¿Música popular o música académica? Escrito Por Katherine Vargas Esta pregunta dicotómica ha persistido desde la consolidación de la música dentro de las llamadas bellas artes y su posterior estudio teórico-metódico, motivada por los trabajos realizados fuera de los estándares propuestos por los eruditos musicales de la época, quienes tenían la labor de determinar qué sería incluido dentro del estudio académico de esta y qué estaría al margen. Este artículo no pretende resolver la pregunta a favor o en contra de alguna de las clasificaciones propuestas, sino entrelazar los conceptos, al parecer, radicalmente opuestos, para destacar la esencia y magia de la música en sí misma. En primera medida expondré algunas de esas diferencias aparentemente irreconciliables, lo que nos permitirán vislumbrar el porqué de la estereotipada separación de las dos clasificaciones y, posteriormente, intentaré conjugarlas para buscar dentro de la mezcolanza resultante la verdadera esencia musical. Entendemos por música académica aquella que es estudiada en un recinto en particular, llámese conservatorio, universidad o academia, y que permite enriquecer su conocimiento a través de un fundamento teórico y otro práctico, el primero encargado de concederle al individuo la formación necesaria para comprender, casi científicamente, las percepciones sensoriales (auditivas y visuales, en este caso) y, de esta forma, conceptualizarlas (tempo, melodía, armonía, ritmo, son conceptos que, por ejemplo, surgen del estudio académico), y el segundo, que claramente va de la mano con el primero, le da el verdadero título de músico a aquel que es capaz de interpretar o componer piezas, obras, sonatas o canciones. Podría afirmarse que el músico de salón, por lo general educado en la academia, prefiere la música clásica, pues esta es, sin duda, la música culta y docta que permite lograr el clímax, el punto más alto del estudio académico, porque esta música es densa, compleja y tiene una importante carga histórica dentro del trabajo musical universal. En ella se conjugan todos los elementos que sólo suelen aparecer tras muchos años de estudio en escenarios apropiados. La música popular (que no es lo mismo que música tradicional o folclórica, las cuales guardan una estrecha relación con naciones o etnias específicas) regularmente es el perfecto opuesto de la música académica, pues no requiere de estudio académico y no tiene como pilar los fundamentos teóricos propios de esta. Ella tiene su mejor atributo en la espontaneidad y la neta percepción sensorial de quienes la ejecutan, abriéndole un amplio campo a la mayoría. Esta discusión no se trata de una cuestión de gustos o de qué podría deleitar más el oído, si la música barroca interpretada por Vivaldi o Bach o los clásicos de The Beatles o Led Zeppeling. De lo que se trata es de la brecha entre el valor histórico-cultural y el poder adquisitivo. Son estos los que juegan papeles decisivos en la inclinación por uno o por otro estilo musical. Esto puede evidenciarse en la estrecha relación que han tenido la música popular y los procesos de la revolución industrial, pues gracias al avance vertiginoso de la tecnología (una de las principales características de la revolución industrial) los fabricantes tuvieron la posibilidad de producir instrumentos musicales en cantidades considerables y a precios razonable, poniendo en manos de la clase media la herramienta físicas para hacer música. La música docta siempre ha mantenido un imaginario elitista que la cataloga como propia de las clases altas, además su origen europeo la vincula con la idea de superioridad y aristocracia. Los instrumentos de la música clásica no son de fácil fabricación ni adquisición, y su dificultad al momento de la ejecución la limita y restringe a un cierto grupo de disciplinados individuos. El origen, el difícil o fácil acceso no son las únicas variables a tener en cuenta en la diferenciación planteada. Los canales de difusión y el interés comercial son también aspectos determinantes. Mientras que la música clásica se ha distinguido por su reserva y, quizá, su recelo, la música popular no se guarda nada, exterioriza todo lo que se genera en ella. De ahí que pueda llegar a ser víctima de calificativos peyorativos que denuncian su falta de esencia musical y su afán de reconocimiento global. Es de resaltar el papel que juegan los medios de comunicación y la relación que tienen con ellos la música popular, por una parte, y la música académica, por otra. La reproductibilidad del producto marca la diferencia. El interés en ello de la música clásica es de hace pocos años y se ha centrado en la tarea se ha de inmortalizar “los clásicos de lo clásico”, a través de los nuevos formatos, CD o DVD; mientras que la música popular tiene como factor primordial el interés por ser escuchada por la mayor cantidad posible de personas, declarando, en muchas ocasiones, un claro objetivo comercial y una finalidad de negocio dentro de un mercado. La última diferencia de la que podríamos hablar es el hecho de que la música culta está hecha casi exclusivamente para ser oída, y suele exigir una atmósfera ritual y solemne, en la que se espera que el público conserve una actitud silenciosa y concentrada con la cual le colabora a la interpretación de los músicos. Los intérpretes visten y se comportan de manera formal, y no interactúan o bromean con el público. Mientras que para los intérpretes de música popular la actitud relajada favorece el contacto con el público, la formalidad se deja de lado, pues lo que se busca es aproximar, acercar, hacer de cada oyente la música escuchada. Expuestas las diferencias, podemos ocuparnos de los puntos afines entre la música clásica y la música popular. Tanto una como la otra aspiran a comunicar una cualidad trascendental de la emoción, tocar los puntos más sensibles de los seres humanos, generando distintas sensaciones y, a través de las múltiples y diversas vibraciones, provocar sonrisas, lágrimas, gritos o enérgicos aplausos. Ambas permiten la sensibilización del intérprete, despertando en él una percepción global frente a su instrumento y su entorno, haciendo de este un hombre lleno de alegría y musicalidad que irradia verdadera energía en el momento de la interpretación y fuera de esta. Además se influyen mutuamente. La música clásica ha tomado material y elementos tales como la espontaneidad y el contacto con el público de la música popular, y esta última ha adoptado ciertos fundamentos teóricos que enriquecen su ocasional típico y monótono producto. Hay ejemplos reveladores como el uso de canciones estudiantiles por parte del músico clásico Brahms para su Obertura en un festival académico o la influencia del jazz evidenciada en el trabajo de Maurice Ravel; pero también podríamos citar ejemplos de influencia en otro sentido: la música clásica utilizada en el cine, que muy posiblemente no sería escuchada o considerada, si no fuera por su incursión en este masivo medio. En conclusión, podemos afirmar que aunque la música académica se distingue por motivos muy relevantes de la popular, estas han tenido una constante interacción. Una le proporciona a la otra elementos propios para el enriquecimiento mutuo. Lo que no puede ser clasificado y seccionado es el gusto por la música que sigue proporcionándole a los seres humanos algo que jamás podremos menospreciar: las múltiples melodías que tarareamos, silbamos o cantamos y que nos acompañarán en el transcurso de nuestra vida, dándole un matiz a cada momento que vivimos.