Medea: el mito y la tragedia LA VENGANZA EN EL

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Teatro (revista del Complejo Teatral de Buenos Aires) 80, junio 2005
Medea: el mito y la tragedia
LA VENGANZA EN EL ESPEJO
Por Pablo Ingberg
La obra coreográfica de Mauricio Wainrot que acaba de estrenarse en el Teatro San Martín tiene su origen
en una de las más celebradas tragedias de Eurípides. Pero ésta es, por un lado, el desprendimiento
argumental de un ciclo legendario griego muy anterior y, por otro, la fuente de inspiración de muchas obras
posteriores. La presente nota rescata esos antecedentes y expone el contenido esencial de la historia.
LA LEYENDA
Una mujer abandonada por su hombre se venga asesinando a los hijos que tuvo con él. Así
termina la pieza hoy más leída y frecuentemente representada de Eurípides, su Medea, enteramente
construida para sostener semejante desenlace, uno de los actos más antinaturales que se podría
concebir. El tema, como generalmente en las tragedias de la Atenas clásica, es un episodio tomado
de un antiguo ciclo épico, en este caso el de la expedición de los Argonautas, es decir, los nautas
(marineros) de la nave Argo. Que esa leyenda es antigua lo sabemos porque a ella hace ya
referencia Homero en la Odisea, pero la tragedia de Eurípides es uno de los primeros tratamientos
parciales que nos ha llegado del tema, y el más abarcador que conocemos es aún más tardío, las
Argonáuticas de Apolonio de Rodas. ¿En qué consiste, brevemente, esta leyenda?
Pelias ha arrebatado el trono de Yolco, ciudad de Tesalia, a su hermanastro Esón. El hijo de éste,
Jasón, se presenta a reclamar sus derechos sucesorios. Pelias promete acceder al reclamo si él trae
de Cólquide el vellocino de oro (piel del carnero alado enviado por Zeus para que Frixo huyera de
ser sacrificado por su padre). Jasón hace construir la nave Argo y reúne para que lo acompañen a
unos cincuenta héroes de nota, entre ellos el fornido Hércules y el cantor Orfeo. El viaje es largo
y lleno de complicaciones, resueltas por los acompañantes con escasa o nula participación de
Jasón. Pero al llegar a Cólquide, al este del Mar Negro, es él solo quien debe pasar las pruebas para
obtener el vellocino, custodiado por un dragón. Así lo impone Eetes, rey del lugar, hijo de Helio
(Sol) y hermano de la maga Circe.
Aquí entra en juego Medea, hija de Eetes y hechicera como su tía. Enamorada a primera vista de
Jasón, se ofrece a asistirlo con sus artes mágicas si él jura llevársela y desposarla. Hecho el
juramento, ella le da un bálsamo que lo hace invulnerable e instrucciones para sortear las
sobrenaturales pruebas. Huyen en la nave con el vellocino y con el hermano de Medea. Para
detener a Eetes, que los persigue, ella descuartiza a su hermano y arroja los pedazos al mar, primer
antecedente de lo que hará más tarde con sus hijos. Tras otro largo viaje cargado de avatares,
regresan a Yolco. Allí concluyen las Argonáuticas de Apolonio, pero la historia continúa. Pelias,
faltando a su promesa, se niega a ceder el trono. Medea venga a Jasón con otro preanuncio de su
futuro filicidio: convence a las hijas del anciano rey de que lo descuarticen y hiervan en una
poción mágica, de donde brotará rejuvenecido; lo primero sucede, lo segundo no. Expulsada de
Yolco, la pareja se establece en Corinto, donde vive un tiempo como un feliz matrimonio con dos
hijos.
LA TRAGEDIA
Eurípides, cuya tragedia hace algunas referencias a estos hechos previos necesarias para que se
comprenda mejor la acción, toma esta historia en momentos en que Creonte, rey de Corinto, ha
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ofrecido su hija en matrimonio a Jasón y, temeroso de que Medea, despechada, se vengue según
sus antecedentes y con auxilio de la magia, decreta su destierro. Ella logra un día de plazo y, a
través de sus pequeños hijos, envía de regalo a la mujer que la desplazó un peplo y una corona
emponzoñados. La joven, atraída por las prendas, se las pone y muere espantosamente, seguida
por su padre que, desesperado, la abraza. Cuando Jasón llega a rescatar a sus hijos de la casa de
Medea, ya es tarde: ella, que acaba de matarlos, se jacta ante él del triunfo en la venganza, desde un
carro alado, regalo de su abuelo Helio, que la llevará a Atenas.
Esquilo, padre de la tragedia, es solemne y hierático. Sófocles, más teatral sin perder gravedad, es
el gran constructor de la acción dentro de una estructura dramática. Eurípides, tercero por edad,
se interesa en recursos retóricos de los sofistas y en la psicología de los personajes. Según
Aristóteles, Sófocles decía que presentaba a los hombres como deben ser, y Eurípides, como son.
Toda Medea, cuyo desenlace se cierne anticipado desde los primeros versos, es una larga
exploración de las motivaciones de la protagonista para llegar a concretar esa tremenda amenaza.
Medea es víctima de su amor, ese amor a Jasón por el que traicionó a su padre y su patria y
asesinó a su hermano. Ya no tiene raíces ni lugar propio si no es al lado de Jasón. Por él ha
cometido aún otro asesinato. Con él ha construido toda su nueva vida. Y él, seducido por un
trono que viene acompañado de una nueva y joven esposa, abandona a Medea a la absoluta
extranjeridad. ¿Qué hará ella? ¿Adónde irá? ¿Qué será de sus hijos? ¿No es mejor que ellos
mueran antes que padecer los males que tienen por delante? ¿Qué será de ella misma, mientras
aquel por quien dio lo más preciado la abandona para gozar de otro lecho? Jasón, como dice la
frase hecha, la usó. Sin la ayuda de ella, él no habría tenido éxito en su expedición a Cólquide, y a
cambio de esa ayuda había jurado ser su esposo. Las retóricas justificaciones del perjuro suenan
huecas a oídos del coro de mujeres corintias, como a los de lectores y espectadores; no es extraño
que suenen mucho peor a los oídos viscerales de Medea. Ella perdió todo por él;
equivalentemente, él, cuando falta al juramento, debe perder todo a causa de ella.
Caso raro entre las tragedias griegas que nos han llegado: Medea comete el acto trágico con plena
conciencia de lo que hace. No sólo eso: se jacta de cometerlo, sin ningún viso de arrepentimiento.
Lo que sí se encuadra en los hábitos del género es que el hecho cruento no tiene lugar en escena.
Pero, de todas maneras, no nos libramos de escuchar a través de las puertas de la casa los gritos de
los niños perseguidos por su madre arma en mano.
OTRAS VERSIONES
Menos ahorrativo de truculencias sería luego Séneca: en su versión, Medea descuartiza al segundo
hijo en la terraza y arroja a Jasón los pedazos. Otros romanos habían compuesto antes tragedias
no conservadas sobre el tema: Ennio, Accio y más tarde Ovidio. De este último, sí nos llegó la
Heroida XII, epístola poética de la heroína al enterarse de la boda de Jasón, y un tratamiento más
extenso de la leyenda en el libro VII de las Metamorfosis. Las declamatorias tragedias de Séneca, al
parecer, no fueron escritas para la escena. Empero, darían frutos escénicos en la Inglaterra
isabelina, que aún no tenía casi conocimiento directo de los griegos. Este romano, considerado
entonces el gran trágico antiguo, influyó en la gestación de las tragedias de sangre, que
Shakespeare estilizaría hasta Hamlet y Macbeth. También fue tributario de Séneca el neoclasicista
Corneille, padre de la tragedia francesa, quien se inició en ese género con su Medea. Ya en el siglo
XX, Anouilh escribió su versión, trasladando la de Eurípides a un ámbito contemporáneo, y
Pasolini hizo la suya en cine, menos lograda que su Edipo rey pero con el inolvidable rostro de
María Calas como protagonista.
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