Sombras de nuevas dudas Alfred Hitchcock The man who knew too

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LATERCERA Domingo 19 de abril de 2015
aportara grandes novedades (y
que ventilara una presunta impotencia sexual del realizador).
En las últimas semanas, regresa nuevamente el cineasta cuyo
nombre figuraba en las marquesinas antes incluso que el título
de sus películas. Y por partida
doble: un celebrado biógrafo de
escritores y un crítico literario se
animaron a hurgar en su vida y
obra, pariendo volúmenes más
bien escuetos y desprovistos de
revelaciones que detengan las
prensas, pero no por eso menos
dignos de consideración: Alfred
Hitchcock, de Peter Ackroyd, y
Alfred Hitchcock: The man who
knew too much, de Michael
Wood.
LA FICHA
Alfred Hitchcock
[PETER ACKROYD]
288 págs.
Chatto & Windus
9 libras en amazon.co.uk
Sombras de nuevas dudas
El más llamativo y esperado de
los dos libros es el de Ackroyd,
que según The Irish Times es
“uno de los pocos biógrafos en
actividad digno de su propia biografía”. El escritor inglés no sólo
cuenta con sustanciosos volúmenes acerca de T.S. Eliot, Ezra
Pound, Charles Dickens y otros.
Su libro sobre Hitchcock es el último de una serie de Vidas Breves que ya ha incorporado a
Geoffrey Chaucer, Edgar Allan
Poe y Charles Chaplin. Eso sí,
su solvencia con las vidas ajenas
es sólo comparable a sus acaba-
The man who knew too
much
[MICHAEL WOOD]
Michael Wood
Amazon publishing
US$ 15.48 en amazon.com
dos conocimientos de la historia
de Londres, la cuna de Hitchcock
y a la que de hecho ya dedicó una
biografía, tal como lo hizo con el
río Támesis.
Las primeras de las 288 páginas
se valen de Henry James y Thomas De Quincey para evocar la
vida a principios de siglo en Limehouse, el popular distrito londinense de una “humanidad empobrecida” donde llegó a vivir
“Alfie” tras pasar sus seis primeros años en Leytonstone, donde
nació en 1899 y donde su padre
oficiaba de verdulero. En este
ambiente, prosigue Ackroyd,
Hitchcock desarrolló su “visión
cockney del mundo” en la que el
terror y la comedia se entremezclan. Como en Chaplin y como
en Dickens. El autor de Oliver
Twist asoma acá, por lo demás,
como un alma gemela del cineasta: “Ambos fueron fantasistas que insistieron en el detalle
meticuloso a la hora de desplegar sus intrigas; ambos se balancearon entre el arte y el comercio, con un gusto aguzado para
generar dinero”.
Como lo han hecho otros colegas, pero acaso un poco más
(ambos fueron criados en hogares católicos londinenses de
clase media-baja), Ackroyd destaca la educación jesuita del cineasta, enfatizando la atmósfe-
ra de “misterio espiritual” que
de modo escalofriante se convierte en parte integral de sus
películas. Su formación religiosa ilumina mucho más de lo que
se ha dicho, parece señalar, su
“sentido trémulo de la culpa”.
Asimismo, el biógrafo ve a su
biografiado como un caso para
tratamiento freudiano. Uno que
asumió que sus neurosis eran
universales.
Más pedestre, aunque en absoluto desconectada de lo anterior, fue la dependencia respecto de Alma Reville, su única esposa y, en apariencia, la única
mujer con la que intimó en su
vida (es decidor el pasaje que lo
describe insomne y nervioso en
Londres, en 1943, mientras las
bombas caen en la ciudad y él
está separado por un océano de
Alma). O su tendencia a los chistes pesados: en cierta ocasión
ofreció una cena para la actriz
Gertrude Lawrence en la que
toda la comida estaba teñida de
azul. En otra oportunidad organizó una fiesta de fin de rodaje para 40 personas… en un espacio donde sólo cabían doce.
“El quería ser un maestro en un
nivel y causar daño en otro”,
concluye Ackroyd.
Otra entrada propone el libro
de Wood, cuyas 144 páginas hablan más de un ensayo biográfi-
co que de una biografía en el
sentido habitual. El autor, profesor de literatura comparada
en Princeton, llega a Hitchcock
tras haber publicado acerca de
Samuel Beckett, Italo Calvino y
Vladimir Nabokov. Y hay quien
dice que dibujó al autor de Intriga internacional a su imagen y
semejanza. En vez del Hitchcock
orquestador de pánicos masivos
que calibra los efectos para cada
uno de sus movimientos, asoma un Hitchcock modernista,
incluso un borgiano posmoderno. La suspicacia o la dubitación, expresadas en títulos como
Sospecha y La sombra de una
duda, hablan de temas posiblemente inabarcables y ciertamente insolubles para el venerado director. De ahí su interés.
Igualmente, para Wood sus películas diseminan una incomodidad más sicológica que teológica. Hitchcock, prosigue un argumento bastante posmo,
aprovecha “recursos de especulación” que manchan sus finales
felices. ¿Qué tal si los héroes de
Rebecca y Sospecha, ambos liberados de responsabilidad criminal para complacer a los censores, hubieran sido asesinos
después de todo, tal como lo eran
en los libros que Hitchcock
adaptó? Más preguntas para
nuevas biografías.b
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