El rey de los elfos, de Johann Wolfgang von Goethe y Borja González (El verano del cohete) | por Francisca Pageo y Juan Jiménez García ¿Cuántas hojas son necesarias para contar la terrible historia de un niño que avanza hacia la muerte? Goethe debió pensar que bien pocas. Una, dos. Un breve poema. Entre nuestras manos, el niño se desvanece verso a verso. El escritor alemán construye con apenas nada un mundo de sensaciones. Sentimos la tormenta, el galope del caballo en el que su padre lo lleva, presentimos (porque solo aquellos que van a morir pueden verlo), a ese rey de los elfos que el niño ve, allá, entre los árboles del bosque. Ese rey con sus promesas de cantos y bailes, con su amor, un amor que no renuncia a la violencia. Y entonces, entonces la muerte. La editorial El verano del cohete se atreve con toda esa intensa brevedad y publica una edición ilustrada de esta pequeña joya de más de doscientos años. Goethe contaba por aquel entonces con treinta y tres años y, aunque su obra no era muy extensa, ya había escrito Las desventuras del joven Werther. Originalmente, El rey de los elfos iba a formar parte de una opereta. Inspirado por una leyenda escandinava, Johann Gottfried von Herder la había convertido en poema, provocando a su vez un curioso cambio de título: el Ellerkang original (rey de los elfos) se convirtió en Der Erlkönig (rey de los alisos), título que emplearía igualmente Goethe. Esto no deja de provocar una pérdida del sentido simbólico original: el rey de los elfos anunciaba la muerte a quien se le aparecía, según las mitologías nórdicas. Las ilustraciones de Borja González no dejan indiferentes, pues tienen el poder de narrar y poetizar aún más la obra. Hacen del poema un baile de emociones, así como otro baile de belleza mágica y ancestral. Conforme avanzamos las páginas, la muerte está cada vez más presente. No podemos escapar de ella, pues la muerte persigue la vida, y la vida, representada por el caballo, el padre y el hijo, se hace sombra para no ser engullida por la luz del rey, la muerte acechante. Son dibujos preñados de naturaleza, que incluso dan la sensación de haber sido criados en ella. Los árboles débiles del bosque verticalizan el poema atrapando a los protagonistas, los hacen fuertes, con más vida, provocando que los dibujos aquí plasmados, estáticos, crezcan con intensidad en su poder narrativo. Los trazos, densos pero suaves, hacen que el libro se convierta en una obra teatral, pues no se dispersan, sino que cada ilustración concentra lo que debe de concentrar, la escapatoria, hasta que finalmente los personajes sucumban a su defunción, haciendo que el rey, el ladrón de almas, inspirado por sus hijas, sus musas, crezcan en poder y energía. Los animales experimentan esto, pues ellos conocen el tránsito, conocen la sombra, al rey y lo que viene a hacer. En esta segunda obra publicada por El verano del cohete encontramos un librito con mucho poder narrativo en sus ilustraciones, que nos sumerge en un mundo donde el poder de la naturaleza y la muerte se hacen presentes de manera dramática, incesante y perpetua. Un poema que nos habla de lo que significa el amor paternofilial y lo poética y dramática que puede ser la vida ante la muerte.