LA METAFÍSICA COMO PROBLEMA: HUME Y KANT HUME Crítica de la noción de causalidad Como el propio Hume afirma, todos los razonamientos que se refieren a asuntos de hecho están fundados en la relación de causa y efecto, por lo que, para entender estos razonamientos, debemos estar perfectamente familiarizados con la idea de causa; y para ello debemos mirar en derredor y encontrar algo que sea la causa de otro algo. 1. Ejemplo de relación de causa-efecto He aquí una bola de billar sobre el tapete, y otra bola moviéndose hacia ella con rapidez. Las dos chocan, y la bola que en un principio permanecía en reposo adquiere ahora movimiento. Examinemos este ejemplo. Es evidente que no hubo intervalo entre el choque y el movimiento. La contigüidad en el tiempo y en el espacio es, por tanto, una circunstancia requerida para la operación de todas las causas. Es evidente, del mismo modo, que el movimiento que fue la causa es anterior al movimiento que fue el efecto. La prioridad en el tiempo es, por consiguiente, otra circunstancia requerida en cada causa. Pero esto no es todo. Hagamos el mismo experimento con otras bolas de la misma clase y en una situación parecida, y veremos que siempre el impulso de una produce el movimiento de la otra. Hay aquí, por tanto, una tercera circunstancia, a saber, la conjunción constante entre la causa y el efecto. Fuera de estas tres circunstancias de contigüidad, prioridad y conjunción constante, nada más puedo descubrir en esta causa. 2. Inferencia de la causa al efecto En el ejemplo anterior, la causa y el efecto están presentes a los sentidos. Veamos ahora en qué se funda nuestra experiencia cuando concluimos de la causa que el efecto existirá. Supongamos que yo veo una bola moviéndose en línea recta hacia otra; inmediatamente concluiré que ambas chocarán y que la segunda se pondrá en movimiento. Ésta es la inferencia de la causa al efecto, y de esta naturaleza son todos nuestros razonamientos referentes a los asuntos de hecho. La razón no puede ver en la causa nada que nos permita inferir el efecto porque, siendo la causa distinta del efecto, no hay razonamiento a priori posible que nos permita deducir una a partir del otro, y viceversa.. Así pues, es necesario haber tenido experiencia, en el pasado, del efecto que se siguió del movimiento y el impulso de la primera bola. Si se ha visto un número suficiente de casos semejantes, siempre que se observe una bola moviéndose hacia otra se concluiría, sin la menor vacilación, que la segunda adquiriría movimiento. El entendimiento se anticipará a la vista y formará una conclusión que se acomode a su experiencia pasada. De esto, pues, se sigue que todos los razonamientos referentes a la causa y el efecto están fundados en la experiencia. Ahora bien, todos los razonamientos de experiencia están fundados en la suposición de que el curso de la naturaleza continuará uniformemente igual. Concluimos que causas semejantes, en semejantes circunstancias, producirán efectos semejantes. Nuestra experiencia pasada no puede probar nada que se refiera al futuro, a menos que se suponga que entre el pasado y el futuro existe una semejanza. Así, pues, es éste un punto que no admite prueba y que nosotros asumimos sin prueba alguna. Por tanto, solamente la costumbre nos determina cuando suponemos que el futuro se conforma al pasado. Cuando veo una bola de billar moviéndose hacia otra, mi espíritu es llevado inmediatamente por el hábito al efecto usual y se anticipa a mi vista al concebir el movimiento de la segunda bola. Así pues, no es la razón la guía de la vida humana, sino la costumbre. Solo ella hace que la mente, en todos los casos, suponga que el futuro ha de ser conforme al pasado. 1 Todo lo anterior todavía no explica cómo se produce la inferencia de la causa al efecto, pues ésta, además de contener la hipótesis de la regularidad de la naturaleza, incluye también la idea de conexión necesaria. Consideramos que hay una conexión necesaria entre la causa y el efecto, y que la causa posee algo que llamamos poder, o fuerza, o energía, en base a lo cual produce el efecto. Ahora bien, ¿tenemos alguna impresión que corresponda con nuestra idea de conexión necesaria? No, contesta Hume. Hemos observado a menudo el fuego y hemos observado que a continuación aumentaba la temperatura de los objetos situados junto a él, pero nunca hemos observado que entre ambos hechos exista una conexión necesaria. Lo único que hemos observado, lo único observable, es la contigüidad, la prioridad de la causa y la conjunción constante de ambos sucesos en el pasado. Que además exista una conexión necesaria es una suposición incomprobable. Y como nuestras inferencias hacia hechos futuros solamente tendrían justificación si entre lo que llamamos causa y lo que llamamos efecto existe una conexión necesaria, resulta que, propiamente hablando, no sabemos que el agua vaya a calentarse, simplemente creemos que el agua se calentará. No podemos saber si el vínculo causal es real. Así pues, cuando hablemos de causalidad, debemos evitar la ingenua suposición de que estamos enunciando una ley de las cosas, puesto que sólo estamos estableciendo una asociación, una ley de nuestro modo de pensar las cosas, producida por el hábito y la costumbre. Todos tenemos certeza absoluta, todos creemos, que el agua de nuestro ejemplo se va a calentar. Pero esta certeza no proviene de la razón, según Hume, sino del hábito, de la costumbre de haber observado en el pasado que siempre que sucedió lo primero, sucedió también lo segundo. El intento de orientar la vida desde un orden de certezas racionales (ésta era la pretensión del racionalismo) se torna vana ilusión; el hábito y la costumbre, y las creencias que derivan de estos, se instalan como únicas guías de la vida. 3. Valoración de la crítica al principio de causalidad Hume podría admitir cierto nexo causal entre percepciones, pues, en el fondo, en eso consisten las leyes de la asociación (una impresión nos hace recordar otra); pero lo que siempre negará será el valor objetivo del principio de causalidad. De esta manera, si le preguntamos ¿Existe algún tipo de conexión entre cosa y cosa? La respuesta será: “no lo sabemos”. ¿Existe alguna conexión entre las impresiones y las cosas? O, dicho de otra manera ¿qué o quién origina nuestras impresiones? La respuesta es idéntica: “no lo sabemos”. Las impresiones y las ideas se encierran en sí mismas y no sabemos a qué corresponden. En los filósofos anteriores nuestras ideas se correspondían con la realidad porque, de un modo u otro, eran causadas por dicha realidad. En Hume, en cambio, los puentes con la realidad se encuentran rotos. Crítica de la idea de substancia ¿Hay alguna impresión que le corresponda a la idea de substancia? No, nos dirá Hume. No hay ninguna impresión de sensación que corresponda a la idea de substancia, ya que esta idea no contiene nada sensible. Todos los teóricos y defensores de la idea de substancia insisten en que la substancia no es un olor, un color, un sabor, etc.; no es algo que vemos, oímos o tocamos; lo que vemos, oímos, tocamos, son los accidentes de la substancia, pero no la substancia. Pero tampoco hay ninguna impresión de reflexión que corresponda a la idea de substancia; las impresiones de reflexión están constituidas por pasiones y por emociones. Pero nadie ha hablado nunca de la substancia como si fuera una pasión o una emoción, sino de éstas como dándose en la substancia, en este caso en la substancia pensante, en el alma. ¿Cómo se produce, entonces, la idea de substancia, sobre la que tantos filósofos han estado de acuerdo? La idea de substancia es producida por la imaginación; no es más que una "colección" de ideas simples unificadas por la imaginación bajo un término que nos permite 2 recordar esa colección de ideas simples, una colección de cualidades que están relacionadas por contigüidad. No cabe, pues, ni siquiera plantearse la posibilidad de que exista algún tipo de substancia, ya sea la substancia material, ya sea la substancia espiritual. Para Hume la idea de substancia es una idea “ilegítima”, tanto si es concebida como algo material como si lo es como algo espiritual, dado que a ella no le corresponde ninguna impresión. Crítica de la idea de Mundo Tenemos una tendencia natural a creer en la existencia de cuerpos independientemente de nuestras percepciones. "Creemos" que nuestras percepciones están causadas por los objetos materiales externos, a los que reproducen fielmente, y que, si bien las percepciones "nos pertenecen", los objetos están fuera de nosotros, perteneciéndoles un tipo de existencia continuada e independiente de la nuestra. Pero si analizamos la cuestión filosóficamente, dice Hume, tal creencia se muestra enteramente infundada. En realidad, estamos "encerrados" en nuestras percepciones, y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se muestra a nuestra mente. Tenemos constancia de nuestras percepciones, pero no la tenemos de los supuestos objetos externos que las causan. No hay, pues, justificación racional alguna de la creencia en la existencia independiente de los objetos externos. Hume recurre a la imaginación para explicar dicha creencia. Los objetos externos son postulados hipotéticamente como los causantes de las impresiones, pero postular hipotéticamente no es conocer. De nuevo, la costumbre de observar regularmente las mismas impresiones nos hace creer que hay algo, una substancia corpórea, que permanece más allá de la impresión. Crítica de la idea de Alma La existencia de un yo, de una substancia cognoscente (alma) distinta de sus actos, había sido considerada indubitable no sólo por Descartes, sino también por Locke y Berkeley. La existencia del yo fue considerada por los predecesores inmediatos de Hume como resultado de una intuición directa (“Pienso, luego existo” / “Yo pienso, yo existo”). Sin embargo, la crítica de Hume alcanza también al yo como realidad distinta de las impresiones e ideas. La existencia del yo como substancia (alma), como sujeto permanente de nuestros actos psíquicos, no puede justificarse apelando a una pretendida intuición, ya que sólo tenemos intuición de nuestras ideas e impresiones y ninguna es permanente, sino que unas suceden a otras de manera ininterrumpida: “El yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a que se supone que nuestras ideas e impresiones se refieren. Si alguna impresión originara la idea del yo, tal impresión habría de permanecer invariable a través del curso total de nuestra vida, ya que se supone que el yo existe de este modo. Sin embargo, no hay impresiones constantes e invariables. Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones suceden unas a otras y nunca existen todas al mismo tiempo”. No existe, pues, el yo como substancia distinta de las impresiones e ideas, pero ¿porqué todos poseemos conciencia de nuestra propia identidad personal? Para explicar la conciencia de la propia identidad, Hume recurre a la memoria: ésta, en efecto, al permitirnos recordar impresiones pasadas, nos ofrece una sucesión de impresiones, todas ellas distintas, que terminamos por atribuir a un "sujeto", confundiendo así la idea de sucesión con la idea de identidad. Rechazada, pues, la idea de Alma, la pregunta por su inmortalidad resulta superflua. Crítica de la idea de Dios Hume estudia el tema de Dios teniendo en cuenta las críticas realizadas a la idea de substancia y al principio de causalidad. En virtud de ello, Hume no reconocerá validez alguna a las demostraciones metafísicas de la existencia de Dios, considerando que dicha existencia no es demostrable racionalmente. En efecto, si la idea de substancia es una idea ilegítima, ya que no le corresponde ninguna impresión, ya podemos adjetivarla como "extensa", "pensante" o "infinita", que ello no hará 3 que sea menos falsa. Por eso es inútil partir del análisis de las determinaciones de la idea de substancia perfecta o infinita, como hacen las pruebas a priori, para demostrar la existencia de Dios. Por otra parte, Locke y Berkeley, entre otros, habían propuesto pruebas a posteriori, utilizando la idea de causa, el principio de causalidad, para fundamentar la afirmación de que Dios existe. A juicio de Hume, sin embargo, esta inferencia es injustificada, porque hace un uso ilegítimo del principio de causalidad al aplicarlo más allá de la experiencia para concluir afirmando la existencia de algo de lo que no tenemos impresión. No siendo una idea racional, la idea de Dios es producida por la imaginación: el hombre proyecta sus propias facultades mentales, pero negando sus límites, para producir la idea (ilegítima) de un ser de infinita bondad y sabiduría, autor del orden del mundo. Valoración del criticismo de Hume La dificultad irresoluble que plantean las críticas de Hume es la siguiente: si ni la existencia del Mundo ni la existencia de Dios son racionalmente justificables, ¿de dónde vienen nuestras impresiones? Para Locke, procedían del mundo exterior, y para Berkeley, de Dios. El empirismo de Hume no permite contestar a esta pregunta. Sencillamente, no lo sabemos ni podemos saberlo: pretender contestar a esta pregunta es pretender ir más allá de nuestras impresiones, y éstas constituyen el límite de nuestro conocimiento. Tenemos impresiones, no sabemos de dónde proceden, eso es todo. Los principios empiristas de la filosofía de Hume conducen al fenomenismo y al escepticismo. En efecto, no conocemos una realidad exterior distinta de las percepciones (bien sea el Mundo, bien sea Dios) que fundamente el contenido de éstas y el modo en que se conectan en la mente. Tampoco conocemos una sustancia pensante (Alma) como sujeto de las mismas. Sólo conocemos las percepciones; la realidad queda reducida a éstas, a una colección de fenómenos, en el sentido etimológico del término (fenómeno = lo que aparece o se muestra). La filosofía de Hume, en su vertiente teórica, desemboca en el fenomenismo y el escepticismo. Sin embargo, estos quedan neutralizados, en la práctica, en función de la idea misma de naturaleza humana. El hombre, en virtud de los mecanismos psicológicos de su propia naturaleza, tiende a producir las ideas de causa, substancia, Mundo, Alma y Dios y, aunque estas ideas no son legítimas, desde el punto de vista de la razón teórica, son fundamentales en la práctica, pues resultan útiles para la vida. Como se ve, Hume rechaza las tres grandes ideas de la Metafísica tradicional, poniendo en duda la validez de la filosofía como saber racional. Sin embargo, de su purga escéptica se salvan las ciencias formales (matemática y lógica) y las ciencias experimentales, que Newton había logrado afianzar. No obstante, las leyes y teorías de las ciencias experimentales no alcanzan nunca certeza absoluta, sino únicamente “probabilidad”. En cualquier caso, es la filosofía la que sale peor parada. KANT Los límites del conocimiento Las categorías (conceptos puros del entendimiento) no son aplicables fuera de la experiencia, más allá de lo dado en el espacio y en el tiempo. Esto se denomina, como ya hemos visto, fenómeno (lo que aparece o se muestra al sujeto, lo que es conocido). Ahora bien, la idea misma de algo que aparece implica, correlativamente, la idea de algo que no aparece, la idea de algo en sí. El objeto, en tanto que aparece y es conocido, se llama “fenómeno”; el correlato del objeto, considerado al margen de su relación con la sensibilidad, se llama “cosa en sí”, o bien “noúmeno” (en la medida en que es algo solo inteligible, pero no cognoscible). 4 Ahora bien, nuestro conocimiento se halla limitado a los fenómenos y, por consiguiente, el concepto de noúmeno queda como algo negativo, como límite de la experiencia, como límite de lo que puede ser conocido. No hay conocimiento de las cosas en sí, de los noúmenos. La distinción entre fenómeno y noúmeno permite comprender por qué Kant denomina a su doctrina “idealismo trascendental”: porque el espacio-tiempo y las categorías son condiciones de posibilidad de los fenómenos (de la experiencia) y de su comprensión, respectivamente, y no propiedades o rasgos reales de las cosas en sí mismas. Nuestro conocimiento es siempre condicionado; algo es puesto a priori por el sujeto cognoscente como condición de nuestro conocer (y, al mismo tiempo, algo ha de sernos dado a posteriori, como materia de dicho conocimiento). En consecuencia, el conocimiento siempre aparece condicionado y no podemos conocer nada que quede más allá de estas condiciones; pero, al mismo tiempo, parece necesario que exista algo más allá de ellas, pues las formas a priori del conocimiento encuentran siempre una realidad sobre la que se aplican; tal sería el noúmeno. La Metafísica La razón tiene una tendencia inevitable a generar lo que Kant llama “ideas trascendentales”, que permiten pensar los fenómenos en su totalidad. Hay tres ideas trascendentales: Alma, Mundo y Dios. La idea de Alma (la substancia espiritual -o substancia pensante- de los racionalistas) unifica todos los fenómenos de la experiencia interna; la idea de Mundo, en tanto que totalización de los fenómenos conectados por relaciones de causalidad (la substancia material -o substancia extensa- de los racionalistas) unifica todos los fenómenos de la experiencia externa; y ambas (la experiencia interna y la externa) se unifican en la idea de Dios (la substancia infinita de los racionalistas). Las ideas trascendentales permiten pensar los fenómenos en su totalidad, pero no conocerlos, pues carecen de contenido empírico. Sin embargo, la metafísica tradicional, a la que Kant califica de dogmática, ha intentado adquirir conocimiento científico de las ideas trascendentales, aun cuando éstas se encuentran más allá de la experiencia. Al ejercer este uso ilegítimo, la razón incurre en una serie de errores. Tres eran las disciplinas en que se dividía tradicionalmente la metafísica especial: 1. La Psicología racional estudiaba la idea de Alma. La especulación pura (sin apoyo en la experiencia) sobre la idea de Alma originaba paralogismos, esto es, razonamientos lógicamente engañosos que nos inducen a creer en la existencia del alma como substancia simple. Hay cuatro paralogismos: el de la substancia, el de la simplicidad, el de la personalidad y el de la idealidad exterior. 2. La Cosmología se ocupaba de la idea de Mundo como totalidad de los fenómenos unidos por relaciones de causalidad. La especulación pura (sin apoyo en la experiencia) sobre la idea de Mundo incurría en antinomias. Una antinomia es una contradicción que resulta de la posibilidad de demostrar dos proposiciones opuestas, a las que se llaman, respectivamente, tesis y antítesis. Hay cuatro antinomias: la de cantidad, la de cualidad, la de relación y la de modalidad. 3. La Teología racional analizaba la idea de Dios. Kant llama ideal de la razón pura a la pretensión de conocer científicamente la idea de Dios. Kant procede a analizar los argumentos sobre la existencia de Dios y concluye que solo hay tres y ninguno de ellos es válido: 1) Argumento teleológico: Intenta demostrar la existencia de Dios apoyándose en el orden del mundo (5ª vía de Santo Tomás); 2) Argumento cosmológico: Se fundamente en el hecho de que en el mundo existen seres y que dichos seres, no teniendo en sí la razón de existir, forzosamente han de depender de una causa primera (vías 1ª, 2ª y 3ª de Santo Tomás); y 3) Argumento ontológico: Expuesto originalmente por San Anselmo y recogido por Descartes, afirma que de la perfección de Dios se puede inferir su existencia. Kant sostendrá que la prueba ontológica es falsa, pues, como ya señalara Santo Tomás, realiza un salto ilegítimo de la idea a la cosa; posteriormente reducirá la prueba cosmológica a la ontológica (partiendo de los seres del mundo y aplicando el principio de 5 causalidad, se remonta hasta la idea de Dios para, a continuación, afirmar su existencia) y, por último, la teleológica a la cosmológica (si existe un orden, dicho orden ha de ser causado…). Como se ve, a los ojos de Kant, todas las pruebas caen en el mismo error, a saber, en todas, de unas u otras maneras, la razón se evade de la disciplina de la experiencia y en aras de su propia dinámica discursiva progresa hasta la idea de un ser absolutamente incondicionado que es la causa de todas las cosas y, posteriormente, afirma que lo representado en dicha idea existe en la realidad. Conclusión Las ideas de la razón pura (Alma, Mundo y Dios) no pueden proporcionarnos conocimiento, porque no resultan plenificables con contenidos empíricos o, lo que es lo mismo, no encontramos fenómenos que puedan constituir el objeto de estudio de la Metafísica. Por tanto, es evidente que la Metafísica resulta imposible como ciencia. Ahora bien, la razón pura segrega dichas ideas en virtud de una tendencia inevitable hacia la unificación del conocimiento. Además, dichas ideas pueden poseer un uso regulativo: negativamente, marcan los límites del conocimiento y, positivamente, sirven de acicate a nuestras facultades cognoscitivas, atrayéndolas hacia síntesis más completas. Pero dichas síntesis solo poseerán valor científico si permanecen dentro del campo de la experiencia sensible. Los sistemas metafísicos resultan imposibles. La metafísica dogmática, pues, no puede ser mantenida en el futuro. Ahora bien, donde muere dicha metafísica, nace otra nueva, a saber, la metafísica como tratado del método, es decir, la metafísica crítica, que trata de vigilar la marcha de la razón, estableciendo sus principios, su valor y su alcance y procurando reprimir, por medio de la crítica más severa, la irresistible tendencia a sobrepasar los límites impuestos por la naturaleza a nuestras capacidades cognoscitivas. 6