Marco Negrón Introducción al Foro Desde los ensayos pioneros del Plan de Ciudad Ojeda y el Plan Monumental de Caracas o Plan Rotival, la tradición urbanística venezolana en sentido moderno supera ya los tres cuartos de siglo y constituye un muy valioso patrimonio de la cultura nacional. Dentro de ella, como se verá en el desarrollo de este Foro, el nombre de Víctor Fossi constituye una referencia insoslayable. Sin embargo, para el observador distraído, ella podría parecer una tradición más bien escasa si se considera que el urbanismo moderno florece en Europa ya en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, hay que reconocer los distintos contextos históricos: en Venezuela ella aparece justo cuando tenía que hacerlo, es decir, cuando la nación comienza su larga marcha hacia la democracia y cuando aquel país abrumadoramente rural entra en el acelerado proceso de urbanización que lo llevaría a ser el más urbanizado de la región. Aquellos planes pioneros se redactan en un país que andaba apenas por los 3,5 millones de habitantes, la población actual de Caracas, un escaso 10% de los cuales se concentraba en la capital. El de Ciudad Ojeda fue pensado para trasladar la población de la insalubre Lagunillas de Agua, que había sufrido dos incendios sucesivos; aunque enclavada en el corazón de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, el emporio de la extraordinaria riqueza petrolera nacional que entonces nacía, en 1936 contaba apenas con una población de 7.000 habitantes que sin embargo, cinco años después, se duplicaría. Una crítica recurrente al urbanismo venezolano ha sido la de ir siempre a la zaga de los acontecimientos, pero esas dos experiencias pioneras demuestran que no siempre eso fue así. Incluso, la creación de la Comisión Nacional de Urbanismo (CNU) en 1946, en un país de escasos 4,3 millones de habitantes de los cuales apenas el 38% residía en centros urbanos, es decir mayores de 3.500 habitantes, es una prueba terminante de la existencia de una clara visión de futuro; además, dentro de ella se tuvo siempre la previsión de que, al lado de un equipo para atender las necesidades inmediatas, la exigencia clásica y comprensible de políticos y administradores, hubiera otro pensando en el largo plazo, que es el de las ciudades en crecimiento. Hasta su liquidación en 1957 la CNU fue capaz de cubrir las principales ciudades del país. Con el restablecimiento de la democracia en 1958 la planificación urbana empezó a pasar del ámbito nacional al local, a hacerse más compleja en la medida en que se generalizaba el fenómeno metropolitano y se expandía la ciudad informal, requiriendo cada vez más de la participación de la población en el proceso de formulación de los planes. A la par, la formación profesional de los urbanistas, tanto en las nacientes instituciones del país como en las del exterior, se extendió y consolidó, estimulando el debate y la renovación del pensamiento teórico y de la práctica profesional. En la década de 1960 se vivió la importante experiencia del Programa de Guayana, el cual incluyó la proyectación y construcción de una nueva ciudad que, pese a su contemporaneidad con Brasilia, no se inspiraba en sueños más o menos megalomaníacos como esta sino en concepciones más pragmáticas y rigurosas, como la teoría de los polos de desarrollo de François Perroux. Hacia fines de esa misma década e inicios de la siguiente, el todavía vivo prestigio del Plan para Londres de Abercrombie (1945) inspiró la creación de la Zona Protectora de Caracas y el intento, frustrado, de crear dos nuevas ciudades: Ciudad Losada en los valles del Tuy medio, y Ciudad Fajardo en el área de Guarenas-Guatire. Hay que destacar no obstante que estas experiencias en particular nacieron del gobierno central y su ejecución quedó en manos de sus ministerios y agencias. Sin embargo, ni las experiencias acumuladas desde la segunda mitad de la década de 1930 ni las profundas transformaciones territoriales en curso parecen haber influido demasiado en el pensamiento de la gran mayoría de las autoridades locales ni nacionales con responsabilidad en la materia: cada vez más el verbo planificar ha ido convirtiéndose en una mala palabra en los pasillos de la administración pública, como se comprueba en las intervenciones de la Gran Misión Vivienda o en los dislates de las «soluciones viales» que, replicando fracasos pasados, riega a diestra y siniestra el Ministerio del Transporte Terrestre, al lado de las cuales alarma la pasividad de las autoridades locales, en gran medida maniatadas por la escasez de recursos pero al mismo tiempo incapaces de plantarle cara a la autoridad central para que, al menos, sus actuaciones se adecúen a los planes locales. Esa situación amenaza cada vez más la existencia de la rica tradición urbanística venezolana, hoy mayoritariamente confinada al campo de la docencia y la investigación: una porción más del patrimonio nacional amenazada de extinción por ese extravío histórico que alguien tuvo la ironía de bautizar Socialismo del siglo XXI. Pero también una razón más para mandarlo lo más pronto posible al lugar que le corresponde: el cuarto de los cachivaches. Fossi no sólo conoció esa tradición casi desde sus inicios, sino que formó parte de ella desde todas las posiciones imaginables: como investigador y docente, como funcionario público, como consultor privado e incluso como activista de la ciudad; además estuvo presente hasta el último momento, lúcido y enérgico, en la incesante batalla por garantizarle a nuestros compatriotas el insustituible derecho a vivir en una ciudad digna. Por eso el homenaje que hoy le rendimos no es en absoluto gratuito, pero sí quiere mantenerse al margen de la hagiografía: no sólo por lo que tiene de necia e innecesaria sino también porque a él le habría repugnado profundamente. Más bien hemos querido convertirlo en ocasión para reflexionar, a partir de su ejemplo, en torno a los éxitos y fracasos del pensamiento y de la práctica urbanística venezolana. Creemos que parte de esos fracasos tienen que ver con una suerte de cortocircuito existente entre los planificadores y los políticos y administradores de la ciudad. Y también que nuestros políticos -los de verdad, los interesados en servir a los ciudadanos y no en servirse de ellos para robar y prevaricar- carecen aún de una clara visión de los desafíos y oportunidades que se les plantean a las ciudades en el siglo XXI. Pero esa carencia es, en gran medida, culpa nuestra por haber sido poco eficaces tanto en nuestra labor pedagógica como en la capacidad de ofrecer soluciones que atiendan la coyuntura sin desconectarse del largo plazo. Venezuela parece estar en una encrucijada histórica, que puede conducirnos a una etapa de miseria y oscurantismo sin precedentes o abrir las puertas a un renacimiento. En el segundo caso las ciudades deberán jugar un rol crucial, lo que nos exige ser capaces de rescatar y potenciar al máximo la tradición construida por nuestros antecesores. Y esto requiere de un proceso de reflexión y autocrítica del cual ojalá este Foro sea el punto de partida. Si así fuere habremos logrado hacer el mejor homenaje no sólo a Víctor sino a todos los que lo precedieron y acompañaron en la tarea fundar y consolidar esta tradición.