DISCURSO INAUGURAL DEL SRIO. GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS U THANT EN LA PRIMERA REUNIÓN PLENARIA DE LA CONFERENCIA DE LAS NACIONES UNIDAS SOBRE COMERCIO Y DESARROLLO CELEBRADA EL 23 DE MARZO DE 1964 El preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas proclama que los pueblos de las Naciones Unidas están resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad, y con tales finalidades. . . a emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todos los pueblos. . . Los esfuerzos encaminados a plasmar en realidades estos elevados principios hicieron brotar la idea de reunir una Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. En verdad, reina en el mundo entero un ambiente único de armonía con respecto a la convocación de esta conferencia. No se ha elevado contra ella ni una sola voz en la comunidad de naciones, sean éstas grandes o pequeñas, importantes centros comerciales o pequeños participantes en el comercio. Esta conferencia constituye un notable acontecimiento en la historia de la cooperación internacional y señalará, espero, el principio de una nueva etapa en la labor de las Naciones Unidas en el terreno económico. ¿Por qué se ha convocado a esta conferencia? ¿Qué os ha traído aquí, determinados a trabajar sin tregua durante las doce semanas venideras? Una larga sucesión de acontecimientos ha contribuido, al correr de los años, a hacer cundir la convicción de que las Naciones Unidas deben hacer un decidido esfuerzo para acometer juntamente los problemas del comercio y los problemas del desarrollo, so pena de correr el riesgo de que se frusten los esfuezos que despliega la Organización para mantener la paz en el mundo. El problema del mantenimiento de la paz es tan complejo como la vida misma, y quizá sea nuestra generación la que ha tenido la mejor oportunidad de percibir que las relaciones internacionales no vienen determinadas solamente por los contactos diplomáticos y el poderío militar, sino que también influyen en ellas las gentes ocupadas en los campos y en las fábricas, donde los seres humanos se ganan el pan de cada día. Parece ser universal la comprensión de los urgentes motivos que han llevado a reunir esta conferencia. En verdad, sin tal comprensión, la conferencia podría muy bien convertirse en una mera manifestación de futilidad política, o en un abstracto coloquio entre estadistas destacados y doctos economistas de las distintas partes del mundo. Pero estoy convencido de que no habrá de ser ni una cosa ni otra. Según demuestran las decisiones de la Asamblea General y del Consejo Económico y Social, como prueban sobradamente los trabajos de vuestra Comisión Preparatoria y como señala el informe del secretario general de la conferencia, ésta fue concebida como un instrumento de acción. Se espera que eche los cimientos v allane el camino para una nuc\'a política comercial en pro del desarrollo, y que defina los órganos que requerirá la ejecución de esta política. Dicho esto, cabe preguntar cuáles son las premisas fundamentales para la labor de nuestra conferencia. Están actuando en el mundo dos fenómenos paralelos que han cobrado gran importancia desde la guerra. Uno es esencialmente político, y el otro esencialmente económico. Ambos originan tremendas tensiones sociales que pueden bien 475 476 EL TRIMESTRE ECONÓMICO ser orientadas hacia nuevas formas de existencia y la mejora de los niveles de vida, o bien traducirse en una serie de convulsiones. Los años de posguerra han presenciado la rápida emancipación política de los pueblos coloniales y semicoloniales. Poco después de la segunda Guerra Mundial, la mayoría de los pueblos asiáticos aparecieron en el escenario mundial como protagonistas dueños de su sino. En el decenio en curso, hemos presenciado el despertar de África. Más recientemente, parece que ciertos procesos importantes han empezado a cobrar ímpetu entre las naciones de la América Latina. Estos grandes fenómenos históricos se hallan hoy día tan plenamente reflejados en las Naciones Unidas que no hace falta insistir en ellos. Las tendencias políticas a que he aludido pueden observarse en la vasta parte del mundo que en las Naciones Unidas suele ser designada con el nombre de regiones en desarrollo. Pero, en realidad, estas regiones no están en desarrollo, o no se están desarrollando con suficiente rapidez; padecen en diverso grado un subdesarrolio agudo y persistente; no sólo se quedan cada vez más a la zaga de las sociedades industriales, sino que, en ciertos casos, sus niveles de vida desmejoran incluso en términos absolutos, sobre todo si se tiene en cuenta su crecimiento demográfico. Vemos aquí el dilema de nuestra época: el hecho de que la emancipación política no vaya acompañada de un progreso económico concomitante y satisfactorio. Pese a que las Naciones Unidas han designado la década en curso como Decenio para el Desarrollo, al término del cual debería haberse alcanzado una tasa mínima de crecimiento del 5 % anual, parece que este modesto objetivo no puede alcanzarse sin una nueva concepción del papel de la ayuda y del comercio. A lo largo de muchos decenios, el comercio internacional estuvo asociado al dinámico desarrollo de los países, hoy día altamente adelantados, que forman la Europa occidental y Norteamérica. Al mismo tiempo, el sistema tradicional, generalmente precapitalista, siguió prevaleciendo en la vasta parte del mundo que todavía no había emprendido el camino de la industrialización, o no había conseguido avanzar por él. Con la tradicional división del trabajo, es decir, el cambio de productos primarios por manufacturas, el módico grado de desarrollo alcanzado en muchas regiones subdesarrolladas, se consiguió sin que cambiaran para nada los anticuados sistemas sociales y económicos de sus colectividades. La mayoría de su población vivía en condiciones de estancamiento que su modo de vida tradicional santificaba hasta cierto punto, y que en aquellos tiempos se aceptaban quizás tácitamente. El periodo de posguerra presenció la fundamental reorientación de los afanes de las poblaciones del mundo subdesarrollado. Hoy día, apenas existe en el mundo región subdesarrollada alguna en que la población no tenga conciencia de la existencia de sociedades opulentas, así como de ciertos países en rápida industrialización que aún hace poco se hallaban en la etapa preindustrial; y por lo mismo, las condiciones reinantes en su propio suelo han dejado de ser aceptables para la población de los países subdesarrollados. Esta aparición de una nueva conciencia social ha exigido un nuevo enfoque de la economía internacional; ha hecho surgir la extraordinaria necesidad de lograr el rápido desarrollo económico de las regiones menos desarrolladas, la mejora de la agricultura y la aceleración del proceso de industrialización. También ha llegado a ser evidente que hace falta una nueva división internacional del trabajo. Por otra parte la aparición de los países socialistas, ya adelantados en el camino de la industrialización, como naciones comerciales en gradual expansión, ha creado poderosas razones en favor de la más plena integración de estos países en la economía internacional. Los fenómenos a que me acabo de referir han ocurrido justamente cuando el pertinaz desequilibrio entre los países en desarrollo y los países desarrollados, DOCUMENTOS 477 tanto eii lo que respecta al ingreso como al comercio, ha llegado a una fase aguda, por no decir crítica. Paralelamente, la revolución científica y tecnológica que se está produciendo en los países industriales, tanto en el Este como en el Oeste, se ha traducido en un aumento sin precedentes de la producti\ idad y el ingreso nacional. El contraste entre las regiones desarrolladas y las subdesarrolladas y la conciencia que de este contraste tienen los pueblos de Asia, África y América Latina, junto con el despertar político cada vez más generalizado, mientras persisten la servidumbre económica y la pobreza: he aquí las premisas que a mi juicio constituyen el punto de partida real de esta conferencia. Los habitantes del mundo parecen darse cuenta hoy. acaso por primera vez, que los recursos materiales del orbe son suficientes para acabar con la pobreza, la ignorancia y las enfermedades, siempre que nuestra tecnología y nuestra ciencia puedan ponerse plenamente a contribución para realizar esta labor y que puedan aplicarse todos los medios de cooperación mundial en una escala sin precedentes. Desde la creación de las Naciones Unidas, en efecto, se ha logrado un gran progreso a este respecto. Se han implantado programas multilaterales y bilaterales de asistencia de una amplitud nunca vista hasta ahora. Se han iniciado vastas transferencias de capital, así como de competencia y conocimientos técnicos, a los países en desarrollo. Pero, según se ha demostrado, estas importantes manifestaciones del sentido de responsabilidad de la comunidad internacional han quedado neutralizadas en gran parte por la evolución desfavorable de la relación de intercambio. Este fenómeno perturbador pone de relieve la necesidad de regular las fuerzas del mercado que hasta ahora han tenido libertad para contrariar la política de los gobiernos. No parece haber ninguna razón, en efecto, para que no empecemos a concebir la economía internacional animados por el mismo espíritu con que concebimos las economías nacionales. Tras años de discusión, las Naciones Unidas han pedido a los gobiernos en varias resoluciones que atribuyan alta prioridad a la planificación económica y social integrada y, en verdad, las técnicas de la planificación del desarrollo han avanzado considerablemente después de la guerra. Así, la planificación nacional comprende el sector del comercio. ¿Por qué, pues, la comunidad internacional no ha de concebir de la misma manera el problema del comercio internacional? Tiene que haber alguna falla en la política económica, tanto en el plano nacional como en el internacional, para dejar que siga adelante irrefrenada la tendencia a la disparidad cada vez mavor entre los países ricos y los pobres. El presidente de la Comisión de Asuntos Económicos y Financieros de la Asamblea General en su último periodo de sesiones, planteó en su discurso de clausura una cuestión que, a mi juicio, refleja el sentir de los pueblos de los países en desarrollo en el mundo entero. Dijo, y cito: Cuando los países desarrollados se estaban industrializando, el sistema de comercio favorecía su desarrollo y hov día lo favorece aún más. ¿Por qué ese sistema no puede favorecer a los pueblos que se han liberado del yugo colonial desde que acabó la segunda Guerra Mundial? ¿Por qué el sistema de comercio favorece siempre al mismo grupo de países? y añadió: En realidad, la cooperación económica internacional ha consistido en esencia desde tiempo inmemorial en el comercio, v el comercio, planeado deliberadamente, debe con\ertirse en el principal instrumento del progreso econó- 478 EL TRIMESTRE ECONÓMICO mico de los países menos desarrollados en vez de seguir siendo un medio de enriquecer a los que ya son ricos. Estas cuestiones y la necesidad fundamental de invertir las tendencias del comercio se hallan presentes sin duda en el ánimo de todos los aquí reunidos. Están llamadas a hacer sentir un influjo en vuestras diarias meditaciones en el curso de vuestras labores. Son el dilema de nuestro tiempo y la razón de que se haya reunido esta conferencia. El hombre está muy cerca de dominar las llamadas fuerzas ciegas de la naturaleza. ¿Hasta cuándo hemos de permitir que las fuerzas ciegas de la economía dominen las relaciones humanas a base de la tesis insostenible de que las ciencias sociales no pueden lograr progresos análogos a los alcanzados por las ciencias físicas? Como ya be dicho, la conferencia ha de ser un instrumento de acción. En esta sala se hallan reunidos estadistas destacados y doctos economistas de países grandes y pequeños, ricos y pobres. La buena voluntad política y la competencia económica se hallan aquí ampliamente representadas. Para aplicarlas se necesita abnegación y espíritu de sacrificio, prudencia y dilatada visión. Sólo podréis triunfar mediante un esfuerzo sincero de cooperación realizado con conciencia de vuestras obligaciones comunes para con la humanidad. Lo menos que podéis hacer es proporcionar a la humanidad, tanto en los países subdesarrollados como en los desarrollados, un conjunto de principios y de normas de política activa que permitan hacer del comercio un instrumento real de progreso hacia el desarrollo económico, contribuyendo así a lograr la prosperidad y la paz univesales para esta generación y las venideras.