La esfinge resuelve su enigma. La mujer que conoce su

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La esfinge resuelve su enigma.
La mujer que conoce su goce
Milagros
Existe un enigma que parece irresoluble, ¿qué es la insatisfacción sexual
en la mujer? ¿Qué es la frigidez? Porque si es el no goce en el acto
sexual, entonces eso es ambiguo, resbaladizo. ¿Gozar?, ¿gozar qué?,
<!gozar cómo? Sentir fuerte y especialmente en el clítoris, o gozar integralmente; en la piel, en la boca, en el pelo, en el olor, en los ojos, en el
oído, en la palabra, aunque ello no pase propiamente por el "sentir
fuerte y especialmente en el clítoris". Porque ¡vaya que si se goza la
experiencia de sentir a un otro y sentirte tú misma siendo motivo de
placer para el otro! Esto produce un goce vital que aún alcanza para el
recuerdo, para la evocación, para las fantasías, Y- te hace temblar de
dicha, de completud, y vuelves a sentir en toda tú. Saboreas mentalmente, psíquicamente, pasándolo repetidamente por la conciencia, el
goce que produce intimar con otro. Este goce se desprende de que tú y
aquel se relacionan en un erotismo integral. Hacer el amor es querer
sentir no sólo en el pene, y tú en el clítoris, es el goce por el encuentro de dos modos de sensibilidad, de entregar y tomar la personal
manera de provocar placer. El goce es constatar que el otro goza de
tu persona, de tus tetas, de tus nalgas, de tu pelo, de tu carne toda,
de tu olor, y que tú lo gozas a él. Gozas sus brazos, sus venas, su pecho,
sus palabras calientes, eso es para que lo tomes y lo goces. El goce es
vivir el acto sexual amoroso como un acto de pleno amor en tanto requiere la aceptación total del otro. Esto está muy alejado de un apareamiento por instinto.
Qui7..á el otro -por la imaginería que tienen los hombres sobre el orga.'imo femenino- quiera que tú sientas fuerte y especialmente en el clítoris, pero en algunas mujeres el sentir es de otra forma, es más en toda tú,
y para sentir así lo requieres a él, especialmente a él y no a otro, y menos
a un aparato de esos que suelen usarse para sentir en el clítoris.
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<!Por sentir más allá del placer clitoriano, por gozar de la presencia del
otro, con él y a través de él, es que se dice que una mujer es frígida?
Porque podríamos pensar las cosas al revés: ser frígida a pesar de poder
sentir "fuerte y especialmente en el clítoris", y aun a solas, pero que no
nos motivara en nada respirar el aliento del otro, saborear el sudor del
otro, tocar la piel del otro, oler el semen del otro, repetir letra por letra el
nombre de ese otro, escuchar nuestro nombre en su voz. Podríamos entonces decir que una mujer es frígida porque es insensible a la relación
más propiamente humana, en tanto requiere una serie. de factores de lo
simbólico para que sea placentero. Podría quizá definirse a una mujer
como frígida por no apetecer la intimidad con un otro, por no erotizar en
nada la relación con otro, que le causara repulsión otro olor, otros dientes, otros líquidos seminales que no fueran los suyos, y por lo tanto que
un acercamiento íntimo, sexual, le fuera aberrante, pero en la mayoría
de la., mujeres que no sentimos "fuerte y especialmente en el clítoris" y
que por ello nos toca el calificativo de frígidas, cuando somos penetradas
por un hombre que deseamos, ocurre exactamente lo contrario, lo gozamos tan intensamente que ese sentir se derrama en todo nuestro ser.
Toda., .las mujeres sabemos la diferencia entre estos dos tipos de
sentir, y lo que menos puedes decir es que no sientes cuando haces el
amor -habiendo antes definido que hacer el amor es gozar la ot:redad,
a pesar de no "sentir fuerte y especialmente en el clítoris"-. Casi todas
la., mujeres tenemos orgasmos cuando nos los provocamos nosotras
misma.,, eso nos iguala. Todas podemos sentir solas. En estricto sentido ninguna es frígida, lo que hace la diferencia es sentirlo cuando eres
penetrada o no. Entonces, ¿qué siente una mujer si no es un orgasmo
cuando es penetrada?
Sabiendo que sí sientes algo especialmente valioso para ti, te concientizas de que eso tiene que ver con la capacidad de dejarte poseer y
de tomar lo que se te ofrece, de participar -desde distinto lugar, pero
con la misma responsabilidad- en tanto sujeto, con el que haces el amor.
Cuando conoces la definición de la frigidez, eso te es ajeno, porque tú
sí sientes, nada más que es un sentir otro.
¿Es por ser sujeto, porque siempre requieres reconocimiento a tu
presencia, a tu palabra, que te es imposible objetivarte, perder conciencia
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en presencia de otro? Yo, como la mayoría de las mujeres, vivimos la
sexualidad con un goce de la conciencia y cuando entre nosotras nos
hacemos la pregunta incómoda: "¿Sientes un orgasmo cuando estás
con un hombre?", contestamos: "No, pero ... ".
Y ahí, en ese pero, que casi nunca se escucha, que no se sabe colocar en el lugar que le corresponde, es donde está el goce de ciertas
mujeres que vivimos la sexualidad de una manera diferente a las que
dicen que "se vienen", que "se corren", que pierden la conciencia un
momento cuando hacen el amor. Precisamente eso es imposible para
toda mujer que siempre está en conciencia, que todo lo percibe, que
todo lo siente, que todo lo oye, y que cuando está haciendo el amor está
más que nunca, con toda la capacidad sensitiva y emotiva de un sujeto
cognoscente.
¿Porque no puedo sentir fuerte y especialmente en el clítoris en el
acto an10roso soy frígida? ¿O son frígidas las que no gozan de la entrega
del otro, aunque también como yo pueden sentir solas? ¿Qué es no
sentir al hacer el amor? La mayoría de las mujeres tenemos los dos
tipos de experiencia en el sentir. Y a la pregunta de cuál de esas vivencias podrían pe~der y seguir siendo ellas mismas, después de pensarlo
reflexivamente, contestan: "Puedo perder el orgasmo en el clítoris, pero
no dejar de ser penetrada por quien yo quiero". Yo he pasado de la
palabra al acto, perdí la sensibilidad en el clítoris y he podido vivir sin
eso. Pero lo otro, mi necesidad de sentir a un hombre tan, tan cerca
de mí, que esté en mí, esa se me acentúa con la madurez que me dan
los años.
¿Por qué una mujer no puede tener un orgasmo desde la otredad,
sino sólo desde la mismidad? La respuesta en amplio no la sé, pero sí
sé cómo he construido la posibilidad de vivir mi sexualidad desde esos
dos modos de sentir.
Crecí bajo amenaza de muerte, ahora sé que era a la muerte simbólica a la que le temía. Mi madre siempre me inspiró terror, el miedo
más verdadero e insuperable, por sus amenazas en torno a la manifestación de lo sexual. Mi primer recuerdo del acercamiento de otro a mi
cuerpo, es el de un miserable que me tocaba en mi (...) Ni siquiera
puedo nombrarlo, no existe para mí la palabra que nombre mi( ... ), lo
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que otras llaman parte, vagina, vulva, etcétera. Uno de la misma sangre
de la que me amenazaba de muerte, de mi madre. Ella decía que me
colgaría si me descubría algo sucio. Lo sucio lo portaba su sangre. Es
morbosa hasta el infinito, por ello ve todo en sucio y en sexo. Ese abuso
que padecí de un adulto perverso, jugó durante muchos años como un
recuerdo de culpabilidad para mí, por no haberme quitado, por dejarme tocar. Puedo recordar perfectamente que ahí no jugaba mi placer,
ni ningún tipo de goce. Que mi única intención era que no se supiese
aquello, que no quedara al descubierto, porque yo sabía que mi madre
me mataría, ahora sé cómo, nulificando mi presencia, repudiándome y
calificándome de mala. Ya hecha mujer fui yo misma quien se lo dijo a
ella, tuve el gran valor de restregarle en la cara la estirpe de los de su
sangre, y ni siquiera se inmutó. Pensaría que yo tendría responsabilidad
en eso ¿Y no es así? Me pregunto por qué me culpé durante años, si yo
era tan pequeña cuando sucedió aquello, que no sabía lo que significaba. ¿O sí lo sabía? Ahora que soy una mujer con tremendo carácter, me
culpo por no haber respondido de otra forma a ese evento, luego me
calmo diciéndome: "¿Y qué puede-hacer una niña de cinco o seis años
frente a un perverso?". Pero aun así me reprocho mi actitud pasiva de
entonces, me pienso como si yo hubiese sido capaz desde siempre de
asumirme como sujeto y no c:omo objeto para otro. Siempre que ocurre algo de cualquier orden, y en lo cual yo esté inmiscuida, asumo que
tengo responsabilidad en ello, más allá de lo que el otro haya hecho o
dejado de hacer. Es como si yo fuera el sujeto verdadero en toda dinámica en la que yo esté inserta, y eso antes de leer cualquier teoría psicoanalítica. Ahora sé por dónde iba mi certeza.
También había otro y en ese mismo tiempo. Ese otro me abrazaba
fuerte, muy fuerte; me tocaba, pero de manera distinta, no en mi (...).
Él me tocaba a mí, en mi rostro, en mi piel. Este buscaba la otredad de
su sexo en la niña que era yo. Aquello lo vivía como algo particularmente especial para mí. Él me hizo sentir que estábamos relacionados de
una cierta manera. Que él me prefería porque me buscaba para acariciarme con una ternura, con unas ganas, que no he podido recrear todavía, creo que porque ya no soy la misma niña de entonces. Yo me sentaba
en sus piernas y él me abrazaba y me mordía, un día me mordió tan
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fuerte que hoy, después de 35 años, todavía tengo la cicatriz en la barbilla. E.-,o me recuerda que efectivamente pasó aquello, que no lo soñé,
como muchas otras cosas relacionadas con mi sexualidad, que no sé si
las soñé o efectivamente sucedieron. Creo que lo que no olvido es el
sentirme seleccionada, pensada, cobijada por alguien. Y ese alguien era
un hombre.
Mi madre dice que desde que tenía dos o tres años apretaba muy
fuerte las piernas, ella dice que era por una enfermedad en mi vejiga.
No sé por qué para eso, ella le da una explicación de ese tipo, si para lo
que no tiene connotación sexual, ella lo mira desde ahí. Creo que el
que apareciera mi inmadura sexualidad, tan fuerte y compulsiva, le cuestionaba a ella la suya, y por ello la negaba. Desde que tuve conciencia
reconocí en mí la necesidad imperiosa de apretar las pierna-, y sentir
profundamente una sensación de voluptuosidad. Con sólo apretar muy
fuerte la-, pierna-, tenía sensaciones tan especiales como para no poder
renunciar a ello a pesar de la presencia terriblemente amenazante de
mi madre. Mi ser se hizo a partir del sentir; sentía aún antes de tener
conciencia. Luego vino el malestar por ese sentir. Más tarde, la preocupación por ya no poder sentir.
El más grande amor que he tenido es jesucristo. Ese amor está por
encima de todo. Cuando niña me amparaba bajo su imagen de Niño de
Atocha, luego, adolescente, empecé a preferirlo en la advocación de Cristo Rey, ahora me empato más con Él en sus ideas y con Él en la cruz. Me
duele su fatal destino como me pesa lo duro del mío. En mi temprana
juventud fue que reflexioné sobre el tipo de amor que me inspiraba. Lo
que yo siento por Él es el mismo amor que puedo darle a un hombre,
nada más que potencializado. Traté de modificar esto y de ubicarme
como una criatura de Él. Pero mi sentimiento es amor. Amor, no temor,
ni alabanza a un ser divino y completamente alejado de mí en tanto humana, del cual hay que temer su justicia y al cual hay que rendirle adoración por temor. El Dios que amo es el amor mismo, que todo lo sabe,
todo lo comprende, todo lo perdona, sólo se duele de las malas intenci~
nes, pero aún así no interviene, sino que nos deja actuar en absoluta
libertad. Luego, cuando regresamos a llorar ante Él, no está ahí esperando el momento de la-, cuentas, ni de las venganzas. Mi Dios no es el
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terrible Jehová que ca'>tigó a los egipcios y al mismo pueblo de Israel y
que fulmina con su furia. Mi Dios es .Jesucristo, el dulce y bellísimo hombre de .Judea, el que lloró y se enojó. El que comía y reía con sus amigos,
el que escuchó el amor que le tuvo una mujer, una madre, un padre y
unos hermanos. Mi dios es un hombre, es El Hombre.
En el tiempo mítico de mi primera infancia, .Jesucristo vino a ser en
mí la protección, el amparo, la garantía de vida. De un lado estaban el
terror, el horror, la muerte. Del otro, la seguridad, la vida, la esperanza.
Con mi madre no había palabra, no había compasión, no había acercamiento más que para lo mortal. Con una imagen del Santo Niño de
Atocha había palabra, había certeza, había esperanza. Lo más imperioso entonces era resguardarme bajo su protección, hablarle, pedirle.
¿Quéíl ¿Qué era lo que yo requería? Le pedía la vida, le pedía que
fuera para mí aquello que todos necesitamos: alguien para quien nosotros sean10s alguien y nos escuche, aunque no nos responda.
Cuando niña le suplicaba a Cristo su total protección, nadie me amparaba, nadie me decía una palabra amorosa o tranquilizadora ante lo
que yo vivía como una situación amenazante. El único rayo de esperanza era el Niño Dios que estaba en mi casa. Ahí comencé a hablar con Él
-no soy psicótica, nunca he tenido ninguna alucinación de ningún tipo
y eso me da mayor mérito, aunque sí soñé una que otra vez con Él-.
Luego me ocurrieron una serie de eventos del tipo de protección que
yo le pedía, que yo califiqué como de milagros.
De niña tenía la plena certeza de la existencia de Dios. Es de ese
tiempo el recuerdo del horror a la presencia amenazante de mi madre,
y de mis práctica'> de masturbación. Ahí adquirí una terrible fobia -de
ese tamaño eran mis miedos y mis angustia'> a ser descubierta por ella-,
en mis deseos más secretos y cuando me masturbaba. Por supuesto,
hubiera preferido morir antes que pasar conscientemente por su castigo a tales pensamientos y a tales actos.
Durante algunos periodos le prometía a Dios no volver a apretar
muy fuerte mis piernas para no sentir eso. Trataba de corresponderle a
su protección siendo casta, porque justa, "darle a cada quien lo que
necesita, aunque no se lo merezca", ya estaba en proceso de serlo. Cuando jovencita me desesperé por mi particular situación y renegué de Él,
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lo culpé de esa situación. Él no hacía nada para modificarla, y como me
cansé de pedírselo, decidí ya no amarlo. Dos o tres años después me
reconcilié con Él. Siguieron algunos años en los que yo pensé que Él
me ponía a prueba en lo difícil. Me ca~é muy joven, virgen, y sin amarlo, pero fue la oportunidad de escapar de ella. Comencé a tener vida
sexual, pero sin sentir "fuerte y especialmente en el clítoris". Ni tampoco el goce que ahora se me da por tener experiencias satisfactorias en la
intimidad. Al fin me rebelé contra toda circunstancia que me lo impidiera e hice de ello el motivo de mi vida. Esta rebelión me colocó en
una situación difícil que me puso a prueba en muchos sentidos. Desde
entonces, pasara lo que pasara, le pedía a Dios que mi fuerza, mi carácter, mi capacidad de afrontar dificultades, y que yo decía que era mi
columna vertebral, no se doblara. Le decía: "Tú dame fuerza y yo haré
el resto". Siempre pensaba que la felicidad estaba a la vuelta de la esquina y que de una u otro forma la alcanzaría.
El hacer y el hablar como lo requerimos, como lo necesitamos, y a
veces como queremos, nos hace marca. Nos define y nos coloca con
respecto a los otros: padres, familia, pareja, hijos, grupo, sociedad. Cuando una niña o mujer hace presencia con su voz y su acción, inmediatamente dicen de ella: "Es una rebelde, una malcriada, es caprichosa,
neurótica, mala hija, mala esposa, mala madre, una histérica, una insatisfecha sexual... una feminista".
Cristo es alguien muy cercano a mí, que sabe todo lo que pienso,
que sabe lo que siento, que me escucha y me da señales de su cercanía.
Por tanto, sabe que yo hago cosas cuando estoy sola para tener una
sensación muy fuerte entre mis pierna~. en mi piel, en mi pecho, en mi
vientre y en un punto muy localizado -después supe que se llama clítoris-. Al hacerse cada vez más conscientes los pensamientos que acompañan a una masturbación, los empecé a vivir como impuros. Las
imágenes que evoco para el sentir a sola~. luego las siento incómodas,
porque no son del mismo orden de la~ que utilizo para hablarle a Dios.
¿Cómo justificar ante Él, que es tan cierto, tan evidente, que me permite estar a pesar de ella, el que yo me procure ese sentir? ¿Por qué tendría Él que seguir siendo para mí, si yo en esos momentos le doy la
espalda? Cuando aprieto muy, muy fuerte las pierna~ y tenso todo mi
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cuerpo, tiene que ser donde no esté su imagen. Su presencia me frustra
la sensación de poder sentir tan profundamente. Me oculto de su mirada, aunque yo sé que Él lo sabe. También me escondo de ella. Ella no
lo sabe. ¡Qjalá y hoy pudiera sentir uno de esos orgasmos que antes
sentía, pero me ocultaría igual de Él!
La mitad de mi vida yo le pedí a Él que me quitara los deseos de
sentir, que alejara de mí la inquietud que empezaba a invadirme antes
de masturbarme, pero siempre caía, lo volvía a hacer. En la pubertad
olvidé esa práctica, aparecía algunos años y desaparecía otros. Después
lo hice a Él corresponsable de esos impulsos: "Si no puedo evitar esto,
es porque Tú me hiciste así, con esta capacidad y esta necesidad, así
que no puede ser aberrante, y si lo es, entonces quítamelo, haz algo Tú,
porque yo no puedo". No sé si al fin me escuchó y me concedió lo que
durante tanto tiempo le pedí. Desde hace algunos años no tengo ya el
impulso de masturbarme, porque perdí completamente la sensibilidad
en el clítoris y no tiene ningún caso la masturbación. Pero mi sexualidad estaba ya bien construida por medio del goce con el otro y por el
otro. Mi satisfacción sexual siguió exactamente igual, aún después de
perder la sensibilidad donde se siente fuerte y especialmente.
Al mirarme en un espejo lloraba amargamente. Me preguntaba:
"¿Quién me va a querer ahora que estoy desecha, ahora que parezco
muñeca rota?". Un accidente me hizo postrarme un tiempo en una silla
de ruedas, con sondas para orinar. Pero mi compañero de entonces,
con el que he tenido la mejor de mis relaciones, también y sobre todo
sexual, siguió en la misma línea erótica de siempre. Me olía y se excitaba, hacía el an10r conmigo como cuando yo corría y bailaba, a pesar de
las sondas. Tuve que aceptar que me requería igual que antes. Así que
el gozar de él y luego de otros, no se interrumpió por no sentir especialmente en el clítoris. Aunque también tuve que aceptar que nunca más
volveré .a sentir lo que yo sentía cuando apretaba fuertemente las piernas. Puedo vivir sin ello, pero no sin ellos.
No sé si porque Dios es hombre, y Él adquirió para mí desde muy
pequeña el sentido amplio de la perfección, de omnipotencia, y queriendo quizá ser en algo igual a Él, estar más cerca de El, fue que yo
adquirí, en una época determinada, un sentido de no ser niña, sino
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niño, (!O habría que atender a la teoría del carácter fálico? Pero mi padre, en tanto poder, es una figura ausente en mi vida y claramente he
tenido como referencia a otra -a mi madre- como la representante del
poder, del valor y la fuerza de carácter. Pero ella es mujer, entonces
<!Por qué yo quería ser niño si el ser más poderoso para mí era mujer?
<!Sería por querer diferenciarme del objeto de mi terror que era una
mujer y querer igualarme con el Otro que me calmaba, que me sostenía
en la vida y que era un hombre, Dios? Yo tenía la seguridad de que no
era niña, sino un niño. Mi rostro, mi pelo, mis expresiones, efectivamente no eran de una niña, sino de un niño. En un tiempo me vestí de
niño y estaba segura de que, a pesar de que los otros me creían niña, yo
tenía algo de niño. Meses enteros me vestí con la ropa de un hermano
mayor, me imagino que para ser congruente con mi aspiración a que se
cumpliera mi anhelo de coparticipar del género de Aquel que me sostenía, que me daba la vida, día a día, a pesar de ella.
Creo que fue porque construí una imagen .de Dios-Hombre, que
pude acceder al goce en mi heterosexualidad. Mi Dios es un dios de
amor, de amor humano además de divino. La sexualidad es creada por
Él, toma luego las peculiaridades de lo humano. Hay quienes lo bestializan y hay quienes lo humanizan. Mi goce es un goce humano, un goce
resultante de relacionarme íntimamente con otro. Otro a quien primero que nada admiro y por vía de construir una imaginería del tipo de
protección. Protección que no es económica ni social ni cosa por el
estilo. Es protección en potencia, es por ser hombre, igual que Dios.
Creo que Dios brilla o aparece en todo verdadero hombre. El Dios
que me fmjé, mi Dios personal, es Cristo. A Dios Padre lo reconozco
como creador del cielo y de la tierra, pero lo siento lejano, ocupado en
sostener las leyes del cosmos, Él es ellogos. En cambio a Cristo lo hice
mi protector desde niña. Cristo vino a ser para mí El Hombre. Los
hombres verdaderos son aquellos que, según yo, son Cristos en algo.
Aquel hombre que norepresente a Cristo, para mí no es hombre. Es
más, es una estafa, un engendro, un aborto, un engaño, porque debiendo ser como Él, no lo ha comprendido, no ha dado la talla para ser
realmente un hombre, que es ser un Cristo. Lo que requiero de un
hombre es la justicia, la bondad, la sencillez, la verdad en la palabra. Un
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hombre de quien particularmente me sienta atraída tiene que ser, primero que nada, completo en su palabra, no mentir. Que la verdad esté
en él. Ser bondadoso, ninguna pequeñez, ni envidia, ni celos por las
cosas de los otros. También que la claridad en sus convicciones conlleve a la justicia. Eso hace a un hombre. Todo aquel ser que tenga pene,
perc que no sea verdadero, bueno y justo, en mí no aparece como
hombre, es un ser, un ente sin más. Amando a Dios, que es la verdad, la
bondad y la justicia, los hombres que me atraen, a quienes admiro-amo,
que me eroti7..an y que quiero que entren en mí, portan o representan
esa verdad, esa bondad y esa justicia.
He personalizado tanto mi relación con Él, que cuando me dirijo a
Él lo llamo "mi amor", "mi vida". En ocasiones, cuando me siento ignorada por Él, porque me ha ocurrido algo doloroso, le reclamo duramente y me siento desairada por Él. Le reprocho que "se descuide" y
me pasen tribulaciones. De hecho he dejado de "hablarle", de pedirle
su amparo durante periodos que pueden durar dos o tres años. Le digo
que no creo en Él, o que como para Él no soy importante, no tienen
sentido mis plegarias. Me enojo con Él y le reclamo que siendo quien
es no pueda cambiar mi destino. Claro que al perder mi referencia de
vida me hundo en el dolor y luego regreso a Él, más amante, más necesitada de su existencia, y le pido un sincerísimo perdón. A partir del
tipo de amor que siento por Él, teniendo plena conciencia de que Él es
el Dios del Universo, de todo lo que existe, de todo lo creado, he querido encontrarlo a Él en ellos, en los que he amado. ¿O quizá sólo he
amado a uno? He santificado el amor. Cuando veo a un hombre valioso, bueno, justo, sencillo y sensible, creo que Él está en él. Pongo en un
altar a mi compañero, en reconocimiento a mi verdadero amor, que
también es un hombre, es El Hombre.
Crecí en el desamparo, sin una palabra de amor de quienes me
trajeron al mundo, menos de reconocimiento o de valoración. Tuve
que construir desde donde pude valores para mí. La fuente de donde
pensé que emanaba lo válido era Dios. Muchos años los pasé sobreviviendo a la deriva, descubriendo el mundo como Dios me daba a
entender, en el estricto sentido de la palabra. Dios se convirtió en mi
referencia más vital. Creo en Él, estoy con Él, lo busco a Él. Lo siento
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en el agua, en el árbol, en el colibrí, en los colores, y ahora también
dentro de mí. Porque si Dios no existe, las personas que somos justas,
buenas y verdaderas somos la divinidad. Me he preguntado: ¿Qué
sentido tendría ser justa si no existiera Dios? A los malvados que viven de la sangre de sus semejantes qué justicia se les aplicaría? Me
percato de que aunque Dios no existiera, los justos no podríamos ser
de otra manera, no gozaríamos ser malvados, lo padeceríamos igilal.
Por lo tanto, tengo la idea de que si Dios no existiera, de cualquier
modo existimos nosotros los justos, así imperfectos y todo. Quienes
podemos divinizarnos por medio de la verdad. Busco, pues -y requiero- que el otro, mi par, también sea divino. Para amarlo, para
tocarlo, para mirarlo, y por supuesto para unirme lo más íntimamente posible con él. Que en un mismo tiempo penetre mi vientre y mi
boca mientras me abraza fuerte, de tal modo que no se sepa dónde
termino yo y dónde empieza él.
Manteniéndome casta, quiero decir intacto mi cuerpo, ya que no
permitía que los hombres me tocaran, anhelaba, imaginaba a un
hombre muy especial, hecho para mí. Tuve algunos encuentros con
la hombría y fui definiendo así lo que yo deseaba.
Durante algunos años me sentía extraña y me parecía anormal que
yo amara a Cristo como a un hombre. Yo lo amo profunda y apasionadamente. Pero como lo que me une a Él no tiene nada que ver con mi
manera de sentir orgasmos, del tipo de los que yo antes podía procurarme, entonces no me horroriza mi amor por Él. No entraba Él como
hombre-pene en la imaginería de mis antiguas prácticas autoeróticas.
Pero sí tenía cierta sensación incómoda de no serle fiel. Creo que lo
resolví aceptando la penetración sólo de ciertos hombres que tuvieran
algo de Él, que lo representaran a Él. Como mi amor fundante, el sostén de los sentimientos que me lanzaron a necesitar a otro, a buscar a
otro, es la relación que establecí desde niña con un Dios-Hombre, por
eso yo amo al Hombre. Cristo es la Hombría y la Virilidad. Yo soy
mujer y quiero esa otredad. Deseo aprehender el misterio transparente
que es ser hombre. Requiero la tranquilidad que siento cuando un hombre me conforta; cuando necesito otra palabra y viene de un hombre, el
mundo se me acomoda.
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Hubo una época en que empecé a creer que me equivocaba, que ser
una mujer limpia de intenciones, decente de espíritu, me llevaba a siruaciones amargas. Las mujeres que me rodeaban comenzaron a tener seguridad económica, vía su belleza y sus ganas de obtenerla. Yo estaba
cargada de responsabilidades, de penurias. Le exigía una respuesta a Cristo
sobre !ajusticia divina, yo me equivoco en todo, pero tengo la intención
de hacer las cosas de manera justa y limpia, no me pervierto ni me
vendo. Veinte años después estoy en la misma encrucijada. ¿Debo ceder ante el amor de un hombre porque "me conviene", o luchar por el
ideal que tengo? Y es que existe en otro país un hombre verdadero,
entero, el cual tiene tres espadas atravesadas, de esas que no se ven,
pero que hacen sangrar, y aún así no le tiemblan las rodillas, pero por
mantener mi esperanza, nado a contracorriente.
El que yo anhelo me calma, me asegura de cómo son las cosas, me
da certeza de la realidad y él está en ella. Antes, después de sentir,
estaba sola, sola en mi realidad. No resultaba de ello ningún acto amoroso ni compromiso por la vivencia compartida del placer más intimo
de dos sujetos. El hombre que me penetra me pregunta si tengo frío, si
tengo sed, si apaga la luz. Me contempla y me incluye en su experiencia. También reza, pide por los demás, sufre si hay guerra y cuando se
da en mí un destello de desesperanza, me sanciona amorosamente y
me dice: "No, mujer, no piénses así, no está bien eso". Poder tocar la
bondad es un milagro.
Un día, en la iglesia a donde mi madre me mandaba al catecismo,
tratando de tocar una escultura de la Virgen, de sentir a alguien, de
tener un contacto físico del tipo de los que no tenía con los adultos,
encontré a los pies de la imagen unas monedas. Yo creí que Dios me las
regalaba a mí, porque yo las necesitaba. Él me proveía a mí. Día a día
iba yo a recoger mi regalo, yo quería encontrar una explicación del por
qué Dios me las obsequiaba a mí. Durante algún tiempo tuve la certeza
de que esa era prueba evidente de que Él estaba conmigo y me daba lo
que necesitaba: dinero para comprar dulces, caramelos, etcétera. Tiempo
después cuando descubrí que eran limosnas que otras personas dejaban en la imagen, me sentí terriblemente culpable por robarle a la Virgen
lo que no era mío. Hoy amo esa inocencia, esa firmeza en la convicción
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de la providencia divina. Ojalá pudiera tener algo de entonces, en lo
que hace a sentir que Dios me da algo, además de la libertad, del libre
albedrío, de la inteligencia, del sentido de justicia, de la posibilidad de
volverme a levantar cuando me caigo, de la fortaleza de carácter. Entonces, sin más, Dios me daba algo que yo disfrutaba, compraba dulces y
los compartía con mis hermanas.
Estoy segura de que por haber sido marcada por mi madre como
fea, es que yo crecí sintiéndome no agraciada, no bonita. No sé si
debido a ello construí una personalidad que, me extrañe o no, atrae a
los otros, hombres y mujeres. Antes yo me preguntaba: "¿Cómo es
que no siendo bonita, los hombres se me acercan y me desean?".
Todavía era yo una niña, no entendía ni sabía lo que era el deseo, y ya
otro del sexo opuesto se sentía atraído por mí. Y así toda mi vida,
incluso y más hoy, en este duro momento de mis cuarenta años, que
aún marcado mi cuerpo por un accidente, tengo que quebrarme la
cabeza para no lastimar a algún hombre que me desea y me solicita, y
en el cual percibo que hay una aspiración sincera de sentirme, de
tocarme, de oírme.
¿Por qué no dejé de amarlo? ¿Por qué sigo reconociéndolo como
mi dulce amor? Desesperadamente le hacía estas preguntas: ¿Por qué
a mí que estoy sola, que sólo me tengo a mí y a otros que dependen de
mí? ¿Por qué no a otras que tienen quien las apoye, quien las consuele,
quien les dé lo que necesitan? En la pregunta estaba la respuesta, pero
me tardé en encontrarla. Porque alguien que se apoya en otros no puede resistir esto. Porque Él, en su infinita sabiduría, sabe que prefiero
mil veces esto en mí que en quienes yo amo: uno de mis hijos, o de mi
gente. No podría vivir, sufriría mil veces más si todo lo que he pasado lo
hubiera padecido uno de mis hijos. Entonces sí hubiera renegado totalmente de Él, lo hubiera negado radicalmente, lo hubiera llegado a odiar.
Pero no, lo sigo amando como antes, y ahora, además, le tengo que dar
gracias porque recayó esto en mí y no en quienes no lo hubieran afrontado como yo. Él me hizo fuerte para resistir todo lo que venga, se
lastimó mi columna vertebral anatómica, pero no la verdadera que es
mi fuerza. Ahora soy doblemente fuerte. Todo se puede perder y no
importa, mientras me tenga a mí misma.
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Milagros
Las otras jovencitas me parecían lindas, bonitas, limpias, arregladas, tenían cuerpo de mujer, yo era una especie de niño-niña que a los
diecisiete años no menstruaba, pero sí tenía una pareja, que disfrutaba
mucho hablar conmigo. Sólo cierto tipo de hombres me atraen y, "casualmente", son los que se sienten atraídos por mí. Por vía del saber,
descubro que eso "especial", que eso "raro" que tienen a quienes amo
se llama psicosis. Por supuesto que hay psicóticos admirables, que efectivamente son la justicia, la bondad, la verdad, entre otras cosas. Siempre he considerado para mí a esos raros que nadie quiere, porque casi
siempre no triunfan en términos sociales, y no por la psicosis, sino por
verdaderos. Alguno que otro de esos "locos" ha descubierto en mí la
capacidad de valorar ésa manera especial de interpretar la vida. Yo deseo lo que otras repudian, porque creo que fue hecho especialmente
para las mujeres que anhelamos encontrar un referente de verdad, más
allá de los convencionalismos sociales. Y héte aquí que, efectivamente, en esos "raros" he descubierto una capacidad de amar indescriptible. Se meten hasta los átomos de mi cuerpo y yo en los de ellos. Yo
ahí reconozco a Dios, en esa capacidad de amar que está por encima
de todo.
Él es quien es, y así se le planta al mundo. Me ama con fiereza,
aunque claro que yo soy para él más que una mujer. Me doy cuenta de
su locura, yo soy La Mujer, lo que hago es soportarlo, aunque no lo sea,
porque al fin que nadie lo es, y entre las otras o yo, mil veces yo. Algunas veces, escuchando a quienes dicen quererme, me he relacionado
con hombres "normales" y ¡qué horror! Son falsos, perjuros, inconstantes en el amor, y lo peor es que no se dan verdaderamente en la
intimidad, no está ahí un hombre sin más, sino un licenciado, un doctor, un pobre, un rico, un joven o un anciano (los peores son "los intelectuales" revestidos de saber). Los normales siempre son lo que los
otros les dicen que son. Ellos son utilizados por la sociedad y luego te
usan a ti. Usan tu cuerpo y por ello lo quieren bello, pero no es contigo
con quien están, ni es tu olor, ni lo que tú eres lo que hace su clímax,
quién sabe que será.
Si jesucristo que es La Verdad, La Bondad y La Belleza, mientras
vivió entre los hombres fue el más humilde entre los humildes. Él, que
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La esfinge resuelve su enigma. La mujer que conoce su goce.
es Dios mismo, fue despreciado, humillado, incomprendido, no escuchado, traicionado, maltratado y al fin sacrificado, entonces, ¿cómo no
van a ser descalificados en nuestras sociedades los verdaderos hombres, los que son viriles en cuanto que son verdaderos? Estos "raros"
pasan por "sociópatas", o antisociales, o cínicos, o inadaptados. Por
supuesto que no estoy hablando de los asesinos o perversos. Me refiero
a los hombres auténticos, porque son verdaderos. A los que no están
atravesados por la marca de un carro ni por una ta.Ijeta de crédito, o por
la buena ropa. Hablo de aquellos a quienes les duelen los niños desamparados, los viejos abandonados, las manchas en las palabras. Aquellos
que no encuentran sillas para sentarse cómodamente mientras ven pasar a los que se caen, a los que desfallecen, a los que no se sostienen.
Ahora sólo pongo mi mirada en quienes también son como yo. Él
es simplemente un hombre y yo sólo una mujer.
Los varones, cuando son jovencitos, son miedosos para el amor.
Los de mi espacio se aterrorizaban cuando yo les demostraba mis ansias de amarlos. Se me sale por los poros la necesidad que tengo de un
hombre, no de un pene. Aunque ahora ya acepto el paquete completo.
Ellos me rehuían por miedo. ¿Miedo a qué, o a quién? A una joven
virgen y enamorada, pero que buscaba en ellos el brillo de la bondad,
de lo que vale. Por esa necesidad de la completud por vía de sentir al
otro, fue que algunos y algunas, los más cercanos a mí, me comenzaron
a representar como medio puta o medio alocada. La fama ya la tengo,
y hoy no sé si eso me ayuda o me desfavorece, pero de jovencita me
resquebrajó muchas ilusiones, pues a quienes yo anhelaba me rehuían
por miedo. Hoy, esa manera de vivir la relación con el otro viene a ser
el aspecto que garantiza que no esté sola. Los hombres maduros -no de
edad, sino en el aprecio a las cosas-, desean como nada en la vida una
mujer que se interese realmente en ellos.
La entrega es en cuerpo y alma, o no hay tal. La entrega del cuerpo
creo que es como estar ahí sin ser tú misma. No participar verdaderamente en el acto amoroso y por tanto sentir cómo eres usada por el
otro, donde su emoción te es extraña y hasta repulsiva. Te usan, tal
como podrías usar tú un pene de plástico. Entregar sólo el alma es
admirarlo, embelesarte por él, pero no saber, ni imaginar, cómo se
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Milagros
traducirla eso más allá de la palabra. Una entrega en cuerpo y alma me ha
sido posible a rrú porque, antes de intimar con un hombre, él ya me sedujo
con su palabra y yo me aseguro de que a él le ocurra lo mismo. Las veces
que he roto esta práctica, ha resultado un fracaso. He sido usada.
Oí que sor Elena, la maestra de mi grupo y que es monja, decía que
era esposa de Cristo y que todas las monjas del colegio también lo
eran. Me indigné lo suficiente como para que todavía hoy rechace eso.
Esposa tiene valor de intimidad, de cercanía, de fusión con el otro por
vía del erotismo. jesús era toda vida, toda acción, todo riesgo. Luchaba, caminaba, se esforzaba, se mezclaba con lo humano, con lo más
propiamente humano que son los pecadores. A nadie descalificaba,
nada le era extraño. Ellas viven una vida apacible, "cómoda", y no me
refiero sólo a lo material, sino a su dizque retiro espiritual. ¿Cómo siendo tan distintas de Él pueden pretender estar tan íntimamente relacionadas con Él? Esposa de Él, yo. Yo que lo he amado toda mi vida, yo
que siempre lo inmiscuyo en todo, yo que lo hago vivir a través de una
vida al filo del peligro. Yo que desesperadamente lo busco en la voz y
en la palabra de los hombres de carne y hueso. Yo que lo necesito
tanto, que lo quiero encontrar en un hombre común. Yo que mientras
lo encuentro en un hombre, lo hago "estar", "ser", a través de mí, aunque a veces también sea yo misma: una mujer que siente rencor, deseo
de venganza, vanidad y no sé cuantas cosas más. Yo sí lo amo porque lo
busco donde está Él, entre nosotros los humanos. En mí y en otros que
somos no comprendidos, excluidos, porque rompemos el concierto de
los otros hipócritas. Yo que siempre he creído que este sentimiento irrefrenable de necesitar la presencia de un hombre especial se debe a que lo
extraño a Él, a que lo necesito a Él, porque no hay nada más parecido a Él
que un buen hombre, justo, bueno, verdadero, sencillo y sensible. Quien
teniendo la fuerza para abusar del débil, nunca lo haría, quien teniendo la
inteligencia para desbaratar al torpe, tampoco lo hace, porque está comprometido con jesucristo. Yo sí soy algo de Él. Yo que con mi estilo y mi
carácter desafio las hipocresías de mi sociedad que dice que hace ciertas
cosa$ en su nombre y por ello me critican y me rechazan ¡Ah, pero eso
no lo sufro! Los compadezco a ellos. Ellos se pierden mi presencia. Mi
verdad y mi estilo. Que sigan sin mí, que es seguir sin Él.
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Cuando era una jovencita me gustaba leer la Biblia e imaginarme
como un personaje femenino de esa época; he deseado como nada en
la vida haberle conocido en carne y hueso, haber estado junto a Él y
besar el suelo que pisaba. Si Él hubiera ftiado sus ojos en mí, si yo
hubiera podido oír el tono de su voz, si pudiera decirle cuánto lo necesito y que Él me hablara, aunque fuera una sola vez, seguro yo no volvería a necesitar a nadie más en la vida. Nunca hubiera tenido que buscarlo
en otros hombres ¿Para qué, si habría conocido al original, al verdadero? Pero como eso no sucedió, tengo que buscarlo en otros que tratan
de ser Hombres como Él.
Deseo un hombre que no esté sometido a las costumbres, a los prejuicios, a la moralina absurda, a lo "socialmente aceptable"; que desprecie la hipocresía, lo vulgar, lo barato. Que sea la verdad de algo. Existe
un hombre, El Hombre, que no está castrado/ es Dios hecho Hombre.
Jesucristo. ¡He ahí el paradigma de virilidad, de hombría! Algunos, muy
pocos, coparticipan de su hombría.
Cómo se vive o se experimenta la intimidad, la sexualidad, el goce
de tener un hombre así. Con él todo es distinto, nada es pecado. Las
caricias más ardientes y audaces, las palabras más secretas, todo se sella por lo limpio de la entrega, por la transparencia con que todo ocurre. Ahí, mientras corre su liquido seminal, no hay perversiones,
fetichismos ni fijaciones. Nada es sucio y todo es tan intenso. Yo, una
mujer a la que le es dado tener este tipo de hombre, sé diferenciar el
lugar que ocupo cuando estoy con él, y en el que me quieren colocar
los del otro tipo. Con un verdadero hombre nunca he conocido la
cosificación, lo bajo-y burdo que escucho en otras mujeres cuando me
cuentan sus intimidades. Casi no puedo creer la diferencia entre lo que
ellas viven y lo mío. La ganancia de ellas es que reciben algo a cambio:
son mantenidas y "viven bien". Antes creía que ellas eran felices, hoy
he aprendido a observarlas más detenidamente y me percato de que
algo anda mal. También conmigo andan muchas cosas mal, pero no
mis vivencias sexuales.
1 Que es todo el poder, todo el saber y toda presencia. Omnipotente, ornnisapiente y
omnipresente.
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Milagros
La primera vez que fui tocada por un verdadero hombre, mientras
me penetraba y me daba su aliento en mi boca, descubrí, de pronto,
como si fuera una iluminación, la razón de que existan hombres y mujeres. Seres con distinta sexualidad, en tanto se es hombre se es mujer.
No sé qué se sienta ser hombre, pero sí sé que es ser mujer. Es sentirse
diferente a otro, a partir de otro, completamente otro. Tomar plena
conciencia de la separación, de la individualidad de los seres, de la mía y
de la del otro, para desde ahí arribar a la unificación con el otro. La
mismidad es correlativa a la otredad. Para que una, la otra. La manera
excelsa de aprehender ambas, es a través de un acto sexual amoroso.
Para ello se requiere que haya una verdadera mujer y un verdadero
hombre, no un fraude de mujer o un fraude de hombre. ¿Y cómo se
sabe eso? Escuchando, dialogando, ahí, a través de la palabra, aparece
o no una verdad. No La Verdad, pero sí una verdad, verdad, y no una
mentira que quiere ser pasada como verdad. Ser lo que se es, no aparentar serlo, no pretender ser otra cosa, no querer modificar el ser, no
ser de otro modo, no presentar una versión alterna de tu ser, una perversión. Un hombre verdadero, que es lo que es, que no es hipócrita,
falso, pueril -demasiado preocupado por el color de su corbata, o por
tomar bien los cubiertos en la mesa-, es inequívocamente ardiente, apasionado, caliente, potente. Pero también es limpio, transparente, y hagas lo que hagas en la cama con él, jamás te ensucia, porque jamás te
usa. No necesita alcohol ni pornografía para excitarse y "dar el ancho",
sólo le hacen falta mi olor, mi voz, mis ojos, mi cercanía. Me admira y
yo lo admiro.
Estoy convencida de que esa es la gratificación que la vida me ha
dado, ya que no tengo muchas que la mayoría considera básicas para
aparecer como una mujer exitosa. Cuando intimo con un hombre bello, justo y bueno, cuando me llena el vientre amorosamente con su
semen, cuando ha colmado mi oído con su voz y mi boca con su aliento, entiendo que en eso está Dios conmigo.
Algún hombre me engañó, quiero decir, se presentó como valioso y
era de los que seducen con mentiras. Ese ha sido el único hombre que
me ha burlado, los que siguieron no me engañaron más, yo sabía más
que ellos el tipo de hombre que son. Algunos son nada, pero yo creía
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que por escucharme, por convivir conmigo, por" contagio", porque siempre triunfa la verdad, les descubriría a ellos lo que es ser un hombre
verdadero. ¿Cómo lo puede hacer una mujer? No lo sé, no lo pude
hacer, lo que sí pude fue hacerlos sentir lo que son: basura. Pero no
transformarlos en verdaderos hombres. Eso sólo lo puede hacer Dios.
Yo soy una mujer que puede decir sin temor a equivocarse que la
han amado profunda y verdaderamente. Uegó el hombre que yo deseaba, el cual me nombraba como la mujer "a la que no se le puede
comparar con otras". Mi mundo eran él y Dios. Desde entonces no
permito que ningún hombre me quiera rebajar malqueriéndome o empañando mi ser con relaciones baratas, donde él se comparta o me utilice. Yo estoy en el altar en que aquel me quemaba incienso. Aquel que
además era un hombre ardiente, el más dotado sexualmente de los
muchos con los que he convivido, con un pene tan potente como profunda su voz. Su virilidad y su pasión surgían diariamente, sólo necesitaba verme, olerme, oírme, que yo me le acercara y lo tocara, y como
por arte de magia empezaban a brillar sus ojos, su voz se ponía más
ronca y lo que seguía era garantía de un goce pleno, aunque no sintiera
lo que sentía si yo sola apretaba las piernas. A partir de aquel, me di
cuenta de que así puedo rebuscar en el fin del mundo, el no sentir
orgasmo clitoriano no tiene que ver con la potencia ni la pasión del
hombre, sino con una estructura psíquica propia de algunas -la mayoría- de las mujeres, porque si con aquel no sentí en el clítoris, menos
que menos con otros. Aunque el goce de su hombría en mi vientre y
de su lengua en mi garganta, todavía de noche en noche me hacen
llorar.
A partir de su amor, las piezas sueltas de mis creencias sobre el
amor, la lealtad, la verdad, lo justo, lo bueno y lo bello, son certezas.
Aquel tenía bien claro lo que es un hombre, que es diferente a un perverso, lo que es una mujer y la diferencia con una puta barata. Él adivinaba mis pensamientos a través de mi semblante. La intimidad con él
era algo místico, porque ahí estaba un hombre que siempre tenía a
Cristo como referencia de todos sus pensamientos. Él rezaba por el
mundo, por mí, por él, por los enfermos, por los abandonados. Pero
cualquiera que cometiera un acto injusto o perverso, se las tenía que ver
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Milagros
con él, lo cual no era fácil. Yo era su orgullo y él la meta de una vida
como la que había yo vivido.
Ahora no tengo culpa ni problema por el sexo, por más que haga el
amor a diario y de distintos modos. Una sola masturbación, de cuando
era una niña-virgen, le producía mayor malestar a mi espíritu. Ahora
conozco perfectamente el órgano masculino, lo toco, lo huelo y no hay
culpa, porque después viene la palabra del que me ama. Él es humanidad, yo soy humana y lo necesito.
Cuando un hombre me desilusiona, regreso al Hombre, a Dios, y le
digo: "Tú sí eres verdadero, tú eres siempre igual, no cambias, mientras
te tenga a ti, no me pasa nada. Tú eres mi verdadero hombre, eres mi
amor y mi vida".
Pecado para mí era masturbarme, aún yo no sabía lo que era un
hombre, ni genitales diferentes, pero constantemente me procuraba
mtensos orgasmos. Eso me producía sentimiento de culpa, tan intenso
como intenso era el placer. Ahora comparto mi sudor, mi olor, mis
líquidos internos, mi vientre y aquí no hay culpa. Antes no me compartía con nadie, el placer era para mí misma, era yo misma conmigo, claro
que las fantasías que acompañaban la masturbación se relacionaban
con hombres, pero no tenían nombre, ni hablaban, ni aportaban verdad. Era todo para mí. Al terminar yo quedaba como antes; exactamente igual que antes; ahora, en cada relación sexual algo se modifica en
mí, me transforma, me coloca en distintos lugares con respecto a mí y a
él, y lo extraordinariamente sorprendente, lo que le da coherencia a la
relación sexual entre dos seres, es que constato que él también es tocado por mi mediación. El resultado no da para pensar en pecados sino
en milagros.
Mi Dios es Hombre, siente como algún día sentirán los hombres,
piensa como pensarán los hombres. Es el modelo, la meta, el ideal que
hay que alcanzar. Unos siendo igual que Él, otras siendo para Él.
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