Filosofía es dialéctica (la lucha de Platón)

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Filosofía es dialéctica
por Gilberto Santaolalla
Filosofía es dialéctica. Hay preocupación en Platón. La tiranía del orden legal por
encima del individuo está presente en el estado ateniense. Platón identifica la
necesidad de una nueva antropología, que no sólo abarque el estado propio, sino que,
mediante la idealización de sus conceptos, la universalidad sea alcanzada, y por ende,
destelle por sobre todo hombre. Es su intención la reforma del estado, partiendo de la
formación del individuo, de su educación.
El propio Platón se sabe como un individuo inacabado en esta vida, en este
mundo. Lo latente, lo no concluido, deriva en la empresa del conocimiento de sí mismo,
de la insuficiencia ardiente del corazón noble, del thymós, del coraje y alma
entrelazados, de saberse guardián (phylakes) de la verdad.
La educación del individuo es campo fértil. Dos caminos entonces, el camino
sofista (del progreso e interés económico) o el filósofo (de la inquietud).
De los primeros: la falsedad. La intención de enseñar lo que por verdad tienen,
sabiendo ellos claramente que muy alejados están de ella. Se irritan, pues el sofista “es
amigo del cuerpo, no un filósofo, amigos de las riquezas y los honores.” Poseen
(presumen) el saber, escindiendo las Formas del discurso y “aniquilándolo”; adoctrinan,
destruyendo las paradojas ontológicas y con ellas al ser, a partir de la “certeza” del
conocimiento, de lo que es bueno para el individuo y su gestión política y
administrativa. “Atentan contra la verdad y, con ello, la teoría del ser”. Educan a aquel
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que “deleita más encontrar en otros este saber que no buscarlo por sí mismo con la
inquietud de la verdad”.
Por su parte, el filósofo reconoce su ignorancia. Apuesta por la razón. Anhela lo
que sabe que no tiene. No halla certezas, más bien especula; erra en su búsqueda de
la verdad, se aproxima, reflejando en este mundo el otro mundo, aquel en donde tiene
su proyecto puesto, el del supremo bien: el mundo de las Ideas.
El filósofo se mantiene en la especulación y encuentra placer en ello,
paradójicamente. Y Platón dice al final del Fedón:
"Porque viviendo en alguna concavidad de la tierra creemos vivir encima de ésta, y
llamamos cielo al aire, como si éste fuera el cielo y los astros se movieran en él. Y
éste es el mismo caso: por debilidad y pesadez no somos capaces nosotros de
avanzar hasta el confín del aire [...] y en caso de que su naturaleza fuera capaz de
resistir la contemplación, conocería que aquél es el cielo de verdad y la verdadera
luz [...]. Pues esta tierra [...] están corrompidos y corroídos, [...] nada perfecto, [...] no
hay nada valioso, en general, para compararlo con las bellezas existentes entre
nosotros. A su vez, las cosas esas de arriba puede ser que aventajen aún mucho
más a las que hay en nuestro ámbito. Pues si está bien contar un mito ahora, vale la
pena escuchar cómo son las cosas en esta tierra bajo el cielo.”
Platón, al igual que Sócrates, busca en su filosofía practicidad, “las cosas
humanas”.
El filósofo utiliza el diálogo, “invita a otras almas… y adiestrarlas para el ejercicio
de la muerte”. El diálogo, su razonamiento. Su discurso, privado, breve “obligando al
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interlocutor a contradecirse”, ejercicio cíclico que le permita al individuo, al hombre,
prepararse para reconocer la verdad cuando la vea, pues “verdad y error se pueden
confundir”, sólo el que ejercita (gimnasia) sabrá distinguirlas. La verdad es inquietante,
porque saber que moriremos lo es también.
Entonces, hay placer y dolor, vida y muerte, práctica y teoría, polos opuestos del
hombre traducidos en tensión, esa “cuerda sobre el abismo”, pues “el hombre no es
puramente destino sino posibilidad”; y lo sabemos, y le tememos. Pues posibilidad es
libertad, y libertad es verdad.
El sofista, por su parte, destruye la tensión de los polos, diluyendo la tragedia del
hombre griego: su paradoja muerte-posibilidad. Administra sus placebos de certeza, de
seguridad sobre lo que se tiene que hacer; cuidando su saber receloso,
resentidamente, tiranizando el amor que surge de la “relación del individuo con su
comunidad” a partir de ver en el saber un accesorio, haciendo que un orden técnico
(conocimiento) o legal (legislación ateniense) esté por encima de orden ético (el amor,
el cuidado del otro).
Para Platón, ¿cómo se cuida al otro? Dialogando. No mintiéndole. Amándolo.
Morirás; aprendamos juntos a hacerlo. Para Platón “el interés no tanto por la cosa
pública, cuanto por los problemas que le plantea a la filosofía misma la existencia
humana, y principalmente por el problema capital de las relaciones del individuo con la
comunidad”.
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“El amor en efecto, se integra en la filosofía.” Por eso Sócrates idea la ética. Los
ignorantes no se ocupan de filosofar, pues ellos mismos ignorar precisamente el saber
del que carecen, de ahí su confort, su alivio.
“No se explicaría que pudiéramos amar si no fuera porque, con ello, expresamos un
anhelo que sólo puede satisfacerse plenamente más allá del vacío de la muerte.
Eros es quien llena este vacío y quien mantiene al hombre pendiente del más allá; el
amor justifica todo lo que el hombre puede hacer en este mundo, por todo lo que hay
en el otro”.
Anhelo de lo no poseído. Se anhela, inclusive, poseer al otro. Se anhela la
unidad. Si en la experiencia individual nuestra intuición reclama al logos su lejanía,
arrojándonos en tantas ocasiones a un deslumbramiento que queda callado en la
oscuridad posterior; en nuestras soledades ontológicas anhelamos también que el
diálogo nos acerque un poco más al otro, a cuidar y ser cuidados, pues sólo en el
diálogo con el otro es que nuestra tragedia es compartida y, posiblemente (si se
ejercita), aceptada. Pues sólo a partir del diálogo es que somos amistosos; y sólo a
partir de la amistad es que se transita hacia la verdad.
Bibliografía

La idea del Hombre. Nicol, E. Herder. 2004. Pag. 339 – 400.
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Diálogos III. Platón. Gredos. 2008. Pag. 24 – 142.
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Diálogos V. Platón. Gredos. 2000. Pag. 25 – 132, 321 – 472.

Sobre los mitos platónicos. Pieper, Josef. Herder.

The courage to be. Tillich, Paul. Yale University Press. 2000. 1 – 31.
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