Cuento Medea

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Novoa, Eugenio Martín; Cipolla, Joaquín Isidro
Traición a mí misma
Esta historia triste que voy a contar, es la de una mujer que vivía en la región de
Cólquida, en el palacio del Rey Eetes, mi padre. Más triste es aún, si para contárselas
necesito aclarar que soy la protagonista.
Desde pequeña, siempre me vi interesada por los temas de diplomacia tratados en mi
hogar y llegada la edad adulta quise participar de ellos, pero la época y mi padre no me lo
permitieron. En ese tiempo una gran soledad me invadió al enterarme que a mi hermano,
al que nunca le había interesado la política, le habían permitido participar de ella. El que
ya conoce cual es el final, no quiero que piense que utilizo estos pretextos para
justificarme, mas si voy a usar el resto de la historia para avergonzarme.
Fue en ese tiempo cuando un muchacho llamado Jasón se acercó a mi pueblo a
enfrentar a mi padre. Él era el heredero del trono de Yolcos, y reclamaba un vellocino de
oro que había sido cuidado durante muchos años por mi dragón. Antes de seguir, es
imprescindible aclarar que desde chica tengo dotes de hechicería, es por ello que mi
padre me había ordenado que hechizara a la bestia mucho tiempo atrás para que no
descansara ni un segundo cuidando la sagrada piel del carnero.
Sería un fallido de mi parte saltearme el momento en que a él conocí. Me había
enterado lo que en la reunión había pasado, y algo me incentivó a conocer a aquel que a
mi padre había enfrentado.
Es en este momento en el que hoy me doy cuenta de que el destino es traicionero,
pero más traicionero fue el hecho que yo cometí.
Una hora antes de la cena, fui a su nave a conocerlo y al verlo descubrí lo que era el
amor a primera vista. Él me saludó cordialmente y a mí no me salieron las palabras.
Luego de unos largos segundos de silencio me presenté:
- Hola, mi nombre es Medea, soy la hija del rey.
- Sí, eso lo sé. Mi consejero me dijo que estabas en camino a la nave cuando venías
hacia aquí.
- Me enteré de que andas en busca del vellocino que mi dragón cuida y de la prueba
que tienes que cumplir, yo te ayudaré.
Y no le mentí, sin mí él no podría haber pasado la travesía. Pero una vez cumplida,
todo no iba a ser tan simple. Mi padre, quien había prometido que si el joven superaba el
reto, le daría lo que él deseaba; actuó desleal. Y esta vez fue la suerte quien quiso que yo
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Novoa, Eugenio Martín; Cipolla, Joaquín Isidro
escuchara la venganza que tramaba para deshacerse de Jasón, su muerte. Ni bien lo
supe corrí en su socorro y le advertí lo que pasaría si no actuaba a tiempo. El amor me
movía a hacer algo que muchas veces había querido pero no animado. Traicionaría a mi
padre, pero con una traición el destino me pagaría el costo de ello.
Una vez más sería yo quien realizara las pruebas por Jasón, pero para mí no iba a ser
tarea difícil deshacer el hechizo que yo misma había impuesto en mi mascota.
Así fue que nos escapamos hacia Yolcos, entregamos el vellocino a Pelías, tío de
Jasón que requería la piel con el mechón de oro para cederle el trono, y tramamos su
muerte. Convencimos a sus hijas de que si partían a su padre en pedazos y lo volvían a
coser, yo le daría juventud de nuevo. Así logramos su muerte, pero al poco tiempo,
Acasto, su hijo, nos expulsó.
Huímos a Corinto y tuvimos dos hijos llamados Mérmero y Feres. No sé cómo me
ánimo a nombrarlos, me debería dar verguenza.
Éramos felices en esta tierra hasta que Jasón me dejó por esa arpía de Glauca, la hija
de Creonte el rey de Corinto. Lloré varios días pero decidí cobrar venganza. Pense en
matarlo pero deseaba con fervor su sufrimiento y de esa manera, no lo lograría. Maté a
mis dos hijos y a su amante. De Jasón ya nada me importa. En cuanto a mí, me quedo
con el triste pensar de que traicioné por alguien que luego me traicionó y por lo tanto lo
único que logré, fue traicionarme a mí misma.
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