Jasón y los argonautas La historia de la llegada a Cólquida de Jasón y sus argonautas ya la he escuchado varias veces, todo comienza cuando él se presenta ante Eetes diciéndole: -Rey Eetes, dueño de estas tierras, vengo ante ti en busca del vellocino de oro que tú tienes entre tus bienes más preciados para regresarlo a su tierra natal en Grecia-. Dicho esto se desata una gran indignación en aquel rey, pero pese a esa reacción le responde al héroe que lograría llevarse el vellocino tan sólo si podía pasar unas pruebas que el rey le haría. Jasón sin dudarlo ni un segundo aceptó aquel desafío. Lo que le esperaba al héroe como proeza para conseguir aquel artículo era que debía arar un campo con dos toros bravos, de pies de bronces y que echaban fuego por la boca. Debía ponerles el yugo, abrir surcos y echar en ellos unas semillas que eran en realidad dientes de dragón (los cuales eran familiares para mí); y de ellos crecería un temible guerrero que a cada uno de ellos tendría que derrotarlos. Se dice que para lograr la prueba impuesta por el rey Eetes, Jasón, obtuvo ayuda de Medea, la hija del rey, que se había enamorado del héroe profunda y misteriosamente. En lo que a mí respecta pienso que el dios del amor y el sexo es el responsable del enamoramiento de aquella princesa. La dama, en cuestión, le dio a Jasón un ungüento mágico para que untara en él su lanza, la espada, el escudo y su cuerpo entero. Además le dio la clave para vencer a los guerreros. La magia del ungüento protegía de los golpes y el fuego a que o quien se lo untase. Y gracias a esa magia, Jasón logró así domar a los feroces toros arando la tierra y dejando de rastro en los surcos los dientes de dragón como semillas. A medida de que crecían de la tierra los guerreros, Jasón se preparaba más y al momento de enfrentarlos aplicó la técnica que le había enseñado Medea que consistía en agarrar una piedra y arrojarla hacia donde se encontraban los guerreros, y luego ellos harían lo imposible hasta conseguirla. Y así fue, Jasón tiró la piedra y luego de que los guerreros se mataran entre ellos el héroe sólo debió matar al último guerrero que quedaba. No pudiendo creer en la victoria de la prueba que le encargó Eetes, se reunió con sus consejeros para tramar una venganza hacia Jasón. Medea muy atenta ante el bullicio en una habitación del edificio mientras caminaba por el pasillo escuchó los planes de su padre y fue enseguida a avisarle a su querido Jasón que fuera a robar el vellocino de oro. Desde este punto es donde no necesitaba que me sigan contando cómo terminaba la historia, sino que la pasaba a contar yo: cuando llegaron esos dos muchachos al bosque sagrado donde me encontraba los veía temerosos de lo que hacían pero a su vez sus miradas que me asechaban me decían lo contrario. Cuando el dragón, con sus ojos completamente rojos por nunca dormir quiso atacarlos para defenderme, Medea reaccionó antes hacia la bestia empezándola a arrullarla. Así pudo ese dragón que nunca había dormido, entornar los ojos por primera vez, y por último la princesa lo tocó con una rama de enebro y lo hizo caer en un sueño profundo. Terminando de deshacerse del dragón me recogieron y llevaron consigo hacia tierras que no recordaba diciéndose: -ya tenemos el vellocino de oro, ahora sólo se lo debemos llevar a Pelias-. Santiago Blanco