signo y
aquello a lo que el signo refiere. Peirce propuso un signo conformado por tres soportes
(del inglés subject), que son asimismo signos. A los dos elementos existentes agregó
un tercero: el interpretante. Atrás quedó la “fantasía” de Aristóteles, la “impresión” de
los estoicos, la “representatio” o el “phantasma” de los escolásticos, la “imaginación”
de Descartes, la “aprehensión sensible” de Spinoza, la “correspondencia” de Leibniz, la
“aprehensión general” de Kant. Fue un borrón y cuenta nueva, aun cuando la noticia pasó
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inadvertida durante décadas. La lógica, decía Peirce, es otro nombre de la semiótica, y la
semiótica tiene como objetivo el estudio de la semiosis. La semiosis es el instrumento
que posibilita el conocimiento, es donde se construye la realidad de lo social. Se trata
de un proceso triádico de inferencia mediante el cual a un signo (representamen) se le
atribuye un objeto a partir de otro signo (interpretante) que remite al mismo objeto
(que es también un signo). Este proceso es, por definición, infinito.
La semiosis está presente en todos lados, en todo momento. Como escribió el
semiólogo Eliseo Verón, toda producción de sentido es social y todo fenómeno social
produce sentido. Los signos no son artimañas conceptuales o imágenes acústicas
que sólo están en la cabeza de la gente (como se creyó durante buena parte del siglo
XX, cortesía de la tradición saussureana); son cosas empíricas, concretas, que pueden
identificarse y estudiarse. Pueden ser vistos, oídos, tocados, percibidos. Caso contrario,
Holmes y House perderían sus empleos.
Nacido para perder
Charles Sanders Peirce fue nieto del senador Elijah Hunt Mills y su padre, Benjamin
Peirce, fue el matemático norteamericano más importante del siglo XIX. Clichés
de niño prodigio: a los once escribió una historia de la química; a los doce ya tenía
su propio laboratorio; a los trece cayó en sus manos Lógica de Wately, y se pasó los
siguientes años dedicando dos horas al día a memorizar Crítica de la razón pura de
Kant. Graduado en Harvard, y por influencia de su padre, trabajó como investigador
científico en el Instituto Oceanográfico y de Geodesia durante tres décadas.
Entre 1861 y 1865 tuvo lugar la Guerra de Secesión. La familia Peirce tenía sólidos lazos
con el sur, creía que la esclavitud estaba bien argumentada. En 1908 Charles S. Pierce
escribió a la filósofa inglesa Victoria Welby-Gregory: “Puesto que soy un pragmatista
convencido en materia de semiótica, es natural que nada me parezca tan ingenuo como
el racionalismo, y que crea que el destino en política no puede darse con mayor plenitud
que en el liberalismo inglés. El pueblo debería ser esclavizado; sólo los esclavizadores
deberían practicar las virtudes que son indispensables para mantener su régimen”. De
hecho, Peirce solía apelar al siguiente silogismo para ilustrar la deficiencia de la lógica
tradicional: “Todos los hombres son iguales en sus derechos políticos. Los negros son
hombres. Por lo tanto, los negros son iguales a los blancos en sus derechos políticos”.
Viajó a Europa. Estudió el funcionamiento del péndulo y la aceleración de la gravedad;
publicó Observaciones fotométricas en 1878. Entre 1879 y 1884 enseñó lógica en la
Universidad Johns Hopkins; logró reunir sólo doce alumnos por clase. Fue su único
contrato con una universidad y terminó cuando lo echaron abruptamente. ¿La causa?
Zina –apodo de Harriet Melusina Fay– esposa de Peirce y famosa feminista, militaba
a favor de que el adulterio fuera castigado con la pena de muerte. Peirce se divorció
de ella en 1883, y a los dos días volvió a casarse con Juliette Annette Froissy, a quien
le llevaba veinticinco años. Zina echaba humo por las orejas y en Hopkins decidieron
ahorrarse el escándalo.
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El trabajo de Peirce para el gobierno resultó funesto. Malgastaba los fondos de sus
misiones científicas, descuidaba o rompía los instrumentos; en un viaje a París destinó
buena parte del presupuesto a un sommelier que lo instruyó sobre la variedad Médoc.
Sufría períodos de estrés y permanentes colapsos nerviosos; se iba de juerga en juerga.
Su padre murió en 1880 y casi de inmediato se lo pasó a retiro por incompetente.
Afrontó un juicio por malversación de fondos públicos, pero fue sobreseído.
Pragmatismo y después
El pragmatismo fue la primera corriente de pensamiento auténticamente
norteamericana. Más allá de las discrepancias entre autores y líneas intelectuales,
sus pilares son Peirce, William James y John Dewey. Y los tres coincidían en el Club
Metafísico, fundado en 1872, donde se reunían intelectuales de las más destacadas
familias bostonianas. Se examinaba a Platón, Hegel, Kant; se evadía la presión de los
numerosos pastores protestantes devenidos en jerarcas universitarios. Los trazos
generales del pragmatismo se encuentran en “Cómo clarificar nuestras ideas” y “La
fijación de la creencia”, artículos que Peirce presentó en el Club Metafísico y de cuyas
discusiones –aseguró– se nutrió para escribirlos. Pero algunos estudiosos han puesto
en duda la importancia de este club, un poco por la ausencia de registros y otro poco
por el carácter exagerado de Peirce.
Padecía de neuralgia del trigémino y facial, enfermedad que produce dolor intenso
en los nervios. Usaba morfina, cocaína y éter, y no tardó en volverse adicto; lo mismo
sucedió con el alcohol. Encima era zurdo, y la zurdera estaba emparentada con la locura.
Zurdo, divorciado, racista, borracho y arrogante: nada de eso lo ayudaba a encontrar
empleo.
“Peirce estaba siempre sin un centavo –lo describió el matemático Thomas Scott
Fiske–, vivía en parte de préstamos de amigos y en parte de cualquier trabajo que
conseguía, como escribir reseñas de libros. Era brillante, bajo la influencia del licor o
de otra cosa”.
Confiaba en que el siguiente negocio le traería fortuna inmediata. Intentó de todo:
construir una planta de energía hidroeléctrica, comerciar un proceso de blanqueo de
ropa, poner una escuela de lógica por correspondencia. Nada funcionó.
En 1887 compró una casa rural en Milford, Pensilvania, gracias a la herencia de su padre,
donde pasó sus últimos veintisiete años. Y aunque fue en este período cuando escribió
gran parte de las 80.000 páginas que acabarían en Harvard a cambio de un entierro, no
fueron años fáciles (algunas de esas páginas están escritas por el frente, el dorso y los
bordes, pues no tenía dinero para papel). Peirce intentó conseguir un trabajo estable
en alguna universidad, pero su mala fama lo precedía.
Los trabajadores que habían reformado su casa lo demandaron por falta de pago en
1894, y una sirvienta lo denunció por agresiones. Las autoridades ordenaron su arresto
y estuvo prófugo tres años.
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Dormía en la calle y comía donde podía; cuando volvía a su casa tenía que disfrazarse.
“He aprendido mucho sobre filosofía en estos últimos años porque han sido años muy
miserables y desafortunados, terribles más allá de todo lo que el hombre de experiencia
común puede entender o concebir”, escribió en 1897 a su amigo William James, donde
aseguraba que hacía tres días que no probaba bocado. “Se me ha revelado un nuevo
mundo del que yo no sabía nada, y del cual no encuentro que alguien que haya escrito
sepa realmente mucho; se me ha revelado el mundo de la miseria”.
Con la bancarrota llegaron los embargos y los intentos de suicidio. Se la pasaba
oculto en el ático para que no lo encontraran sus acreedores; estaba mal alimentado y
enfermo. Murió de cáncer el 19 de abril de 1914.
El siglo XX fue el período en que la semiótica se consolidó como disciplina académica.
Peirce continuó con su mala racha, aun después de muerto. En 1916 se publicó el Curso
de lingüística general, de Ferdinand de Saussure, y durante los siguientes cincuenta
años la lingüística y la semiología fueron estructuralistas: el signo era una construcción
psíquica binaria. Hubo que esperar hasta 1960 y 1970, cuando las insuficiencias del
estructuralismo se volvieron insalvables, para que el modelo peirciano emergiera de las
sombras. “Gran parte de mi trabajo no será jamás publicado”, reconoció en una carta a
Lady Welby. “Si puedo, antes de morir, dejar accesible algo de lo que otros podrían tener
dificultades en descubrir, sentiré que se me puede excusar de otras cosas”.
Teniendo en cuenta lo aportado a la teoría del conocimiento, podrían perdonársele
algunas cosas. Las clases de Médoc, al menos.
Gregory House, descaradamente pragmático, lo entendería.
http://www.clarin.com/notas/2010/02/14/_-02138983.htm
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