CALLES MOJADAS INTERIOR para

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LA LLUVIA
E
l local se encontraba atestado de gente, el ruido invadía la acera, se quedó bastante perpleja ya que habitualmente en un día entre semana eso no solía ocurrir,
no debería… Tiró el pitillo y entró en el local, se decidió a cruzar hasta la barra, entre la gente, se abrió paso a través de
ellos hacia su objetivo. Escuchaba los latidos de su propio corazón como una melodía envolvente, en aquel momento más
amortiguados, más leves. Juan estaba allí, era uno de esos camareros que siempre le habían gustado, un hombre atento y
bastante grueso, uno de esos a los que acudiría alguna de esas
eternas noches en las que los fantasmas se atrevieran a visitarla. Ella, a su extraña manera, le quería y le odiaba, Elena
era así, y él, al menos eso parecía, algo de simpatía debía sentir hacia su persona.
―Me tomaría una copa de vino, Juan ―dijo Elena con decisión, sobre las demás voces.
―¡Hola, preciosa! ¿Cómo te va?
Juan le sonrió con una de esas sonrisas bonachonas y algo
cansadas, mientras secaba un largo vaso de tubo.
Ella le miró fríamente y repitió con desprecio, sin contestarle.
―¡Una copa de vino!
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Juan miró hacia su compañero y gritó.
―¡Marchando un tinto y una tapita para la mujer más
guapa del bar! ―Le guiñó un ojo, disimulando su malestar.
Estaba segura de que Juan esperaba algo más de ella, una
sonrisa, alguna confidencia… pero Elena no se lo iba a dar, hoy
no debía escucharle ni prestarle atención, no quería sencillamente, solo pretendía una copa. Es verdad que en otras ocasiones, este hombre la había escuchado hasta altas horas de la
madrugada. Mientras lo hacía, siempre movía sus regordetas
y sonrosadas manos de trabajador, húmedas de lavar vasos y
pasar la bayeta, pero siempre muy atento a todo lo que ella le
decía, y esa era la razón por la que Elena sentía cierta repulsión
por él, esa abnegada atención por todo lo que ella hiciera, un
rechazo por ese gordito bonachón que ahora la miraba con ilusión, con ansia de sentirse su apoyo y su cómplice. Le fastidiaba
profundamente su incondicional bondad, su entrega total, y
por eso no le asombraba su comportamiento, pero sintió que
había sido un poco grosera, así que recapacitó y lo intentó arreglar. Intentó sonreír, pero le salió más bien una forzada mueca.
―Juan…, perdóname... Ando un poco despistada.
Intentó cambiar de tema y prosiguió.
―¿Has visto a Casilda? Hace días que no sé nada de ella y
la verdad me preocupa un poco... Siempre avisa cuando desaparece, y más si piensa hacerlo durante tanto tiempo.
Juan la miraba con una mezcla de admiración y esperanza.
―No sé nada, corazón, pero tú estás más guapa que nunca
y ahora dime, eso de preocupada, ¿a qué se debe? Vamos,
pero si ya conoces a Casilda…
―Gracias por lo de guapa… Siempre tan amable, pero…
déjalo, no puedo decirte el motivo de mi preocupación, en
realidad no sabría ni qué decirte.
Temía quedarse sola, la atormentaba la idea de recordar,
no quería, era verdaderamente lo que menos quería en ese
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momento, no ese día, y la única forma de evitarlo era hablar
con alguien, con quien fuera, pero no con ese hombre absurdo que se preocupaba por ella. Tomó ese vino de un trago,
y otros dos más. Él la miraba interrogante, preocupado pero
con respeto, esperaba la más mínima señal de ella para rendirse a sus palabras, a sus confesiones, pero ella dejó unas
monedas en la barra y salió a la calle, no dio tiempo a que
Juan se despidiera. Este la miró ya desde lejos y movió la cabeza hacia los lados, en clara señal de desaprobación, y ella
salió a las húmedas calles y comenzó a caminar. Sus pasos se
fundían lentamente con el agua... Llovía…
Caminaba bajo la lluvia sin importarle. Recordó El Samoa,
claro, iría allí, no se le ocurría un sitio mejor para tomarse
unas copas… Se encaminó hacia aquel lugar y los recuerdos
la invadieron de inmediato, se dejó llevar por esos pensamientos. Los últimos años habían sido nefastos, no se explicaba el
porqué, pero parecía como si alguien le hubiera echado una
maldición, y todo lo que hacía le saliera mal, bueno... casi todo.
Había roto con su anterior trabajo, perdió a su hijo, un hijo que
en realidad nunca supo si había sido deseado en algún momento, sencillamente era algo que las demás habían logrado,
y ella siempre quería poseer todo. En esa ocasión lo tuvo durante unas semanas, esa cosita pequeña que se estremecía
entre sus inseguros brazos, ese pequeño ser que dependía de
ella totalmente y que de la noche a la mañana dejó de respirar.
No pudo hacer nada, no pudo evitar perderlo y, por perder,
también perdió a su marido. Se divorció de aquel hombre, que
esa noche había vuelto durante unos momentos para lograrla
perturbar, esa llamada absurda, sin sentido para ella… Sintió
odio, sintió dolor, asco, rebeldía… y en ese punto comenzaba
todo, todo lo que Carlos y todos querían saber, todo lo que
ni ella misma sabía y de lo que se asustaba cuando intentaba
recordar. Al fondo de la calle, el triste neón rojo de El Samoa
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lucía, en un tenue e inquietante parpadeo algo borroso, la lluvia no cesaba, y ella se sentía revivir. El agua siempre era reconfortante, ligeramente salada y como una droga, provocaba
en Elena muchas e inesperadas reacciones. Elena amaba la
lluvia, porque era agua, limpia y pura… y la lluvia amaba a
Elena, en un recíproco baile sin fin, en el que ella era el ama,
el centro, la fuerza… la mujer del agua…
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ELENA DOS AÑOS ANTES
E
lena pensaba que era curioso, pero estaba convencida
de que todo el que se divorciaba y abandonaba el
hogar conyugal sufría lo que llamaría un intento de
retorno a la soltería, el volver al hogar de sus padres, donde
los recuerdos serían felices e inocentes y donde aún podría
sentirse protegida, al menos eso pensaba, y por la misma
razón, así lo hizo. Pero resultó que nada era lo mismo, nada
volvía a ser como antes, las cosas no estaban como ella las
recordaba, por más esfuerzos que hiciera, nunca volverían
a colocarse donde deberían estar, exactamente donde ella
las quería.
Volvió con su vieja maleta cargada con un exceso de equipaje cansado, huero, del que debía deshacerse. Diez años de
matrimonio, con algunos buenos momentos, y tenues recuerdos que la atormentaban, era suficiente como para intentar
comenzar una nueva vida borrando aquella parte de su pasado que ya no le interesaba, ni apenas le pertenecía, tratando
también de recuperar amistades y nuevas actividades.
Ese era su plan, era sencillo, pero no siempre sale todo
como uno quiere, así es que después de un tiempo de adaptación intentando divertirse, de salir y algunas cosas más,
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