Virtudes sociales en la Familia de Nazareth

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Virtudes sociales en la Familia de Nazareth
(Possumus, Año X, nº 74, enero 1958, p. 9)
E
l segundo domingo de enero, aún no terminado el Ciclo de
Navidad, el mundo católico celebra la fiesta de la Sagrada
Familia, instituida por León XIII el 14 de junio de 1892 y
fijada en este día por Benedicto XV.
Es una fiesta instituida para que en la Sagrada Familia tomemos ejemplos que admirar e imitar, decía León XIII. Una fiesta
adoctrinadora, pero que hemos de procurar tenga eficacia práctica. ¿Cómo?
Tenemos conciencia de que la institución familiar, «célula insustituible del pueblo» (Pío XII), es la más firme base social. Pero
también tenemos conciencia de que la familia se halla en grave
crisis en su estabilidad, pero sobre todo en su espiritualidad y santidad.
Necesitamos tener conciencia de que es realmente necesaria
una revitalización de la familia; y no siguiendo caminos negativos,
de «antis», sino infundiéndole nuevos ideales positivos, vigorosos,
eficaces, ilusionadores.
Y como es cierto que «el espíritu de la familia influye en el
espíritu de las nuevas generaciones, es claro que esa familia con
ideales según Cristo, proporcionará al mundo generaciones nobles, fuertes y sacrificadas» (Pío XII), que serán la base de su restauración.
***
Veamos en Nazareth ejemplos e ideales a imitar, que nos enseñan las breves frases de San Lucas (2, 51-52), leídas en la Misa
de esta entrañable fiesta:
Bajó con ellos y bajó a su casa de Nazareth. ¡Su casa! El templo
familiar indispensable a la vida de la institución, porque «carecer
de casa es símbolo de máxima miseria» –ha dicho también Pío XII–
y la Sagrada Familia vivió en pobreza, pero no en miseria.
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Aquella casa era casa de obediencia. En ella «les estaba sujeto». Nazareth, en suma, es un cúmulo de obediencias.
Por desobediencia perdió Adán a los hombres; por la obediencia –hasta la muerte en cruz (Filip. 2, 8) recobró a los hombres el segundo Adán. Y Jesús, Señor del mundo, obedece en Nazareth a José y a María.
María, llena de gracia, obedece a José, que, siendo el menor en
gracia y virtud, es, sin embargo, el jefe de la familia, de la casa.
Aunque también él obedece a una misión, que él sabe que es voluntad de su Dios. Y así, sabe mandar con suavidad, y cumplir con
dulzura sus deberes de esposo y de padre putativo.
¡La obediencia! Que ennoblece porque forma la voluntad con
verdadera libertad, rectitud y firmeza. Que es por eso una gran
virtud social, una gran escuela de santificación.
¡Saber mandar! Otra gran virtud social que obliga a ejercitarse
en no pocas virtudes, pero en especial en la prudencia y en la justicia y, sobre todo, en el amor a los súbditos, cuyo fin se persigue.
He aquí una gran enseñanza del hogar de Nazareth.
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También es casa de trabajo. La casa de un artesano, en la que
todos tienen que trabajar. María cuida de la casa. José se consagra
a su oficio para sostenerla y, a su tiempo, enseña el oficio a Jesús,
porque un precepto rabínico afirma: «Quien no enseña a sus hijos
un oficio, le enseña el robo». Y Jesús es carpintero, aprendiendo de
José (Mc 6, 3 y Mt 13, 55).
Jesús es obrero y practica con humildad un oficio mecánico,
manual. Pero, con ello, ennoblece el trabajo del hombre, enseña a
los hombres a santificarse trabajando; cambia en remedio la antigua maldición del paraíso.
El trabajo, por muy humilde que sea el oficio, es camino de
santidad y fuente de restauración social, de bienestar, de riqueza.
Pero ha de reconocerse al trabajo esa dignidad humana y recompensarlo según ella, ordenándolo de modo que el hombre obtenga
por él lo necesario a su vida y a su dignidad y, por tanto, un hogar,
medios de sostenimiento familiar, medios de educación de sus
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hijos, recursos para atender las seguras necesidades de la vejez, el
dolor, la muerte… Segunda lección de la casa de Nazareth.
***
Templo y escuela es también la casa de la Familia Sagrada.
Dios está en medio de la familia. Pero toda familia ha nacido de las
manos de Dios. En Nazareth se adora al Señor. En cada familia, en
cada hogar, la familia, en comunidad, ha de adorar, ha de pedir, ha
de dar gracias a su Dios. Pero en Nazareth, «Jesús crecía…» y sus
padres le educaban, ayudaban a su formación. Jesús crecía en
edad, en cuanto al cuerpo; en ciencia, en cuanto a su inteligencia;
en gracia, en cuanto a su alma, y todo ello «ante» los hombres y
bajo la mirada de sus padres. Jesús, de algún modo crecía en ciencia experimental, no en ciencia infusa ni beatífica. Y aquella ciencia experimental se iba manifestando gradualmente a los hombres.
María y José cuidan de su hijo. Le envían a la escuela, como
van los demás niños; trabajan en su educación, en cierto modo, en
la educación humana de Jesús, por los sentidos y la experiencia.
Los padres tienen el deber de educar a sus hijos, y José y María, en cuanto ello es posible respecto de Jesús, lo cumplen.
***
Así la Sagrada Familia, según estas breves frases de San Lucas,
nos ofrece un triple ejemplo a imitar, lleno de esperanza, para la
vida íntima familiar y la propia vida social.
El ejercicio de la autoridad y de la obediencia; el reconocimiento del valor humano del trabajo y de su poder santificador; la
concesión de los medios de justicia necesarios a la propia institución familiar; el perfecto cumplimiento de los deberes de los esposos, de los deberes de los padres, de los deberes de los hijos.
He aquí ideales positivos; ideales eficaces para nosotros, para
los hombres de hoy.
Acabemos recordando a San Marcos (5, 3): «Escuchad: salió a
sembrar un sembrador…». Hemos querido esparcir aquí ese grano. ¿Dónde caerá la semilla?
[3]
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