heteronormativo

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MARÍA VICTORIA CARRERA FERNÁNDEZ
MARÍA LAMEIRAS FERNÁNDEZ
YOLANDA RODRÍGUEZ CASTRO
Heteronormatividad, cultura y educación
Un análisis a propósito de “XXY”
RESUMEN: En este trabajo analizamos el modelo de género heteronormativo (dos sexos/
dos géneros/heterosexualidad) a través de la película XXY (Puenzo, 2007). En primer lugar
hacemos una aproximación conceptual al carácter construido de las categorías sexo/género,
para abordar a continuación las diferentes fases del proceso “idealizado” de construcción de
la identidad sexual. Posteriormente, presentamos otras identidades sexuales que transgreden
las rígidas normas de género, haciendo un especial énfasis en la intersexualidad, y abordamos
la violencia que sufren estos colectivos. Finalmente se analiza la película XXY, seleccionando y comentando aquellos fragmentos más significativos. Terminamos este artículo con una
propuesta educativa que permita avanzar de la injusticia de la desigualdad a la riqueza de la
diferencia.
PALABRAS CLAVE: Sexo/género, heteronormatividad, socialización de género, intersexualidad, violencia, educación.
“Cuanto más buscamos una base física simple para el sexo,
más claro resulta que “sexo” no es una categoría puramente
física. Las señales y funciones corporales que definimos
como masculinas o femeninas están ya imbricadas en
nuestras concepciones del género”
(Fausto-Sterling, 2006, p. 19)
Introducción
El objetivo de este trabajo es analizar el modelo de género heteronormativo
(dos sexos/dos géneros/heterosexualidad) a través de la película XXY (Puenzo,
2007). Para la consecución de dicho objetivo haremos, en primer lugar, una
aproximación conceptual a la identidad sexual, así como a su desarrollo y
construcción. Para ello explicitaremos lo que entendemos por sexo y género,
analizando a continuación el proceso de construcción y legitimización del
InterseXiones 4: 45-76, 2013.
ISSN-2171-1879
RECIBIDO: 05-12-2012 ACEPTADO: 18-02-2013
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
sistema dos sexos/dos géneros-heterosexualidad sobre el que se erige la sociedad
occidental, negando la extraordinaria diversidad de identidades sexuales que
cuestionan y subvierten la rigidez impuesta por el supuesto naturalismo que,
sobre la base del dimorfismo sexual aparente, encasilla a las personas en base a
rígidos estereotipos y roles, que les subordinan y jerarquizan de acuerdo a unos
intereses androcentristas y patriarcales.
A continuación presentaremos otras formas de ser persona, otras
identidades sexuales que transgreden las rígidas normas de género, haciendo un
especial énfasis en la intersexualidad; y abordaremos la violencia que sufren estos
colectivos, que es de hecho violencia de género. Posteriormente, se analizará la
película XXY seleccionando aquellos fragmentos más significativos en base a
estas líneas argumentales. Finalmente, nuestro trabajo termina con una propuesta
que, de ser aceptada y asumida por todos/as, especialmente por aquellas personas
que trabajan en el ámbito educativo, permitirá ampliar las “estrecheces” del rígido
modelo de género, abriendo nuevas posibilidades de ser y de posicionarnos en el
mundo más allá del binario varón/mujer, a través de la categoría más inclusiva y
abarcadora: la categoría “persona”.
1. Sexo y género: dos constructos sociales
Analizar el desarrollo de la identidad sexual y de género no es una tarea sencilla, y el primer escollo del camino se encuentra en la propia delimitación
conceptual de lo que se entiende por identidad sexual. En esta línea, considerar
el sexo como el conjunto de categorías biológicas que diferencian a las mujeres y
a los hombres, y el género como el conjunto de características socialmente aceptadas como adecuadas para éstas y éstos, deriva a una extremada simplicidad y
contraposición de ambas realidades, a partir de las cuales no podremos abordar
la complejidad que caracteriza a la identidad. Así, si bien es cierto que estas definiciones han sido ampliamente aceptadas y utilizadas (Vergara y Paéz, 1993), en
las últimas décadas han aparecido voces críticas que, continuando y superando
la tradición feminista de los 60, que supuso la definitiva “desnaturalización” del
género, han denunciado también el carácter construido del sexo.
No sólo el género “masculino” o “femenino” responde a una construcción social, como bien denunció Simone de Beauvoir en su célebre obra El
segundo sexo (publicada en Francia en 1949 y que no empezaría a difundirse a
nivel internacional hasta 1953) al señalar que “una no nace mujer, sino que llega
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a serlo”, sino que también la categoría sexual “hombre” y “mujer” es susceptible
de problematización, al ser un constructo cultural que nos preexiste. Es decir,
como denuncia Butler en su obra El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad (1990), en la que constituye su principal premisa, no sólo
el género es socialmente construido; la propia categoría sexo también los es. No
nacemos pues, ni como hombres ni como mujeres, ni como masculinos o femeninos, sino que nacemos personas, obviamente con una realidad corporal concreta
que la cultura se encargará de significar, encasillando de forma excluyente en dos
categorías opuestas.
Así, Butler (1993) retoma la frase central del discurso de Beauvoir,
destacando que, si bien en ella la autora no menciona los conceptos de sexo
y de género, ahí reside implícitamente la distinción que tradicionalmente se ha
hecho entre ambas categorías. De forma que ese “llegar a ser” deja entrever que
existe algo dado y natural, que nos preexiste (el sexo), así como algo cultural y
construido que nos constituye jerárquicamente diferentes como hombres y como
mujeres (el género). Presentando el sexo como un sustrato natural y prediscursivo, como una base o superficie en la cual se fija el género. De modo que, Butler
parte de esta premisa y la trasciende destacando que la categoría “mujer”, presentada como “natural” y prediscursiva, que propone Beauvoir es problemática.
Puesto que el dualismo de Beauvoir “mente-cuerpo” o “nurture-nature” favorece
la jerarquía de los géneros, pues el cuerpo sexuado está abierto a múltiples elaboraciones culturales, más allá de los dos géneros convencionales. De esta forma
Butler (1990) no sólo cuestiona el dimorfismo sexual, sino la misma naturalidad
del sexo. Sexo y género no pueden ser diferenciados ya que ambos son elaboraciones culturales. Presenta, por tanto, una descripción no dualista del cuerpo
(Fausto-Sterling, 2006), señalando que cada vez que intentamos volver al cuerpo
como algo que existe con anterioridad a la socialización, al discurso sobre lo
masculino y lo femenino, descubrimos que la materia está colmada por los discursos sobre el sexo que prefiguran y constriñen los usos que pueden darse a ese
término (Butler, 1993).
Así, desnaturalizando el sexo desde la categoría del género, se pasa
del movimiento del sexo al género, preconizado por Beauvoir, al movimiento
del género al sexo, colocando al sujeto en el lugar del efecto. Consecuentemente,
sexo y género pertenecen al mismo ámbito de realidad construido por la cultura,
por una cultura que, sedimentada por el tiempo, tiene efectos “naturalizadores”,
convirtiendo sus construcciones como independientes y anteriores a sí misma
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
(Burgos, 2008). El sexo, según Butler, es ya género, concretamente la lectura
binaria que hacemos del cuerpo, en torno a dos casillas –hombre y mujer-, es tan
socialmente construida como el género (Butler, 2001a).
Por tanto, Butler no “aniquila” o “destruye” el cuerpo”, de lo que no
pocas veces ha sido acusada (Preciado, 2002), sino que observa la realidad corporal, que obviamente no pone en duda, desde el contexto sociocultural en el que se
sitúa. Y desde esta perspectiva, afirma que la noción de sexo es una noción cultural, ya que lo que hay, en último término, es género construido. Acceder al cuerpo
sin utilizar los significados culturales es una tarea imposible, ya que la persona
que observa e identifica esta realidad cultural está empapada de un lenguaje y de
unos significados culturales. Así, lo que constituye el carácter fijo del cuerpo, sus
contornos o sus movimientos son plenamente materiales, pero esta materialidad
sólo puede ser entendida como efecto del poder. Y desde esta premisa, el cuerpo
no es, sin más, material, no es materia pura, ya que lo que llamamos “material”
es un proceso de “materialización” consistente en una dinámica de atribución de
significado e inteligibilidad, de forma que la única sustancia que Butler reconoce
es la de las palabras y sus construcciones culturales (Butler, 2002).
Sin embargo, comprender este carácter construido del sexo que denuncia Butler, sigue resultando complejo y opaco, siendo todavía una proposición incorregible (Kessler y Mckenna, 1978) la idea de que sólo hay dos sexos. Siendo,
en definitiva, una idea fuertemente interiorizada y de las que nos resulta difícil
desprendernos, incluso a aquellas personas que somos conscientes de su falacia.
El cuerpo de las personas intersexuadas, personas que no encajan en el binario
varón-mujer, sino que lo superan, ya que poseen cuerpos heterodoxos, cuya anatomía genital es catalogada como doble, ambigua, errónea, dudosa o mixta, al no
adaptarse de forma excluyente al dimorfismo sexual masculino-femenino (Nieto,
2003a) - subvirtiendo el rígido modelo dos sexos-dos géneros y desafiando no
sólo las normas anatómicas, sino fundamentalmente las reglas sociales de lo que
es “normal” y “legítimo” y de lo que es “aberrante” e “ilegítimo”-; aporta “materialidad” y “credibilidad” a las premisas propuestas por Butler, que podrían ser
consideradas meramente especulativas.
En este contexto es esclarecedora la aportación de la bióloga feminista
Fausto-Sterling (2006) a través de la visibilización del cuerpo de los intersexuales; en esta línea, la bióloga feminista destaca que “machos” y “hembras” se
sitúan en los extremos de un continuo biológico, pero que hay muchos otros cuer-
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pos, tal y como evidencian las personas que presentan cuerpos intersexuados. En
su libro Sexing the body publicado en el año 2000 y traducido al español como
Cuerpos Sexuados. La práctica de género y la construcción de la sexualidad
(2006) señala como el conocimiento médico y científico de la anatomía y la fisiología adquiere género, tal y como se evidencia en la carencia de estudios sobre
las distribuciones normales de la anatomía genital, así como el desinterés de la
medicina en esos datos. Y destaca que “simplemente, el sexo de un cuerpo es un
asunto demasiado complejo. No hay blanco o negro, sino grados de diferencia
(...) Etiquetar a alguien como varón o como mujer es una decisión social. El conocimiento científico puede ayudarnos, pero sólo nuestra concepción del género,
y no la ciencia, puede definir nuestro sexo” (Fausto-Sterling, 2006, p. 18).
De esta forma, la teoría de Butler de la construcción cultural del sexo,
avalada por los cuerpos de los/as intersexuales, denuncia la inutilidad de los dualismos, de admitir la existencia de dos procesos independientes (naturaleza-ambiente) para el análisis feminista, al no permitirles un modelo “adecuado de pensar el desarrollo humano” y empujarles a un “callejón científico sin salida”
(Fausto-Sterling, 2006, p. 281). Al igual que Fausto-Sterling, el médico Thomas
Laqueur (1994) destaca que no hay pruebas concluyentes sobre la dualidad de
sexo, ni posibilidades de acceder a “hechos puros” por parte de la investigación
médica. Como “víctima” de las prácticas médicas “correctoras de la intersexualidad” la activista Charyl Chase denuncia también que “la ciencia produce, a través de una serie de operaciones enmascaradas lo que dice sólo observar” (2005,
p. 91). Estas teorías y testimonios corroboran desde la biología y la experiencia
vital las tesis filosóficas de Butler sobre la construcción del sexo.
En definitiva, la naturaleza de por sí tan sólo nos proporciona un
cuerpo, un cuerpo único e irrepetible con capacidad para sentir y disfrutar del
placer, siendo la realidad corporal lo único que es innato e inmanente. Mientras
que la cultura se encargará de aprovechar esta realidad corporal significándola, en
primer lugar como hombre o mujer, y posteriormente de forma “congruente”, a
través de los procesos de socialización, como masculino o femenino. Enfatizando
un único modelo legítimo de ser persona, que se presenta como “el natural” y
“normal” frente al “contranatura”, lo “anormal” o “patológico”, a través de dos
sexos-dos géneros y una orientación heterosexual (Carrera, DePalma y Lameiras,
2012). Reforzando la lógica de asimetría complementaria de los sexos y de los
géneros, lo que posibilita la heterosexualidad como única opción legítima; sobre la
que, en definitiva, se construye la sociedad patriarcal. Reproduciendo así el status
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
quo y apuntalando con ello el orden social existente. Veamos a continuación,
brevemente, cómo se desarrolla y en qué consiste este proceso de socialización
construido a partir de la “marca corporal”.
2. El proceso idealizado de desarrollo de la identidad sexual en
el marco heteronormativo
A pesar de esta deconstrucción o desencialización de las categorías
sexo-género por parte de la crítica feminista y especialmente de la Teoría Queer,
estas premisas no son, ni mucho menos, compartidas y ampliamente aceptadas.
De hecho, el proceso de construcción del dimorfismo sexual aparente, sobre el
que se asienta, como hemos visto, el paradigma esencialista del género, continúa
constituyendo el vértice en torno al cual la cultura occidental se ha organizado y
desarrollado, destacando el carácter inmanente y natural del mismo.
Este proceso comienza con la procreación o reproducción sexual, que
la especie humana comparte con las especies animales más evolucionadas y que
es posible gracias al dimorfismo sexual, es decir, a la existencia de cuerpos con
órganos sexuales diferenciados, lo que no supone necesariamente afirmar que se
nace hombres o mujeres, sino simplemente con una realidad corporal diferente
que la cultura se encargará de “significar”. Desarrollándose en varios niveles
que se inician en la vida intrauterina y se prolongan a lo largo de toda la vida
de la persona, cuyo desarrollo “natural”, “normal” y “no patológico” implicará
que una combinación cromosómica XX dará lugar a un fenotipo “femenino”, así
como a unos rasgos y roles de género “femeninos”, y una combinación cromosómica XY devendrá en un fenotipo “masculino”, así como en aquellos rasgos
y roles considerados tradicionalmente como “masculinos”. Ambas identidades
culminadas con una orientación heterosexual.
No obstante, este proceso idealizado, enmascara muchas veces
excepciones o divergencias de la regla, pues el dimorfismo sexual absoluto no
es tal, existiendo casos de ambigüedad sexual o intersexualidad en los bebés
recién nacidos, que tal y como se ha destacado anteriormente, presentan no
sólo características anatómicas a la vez “masculinas” y “femeninas” u órganos
genitales que no concuerdan con su sexo genético, sino también diferentes
combinaciones genéticas que demuestran que la combinaciones XX y XY
no son exclusivas. De hecho, Fausto-Sterling (2006) analizando la literatura
médica con un grupo de estudiantes de la Universidad de Brown sobre bebés
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intersexuales, identificó un porcentaje del 1.7% de todos los nacimientos, que
recomienda tomar como un orden de magnitud, no como una estimación precisa.
Dato que implica la existencia de una significativa realidad, hasta el momento
escasamente conocida, y que contrasta con el conocimiento de otras variaciones
individuales más infrecuentes, como podría ser, por ejemplo, el albinismo - que
se cifra en una proporción de 1 por cada 20.000 nacimientos. En lo que constituye
una estrategia de “silenciación” que pone de relieve el carácter interesado de la
ciencia, impregnado de los significados y los discursos de lo que constituye o
debe constituir el “sexo verdadero”.
De la misma forma, en ausencia de ambigüedad sexual en el
nacimiento, es muy frecuente encontrarnos con “mujeres” que tienen vello facial
o la voz grave, y con “hombres” sin vello facial y la voz aguda; y que por tanto
no responden de forma absoluta al dimorfismo sexual somático que se espera
para ambos. Por ello, el sistema de dos sexos sobre el que está construida nuestra
sociedad es claramente insuficiente para abarcar la totalidad de posibilidades
que permite la dimensión sexual (Fausto-Sterling, 1993, 2006). Las categorías
hombre y mujer sobre las que se erige la sociedad son fuertemente problemáticas,
lo que estaría evidenciando la necesidad de someterlas, tal y como destaca Burgos
(2005), a una crítica y revisión constante.
Así, cuando llega al mundo una nueva vida, justo en el momento
del nacimiento y en función de los genitales externos, se le asigna al bebé un
sexo de crianza. Para ello el/la obstetra escudriña su cuerpo, concretamente sus
genitales externos, y si éstos son ambiguos, es decir, si no son ni masculinos
ni femeninos o son las dos cosas a la vez se declara el estado de emergencia
médica, no disponiendo de tiempo que perder, ni siquiera para que los padres/
madres consulten a otras familias que han pasado por situaciones similares o
hablen con intersexuales adultos. De hecho, la única información que se le dará a
la familia para solicitar su consentimiento es que el niño o la niña tienen alguna
anomalía en su fisiología que debe ser corregida, y no que es una categoría sexual
alternativa a las dos rígidas “casillas” legitimadas.
Así, en breve el/la bebé abandonará el hospital con un solo sexo, “su sexo
verdadero”, siendo los médicos los “encargados” de llevar a término la supuesta
“intención” de la naturaleza. De modo que, los médicos se decantarán por las
dos únicas opciones legítimas, sirviéndose de las modernas técnicas quirúrgicas
para arreglar la ambigüedad genital de forma congruente al sexo de asignación,
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
proceso al que Fausto-Sterling (2006) ha denominado metafóricamente “calzador
quirúrgico”. Por este motivo, el/la bebé intersexual no ha existido ni existe en
nuestra cultura, representa un “ente” imaginario. El cuerpo que ha “ocupado”
en sus escasas horas de vida, será arrebatado y “corregido” sin demora por un
bisturí, que dirigido por una “mano divina”, le dará, por fin, su “sexo verdadero”.
Tras la asignación del sexo en el momento del nacimiento el proceso de formación
de la identidad no hace más que empezar. A partir de este momento se inicia la
tarea de imitar y repetir comportamientos, gestos, deseos y prácticas adecuadas
a nuestro sexo “heteroasignado”. De modo que, sobre las categorías construidas
hombre o mujer, especificadas de una vez y para siempre por el médico/a en
el momento del nacimiento y esgrimidas desde el supuesto naturalismo del
dimorfismo sexual aparente; la sociedad, a través de sus diferentes agentes de
socialización, se encargará de “continuar” esta inmensa “obra” de construcción
de la identidad, de forma que sobre la casilla “mujer” se edificará y estimulará
una identidad femenina y sobre la casilla “hombre” una identidad masculina,
ambas culminadas con una orientación sexual, “naturalmente” heterosexual.
Hasta el punto de que esta tarea rutinaria y mecánica se asume no ya como una
“ficción”, sino como una “verdad” (Burgos, 2005).
Dentro de este largo y complejo proceso diferencial de construcción
en femenino o en masculino, adquieren un papel crucial lo que Lauretis ha denominado “Tecnologías del género” (1987), basándose en el concepto de “tecnologías del sexo” propuesto por Foucault (1992). Reconociendo que el género
no es algo natural, una expresión específica de un cuerpo sexuado en femenino
o en masculino, sino que se va construyendo sobre los sujetos, construcción a lo
que éstos contribuyen, pero a la que también, afortunadamente, pueden resistirse,
transgrediéndola. Dentro de las tecnologías del género se incluirían todos aquellos discursos que a la vez que nombran y definen la feminidad y la masculinidad
también la producen y la reproducen, desplegados desde diferentes agentes de
socialización, tales como la escuela, la familia o los medios de comunicación, así
como desde diferentes disciplinas, como podrían ser la Medicina, la Psicología
o la Filosofía, entre otras muchas. Y en este aprender a “ser mujer” y a “ser varón” la heterosexualidad constituye también un rasgo normativo en el que somos
inconscientemente entrenados/as (Epstein, O’Flynn y Teldford, 2003; Renold,
2005).
El proceso de socialización se inicia en el mismo momento del nacimiento y se prolonga hasta el fin de nuestros días. Constantemente estamos
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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recibiendo mensajes sobre quiénes somos y qué se espera de nosotros/as, muchas
veces sin una conciencia clara por nuestra parte ni por parte de quien emite el
mensaje. Sin embargo, esta falta de conciencia no alivia la influencia de estos
mensajes en la formación de nuestra identidad. El proceso de socialización es
tan complejo que incluso los silencios o las realidades que se ocultan nos educan
o “deseducan”. No es posible, por tanto, por mucho que algunos se empeñen en
defender, “no educar”.
Así, no sólo es la escuela, en el ámbito de la educación formal quien
educa, sino que también, en un ámbito educativo informal, lo hacen otros importantes agentes de socialización, especialmente la familia y los medios de comunicación, y también los/as iguales, especialmente en la adolescencia (Font, 2005).
Por tanto, los/las docentes, los padres/madres, los/as iguales, la publicidad, las
películas, la literatura, los dibujos o los juguetes, son importantes agentes de
socialización de género, ya que constantemente, tanto en lo que explicitan como
en lo que ocultan, tejen una serie de discursos sobre quiénes y cómo son las
“mujeres” y los “hombres” de “verdad”. Esto pone de manifiesto que las normas
de género, esas normas que el niño/a está llamado a interpelar/reproducir desde
el mismo momento de su nacimiento son reglas institucionales, ya que el género
no es un proceso meramente individual, sino que se desarrolla en espacios de
socialización e interacción con las demás personas.
3. Otras identidades legítimas al margen del modelo dos sexos/
dos géneros/heterosexualidad
Así, el proceso de socialización será no sólo radicalmente diferente
para los niños y para las niñas, sino interesadamente jerarquizador, en aras de
normalizar la dominación masculina heteronormativa (Bordieu, 2000; De la
Cruz, 2003), invisibilizando o marginando a las mujeres y también, aunque
algunas veces se olvide, a todas aquellas personas que se apartan de la “legítima”
identidad dos sexos/dos géneros y una orientación heterosexual a través de
discursos heterosexistas.
Congruentemente con las anteriores premisas podemos afirmar que,
más allá del rígido modelo social de género, más allá de la linealidad que supone
la rígida congruencia de los binomios de la genitalidad (pene-vagina) y el género
(masculino-femenino) y de la orientación sexual que culmina la configuración de
la identidad (hegemónicamente heterosexual), se sitúan una amplia diversidad de
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
identidades, identidades que subvierten y transgreden la dicotomía sexo/género,
que ponen de manifiesto la posibilidad de situarse en el mundo con el otro a través del cuerpo sexuado de una forma radicalmente diferente (Lameiras y Carrera,
2009). Nos referimos a otras identidades legítimas, a otras formas de ser persona
al margen de las dicotomías pene-vagina, hombre-mujer y de la orientación heterosexual hegemónica.
Imposible clasificar y aprehender esta amplia y rica diversidad
(Garaizabal, 1998; Nieto, 1998; Vendrell, 2005), innecesario también. No
obstante, con un objetivo únicamente didáctico, y reconociendo la limitación y
rígida clasificación que supone categorizar lo diverso, cambiante y fluctuante,
podemos destacar las siguientes identidades sexuales situadas al margen del
rígido modelo dimórfico heterosexual occidental1: homosexualidad, lesbianismo
y bisexualidad, conformadas por personas cuya orientación sexual se aparta
de la heterosexualidad hegemónica; trasgeneridad, formada por sujetos cuyo
sexo biológico o genital no coincide con su género psicosocial; transexualidad,
constituida por personas que desean cambiar su cuerpo para adaptarlo al género
al que sienten que pertenecen; e intersexualidad, categoría en la que incluiríamos
a las personas cuya genitalidad o sexo biológico tiene a su vez características
masculinas y femeninas, y que reclaman su derecho a posicionarse en el mundo
al margen de las dos casillas opuestas, complementarias y excluyentes: hombre/
mujer.
La persona transexual siente que posee un cuerpo que no se
corresponde con su género psicosocial, y como respuesta a este sentimiento
subjetivo y emocional objetiva su cuerpo atendiendo a la forma preestablecida
por la sociedad y la cultura (Garaizabal, 1998). Para ello, el/la transexual,
rechaza el cuerpo biológico que le es dado, y en un acto que podría concebirse
como transgresor adopta la imagen del sexo en el que desea “incluirse”, sin
fisura ni ruptura social alguna, de forma que la “supuesta transgresión” se
desvanece al asumir e interiorizar sin crítica alguna el sistema social de un
sexo-un género que es pre-existente a su concienciación corporal (Nieto,
2003b). Así, “en este juego de espejos, el individuo (se) mira en/a la sociedad
para repudiar su cuerpo y simultáneamente aceptar el sistema de géneros”
1. Advertir que enunciar estas categorías no supone, ni pretende, la categorización rígida de las mismas, de modo
que reconocemos la flexibilidad y el carácter no permanente, permeable y cambiante de la identidad, que deja a la
subjetividad de cada persona su derecho a posicionarse en el mundo como sujeto único e irrepetible en cada momento, circunstancia o lugar, enfatizando, fundamentalmente, la categoría “persona”, sin duda la más abarcadora,
amplia y diversa; y a su vez, la más flexible, menos jerárquica y más igualitaria.
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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(Nieto, 2003b, p.71). Para ello somete su cuerpo al escrutinio médico2
y acepta los milagros de la ciencia y la medicina para lograr el cuerpo y la imagen
socialmente congruente a su género (Carrera, Lameiras, DePalma y Ricoy, 2013),
en un acto que Borrillo (2001) ha denominado de “integrismo identitario”.
En contrapartida, la trasgeneridad debe reservarse a aquellas personas
que rechazan los “genitales culturales”, renunciando a la asociación del género
psicosocial con los genitales, “prefiriendo verse enmarcados/as en un continuo
de masculinidad-feminidad” (Nieto, 1998, p.22), independientemente, por tanto,
de su sexo biológico. Por tanto, el/la transgénero es aquella persona que, al
igual que el transexual, siente que desde la perspectiva hegemónica su género
psicosocial no se corresponde con su cuerpo, pero a diferencia del/a transexual
no objetiva su cuerpo para adaptarlo a los imperativos médicos y culturales.
De hecho, se comprueba que desde mediados de la década de los 80 hay un
proceso de despatologización de la transexualidad, que empieza a transformarse
en transgeneridad, sustituyendo así la persona transgenérica la angustia de haber
nacido con un cuerpo equivocado por la de haber nacido en una sociedad o
cultura equivocada.
4. La intersexualidad o la ruptura de los cimientos del modelo
dos sexos/dos géneros/heterosexualidad
Como señalamos anteriormente la intersexualidad es una categoría
de la identidad en la que podrían incluirse aquellas personas cuya genitalidad
o marca corporal tiene a su vez características masculinas y femeninas, y que
reclaman su derecho a posicionarse en el mundo al margen de las dos casillas
mujer-varón. En este sentido, la intersexualidad es una categoría tan socialmente
incómoda que la cultura, a través de sus aparatos de control, especialmente a
través de la medicina, se ha afanado en silenciar e invisibilizar, especialmente a
través de la “corrección” de sus cuerpos heréticos desde el inicio de su andadura
vital; pero también a través del proceso socialización, en el que no tiene cabida
esta otra forma de ser persona y, que por supuesto, brilla por su ausencia en el
2. Desde la perspectiva médica las personas transexuales y transgenéricas son diagnosticadas como enfermos
mentales que padecen “disforia de género”. De hecho, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría se conceptualizan los “trastornos” de la identidad sexual
como “una identificación intensa y persistente con el otro sexo, acompañada de un malestar persistente por el
propio sexo” (DSM-IV-TR, 2000, p. 599). Determinando que la identidad sexual hace referencia a la percepción
que tiene un individuo de sí mismo como hombre o mujer, y que la disforia sexual denota sentimientos intensos y
persistentes de malestar con el sexo asignado, así como el deseo de poseer el cuerpo del otro sexo y de ser considerado por los demás como miembro del otro sexo
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
currículum escolar.
Así, la intersexualidad desafía no sólo las normas anatómicas, sino
fundamentalmente las reglas sociales de lo que es “normal” y “legítimo” y
lo que es “aberrante” e “ilegítimo”; puesto que en la mayoría de las culturas
occidentales resulta todavía inaudito tener un sistema que acepte más de dos
sexos. No obstante, tal y como manifestó Fausto-Sterling (1993) en la revista
The Science, la realidad revela la existencia de, por lo menos, cinco sexos, con
una extraordinaria gradación de varón a mujer. Así, la autora destaca la existencia
de los herms, que tienen un testículo y un ovario (hermafroditas verdaderos);
los merms (pseudohermafroditas masculinos), que tienen testículos y algunas
características genitales femeninas, pero que no poseen ovarios; y los ferms
(pseudohermafroditas femeninos) que tienen ovarios y algunos aspectos de los
genitales masculinos, pero sin testículos. No obstante, la propia Fausto-Sterling
(2006) se desdijo de esta categorización de cinco sexos, reconociendo, tal y como
se destacó anteriormente, que el sexo de un cuerpo es una cuestión más de grado
que de categoría, es decir que “machos” y “hembras” se sitúan en los extremos de
un continuo biológico, pero que hay muchos otros cuerpos, tal y como evidencian
las personas que presentan cuerpos intersexuados.
A continuación se presentan, sin un objetivo de exhaustividad,
diferentes categorías intersexuales. Para ello, con una finalizada exclusivamente
didáctica, utilizaremos los términos médicos, al margen de que estemos en
desacuerdo con esta terminología tras la que se esconde la patologización del
colectivo intersexual.
A nivel cromosómico los casos más destacables y conocidos son, tal
y como se denominan desde el ámbito clínico, los síndromes de Klinefelter y
de Turner. El Síndrome de Klinefelter, responde a la formación cromosómica
XXY, por lo que cromosómicamente hablando no sería ni una mujer (hay un
cromosoma Y) ni un varón (hay dos cromosomas X). Habitualmente esta
condición intersexual se expresa en el cuerpo con unos genitales “de varón”
“poco desarrollados” o ambiguos, pudiendo desarrollar la persona características
sexuales secundarias “femeninas”. Otras combinaciones encontradas para el
síndrome de Klinefelter son todavía más complejas, tales como XXXY, XXYY o
XYY. En cuanto al Síndrome de Turner, la formación cromosómica responde a la
configuración XO (cromosómicamente no podría “considerarse” una hembra, ya
que falta el segundo cromosoma X), con una anatomía en la que están presentes
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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pechos y genitales “de mujer”, “poco desarrollados”, “dudosos” o “ambiguos”.
A nivel hormonal, destacan el síndrome de insensibilidad a los
andrógenos (SIA) y la hiperplasia suprarrenal congénita. En el SIA, el recién
nacido presenta una fórmula cromosómica XY, pero con unos genitales externos
“feminizados” (por lo que también se le conoció como síndrome de feminización
testicular) debido a una deficiencia a nivel de los receptores celulares a los
andrógenos. Provocando que “niños”, cromosómicamente hablando, tengan
genitales externos “femeninos”, habitualmente con testículos sin descender, y
desarrollen caracteres sexuales secundarios típicamente “femeninos”. Es decir, al
ser su cuerpo “ciego a la testosterona” nos encontraríamos con la paradoja de unos
cromosomas XY y un cuerpo, en no pocas ocasiones, “hiperfemenino”. Por lo que
respecta a la hiperplasia suprarrenal congénita virilizante nos encontramos con
un recién nacido con sexo cromosómico XX, por tanto “hembra”; sin embargo
al nacer, o posteriormente en el desarrollo, sus genitales estarán “virilizados”,
destacando su clítoris alargado, similar al pene, y unas formas corporales en
la adolescencia “típicas del varón”, lo que se produce por un incremento de la
producción de andrógenos en las glándulas suprarrenales y con ello un efecto
“androgénico” en las niñas cromosómicamente hablando.
A nivel genital pueden identificarse numerosas ambigüedades
sexuales, es decir genitales que en el momento del nacimiento no pueden
“encajarse” en ninguna de las dos categorías -mujer/varón-, por ejemplo los
clítoris “hipertróficos” (más grandes de lo que se considera un “clítoris de
tamaño aceptable), los “micropenes” o las hipospadias (la abertura de la uretra no
se abre en la punta del pene, sino de lado o en un costado). Estas ambigüedades
genitales no tienen por qué implicar una intersexualidad a nivel cromosómico
u hormonal, aunque a veces sí la haya. Esta diversidad de “intersexualidades”
hace que los datos sobre su “prevalencia” sean muy variables de unos estudios a
otros, por ejemplo Ford (2001) señala que aproximadamente en Estados Unidos
se da un caso por cada 2.000 nacimientos, sin embargo, tal y como señalamos
anteriormente, el trabajo de Fausto-Sterling y su equipo de la Universidad de
Brown arroja una cifra mayor, con un 1.7% de personas intersexuadas.
En cualquier caso, y al margen de toda esta terminología de
síndromes y síntomas, lo que es obvio es que la intersexualidad, en cualquiera
de sus categorías, transgrede y derrumba el supuesto orden natural de los sexos,
cuestionando así todo el modelo que sobre él se erige y en definitiva, el status quo
58
Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
de la norma del género. No sorprende, entonces, el afán en corregir, a través de
la modernas técnicas quirúrgicas estos cuerpos “disidentes” que desbaratan todos
nuestras arraigadas concepciones acerca de los somos y deseamos ser. Por si
algún lector/a aún se lo pregunta, la respuesta es “no”: la intersexualidad no es en
sí misma una enfermedad, no se opera a los intersexuados para “curarlos”, sino
para “corregirlos”, “rectificarlos”, hacerlos encajar en nuestra estrecha visión
del mundo. Las operaciones que se les practican poco después de su nacimiento
son operaciones puramente “estéticas” que no sólo no curan nada, sino que, en
numerosas ocasiones, tienen consecuencias devastadoras para la calidad de vida
de estas personas (Chase, 2005).
5. Otras identidades, la misma violencia: un concepto más
inclusivo de la violencia de género
Una vez expuestas las anteriores premisas, cabe entonces preguntarse
acerca de nuestras concepciones sobre la violencia, y en concreto sobre la
violencia de género. Tradicionalmente entendemos por violencia de género
aquella que sufren las mujeres a manos de sus parejas, sin embargo, a pesar de la
crucialidad de este concepto para la lucha contra esta lacra social que sufrimos las
mujeres, tal vez sea el momento de plantearse la necesidad de ampliarlo a otras
“minorías”, en concreto “minorías de género”, que al igual que las mujeres sufren
violencia por el hecho de no ser “el género hegemónico” que dicta de cultura
patriarcal. Así, si bien es cierto que la sociedad patriarcal, como destacó Simone
de Beauvoir , convierte a la mujer en el “segundo sexo”, no es menos cierto
que la misma sociedad patriarcal jerarquiza, discrimina, y en definitiva, ejerce
violencia sobre las otras identidades de género que transgreden el rígido modelo
heteronormativo dos sexos/dos géneros/heterosexualidad. La sociedad patriarcal
ha creado en la periferia no sólo un segundo sexo, sino también lo que podríamos
llamar un tercer sexo, en el que se incluirían, sin duda alguna, todas las personas
que transgreden la norma de género, incluso los hombres que transgreden los
estereotipos de género tradicionalmente considerados como masculinos.
Así, toda persona que no se adapta a las rígidas “normas de género”
se patologiza, se subordina y, en definitiva, se estigmatiza. Lo que Nieto
denomina modelo dos sexos/dos géneros/dos orientaciones/dos identidades es un
modelo, como el propio autor indica, “corto de miras y erróneo de apreciación,
profundamente injusto” (Nieto, 2003b, p. 97), ya que margina, excluye
y subordina a las personas que no entran o no se someten a la rigidez de sus
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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supuestas premisas “naturales” y asépticas.
Y es en este contexto, como consecuencia de la interiorización y
asunción implícita de este rígido modelo, en el que debemos situar el “caldo de
cultivo” y el origen de las actitudes discriminatorias hacia la diversidad sexual y
de la violencia. Actitudes que implican un prejuicio negativo hacia todas aquellas
personas con una identidad sexual “no hegemónica” o “subalterna”. Actitudes
que nacen, en definitiva, ancladas en la rigidez del modelo dos sexos/dos géneros
y que se alimentan de la ignorancia y el miedo hacia el otro/a, el diferente, el
subordinado/a.
En este sentido, la violencia que sufren las “minorías sexuales” por
no adaptarse al modelo hegemónico es de hecho violencia de género. Cuando
la transgresión de la norma se visibiliza en el cuerpo, como sucede con los
transexuales, los transgéneros y especialmente los intersexuales, el precio es
todavía mayor. Una aproximación a esta realidad a través de historias de vida de
personas intersexuadas no hace más que avalar esta afirmación. A continuación
presentamos un fragmento de la historia de vida de Álex que nació con una
hipospadia y fue corregido desde su infancia:
“...casi no recuerdo nada de la primera cirugía, excepto el hecho
de que le siguió una segunda. Y luego una tercera, y así hasta una
novena. Cuando cumplí 13 años mis médicos finalmente parecieron
satisfechos con lo que habían logrado: un amasijo de carne con
cicatrices, pero con una abertura para orinar en la punta, que
debía cada tanto abrir con un catéter. A veces hasta orinaba parado
(....).Me llevó muchos años reconciliarme con el cuerpo que hicieron
para mí. Mi pene casi no tiene sensibilidad. Para que lo imagines:
cuando alguien pone su mano sobre la piel, yo lo siento como si
estuviera tocándome a través de muchas capas de algodón, o como
si la piel estuviera dormida. Cuando era adolescente sentía que la
insensibilidad se extendía como una neblina polar desde mi pene
hacia el resto de mi cuerpo. Todavía me pasa de vez en cuando (....).He
aprendido lentamente a enamorarme de mi mismo, de mi cuerpo
cortajeado e insensibilizado. Presentarme como “intersexual” es mi
manera de decir que hay algo más que “hombres” y “mujeres”, y
que a veces la “fabricación” física de la masculinidad o la feminidad
puede ser un proceso muy doloroso. Para mí, como para muchas
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
otras personas con historias similares a la mía, intersexualidad no
significa “hermafrodita”, ni “andrógino”; no significa “con dos
sexos” o con “órganos de los dos sexos”; no significa “patología”,
“malformación”, “ambigüedad”, “indefinición” ni “excepción”.
Intersexualidad significa VARIACIÓN. Si existen un cuerpo femenino
“ideal” y un cuerpo masculino “ideal”, los cuerpos intersexuales son
todos los que VARÍAN de esos ideales (porque el clítoris es “grande”,
porque el pene es “chiquito”, porque la vagina no está, porque los
labios no se ven como “deben” verse, porque la uretra no termina
donde “debe”). La intersexualidad no es una enfermedad –no se
opera para curarnos, sino para “corregirnos”, “normalizarnos”. Es
por eso que las cirugías que se nos practican se llaman “cosméticas”:
no curan nada, solo intentan “mejorar” la apariencia, sin darnos la
oportunidad de elegir”
(Alex, 34 años; historia recuperada de www.iglhrc.org/)
6. “XXY”: la intersexualidad y el discurso antinormalización
llevado al cine
“XXY” (Argentina, 2007) es la ópera prima de Lucía Puenzo, en ella
se relata el momento brutal y transformador en el que Alex, de 15 años, se encuentra con su identidad. El/la joven protagonista esconde en su cuerpo un extraño “síndrome”, una marca corporal que cuestiona todas nuestras convicciones
sobre el sexo y el género y, en definitiva, sobre la posibilidad de ser persona al
margen del modelo dicotómico hombre/mujer.
Poco después de nacer Alex sus padres deciden trasladarse de Buenos
Aires a Uruguay, instalándose en una pequeña cabaña aislada en las afueras de
Piriápolis. La historia comienza con la visita de un matrimonio que viaja desde
Argentina con su hijo adolescente Álvaro para pasar unos días con la familia. El
padre de Álvaro, cirujano plástico de reputado prestigio, tiene un gran interés
médico en Alex. La inevitable atracción entre ambos adolescentes hace que todos
tengan que enfrentarse a lo que más temen. En el pueblo, Alex es observado/a
como si fuera un fenómeno. La fascinación que produce puede ser peligrosa.
La película, basada en el cuento de Sergio Bizzio “Cinismo”, fue galardonada con el Goya a la mejor película hispanoamericana en 2008 y con el
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
premio de la Crítica del Festival de Cannes
(2007). En ella se visibiliza y da voz a otras
formas de ser persona que subvierten el más
que interiorizado modelo heteronormativo.
Poniendo incluso en cuestión el carácter biológico del sexo, y más concretamente del modelo sexual dimórfico o dicotómico al que todos/
as debemos someternos. Como destaca Cabral
(2009), investigador y activista intersexual,
“quizás sea la primera vez que el discurso antinormalización es expresado tan claramente
y en un medio tan masivo. Dada la tranquilidad con la que el padre asume la posibilidad
de que Alex sea su hijo, la intersexualidad como un lugar en sí mismo es el fantasma de la película”.
61
Figura 1. Carátula de la película
Como se ha destacado anteriormente, médicamente la combinación
cromosómica “XXY” se conoce como “Síndrome de Klinefelter”, un tipo de intersexualidad infrecuente que “afecta” aproximadamente al 0,092 por cada 100
nacimientos (Fausto-Sterling, 1993, 2006). No obstante, la película no ahonda
en detalles médicos y no queda claro qué tipo de intersexualidad “padece” Alex,
de hecho esto ha sido duramente criticado desde algunos sectores, especialmente
desde el colectivo médico, tal y como recoge en este fragmento citado en el libro
“Interdicciones” (Cabral, 2009) y extraído de una nota publicada en la página
web del Centro Latinoamericano de Sexualidad y Derechos Humanos (www.
clam.org.br) el 1 de abril de 2008:
“XXY es una película con aciertos y errores. Hay demasiada agua,
demasiado animal marino, demasiada melancolía argentina de
esa que nadie sabe de dónde ni a cuento de qué viene y se instala
(…) Pero cuenta una historia. No relata un diagnóstico, no pone
un ejemplo, no ilustra un manual, no da una receta, no prescribe
un tratamiento, no reparte volantes de un grupo de autoayuda, no
pide solidaridad, no ofrece piedad, no hace que “valga la pena”,
no dice qué pasa, no dice qué hacer. Cuenta una historia. Entiendo,
por supuesto, las aprehensiones de quienes sienten que la poética
intersex que libera la película compromete la comprensión social del
62
Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
tema. Claro que los entiendo: su problema es también el mío. A mí
también me atormenta pensar en cómo dar cuenta de quiénes somos,
qué nos han hecho y qué nos pasa. La respuesta, me parece, no puede
ser sin embargo la reducción total de nuestra experiencia al recitado
de un texto médico (…). El cambio que anhelamos no puede consistir
en meramente convertirnos en ejemplos perfectos ni de la anatomía
ni de la biografía intersex tal y como el saber de nuestra cultura las
consagran. No necesitamos solamente que quienes están a nuestro
alrededor comprendan los términos verdaderos en los que se dirime
nuestra existencia, sino que experimenten, de una vez por todas, que
somos tan de verdad y tan de ficción como todas las demás”.
No podríamos estar más de acuerdo con la persona que escribió las anteriores líneas, que habla en primera persona de su propia verdad y experiencia.
En esta línea, XXY, en sus escasos 90 minutos de duración, no relata una realidad
infrecuente o marginal, sino que habla de cada uno de nosotros/as, de la búsqueda
individual y constante de nuestra identidad en una sociedad en la que la libertad
de elección permanece supeditada a las normas y asunciones sociales en torno a
la masculinidad y a la feminidad.
Como todas las buenas películas hace preguntas al espectador/a, preguntas que nos definen como ser humano, preguntas que nos acercan al lado más
cruel de nuestra sociedad, esa sociedad que llamamos “civilizada”, esa sociedad
en la que todos y todas pagamos un alto coste por transgredir las rígidas normas
del sexo y del género.
A continuación analizaremos, en base a las anteriores líneas argumentales, algunos fragmentos clave de la película que no guardan una secuenciación
temporal, sino que han sido organizados con una finalidad exclusivamente didáctica.
6.1. Sobre el nacimiento de Álex: un parto de interés médico
El nacimiento de Álex es relatado por Kraken, su padre -interpretado
por Ricardo Darín- a Ramiro, el cirujano bonaerense, en su viaje de vuelta a casa:
“Lo sospechaba antes de que naciera. Querían autorización para filmar
el parto, declararlo de interés médico, informar al consejo de ética, en
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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fin…Dijimos que no a todo. Álex nació azul, tardó cuarenta segundos en
respirar. A los dos días nos ofrecieron operarla, dijeron que no iba a tener
recuerdo de nada, más allá de las cicatrices. Suli estaba asustada, yo la
convencí de que no le hiciéramos nada, para mí era perfecta, desde el
primer momento que la vi, perfecta”.
En sus palabras podemos advertir el shock que experimentan las
familias de las personas intersexuadas tras el parto, atraviesan momentos duros
y deben tomar decisiones importantes muy deprisa, sin apenas tiempo para
sopesarlas o aconsejarse con personas que han pasado por situaciones similares.
En esta y otras historias se pone de relieve la máxima de Butler (1993) según
la cual “el sexo siempre ha sido género” , pues cuando la marca corporal no
encaja se hace encajar a través de lo que Fausto-Sterling (2006) ha denominado
“calzador quirúrgico”, de forma que aquello que la medicina dice sólo observar,
y por tanto “lo natural”, “lo innato” y, en definitiva, “lo inconstestable”, no es
más que una realidad que la propia disciplina médica construye, valiéndose de las
modernas técnicas quirúrgicas (Chase, 2005).
Poco después del nacimiento de Álex la familia decide dejar Buenos
Aires para instalarse en Uruguay y poder vivir ajenos a la atenta mirada de la
“civilización”. Cuando llega el matrimonio argentino y su hijo Álvaro, su relativa
paz se rompe. En una cena tensa en casa de la familia, Kraken pierde los nervios
y le increpa a su mujer, Suli -que ha hecho venir al matrimonio para que vean a
su hija y le “ayuden” a solucionar su problema- :
“Nos fuimos de Buenos Aires para escapar de cierta clase de gente ¿Te
acuerdas? Ahora resulta que estamos todos sentados en la misma mesa”.
Más tarde: “¿Cuándo fue que le dijiste, antes de que vinieran, vinieron
por eso?” Suli se defiende: “No, quería que la conocieran, nada más. No
estoy loca. Habla vos con él…¿Y si ella quiere?...”
La propia Suli se sorprende a sí misma más preocupada del que dirán
que de lo que realmente importa:
“Estoy segura que fue acá…acá me quedé embarazada de Álex,
todavía vivíamos en Buenos Aires (se bajan del coche y caminan hacia
el acantilado)…Pensar que yo tenía miedo de que alguien nos viera…
todo el tiempo pensaba que pasaría alguien y que nos podría ver…es
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
rídiculo…es rídiculo que estuviese tan preocupada de los demás…Todo el
tiempo cuando estás embarazada te preguntan: ¿Es varón o mujer? Es lo
primero que te preguntan, si es nena o nene”.
Las reflexiones en voz alta de la mamá de Álex reflejan la presión que
ejercen las normas sociales sobre el género en las decisiones que las familias de
intersexuados toman desde que el bebé nace. En este sentido, no resulta sencillo
separar el propio deseo sobre el futuro del bebé del deseo social acerca del
mismo. La amenaza de una sociedad que no le aceptará tal y como es, ofrece, sin
duda, una fuerte resistencia a no intervenir sobre su cuerpo para hacerlo encajar
en una de las dos categorías asumibles. En esta línea, los intersexuados adultos
reclaman unas prácticas médicas más respetuosas y no abusivas con sus cuerpos,
de modo que no se haga nada irreparable en ellos. Retrasando la intervención
médica para que la persona puedan decidir, cuando tenga capacidad de hacerlo,
qué hacer con su cuerpo. En las palabras de Suli se advierte también que el
proceso de socialización, ese consistente en educar diferencialmente a niños y
niñas, en función de su marca corporal, se inicia ya antes del nacimiento del bebé,
cuando los otros preguntan su sexo y en las propias familias se van creando ya
unas expectativas diferentes, en función de si será un niño o niña, organizando la
habitación del bebé y sus ropas en función de su sexo.
Así, la asignación del sexo o del género en el momento del nacimiento,
junto con el “arreglo quirúrgico”, si fuese necesario, constituye el punto de
partida de un largo y tedioso proceso de socialización diferencial, siempre
inacabado, paradójico y tenso, en el que, afortunadamente, la persona no es un
recipiente pasivo modelado sin más por la sociedad que le acoge, sino un ser
eminentemente activo y creativo, sujeto, sí, a las normas del género, pero a la
vez agente de subversión y transformación social. De modo que, las personas
venimos a un mundo que se organiza de acuerdo a unas rígidas normas de género,
unas normas que están ahí con anterioridad y que van a actuar sobre nosotros/as
desde el primer momento (Butler, 2004), auspiciadas en criterios médicos que no
responden más que a las normas y creencias sociales sobre la identidad.
6.2. La violencia del modelo dos sexos/dos géneros
heterosexualidad
La estricta norma de “habitar” un cuerpo coherente con un género
y con una orientación heterosexual se pone de relieve a lo largo de toda la
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
65
película. Cuando Álex nace los médicos le ofrecen a su familia operarla para
“cortarle lo que le sobra”, en definitiva, para corregirla y hacerla encajar en
una de las dos casillas del modelo. Como vimos en el apartado anterior, sus
padres, especialmente su padre, se niegan a la intervención quirúrgica, pero sí
aceptan que su hija ingiera corticoides y hormonas para modular sus caracteres
sexuales secundarios en el desarrollo. No resulta sorprendente que acepten este
tratamiento médico, a pesar de los efectos secundarios que conlleva, ya que, si
bien los genitales son algo privado, en principio ajeno a la mirada de los otros, los
caracteres sexuales secundarios son fácilmente percibidos, por lo que la mayoría
de las personas intenta adecuarlos a su género, incluidas las personas transgénero
–que habitualmente se hormonan en mayor o menor grado-.
Pero Álex parece no estar muy de acuerdo en seguir el tratamiento y
deja de tomarlo, a pesar del deseo e insistencia de su madre en que lo haga. De
especial relevancia es uno de los fragmentos del film en donde Suli, la mamá de
Alex, y sus amigos argentinos, se horrorizan de las formas que desarrollará el
cuerpo de Álex si deja de tomar la medicación:
Ramiro: “¿Hace cuanto que no toma los corticoides?”
Suli: “No sé, dos semanas más o menos”
Ramiro: “¿Vos sabes lo que va a pasar si no los toma más? , ¿No?”
Érica: “¿Qué le va a pasar?”
Ramiro: “Se va a virilizar, le va a cambiar todo… el cuerpo, los ciclos…va a dejar de desarrollarse como mujer.”
Érica: -ante la aterrorizada mirada de Suli- “Basta! “No sigas”
Por el contrario, a lo largo de película, vemos como Kraken revisa el
pasado y se hace preguntas sobre lo acertado o equivocado de sus decisiones. Su
actitud, más abierta que la de Suli, su mujer, le permite incluso pensar en Álex
como su hijo. En las preocupaciones de Kraken podrían verse reflejados las familias de personas intersexuadas que han tenido que tomar decisiones que nunca
sabrán si fueron o no acertadas. La realidad demuestra que lo más habitual es
autorizar la operación “de corrección de genitales” (generalmente no una, sino
varias a lo largo de la infancia, como vimos anteriormente), a pesar de que en la
adultez los intersexuados alcen sus voces claramente en contra a estas “prácticas
reconstructivas” que ellos mismos denominan “castraciones”, “correcciones” o
pura “cirugía estética”, por sus efectos secundarios (especialmente cicatrices, fibromas, insensibilidad, dolor al mantener relaciones sexuales o incluso rechazo
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
y miedo al propio cuerpo) (Chase, 2005; Fausto-Sterling, 2006). Sin embargo,
optar por “no intervenir” en el cuerpo del bebé, como hacen Kraken y Suli, también podría resultar problemático en el futuro. La duda de haberse equivocado,
de haber provocado un sufrimiento en su hijo/a, influyendo negativamente en su
adaptación al entorno y en su desarrollo psicosocial, es una duda que atormenta,
que siempre está ahí amenazando. La siguiente conversación que Kraken mantiene con un hombre que nació intersexuado y fue operado al nacer en el sentido
“femenino” parece ser de gran ayuda para reafirmarse en su decisión:
Hombre intersexuado: “¿Qué quieres?, ¿sos médico...?, ¿ periodista?...
Kraken: “No, tengo una hija...un hijo...”
Hombre intersexuado: “Te tengo visto, ya viniste por acá ¿no?”
Kraken: -mirando uno de las fotos de la estancia- “¿Es tú hijo?”
Hombre intersexuado: “Adoptado, claro, ahora estamos haciendo los
trámites para adoptar una nena... la familia tipo. ¿Cuantos años tiene
ahora Álex?”
Kraken: “Quince”
Hombre intersexuado: “¿Quieres ver cómo era yo a esa edad?”
Kraken: “¿Si no te molesta?”
Hombre intersexuado: “Esa soy yo a los doce años. Quédatela, dásela
a Álex”.
Kraken: “¿Vos siempre supiste?”
Hombre intersexuado: “¿Qué?, ¿qué no era mujer...? Todavía me pregunto cómo hubiera sido mi vida si no me hubiesen operado”.
Kraken: “¿Cómo fue tu cambio de mujer a hombre?”
Hombre intersexuado: “A los 16 años empecé a tomar testosterona,
a los 17 me operaron, ese mismo año me cambié el nombre, a los 6
meses conocí a mi mujer y el resto de mi vida está durmiendo ahí”.
Kraken: “¿Y si no es así?, ¿y si me equivoque?”
Hombre intersexuado: “¿Por dejar que elija? No ¿Vos sabes cuales
son mis primeros recuerdos...? Las inspecciones médicas. Yo creía que
había nacido tan horrible que me habían tenido que operar cinco veces antes de cumplir un año...A eso lo llaman normalización...eso no
son operaciones eso son castraciones. Si la hubieses operado habrías
hecho que tuviese miedo de su propio cuerpo y eso es lo peor que se le
puede hacer a un hijo”.
Además, junto a la linealidad y coherencia de la marca corporal y el
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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género heteroasignado, que en Álex no se da –fue inscrita al nacer como una
niña y parece que también sus padres la han criado como “una niña”, pero sus
genitales permanecen “ambiguos”-; en la película se pone de relieve la necesidad de culminar este proceso con una orientación heterosexual. El fantasma de
la homosexualidad es también una constante a lo largo del film, un fantasma
que habita también en esa frontera que delimitan las rígidas normas del género.
La heterosexualidad tiene tal peso en la socialización de género que incluso el
no “practicarla” puede interpretarse como una clara evidencia de una identidad
sexual “contraria” a la normativa. De modo que el género es rutinariamente producido a través de una matriz “heterosexual”, y las expresiones “reales” de la
masculinidad y de la feminidad están embebidas, impregnadas, con una presupuesta heterosexualidad hegemónica (Butler, 1990).
Así, cuando Kraken descubre a Álex y a Álvaro en el granero manteniendo relaciones sexuales se queda totalmente desconcertado al ver que su hija
está penetrando a Álvaro, tal y como le comenta después a su mujer:
Suli: “¿Qué pasó?”
Kraken: “Los encontré juntos”.
Suli: “¿A quiénes?”
Kraken: “A Álex y al chico, Álvaro”.
Suli: “¿Cómo juntos?, ¿dónde?”
Kraken: “Juntos, sí…juntos”.
Suli: “¿Haciendo qué?”
Kraken: “No sé, yo me fui… Ella estaba arriba…”
Suli: ¿Qué?
Kraken: “Ella estaba arriba”.
Suli: “¿Cómo...? No entiendo lo que me estás diciendo”
Kraken: “¡ Arriba! ¡Rompiéndole el culo al hijo de sus invitados!
¿Te alcanza o quieres que te lo dibuje? Si no era este pibe iba a ser
cualquier otro…”
Suli: “¡Basta Kraken!”
Kraken: “Sabíamos que iba a pasar, no va a ser mujer todavía…No te
hagas ilusiones, nunca va a ser una mujer aunque un cirujano le corte
lo que sobre”
Aquí se puede observar como la conducta sexual de Álex es
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
interpretada como una marca inequívoca de su masculinidad. Incluso podría
también entenderse como una conducta homosexual si el observador/a entiende
que ella es un chico. En cualquier caso, la sexualidad de Álex desconcierta, es
vista como amenazante al romper por la base el modelo dos sexos/dos géneros/
heterosexualidad. Así se pone de relieve cuando, después de su relación sexual,
se encuentra con Álvaro en el bosque:
Álvaro: “¡Álex! -la persigue por el bosque- Álex, vos no sos…”
Álex: “Soy las dos cosas”.
Álvaro: “Pero eso no puede
ser”
Álex: “¿Cómo me vas a decir
a mí lo que puede o no puede
ser?”
Álvaro: “¿Pero te gustan los
hombres o las mujeres?”
Álex: “No lo sé…”
Figura 2. Álvaro y Álex en una escena del film
Álvaro se queda dubitativo, noqueado: ¿tal vez empieza a dudar de su
propia orientación sexual? El no poder encasillar a Álex ni como hombre ni como
mujer le coloca en un “limbo identitario” que le descoloca, le desconcierta, le hace
dudar y preguntarse quién es. Así es la identidad, profundamente interiorizada
y construida, y a la vez profundamente vulnerable, tan sensible y frágil que la
identidad de los otros/as que nos rodean puede hacer tambalear nuestros propios
cimientos.
6.3. De la patologización a la violencia
No es nada nuevo afirmar que las identidades heterodoxas o subalternas
que transgreden la norma de género sufren violencia. Y como destacamos
anteriormente, esta violencia que la sociedad ejerce sobre ellos es también
violencia de género.
Esta violencia es particularmente visible en el caso del colectivo
intersexual. Como se ve a lo largo de la película y se ha comentado anteriormente
en este trabajo, inicialmente se les patologiza por no ser niños/as completos/
as, por padecer “malformaciones” en sus genitales que no se adaptan al binario
sexual hombre/mujer en torno al cual tenemos organizados nuestros esquemas.
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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De hecho, la única información que se le dará a la familia para solicitar su
consentimiento es que el niño o la niña tiene alguna anomalía en su fisiología que
debe ser corregida, y no que es una categoría sexual alternativa a las dos rígidas
“casillas” legitimadas (Fausto-Sterling, 2006).
Así, habitualmente estos bebés son operados “por su propio bien”
antes de poder dar su consentimiento para ello (Chase, 2005). En este sentido,
resulta cuando menos paradójico como en los países “desarrollados” nos llevamos
las manos a la cabeza por las ablaciones que sufren las niñas en otros países
“subdesarrollados”, sin embargo poco parece sorprender el hecho de que una
niña que nace con un clítoris hipertrófico en nuestra cultura sea operada al poco
de nacer para eliminar lo que sobra de sus genitales.
Así, desde el mismo momento del nacimiento estos bebes sufren
violencia, violencia ejercida sobre sus cuerpos que no hace más que anunciar
otras violencias que sufrirán a lo largo de sus vidas. Incluso Álex, alejada de
la “civilización”, en su supuesto refugio uruguayo, sufre estas violencias: debe
medicarse para que su cuerpo no se “virilice”, aceptar que alguien está interesado
en su cuerpo para cortar todo aquello que le sobra, que su propia madre, que la
quiere y la cuida, espera de “ella” lo que “ella” tal vez jamás pueda darle. Debe
enfrentar además el rechazo de los otros, un rechazo que se mueve en un continuo
de extremos sutiles y hostiles. Por ejemplo cuando la madre de Álvaro, Érika, le
dice a su amiga que tiene que operar ya a su hija, que no puede tenerla escondida
por más tiempo, como si de un monstruo o de un fenómeno se tratase. O cuando,
en el puerto, uno de los pescadores le dice a Álex: “Eso, vete ya…hay demasiadas
especies en extinción acá”. Pero, sin duda, esta violencia va escalando a niveles
más explícitos y hostiles como se refleja en el terrible incidente de la playa cuando
Álex se encuentra con una pandilla de adolescentes del pueblo:
Chicos: “Álex, para, para, para…” (la arrastran a la fuerza). “Para,
para…no pasa nada”.
Álex: “¿Qué vas a hacer?” (Álex forcejea y se resiste)
Chicos: “Camina, quédate tranquila no te vamos a hacer nada”,
¡quieta, quieta!”
Álex: (llorando) “Suéltame, por favor…”
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
Chicos: “Quieta, quieta…no
pasa nada…quiero ver, para…”
(La/lo tiran al suelo y empiezan
a desnudarla/lo) “¿A ver qué tienes aquí?, ¿qué tienes aquí..?
¡Abre las piernas!, ¡es una tía….
no puede ser…tiene las dos!, ¡lo
ves, Humberto te lo dije!, ¡lo
tiene todo…sí de verdad…está
buenísimo!”
Figura 3. Álex en la escena de la playa.
La violencia que sufre Álex nace, sin duda, de las creencias sociales
sobre el género y la identidad, auspiciadas y reforzadas por las prácticas médicas
en los cuerpos de los intersexuados. El propio Kraken parece ser consciente de
esto cuando en el puerto, tras un enfrentamiento con los chicos que acaban de
abusar de Álex, le dice a Ramiro, el cirujano: “¡Vos sos igual que ellos!”, “¡peor
que ellos!”. Así, considerar el sexo y el género como realidades establecidas,
coherentes e indisolubles genera exclusión y repudio e “imposibilita la vida”
(Butler, 2001b). Son las propias normas de género que prescriben lo femenino y
lo masculino las que activan la violencia. Para los otros, resulta terrible enfrentar
de modo contundente la arbitrariedad, inestabilidad e ineficacia de las normas de
género que los intersexuados visibilizan. Así, la violencia muestra la pretensión
de restaurar el fingido orden de la norma que dice que hay identidades inteligibles
y modos no inteligibles, no humanos de ser, rechazando la inquietante posibilidad
de pensar el mundo y lo humano de otro modo. En definitiva, el compromiso con
la realización de un ideal imposible (“hacer el género hegemónico”) desencadena
el miedo y el terror al constatar la fragilidad del mismo e impone la necesidad de
creer que acatar la norma es posible, mientras que su incumplimiento equivale a
una segura condena de muerte, real o simbólica (Burgos 2008).
6.4. La utopía como realidad posible: ¿Y si no hay nada que
elegir?
La película tiene un final desconcertante, un final que rompe cualquier posible final previsible para un espectador/a socializado en el modelo dos
sexos/dos géneros. A continuación se incluye el interesante diálogo final entre
Álex y su padre:
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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Figura 4.
Álex y Kraken en
una escena del film
Álex: (tumbada en su cama) “¿Qué haces?”
Kraken: “Te cuido”.
Álex: “No me vas a poder cuidar siempre”.
Kraken: “Hasta que puedas elegir”.
Álex: “¿Qué?”
Kraken: “Lo que quieras”.
Álex: “Y si no hay nada que elegir…”
(Silencio de Kraken)
Kraken: “¿Te lastimaron?”
Álex: “No”… “¿hiciste la denuncia?”
Kraken: “No, es una decisión tuya, si quieres la hacemos, pero es tu decisión…Se va enterar todo el mundo…”.
Álex: “¡Qué se enteren!”
Esa pregunta/afirmación de Álex: “¿Y si no hay nada que elegir?”
abre la posibilidad de otros imaginarios, de otras formas de ser persona, más allá
del fuertemente interiorizado modelo binario hombre/mujer. La realidad, caracterizada por la diversidad sexual, pone, por tanto, de relieve la necesidad de crear
nuevos imaginarios. Como hemos visto, tradicionalmente la norma de género
impone forzar los cuerpos, forzar a las personas para hacerlas encajar en nuestras
estrechas fronteras mentales. Sin embargo, el sufrimiento de miles de personas y
las marcas de la violencia en sus cuerpos y en sus almas claman la necesidad de
cambiar esta forma de tratar la diversidad. Sin duda será más positivo para todos
y todas ampliar nuestros esquemas mentales, fuertemente delimitados por las
fronteras de género, para aceptar y valorar la riqueza de lo diferente y lo diverso;
para aceptar y valorar todo lo que en nosotros/as hay que trasgrede también la
norma de género. En cualquier caso, esto no supone una actitud altruista sino
una actitud de respeto hacia nosotros mismos/as, de permitirnos la libertad de ser
quienes realmente deseamos ser, desarrollando todo nuestro potencial, sin tener
que acatar rígidamente las identidades “masculina” y “femenina” ideales. Sólo
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
así, aceptando la categoría persona como la única que merece la pena, podremos
vivir y dejar vivir más allá de la violencia.
7. Conclusión
En este trabajo hemos analizado el modelo de género heteronormativo
(dos sexos/dos géneros/heterosexualidad) a través de la película XXY (Puenzo,
2007). Tal y como hemos expuesto, tanto el sexo- concretamente la lectura binaria del sexo- como el género son categorías sociales construidas por cada sociedad en cada momento histórico, de forma que ambas nos son preexistentes y nos
obligan a encasillarnos en base a las rígidas categorías excluyentes de hombre y
mujer, sobre las que se construirán posteriormente los significados de la masculinidad y la feminidad. Esto supone considerar que la construcción de la identidad
sexual y de género constituye un proceso interactivo, bidireccional y circular, que
continuará reelaborándose y reestructurándose con mayor o menor variabilidad a
lo largo de toda la vida de la persona, en función de su subjetividad, de sus vivencias y experiencias, así como de la interpretación de las mismas.
Sin embargo, tal y como se ha expuesto, la cultura heteronormativa, a
través de sus aparatos de control, entre ellos la escuela y la medicina, vela por el
adecuado cumplimiento y reproducción de la linealidad pene-vagina y del género
masculino-femenino, patologizando cualquier manifestación situada más allá de
este binomio excluyente. Marginando, excluyendo y subordinando a las personas
que no entran o no se someten a la rigidez de sus supuestas premisas “naturales”.
Ante esta situación demandamos la necesidad de luchar por una sociedad en la que se cuestione el binario de los géneros, en la que la ciencia médica recoja la experiencia antropológica, que pone de relieve la existencia de
numerosas sociedades que admiten más de dos géneros (Nieto 1998, 2003b). Una
sociedad, en definitiva, que reconozca la realidad intersexual, transexual y transgénero, y que evidencie la falacia que supone legitimar la exclusiva existencia de
dos sexos/dos géneros, así como su ensamblaje y permanencia.
Es necesario y urgente ampliar y reeducar nuestra mirada, abriendo
nuestros “ojos” y sobre todo “nuestra mente” a otra realidad en la que la extraordinaria diversidad sexual nos demuestra que el sistema dos sexos/dos géneros-heterosexualidad no es más que un interesado instrumento de la sociedad
occidental androcentrista y patriarcal para perpetuarse. La educación constituye,
M. Victoria Carrera Fernández, M. Lameiras Fernández y Y. Rodríguez Castro
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sin duda alguna, la principal herramienta para iniciar el cambio. Esta respuesta
educativa debe incluir un proceso de creación de nuevos imaginarios, de nuevas
formas de ser persona que vayan más allá de los rígidos modelos actuales, lo
que implica un trabajo, más que de aprender, de desaprender conceptos que nos
preexisten. En esta línea, es necesario revisar el currículum que se trabaja en la
escuela, especialmente el oculto, que guarda una fuerte relación con la construcción de una identidad heteronormativa; pero también el explícito, de forma que
posibilite una discusión abierta sobre la construcción del sexo y del género, y
recoja la experiencia de vida de otras identidades también legítimas.
Sólo así, asumiendo la escuela, junto con los restantes agentes de so­
cialización, su tarea como agente de cambio social - orientada a la construcción
de la justicia social y, en definitiva, al desarrollo de una sociedad en la que todas
las personan puedan vivir una vida viable-, podremos ponernos en el camino
hacia la utopía e iniciar el cambio.
Universidad de Vigo
[email protected]
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Heteronormatividad, cultura y educación. Un análisis a propósito de “XXY”
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