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ARTE, ECONOMÍA, FILOSOFÍA Y
PSICOLOGÍA COMO ESPEJOS VITALES
EN CON TAL DE NO MORIR DE VICENTE
MOLINA FOIX
EMILIO RAMÓN
Universidad Católica de Valencia
Con tal de no morir (2009) presenta doce relatos aparentemente inconexos
llenos de ansiedades contemporáneas. Gracias al análisis de cada uno de sus
intertextos, artísticos, filosóficos, económicos y psicológicos, observamos
que lo que hacen los textos es minar las bases de la cultura occidental
dejando a los personajes a merced de sus miedos y sus frustraciones. Según
la Gestalt, podríamos aceptar una lectura superficial, la tendencia de la
experiencia perceptiva más común, pero al ahondar en los intertextos y en sus
reagrupamientos descubrimos, siguiendo el Principio del Cierre, que el todo
de la colección es más que la suma de sus partes. Por medio de la pintura, el
teatro, la televisión, la música, la filosofía y la psicología, descubrimos que
estos elementos no sólo reproducen un estado de ánimo y una imagen de los
protagonistas sino lo que les mueve a actuar y, al tiempo, a fracasar.
Durante una entrevista mantenida con Vicente Molina Foix acerca de su
novela El abrecartas (2006), comentamos que ésta era como si a un edificio le
hubiésemos quitado la pared, rememorando aquellos viejos tebeos de la Rue
13 del Percebe, para así poder ver a todos sus inquilinos. Estos inquilinos,
que a primera vista parecen bastante dispares, se van relacionando directa
o indirectamente conforme avanza la narración hasta conectarse a través de
varios aspectos de sus vidas, como si de una gran tela de araña se tratara.1 En
aquel caso, el lector se encontraba con una serie de cartas que se cruzaban y
se entrecruzaban para reconstruir una época, procurando ofrecernos tanto una
fidedigna y minuciosa transcripción de la misma, como la recreación de su
atmósfera, su palpitar; y eso es lo que, en cierta manera, Vicente Molina Foix
nos vuelve a presentar en Con tal de no morir. En este libro se dan cita doce
mundos aparentemente distintos pero con los miedos y las preocupaciones
contemporáneas como punto de unión y con una serie de intertextos que, cual
reflejos de los personajes, van dirigiendo, casi manipulando, sus historias.
Estos intertextos pueden ser una expresión artística, como ya ocurriera en
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Cuadernos de ALDEEU
El abrecartas, una filosofía, una corriente psicológica o una serie de noticias
relativas a una guerra. De esta manera, los personajes de los doce relatos
experimentan su entorno con una subjetividad marcada por las analogías que
ellos mismos establecen con su realidad y con los mencionados elementos,
interpretando meras anécdotas, alusiones, noticias u objetos como parte
intrínseca de sus realidades individuales y permitiendo que todo ello ejerza
un poder casi decisorio sobre ellos. Al igual que con El Abrecartas, Con tal de
no morir se puede calificar de “crónica de un naufragio” (Ramón 281), sólo
que en este caso no contamos con un edificio sino, como afirma el escritor,
con “una pequeña cabaña en el bosque” (Intxausti) que nos muestra cómo los
intertextos sirven de espejos para reflejar la “atmósfera” de nuestra época.
Hablamos de una época que, como dice Lyon, nos aboca hacia el caos
y la dispersión, siempre presentes en muchos de los personajes, como
consecuencia de los hábitos sociales asumidos en esta cultura, la que Duque
Pajuelo denomina “de los tres minutos” dado que sólo fijamos nuestra
atención durante un corto lapso de tiempo, posibilitando así que todo resulte
comprimido, instantáneo, como las noticias sobre la primera guerra del golfo
con las que tanto se identifica la protagonista de “Como en Bagdad,” uno de
los relatos. Los relatos reflejan una cultura de marcado carácter mercantilista,
con una creciente influencia de los medios de comunicación y un egoísmo
cada vez más generalizado, ejercido o sufrido por unos personajes llenos
de incertidumbres, por lo que la elección de una “narración breve en prosa
que, por mucho que se apoye en un suceder real, siempre revela tensiones
y distensiones, graduadas para mantener en suspenso el ánimo del lector,”
según la definición de cuento de Anderson Imbert (50), resulta particularmente
acertada. Encontramos por tanto narraciones breves con una clara unidad
de efecto o de impresión, en donde, siguiendo a Cortázar, tanto el tiempo
como el espacio están “condensados, sometidos a una alta presión espiritual
y formal para provocar [...] en el lector como una especie de apertura, de
fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va
mucho más allá de la anécdota [...] literaria” (6). Es quizás por esto que,
explica Martín Gaite, el cuento se nos propone como el género “más propio
para sugerir, para captar el latido de un trozo de vida” (213), un latido que se
hace especialmente patente en los relatos de la colección en los que aparecen
manifestaciones artísticas.
“Con tal de no morir,” el primer relato en la colección, se abre con una
frase que denota el mundo en el que nos vamos a mover, el de las realidades
extrañas y el de las apariencias deformadas o reflejadas por los espejos,
como le ocurre al protagonista al mirar por el espejo y ver cómo “El café
avanzaba hacia su mesa sólo, sin platillo, sin mano, sin camarero” (9). El uso
del espejo sienta las bases para recordarnos cuán falsas pueden ser nuestras
percepciones, ya que no siempre encajan con la idea que nos formamos de
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nosotros mismos. El local, al igual que el espejo, resulta ser un sitio viejo
y descuidado, preparando al lector para lo que va a venir, pues Diego, el
protagonista, tiene pánico por envejecer. Allí se le acerca, sonriente, un
desconocido quien le espeta que está al corriente de sus preocupaciones
respecto a su salud, aunque parece estar bien para sus 55 años. Resulta
significativo que el desconocido haya estado mirando a Diego a través
del espejo cuando éste nunca se mira a sí mismo en éste, tal vez temiendo
encontrar algo que no le guste. Esta persona, por el contrario, resulta ser
una perfecta conocedora de lo que los hombre temen y, adecuando la figura
mefistofélica a los tiempos actuales, le aclara que su “misión es estrictamente
comercial, y en ese negociado soy el mejor. No hay nadie por encima de
mí en el escalafón. Una de las virtudes que se me reconoce es la franqueza:
no me gusta perder el tiempo con rodeos” (11), lo cual nos remite tanto al
ritmo narrador de los cuentos como al lenguaje de un eficiente vendedor.
Para asombro de Diego, el desconocido le ofrece “a cambio de nada […] un
seguro de vida sin póliza ni firmas ni contraprestaciones” (11), como si fuera
posible conseguir veinte años de vida sana a cambio de nada. Para terminar
de hacer más explícita la intertextualidad, invita a Diego a una copa de vino
del Rhin, zona de origen de la más famosa versión de Fausto, la de Goethe.
Tras apartar el encuentro de la memoria durante el resto del día, llega
la noche, el momento de los miedos, las preocupaciones y las tensiones
personales. La extraña oferta resuena en su cabeza y tiene que tomar media
pastilla para dormir. A la mañana siguiente, Diego, que vivía del arte como su
gran tocayo Velázquez, maestro del espejo, cree ver al desconocido vestido al
modo del Tirol mientras impartía clase. La extraña figura del desconocido se
le presenta dentro de un autorretrato de Rembrandt, entre el gorro y la firma
del pintor, si bien ninguno de sus alumnos ve nada.
Desesperado por la creciente tensión Diego busca a su desconocido, quien
se le presenta como Adam, recordándonos al que muchos consideran el padre
de la economía política y precursor del libre comercio, Adam Smith, quien
además defendía que la naturaleza humana está programada para avanzar
por ciertos designios o causas finales aunque los sujetos en cuestión no los
conozcan, como le ocurre a los diferentes personajes de la colección.2 El
pacto que cierran verbalmente, no con sangre como ocurre en el Fausto de
Goethe, le confirma a Diego que vivirá veinte años más y que, a cambio, la
banca se jugará la posible vida restante a la ruleta, produciéndoles grandes
dividendos. En unas pocas páginas, Vicente Molina Foix nos mezcla el juego,
las leyes del libre mercado y la exploración de la naturaleza humana movida
a través de la obsesión por no envejecer, elementos preclaros de la cultura
estadounidense actual, y los relaciona al relato Goethiano. Tras cerrar el trato,
la mente de Diego descansa poco, pues la duda de si debiera haber regateado
más años le reconcome. Llega a hacérsele insoportable y precisa “convocar
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Cuadernos de ALDEEU
a Adam para una negociación, que ahora se hace ineludible. Había sido un
incauto, un atolondrado, y en la cama, mientras da vueltas entre las sábanas,
se insulta a sí mismo y se promete firmeza ante aquel diablo tramposo” (19).
Diego, que con sus hijos había jugado a ser dios poniéndoles nombres –
Doménico y Rosario– que ellos siempre odiaron y que les marcaron para
siempre, ahora se ve atrapado por el diablo y no sabe cómo recuperar las
riendas del juego. Como consecuencia de un funeral supone que un señor
de noventa años, que allí se encontraba enterrando a su hijo, había llegado a
tal edad gracias a quienes, como él, habían rechazado la posibilidad de vivir
más de los veinte años acordados, y quería más. Ni siquiera el hecho de que
el anciano estuviera enterrando a uno de sus hijos le hace comedirse, puesto
que él no quiere / quería “pasar por el bienhechor de la vejez,” pues afirma
“Quiero llegar a ser más viejo que ellos” (23), sin importarle nada más.
Su ambición no va a verse retribuida esta vez ya que Adam va a ser
jubilado tras treinta años de servicio, vividos a base de ganárselos a otras
personas. El propio Adam había muerto a los nueve años y ahora tiene 78, si
bien no los aparenta. Tal vez la mayor crueldad de todo es que para los jefes
de la banca, que nunca son nombrados, cada persona no es sino “un número
más en unos libros de cuentas que no llevan nombre ni cara ni nadie se
preocupa en volver a abrir una vez rellenadas sus hojas” (26), fiel reflejo del
mercantilismo salvaje en el que vivimos y que, curiosamente, ahora sufrimos
con la recesión económica. Esta versión contemporánea del mito mefistofélico
no está adscrita ni “a la religión [ni] a Dios [ni] a todas esas monsergas del
cielo y del infierno [puesto que] el laicismo es la base de nuestra actividad”
(26), en clara alusión tanto a los tiempos que se viven en la España actual
como a la obra de Adam Smith. Se trata de un mundo tan mercantilizado
que en él incluso podemos encontrar “vidas eternas en oferta” (28). Por ello
no resulta extraño que, en un giro de acontecimientos, si bien no del todo
inesperado, la casi desahuciada madre del protagonista obtenga el alta del
hospital. Su salud parece más fuerte que nunca y su vitalidad recuperada. La
tristeza que se estaba apoderando de Diego por no haber podido renegociar
su trato con “la Firma” (26) da paso a la ilusión de ir cogido del brazo de
su madre, “risueños” (32) los dos, dando a entender que ella también había
negociado parte de su vida. El final trágico del mito de Goethe da paso a otro
más feliz, pero inconcluso.
Al igual que el Fausto de Goethe, “Con tal de no morir” se hace eco del
mal del siglo XXI y presenta la inadaptación social, la soledad y la evasión
como rasgos típicos de la sociedad occidental, si bien le da un significado
adicional al relacionarlo con las teorías de Adam Smith. El cuento arremete
contra las concepciones tradicionales, alejándose de la religión y de los
conceptos tradicionales de Dios y del infierno, como expone Smith, y da paso
a un mercantilismo sin límites al que vincula con los albores de la civilización
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occidental, rememorando el pacto de Hércules y Teseo bajando a las regiones
infernales a las que ya viajó Orfeo. Su pacto supone una victoria temporal
sobre la muerte aunque el tiempo, como afirmaba Borges, “es un río que
me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el
tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego,” recordándonos
que al igual que pueden vencer momentáneamente, la lucha, a fin de cuentas,
es contra uno mismo. Esta actualización del mito de Fausto, desprovisto de
las consideraciones religiosas del relato de Goethe, sirve de punto de partida
para los demás relatos.
Siguiendo con la falta de valores y con el desprecio por la suerte que
pueda correr el prójimo, el escritor ilicitano se sirve del carácter mágico del
número tres, con el teatro de trasfondo, para contar una historia de problemas
de comunicación y de infidelidad en pareja en “Los gemelos de bronce.” Su
protagonista, Eduardo, es una persona insegura y sin demasiado glamour que
acaba de ingresar en el cuerpo de policía. La insistencia sobre uno de los
números clave de la metafísica pitagórica la encontramos desde el principio,
pues Eduardo “llevaba tres semanas en el cuerpo, tres días sin ver a Elisa
y tres años de noviazgo” (34). Se refleja así la importancia de este número
que, más que una simple unión de elementos, se presenta como mucho más
que el resultado del uno más el dos. Según los pitagóricos, el tres resulta un
producto mejorado, perfeccionado; considerado como la materia fecundada
por el espíritu, o el triángulo pitagórico original, o la triada padre-madrehijo, este número redunda en fuente y origen de todas las cosas existentes.
Pero en esta ocasión, y continuando con la ruptura de lo clásico iniciado en el
primer relato, lo que resulta no es algo mejorado, sino que, como canta Carlos
Goñi, cuando “un día el destino diablo y tramposo en el juego / colocó a una
tercera persona y ya nada fue igual. / En un mundo de dos si aparece uno más
es como echar leña al fuego,” acaba con uno de los miembros.
Al tiempo que la pareja se va distanciando, el protagonista constata cómo
su personalidad se ve anulada al llevar el uniforme, lo cual le “da corte”
(3). Si va “de medio uniforme (sin la gorra, sin la pistola, sin la porra, pero
con las botas militares y el pequeño transmisor),” le anula hasta el punto de
olvidar “las frases sobre el amor que llevaba pensadas” (43), como si de un
actor mediocre se tratase. La importancia del vestuario se ve acrecentada
por el hecho de que gran parte de la acción transcurre en las inmediaciones
de la plaza “Tirso de Molina,” cual escenario de una tragedia en la que las
grandilocuentes frases que le suelta su novia para compensar el no verse
durante días —como “Pero el domingo es tuyo [...]. Tú cumples años y
yo una promesa” suenan “demasiado poética(s)” (43) y acompañadas por
una fina lluvia resultan una falacia patética. Eduardo no parece percatarse
de lo que ocurría ni siquiera cuando su novia, que no le quería hablar pues
afirmaba estar afónica y tener unas décimas de fiebre, se fue a la despedida
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Cuadernos de ALDEEU
de soltera de una amiga. No empieza a sentirse confundido hasta que, durante
su fornicadora celebración de cumpleaños se percata / percató de que, al
contrario que todas las veces anteriores, Elisa no busca la ocultación ni el
recato sino todo lo contrario, hasta el punto de que en el tercer encuentro
le fuera narrando el acto sexual. En el momento en que ella le da el regalo,
Eduardo se halla desnudo no solo físicamente, sino anímicamente, inocente
aún, mientras ella, con sofisticación, oculta sus partes nobles con lencería.
Este encuentro, en el que él se halla sin su uniforme, sin su máscara, y en el
que ella muestra una actitud desconocida hasta ahora, quitándose la máscara
de la falsa modestia, significará el principio de unas vacaciones sorpresa que
ella tomará sin avisarle y sin llevarse el móvil: preludio de un largo tiempo
de silencio entre ellos.
En su ausencia, Eduardo se percata de que, sin su uniforme, él no tiene
“kara” (53), acentuando aún más su dependencia de su disfraz en el teatro del
mundo. Sólo cuando lo lleva puesto es respetado, ya fuera por un cantante
un tanto asocial o por una señora que deseaba acariciar su pistola. Tras una
prolongada ausencia en la que sólo se han visto tres veces, Eduardo sabe
finalmente, a base de medias informaciones y medias mentiras que tiene que
recomponer, que ella se va a casar con otro y a mudarse a Vigo. Elisa se
despide con un mensaje entrecortado e incompleto en el buzón de voz para
cortar con él. Solo, sin su uniforme, acaba muerto, apuñalado por un par de
ladrones en la plaza Tirso de Molina, escenario en el que, sin su disfraz, el
número tres resultaría trágico para esta representación dramática.
Tras la prosa de Fausto y las tragedias teatrales, Molina Foix retoma en
el tercer cuento el arte pictórico, que tan excelente resultado le diera en El
abrecartas, como motor y reflejo. En “La comida a distancia” encontramos no
sólo un cuadro de un San Juan Bautista degollado y otro de Salomé que irán
tomando cada vez más fuerza en el cuento, sino también un marco de filigrana
de madera tallado con doce cabecitas policromadas, tantas como relatos
componen el libro, múltiplo de tres (4x3). La vida de la protagonista, Marina,
venía marcada por la presencia del cuadro del Bautista desde sus quince años
(5x3) y por la soledad que suponía vivir con un padre que apenas le hablaba.
Cuando éste murió tras quince días de agonía, ella “ya estaba acostumbrada
a prescindir de la persona de su padre.” (65) Sin apenas relación humana,
pues veía muy poco a sus amigas, y sin apenas escuchar voz alguna, pues su
televisor sólo produce imagen, la protagonista vive cada vez más recluida en
su propio piso de paredes desnudas, y su única manera de mantener algo de
contacto humano consiste en hablar con el repartidor de Telearroz. Cuanto
más se aleja de sus amistades y más espera el momento de que viniera su
repartidor, éste es reemplazado por una chica más bien borde y con muchas
prisas que ni siquiera le presta un poco de atención, sumiéndola aún más en
su desolación. En su peor momento, su amiga Marité “se interpuso con una
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salvación: la invitaba a cenar” (72) y le da una sorpresa: ella también se había
pasado a pedir arroz a domicilio y se había echado de novio al repartidor, lo
que Marina hubiese querido hacer con el suyo.
De manera similar al relato anterior, la aparición de esa tercera persona
supondrá que Marina se vuelva cada vez más solitaria, con su televisor sin
sonido y su cuadro del Bautista degollado que parece mirarle según su estado
de ánimo. Su aislamiento le hará retomar la afición de su padre por la pintura,
enlazando así también con el protagonista del primer cuento. Su progresivo
abandono se ve reflejado en su pintura, cada vez más “negruzca […] y
tormentosa (pese a lo cual) se gustaba a sí misma como pintora, como se
gustaba gruesa y abandonada” (76). Su dejadez física y anímica le llevan a ni
siquiera limpiarse las sobras mezcladas con el aguarrás y las tizas de pintar, y
a perder tanto su fluidez en francés como la posibilidad de retomar su amistad
con su amiga Élodie, ahondando en el tema de la falta de comunicación. En
un nuevo guiño al lector de El Abrecartas, Elisa tira a la basura todo aquello
que estuviera en francés, “incluidos los viejos pasaportes de la familia suiza
de su madre” (77).
Durante Semana Santa, inmersa en su “pasión” particular, Marina
descubre que su padre había usado su propia cara de niña como modelo para la
Salomé del cuadro; de hecho “Una de aquellas fotos de su cara infantil seguía
enmarcada encima del aparador: el rostro de Salomé con el velo de su primera
comunión” (79), acentuando su progresiva identificación con el arte de su
casa. El viernes y el sábado santos, con la lluvia también ejerciendo su papel
de falacia patética, su ánimo empieza a cambiar. El domingo de Resurrección
decide volver a pedir comida a domicilio y esperar a su repartidor cubierta
únicamente con una colcha bajo la cual se halla desnuda, como la Salomé
del cuadro, buscando seducir al hombre como hiciera la figura bíblica. Como
si de un cuadro de Julio Romero de Torres se tratase, Marina parece querer
vencer a la muerte por medio del sexo y la voluptuosidad, como las mujeres
del pintor andaluz. Según apunta Cabrerizo, las mujeres del pintor que rodean
a la muerte o son rodeadas por ésta, son “explícitas en sus generosidades,
voluptuosas, carnales, apetecibles [...] con ojos y miradas que invitan,” y
ésa parece ser la intención de Marina en su intento particular de resucitar
al tercer día. El problema para ella es que se había abandonado tanto que,
al igual que la Salomé del cuadro copiado de la obra del pintor andaluz, su
imagen también se ha “ennegrecido”. Lejos de lograr una resurrección, esta
mujer parece semejarse más a la imagen del Bautista degollado que a la de
la sensual bailarina. Su proceso de decadencia y de soledad va de la mano
del ennegrecimiento de los cuadros y de la mezcla de sobras de comida en
las paletas de mezcla de pintura que tiene por la casa. El intento por vencer
a la incomunicación y a la muerte, y la intersección del arte, la religión y el
número tres vuelven a ir de la mano de este nuevo naufragio vital.
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Cuadernos de ALDEEU
El espejo en el que se ve reflejada la protagonista de “Como en Bagdag”
resulta uno de los más complejos de la colección pese a la apariencia inicial.
A simple vista su turbulencia interior se verá identificada con el conflicto
televisado de la primera guerra del Golfo: un conflicto personal “parecido
en más de un detalle a la anexión de Kuwait” (85). Narrado desde el punto
de vista de la “asediada,” en vez de mediante el narrador omnisciente
presente en los tres relatos anteriores, esta mujer nos cuenta cómo todo había
comenzado hacía dos meses en “que Rafa ponía sitio a mi intimidad, que yo
decidí negarle un buen día, trasladándome al cuarto de invitados” (85). La
protagonista establece desde el principio la conexión que ella misma realiza
entre ambas situaciones:
fracasado el cerco y la diplomacia de las discusiones en la alta
madrugada, él pasó a las hostilidades: insultos, portazos, dos amenazas
de estrangulamiento sin materializar, y, un domingo por la tarde, la
primera bofetada, que más que dolerme en la cara hirió mi orgullo de
universitaria. (85)
Se trata de una mujer culta que le había estado traduciendo a su marido
las noticias del conflicto bélico que transmitían en inglés por el canal CNN.
Su papel de traductora nos recuerda la problemática que conlleva traducir,
pues siempre queda la duda de hasta qué punto se puede ser neutro y fiel a la
realidad transmitida, lo cual se refleja hacia el final del cuento a tenor de la
reacción de sus amistades.
Lo que resulta menos obvio pero, a la vez, más interesante, es que toda
la información que percibimos viene tintada bajo la luz del libro de cabecera
de la protagonista, el ensayo de Isaiah Berlin sobre la libertad humana y
la libertad política, y que su marido rompió en dos en un ataque de ira. El
conflicto de la violencia doméstica se nos presenta así no sólo como un
conflicto propio de la época actual, sino como una dialéctica de conceptos.
Para Berlin el concepto de la libertad se mueve mayormente en los círculos
de los que más tienen, como es el caso de los dos protagonistas: Rafa
trabaja en un banco, ella en la universidad, y tienen una casa lujosa y llena
de comodidades. Su alienación respecto a la sociedad común se acentúa en
comentarios del tipo “Todo Madrid disponía de antena parabólica” (87), o
“nadie madrugará después de una noche viendo la CNN” (88), obviando a los
miles de personas que ni pueden permitirse una parabólica ni, mucho menos,
el lujo de no madrugar. Pertenecen a una clase social que prefiere las imágenes
externas antes que preocuparse de problemas personales, como ocurre con su
amiga Marta, quien colgó a la protagonista a los cinco minutos para seguir el
resumen de una guerra foránea antes que escuchar los problemas de su amiga.
Según la protagonista, cuyo nombre nunca es revelado, lo que le preocupa
Emilio Ramón 171
a Rafa es poder acceder sexualmente a su mujer cuando le apetezca. Él es, en
términos de Berlin, un hombre que busca su “libertad política (esto es, que) a
un hombre no se le prohíba hacer lo que desee, es decir, que no se le prohíba
hacerlo, independientemente de que sea capaz de llevarlo a cabo o no.” Él
quiere tener relaciones con su mujer cuando a él le apetece, que ésta le haga
de traductora de las noticias cuando él quiere, y que no hable con su madre
porque le incomoda. Según Berlin, “en su sentido político y no metafórico,
libertad significa la ausencia de interferencia por parte de otros,” y a eso aspira
Rafa, sin importarle cómo se sienta de agredida su mujer. La protagonista, por
su parte, está sufriendo la otra libertad, o mejor dicho, la ausencia de libertad
humana. Dicha libertad humana se refiere al derecho a no ser “invadido” en
“ciertas áreas de la existencia –digamos aquellas que el hombre necesita a
fin de asegurar la vida y oportunidades idóneas de felicidad” (Berlin). Es por
ello que la protagonista, valiéndose de “la ley (como) un instrumento para
prevenir usurpaciones, especificarlas, o para castigarlas, si ocurren” (Berlin),
recurre a su abogado para recuperar su libertad.
Al contar únicamente con su “traducción del conflicto”, no resulta
fácil colegir si ella juega algún papel en el mismo o si es simplemente una
víctima. El hecho de que “También nuestros amigos se pusieron de parte
de los hombres abandonados (incluido) Vicente, a pesar de la fidelidad que
los antiguos novios guardan a la primera chica que besaron, me reprochó el
timing” (90), no nos permite una respuesta nítida. No obstante, si tenemos
en cuenta la mencionada actitud de su amiga Marta, el hecho de que se nos
presente como víctima sin nombre y que, en opinión de la protagonista, su
“separación ponía en el mercado de los hombres a alguien tan atractivo y
desahogado económicamente como Rafa” (91), podríamos interpretar que la
falta de apoyo por parte de sus amistades se puede deber a intereses egoístas.
Por otra parte, tampoco debemos olvidar que un narrador en primera persona,
un narrador que nos cuenta las cosas al igual que las expondría en una carta,
suele buscar ante todo la aprobación de quien le vaya a leer, seduciéndolo con
la palabra, dejándonos así con la duda.
Lo que sí podemos ver claramente es que “La libertad es un ideal
sólo mientras está amenazado” (Berlin), y la libertad de la protagonista
se ve amenazada incluso después de su separación. Por orden de un juez,
un asistente social va a visitarla para asegurarse de que su “piso de mujer
separada reúne las condiciones para que un niño pase con salubridad y confort
los días de la semana que (le) corresponden” (92). Agredida y maltratada por
todos, se siente vigilada por “las Naciones Unidas” (92), temerosas de que el
secreto de su arsenal mental pudiera producir, gracias a sus conocimientos de
catedrática, “una bomba que envenena al niño o mata a base de gas simpático
al padre legítimo” (92). Aunque “en apariencia sólo sea una madre golpeada
y plañidera,” en realidad sabe que “Soy algo más, y estoy preocupada” (92).
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Cuadernos de ALDEEU
Sus largas noches de insomnio le están proporcionando nuevos secretos que
pueden ser usados como armas. La mujer maltratada ve así cómo, incluso
después de haber ejercido su derecho a la libertad, continúa sufriendo
“restricciones” en términos de Berlin, ya que la libertad es una mera garantía
contra la interferencia, y la necesidad de tener garantías sólo se siente donde
existe la conciencia de esos peligros para evitar aquello que los promueve.
La lucha por la libertad es la lucha por crear una situación en que su nombre
mismo se olvide. Pero éste es un estado ideal de las cosas, y muy pocos de
los pensadores cuerdos, empíricos –de los cuales descienden en gran medida
los liberales que los sucedieron– quisieron suponer que era algo que se
pudiera obtener por completo en la práctica, como le ocurre a la protagonista:
agredida en su matrimonio y agredida por la sociedad al intentar buscar su
libertad y su felicidad, tan esquiva en todos estos relatos.
“El peluquero de verdad” sorprende al propio autor “volviendo una y otra
vez a las peluquerías, en la ficción” (“Diario de rodaje 9”). Una obsesión que
ya aparecía en “Cuento de la peluca,” en donde el protagonista asume que su
creciente alopecia era la causa de su falta de éxito amoroso, reaparece en este
relato: “Todas sus energías Adolfo las sentía yendo a confluir en ese solar
yermo comido por la grasa, y estaba convencido de que aquél era el punto
de fuga por el que se esfumaban su buen humor e ingenio, su ilusión y su
empuje” (Encinar y Percival 187).
Aquí el narrador nos cuenta su historia empezando por cuando él empezó
a ser homosexual y “sólo (se) acostaba con peluqueros, y no era manía,
sino la realidad del momento (haciéndonos ver) lo mayor que (es)” (105).
Al ser un hombre “moreno, casposo, amplio o casi gordo y con gafas,” se
sentía lógicamente muy atraído por los “chicos delgados y estupendos, la
mayoría rubios artificiales (de quienes le) gustaba todo, todo hasta el olor
a laca permanente” (105). El problema venía porque, aunque esos jóvenes
fueran unos chicos estupendos, en realidad todos tenían crisis de identidad,
que (le) transmitían a la hora de ir a dormir, dándole insomnio y angustias.
El problema era que el pelo en sí no les llenaba, y ansiaban ser bailarines
clásicos o modelos, triunfar en la canción, diseñar interiores de casas buenas,
peinar por lo menos a las actrices de Hollywood en vez de a unas medusas
—o quizás maruxas— de barrio que no se merecían ni el tiempo que ellos
perdían en sus cerdas (106). Estas ansias frustradas de dedicarse a las artes
y la decoración sientan las bases de las inseguridades y decepciones que
acontecerán.
Ante la imposibilidad de tener nada serio con ninguno de ellos, el
protagonista no duda en aprovechar un afortunado encuentro fortuito
nocturno con un inglés, Graham, quien se siente atraído por lo “exótico” del
narrador, como un “oscuro cíngaro madrileño” (110), recuperando el tópico
de la España de Bizet. El espejo en el que ahora nos vamos a reflejar es el de
Emilio Ramón 173
la visión de España del romanticismo europeo: una España gitana, misteriosa
y exótica. Como no podía ser de otra forma, el extranjero no está interesado
en una expresión culta de España, como la pintura de Goya, la cual visitó
“en un minuto y dieciséis segundos” (108), pero sí en las óperas que estaban
“loquedas (¿su traducción de located?) en España, como Carmen y el Barbero
de Sevilla.” (108) El narrador, por su parte, se siente atraído por lo diferente
de este otro, empezando por el piercing de su oreja, aún inédito en España,
y pasando por “su 1.89 de altura bamboleante (y por) sus brazos como aspas
aceleradas por un huracán; no había cuerpos españoles tan movedizos, tan
sobresalientes.” (107). Sigue a su “ángel de la ambigüedad” (110) hasta
Londres pues allí no llamarían tanto la atención. A sus 34 años, considera que
tenía la edad ideal para hacer locuras; dejaba atrás “una clases particulares de
historia, lengua e inglés (teórico) y (se presentó) con las manos vacías del sur
pobre” (109), símil de una baja autoestima dieciochista.
Siguiendo con el juego del tres, la felicidad le duró seis meses; tras los
cuales el narrador se empeña en querer buscar trabajo para no vivir a su
costa. El invierno, físico y anímico, se echa encima “con la dureza que habrás
visto en las películas” (110), cual nueva falacia patética. En ese invierno,
y con unas copas de más, Graham “se permitía bromas xenófobas: yo era
la Armada Invencible española, él las duras rocas de Dover (en donde el
narrador) se dejaba romper los flancos (en más de un sentido) en la cama
sin resquemor patriótico” (111), demostrándonos el verdadero sentir que
latía bajo esa exótica admiración. Como ya ocurriera en el Romanticismo, la
idealización de lo exótico conlleva la incapacidad de admitir al otro tal como
es, y el protagonista se empeñó en concebir para Graham un destino mejor,
sin entender que éste sí que era feliz con su negocio de peluquería y con su
manera de divertirse. Él se sentía un artista: “No sabes cómo salen de mis
manos esas mujeres. Cambiadas y bellas. Contentas. Al menos la primera
noche después de mi peinado seguro que son las reinas de sus maridos,” pero
el protagonista se halla inmerso en su proyecto de “evangelización artística”
para Graham (113). Le compra libros de arte, e incluso le insta a que se
dedique al canto “indignado al oír qué gran voz lírica se estaba malogrando
por culpa de la haute coiffure” (116). Su insistencia acaba dando un fruto
esperado: Graham se matricula en un cursillo nocturno sobre la alopecia,
pues el narrador empezaba a perder pelo, y deja de ser alegre y despreocupado
para convertirse en un obseso de la ciencia, dejando atrás “la actividad sexual
de siempre” (118), pues piensa que tanto derrame seminal acabaría por
secarle los folículos que riegan el pelo. Ni siquiera cuando el pelo paró de
caérsele accede Graham a volver a sus correrías de antaño, pues el narrador
debía seguir con el tratamiento a rajatabla para adecuarse el estereotipo
dieciochista: “guapo y poderoso como un matador” (119). La necesidad de
mantener la imagen del modelo da lugar a que Graham le preocupara más
174
Cuadernos de ALDEEU
su “pelo [...] que [sus] deseos.” (119). La búsqueda de lo exótico del uno
y la obsesión por evangelizar del otro dan al traste con su relación. Como
cabía esperar, cuando una noche deciden saltarse el régimen de castidad, el
español tiene el inevitable latigazo, motivado por la falta de práctica pero,
sobre todo, porque Graham había descuidado muchos aspectos de su imagen
desde que empezara los estudios. Aquello tiene “el efecto de una bomba letal
y retardada” (121) y el narrador acabará por volverse a España inventándose
una patética excusa. Como le pasara a la Salomé anterior, la imagen se había
ennegrecido.
En el cambio de la narración al diálogo, el protagonista comenta que
Graham recuperó su frescura al abandonar su curiosidad científica y encontrar
a un nuevo amor español, mientras que él mismo estaba cumpliendo uno de
sus sueños: contándole su historia a un guapo joven de 22 años que disfrutaba
de sus historias, sus michelines, su calvicie y su sexo. En este caso el relato
proporciona la esperanza de una segunda oportunidad, dejando atrás el espejo
del romanticismo para dar paso a una nueva etapa en la que las personas se
aceptan como son y no pretenden evangelizar.
Tras haber pasado por las artes, la economia y la filosofía, será la psicología
la que tome el relevo en “Todo él,” relato en el que la falta de comunicación,
la mediana edad, el fetichismo y el número tres vuelven a darse la mano.
La protagonista del cuento, después de tres semanas de ciber-relación, sigue
el parámetro de insatisfacción e inseguridad de los personajes anteriores, si
bien añadiendo un fetichismo exacerbado. Hasta la fecha, dice haber pasado
por tres fases de su vida amorosa hasta llegar a sus actuales 34 años. Con
15 años, avergonzándose incluso por “el olor de los chicos al arrimarse
y que me crecieran los pechos más que a mi amiga Elsa” (139), tuvo su
primer fetichismo: se enamoró de unos bigotes, —elemento recurrente en la
narrativa de Molina-Foix. Se trataba de un amor adolescente por su profesor,
Ángel, del que éste nada supo. Su fijación con los pelos le llevaba a pararse
“a diario delante de una peluquería de caballeros a ver el escaparate (y a
preguntarse si) tendría yo la mente tan retorcida como las puntas del bigote
de mi padre y mi “profe” (140). Esta obsesión capilar de la parte por el todo
sienta las bases de este cuento.
De los 17 a los 23 desvía su fijación hacia las voces, enamorándose primero
de un canario por su “voz tan cantarina, tan acaramelada” (140) y después del
gordo intelectual de la clase por su voz “tan metálica y clara, tan melodiosa,
la voz de un macho pensante encerrada en un cuerpo hermafrodita” (140).
Su fetichismo es tal que grabó todo lo que él le dijo en la cama la primera
vez que se acostaron para después, ya a solas, ponerse “la cinta grabada, y su
voz (le) produjo el primer orgasmo” (141). A éste le seguirían otros chicos a
quienes describe exclusivamente por su voz, pues se muestra incapaz de ver
a las personas como un todo, como seres completos.
Emilio Ramón 175
Dada su incapacidad para superar sus visiones parciales de la realidad, no
es de extrañar que estudiara la carrera de psicología. Al acabarla pasa a su
tercer fetichismo: “La fase sádico-táctil o Rafael” (141), ofuscándose ahora
con los dedos y las uñas hasta el punto de preferir el tacto con la verruga del
meñique de su novio antes que los besos con lengua, o a dejar de escuchar
lo que le cuentan sus pacientes drogadictos por quedarse absorta mirando
sus nudillos esqueléticos. En este momento entra en su vida Manuel, un
psicólogo cinco años mayor que ella y con una serie de defectos que ella
detestaba, pero especializado en la materia de la carrera que, lógicamente,
más se le había atragantado a ella: la psicología de la Gestalt. Según ésta, uno
de los principios fundamentales para percibir lo que nos rodea es la llamada
ley de la Prägnanz (Pregnancia), según la cual la tendencia de la experiencia
perceptiva a adoptar las formas más simples posibles es algo más que la suma
de las partes. La percepción humana es, ante todo, una construcción mental
subjetiva que se ordena y da sentido a lo percibido gracias a las coordenadas
del espacio y del tiempo, dando así lugar a la forma de lo que percibimos. Es
gracias a la imaginación que unimos los elementos faltantes para completar
la figura del elemento percibido y poder obtener así una “visión” del mundo.3
Con este retorno de la protagonista a las teorías de la Gestalt por medio de
su novio, ella se veía a sí misma como paciente de éste, quien parecía estar
tratándola con una terapia gelstat para ayudarla a “juntar, reunir. Configurar”
(142).
Sus intentos resultan vanos ya que cuando él la deja ella se siente,
irónicamente, “una mujer configurada y feliz (tan plenamente feliz como mi
amiga Elsa en su matrimonio y sus implantes de silicona” (142). Su elocuente
fragmentación mental la lleva no sólo a ver a los demás por partes, sino que
ella misma se percibe “a trozos” (142), incompleta, incapaz de añadir los
elementos faltantes en su vida, por lo que decide que la única comunicación
posible con su ciber-amigo será parcial, y le espeta que no le va “a decir
en qué trabajo, ni tú me lo digas nunca. Tenemos un lío, no un negocio”
(140). Las relaciones cibernéticas se convierten así en el mejor reflejo de lo
que la Gestalt presenta como patología; la falta de unidad, de configuración
y de comunicación. Teniendo en cuenta que la percepción humana es, ante
todo, una construcción mental subjetiva, resulta significativo que los dos
personajes decidan tener un encuentro sexual en la oscuridad, en silencio, en
la habitación de un hotel y con preservativos que evitan el contacto directo.
Curiosamente será así cómo, por primera vez en su vida, alguien le haya
“hecho sentir toda yo” (144). Ella puede prescindir de su nombre, de saber
más de él, o de salir con él, pero le vale con “tener solamente esa parte de ti
que me acaricia y me asombra en la oscuridad” (144), pues para ella las partes,
y no el conjunto de ellas, son lo importante. Lo que parecía un simple reflejo
de la realidad cibernética actual resulta ser un alegato contra los intentos de la
176
Cuadernos de ALDEEU
filosofía alemana por dotar de algo de coherencia al mundo, siguiendo así con
el proceso de desmitificación de diferentes pilares tradicionales de nuestra
cultura en estos relatos.
El proceso creativo vuelve a la palestra en “El poeta en la torre,” en donde
un joven poeta sin experiencia y sin un claro objetivo en la vida consigue una
beca para encerrarse en una peculiar torre de marfil en la huerta murciana.
Juan Brotons, 25 años, cuenta en su haber con tres poemas dedicados a tres
mujeres (su madre, la Purísima Concepción y la actriz de cine Rita Lana),
dos de los cuales habían sido publicados y bien recibidos por los ambientes
ácratas de Alicante. En su haber incluye un total de nueve trabajos, al sumar
cuatro prosas poéticas de su viaje por la India, y con un gran desconocimiento
de los clásicos, lo que le “hacen puntuar doble” (152) frente a la otra finalista,
una poetisa ganadora del Premio Hiperión, uno de los más prestigiosos de
poesía joven en lengua española.
La torre en cuestión, sita en una de las pedanías más pobres de Murcia,
despide cierto aire enigmático por el comportamiento de todos los que allí
trabajan. El logo de la empresa contratante, La Torre de Hermione, y los
emblemas en la puerta de hierro, aguilucho y serpiente, conectan directamente
con A Winter´s Tale de Shakespeare. El aire británico de la fundación, en
la que “latía el aliento shakesperiano” (152), se debía a la memoria de D.
L. Michael, quien había sido “Poeta en Residencia del Pabellón real de
Brighton” (152), y amigo de la directora de la fundación. Su desconocimiento
de lo inglés también “puntuaba doble” (153), por lo que no es de extrañar
que decidiera “no mentir, ni ponerse méritos que no tenía, ni citar en su
francés elemental los pocos versos lluviosos de Verlaine que aprendió en el
bachillerato” (153). Su lógico desconcierto ante lo que está viviendo le lleva
a plantearse no escribir nada por ver “si le echaban de la Torre o le daban
más puntos en el escalafón” (153). Pese a todo, presa del aburrimiento, un
día decide escribir una variación del primer poema que escribiera en su vida,
“el que le escribió a su madre con motivo de una enfermedad” (154), pero no
consigue plasmar mucho más en papel para nerviosismo de la directora de la
fundación, que le pedía que fuera “metafísico en [sus] poesías” (157). Falto
de inspiración, cada vez deambula más lejos de la casa y los viejos videos de
versiones antiguas de obras de Shakespeare tampoco le sirven. Con el paso de
los días lo único que aumenta son sus cábalas acerca de lo que había pasado
con sus predecesores. Harán falta doce días para que termine su “fácil y
monótona residencia en la Torre, su incapacidad poética (y) sus vagabundeos
por las plantaciones de azafrán.” (163) El cambio viene acompañado por una
falacia patética shakesperiana en forma de “nube de color gris plomo” (163)
que luego descargaría lluvia y le provocaría un escalofrío, haciendo que su
conciencia, cual “impertinente voz en el espejo” (163), le recrimine que esté
ahí “sin ser poeta ni nada,” añadiendo: “¿no te da vergüenza la comparación?
Emilio Ramón 177
Los libros de grandes poetas que hay en la biblioteca, el dormitorio que
habrán ocupado antes que tú escritores de raza, la naturaleza de este lugar
tan hermoso, a la que no le sabes sacar ni un color bucólico” (164). En un
ambiente propio de novela gótica aparece el tercer personaje en cuestión, un
hombre de edad que llevaba “unas grandes gafas negras que, como un grueso
hermético antifaz, le tapaban enteramente los párpados, las cejas y la cavidad
de los ojos” (165). Sin tiempo a empezar la cena, una nueva tormenta de
lluvia y viento acaba por apagar las velas y hacer que se vaya la luz, como
si de “el castigo de un cielo indignado” (167) se tratara. Cuando se quiere
dar cuenta, está solo en la sala en medio de la oscuridad. Ya en su habitación
tendría un sueño físicamente imposible, por la falta de calado marino, pero
muy significativo acerca de “un buque surcando el Mar Menor en llamas”
(167).
En una casa desierta como su inspiración, un día se encuentra con que
le llaman desde una habitación que siempre había estado cerrada. Allí
encuentra, junto a una serie de cuadros con escenas shakesperianas, “una
mujer real medio desnuda erguida encima de un podio [...] una resucitada,
como la Hermione de Shakespeare.” (170) La estatua, parlante como la de
la heroína del bardo inglés, afirma ser la de la actriz de cine de quien había
estado enamorado de niño, y le recrimina que la hubiera abandonado en el
olvido. Una vez más, se van las luces de esta escena y, si bien no tiene claro
si se apagaron las luces de la galería o las de su cabeza, tiene “por fin, una
idea clara. Se iba de la Torre para siempre quince días después de su llegada,
y lo haría rápidamente: no tenía que hacer ni la maleta pues no tenía maleta”
(171). Pero ahora su vestidor aparece repleto de ropa y complementos todos
ellos con el emblema del aguilucho y la serpiente bordados. Agotado y
sudoroso, decide cambiarse y ponerse ropa del armario, pero cuando intenta
abandonar la habitación no puede, siente una febril necesidad de escribir: le
había llegado, por fin, la inspiración y no pararía hasta el amanecer. Cuando
el hambre le vence, baja a desayunar, no sin antes pasar por la galería donde
“la Hermione resucitada le habló” (173). Allí ya no había ni estatua ni
pedestal, pero sí “una peluca rubia despeinada y con grumos blancos (bajo
la cual) distinguió un trozo desgarrado del corpiño de tela basta que había
cubierto horas antes el pecho de la Hermione viva” (173). La actuación
teatral parece haber tenido éxito: la inspiración que finalmente le vino tras
haber visto a su Hermione particular da como fruto diez cuartillas de poemas,
que era “lo que sus anfitriones estaban esperando desde hacía un buen rato”
(173). Al igual que la Hermione original, ésta también convenció al reticente
huésped para que se quedara más tiempo entre ellos. La performance de tema
shakesperiano, con algún tono de novela gótica, viene a propiciar la “Torre
de marfil” que reclamaban los poetas modernistas para recluirse a crear su
poesía, tal vez el único mundo posible en esta colección de cuentos.
178
Cuadernos de ALDEEU
Clara, la protagonista de “La cantata del café,” también es un personaje
inseguro y solitario que persigue “su rutina y no en el firmamento de sus
deseos” (175) para sobrellevar su vida. Pese a vivir con otras dos compañeras
de piso, Alba y Soledad, se levanta la primera para tomarse su café a solas
con su emisora de música clásica, su verdadero espejo en el relato. Su
aislamiento y su atadura a su rutina llegan al punto de quedarse desasosegada
durante días al descubrir un día en la cocina a Hilario, el nuevo novio de
Alba. Al tercer día volvería a encontrarse con él y éste le invita a comer
una ensaimada recién traída de Palma de Mallorca, pues trabaja para una
compañía aérea. Ella acepta acompañarlo si bien finge no prestarle la más
mínima atención, dejándole con la palabra en la boca y con el obsequio a
medio comer. Lo cierto es que al día siguiente no haría más que “cometer
torpezas en la oficina” (178).
Cuando vuelven a coincidir, ella descubre que comparten el gusto por
la música clásica, escuchando La cantata del café de Bach hasta el final.
En ella, la protagonista tiene tal adicción al café, propia del siglo XVII en
Europa, que no le importa el castigo que le imponga su padre con tal de que
no le quite sus tres tazas diarias, recordándonos que la primera alegría del
día para Clara siempre “era enchufar la radio; la segunda, el café” (175).
Llena de ilusión, Clara busca la pieza musical en una “tiendecita de discos
y casetes de segunda mano” (180) donde la encuentra en disco de vinilo.
El comentario que le hizo el vendedor de que los vinilos “tienen un mundo
interior” (181) resultará no sólo un claro reflejo de sí misma, incapaz de
mostrar lo que siente, sino que nos permitirá verla a la luz de la música que
esté sonando en cada momento. La música romántica de Dvořák pondría el
tono de fondo a la melancolía del lunes siguiente, sin saber de Hilario y “tan
distraída, tan lenta, que su jefe, siempre con la sonrisa en la cara, le tuvo
que llamar la atención” (182). Sin palabras, se había forjado una estrecha
relación basada en la música y en el café, por lo que Hilario, a su vuelta
de Colombia, le trae medio kilo de café colombiano Arábica “el de mejor
calidad” (184). Su novia Alba está furiosa pues ha sido desplazada por la
música del café y, en un vano intento, cambia a una emisora en la que sonaba
“Dame tu fuego interno,” clara alegoría de lo que está ocurriendo entre ellos.4
A Alba no le queda sino observar “a su novio y a su amiga danzar en torno
a la llama del gas” (184), cual “Danza del fuego” de Falla, mientras el café
empieza a hervir. Ahora Clara sí que presta atención a los comentarios de
Hilario como en una “borrachera (que) iba a más” (184). Con La Sinfonía del
Nuevo Mundo de fondo, Hilario le cuenta su vida mientras ella se embelesa
con este nuevo mundo. Al caer enferma Alba, Clara se siente culpable y opta
por enfrascarse en el trabajo los tres días siguientes y por volver a sus rutinas
de siempre. Vuelve incluso a encontrarse con Luis, otro ser incompleto como
ella; él había perdido un pie sirviendo en el ejército fuera de España, y ella
Emilio Ramón 179
había nacido sin mano en su brazo izquierdo. Ambos usan prótesis de última
generación, y ambos se sienten igualmente “mutilados” (191), pues les asusta
acostarse con alguien y que se viera que les falta un miembro. Como el resto
de personajes de la colección, buscan huir de sus vidas.
La música de Don Giovanni de Mozart, del don Juan que embelesaba
a las mujeres, devolverá a Clara a la realidad. Alba está recuperándose de
su enfermedad y Soledad ha traído a casa a un John-Giovanni, pero Clara
únicamente puede pensar en el avión en el que viajaba Hilario. Al igual que
el protagonista de dicha ópera, el embelesador de mujeres ha sido tragado
por el infierno. Tras confirmarse su muerte, el punto final no podía ser otro
que el Réquiem de Mozart. Al igual que la protagonista de la cantata del café,
Clara se había mostrado dispuesta a compartir su vida con un hombre que le
permitiera seguir con lo que a ella realmente la hacía feliz, y había cedido
a los encantos de este Don Juan del siglo XXI que acabaría desapareciendo
como Don Giovanni, poniendo la misa de muertos de Mozart el broche
final a esta composición músico-literaria en donde la esperanza brilla por su
ausencia.
Con tal de no morir presenta de este modo una serie de relatos con
variaciones artísticas, literarias, filosóficas, económicas y psicológicas a modo
de collage que proponen la desmitificación de los pilares tradicionales de la
sociedad occidental dejando a los protagonistas sin apenas asideros posibles.
Gracias a estos intertextos en los que se ven reflejados los protagonistas,
el lector percibe no un mero reflejo de la realidad, sino versiones de ésta,
realidades fragmentarias, dado que cada uno de ellos reacciona, interactúa,
ante sus vivencias y antes los intertextos de manera diferente, y queda a su
merced el configurar la imagen global. Desde el mito de Fausto hasta la música
clásica de Bach, Dvořák y Mozart, pasando por la literatura shakesperiana,
las teorías económicas de Smith, la filosofía de Berlin, la psicología de la
Gestalt, la pintura de Julio Romero de Torres, el teatro español del siglo de
oro y el romanticismo, Con tal de no morir presenta no sólo una serie de
relatos, sino una composición artística que supone, más que la mera suma de
las partes, una nueva crónica de un naufragio.
180
Cuadernos de ALDEEU
OBRAS CITADAS
Anderson Imbert, Enrique. Teoría y técnica del cuento. Buenos Aires:
Marymar, 1970.
Bach, Johan Sebastián. La cantata del café. 1732 Red de Consumidores de
Café. 23, oct. 2009 <http://www.redcafe.org/musicadelcafe.htm>.
Cabrerizo Hurtado, Jorge J. “Julio Romero de Torres vence a la muerte.”
Alonso Cano. Revista andaluza de arte. 19, 09, 2009 <http://perso.
wanadoo.es/alonsocano1601/cano2/julio romero de torres vence la
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Cortázar, Julio. “Algunos aspectos del cuento.” Casa de las Américas II. 1516 (1963): 6.
Duque Pajuelo, Félix. “A vueltas con el tiempo.” Paralaje Nº 2/
Dossier. 19, Nov. 2009. <http://paralaje.cl/index.php/paralaje/article/
viewFile/44/41>:17-40.
Encinar, Ángeles y Anthony Percival, eds. Cuento español contemporáneo.
Madrid: Cátedra, 2004.
Goethe, Johann Wolfgang von. Fausto. Madrid: Alianza, 2006.
Goñi, Carlos (Revolver). “Un mundo de dos.”8:30 am. 2002.
Halliday, F. E. 1964. A Shakespeare Companion1564-1964, Baltimore,
Penguin, 1964
Intxausti, Aurora. “Entrevista: Vicente Molina Foix. Escritor.” El País.
15/05/2009.<http://www.elpais.com/articulo/cultura/novela/edificio/
cuento/cabana/elpepicul/20090515elpepicul_6/Tes>
Emilio Ramón 181
Lyon, David. Postmodernidad. Madrid: Alianza, 1999.
Martín Gaite, Carmen. “Culturas”. Diario 16 253 (21 abril 1990).
Molina Foix, Vicente. (2009): Con tal de no morir. Barcelona: Anagrama,
2009.
—. “Diario de rodaje 9. Peluqueros de verdad y mentira.” 06/10/2009.<http:www.
elboomeran.com/blog-post/79/7788/vicente-molina-foix/
diario-de-rodaje-9-peluqueros-de-verdad-y-mentira/#>.
—. El abrecartas. Barcelona: Anagrama, 2006.
Ramón, Emilio. De las Olimpiadas de Barcelona a la Ley de la Memoria
Histórica. Murcia: Nausicaa, 2007.
182
Cuadernos de ALDEEU
NOTAS
Para un análisis más detallado de las técnicas intertextuales usadas a
modo de espejo vital en El Abrecartas y que Vicente Molina-Foix recupera
en esta colección, véase el último capítulo de mi libro, De las Olimpiadas
de Barcelona a la Ley de la Memoria Histórica.
1
Adam Smith expone su manera de entender el origen y funcionamiento
de sentimientos morales tales como la virtud, la justicia, la corrupción, el
resentimiento o la venganza en The Theory of Moral Sentiments (1759)
y su influyente obra The Wealth of Nations (1776) supone el primer
acercamiento científico y sistemático a las teorías del libre comercio,
sentando las bases del capitalismo.
2
Para la psicología de la Gestalt la mente configura los elementos que
llegan a ella a través de los canales sensoriales (percepción) o de la
memoria (pensamiento, inteligencia y resolución de problemas). En
nuestra experiencia del medio ambiente, esta configuración tiene un
carácter primario sobre los elementos que la conforman, y la suma de
estos últimos por sí solos no podría llevarnos, por tanto, a la comprensión
del funcionamiento mental. Este planteamiento se ilustra con el axioma
“el todo es más que la suma de sus partes”, con el que frecuentemente
se identifica a esta escuela. Esta corriente filosófica se inscribe en la
tradición filosófica alemana del siglo XIX, en donde cabe destacar la figura
de Inmanuel Kant. La filosofía kantiana se refleja principalmente en el
papel trascendental que el filósofo alemán asigna a la imaginación como
condición subjetiva y a priori de la percepción, pues el fenómeno es ya una
síntesis, una construcción mental, cuya materia procede de los estímulos
(sensibilia), pero cuya forma impone el hacer (tun) del sujeto. Son las
coordenadas vacías y subjetivas de la imaginación, espacio y tiempo, las
que dan orden y sentido a las sensaciones, adscribiéndoles una forma.
3
Canción de “Los Incandescentes”, grupo de rap mexicano seguidor de los
Rolling Stones y afincado en Montreal.
4
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