El arte de confundir a la ciudadanía

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El arte de confundir a la ciudadanía
E
n el año 2005, el economista Galbraith escribía en Le
Monde Diplomatique un artículo titulado “El Arte de
ignorar a los pobres” en el que daba cuenta de las distintas teorías que desde el siglo XVIII hasta nuestros días se
han sucedido con la única finalidad de justificar la exclusión
de los pobres del reparto de la riqueza, de normalizar su explotación social y de descalificar toda intervención que, desde lo público, tratara de aliviar la situación de indignidad a
la que habían sido sometidos. Galbraith resaltaba cómo dichas teorías habían encontrado, por lo general una buena
acogida por parte de Gobiernos de diverso signo político, el
apoyo de las clases acomodadas así como amplia cobertura
por parte de los medios de comunicación social.
Diez años después de su publicación el artículo conserva su actualidad y frescura. Los pobres son más ignorados que nunca. Su estigmatización, orientada a desculpabilizar a la sociedad, y legitimar la imposición de medidas
de represión y castigo por parte de los gobiernos es un
hecho. No es casualidad que la relatora de las Naciones
Unidas sobre los Derechos Humanos y la extrema pobreza, Magdalena Sepúlveda, al analizar, en un informe cómo se violaban los derechos humanos de las personas que
viven en la pobreza, concluyera: “Las medidas de penalización obedecen con frecuencia a prejuicios y estereotipos negativos que no tienen en cuenta las realidades de
desventaja y exclusión ni reconocen la lucha cotidiana de
las personas que viven en la pobreza para superar los obstáculos que encuentran”. El arte de ignorar a los pobres
es pues, sobre todo y ante todo, el arte de confundir a la
ciudadanía sobre la situación y condiciones en que viven.
Lo que se pretende con dicha confusión son tres objetivos. Primero: erosionar los vínculos de solidaridad individual
y colectiva existentes. Segundo: desprestigiar las estructuras públicas que dan soporte a situaciones de necesidad y
promueven la igualdad de todas las personas (en otras palabras: el Estado del Bienestar). Tercero: debilitar los mecanismos fiscales de corrección de desigualdad social.
El primer objetivo se logra promoviendo la distancia
afectiva hacia los más débiles calificándolos de inadaptados
sociales, agresivos, peligrosos para el orden público, dilapidadores de la solidaridad colectiva. El objetivo se conseguirá más fácilmente cuanto más precarizadas y atemorizadas
se encuentren las clases medias y trabajadoras que son las
que podrían movilizarse en su favor. A este fin los escenarios
de flexibilidad laboral son especialmente funcionales, como
tambiénlo son los mecanismos sancionatorios para aquellos
que ayuden más allá de lo “razonable”. Toda una serie de
iniciativas encaminadas a invisibilizar de la pobreza y sus
Marzo 2015
causas por un lado, y a hipervisibilizar determinados estereotipos sobre los pobres, por otro, se pone en marcha. En
este juego las políticas de ordenación urbana juegan su papel, y también lo hacen todo los medios de comunicación,
maestros en el arte de contar historias.
Para lograr el segundo objetivo es imprescindible la
difusión de noticias (si son acompañadas de imágenes
mejor) acerca de la ineficiencia del Estado del Bienestar,
de la actitud indolente de los funcionarios que trabajan
en ese ámbito, del coste que supone su gestión y de los
pocos resultados que se logran a pesar del esfuerzo que
ello supone para los contribuyentes. Todo ello con el fin
de convencer al ciudadano de que el Estado es un pésimo gestor de los recursos públicos (excepción hecha de
las cuestiones relativas al orden público y a la defensa),
que siempre es mejor que el individuo maneje su dinero
sin condicionantes, y que no tiene sentido que se utilicen
sus impuestos en políticas sociales ineficaces. Si todo ello
además se “adereza “con alguna noticia sensacionalista
que resalte situaciones de abuso por parte de los beneficiarios de las prestaciones del bienestar, o con disturbios
ocasionados por aquellos que protestan contra los desahucios, los recortes sociales o la privatización de la sanidad el objetivo se habrá cumplido.
El tercer objetivo está íntimamente relacionado con
los anteriores. Una ciudadanía desconfiada del papel de
lo público en la gestión del bienestar, apostará más fácilmente por estructuras de protección social mínimas y
preferirá que los impuestos sobre su renta (que son los
más redistributivos) tengan menos peso que los impuestos sobre el consumo, porque, al fin y al cabo, él es quien
decide acerca de su consumo pero no quién decide acerca de los gastos del Estado. Ello tiene su repercusión inmediata en el modelo de estado de bienestar, que pasará de ser universal a estar cada vez más focalizado en los
más vulnerables. Pero también en el control que se ejercerá sobre aquellos que finalmente reciban ayudas sociales. Un control asfixiante y estigmatizador que recuerda
mucho al llamado “examen de pobres” que se hacía en la
época del Renacimiento.
La realidad del escenario que presenta este artículo es
gracias, en buena medida, a la connivencia de una ciudadanía que, presa de la confusión y el miedo, resulta funcional a los propósitos de quienes lo han diseñado. Es tiempo de reflexión y análisis a fin de que la confusión y el
miedo no sigan amparando el recorte de los derechos. 
Emilio José Gómez Ciriano
Universidad de Castilla-La Mancha
VENTANA EUROPEA 11
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