Follet, Ken - La caída de los gigantes

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Tenía que haber algún vigilante allí, pero Walter no vio a nadie. Buscó un rincón
donde esconderse. Lamentó que aún hubiera tanta luz. El patio disponía de un pequeño
embarca dero de madera. A su alrededor, por todas partes, se alzaban pilas de ladrillos
de la altura de un hombre, pero Walter necesitaba ver sin ser visto. Fue hacia una pila
medio derruida -supuso que parte de sus ladrillos habrían sido ya vendidos- y recolocó
varios dejando una pequeña rendija por la que mirar mientras se ocultaba detrás. Se sacó
el MosinNagant del cinturón y lo amartilló.
Instantes después vio al hombre de la guerrera azul saltar de lo alto del muro.
Era un individuo de estatura mediana, delgado y con un bigote fino. Parecía asustado;
había comprendido ya que no seguía a un mero sospechoso. Estaba metido en una
persecución en toda regla, y no sabía si él era el cazador o la presa.
Desenfundó un revólver.
Walter apuntó a la guerrera azul por la rendija, pero no estaba lo bastante cerca para
es tar seguro de alcanzarle.
El hombre se quedó inmóvil un momento, barriendo el patio con la mirada,
visiblemente indeciso sobre qué era lo que debía hacer. Al rato se dio la vuelta y se
dirigió hacia el agua con paso vacilante.
Walter lo siguió. Se habían invertido los papeles.
El hombre fue esquivando las pilas, rastreando el lugar. Walter lo imitó,
escondiéndose tras los ladrillos cuando el otro detenía sus pasos y aproximándose cada
vez un poco más a él. No quería un tiroteo prolongado, pues podría atraer la atención de
otros policías. Tenía que abatir a su enemigo de uno o dos disparos y marcharse de allí a
toda prisa.
Cuando el hombre alcanzó la orilla del canal, apenas los separaban diez metros. Miró
a un lado y al otro, como creyendo que Walter pudiera haber huido en una barca a remo.
El alemán salió a descubierto y lanzó un guijarro contra la espalda de la guerrera azul.
El hombre se dio la vuelta y miró directamente a Walter.
Y gritó.
Fue un grito agudo, afeminado, de sorpresa y terror. En ese instante, Walter supo que
recordaría ese grito el resto de su vida.
Apretó el gatillo, se oyó la detonación del revólver y el grito cesó al instante.
Solo había necesitado un disparo. El policía secreto se desplomó inerte en el suelo.
Walter se inclinó sobre el cuerpo. Los ojos del hombre miraban sin vida al cielo. No
tenía pulso, no respiraba.
Von Ulrich arrastró el cuerpo hasta el canal. Le metió ladrillos en los bolsillos del
pantalón a modo de plomada. A continuación, lo deslizó sobre el bajo antepecho y lo
dejó caer al agua.
El hombre se hundió, y Walter se dio la vuelta y se marchó.
IV
Grigori se encontraba en una sesión del Sóviet de Petrogrado cuando comenzó la
contrarrevolución.
Se sintió inquieto, pero no sorprendido. A medida que los bolcheviques ganaban
popular idad, las reacciones habían ido tornándose más violentas y crueles. El partido
estaba ob teniendo buenos resultados en las elecciones locales, adquiriendo el control de
un sóviet re gional tras otro, y había obtenido el 33 por ciento de los votos al
ayuntamiento de Petrogrado. En respuesta, el gobierno -dirigido por Kérenski- detuvo a
Trotski y de nuevo retrasó las ya aplazadas elecciones generales a la Asamb lea
Constituyente. Los bolcheviques no se habían cansado de decir que el gobierno
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