Primeros capítulos

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Título original: Mortos de Ningures
© 2014, EDITORIAL EVEREST, S. A.
Carretera León-La Coruña, km 5 - LEÓN (España)
© del texto: Pereledi
© de las ilustraciones: Andrés Meixide
Diseño y coordinación editorial: Editorial Everest, S.A.
Diseño de cubierta: Editorial Everest, S.A.
Reservados todos los derechos de uso de este ejemplar.
Su infracción puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual. Prohibida su reproducción
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informático o transmisión sin permiso previo y por escrito.
ISBN: 978-84-441-5096-3
Depósito legal: LE. 416-2014
Printed in Spain - Impreso en España
EDITORIAL EVERGRÁFICAS, S. L.
Carretera León-La Coruña, km 5
LEÓN (España)
Atención al cliente: 902 123 400
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Ilustrado por Andrés Meixide
de
I
¿La sangre es roja?
Hasta la aparición de aquel cadáver, la inspectora Nola siempre pensó que sí.
Fue un atardecer de otoño. Lloviznaba.
El médico forense, el comisario y algunos policías rodeaban el cuerpo sin vida que yacía en la
orilla del mar.
Ella bajó de la moto, se quitó el casco y acarició
la cabeza de Lolo. Desde su hueco en el sidecar, el
gato negro como el azabache la miró con sus ojos
enormes.
—¡Espera aquí! Vuelvo antes de que te dé
tiempo a decir miau.
Nola echó a andar por el terraplén que conducía a la playa.
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—Llevamos seis cadáveres ya está semana —se
dijo.
La experiencia le musitaba que la cosa no iba a
parar ahí.
Pero ¿cuánta gente más iba a morir?
Le fastidiaba no poder contestar a los interrogantes. Por eso se hizo investigadora: para no dejar
ninguna pregunta volando en el aire.
—¡Por fin! —medio le echó la bronca el comisario cuando la vio aparecer—. ¡Esperaba que
llegaras antes!
El forense estaba arrodillado delante del cadáver, tomando muestras de una gran herida en la
parte derecha del pecho. Un policía alumbraba con
una linterna para facilitarle la labor.
Acababan de dar las ocho y la luz era escasa.
Las primeras gotas anunciaron la tormenta que se
avecinaba.
—He llegado lo más rápido que he podido —se
excusó Nola mientras se acercaba al cuerpo.
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—¡Haz el favor de enfocar aquí! —le pidió el
forense al policía de la linterna.
—¡Es verde! —exclamó ella—. Nunca había
visto nada igual en la vida.
¿Por qué la sangre de aquel cadáver era verde?
Otro interrogante. Y ya iban dos…
—El forense analizará las muestras en el laboratorio para encontrar una explicación —se apresuró
a decir el comisario.
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—Y seguro que aún no tenéis ninguna idea
sobre la posible causa de la muerte —comentó ella
recorriendo el cadáver con la mirada.
El comisario no contestó.
Nola aprovechó para alejarse andando e ir a
investigar por las cercanías. Volvió en cosa de diez
minutos.
—Todo indica que llegó hasta aquí por su propio pie —le dijo al comisario.
Entonces empezó a llover un poco más y ella
abrochó los botones de la gabardina.
—Parece como si se hubiese golpeado contra
las rocas —continuó hablando mientras miraba
hacia el espigón del puerto—. Las huellas vienen
desde allí. Pienso que…
Se interrumpió porque se dio cuenta de que el
comisario no le prestaba atención.
—¡Me marcho! —le anunció.
Dio media vuelta y echó a andar por la arena.
—¡Espero que mañana seas puntual! —le gritó
el comisario—. Tengo un caso muy importante entre
las manos. El alcalde quiere que le demos prioridad.
Nola se encogió de hombros.
—¡Media docena de cadáveres! —dijo entre
dientes, indignada—. ¿Qué puede ser más importante que solucionar esto?
Se había indignado porque sabía que aquellas
muertes eran una cuestión secundaria. Se trataba de
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ningurenses. Y en Todures a la gente le importaba
bien poco lo que les ocurriese a los de Ningures.
—¡Hay cosas que nunca cambiarán! —le dijo a
Lolo con resignación al llegar al sidecar.
Se puso el casco y encendió el motor. Miró hacia el cielo para pedirle a las nubes que esperaran
un cuarto de hora para descargar: el tiempo que le
llevaba llegar a su casa.
—¡Diantre! —se quejó de pronto.
Y puso las manos delante de los ojos para protegerlos de una especie de foco muy potente.
Pasado un momento, con una mezcla de curiosidad y de sorpresa, las quitó para comprobar de
qué se trataba. Lo único que vio fueron las nubes
grises.
—Estoy cansada —le dijo a Lolo refregándose los
ojos—. No es bueno trabajar tanto.
El gato maulló.
II
Nola entró en casa hecha una sopa, poniendo el
parqué del recibidor perdido de agua. Protegida
bajo su gabardina, asomaba una cabecita negra.
—¡Mamá! —exclamó Andrés, uno de sus hijos,
mientras corría hacia ella—. Estás empapada. ¡Y
vaya pelos!
Ella bajó la cremallera y el gato saltó hasta el
suelo. Pasó al lado de las piernas del niño, aprovechando la ocasión para rozar su lomo contra ellas.
—Entre el casco y la lluvia, a mi pelo no se le
puede pedir más. ¡Anda, dame un beso! —le pidió
Nola al mellizo abriendo los brazos para recibirlo.
Andrés obedeció y se le lanzó al cuello. En esas,
Xulia apareció con una toalla en la mano interrumpiendo el abrazo.
—¡A secarse! Que luego vienen los catarros
—dijo imitando una voz adulta.
Ella era la mayor. Tenía once años y le llevaba
dos horas a su hermano.
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Nola se echó a reír separándose con cariño de
Andrés. Al poco, un sonoro estornudo salió disparado de su nariz.
—¡Halaaaaa! —exclamó Xulia—. Ya está aquí
el catarro.
Nola se apresuró en quitarse las botas. El agua
las había calado hasta los calcetines. Cogió la toalla
que Xulia sostenía en las manos.
—¿Y la tía Susana? —les preguntó a los mellizos mientras se secaba los pies.
—Haciendo espaguetis —dijo Andrés relamiéndose.
—Pues venga, niños. ¡A la cocina!
Llegaron allí en el momento en que Susana
estaba mezclando la salsa de tomate con la pasta.
Lolo, acostado debajo de la mesa, movió el rabo en
cuanto los vio entrar.
Andrés empezó a caminar hacia atrás tomando
carrerilla, dio tres zancadas y luego dejó resbalar
los pies sobre el suelo. Aterrizó al lado del gato y se
quedó junto a él, acariciándole la cabeza.
—¡Huele que alimenta! —exclamó Nola acercándose a su hermana.
Le dio un beso en la mejilla y luego metió el
dedo en la salsa, entre la masa de espaguetis.
—Lo siento, no me puedo resistir —confesó.
Xulia le tiró del jersey y abrió la boca. Nola no
dudó: metió el dedo en la boca de la melliza, que
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saboreó la salsa unos segundos poniendo cara de
felicidad.
—¿Como han ido las cosas en la playa? —preguntó Susana.
Nola suspiró, miró para los mellizos y se sentó
en una silla.
—Hay ropa tendida, Susi. Pero, en resumen,
esto parece que solo es el principio.
Xulia se metió rápido debajo de la mesa
relamiéndose aún y acercó la boca al oído de
Andrés:
—Mamá quiere hablar con la tía de cosas aburridas de mayores.
Ella, Andrés y Lolo se fueron trotando para el
salón. Luego Susana empezó a repartir la cena en
los platos.
—Mi jefe intenta quitarle importancia a las
muertes porque las víctimas son ningurenses. Es
patético.
—Las cosas en Todures funcionan así, Nola
—atajó Susana con voz firme—. Ellos marcan las
reglas. Tú lo sabes mejor que nadie. ¡Niños! ¡La
cena! —gritó volviendo la cabeza hacia el salón.
Nola tenía cara de preocupación, pero en cuanto su hermana le puso el plato delante, la expresión
de su rostro se relajó.
—Susi, no sé qué haría sin ti.
—Y yo no sé qué haría sin vosotros.
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Después de la cena, las hermanas y los mellizos
se sentaron juntos en el sofá. Era algo que Susana y
los niños repetían día tras día, como una especie de
ritual. Un ritual que aquella noche era diferente porque Nola estaba presente. A menudo volvía a la casa
a las tantas y Andrés y Xulia ya estaban dormidos.
Los mellizos hablaron animadamente sobre
cosas del cole. Nola resistió aunque los ojos se le
cerraban. El día había sido largo y necesitaba descansar, pero también tenía que estar con sus hijos,
hablar con ellos, compartir el tiempo.
—Creo que ya es hora de ir a dormir —anunció
Susana por fin.
—Pero si solo son las diez y media —protestó
Xulia.
—¿Las diez y media? —preguntó Nola—. ¡Ya
teníais que estar en la cama!
—Pero por lo menos podré leer un poco —apuntó.
—Esta noche, no —intervino Susana—. Es
muy tarde. Venga, ¡a la cama!
Los mellizos les dieron un beso a las dos hermanas y se fueron para la cama empujándose.
—¡Tengamos la fiesta en paz! —los regañó la
tía.
—Susi, estoy reventada —confesó Nola poniéndose en pie—. Tengo que coger fuerzas para
mañana. La jornada promete ser intensa.
Susana se puso seria de pronto.
—No puedes seguir así, Nola. Trabajas demasiado.
—¡Qué remedio! Tengo dos hijos que mantener
—se justificó Nola.
—Pues por eso mismo lo digo. Tal vez deberías
pedir un cambio de destino. Algo que te permita
tener más tiempo libre.
Nola buscó a Lolo con la mirada. No dio con él.
—Ahora no puedo, Susi. Han muerto seis personas. Además, el cadáver de hoy tenía la sangre
verde.
Su hermana la miró con ojos de «¿qué dices?».
—Tengo que llegar al fondo de esto. Parece que
soy la única de toda la comisaría a quien le importa
este caso.
Susana suspiró. Nola la besó en la mejilla y se
fue para su habitación. Allí encontró a Lolo acomodado a los pies de la cama, sobre su pequeña
manta azul. Estiró la mano y le acarició el pescuezo
durante unos segundos. A continuación fue hasta
la mesita de noche, se sentó en la cama y le dio al
interruptor de la lámpara. La luz no respondió.
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—Y a ti, ¿qué te pasa? —dijo en voz alta
dirigiéndose a la bombilla mientras intentaba
enroscarla.
De golpe, antes de fundirse, la bombilla emitió
un potente resplandor que la cegó. Entonces le vino
a la mente el foco de luz que le había parecido ver al
marchar de la playa, entre las nubes grises.
—¡Definitivamente lo mejor es dormir! —le
dijo a Lolo—. Mañana será otro día.
El gato movió el rabo de izquierda la derecha y
luego cerró los ojos. Ella también lo hizo. Pero, aun
así, una luz amarilla bastante fuerte e intermitente
continuaba cegándola.
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