Creo en Jesucristo Creo en Jesucristo,

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“Servidores y testigos
de la Verdad”
Introducción a la lectura del Catecismo
Con el n. 430, el Catecismo de la Iglesia Católica
comienza el desarrollo del bloque central del Credo,
es decir, el conjunto de artículos dedicados a Jesucristo,
el Hijo del Padre, segunda persona de la Santísima
Trinidad. Los términos del enunciado -Jesucristo, único
Hijo, nuestro Señor- ponen en evidencia los dos núcleos
de nuestra confesión de fe en Jesucristo: Él es, por
una parte, el Hijo único de Dios y como tal es Señor
de cielos y tierra y, por ello, también nuestro Señor.
Por otra parte, tiene un nombre propio que alude a su
real condición y existencia humanas: se llama Jesús,
nombre querido por Dios pero impuesto por los
hombres (la Virgen María y san José: cf. Mateo 1,21 y
Lucas 1,31), y es llamado el Cristo, es decir, el Ungido
por el Espíritu Santo (cf. Mateo 3,16-17). También por
eso, por su humanidad y la unción que ha recibido, es
nuestro Señor.
Meditaciones 4
Creo en
Jesucristo,
su único Hijo,
Nuestro Señor
Creo en
Jesucristo
430-455
Compendio 79-84
Youcat 71-75
Jesús
ÍNDICE
Creo en Jesucristo,
su único Hijo, Nuestro Señor
En torno a estos cuatro nombres -Jesús, Cristo, Hijo
único de Dios, Señor- el Catecismo pone delante de
nosotros todo el misterio de su persona, de su identidad
y de su misión: quién es y quién es para nosotros.
Presentemos brevemente cada uno de ellos.
Catecismo de la Iglesia Católica
Meditaciones 4
Introducción a la lectura del Catecismo ................ 5
Jesús ................................................................... 5
Cristo ................................................................... 6
Hijo único de Dios ................................................ 6
Señor ................................................................... 7
Llamados a asimilar en nuestra vida
los nombres de Jesús ......................................... 7
Para la reflexión y el diálogo, la oración y la vida ... 8
Creo en Jesucristo
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Lo primero que los hombres pudieron conocer del
Señor es que era un hombre como ellos, con un nombre
propio, Jesús. El nombre, en hebreo, significa “Dios
salva” (cf. Mateo 1,21). Así pues, en su mismo nombre
aparece ya indicado que Jesús es el Salvador. Como
explica el Catecismo en los nn. 430-433, el hecho de
que su Nombre explique el núcleo de la persona de
Jesús, de su vocación y de su misión está anclado en
la tradición del pueblo de Israel, pues en ésta el Nombre
era reflejo del propio Ser. Así mismo, dado que Dios es
el único al que por definición se puede llamar Salvador,
se puede decir que en el nombre de Jesús encontramos
el Nombre de Dios. Comprendemos, por tanto, que
Jesús no es un simple hombre, sino Dios y en particular,
el Hijo de Dios, el cual, por nosotros y por nuestra salvación, se hizo hombre.
Creo en Jesucristo
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Cristo
Señor
Se trata de Cristo en los nn. 436-440 del Catecismo.
En primer lugar, se aborda el origen del nombre: es la
traducción al griego del término hebreo Mesías, que
significa Ungido. Expliquemos brevemente qué es la
Unción. A lo largo de la historia del pueblo de Israel,
el Espíritu es derramado “parcialmente” sobre los
patriarcas y los profetas. Dios promete un Mesías en
quién reposará en plenitud el Espíritu de Dios. Pues
bien, esto se cumple plenamente en Jesús: es la humanidad de Jesús, su carne, la que ha sido definitiva y
perfectamente ungida por el Espíritu (cf. Isaías 61,1-2;
Lucas 4,17-21).
Por último, el nombre de Señor. Es importante prestar
atención a todas las dimensiones de este nombre. No
es sólo un nombre de respeto. Es algo más: cuando el
pueblo de Israel tradujo al griego las Escrituras de Israel,
utilizó el término Kyrios (Señor) para traducir el Yahvé
hebreo. Señor, por tanto, hace referencia a la verdadera
divinidad de Jesús (cf. 1 Corintios 2,8). El Catecismo
recuerda cómo la Iglesia desde el principio atribuyó a
Jesús “el poder, el honor y la gloria”.
Merece especial atención el n. 438 que muestra la
dimensión trinitaria del misterio de la Unción, siguiendo
a san Ireneo de Lyon: que el Hijo sea Cristo, es decir,
Ungido, expresa el misterio de la Trinidad: “uno” es el
Ungido (Jesús), “otro” el que unge (el Padre) y “otro” la
unción (el Espíritu Santo).
Los nn. 450-451 recuerdan que llamar a Jesús Señor
no es una cuestión teórica. Que Jesús sea el Señor
significa que Él es el Soberano del cielo y de la tierra,
que cuida con su Providencia de la creación y en particular de los hombres, que sólo Él tiene la llave que
puede desvelar el sentido de la vida de los hombres y
el sentido de la historia en su conjunto. Vivir en
obediencia a Cristo, someterse a su señorío, es reconocer su verdadera identidad y también reconocer
nuestra condición de criaturas amadas por Él.
Hijo único de Dios
Llamados a asimilar en nuestra vida los nombres de Jesús
El camino que recorre el Catecismo en los nn. 441444 es muy claro. En primer lugar explica el uso del
término “hijo de Dios” en el Antiguo Testamento. Dios
es movido por su bondad y su amor para crear a los
hombres, a quienes trata como a hijos. Ahora bien, en
Jesucristo se revela algo distinto. Él no es un hijo más,
ni siquiera el hijo más amado de Dios, sino el Hijo (Mateo
16,16) en términos absolutos, el Hijo único, porque es
Hijo de Dios por naturaleza, eternamente engendrado
por el Padre, Dios de Dios. Como veremos más
adelante, esta es la razón última y más importante por
la que, cuando el Hijo se ha hecho carne, ha sido concebido de una Virgen, sin participación de varón. En efecto,
Jesús, el Hijo eterno y único de Dios, es engendrado
en el tiempo de las entrañas de María por el mismo que
lo engendra eternamente, es decir, por el Padre.
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Meditaciones 4
Renovar la fe supone asimilar los nombres de Jesús
de modo que adquieran una relevancia real en nuestra
vida concreta. Así, cuando decimos “Jesús”, estamos
llamados a reconocer que en Él y por Él el Padre nos
da su amor y nos salva. Cuando lo confesamos como
Hijo, hemos de profesar que gracias a que Él es el Hijo
único del Padre, nosotros hemos podido recibir la filiación divina adoptiva. Cuando lo llamamos Señor,
estamos llamados a situarlo en el centro de nuestra
existencia, de nuestras decisiones, como el Señor de
nuestra historia. Y cuando lo llamamos Cristo y descubrimos la fuerza del Espíritu Santo actuando en Él, se
nos abren las puertas para entender lo que significa
ser cristianos: dejarnos conducir como Él por el Espíritu
para ser testigos, con las palabras, con las obras, con
la vida entera, del amor que Dios tiene a todos y cada
uno de los hombres.
Creo en Jesucristo
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Para la reflexión y el diálogo
- Compartir en un diálogo franco lo que más ha
llamado la atención a cada uno en este artículo
del Credo.
- ¿Qué significa el nombre de “Jesús” para mí?
- Cristo significa “Ungido”; Jesucristo es el Ungido
por el Espíritu Santo. Nosotros también somos
ungidos. ¿Qué significa y qué consecuencias debe
tener en nuestra vida el pensar que también nosotros
hemos sido ungidos por el Espíritu de Jesús?
Para la oración
Evangelio según San Mateo 16, 13 - 17
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús
preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que
es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron: “Unos, que
Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías
o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra
y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.
Jesús le respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo
de Jonás!, porque eso no te ha revelado ni la carne ni
la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Tomamos como texto para la oración el Prefacio VII
dominical del Tiempo Ordinario. Asombrados y agradecidos somos llevados a contemplar el misterio del
Hijo eterno de Dios que, haciéndose hombre en Jesús
y siendo ungido por el Espíritu Santo y constituido Cristo,
ha redimido y perfeccionado toda la creación. Y una
vez contemplado, a proclamar: Jesucristo es Señor para
gloria de Dios Padre.
Te damos gracias, Dios Padre nuestro, porque tu
amor al mundo fue tan misericordioso que no sólo nos
enviaste como redentor a tu propio Hijo, sino que en
todo lo quisiste semejante al hombre, menos en el
pecado, para poder así amar en nosotros lo que amabas
en él. Con su obediencia has restaurado aquellos dones
que por nuestra desobediencia habíamos perdido.
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Meditaciones 4
Para la vida
- ¿Practicamos alguna forma de oración que esté
centrada en el nombre de Jesús?
- ¿Somos capaces de pasar de la afirmación “Jesús
es Señor” a esta otra: “Jesús es mi Señor”? ¿Cómo
se muestra en mi vida este señorío de Jesús?
- ¿Qué hacer, y cómo hacerlo, para que este señorío
alcance a todos los hombres?
ORACIÓN PARA LA MISIÓN MADRID
Señor Jesucristo,
Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres,
te alabamos y te bendecimos.
Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe.
El Padre te ha enviado para que creamos en Ti
y, creyendo, tengamos Vida eterna.
Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe:
conviértenos a Ti,
que eres la Verdad eterna e inmutable,
el Amor infinito e inagotable.
Danos gracia, fuerza y sabiduría
para confesar con los labios
y creer en el corazón que Tú eres
el Señor Resucitado de entre los muertos.
Que tu Caridad nos urja
para encender en los hombres el fuego de la fe
y servir a los más necesitados
en esta Misión Madrid que realizamos en tu nombre
a impulsos del Espíritu.
Te pedimos con sencillez y humildad de corazón:
haznos tus servidores y testigos de la Verdad;
que nuestras palabras y obras
anuncien tu salvación y den testimonio de Ti
para que el mundo crea.
Te lo pedimos por medio de Santa María de
la Almudena,
a quien nos diste por Madre al pie de la cruz
y nos guía como Estrella de la Evangelización
para sembrar en nuestros hermanos
la obediencia de la fe.
Amén.
Creo en Jesucristo
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