tu muerte es mi vida

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay
“Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002
TU MUERTE ES MI VIDA
UNA INTRODUCCIÓN AL ABUSO EMOCIONAL
AUTORAS:
Licª Ana Bustamante
Licª María Cristina Greffier
Licª Adriana Mariscotti
Dra Patricia O’Donnell
* Licª Ana Bustamante
Consultorio: 4803-2081
S. Ruggieri 2848 – 7º “C”
(1425) Buenos Aires
Particular: 4802-2646
Juan Mora Fernández 2986 – 2º
(1425) Buenos Aires
e-mail: [email protected]
* Licª María Cristina Greffier
Consultorio: 4801-0875
J. Salguero 2957 – 3º “M”
(1425) Buenos Aires
Particular: 4801-4411
Cavia 3033 – 11º
(1425) Buenos Aires
e-mail: [email protected]
* Licª Adriana Mariscotti
Cons. y Part.: 4737-2022
Riobamba 3931
(1609) Boulogne – Pcia de Buenos Aires
e-mail: [email protected]
* Dra Patricia O’Donnell
Consultorio: 4814-4420
Juncal 1695 – 1º “F”
(1062) Buenos Aires
Particular: 4809-0221
Tel/Fax: 4804-4575
Ayacucho 1942 – 5º
(1112) Buenos Aires
e-mail: [email protected]
* Miembro Adherente de la Asociación Psicoanalítica Argentina
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TU MUERTE ES MI VIDA
UNA INTRODUCCIÓN AL ABUSO EMOCIONAL
Miradas amenazadoras, susurros descalificantes, palabras intrusivas, presencias
transparentes, conductas imprevisibles, controles paralizantes y humillaciones
sostenidas, allí y justamente allí donde duele el narcisismo y ... temor ... miedo ...
pánico.
... Silencio ... silencio ... el yo está dejando de latir ... casi no se escuchan los
sonidos de la autoestima ... el self está agonizando ... el desenlace es inminente ...
¡¡¡MUERTE PSÍQUICA!!!
El abuso emocional, a diferencia de la violencia física, que es fácilmente observable,
opera de manera insidiosa, como un padecimiento que bajo una determinada
apariencia “inofensiva” oculta gravedad suma. Rodeado por un halo de silencio
encubre el intenso dolor psíquico que genera. Silencio debido a la complejidad para
diagnosticarlo, a la dificultad para tomar conciencia del sufrimiento y poder
verbalizarlo y al aislamiento al que conduce. Se trata de una violencia limpia, nadie
ve nada. Silencio que puede pensarse como repetición de la violencia improcesable
que ejerce su efecto traumático en la mente del niño.
UNA PATOLOGÍA DE LA VINCULARIDAD
En este artículo sobre violencia emocional nos ocuparemos de aquellas
manifestaciones que provienen de un trastorno narcisista desplegado en el vínculo
con otro; específicamente lo que Laplanche ha definido como “abuso narcisista”,
diferenciándolo así de otras formas de abuso, tales como el sexual y el agresivo.
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FENOMENOLOGIA
Diferentes autores coinciden en la descripción de un cuadro. Se trata de un vínculo
en el cual uno de los miembros ejerce un poder sobre el otro con el fin de repetir,
actualizándolo, un traumatismo del que fue víctima en su pasado.
¿Cómo se despliega esta dinámica?. Se trata de una estrategia, una estrategia de
utilización y destrucción del otro y, por lo tanto, necesita de un tiempo durante el cual
desplegarse.
El proceso transcurre, a grandes rasgos, en dos etapas. La primera sería la de
seducción, que puede durar varios años. Durante este período se trata de
desestabilizar a la víctima, que va perdiendo progresivamente la confianza en sí
misma. Es una seducción narcisista; procura fascinar al otro con la intención de
paralizarlo y dominarlo. A partir de la promesa del retorno a un paraíso perdido se
promueve, en la víctima elegida, un verdadero vaciamiento psíquico. Racamier se
refiere a esto con la expresión: “quitar el seso”. El abusador se ofrece como alguien
que va a colmar todas sus carencias y, de este modo, promueve una infantilización
de su partenaire quien, a cambio de este ofrecimiento entrega, sin saberlo, su vida.
La alteridad es percibida como una amenaza; por lo tanto su acción estará dirigida a
borrar los límites, a confundir las fronteras entre el yo propio y el ajeno. Bajo la
apariencia de un interés amoroso que podría confundirse con la sobreprotección, se
instrumentará una destrucción sistemática de ese “otro” vivido como peligroso. Esta
destrucción
apunta
hacia
la
capacidad
de
pensar,
promoviendo
un
desmantelamiento del psiquismo que lleva a anular su capacidad defensiva y su
percepción de la realidad. La víctima queda, de este modo, cosificada, a merced del
dominio del otro.
En la medida en que se produce este vaciamiento psíquico este espacio es
parasitado por el psiquismo del perverso, que consolida así su poder.
Coexistiendo con estos momentos de enajenación, breves momentos de “lucidez”
funcionan como alarma que muestra la gravedad de lo que está sucediendo. La
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angustia que produce la confrontación (fracaso de la escisión) moviliza la confusión
como única defensa posible.
La víctima siente que algo dentro de ella no está bien. Esto la lleva a un aislamiento
cada vez mayor, presentándose a los ojos de los demás como alguien que es
merecedora de la descalificación de la que es objeto. Se ha transformado en una
persona quejosa, opaca, confusa, que ni siquiera puede explicar la razón de su
padecimiento. Su conversación se vuelve tediosa y repetitiva.
El perverso no practica la comunicación directa; como su intención es el dominio, y
no el intercambio, hace uso de diferentes estrategias desestabilizadoras (mensajes
paradojales, discursos contradictorios, agresiones indirectas, ambigüedad, el
discurso frío y puramente teórico, abstracto y dogmático, la burla, los sarcasmos, el
desprecio, las observaciones mordaces, la descalificación). De esta manera la
víctima queda paralizada, incapaz de responder a un ataque que no es explícito,
sino que más bien es encubierto. Poseída por el sentimiento de confusión y culpa se
pregunta: ¿de qué se me acusa? ¿qué habré hecho mal?.
Cuando la víctima comienza a percibir la malignidad de esta dependencia (a través
de síntomas como confusión, angustia, enfermedades psicosomáticas, fantasías de
suicidio, deseos de huir, etc.), pone en marcha sutiles movimientos de autodefensa
(supervivencia) que son rápidamente percibidos por el otro como una amenaza.
Comienza aquí la segunda etapa de este proceso donde el abusador, ante el peligro
del desenmascaramiento de sus falencias narcisistas, que lo sumergiría en una
angustia desestructurante, redobla su destructividad, en un duelo donde se pone en
evidencia que, aunque disfrazado de Eros, Thánatos es quien lleva adelante la
acción.
Es éste un proceso que una vez desencadenado no se detiene solo. Se trata de una
“agresión a perpetuidad”, como la define M. F. Hirigoyen. Esta autora nos habla de
una violencia fría, verbal, y del efecto destructor producido por la repetición de
agresiones y descalificaciones aparentemente anodinas pero continuas. “En la
superficie, no se ve nada o casi nada”. Aunque “el perverso se vuelve cada vez más
humillante y violento, sus amenazas son siempre indirectas y veladas. La víctima se
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siente cada vez más impotente y herida. No hay ninguna prueba de la realidad que
está padeciendo”. La violencia física deja una marca visible ... “pero en una agresión
perversa no hay ninguna prueba”.
En la fase anterior, de dominio, la acción del perverso apuntaba hacia la inhibición
del pensamiento de su partenaire. En este segundo momento se concentrará en
hacerlo pasar a la acción. Proyectando sobre ella su propia maldad, justificará su
odio e intentará hacerla reaccionar contra él; de este modo, la convertirá en culpable
de su propia violencia.
UNA HIPÓTESIS METAPSICOLOGICA
En un intento por encontrar, como psicoanalistas, alguna hipótesis esclarecedora
acerca de las condiciones psíquicas que habilitarían el despliegue de este tipo de
vínculos patológicos, comenzamos por pensar qué significa en el uso corriente el
término ABUSO.
La enciclopedia española, en una de sus acepciones, dirá que Abuso sería “hacer
objeto de uso deshonesto a una persona de menor experiencia, fuerza o poder”, y
sus sinónimos serían “excederse, extralimitarse, violar”.
Es decir que, en primera instancia, implica un vínculo con otro que posee más
experiencia, fuerza o poder. ¿Cuál sería la situación en la que el ser humano se
encuentra más expuesto, más vulnerable a este tipo de relación?. La respuesta se
nos hace obvia: el momento del nacimiento. Recordamos aquí el concepto freudiano
de HILFLOSEIGKEIT, que se refiere al desvalimiento inicial del ser humano que lo
obliga, desde un principio, a ser asistido por otro para poder sobrevivir.
En estos momentos tempranos de la vida, este otro está representado por la madre
y entre ambos se despliega una mutua fascinación. Es el momento del narcisismo
primario, de la omnipotencia infantil, con el consecuente estado de plenitud que
ocasiona la coincidencia del yo y del ideal.
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Este estado de “plenitud arcaica” es el punto de partida para la constitución del
psiquismo, y esta singular y a la vez universal experiencia, inmersa en la dialéctica
de las series complementarias, abrirá el camino a distintos desarrollos, ya sea en el
campo de la normalidad o en el de la patología.
“El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario
y engendra una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por
medio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo” (Freud - 1914).
El trabajo de la madre consiste en ayudar al niño a ser destituido del lugar del ideal,
motorizando la proyección de éste, primero en el padre y, posteriormente,
identificado con él, en otros modelos más evolucionados.
Pero para que este desarrollo sea posible, es necesario que la madre permita la
salida de esa primera célula simbiótica. Que promueva la ruptura de la unión
fusional, que implica la posposición de la descarga directa por la vía más corta en
aras de un proyecto futuro. Por esta razón, la constitución del ideal del yo implica la
idea de esperanza.
Sobre este punto, dice Chasseguet-Smirgel:
“En esta vía es guiado por su madre, quien lo ayuda a proyectar “frente a sí” su ideal
del yo; ella sustenta entonces el papel motor del ideal del yo, es decir, obra de modo
que conserve su aspecto de “promesa” ”.
Una condición necesaria para que el yo del niño avance en esta evolución, es la
posibilidad de hacer duelos, de manera tal que la confirmación narcisista de sus
logros lo compense por lo que ha perdido, impulsándolo hacia delante.
Pero, ¿qué sucede cuando esta madre, que debería ser la promotora de la ruptura
de esa unión fusional, imperio del ideal del yo, omnipotente, se encuentra a su vez
demandada por sus propias necesidades narcisistas, es hostil a sus propios deseos
pulsionales y a los de su bebé, continúa apegada a su propia madre y se encuentra
siempre amenazada por la depresión?. Buscará en este niño su completud y de este
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modo “este niño narcisísticamente seducido deberá estar como si nunca hubiera
nacido”.
Se constituye de esta manera lo que Racamier llama “galaxia narcisista: un mundo
sin excitaciones, nirvánico, en donde tanto el ello como la realidad son enemigos,
omnipotencia perfecta, desmentida de la alteridad, donde no existe la amenaza de la
ambivalencia ni de la pérdida del objeto”.
Se pervierte de este modo la evolución impidiendo que el ideal del yo se proyecte
sobre el padre. Estamos aquí en el campo de la perversión. El niño es convertido en
su propio ideal. El tiempo se detiene; no hay un proyecto porque no hay una
promesa que postergue la satisfacción, que se puede obtener ya por la vía más
corta, por regresión. Podemos considerar este proceso como ligado a la pulsión de
muerte.
Así, la seducción narcisista pasa de un tiempo constructivo y universal a
transformarse, pudiendo sufrir tres posibles destinos:
1) “el incesto como cierre de la seducción narcisista. (1978/1979)
2) el desarrollo de una esquizofrenia como fracaso y perennización de la seducción
narcisista. (Ibid).
3) la organización de una perversión narcisista como vía de sentido único de una
seducción narcisista erotizada. (1985).” (Racamier).
En este trabajo nos estamos refiriendo a ese tercer destino definido por Racamier
como “el negativo de la esquizofrenia”. Una modalidad vincular que se actualiza
tardíamente, y que bajo la fachada de vínculo genital, edípico y objetal, oculta la
ilusión narcisista de fusión, indiscriminación, desmentida de la realidad.
La pareja así constituida, “enfermos de idealidad”, recreará en su vínculo la
demanda en la que han quedado apresados cada uno de ellos. El perverso
narcisista fomentará en su partenaire la ilusión de haber encontrado al objeto
portador del ideal. Necesita ser confirmado en este lugar, restaurando así la perdida
omnipotencia. Para esto se transforma en un manipulador que utiliza al otro a favor
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de su propio narcisismo, promoviendo en él la pasividad y la dependencia. Necesita
de otro, que a la manera de una diálisis, lo mantenga vivo, restituya en él la
experiencia de omnipotencia que el estado narcisista le proporcionaba. Es su
extrema dependencia con el objeto la que debe ser negada, tratando de revertir la
situación a través de la manipulación del vínculo.
A partir de esta falencia, buscará a aquel otro cuya mirada delate su desvalimiento,
así como su necesidad idealizadora.
Por otra parte, la víctima también elige a su victimario, detectando en él una
particular fragilidad narcisista, una especial vulnerabilidad hacia el reconocimiento
del otro, una especial sed de algo que sólo él, con su amor, podrá calmar. Como
contrapartida se fusiona con un objeto idealizado que lo preservará ilusoriamente de
angustias primitivas.
Si bien podemos decir que ambos componentes de la pareja, aunque hablemos de
víctima y victimario, son socios y cómplices en cuanto a la desmentida de la
separación conservando ambos, mediante esta alianza perversa, la ilusión de
mantener un estado nirvánico de fusión, “un modo arcaico de restablecimiento
narcisista”, la patología de la víctima implica un grado mayor de desarrollo yoico.
Alberto Eiguer (1989) nos habla de “la sensibilidad del cómplice” refiriéndose a una
“enfermedad del narcisismo” que consiste en una particular sensibilidad a las
identificaciones proyectivas, a las inducciones y a las designaciones por parte de un
otro que es colocado en el lugar del ideal. En general son pacientes depresivos, o
límites (con dificultades en la consolidación de su identidad), ávidos de
consideración, que regulan su narcisismo en función del reconocimiento del otro, con
quien establecen, por este motivo, una relación de profunda dependencia.
Estas personas, que a través del descrédito y la descalificación han sido heridas
desde temprano en su narcisismo, al decir de Racamier: “se avergüenzan de las
heridas que les han hecho” a consecuencia de la identificación masoquista con el
agresor.
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Esta dinámica puede observarse también en parejas más funcionales. Lo que
caracteriza a estas otras es la fijeza en los roles, la estereotipia, así como su
compulsividad, lo que nos muestra su cualidad de defensa ante angustias
desestructurantes y de fragmentación. De allí su necesaria repetición para crear un
sentimiento de existencia del yo, para reestablecer su precario equilibrio.
REFLEXIONES ACERCA DE LA CURA
Si pensamos que clínicamente la “perversión narcisista se caracteriza por la
necesidad y el placer prevalecientes de hacerse valer a sí mismo a costa del
prójimo” (Serge Lebovici) estaremos atribuyéndole una estructura psíquica que, por
definición, está imposibilitada de sentir angustia y culpa. Situación por la cual nuestro
personaje central se encuentra generalmente incapacitado de solicitar y necesitar la
ayuda genuina de un otro y, menos aún, de un analista. Es muy poco probable que
transite por nuestros consultorios a no ser que se trate de una argucia de seducción
narcisista hacia un otro socio-víctima que le está demandando un cambio al que él
mismo sabe que no puede ni quiere acceder; o como al decir de Meltzer (1970) en
“Perversión de la Transferencia”, solicite la consulta con la intención de aprender a
modular su comportamiento para estar mejor equipado y capaz de evitar, en el
ejercicio de su perversión, las interferencias exteriores ya que el perverso narcisista
no quiere desembarazarse del síntoma sino de las dificultades sociales que éste
acarrea o de sentimientos insoportables de vergüenza que le impiden gozar
plenamente de su perversión.
El mecanismo princeps del Perverso Narcisista, para actuar sobre el psiquismo del
otro, es la inducción narcisista que consiste en interceptar velozmente el
pensamiento
del
objeto
provocándole
la
comportamientos, sentimientos y reacciones.
puesta
en
acto
de
diferentes
Se trata pues de poner en acción
diferentes conductas en el otro: “es necesario que actúes de manera tal que todo lo
que hagas, digas y sientas confirme que TU eres YO, que YO soy el único, el mejor
y el más grande aun a costa y más allá de tu propia denigración y descalificación.
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Tú existes sólo para adorarme a mí, YO soy tu DIOS”. Este mecanismo promueve
un vaciamiento psíquico en la víctima con lo cual su mente es parasitada por el
psiquismo del perverso y vivirá para adorar a ese OTRO atestiguándole, a través de
sus acciones, que entre su YO y su IDEAL del YO no existe la más mínima distancia
manteniéndolo en un estado de “plenitud arcaica” o “galaxia narcisista.”
Esta idolatría no es gratuita sino que opera en beneficio de la sed de fusión,
indiscriminación, desmentida de la alteridad y de lo que ambos en distintas
graduaciones y acepciones denominan AMOR. Y nos preguntamos: ¿De qué sufre la
víctima?. La victima sufre de una escasa confirmación narcisista en los inicios de su
vida y buscará a cualquier COSTO adosarse (relación anaclítica) a ese otro
dominante y tiránico, succionándole su “valía” y sus ideales. Porque, a diferencia de
ella, el perverso narcisista sufre de un derroche, de un exceso de confirmación. Uno
sufrió por demasía y el otro por carencia. Uno necesitará seguir siendo adorado y el
otro buscará a un ser al cual adorar (narcisísticamente idealizado) y el quantum de
ese amor estará en relación directa con el vapuleo emocional propinado por su
partenaire.
¿Pero cuándo llega el momento en que se interrumpe ese paraíso perdido, ese
“estado de nirvana”?. Cuando la víctima sospecha o es amenazada por su socio de
una posible ruptura, de un abandono, y apelando a todos los mecanismos para
retenerlo cae víctima de alguna de las manifestaciones clínicas características de la
injuria narcisista: angustia, depresión, confusión, trastornos del sueño y de la
memoria, accidentes psicosomáticos e intenciones suicidas u homicidas.
Éstos síntomas se acrecientan pues ya se han quebrado sus débiles pero propios
soportes identificatorios y su identidad quedó ahora totalmente diluida en el deseo
de otro que lo terminó de ayudar a fraguar sus ideales y su historia, que lo forzó (o
reforzó) a ser otro y quedó prendado a una consigna: “El es el mejor y yo sólo existo
en función de admirarlo, ¿quién soy yo sin él?”, produciéndose así un exceso de
dolor sin procesamiento, sin nadie que contenga y calme.
Es éste el momento de quiebre donde surge la necesidad de consultar. He aquí la
difícil tarea del analista: ayudarle a construir su identidad, su “idealidad”, ofrecerle la
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posibilidad de un encuentro consigo mismo, de un lugar donde para existir no sea
necesario
volver
a
repetir
ese
vínculo.
Será
pues
en
la
transferencia-
contratransferencia, como en todo análisis, donde se jugará la cura de estos
pacientes, ya que será en este inédito vínculo donde transcurrirá una nueva forma
de relacionarse con el otro y de aportarle representaciones capaces de transformar
esas experiencias en pensamientos.
Estos pacientes sufren de una imperiosa necesidad de idealizar, que debe ser
considerada por el analista como un momento transicional. Si ésta persiste en forma
prolongada y exclusiva estaríamos hablando de una cronificación patológica donde
el terapeuta no es utilizado para elaborar la ausencia sino para negarla. Esta
modalidad vincular le impone al analista permanecer sumamente alerta en cuanto a
la dosificación e instrumentación de esta transferencia idealizada donde también
entrarán en juego sus propias fragilidades narcisistas.
Por este motivo estos pacientes serán candidatos a someterse pasivamente a todos
los requerimientos del encuadre. Esto favorece la creencia en lo ideal del vínculo
donde el analista “sabrá todo sobre su paciente”; reinado de la empatía absoluta,
anulando de esta manera su capacidad de pensar, corriendo ambos el riesgo de
reproducir “ese paraíso perdido”, repetición mortífera que haría del tratamiento un
camino sin salida.
CONCLUSIONES
Nuestra intención no es agregar una nueva nosografía, tendencia por otro lado muy
actual, sino poder definir y comprender más profundamente los mecanismos en
juego en esta patología para poder acercarnos más al grado de analizabilidad que
puede alcanzar el paciente.
Así tratamos de interiorizarnos en la relación entre narcisismo e ideal del yo. El ideal
del yo representa un sustituto de la perfección narcisista primaria perdida, sustituto
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separado del yo por un desgarramiento que el ser humano siempre intenta abolir,
intento que se “encuentra en la base de los logros más sublimes pero también de los
errores más nefastos del espíritu humano”.
La búsqueda del retorno a la fusión primaria, a esa perfección perdida, intentando
disminuir la distancia entre el yo y el ideal, puede seguir un camino marcado por
Thánatos o el difícil camino de la maduración y el desarrollo.
En el tema tratado podemos observar la acción thanática y narcisista ejercida sobre
la mente de otro más frágil.
Remarcamos también la presencia de mecanismos de defensa primitivos que nos
remiten nuevamente a una patología temprana.
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