una espada te traspasará el alma

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PIERRE BENOIT
UNA ESPADA TE TRASPASARÁ EL ALMA
Damos aquí un excelente ejemplo de exégesis bíblica mariana, de acuerdo con la actual
tendencia que descubre en María la personificación del «Resto de Israel» y de la
Iglesia naciente.
Un Glaive te Transpercera l'Ame, The Catholic Biblical Quarterly, 25 (1963), 251-261.
Lc 2,34-35: «He aquí que éste está puesto para caída y resurgimiento de muchos en
Israel, y como signo de contradicción --y a ti misma una espada te traspasará el alma
(v 35a)--, para que salgan a luz los pensamientos del fondo de muchos corazones» (v
35b).
Estos versículos representan un problema serio para los exegetas. Problema ya antiguo.
¿El versículo 35a es un paréntesis? ¿Podemos decir que dicho versículo no es un
paréntesis, sino que se relaciona con el 34 y el 35b? ¿En qué sentido? ¿De qué espada se
trata?
Dejando para después la exposición de las diversas soluciones intentadas ya desde los
Santos Padres, empezaremos por exponer nuestra propia opinión.
María, figura típica de Israel
Nuestra solución emparenta a Lucas con Ezequiel. En primer lugar desde un punto de
vista formal. En efecto, la espada es palabra usada en la Escritura tanto en sentido real,
como en sentido metafórico (la lengua, la trasgresión, etc.), y sobre todo en sentido real
y simbólico a la vez: el castigo de Dios, la espada que junto con el hambre y la peste va
a diezmar al pueblo infiel. Así, por ejemplo, en Ez 5; 6; 21. En Ez 14,17 hallamos una
frase muy parecida a la de Lucas: "si yo atrajere sobre aquel país la espada y dijere: la
espada pasará por el país...". Las palabras espada (rhomphaía) , y pasará o traspasará
(formas de diérchesthai) son las mismas que emplea Lucas, de suerte que muchos
exegetas se han inclinado a ver en Ez 14,17 la fuente de Lc 2,35a. Pero en este caso
María debería personificar a Israel, a quien Dios castiga. Y frente a esta solución algo
compleja, parecen existir otras más sencillas: la espada que traspasa puede referirse
también a un dolor personal de, María (estas dos palabras tienen también dicho sentido
en la Biblia). Sin embargo esta interpretación obvia no ayuda a comprender la relación
del v 35a con su contexto: ¿,qué tiene que ver el dolor del corazón de María con la crisis
de Israel anunciada en el v 34? Esto, nos llevaría a simpatizar con el parentesco LucasEzequiel. Estudiemos el fondo de esta solución, solución que nos ha sido sugerida por el
análisis formal realizado ya.
Examinaremos las dos piezas de la solución: el traspasar y la espada. En primer lugar,
en el Antiguo Testamento, Dios traspasa y recorre Israel vengadoramente. Pero un país
no es el corazón de una mujer... Si Ez 14,17 se ha de emparentar con la espada que
atraviesa a María, María debe personificar a Israel. Ahora bien, la personificación de
Israel en una mujer es cosa frecuente en el Antiguo Testamento: el mismo Ezequiel
habla de dos hermanas Oholá y Oholibá (Samaría y Jerusalén) cuyos hijos e hijas
perecerán bajo la espada del enemigo a quien Yahvé conduce; para, los profetas, Israel
es la Hija de Sión, a veces virgen, a veces madre, mujer que da a luz en el dolor, esposa
infiel a quien Yahvé corrige y reconduce a sí, humillada pero socorrida, llamada desde
entonces al gozo mesiánico. Y Lucas toma esta tipología del Antiguo Testamento en sus
dos primeros capítulos: en el saludo del ángel a María, resuenan las llamadas a Israel al
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júbilo y a deponer todo temor porque Yahvé está en medio de su pueblo (Sof 3,14-17;
Zac 9,9; Jl 2,21.27); y es en los labios de la Hija de Sión "humillada" donde se explica
plenamente el Magníficat, el cántico del encumbramiento de los humildes. Dentro de
esta perspectiva se hace muy verosímil que Lucas prosiga la personificación de Israel en
María también en la escena de la Presentación. Es a la Hija de Sión a la que se dirige el
anciano Simeón. En la persona de María se le anuncia á Israel que será atravesado por la
espada de Yahvé.
Vayamos al segundo elemento, la espada. Analicémoslo a propósito de una dificultad de
A. Feuillet: la espada en Ezequiel simboliza la guerra que caerá sobre Israel, como
castigo de sus crímenes, y su resultado, la muerte violenta; esto no puede aplicarse
directamente a María, aun en caso de que represente aquí la colectividad de Israel, la
hija de Sión. Sin embargo, nosotros hemos de notar que en el mismo Ezequiel la espada
simboliza también el juicio que discrimina y separa; ella deja siempre un Resto que
sobrevive y que consolará los llantos provocados por la ruina: en el capítulo 14 Noé,
Daniel y Job son hallados dignos de perdón; en los cc. 5, 6, 12 y 17, existe siempre un
Resto al que se perdona, no por sus méritos, sino para que sean en el exilio los testigos
de Yahvé. La espada; pues, discrimina, cómo Cristo, "signo de contradicción" (v 34):
será causa de que unos caigan, mientras que otros se mantendrán.
No sólo en Ezequiel la espada discrimina, sino que incluso en los Oracles Sibyllins
(3,316) se habla de que la "espada atravesará por en medio" de Egipto, en una guerra
civil: la espada que establece división. Aunque no creamos en el influjo de estos
Oráculos sobre Lucas (como algunos pretenden), no podemos olvidar el sentido
corriente que ya había tomado en el siglo II a. J.C. la "espada que atraviesa". En Lucas,
la espada atravesará el alma del pueblo escogido dividiéndolo en pro o en contra de
Jesús.
Más aún, otros textos bíblicos todavía concretan más: la. espada que discrimina y
separa, es la Palabra de Yahvé en boca de Cristo glorioso (Ap 1,16; 2,12.16; 19,15.21),
llamado el "Verbo de Dios" (Ap 19,13). También Isaías (49,2) habla de la boca del
Siervo de Yahvé como "espada cortante" y cuatro versículos más tarde llama al mismo
Siervo "luz de las gentes" (v 6) ¿No tendría presente Lucas estos versículos, esta
Palabra reveladora que viene en Cristo y que trae la luz y salvación, pero también el
juicio y la división? Hebr 4,12 llegará a hablar de la Palabra de Dios como la espada de
doble filo que llega hasta la división del alma y del espíritu...
Concluyamos nuestra solución: no sólo el parentesco formal con Ez 14,17, sino la
coherencia de la solución y la perfecta situación del 35a entre los vv 34 y 35b confirman
nuestra opinión; opinión que, por otra parte, ha sido ya sugerida más o menos
claramente por H. Sablin, M. Black, R. Laurentin y M.-E. Boismard. Según esto, la
crisis de Israel (v 34) es comparada a una espada que discrimina (35a) y cuya finalidad
es poner de manifiesto los secretos pensamientos del pueblo (35b), pensamientos que en
su mayoría se mostrarán perversos (sentido peyorativo de dialogismoí en Lucas). Y
ambos versículos son el eco, el desarrollo de los vv 30-32: la iluminación de los gentiles
debería ser la gloria de Israel (el plan anunciado por los profetas), pero la libre negativa
de- los judíos (vv 34-35) conduce a la cruz y entraña el anuncio directo del Evangelio a
los paganos. Es el elíptico del drama de la salvación, elíptico que Lucas repetirá en los
Actos de los Apóstoles, y que en esta ocasión Simeón profetiza con tanta fuerza.
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Historia y critica de la exégesis patrística
Resumamos las diversas interpretaciones que se han dado a estos vv 34-35 a través de la
historia. Los Padres griegos se inclinan por una interpretación metafórica de la espada;
sin embargo, el genio de Orígenes compromete a sus sucesores -San Basilio y san Cirilo
de Alejandría entre otros- en una interpretación hoy inusitada: la espada se refería a las
dudas de fe que María tendría al pie de la cruz, al preguntarse, ante su Hijo humillado, si
realmente sería Hijo de Dios. Esta interpretación fue modificándose con el tiempo para
hacerse más. sostenible: las dudas de fe se transformaron en angustia, pensamientos
torturantes, prueba permitida por Dios. En suma, prueba personal de María, al pie de la
cruz. (Sólo Timoteo de Jerusalén en el siglo VI la refiere a la pérdida del Niño en el
Templo).
Los Padres latinos estudiaron poco este tema, ya que la fiesta de la Presentación (o del
Encuentro) no se introdujo en Occidente hasta el siglo VI. Ambrosio, más que atribuir
la espada a falta de luz en María, cree que se debe a exceso de luz sobre el misterio de
su Hijo. Paulino de Nola y Agustín lanzan, por fin, la interpretación que se ha hecho
tradicional: la espada son los dolores de compasión de la madre bajo la cruz de su Hijo.
El medioevo tomará esta exégesis y hablará de dolores de María que son dolores de
parto en los que nos engendra.
Así pues, tanto en Oriente como en Occidente se acaba pensando en la cruz, y en María
al pie de la cruz. Sin embargo, no se logra resolver el problema exegético, ya que no se
consigue relacionar el v 35a con el 35b. Se dan a este último soluciones muy variadas:
Orígenes piensa en el perdón de los pecados, fruto de la pasión de Cristo; Basilio habla
del rápido recuperar de la fe de María y los apóstoles; Leoncio de Nápoles se refiere a
los pensamientos buenos y malos manifestados en la pasión; para Sofronio de Jerusalén
estos pensamientos se manifiestan también a propósito de los padecimientos de María;
Agustín precisa que se trata de los pensamientos de los judíos y de los discípulos...
Estas divergentes interpretaciones muestran que hay dificultades de base sin solucionar;
dificultades que a nuestro juicio se reducen a dos: se restringe excesivamente la idea a la
persona de María, y por otra parte se limita demasiado al Calvario. Analicemos estas
dos dificultades.
Tendemos de modo espontáneo -y lo mismo les ocurría a los Padres- a profundizar en la
psicología de María. Pero se puede pensar que, haciendo esto, no respetamos
enteramente la mentalidad de san Lucas. Para él, como para todos los autores del Nuevo
Testamento, la psicología de los personajes interesa menos que su papel en la historia de
la salud. Ellos están concebidos y presentados como acontecimientos históricos de
salvación. Esto es verdad incluso en el caso de Jesús. Y lo es más todavía en María, que
no desempeña, aun en estas escenas de la infa ncia, más que un papel subordinado al de
Jesús. Puede verse en algunas escenas particulares, tales como la de la Anunciación, en
que la exégesis se equivoca cuando se dedica a analizar la psicología de María haciendo
pasar la aceptación de su "fiat" delante de la enseñanza esencial del diálogo: el
nacimiento virginal del Mesías davídico. Se ve también en el encadenamiento de las
escenas, en las que todo está centrado en el personaje de Jesús, en su significación
soteriológica: anunciado como Hijo de una Vir gen, el Mesías Niño es declarado Señor,
superior a Juan Bautista (1,43-44); su misión de luz es anunciada a propósito de su
pequeño Precursor (1,7879); es proclamado Salvador y Cristo Señor por los ángeles
(2,11); en fin, la naturaleza y el modo de su misión salvadora son puestos en claro por
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Simeón, cuya profecía representa el culmen de esta manifestación creciente. La misma
descripción de la ceremonia, en que se encuadra esta profecía, está centrada en Jesús
más bien que en María como lo hubiera querido la exactitud del ritual judío. Todo esto
desaconseja restringir un versículo a la psicología particular de María, sobre todo si es
preciso destruir la homogeneidad del conjunto separando este versículo del contexto a
modo de paréntesis. Es mejor mantener este versículo en el horizonte del conjunto, que
es el del plan de la salud en su desarrollo histórico. Para situar a este nivel el personaje
de María, disponemos de otra solución: en lugar de su psicología individual, su papel
colectivo de antitipo de la Hija de Sión, que hace de ella la comunidad mesiánica en el
momento decisivo de la venida del Mesías.
Es precisamente de esta venida de lo que se trata en toda esta escena y no de la cruz. Es
el pequeño Mesías Niño a quien acoge Simeón en su primera entrada en el Templo.
Simeón anuncia lo que esta venida va a significar para el mundo: la luz de la salud para
los paganos, una crisis en Israel. Sin duda esta crisis culminará en el Calvario, pero él
no lo dice. Objetivamente consideradas y hecha abstracción de una larga costumbre en
la manera de leerlas, sus palabras no hacen ninguna alusión al desenlace de la cruz.
Ellas no lo excluyen, pero no lo precisan; y se puede creer que Lucas, el historiador,
conocía bastante bien su oficio. para no forzar demasiado las semejanzas. Sus dos
primeros capítulos enseñan con vigor el valor soteriológico de la venida de Jesús al
mundo, y esta venida es la que provocará la crisis en la que la misma alma del pueblo
mesiánico será desgarrada.
El verdadero sentido de la tipología
Pero ¿esta exégesis no reduce desmesuradamente el papel personal de María en la obra
dula salud? O, para formular igualmente la objeción en el plano literario, ¿qué
necesidad había de dirigirse directamente a María en los vv 34 y sobre todo 35a, si ella
no es aquí más que una personificación simbólica de Israel?
La respuesta a esta dificultad nos ayudará a percibir el profundo realismo del papel de
María según esta misma personificación. La objeción se inspira en definitiva en una
falsa concepción de la tipología. Considera el "tipo", y su "antitipo", como meros
símbolos o figuras literarias. María sería evocada allí como una representación
metafórica de Israel. Pero no se trata de esto. El tipo y su antitipo, persona o
acontecimiento, son ante todo realidades históricas que tienen significación por su
misma existencia. Sin duda la presentación literaria que da de él la Escritura tiene su
importancia para precisar la significación del tipo. No es menos verdad que él vale por
sí mismo, como una realidad suscitada en la historia con todo lo que ella tiene de
riqueza existencial. El antitipo, igualmente suscitado por Dios, corresponde al tipo en lo
que éste tiene de riqueza, de valores homogéneos, pero en un sentido más pleno, en la
manifestación de la realización mesiánica. María, Hija de Israel, salida de en medio de
los Pobres, escogida para ser la Madre del Mesías, lleva verdaderamente en su persona
concreta el destino del pueblo escogido. En nombre del pequeño Resto, esta verdadera
"Hija de Sión" acoge al Mesías con obediencia y alegría, pero ella debe también verse
desgarrada por la repulsa de muchos.
En efecto, su caso eminente desborda los límites de la tipología ordinaria. Se asemeja
más bien, guardadas las debidas proporciones, al de su Hijo, el Mesías. Pues si Jesús
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recapitula y da cumplimiento en su persona a los prenuncios que son Moisés, "el"
Profeta (Dt 18,15ss), el Mesías, el Servidor, el Hijo del Hombre, él es mucho más que
su "antitipo". El es el Enviado único y definitivo que anuda en su Persona y en su obra
de salud estas incoaciones dispar res. Ahora bien el Antiguo Testamento presenta, al
lado de la corriente que prepara al Mesías, una corriente inferior pero paralela que
prepara la comunidad mesiánica. Es precisamente la personificación femenina de la
Virgen de Israel o Hija de Sión. Se puede pensar que esta corriente secundaria
desemboca en María, como la corriente principal desemboca en Jesús. Aunque de
formas profundamente diferentes, ambos llevan en sí los destinos del Mesías y de su
pueblo. En María, es la comunidad mesiánica la que da nacimiento al Mesías, según los
vaticinios de los Profetas; en Jesús, confiando sus discípulos a su Madre (Jn 19,26-27),
es el Mesías el que da su salud al nuevo pueblo. Esta, al menos, parece que es la
enseñanza de la tipología de la Hija de Sión, tal como se la encuentra particularmente en
Lucas y en los escritos de Juan.
María, en su persona viva y en su corazón de carne, lleva la tragedia de su pueblo. Y la
lleva de modo tan real que ella siente, la primera, todas las repercusiones de su drama:
no solamente las alegrías de la acogida, sino también el bochorno de la repulsa. El
sufrimiento supremo de Jesús, a lo largo de todo su ministerio y finalmente en la cruz,
¿no ha sido el ver a Israel cerrarse a la salud? Este fue también el sufrimiento más
hondo de su Madre a lo largo de la vida pública y en el Calvario: ver a su Hijo
rechazado por los hijos del pueblo que ella llevaba en su carne y en su corazón.
Nosotros incorporamos así la psicología de María y llegamos al Calvario, pero, como se
ve, dando un rodeo enriquecedor. De lo que se trata es no solamente de la angustia de
una madre afligida por la agonía de su hijo, sino del dolor mucho más noble y más
grande de la Mujer que lleva en su corazón el destino de todo un pueblo, y aun del
género humano, y a quien entristece la indiferencia o la contradicción de todos los que
rehúsan y rehusarán la salud por su hijo. Y este dolor no está limitado al drama del
Calvario. Es el de toda una vida, de la que el Calvario representa sin duda la
culminación, pero que comenzó en la escena de la Presentación, y durante la cual,
siguiendo los pasos de su Hijo, en su camino de abyección y de fracaso,. María ha
vivido, día tras día, la crisis en que debía sucumbir la mayoría de Israel.
En esta ocasión, como en tantas otras, una exégesis lealmente critica encuentra
centuplicado lo que se había creído perder. Una mariología así comprendida no
disminuye el papel de María sino que lo exalta. En lugar de confinarla en su virtud
persona l, aunque fue heroica, y en sus sufrimientos privados, realmente inmensos, la
coloca en su puesto en el orden de la salud, como llevando en ella ante Dios al pueblo
elegido del pasado y a la Iglesia del porvenir,, compartiendo el drama, las crisis, el
desenvolvimiento laborioso de la humanidad llamada a recibir a Cristo, asociada a su
Hijo en el plan colectivo en que se juega el destino del pueblo mesiánico, dando a luz al
Mesías con dolor (Ap 12,2) y recibiendo de él la salud. En este terreno tipológico,
sanamente encontrado en la Escritura, se elaborará mejor, según parece, la doctrina de la
maternidad espiritual de María y de la parte que ella ha tenido, como Madre, en la obra
de redención del Hijo.
Tradujo y condensó: VICENTE LÓPEZ DÍE
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