Follet, Ken - La caída de los gigantes

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Con esa salvedad, la ofensiva de primavera era un éxito. Walter y sus hombres
estaban exhaustos, tras cuatro años de guerra, pero también lo estaban los soldados
franceses y británicos que encontraban en el camino.
Después del Somme y de Flandes, Ludendorff había planeado el tercer ataque de
1918 para el sector entre Reims y Soissons, lugar donde los aliados controlaban un
macizo montañoso denominado el «Chemin des Dames», el Camino de las Damas, así
llamado por la carretera que lo recorría, construida para que las hijas de Luis XV
pudiesen ir a visitar a una amiga.
El despliegue final tuvo lugar el domingo 26 de mayo, un día soleado en el que
soplaba una fresca brisa del nordeste. Una vez más, Walter sintió una oleada de orgullo
al ver las columnas de hombres marchando hacia la línea del frente, los millares de
armas tomando posiciones bajo el fuego implacable de la artillería francesa, las líneas
telefónicas tendidas desde los refugios subterráneos del puesto de mando hasta las
unidades de baterías.
Las tácticas de Ludendorff seguían siendo las mismas: esa noche, a las dos de la mad
rugada, miles de armas abrieron fuego, disparando gas, metralla y explosivos contra las
líneas francesas que ocupaban la cima de la montaña. Walter advirtió con satisfacción
que los disparos franceses disminuían de intensidad inmediatamente, señal inequívoca
de que la artillería alemana estaba alcanzando sus objetivos. La descarga ofensiva fue
breve, en con sonancia con la nueva estrategia, y a las cinco y cuarenta minutos de la
mañana, cesó por completo.
Los soldados de las tropas de asalto avanzaron terreno.
El avance de los alemanes se producía cuesta arriba, pero a pesar de eso, encontraban
escasa resistencia, y para sorpresa y regocijo de Walter, alcanzaron la carretera de lo
alto de la montaña en menos de una hora. Bajo la luz del día, vio a los franceses
batiéndose en re tirada por la pendiente de la ladera.
Las tropas de asalto siguieron avanzando a un ritmo regular, acompañando a la lenta
pero implacable batería de la artillería, pero pese a todo llegaron al río Aisne, en el
vértice del valle, antes de mediodía. Algunos granjeros habían destruido sus máquinas
cosechadoras y quemado las cosechas tempranas acumuladas en sus graneros, pero la
mayoría había huido a todo correr, y había abundantes recompensas para las milicias de
requisa en la retaguardia de las fuerzas alemanas. Para asombro de Walter, los franceses
en retirada ni siquiera habían volado por los aires los puentes que cruzaban el Aisne, lo
cual era un indicio muy sig nificativo del estado de pánico en el que habían huido.
Los quinientos hombres de Walter avanzaron por el siguiente puente a lo largo de la
tarde y montaron el campamento en la orilla opuesta del río Vesle, tras haber recorrido
veinte kilómetros en una sola jornada.
Al día siguiente descansaron, a la espera de refuerzos, pero al tercer día reanudaron
de nuevo el avance, y al cuarto día, el jueves 30 de mayo, tras haber recorrido la nada
desdeñable extensión de cincuenta kilómetros desde el lunes, alcanzaron la orilla norte
del río Marne.
Justo allí, tal como recordó Walter con un negro presentimiento, era donde se había
det enido el avance alemán en 1914.
Se juró que eso no volvería a suceder.
III
El 30 de mayo, Gus se encontraba con las fuerzas expedicionarias estadounidenses en
la zona de entrenamiento de Châteauvillain, al sur de París, cuando la 3.ª División
recibió órdenes de ayudar en la defensa del río Marne. La mayor parte de la división
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