VARONES ILUSTRES

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VARONES ILUSTRES
Es un timbre de honor, un sano orgullo para los vecinos de Yébenes, saber que personajes relevantes que han destacado en el campo de la política, de las armas, de las letras o que han participado en empresas arriesgadas, comparten con ellos el suelo que les vio nacer. Pero esta saludable satisfacción no debe llevarnos a caer en un burdo chauvinismo, en una glosa desmesurada de esas celebridades y menos aún forzar la historia y adjudicar paternidades locales a quienes no se tiene certeza absoluta de su condición de yebenosos. Viene esto a colación con personajes como Andrés de Yébenes o D. Juan Ponce de León. Andrés de Yébenes fue uno de los grumetes que acompañaba a Cristóbal Colón en su primer viaje a América. Alicia Gould, historiadora que dedicó muchos años a intentar averiguar la procedencia geográfica de los marinos que componían la tripulación del viaje iniciático hacia el Nuevo Mundo, no ha podido determinar el lugar de origen del mencionado Andrés. Llevados por el toponímico Yévenes, se ha apuntado la posibilidad de que fuera natural de la localidad, pero esta hipótesis hay que tomarla con grandes reservas. Pensemos en fray Diego de Soria, de quien tenemos certificación fehaciente de que había nacido en Yébenes, a pesar de su apellido que hace mención a esa ciudad castellana. Por tanto, reconozcamos la posibilidad de que un yebenoso tuviera el honor de figurar entre los primeros españoles que pisaron suelo americano, pero no olvidemos que sólo es una probabilidad, no una certeza, aunque, evidentemente, todos los vecinos desearían que se confirmara esa hipótesis.
Árbol genealógico en el que, deforma muy colateral, aparecen emparentados el obispo Diego de Soria con Juan
Ponce de León. En cuanto a Juan Ponce de León, importante explorador en las primeras etapas descubridoras del continente americano cuyo mayor mérito fue el descubrimiento de Florida a principios del siglo XVI, tuvo una remota vinculación familiar con Yébenes por cuanto una hermana de su esposa llamada doña María Núñez de Guzmán contrajo matrimonio con don Gil de Sevilla, natural y vecino de esta localidad, pero en ningún momento se puede afirmar que fuera oriundo de Yébenes. Lo que sí es cierto es que el célebre Diego de Soria, estaba en cierta manera emparentado, aunque de forma muy colateral, con los Ponce de León, por cuanto su bisabuelo por vía paterna, Pedro de Sevilla, era sobrino carnal del descubridor de Florida. Todo esto dando por correcto el árbol genealógico contenido en el libro Copias y apuntaciones antiguas que unas serán verdaderas y otras no. Dejando a un lado estos dos personajes, cuya vinculación con el pueblo es dudosa o muy remota, vamos a centrarnos en otros sobre los que no tenemos ningún asomo de duda o sospecha. Fray Diego de Soria (1554‐1613) Nació en Yébenes en 1554, siendo bautizado en la parroquia de Santa María. En dieciséis días del mes de abril, año susodicho se cristianó Diego, hijo de Diego de Soria y de su mujer Quiteña García de Esteban, de la de Juan Ribero, fue compadre el mayor Andrés Laso y Juan Ruiz tundidor y Alonso de Sevilla y comadre mayor Teresa la Soriana y la mujer de Juan García del Cortijo, cristianólo el señor Pero Sánchez, capellán de las Animas1. Ingresó en el convento dominico de Ocaña y dado su buen aprovechamiento en los estudios y sus grandes aptitudes para el pulpito fue enviado a ampliar estudios al Colegio de Santo Tomás de Alcalá de Henares. Estando allí tuvo noticia de una carta del Maestro General de la Orden exhortando a los religiosos a tomar parte en la fundación de la provincia del Santísimo Rosario de Filipinas. Animado por la carta y guiado por un sincero afán evangelizador en 1587 embarcó en Cádiz a bordo de una nao rumbo a Filipinas formando parte de los cuarenta dominicos que constituían la expedición fundacional. A su llegada a tierras asiáticas fundan el convento de Santo Domingo de Manila, siendo nombrado prior del mismo Diego de Soria. Al año siguiente, 1588, se celebra en Manila el primer Capítulo Provincial, siendo elegido vicario de Manila. Su actividad en tierras Filipinas, según nos cuenta H.M. Ocio2, fue muy intensa. En 1591 fue enviado a la provincia de Pangasinán donde trabajó hasta 1595 en que le trasladaron a evangelizar la provincia de Cagayán a ruegos e instancias del gobernador don Luis Pérez Dasmariñas. En compañía de otros siete religiosos procuró que se levantasen unas humildes iglesias en Pata, Abulug y Cama‐lanyugan. Logró atraerse a un indio muy principal, de nombre Siri‐ban, contribuyendo mucho a la conversión de 1 .A.P.Y. (S.M.) Bautismos 1534‐1565, fol.7 Vs 2. Ocio, H.M.: Reseña biográfica de los religiosos de la provincia del Santísimo Rosario de Filipinas. Manila, Establecimiento Tipográfico del Real Colegio de Santo Tomás, 1891. aquellos indígenas que fueron bautizados por el padre Soria en Llallo‐c el día de Pen‐
tecostés de 1596. También estuvo en Méjico donde fundó la hospedería de San Jacinto. Transcurrido poco tiempo fue enviado a España para reclutar nuevos "operarios" evangélicos. Conocido por su prestigio personal pasó luego a Roma donde contó con el favor del Maestro General de los dominicos y del Papa Clemente VIII quien "prendado de su talento" le obligó a asistir al Capítulo General que por entonces celebraba la Orden con el fin de servirse de sus cualidades y conocimientos para llevar a cabo la reforma del clero regular. La alta estimación de que gozaba trascendía del ámbito exclusivamente religioso y era muy apreciado en la Corte donde admiraban su santidad, prudencia y ciencia, siendo particularmente estimado por la reina Margarita, quien parece ser le presentó al rey Felipe III y le regaló el anillo que debía llevar en su calidad de obispo. Este nombramiento por el que la soberana tenía especial empeño, lo adquirió en 1603 al ser proclamado obispo de Nueva Segovia en Filipinas, tras haber rehusado, dado su carácter humilde y su escaso entusiasmo por las dignidades y cargos eclesiásticos, un obispado de España y el de Nueva Cáceres, también en suelo filipino. Su pontifical como prelado de la diócesis fue igualmente intenso, visitando todos los años las parroquias para conocer directamente sus necesidades y procurarles remedio. Los honores del obispado no alteraron sus costumbres humildes de simple religioso. Murió en el año 1613 de fuertes calenturas tras una prolongada enfermedad, siendo sepultado en el templo parroquial de Vigán con una palma en la mano. Posteriormente, en 1627. fue trasladado su cadáver, cumpliendo su última voluntad, al convento de Llallo‐c. Este fraile "pequeño de cuerpo, pero gran espíritu y valor" destacó, al decir de sus biógrafos‐, por una serie de cualidades que merecen ser subrayadas. En primer lugar su rigor y valentía para denunciar los abusos y atropellos que los gobernadores y autoridades cometían contra los nativos. Célebre fue el sermón que predicó el domingo 15 de junio de 1597 en la catedral de Manila "en el cual dijo algunas cosas en orden a las costumbres por lo cual se ha sentido agraviado don Francisco Tello, gobernador y capitán general de estas islas y pretende que el dicho padre sea castigado". En mi opinión el fragmento que levantó toda la polémica es el que sigue: (Previamente había comparado a los predicadores con perros fieles que ladran a los extraños). 3. Además del ya citado Ocio, se han ocupado del personaje autores como FERNÁNDEZ, P.: Dominicos donde nace
el sol. Historia de la Provincia del Santísimo Rosario de Filipinas de la Orden de Predicadores. Barcelona, 1958 y
NEIRA, E.: Heraldos de Cristo en los reinos de Oriente. Roma. 1986.
¿En Manila hay contra quién predicar? ¿ hay pecados? ¡Oh Manila, Manila!, ladraré o callaré, no puedo ladrar porque de la ciudad han obligado a los perros que no ladren y que no prediquen cosas que escandalicen. Pues de qué os escandalizáis, de que se os predica una cédula de Su Majestad en que manda que los jueces no traten ni contraten en sus partidos y se os explicó que si esto se hace es agravio de partes que hay obligación a restituir, ¿esto os escandaliza? Más escándalo es que os escandalicéis... también de que se os predique lo que manda Su Majestad que las encomiendas y aprovechamiento se den a los que más han servido a su rey y señor y a los que mejor lo merecen y no a los nuevos y criados de gobernadores a quien Su Majestad hace incapaces de los tales oficios y de justicia. Hay obligación de darlos a los más beneméritos y por esta razón no pueden llevar ninguna cosa los criados de los gobernadores... y nosotros los perros tenemos obligación de ladrar contra los vicios y a lamerlos y curarlos con la lengua y que no sea necesario que nos muerda el perro del Santo Oficio y ladrando unos y obrando otros bien nos dará Dios aquí su gracia y después su gloria. Amén. Como puede verse, se trata de un duro alegato contra la conducta nepótica del Gobernador que desobedece los mandatos del rey. La denuncia reviste aún mayor gravedad por cuanto se hace en un acto público, en la catedral, y en presencia del principal acusado. Pero no fue esta la única ocasión en que el obispo Diego de Soria denunció la conducta irregular de las máximas autoridades españolas en las islas. En 1606 a través de una carta que envía al Consejo de Indias pide que se amoneste al gobernador don Pedro de Acuña para que "moderase su lengua, que tiene con ella ofendidos y lastimados a muchos; seis años después, en 1612, será el gobernador don Juan De Silva, objeto de sus críticas en la predicación de la festividad del Rosario, por lo que en represalia le quitará el estipendio por un año. Conviene resaltar la valentía y honestidad de la conducta de Diego de Soria, pues en defensa de los indios se enfrenta con las más altas jerarquías civiles, cuando lo más cómodo y usual era una connivencia bastante estrecha entre ambos poderes, silenciando o amparando decisiones muy poco edificantes. Mostró una gran fortaleza en el confesonario, negando la absolución a jueces, encomenderos y recaudadores de tributos que habían cometido flagrantes injusticias. Fue un brillante predicador moviendo a los fieles a la penitencia y al amor de Dios. Llevó una vida muy recogida y devota, poniendo especial énfasis en solemnizar las fiestas de la Iglesia, sobre todo la Semana Santa y Pascua, fue también muy devoto del Santísimo Sacramento. Se mostró muy generoso con los pobres. Mantuvo una fluida correspondencia con el Consejo de Indias informando de las principales vicisitudes que ocurrían en las tierras exploradas. Aportó noticias sobre los progresos de evangelización en China y Japón, datos sobre el alzamiento contra los hispanos ocurrido en 1604, en el que murieron más de doscientos españoles", y no escatima críticas a otras órdenes religiosas como los agustinos a quienes acusa de llevar una vida relajada y mostrarse codiciosos quitando la plata a los nativos "para procurar con ello ser obispos", o a los jesuítas de quienes dice que el colegio que tienen fundado en Manila "no sirve de nada al bien público" porque los que entran en él son muy ricos y ninguno llega a ordenarse. El propio Diego de Soria impulsó la creación de un colegio dominico donde pudieran formarse teólogos y artistas, al que legó su biblioteca y 3.000 pesos. H.M. Ocio recoge tres sucesos extraordinarios a través de los cuales piensa que Dios había querido manifestar la santidad de su siervo: en 1603 navegando tres barcos, zozobraron dos de ellos, salvándose el navío en el que viajaba el padre Soria; en cierta ocasión yendo de Sanlúcar a Cádiz se libró de dos galeones corsarios; en 1608 en Vigán, su residencia habitual, cuando celebraba la fiesta de Pentecostés en su iglesia, ocurrió que una paloma que tenía que echar a volar en un momento del acto, se posó sobre su cabeza, sin que pudieran sacudirla de allí. Fray Diego de Soria tuvo un hermano, de nombre Juan, "varón de gran virtud y perfección y muy inocente y devoto". Fue novicio lego en el convento de Manila a donde llegó en 1588 y había acompañado hasta Méjico a los primeros fundadores, prendado de ellos al verlos pasar por Yébenes. Sin embargo, abandonó los hábitos y la carrera eclesiástica para contraer matrimonio con una filipina rica que le legó una gran fortuna al morir prematuramente. F.l citado H.M. Ocio cuenta que estando una noche Juan de Soria en oración le fue revelado eme al día siguiente se desplomaría la Iglesia. Afligido con la revelación, el entonces novicio pidió a Dios tres cosas eme le fueron concedidas: eme las ruinas no causaran pérdidas humanas y que permanecieran intactos el Sagrario y el trono de Nuestra Señora del Rosario. De lo eme no cabe eluda es que el varias veces mencionado Ocio era un personaje dotado ele gran imaginación. Mariano Vicente Blas Garoz y Peñalver (1758‐1830) Es, en mi opinión, sin eluda alguna, junto a fray Diego de Soria, el más insigne personaje ilustre que Ira ciado Yébenes. Aunque citado entre los nombres más egregios que ha tenido el pueblo no se le ha dado el reconocimiento público que merece. Nació en Yébenes ele Toledo el 24 de septiembre de 1758. Siendo bautizado solemnemente cinco días después en la parroquia de Santa María la Real. En la iglesia parroquial de Nuestra Señora Santa María la Real del lugar de Yébenes
de Toledo en veintinueve días del mes de septiembre de mil setecientos y cincuenta y
ocho años, yo don José Sánchez Sanmillán, cura propio de dicha parroquial bauticé
solemnemente a un niño que nació el día veinticuatro del dicho mes y año, hijo legítimo
de don Manuel Blas Garoz y de doña Joaquina Peñalver Pérez, su legítima mujer,
natural de la villa de Mora, vecinos de éste y parroquianos de esta dicha iglesia, al cual
puse por nombre Mariano Vicente, fueron sus padrinos fray Vicente Blas Garoz e Isabel
Gómez, abuela paterna del bautizado a quien advertí el parentesco espiritual y demás
obligaciones y lo firmé
Contaba entre sus antecedentes familiares con un ilustre predecesor, su tío abuelo D. Juan Blas Garoz de Soto que fue capellán de honor del rey Carlos III. Este clérigo, además de un pósito, el de San José, fundó en el Hospital de la Soledad un vínculo o patronato en 1752 para pobres peregrinos transeúntes a los que daba leña, aceite y pan. Con el fin de que pudiera cumplir los objetivos para los que se creó dotó al vínculo con 445,5 fanegas de tierras de secano, 12.458 cepas y 1.292 olivas repartidas en numerosos pedazos por los términos de Mora, Consuegra, Manzaneque y Yébenes. A ello había que añadir tres casas principales, dos en Yébenes y una en Mora, una casa quintería en Consuegra, dos huertas, dos eras empedradas, acciones que tenía en la Compañía de Granada y la Compañía de Sevilla, más 100.000 reales en dinero para comprar censos. De todos estos bienes, su titular era don Mariano, así como heredero universal de la hacienda de su tío abuelo, al igual que lo fue de su abuelo Francisco, pues aunque éste tenía otro hijo, Vicente, por su condición de fraile dominico no participó de la herencia. No menos ilustre fue su suegro el Excmo. Sr. D. José Carrillo, marqués de Zayas, Teniente General de los Reales Ejércitos, Consejero de Su Majestad en el Real y Supremo de la Guerra, Inspector General de Infantería y Caballero Comendador de la orden de Alcuescar del hábito de Santiago. Estaba casado con doña María Antonia Potau Colón, de Portugal. Mariano Blas Garoz quedó huérfano de padre al poco de nacer. El mismo nos cuenta algunos datos biográficos: muriendo mi padre don Manuel Blas Garoz y quedando yo en dieciocho días,
primeros de mi infanticidio, mi madre hubo de marcharse a la villa de Mora conmigo, a
casa de su padre y mi abuelo donjuán Alfonso Peñalver mi tutor... a consecuencia de
haber estado yo siguiendo las carreras literaria y militar treinta años, jamás puse los
pies en este pueblo [Yébenes],... hasta que en mi mayor edad... me establecí en él...
Vemos, por consiguiente, que su madre, Joaquina Peñalver, al enviudar regresó a Mora con sus padres, labradores acomodados al igual que sus suegros. Allí pasaría su infancia trasladándose posteriormente a Madrid a realizar estudios y donde probablemente contó con la protección de su tío abuelo, el capellán del rey Carlos III, clon Juan Blas Garoz. Aunque no podemos precisar la cronología de su carrera política y militar, sí sabemos con exactitud que fue brillante, a tenor de los importantes cargos que ocupó en la Administración: Oficial primero de la Secretaría de Estado y del Despacho de la Guerra, Secretario de Su Majestad con ejercicio de Decretos, Teniente Coronel de los Reales Ejércitos y Consejero Honorario del Supremo Consejo dé la Guerra. Como militar conocemos que en 1793 en su condición de teniente del regimiento de milicias de Toledo estaba luchando en la guerra contra los franceses, detectándose su presencia en Calatayud en el mes de abril. Pero quizás el mayor honor que le cupo, y eme probablemente él no tuvo conciencia de su trascendencia, fue el ser uno de los diputados —representando a La Mancha— que intervino en las Cortes de Cádiz promulgando la Constitución política de la Monarquía española de 1812. Este texto constitucional supuso la introducción del régimen liberal en España y el comienzo del resquebrajamiento del Antiguo Régimen. Durante muchos años la constitución del 12 fue el símbolo de la libertad y del progreso frente a las estructuras tradicionales, y entre los "padres" de esa carta magna se encontraba don Mariano Blas Garoz. Su vida transcurrió tras una larga etapa en la Corte con prolongadas estancias en su Yébenes natal, en una amplia casa situada en la Plazuela del Cortijo compuesta de dos plantas. En la superior tenía un gabinete, sala principal, dos cuartos, antesala, chimenea y una sala y alcoba; en la inferior había un cuarto, recibidor, portales, cocina, patio, cochera y caballerizas. Tenía también un molino de aceite en el mismo solar. Fruto de su matrimonio con doña Josefa de Zayas y Potau, —a quien probablemente conoció durante su estancia en Mora, pues ella como su hermano Mariano Jacinto, capitán de infantería que se casó y residió en Yébenes, vivieron en Mora donde su padre, el marqués de Zayas, detentaba el cargo de comendador de la orden santiaguista—, fueron diez hijos, bautizados todos en la parroquia de Santa María. De ellos, el mayor de los dos varones, Francisco, heredó el talante liberal y progresista de su progenitor, participando activamente en los avatares políticos y militares de la época. Durante el Trienio Liberal, 1820‐1823, en que se intentó acabar con el absolutismo de Fernando VII fue diputado en las Cortes y es más que probable que fuera uno de los promotores de la ley por la que se unieron los dos Yébenes en un sólo municipio. A la caída de este tímido ensayo liberal fue objeto de persecución en la represión subsiguiente ordenada por el monarca. Durante las guerras carlistas fue Teniente Coronel de las tropas isabelinas prestando importantes servicios a la Corona. Dos de sus hermanas se casaron con militares que alcanzaron una alta graduación. Jacoba, vivía en Badajoz con su marido el coronel de infantería Juan Donoso Cortés; Manuela se casó con Isidro Díaz, también coronel de los Reales Ejércitos, destinado en Navarra. A los setenta y tres años de edad don Mariano Blas Garoz y Peñalver, cerró los ojos por última vez en su Yébenes natal después de una dilatada vida dedicada al servicio de sus ideales y marcando una impronta de la que sus paisanos deben sentirse orgullosos. Recibió sepultura eclesiástica el 17 de abril de 1830 a las once de la mañana en un acto presidido por todo el cabildo eclesiástico y rindiéndole honores la tropa que se hallaba en el pueblo'". Manuel María Herreros Garoz (1812‐ ) Político yebenoso nacido el 9 de septiembre de 1812. Hijo de Vicente Herreros y de Paula Garoz Esteban, naturales y vecinos de Yébenes. Según él mismo nos relata al quedar huérfano se lúe a vivir a Toledo: "yo vi en tu seno la luz primera, aunque huérfano te abandoné en la infancia". Cursó los estudios de Leyes, doctorándose en Derecho Público Civil y Criminal, estando a cargo en 1840 de esa cátedra en la Universidad de Toledo. Su carrera política la inició en la Diputación Provincial. Mientras desempeñó el cargo de Secretario de la Diputación promovió asuntos como la ejecución de la carretela de Madrid, reparación del Alcázar, creación del Instituto de Segunda Enseñanza y restitución a Toledo de sus derechos sobre la dehesa de San Martín de la Montiña, situada en los Montes de Toledo. En 1848 ocupó el cargo de vicepresidente del Consejo Provincial ele esa institución. Su trayectoria como político alcanzará su culminación, durante la presidencia del gobierno de Juan Bravo Murillo, en que fue nombrado Gobernador Civil de Toledo, primero interinamente en 1851 y posteriormente en propiedad desde el 10 de diciembre de 1852 hasta el 2 de julio de 1853 en que es cesado. Entre los meses de abril y diciembre de 1852 desempeñó ese cargo en la provincia de Ávila. Durante el primer semestre ele 1854, hasta el triunfo del Bienio Progresista, iniciado en julio de ese año y que durará hasta septiembre de 1856, ocupó el oficio de Gobernador Civil de Ciudad Real, si bien no debió hacerlo con mucho éxito pues los periódicos le mencionaron en alguna ocasión como el "famoso" gobernador, acusándole de inculto, insensato y chaquetero, adhiriéndose siempre a quien ostentaba el poder. Tras el paréntesis que supuso el Bienio Progresista, al restablecerse la nueva Diputación Provincial, en octubre de 1856, Manuel María Herreros aparece como diputado por el partido judicial de Orgaz catalogado como político moderado. En 1862 se vio envuelto en un grave asunto pues a raíz de un Manifiesto escrito por el alcalde de Toledo, Rodrigo González Alegre, se vierten sobre él duras acusaciones imputándole que durante su mandato como Gobernador Provincial en 1851, abusando de su autoridad, la ciudad de Toledo había perdido, en beneficio de la villa de Yébenes, cuatro dehesas de sus montes: Santo Tomé, Navarredonda, San Salvador y Tapuelas. Para hacer frente a estas denuncias escribió una obra titulada Demostración de una calumnia y respuesta a varias murmuraciones con la historia de los hechos, con la que pretende justificar su conducta y demostrar que obró con rectitud. En ella aparecen algunas alusiones a su tierra natal: "¡A ti, Yébenes, patria mía, porque mi viste nacer también te alcanzan los tiros de mis enemigos"; lugar de Yébenes, "mi humilde cuna". En reconocimiento a sus méritos se le dedicó en Yébenes la calle Cortijo, siendo sustituido el nombre por calle Manuel María Herreros, si bien con el advenimiento de la II República en 1931, recuperó su antigua denominación. Murió soltero en Toledo, siendo enterrados sus restos en la ermita del Ángel, propiedad suya al igual que el cigarral del mismo nombre y que constituía su vivienda habitual. Leopoldo Diezma y Rodríguez-Chico (1843-1894) Leopoldo Diezma, que no Biezma —a tenor del testimonio procedente del juzgado de Orgaz presentado en el Palacio del Senado el 20 de diciembre de 1887 según el cual su primer apellido era Diezma y no Biezma "como hasta el día ha venido llamándose"—, nació, refiere su partida bautismal, a las nueve de la noche del día 14 de noviembre de 1843, hijo de Cándido Sánchez Biezma, de "oficio labrador" y de María Dolores Rodríguez‐Chico, siendo bautizado dos días después en Santa María. Aunque ignoramos muchos datos sobre su trayectoria personal, sí conocemos con precisión la cronología de su actuación política —razón por la que se incluye entre los varones ejemplares de Yébenes— gracias a la documentación existente en el Palacio del Senado. A través de ella sabemos que fue senador por la provincia toledana en las legislaturas 1881‐1882, 1886 y 1893‐1894. El senador Diezma tenía su residencia habitual en la calle del Cura, número 15 de Yébenes, donde vivía con su esposa doña María de Zayas. Para poder acceder al cargo de senador necesitaba, de acuerdo con las leyes en vigor, una "aptitud legal", es decir, precisaba tener unas cuotas mínimas de contribución territorial para el Tesoro procedentes de sus fincas o bienes. Su hacienda se hallaba repartida entre Yébenes, donde tenía veintisiete tierras de secano, cinco olivares y una casa; Marjaliza, cinco pedazos de sembradura y Consuegra, treinta y siete heredades de pan llevar y una casa‐quintería en el sitio de los Majuelos. Posteriormente se incrementará con algunas fincas en Orgaz, aunque pocas a tenor de la escasa contribución que pagaba. En aquellos años la provincia de Toledo contaba con tres representantes en la Cámara Alta. Se elegían, en el salón de sesiones de la Diputación Provincial bajo la presidencia de su titular, por los compromisarios nombrados por los diferentes distritos municipales con los diputados provinciales. Del resultado de estas elecciones extraemos un dato interesante y es el prestigio de que gozaba Leopoldo Diezma, pues en todas las ocasiones fue quien obtuvo mayor número de votos. Los senadores toledanos que le acompañaban fueron en la legislatura de 1881, Pedro Nolasco Mausi e Isidoro Basarán y Chacón; en la de 1886, Vicente Morales Díaz y Francisco Alonso Rubio y en la de 1893, Francisco Toda y Tortosa y José María Pérez‐Caballero y Posada. Con anterioridad a su elección como senador desempeñó otros cargos políticos de menor relieve. En 1875 fue nombrado diputado provincial por el Gobernador Civil de Toledo para representar el distrito de Yébenes. Nombramiento que duró hasta 1887 en que fue elegido para igual cargo por el voto popular, continuando sin interrupción hasta el 24 de junio de 1881, tras ser reelegido en 1880, en que le fue admitida la renuncia fundamentada en su delicado estado de salud. Su labor como senador la conocemos con detalle. En la legisla‐tura correspondiente al período 1881‐1882 participó en dos comisiones, la organización del cuerpo de comunicaciones y la de duelo y pésame para la conducción del cadáver del senador Ribo a su lugar de origen; entre 1882 y 1883 formó parte de los comités encargados de las carreteras de varios lugares de Cuenca, Toledo y Asturias, así como del ferrocarril Zafra‐Huelva. Intervino igualmente en la formación de un solo municipio con las anteiglesias de Nachitua y Ea y de Bedarons y en actos de representación como fueron de honor, para felicitar al rey con motivo del cumpleaños de la reina y de duelo por el fallecimiento del senador marqués de Bedmar. Final‐mente entre 1889 y 1890 trabajó en la comisión de carretras. Lamentablemente, cuando sólo contaba con 51 años de edad y con una presumible carrera política por delante, falleció el 16 de febrero de 1894 en la capital de España. Su compañero de legislatura, Francisco Toda también senador por Toledo, comunica al Presi‐dente del Senado tan sensible pérdida: Excmo. Sr.: Tengo el sentimiento de comunicar a V.E. que en la tarde de ayer y
horas cinco, ha fallecido el senador D. Leopoldo de Diezma y Rodríguez-Chico y que a la
misma hora de mañana será conducido su cadáver desde la casa mortuoria, Genova 3, a
la estación del Mediodía para ser inhumado en la villa de Yébenes. Dios guarde a V.E.
muchos años. Madrid 17 febrero 1894.
La pérdida del libro de defunciones de la parroquial de Yébenes correspondiente a ese año nos impide saber los actos que se celebraron en la localidad con motivo de su entierro y que intuimos debieron ser muy solemnes. Juan Sánchez Robledo, el Indiano Personaje que incluimos en la nómina de hombres ilustres por su condición de indiano —con ese apodo se le conocía— y por su vasta fortuna. No podemos precisar su fecha de nacimiento, aunque lo que parece seguro es que nació en Yébenes así como que debió ser uno de tantos aventureros castellanos que sin arredrarse ante los peligros e incertidumbres de lo desconocido se embarcó hacia el Nuevo Mundo "para hacer las Américas", es decir, buscando fortuna. Y sin duda que la consiguió pues de los bienes que deja al morir se infiere una posición económica muy desahogada. Tenía en Yébenes dos casas de morada, dos mesones, dos tiendas, una quintería en la Ardosa, bodega, lagar, cámara, todo ello repleto de pertrechos. Incluso en Toledo ciudad, poseía otra vivienda en el callejón de don Alonso, junto a Santa María la Blanca. Los bienes raíces eran igualmente considerables, 117 fanegas de secano, 26.464 viñas y 230 olivas repartidas por los términos de ambos Yébenes, Marjaliza y Consuegra. A ellos habría que sumar cuatro bestias de labor, muías y un caballo. Poseía otra serie de elementos que revelan su privilegiada situación social, su pertenencia a la oligarquía local. Dentro de su casa abundan objetos suntuarios y de lujo, platos de cerámica de Talavera. porcelana de loza, tazas de China, mobiliario abundante, cuber‐tería de plata. Otros signos de distinción evidente son las joyas, cadena y sortija de oro; los cuadros (Magdalena, Sagrada Familia. Ecce Homo, San Juan Bautista); ventiún libros de temática diversa, agricultura, vidas de santos, filosofía...; la posesión de dos esclavos; abundancia relativa de armas, escopetas, espadas, daga, alfange... Su preocupación por los vecinos pobres del pueblo le llevó a crear una Memoria de Primeras Letras para que pudieran enseñar a leer y escribir a sus hijos , siendo la Lápida fuñera ría de Juan Sánchez Robledo, yebenoso que hizo fortuna en América en el siglo XVIy que dejó fundadas varías memorias y obras pías en beneficio de sus paisanos primera escuela elemental que se fundó en el municipio. Sus convicciones religiosas le impulsaron a la fundación de una capellanía para que se dijeran misas por la salvación de su alma, dotándola con numerosos bienes rústicos. Esos mismos sentimientos le inclinaron a ordenar en una de las cláusulas testamentarias que se celebraran dos mil misas por su alma en distintos conventos: San Bartolomé de la Vega, Nuestra Señora del Carmen y Santísima Trinidad en Ocaña y por último en San Pablo de los Montes. Falleció en Yébenes el 22 de junio de 1630, siendo enterrado en la iglesia de Santa María, de acuerdo con su deseo expresado en el testamento, "en una pared donde se haga un sepulcro y en él se pongan una piedra con un rótulo que diga mi nombre y el día de mi fallecimiento". Su última voluntad fue respetada y todavía hoy puede verse en el lado derecho del Crucero su tumba con una inscripción que reza: Aquí yace Juan Sánchez Robledo vecino de Yébenes, fundó la Memoria de los
sacerdotes que acompañan el Santísimo Sacramento con sobrepellices, dejó escuela y pan a
los pobres y dotes a huérfanas, falleció a 22 de junio de 1630.
Además de las cuatro grandes personalidades, contrastadas documentalmente, Fray Diego de Soria, Mariano Blas Garoz y Peñal‐ver, Manuel María de Herreros y Leopoldo Diezma y Rodríguez‐Chico, hay otro grupo de individuos menos relevantes que destacaron especialmente en el terreno religioso. Así se cita a fray Gabriel García Jiménez, nacido en 1570 en cuya partida de bautismo figura al margen la siguiente anotación: "Fue un fraile honrado, gran teólogo y predicador, prior de La Sisla donde tomó el hábito, fue general de su orden" (Jerónimos); fray Juan García, dominico "muy ejemplar"; fray Juan de Rueda de la orden de los Mínimos cuya humildad le llevó a renunciar a la Mitra de Orense; fray Sebastián de Yébenes, descalzo de los franciscanos; Andrés de Nava, nacido en 1538"fue clérigo y abogado muy buen letrado y eclesiástico ejemplar"; el clérigo Juan Barba Lozano fundador de una capellanía en el siglo XVII y a quien probablemente se refiera la calle que con esa denominación existe en el barrio de San Juan, si bien en la prolija documentación que se ha consultado aparecen muchos Juan Barba. En las Descripciones del cardenal Lorenzana se menciona como natural de Yébenes a un mariscal de campo de nombre Melchor Vélez, sobre el que nada se ha conseguido encontrar. Hasta aquí se ha hecho un repaso sucinto de las principales figuras célebres que han dado Los Yébenes. Sin renunciar al saluda‐ble orgullo de saberse paisano de tan ilustres y beneméritos personajes, no hay que olvidar, porque sería una dolorosa injusticia, que si Yébenes desde aquellos lejanos pobladores prehistóricos que dejaron sus huellas en las rocas de La Chorrera hasta la floreciente villa de hoy, es lo que es, no se lo debe a esos individuos por muy preclaros que fueran, sino al anónimo y humilde yebenoso que con su silencioso trabajo faenando en el campo, pastoreando con sus cabras y ovejas, desarrollando una tímida artesanía vio transcurrir su efímera existencia, marcada por vivencias alegres y amargos sinsabores. Es, por encima de cualquier otro, el hombre sencillo que consumió su existencia en el reducido marco territorial de Yébenes quien debe despertar una mayor identificación y solidaridad. Ese debe ser el paradigma del yebenoso hacia el que todos han de volver su mirada, a él deben profesar reconocimiento y gratitud, admitiendo y superando las diferencias y enfrentamientos, a veces crueles, ocurridos entre los propios vecinos y en un acto de generosidad, sentirse unidos, solidarios ante un mismo ideal, el progreso y bienestar de Yébenes. 
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