“el campo no aguanta más” frente al tlcan

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EL MOVIMIENTO “EL CAMPO NO AGUANTA MÁS”
FRENTE AL TLCAN
Luciano Concheiro Bórquez*
María Tarrío García
Roberto Diego Quintana
A fines de 2002 la movilización campesina en torno a la renegociación del capítulo agropecuario vuelve a poner al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en el
centro del debate nacional. Durante 2003 los cuestionamientos crecieron y la movilización
campesina contó con la participación de cientos de miles que se agruparon tras la consigna
de “¡El campo no aguanta más!”. Este movimiento logró firmar con el gobierno un Acuerdo
Nacional para el Campo y posteriormente, en enero de 2004, que la Cámara de Diputados
iniciase un proceso para discutir el capítulo agropecuario del TLCAN. En el presente trabajo,
presentamos en primer término un balance tanto económico, social y ecológico del TLCAN
en el medio rural y en la segunda parte analizamos los rasgos del nuevo tipo de movimiento-red que se presenta en el medio rural, enfrentado a las políticas neoliberales y a
los impactos de la llamada globalización, así como constructor de proyectos y políticas
alternativas.
1. TLCAN y su revisión
A fines de 2002, el TLCAN1 fue noticia nuevamente en las primeras planas de los diarios
mexicanos y en los noticieros de radio y televisión, pero no se trataba solamente de que
cumplía diez años la firma del acuerdo (signado en diciembre de 1992 para entrar en operación el 1 de enero de 1994) y que los ex mandatarios de Canadá, Estados Unidos y
*
Profesores-investigadores, miembros del área de invetigación: Economía Agraria, Desarrollo rural y campesinado [[email protected]], [[email protected]] y [[email protected]], respectivamente.
1
El TLCAN fue firmado en 1992 por los representantes de los respectivos gobiernos de Canadá, Estados
Unidos y México.
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México, estaban reunidos recordando los “buenos tiempos”, sino más bien, la nota periodística la dieron miles de campesinos, que junto con trabajadores de diversas organizaciones sindicales, manifestaban un rechazo total al Tratado y exigían la renegociación del
capítulo agropecuario (Contreras y Carrillo, 2003:9). La imagen simbólica que adquirió
fuerza en esos días fue la de varios campesinos que entraron montados a caballo al Palacio
Legislativo y que después se plantaron frente a la embajada de Estados Unidos reclamando la revisión del TLCAN.
De nueva cuenta el Tratado es sometido a la discusión pública y son otra vez los
campesinos los encargados de poner el dedo en la llaga al grito de “¡El campo no aguanta
más!”. Nadie olvida, tanto en México y podemos atrevernos a decir que en el mundo, que
el día en que entró en vigor este acuerdo, el 1 de enero de 1994, los indígenas del estado
de Chiapas agrupados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se insurreccionaron bajo el grito de “¡Ya basta!” que incluía entre sus demandas el rechazo al TLCAN
y a la contrarreforma agraria aprobada por los legisladores del partido en ese tiempo gobernante, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), apoyados por los diputados y senadores del actual partido en el gobierno, el de Acción Nacional (PAN).
En el referente de la insurrección del EZLN que dura por otras vías hasta el momento
actual, especialmente en la exigencia de los pueblos indios para que sean reconocidas
sus culturas y formas autonómicas, y en ese sentido que México debe entenderse como
una nación pluriétnica y multicultural, el TLCAN representa mucho más que un acuerdo
comercial, de apertura económica y para atraer la inversión. Es en el imaginario social, la
concreción de un mundo globalizado excluyente y que sólo ha traído más pobres y mayor
destrucción de la naturaleza y el ambiente. Esta sensación a 10 años de la firma del Tratado, toma fuerza en nuevos actores sociales, que en una oleada renovada de una posmoderna alianza entre diversos sectores campesinos y de trabajadores sindicalizados, se
pasea por la gran Ciudad de México y reclama un nuevo trato entre el mundo rural y el
urbano; el reclamo, pone en entredicho uno de los pilares de la propia modernidad.
La plataforma común del movimiento popular de los últimos meses de 2002 y 2003,
tiene como primer punto la “moratoria del apartado agropecuario del TLCAN”. Nuevamente
es este acuerdo, el que resume el sentimiento de los viejos agravios sumados día a día a
los nuevos, como dice uno de los más claros analistas del mundo rural: “Si la cruz de la
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que hoy penden los campesinos se venía construyendo desde los ochenta los clavos se
pusieron en 1994” (Bartra, 2003:18).
Evidentemente, la evocación del movimiento social para hacer un balance a casi 10
años de haber entrado en operación el TLCAN puede considerarse un punto de partida
poco “objetivo”, sin embargo es demasiado relevante para dejarlo de lado y, como solemos decir por estas latitudes, a los investigadores les sucede en días como estos que la
realidad se les mete por las ventanas o nos la encontramos hasta en la comida. Pero
también podemos traer a colación el debate organizado por la prestigiosa revista Foreign
Policy que salió publicado en su edición de septiembre-octubre de 2002, donde John Cavanagh y Sarah Anderson, del Instituto de Estudios Políticos de Washington, afirman:
Que si bien el tratado [de libre comercio de América del Norte] ha favorecido el comercio y la inversión en los tres países, tanto los trabajadores como las comunidades y el
medio ambiente han resultado severamente afectados. En México, los salarios manufactureros se han deteriorado en el periodo de vigencia del
TLCAN,
la pobreza rural se
ha disparado, la inversión pública en la protección ambiental ha disminuido, y la desigualdad en la distribución del ingreso se ha profundizado.
Estos analistas concluyen entonces que: “Nosotros creemos que el TLCAN es el modelo
equivocado de integración hemisférica”.2
Pero si puede haber sospecha de parcialidad de la revista estadounidense, también
podríamos citar un informe de hace un año del Banco Mundial que a la letra plantea:
Se puede decir que este sector [agropecuario] ha sido objeto de las reformas estructurales más drásticas [la liberalización comercial impulsada por el
GATT
y el TLCAN, la eli-
minación de controles de precios, la reforma estructural sobre la tenencia de la tierra],
pero los resultados han sido decepcionantes [cursivas en el informe]: estancamiento
del crecimiento, falta de competitividad externa, aumento de la pobreza en el medio
2
Citado por Óscar Contreras y Jorge Carrillo en la “Introducción” del libro coordinado por ellos mismos:
Hecho en Norteamérica. Cinco estudios sobre la integración industrial de México en América del Norte,
(2003:10-11).
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rural [...] Esto plantea un importante problema de política debido que a partir de 2008,
el TLCAN pondrá al sector en competencia abierta con Canadá y Estados Unidos.3
Podríamos sostener entonces, con la sana distancia que nos brinda casi una década, que
el Tratado no cumplió con las expectativas generadas por los gobiernos que lo firmaron y
que la muerte anunciada por diversos analistas, se ha hecho realidad. No obstante, la
propia realidad tiene diversos ángulos y para algunos otros el muerto goza de cabal salud;
en estos años el comercio entre los tres países del TLCAN creció exponencialmente, México se transformó en una de las economías exportadoras más importantes del mundo y, a
pesar de los pesares y de algunos altibajos, sigue captando una importante inversión extranjera directa y de cartera.
1.1. El TLCAN en su contexto
Pero, vale la pena recordar...
El TLCAN para México fue el resultado de fuerzas y tendencias tanto nacionales como internacionales, donde el ritmo y el rumbo estuvieron marcados por la nueva magnitud de
poder de las empresas trasnacionales y el papel de Estados Unidos en el (des)concierto
mundial. Por ello puede decirse que en lo esencial no respondió a las necesidades de los
habitantes de Canadá, Estados Unidos y México, sino que es producto de la estrategia de
uno de los polos dominantes (Castaings, 2000). En el ámbito interno, también cuenta el
cambio radical del sistema político mexicano en la década de 1980 en respuesta a una
etapa en la que se dan múltiples y graves desajustes en el ámbito económico y se observa el agotamiento del sistema de dominación que anuncia el fin del llamado Estado de
Bienestar a la mexicana y la transformación del Estado desarrollista en Estado subsidiario
en el que la economía sería regulada por el mercado, a partir del paradigma neoliberal
impuesto por los organismos financieros supranacionales.
3
Banco Mundial, Memorando del presidente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento y la
Corporación Financiera Internacional para el Directorio Ejecutivo, sobre una Estrategia de Asistencia para
el País del Grupo del Banco Mundial para los Estados Unidos Mexicanos. Unidad para Colombia-MéxicoVenezuela. Informe núm. 23849-ME, 23 de abril (2002:12-13).
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El gobierno mexicano pone en práctica, desde 1982, una política de ajuste y cambio
estructural4 y de privatización del patrimonio nacional similar a las seguidas en algunos
países del Cono Sur del continente en la década de 1970, sólo que en el caso mexicano
las transformaciones socioeconómicas, de igual o mayor envergadura que las de Chile y
Argentina, no necesitaron cruentos golpes de Estado ya que fueron suficientes los poderes
presidenciales y la movilización del aparato corporativo y del partido de Estado, así como
de la vulgar y abierta corrupción. Estas transformaciones son consideradas como los prolegómenos de la globalización, tal y como se viene expresando en estos últimos años, mientras que la década de 1980 pasó a la historia como la “década pérdida” para el desarrollo.
La política de ajuste estructural, que se intensifica a partir de 1988,5 y la reforma estructural cuya dimensión económica consistió en un fuerte proceso de privatización de las
empresas paraestatales, que comienza con el gobierno del presidente Miguel de la Madrid
(1982-1988) y continuó con los gobiernos posteriores. El proceso de privatización, la desnacionalización de la banca, la flexibilización de las leyes de inversión extranjera y la
apertura comercial, hechas en nombre de la globalización, hacen que el patrimonio nacional pase a manos privadas nacionales y posteriormente a manos extranjeras, con la consecuente pérdida de la soberanía nacional, sin que la pregonada eficiencia de la iniciativa
privada, que justificaba la venta de los bienes de la nación, se confirmara como una realidad, aunque sí pueda decirse que algunos de los nuevos empresarios “nacionales” en
realidad sólo fueron intermediarios del capital extranjero.6 Lo más importante, en términos de
la construcción del “paradigma” neoliberal, es que estas medidas que los “países en desarrollo” debían aplicar con el fin de destrabar sus economías y superar la crisis, recomendadas
tanto por las instituciones financieras internacionales como por los países desarrollados
4
Respecto de la política de ajuste y cambio estructural véase Pablo Manuel Chauca, “Reflexiones en torno
al cambio estructural y la liberación de la economía mexicana”, en Ernesto H. Turner Barragán y otros
(coords.) (1994:97-107).
5
“A partir de 1988 se realizaron profundos ajustes fiscales en México y Ecuador, así como otro intento de
ajuste en Argentina”. Véase FAO (1994:321 y ss).
6
Tal puede ser el caso de la venta del principal banco del país, Banamex, a Citigroup o de la empresa
Transporte Marítimo Mexicano, que pasó a manos de las compañías ferroviarias canadienses y estadounidenses (La Jornada, marzo de 2003).
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para el “Tercer Mundo”, fueron una y otra vez presentadas como inevitables.7 Estos eran,
asimismo, los supuestos en los que se basaba el Plan Baker presentado en la reunión
anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), celebrada en
octubre de 1985 en Corea del Sur.8
Es en ese contexto, que el gobierno mexicano pone en marcha una nueva estrategia,
un programa de liberación comercial bajo el supuesto de que la medida propiciaría un
aparato productivo más eficiente y competitivo. La apertura tuvo el siguiente ritmo vertiginoso: en junio de 1985, con la adhesión de México al GATT, comenzó el programa de liberación comercial y la eliminación de los controles cualitativos para un gran número de
fracciones arancelarias; se suprimen los permisos previos para un también numeroso
grupo de productos y bienes de capital. Sólo se mantuvieron 908 fracciones de un total de
8 mil; en 1986, se dio a conocer un calendario de desgravación arancelaria, con una reducción escalonada a cuatro años, aunque en la práctica se realizó de manera más amplia y rápida que lo previsto; a partir de diciembre de 1987, con el Pacto Nacional de
“Solidaridad Económica”, que incluía la desgravación arancelaria, se abandonó la política
de precios oficiales como el elemento más restrictivo del régimen de importación (Ten
Kate, 1992:520-521); a partir de 1988, la economía mexicana había pasado de un fuerte
proteccionismo a una apertura económica indiscriminada al servicio de un proceso, determinado por las transacciones entre las trasnacionales y sus filiales. Cuatro años después, en 1992, en el momento de la firma del Tratado, 70 por ciento de las exportaciones
manufactureras de Canadá y 40 por ciento de las de México eran ya producto de transacciones intrafirma. El Tratado terminó de abrir toda la economía indiscriminadamente, sin
incluir diferenciaciones claras y políticas, sin jerarquizaciones y diversos grados (Castaings, 2000:51), ni siquiera se protegió al sector bancario (Ortiz, 1998); y menos aún se
diseñaron mecanismos institucionales compensatorios para enfrentar el ajuste económico
y laboral en la región.
7
A la “inevitabilidad” se suman otras lindezas ideológicas como el “fin de la historia” o el “determinismo” que
como dice Carlos Monsiváis (2001:18), un preclaro analista político y cultural, es “un elemento primordial
en la psicología y la cultura de América Latina y de México, (que) se vigoriza con la globalización”.
8
James A. (1985) citado por Adrián Ten Kate (1992:520).
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Por ello, uno de los principales focos de la crítica al TLCAN fue sin duda la evidente
disparidad entre la economía de los “socios” del norte, especialmente entre la economía
de Estados Unidos y la mexicana y que este último país se había abierto y firmado un
tratado de libre comercio, con una suerte de pistola en la cabeza, por encontrarse en el
marco de las renegociaciones de la deuda externa, presionado por los organismos financieros internacionales, el FMI y el BM (Huerta, 2001:38).
A pesar de esas críticas, las “bondades” posibles del tratado trinacional se extendían a
la política, en especial al tema de la democracia, utilizando uno de esos lugares comunes
en torno a que la globalización trae automáticamente la democracia... (Brzezinski,
1998:37-38). Si bien este no es el espacio para discutir este componente del “sentido común” de la época en que vivimos y que teóricos “alternativos” como Amartya Sen (2001)
acaban aceptando junto con otros lugares comunes de la globalización, como que ésta es
esencialmente “progresiva” y que el problema se reduce a una mejor distribución de la
riqueza, podemos decir que en el caso concreto del contexto internacional de la firma del
TLCAN, el presidente mexicano en ese momento, Carlos Salinas de Gortari, que había
visto ampliamente impugnada su elección, “contó con el apoyo del régimen republicano
de George Bush, muy inclinado a subestimar las irregularidades electorales y la represión
política, siempre y cuando se respetaran los compromisos en cuanto a deuda externa y
políticas económicas. El autoritarismo tradicional del sistema mexicano y el liderazgo de
Salinas se vieron convalidados por la Casa Blanca y el Departamento de Estado (estadounidense)...” y las modalidades que adoptó la discusión del Tratado se dieron “a través
de los métodos autoritarios tradicionales y en el medio corporativo del sistema político”
(Campuzano, 1998:39 y 41). También en Estados Unidos la intención era:
Introducir el
NAFTA
10
pero el Acuerdo
9
en secreto, pero esto no funcionó; hubo mucha agitación popular,
salió delante de una u otra manera. El movimiento obrero se opuso
con fuerza y publicó un documento cuidadoso y bien argumentado, explicando su pos-
9
Siglas en inglés del TLCAN.
10
No es una cuestión menor que en Estados Unidos se le defina como “Acuerdo” y que en México sea un
“Tratado” cuyo reconocimiento tiene rango constitucional. Algunos hablan que la desigualdad se da hasta
en los aspectos jurídicos.
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tura: apoyaba el Acuerdo de Libre Comercio Norteamericano, pero no esta versión:
proponía, por el contrario una alternativa que no solamente fuera un acuerdo que defendiese los derechos del inversor, sino que beneficiase a la población estadounidense,
mexicana y canadiense (Chomsky, 2001:235).
La desigualdad en las economías hacía previsible una “convergencia a la baja” mediante
un proceso de relocalización de empleos de baja calificación en México, con la consecuente pérdida de empleos en Estados Unidos y Canadá, principal argumento de la férrea
oposición al Tratado por parte de los sindicatos, especialmente los afiliados a la AFL-CIO
estadounidense que abogaban por un capítulo social en el Acuerdo.
Producto de la reestructuración industrial que se encontraba en realidad a la vuelta de
la esquina, porque había sido impulsada por lo menos una década antes, en los primeros
ocho años del Tratado, a partir de 1994, el comercio entre los tres países creció 116 por
ciento al pasar de “297 000 millones a 622 000 millones de dólares. En particular las exportaciones de México a los países del TLCAN tuvieron un crecimiento espectacular de
225 por ciento, al pasar de 62 000 millones a 139 000 millones de dólares. Asimismo, el
monto de inversión extranjera directa (IED) en México se triplicó, alcanzando un promedio
cercano a los 12 000 millones de dólares anuales”. El ritmo de crecimiento del comercio
fue más intenso entre los tres socios del Tratado que con cualquier otra parte del mundo
(USITIC, 2001, citado por Contreras y Carrillo, 2003:15).
Ahora bien, el crecimiento ha correspondido a ciertas ramas y regiones en especial,
en particular en las áreas que antes del Tratado ya habían empezado a abrirse a la globalización, como la frontera norte de México con la industria maquiladora (de ensamble) que
cuando se inicia la apertura comercial en 1985 apenas ocupaban 8 por ciento del total de
trabajadores en el sector manufacturero, en tanto en 2001, el empleo ascendió a 30 por
ciento y su participación en la generación de divisas creció en el mismo periodo de 4 a 20
por ciento, de poco más de 26 000 en 1994 a más de 50 000 millones de dólares en 2001.
En ese año, poco antes del 11 de septiembre y de la recesión en la que cayó la economía
de Estados Unidos, había en México 3 700 maquiladoras con un promedio de 325 empleados por planta y un millón doscientos mil puestos de trabajo (INEGI, 2002).
Pero si bien la utilización de mano de obra barata fue la principal motivación para la
reestructuración industrial, han surgido otras ventajas comparativas derivadas del nuevo
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espacio económico reforzado y promovido por el TLCAN y han generado dos tendencias
contrastantes: la expansión de las manufacturas en México no se ha reflejado en mayores
encadenamientos productivos locales; y, tanto en productos altamente intensivos en mano
de obra como en productos intensivos de capital, se pueden identificar procesos de evolución tecnológica y organizacional, así como ventajas competitivas en el ámbito regional.
En la nueva modalidad de integración industrial en la región de Norteamérica, las ventajas competitivas, principalmente en la región fronteriza del norte de México, han dejado
de basarse exclusivamente en el uso de la fuerza de trabajo barata en procesos de producción segmentados (el llamado modelo maquilador); para asumir las plantas locales
una mayor función en el proceso de manufactura y en algunos segmentos, como los televisores o los arneses para los autos, se ha trasladado a México todo el proceso de producción, la ingeniería y parte del proceso; finalmente, el TLCAN ha favorecido un esquema
de complementariedades (“estrategia de integración compleja”)11 que amplía las capacidades locales, pero este modelo está lejos de haberse generalizado y está en peligro por
su alta dependencia y la competencia con las exportaciones chinas,12 además de la ausencia de una política industrial de largo plazo y entonces las ventajas detectadas en ciertos segmentos de la industria automotriz y electrónica o en menor medida en equipos de
cómputo y confección de ropa, difícilmente se ve que pudieran ampliarse a otras ramas de la
economía (Rozo, 2000; Contreras y Carrillo, 2003:20).
El contrapunto: la desindustrialización y las importaciones
Muy a pesar del gran crecimiento observado en las exportaciones manufactureras en
México, es evidente el “proceso de desindustrialización, de rompimiento de cadenas productivas” y de los “altos coeficientes de importación y déficit de comercio exterior crecientes”, lo que ha hecho altamente vulnerable a este país a la dinámica del mercado mundial
11
En contraste con las empresas trasnacionales de la etapa fordista, en la etapa actual, las empresas de la
llamada globalización, suelen estar muy fragmentadas, y su estructura de mando y organización, gracias a
las nuevas tecnologías y la comunicación, tienen un alto grado de descentralización y flexibilidad, algunas
de las cuales actúan como socios pares de la matriz, crean tecnología y desarrollan incluso productos
(Scott, 1999 citado por Contreras y Carrillo, 2003:170).
12
En promedio los salarios en China son 4.5 veces más bajos que en México, 50 centavos de dólar contra
2.67 en México; y las jornadas de trabajo son aún más flexibles y los costos indirectos son menores.
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y específicamente al comportamiento de la economía de Estados Unidos (Huerta,
2001:43-44), como puede observarse en los dos últimos años.
A los elementos vertidos más arriba sobre los elementos para un balance del TLCAN,
hay que agregar que el conjunto de la economía mexicana ha sufrido una polarización,
que en el caso de la industria se expresa “entre el mercado interno y externo, en el que se
pierden los encadenamientos entre una y otra” de las industrias (Rozo, 2000:92).
La hipótesis central de que las exportaciones iban a ser el motor del crecimiento ha sido demostrada a medias, no sólo porque la fuerte depreciación del tipo de cambio impidió
que se cumpliera en el corto plazo y que si bien efectivamente México se colocó no tan
rápidamente como “uno de los principales países exportadores del planeta”, sino porque
la balanza comercial ha resultado permanentemente negativa para este país.
Si observamos más de cerca el auge exportador de México se ve que este proceso
inicia en la primera mitad de la década de 1980 y se mantiene con tasas elevadas ya firmado el TLCAN; no obstante, la velocidad con la que crecen las importaciones hace que
desde 1989 la balanza comercial sea crecientemente deficitaria, y en 1994, año de la
puesta en marcha del TLCAN, la balanza comercial tuvo un déficit histórico de 23.8 mil
millones de dólares, esta situación se mantiene hasta la crisis de diciembre de 1994 que
con el “efecto tequila” revirtió temporalmente esta tendencia y la balanza vuelve a ser
apenas superavitada durante dos años, para volver a ser negativa a partir de 1997 y al
año siguiente acumular un déficit mayúsculo al llegar a 18 mil millones de dólares.
En un análisis histórico del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), el balance del
TLCAN también tiene otra perspectiva. Resultado de la reforma agraria el PIB crece en la
década de 1940 por arriba del 10 por ciento anual; una vez consolidada una base económica para la industria manufacturera, a costa del ahorro agrícola, el crecimiento del PIB en
la etapa de sustitución de importaciones, entre 1961 y 1983, fue de 6.5 por ciento anual,
mientras que sólo lo hace a 2.2 por ciento en la siguiente década y media caracterizada
por la apertura económica y cuando el eje de la economía está determinado por la industria de exportación. Esto es aún más dramático si se observa en términos del PIB per cápita, que en la etapa actual de apertura tuvo un crecimiento negativo de 0.17 por ciento
anual, cuando en el periodo de sustitución de importaciones creció a 2.91 promedio anual.
En conclusión, la apertura y el crecimiento de las exportaciones no han contribuido a que
el PIB sea más dinámico; en parte debido a las características del modelo exportador
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mismo, pero también a que por varios años, la inversión en cartera fue superior a la inversión extranjera directa (IED), hasta la crisis de 1994-1995, y esto tuvo un efecto directo en
la economía real haciendo caer el PIB a cerca de cero, por ejemplo en 1993, año en que la
inversión especulativa fue del orden de 28.9 mil millones de dólares. Pero directamente, la
industria manufacturera es la determinante en el déficit de la balanza comercial13 (Rozo,
2000:84-85 y 89), con ello queremos decir que el sector más dinámico en el TLCAN es a la
vez el de las grandes importaciones,14 a esta tendencia comercial negativa también contribuye el sector agropecuario, como veremos más adelante.
Socialmente hablando, el balance del TLCAN es mucho más negativo. Muestra de ello
es el deterioro significativo del bienestar social, expresado en la evolución de la distribución del ingreso y en el crecimiento drástico de la pobreza. En el año 2000 más de 42
millones de mexicanos se encontraban sumidos en la pobreza, en tanto que 15 años antes eran 30 millones. La pobreza creció más que la población. A esto hay que sumar el
considerable retroceso en la distribución del ingreso, actualmente hay más del 30 por
ciento de los mexicanos en pobreza extrema en tanto hace 15 años, poco antes de la firma del Tratado era el 15 por ciento. Sobre esto volveremos, pero para cerrar esta rápida
visión del Tratado en lo general, hace falta por lo menos, mencionar el carácter de las
reglas del juego entre estos tres países amigos... pero no tanto.
Amigos... pero no exageren
A las ventajas comerciales del TLCAN para Estados Unidos y las consecuentes desventajas para los otros dos socios y “amigos”, en especial México, se suman las prácticas desleales de comercio internacional, producto en parte de la tensión entre la liberalización del
comercio y el proteccionismo en los tres países; y en mayor medida, de la política del doble rasero con la que actúa Estados Unidos que ha seguido reforzando su hegemonía
13
En 1998, por ejemplo, el déficit en este sector fue 25 por ciento mayor que el déficit total de la balanza
comercial.
14
En términos generales casi 60 por ciento de las importaciones están asociadas a la industria de exportación (Rozo, 2000:89).
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mediante “Cuotas compensatorias”,15 prácticas disfrazadas de dumping, así como por
medio de diversas medidas de protección no arancelarias, en especial las ambientales.
En el
TLCAN
fue México el que propuso e insistió en que se diera un nuevo enfoque a
las leyes de prácticas desleales de comercio internacional. Sin embargo, una vez más
no fue posible conseguir cambios positivos”, se adoptó el sistema que ya existía en el
tratado entre Canadá y Estados Unidos, que adoptó forma en el capítulo XIX del TLCAN
(Robson, y otros, 1997:17).
Estados Unidos no deseaba la inclusión de un mecanismo para protegerse de las prácticas
desleales (Cruz, 2003:54), alegando, hasta la fecha, que el capítulo XIX del TLC viola la
Constitución estadounidense. Sin embargo, ha utilizado los paneles de controversias y en
varios casos al perderlos ha recurrido a las instancias locales haciendo fracasar los términos de revisión y se han creado divergencias entre las leyes antidumping y los principios
de las “Cuotas compensatorias” aplicados a los miembros del TLCAN y a los que no lo son.
Hay diversas muestras en los paneles de controversia de que Estados Unidos ha actuado
en la perspectiva del “más puro proteccionismo contra el cual se suponen combaten y
rechazan (Cruz, 2003:56), como en el ejemplo, que veremos más adelante, sobre la cuota
azucarera y la controversia contra México de los productores de alta fructuosa proveniente
del maíz, agrupados en la Corn Refiners Ass., por supuestos acuerdos restrictivos. Este
caso es fundamental, porque salió a colación la existencia de dos cartas paralelas16 al
TLCAN, donde en una de ellas se excluía el azúcar y se fijaba una cuota de exportación a
México de 25 000 toneladas, cuando sus excedentes anuales son de 600 000 toneladas,
arguyendo motivos políticos, ajenos a los tres países firmantes; y además, se exigía por
parte de los productores de alta fructuosa el no cumplimiento en el caso de México de las
cuotas de importación de maíz –esas sí consignadas en el Tratado–, para poder producir
15
Apoyos contemplados en el propio Tratado, que otorgan los gobiernos a ciertos segmentos o sectores de
la economía, que como veremos más adelante, en el caso de la agricultura, representa mucho más que
una “compensación”.
16
Este mecanismo secreto, como se ha discutido, niega en la práctica al TLCAN mismo, porque no fue del
conocimiento público, y está guiado por motivaciones ideológicas (en el caso del azúcar, la obsesiva guerra
no declarada a la República de Cuba).
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jarabe de maíz para la industria refresquera nacional y desplazar así al azúcar producida
en el propio México.
Este tipo de apertura condujo a que el país más fuerte impusiera sus condiciones, se
vio reforzada aún más después del 11 de septiembre.
El 11 de septiembre exhibe y aumenta en el plano internacional la debilidad de casi
todos los países, entre ellos México, que se encuentra vinculado orgánicamente con
Estados Unidos por la industria, el comercio, las industrias culturales, y, muy principalmente, las migraciones (Monsiváis, 2001:15).
Este hecho, si bien es reciente ha tenido una influencia inmediata en el TLCAN, en primer
término, como ya decíamos, producto de la recesión de la economía de Estados Unidos,
pero en términos políticos, porque ha puesto en cuestión el gran “tratado de economía
sumergida” que representa la migración de trabajadores mexicanos a Estados Unidos,
más de medio millón anualmente que se suman a los aproximadamente 15 millones de
mexicanos que radican con mayor permanencia en el país del norte. Vale la pena recordar que todavía el 8 de septiembre de 2001, el presidente mexicano planteaba en persona
un “ultimátum” al propio Congreso de Estados Unidos de que ese año debía aprobarse un
acuerdo migratorio. Hoy día está claro que la firma de ese acuerdo está cada día más
lejos.
En este sentido, para México se hace cada vez más urgente renegociar el TLCAN. La
polémica está abierta especialmente desde el movimiento campesino y de productores del
sector agropecuario. El gobierno ha contestado que abrir el Tratado puede representar la
apertura de una Caja de Pandora, para otros en realidad lo que se abriría es un ataúd, en
tanto es evidente la transformación del Tratado en una plataforma continental y su conversión en el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y también porque ha dado
lo que podía dar, como decía a principios de este año un editorialista “antes de cumplir la
década, (el TLCAN es) un cacharro anacrónico y disfuncional, prematuramente obsoleto y
necesitado de una revisión mayor o un recambio”.17
17
David Márquez; La Jornada, 10 de febrero (2005:28).
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EL MOVIMIENTO “EL CAMPO NO AGUANTA MÁS”…
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1.2 Balance del TLCAN y el sector agropecuario
¿Cuál crisis?... Si siempre hemos vivido en crisis
Durante años, desde 1940 hasta 1965, el sector agropecuario cumplió una función importante en el desarrollo. Dicho en unas líneas, los productos agropecuarios no pasaron del 2
por ciento de la oferta total; se mantuvieron precios estables de los productos agropecuarios por debajo de los costos de producción, manteniendo deprimidos los precios de los
productos de consumo popular, como el maíz y frijol; se transfirieron recursos de la agricultura a la industria, entre ellos fuerza de trabajo barata y abundante para la industria y
los servicios mediante la emigración del campo a las ciudades. En este sentido el campo,
en especial la agricultura campesina, que ocupa más de tres cuartas partes del territorio
nacional,18 desempeñó un papel fundamental en el modelo de acumulación y en la estrategia del llamado “desarrollo estabilizador”; junto con las exportaciones agrícolas, realizadas por la agricultura capitalista, que contaba asimismo con una oferta abundante de
jornaleros agrícolas con bajos salarios, fueron el componente más significativo para financiar la importación de los medios de producción industriales (García, 1993:20-21).
A partir de la segunda mitad de la década de 1960 la agricultura campesina empezó a
dar muestras de crisis y agotamiento. A comienzo de la década de 1970 la crisis es evidente y se ve acentuada por un modelo de consumo de proteínas animales por los sectores urbanos, que implica una “ganaderización” del sector, con el desarrollo de un modelo
centrado en la producción de carne, leche y sus derivados, de corte extensivo, con un
escaso número de cabezas por unidad de superficie y que ocupa tierras de producción
agrícola, subsidiaria del sector estadounidense en cuanto a producción de becerros al
destete para la exportación y un modelo de producción intensiva de carne sobre la base
de granos y pastas oleaginosas que significa la importación de elevados volúmenes de
granos. Esto conlleva una crisis de granos básicos cuyo abastecimiento fue cubierto de
18
El sector campesino está dividido en el llamado sector “social” producto de la reforma agraria que ocupa
con los llamados “ejidos” y “comunidades agrarias” 104 millones de hectáreas con superficies promedio de
5 hectáreas, esto es, 54 por ciento del territorio nacional y por los campesinos minifundistas, del llamado
sector privado, con menos de dos hectáreas en promedio que ocupan por lo menos (no hay información
precisa de este sector) otros 50 millones de hectáreas, lo que hace que más de las tres cuartas partes del
territorio de México estén en manos de los campesinos minifundistas (véase Robles y Concheiro, 2002).
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CONCHEIRO / TARRÍO / DIEGO
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manera progresiva por las importaciones. Mientras la producción de consumo interno básico como el maíz y el frijol descienden, los granos destinados a los animales como el
sorgo y la soya aumentan.19
En este contexto de crisis “permanente” del sector agropecuario, arriban la llamada
globalización de la economía mundial y las políticas neoliberales derivadas de la misma,
que implicaron grandes transformaciones del sector y sus instituciones, de manera fundamental bajo la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), que “en nombre
de la modernización del país sometió a profundas modificaciones la estructura económica
y social, el marco jurídico y la ideología dominante” (Concheiro Bórquez, Elvira, 1998:54)
fundamentalmente en tres dimensiones: a) la cancelación de la política proteccionista de
los gobiernos de “la revolución”, en pro de la eficiencia y competitividad del sector, para lo
que impulsa la apertura comercial de manera unilateral y sin reciprocidad, reduce los
aranceles y los permisos previos de importación de los productos agrícolas y elimina la
política de precios de garantía; b) el gobierno se retira de la producción, comercialización
y financiamiento de los servicios al sector, cediendo espacios a la iniciativa privada o desapareciéndolos simplemente y c) promueve una gran reforma jurídica, por medio de los
cambios al artículo 27 de la Constitución, y las leyes reglamentarias, con la finalidad de
dar por terminado el reparto agrario e impulsar la privatización de la llamada propiedad
social y permitir la capitalización de la agricultura nacional.20
La reforma al marco jurídico iba a permitir, según el gobierno, que los grandes grupos
de capital pudieran hacer negocios en el sector agropecuario del país, en cualquiera de
los subsectores: agrícola, ganadero, forestal e incluso en la administración de las aguas
nacionales. No obstante, el gobierno prefiere presentar estos cambios radicales mimetizando los términos, a los que se refiere como a “una nueva y trascendente etapa de la
reforma agraria”.21
19
Véase Luis M. Fernández Ortiz y María Tarrío (1988:51-95) y María Tarrío García y Luis M. Fernández
Ortiz (1984:3-57).
20
Luis Téllez (1993 y 1994), subsecretario de Agricultura y Recursos Hidráulicos del régimen de Carlos Salinas de Gortari.
21
Téllez (1994) –cursivas nuestras–.
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EL MOVIMIENTO “EL CAMPO NO AGUANTA MÁS”…
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Un juego de espejos y las asimetrías realmente existentes
Como ya decíamos, las relaciones comerciales entre México y sus socios comerciales,
Estados Unidos y Canadá, se caracterizan por múltiples asimetrías, que en el caso del
sector agropecuario explican en gran medida el impacto negativo que ha tenido el TLCAN.
Estas asimetrías podemos sintetizarlas en la diametral diferencia en la dotación de recursos naturales, desarrollos tecnológicos, capitalización de productores, apoyos y subsidios, que conllevan costos de producción no competitivos, mayores costos de transacción
por la deficiente y mala infraestructura de carreteras y de almacenamiento, así como por
la falta de información (véase Cuadro 1).
A estas abismales diferencias se suma la pésima y para algunos malintencionada negociación por parte del gobierno mexicano del TLCAN y particularmente del capítulo agropecuario, que ni siquiera tomó en cuenta la experiencia del TLC entre Estados Unidos y
Canadá; y sobre todo, no se excluyeron los productos más sensibles para su economía,
como sí lo hizo Canadá en el caso de los productos avícolas y lácteos; además no se
consideró la posibilidad de revisión, suspensión, moratoria u otros instrumentos de protección (CIESTAM, 2003). Pero lo más importante, antes del TLCAN los niveles de apoyo en
Estados Unidos y Canadá fueron mucho mayores que en México y en lo que va del TLCAN
33 por ciento del valor de la producción agropecuaria de Estados Unidos fue subsidios y
en México solamente 16 por ciento. Además, los productores de Estados Unidos tienen
un apoyo por hectárea de 120 dólares y los de México de 45 (OCDE). Los productores de
Estados Unidos tienen explotaciones promedio de 29 hectáreas de tierra arable frente a
menos de dos en México (FAO, FAOSTAT). 22
22
Cálculo propio con base en OCDE (2002). Cabe aclarar que la metodología de la OCDE evidencia la distorsión que causa el tipo de cambio en el caso de México. Al tener un tipo de cambio notoriamente sobrevaluado, también los apoyos al campo se sobreestiman. Considerando un tipo de cambio en equilibrio, el
subsidio asciende a 14 por ciento en 2001 en México, o sea, representan 39 por ciento de los apoyos en
Estados Unidos.
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Cuadro 1
Asimetrías entre México, Estados Unidos y Canadá
México
Población (1,000)
100,368
Población rural (1,000)
25,555
Población agrícola (1,000)
23,064
Presión demográfica (hab/km2)
51
Superficie total (1,000 ha)
195,820
Tierras arables (1,000 ha)
27,300
Tierra irrigada (1,000 ha)
6,500
428.8 (lugar 12)
PIB US$ mil mill. (1999)
4,400 (lugar 71)
PIB per cápita (US$ 1999)
53.7
Índice de GINI
Concentración del ingreso en el 10% de la pobla- 42.8
ción con ingreso más alto
Rango de competitividad (lugar)
43
Crecimiento competitividad (lugar)
45
Gasto en investigación agropecuaria/PIB agrope- 0.52
cuario (%)
4.9
Gasto público en educación (% del PIB)
Tractores/1,000 trabajadores
20
Salario en la agricultura (US$/año), 1995/98
908
Productividad agrícola (US$/trabajador)
2,164
Deforestación (cambio anual %)
0.9
Subsidios agrícolas (% del valor de la producción) 22
2001
Importación agroalimentaria (1998/2000), valor en 8,935,732
1,000 de dólares
Exportación agroalimentaria (1998/2000), valor en 7,157,371
1,000 de dólares
Balanza comercial, en 1,000 dólares
-1,778,361
Rendimiento de maíz (t/ha)
2.50
n.d., no definido, * el valor negativo significa que están forestando.
Estados Unidos
285,926
64,539
6,162
30
962,909
179,000
22,400
8,351.0 (lugar 1)
30,600 (lugar 8)
40.8
30.5
Canadá
31,015
6,535
766
3
997,061
45,700
720
591.4 (lugar 9)
19,320 (lugar 29)
31.5
23.8
1
1
2.60
9
5
5.4
1,484
n.d.
39,001
-0.3 *
36
6.9
1,642
30,625
n.d.
-0.1*
25
43,354,622
11,046,062
55,508,420
15,253,898
12,153,798
8.55
4,207,837
7.15
Fuente: Centro de Investigaciones Económicas, Sociales y Tecnológicas de la Agroindustria y la Agricultura
Mundial (CIESTAAM), 2003, “Desastroso impacto del TLCAN en el Sector Agroalimentario”.
Vivir debajo del elefante...
Decía un agricultor canadiense en los días de la negociación del TLCAN al oír las condiciones de los campesinos mexicanos, que no es lo mismo vivir con el elefante que debajo
del elefante. Tenía toda la razón, porque más allá de las desventajas que ya hemos comentado, en la práctica los gobiernos de México ni siquiera han aprovechado los márgenes
negociados. Un tema por demás polémico en las negociaciones del TLCAN fueron los granos
básicos. A pesar de no tener ventajas comparativas, México no tuvo un trato de excepcionalidad, ni siquiera para los dos productos de importancia en la alimentación nacional,
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EL MOVIMIENTO “EL CAMPO NO AGUANTA MÁS”…
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como son el maíz y el frijol,23 productos considerados extremadamente sensibles a las
importaciones y de los cuales dependen más de dos millones de campesinos minifundistas.
México sólo consiguió eliminar el permiso de importación que se sustituye por un arancel
ad valorem, que disminuyó 15 por ciento durante los primeros seis años, en los nueve
restantes serán iguales hasta llegar a cero. Se estableció una cuota libre de arancel de
2.5 millones de toneladas con crecimiento de 3 por ciento anual; maíz, frijol y leche en
polvo tuvieron cuotas de importación bajo arancel cero que irán creciendo 3 por ciento
anual. No obstante, el gobierno mexicano decidio no aplicar los aranceles pactados a las
importaciones sujetas a cuotas como el maíz, frijol y carne de puerco, dejando a la producción nacional desprotegida frente a los productos estadounidenses. Solamente en el
caso del maíz significó una exención de 550 millones de dólares desde 1994 hasta
aproximadamente agosto de 1997.24 Situación que continúa en la actualidad de manera
creciente debido a que aumenta la importación de granos protegidos por cuotas arancelarias que son aplicadas por el gobierno. Estos 550 millones de dólares de aranceles no
cobrados representaron un subsidio indirecto a la materia prima, el maíz, para la industria
de la alta fructosa en el país, misma que representa una competencia desleal para los
productores de caña y para la industria azucarera; de tal suerte que en el caso del maíz la
pérdida fiscal durante el periodo del TLCAN es de casi 2 800 millones de dólares y en el
del frijol de 77 millones de dólares, nada más de las importaciones que se han hecho a
Estados Unidos.25
El Tratado para el sector agropecuario, lejos de resolver los problemas del mismo los
agudizó aumentando la dependencia alimentaría del país en granos básicos, oleaginosas,
carne de bovino y porcino, leche y productos lácteos.26
23
“El maíz y el frijol son los productos más importantes del sector agropecuario de México, tanto por su participación en la producción, como por la superficie cultivable y en el empleo rural” (Téllez, 1994:141).
24
Víctor Juárez, “Sembrador”, La Jornada del campo, 27 de agosto (1997:4).
25
Cálculos propios con base en, Secofi, Tratado de Libre Comercio, op. cit., y USDA, ERS, Foreign Agricultural Trade of the United States http://www.fas.usda.gov/ustrdscripts/USReport.exe
26
Véase María Tarrío y Luciano Concheiro, “El Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la agricultura mexicana”, en María Tarrío y Luciano Concheiro (coords.) (1998:173-222). Asimismo, Andrés Peñalosa y Alberto Arroyo, (coords.) (1997).
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En contraparte, como ya mencionamos, el mantenimiento de las barreras no arancelarias impuestas por Estados Unidos sigue obstaculizando las exportaciones de México. Por
ejemplo, las barreras fitosanitarias o de otro tipo, son empleadas por Estados Unidos para
enfrentar la competencia en productos en que ésta es eficiente, para obstaculizar la entrada de productos al país. Algunos de los productos mexicanos que se enfrentan a obstáculos de este tipo son el atún por cuestiones ecológicas, un producto en el que México
es muy competitivo; el aguacate y las plantas de ornato.
En un plazo relativamente corto la agricultura mexicana se ha enfrentado a los vientos
de cambio que caracterizan y mueven a la economía en su conjunto. A pesar de la especificidad de este sector –vulnerabilidad, determinaciones de la naturaleza, riesgos de erosión y pérdida de la biodiversidad–, las tendencias modernizadoras incluyen de manera
creciente a la agricultura. Paralelamente los países desarrollados, principalmente Estados
Unidos y la Unión Europea, desataron una guerra comercial en torno a la agricultura siguiendo la norma de que todo es válido siempre que no la apliquen los demás países.
Subsidios, proteccionismo interno y competencia desleal son las prácticas utilizadas, principalmente por Estados Unidos, a pesar de sus propuestas de liberación total del mercado
agropecuario.
De las asimetrías a la competencia desleal
Datos posteriores a la negociación nos permiten entrever que la negociación para los granos básicos27 fue todavía peor a la desgravación arancelaria unilateral anterior al TLCAN.
En 1995 en la mesa de negociaciones, de la Comisión Intersecretarial del Gabinete agropecuario, parecen perfilarse ciertas tendencias, una de las cuales sería el retiro de la producción general de granos básicos manteniendo solamente los espacios eficientes y
altamente competitivos, integrados por empresas modernas, ampliamente capitalizadas,
capaces de producir con ventaja en un mercado internacional. Asimismo, se hablaba de
una reconversión productiva en el campo, incluso mediante la incorporación de tierras a la
producción de productos hortícolas; si bien la demanda ya estaba saturada quedarían
fuera de la producción de granos amplias extensiones de tierras del sector social que se-
27
Entendemos por granos básicos el conjunto de cereales, leguminosas y oleaginosas, considerados básicos y estratégicos para el país.
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EL MOVIMIENTO “EL CAMPO NO AGUANTA MÁS”…
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rían dedicadas a pastizales, plantaciones forestales, muchas de eucalipto, frutales y productos exóticos: pimienta, canela vainilla, etcétera.28
En febrero de 1997 se da a conocer la concesión de un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo para revitalizar el programa de reconversión del sector agropecuario
iniciado durante el gobierno de Salinas. El crédito fue contratado bajo el título de Programa de Reconversión Productiva Rural en mayo de 1995, para adjudicarlo en dos pagos
en 1996 para consolidar las reformas iniciadas en el sexenio anterior. Un préstamo condicionado a cumplir con los acuerdos suscritos por su antecesor y que a petición del gobierno de Zedillo debería mantenerse en la más absoluta confidencialidad. Uno de estos
Acuerdos era hacer del Programa de Apoyo al Campo un Programa permanente para
lograr la reconversión productiva de los productores de granos y la privatización de los
Almacenes Nacionales de Depósito SA (ANDSA) (Tarrío, Concheiro y Chenholls, 2000:2960) y Bodegas Rurales Conasupo SA (Boruconsa). La venta afectó y desestabilizó a los
productores de granos, pero además dejó al país sin infraestructura para el almacenamiento de reservas técnicas o estratégicas, lo que le torna vulnerable frente al exterior.
Estados Unidos nunca privatizó a la Commodity Credit Corporation, entonces, valdría preguntar: ¿por qué se le exige y se condiciona a los países no desarrollados que privaticen
la infraestructura de almacenamiento alimentario?
Otra forma de competencia desleal es la diferencia de subsidios a los productores. Los
subsidios promedio de los productores estadounidenses son de 21 000 dólares anuales
por productor mientras que los de México son de 400.29 A partir de la Ley de Seguridad
Agrícola e Inversión Rural, aprobada en 2002, la llamada nueva “Farm Bill”, los subsidios
a los agricultores de este país se incrementarán entre 70 y 80 por ciento en los próximos
años, llegando a la estratosférica cantidad de 183 mil millones de dólares (según el cálculo para 2005). Esto no hará más que acrecentar las asimetrías entre las economías de los
países integrantes del TLCAN de las que hemos venido hablando.
28
SRA, Mesa de negociación de la Comisión Intersecretarial del Gabinete Agropecuario, citado por La Jorna-
da, 26 de septiembre de 1991, p. 41.
29
“El Congreso al rescate del campo. Las cifras del agro mexicano”, Crónica Legislativa, año 1, núm. 12, 28
de abril de 2003, p. 12.
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Hoy México importa más de un quinto del maíz, más de un tercio de trigo, nueve de
cada diez kilogramos de arroz, más del 90 por ciento de la soya y un tercio del sorgo que
se consume en el país, por citar sólo algunos granos básicos y en términos generales no
ha dejado de crecer la dependencia alimentaria (Cuadro 2). Detrás de estas importaciones está la ruina de millones de campesinos30 y la pérdida absoluta de la seguridad y soberanía alimentaria de la nación.
Algunos saldos del TLCAN para el sector agropecuario
Como empezamos diciendo, el 3 de diciembre de 2002 miles de campesinos fueron al
Palacio Legislativo a exponer su problemática, horas después prosiguieron su marcha a la
Embajada de Estados Unidos; días después, el 10 de diciembre, estalló un grito que unificó
a los campesinos y productores rurales: ¡El campo no aguanta más!, y bajo esa convocatoria, tomaron el Palacio Legislativo. Los antecedentes habían sido, en ese mismo año,
múltiples acciones de maiceros, frijoleros, cafetaleros, cañeros, piñeros, ganaderos, deudores rurales.
Cuadro 2
Año
Importación de granos y oleaginosas
Miles de toneladas
Índice de crecimiento
1994
10 657
100
1995
8 662
77.0
1996
13 705
128.6
1997
10 594
99.4
1998
15 642
146.8
1999
17 795
167.0
2000
18 327
172.0
2001
19 404
182.1
2002
21 190
198.8
Fuente: Sagarpa, Centro de estadística.31
El 1 de enero de este año, se produjo la apertura total de una parte de los productos
agropecuarios (excepto, por cinco años más, leche en polvo, maíz y frijol) de Estados
30
Alberto Arroyo Picard et al., Resultados del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en México:
lecciones para la negociación del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, Edic. RMALC, México,
2001, p. 100.
31
En Lourdes Edith Rudiño, El Financiero, 31 de marzo de 2003, p. 32.
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EL MOVIMIENTO “EL CAMPO NO AGUANTA MÁS”…
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Unidos y Canadá. Frente a ello, el “31 de enero de 2003 decenas de miles (de) campesinos
llegados de todo el país tomaron la capital de la República mexicana reclamando un lugar
en el futuro” (Bartra, 2003:13). Porque los campesinos no se apersonan en la posmodernidad como fantasmas del pasado sino como agoreros de lo que puede venir.
2. La movilización campesina y “el campo no aguanta más”
2.1 Los antecedentes... en la política gubernamental el “Blindaje” y los debidos
reclamos
Ante el deterioro del campo mexicano y de las condiciones de los productores y las presiones y expresiones de descontento de las organizaciones campesinas, el 18 de noviembre de 2002, el presidente Fox, anunció un “blindaje” para el sector alimentario.
Afirmaba que la consigna del gobierno mexicano era apoyar y proteger a los productores
nacionales para que estuvieran en mejores condiciones en la última etapa de desgravación de los productos agropecuarios en el marco del TLCAN a partir del primero de enero
de 2003, aunque ésta, dijo, representaba sólo el último tramo y era únicamente para algunos productos que antes no habían tenido desgravación. En esto coincidió con la Fundación Mexicana para el Desarrollo Rural que opinaba que la desgravación es un mito ya
que se vino realizando durante los casi 10 años que lleva en vigor el TLCAN, en los que de
manera progresiva se fueron dejando de cobrar los aranceles.
El presidente Fox planteó que el objetivo fundamental del blindaje agropecuario era
poner a disposición de los productores nacionales los instrumentos que les permitieran
ser más competitivos y rentables. Añadiendo que se está hablando de una fórmula de
corresponsabilidad: “a cada quien le toca su parte, el gobierno no va a dejar de hacer la
suya y yo sé que ustedes tampoco y menos los productores” (ANEC, 2002:11).
De esta manera, la trampa estaba tendida: si el blindaje llegara a fracasar se culpará a
los productores y sus asociaciones de no someterse a la “sana corresponsabilidad”
con el gobierno en la solución de los problemas agrarios; en cambio, los éxitos se reconocerían al gobierno por ser el promotor del blindaje, diseñado e impuesto por la
burocracia gubernamental a los agricultores (Ornelas, 44).
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Según el presidente Fox los recursos destinados al desarrollo rural para el año 2003 representan “el monto más grande concurrente y coordinado de recursos en la historia de
nuestro país a pesar de ser un presupuesto austero: 102 mil 563 millones de pesos” la
“gran estrategia que dará competitividad e igualdad de condiciones a los millones de familias campesinas de México”. Este apoyo estaría distribuido en 57 programas de 14 secretarías que inciden en el campo y de la Oficina de Representación de los Pueblos
Indígenas de la presidencia. Al escuchar el monto del blindaje presentado por el presidente
los dirigentes campesinos se desinflaron. Algunos hasta optaron por abandonar el salón
Adolfo López Mateos de la residencia presidencial. Los dirigentes campesinos cuestionaron el presupuesto pero también las estrategias políticas que se sustentarían con esos
recursos.
Mientras no detengamos la competencia desleal que sufrirán los productores mexicanos, toda política, todo presupuesto será insuficiente... Lo que anunció el presidente
es la suma del presupuesto ya existente en 14 secretarías de Estado. No hay recursos
adicionales... Por el contrario, observamos la disminución del presupuesto al desarrollo
productivo del sector agropecuario de 9 por ciento en términos reales en relación con
el presupuesto aprobado por la Cámara de Diputados para este año.32
Para las organizaciones campesinas, “el Blindaje es una burla; sólo es la suma de programas existentes, según líderes campesinos”,33 por lo que deciden iniciar las movilizaciones
en demanda de mayores recursos para el sector y en repudio al TLCAN para el campo. El
presupuesto asignado a la Secretaría de Agricultura para 2003 es de 33 mil 900 millones de
pesos, un presupuesto 5 por ciento inferior al de 2002, que fue de 35 mil 550 millones
equivalente al 0.61 por ciento del PIB, con lo que no se puede enfrentar el enorme problema
de la apertura de nuestras fronteras, por lo que se solicita un presupuesto equivalente al 1
por ciento del PIB, mientras que el presupuesto asignado equivale al 0.51 por ciento.34
32
Víctor Juárez, ANEC, Boletín Informativo Semanal, año 7, núm. 49, 5 de diciembre de 2002, p. 10.
33
ANEC, Boletín Informativo Semanal, 21 de noviembre de 2002, p. 14.
34
ANEC, Boletín Informativo Semanal, 28 de noviembre de 2002, p. 16.
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Se contemplarían acciones concretas para los mercados de granos y oleaginosas, lácteos y pecuarios, por ser los más sensibles ante las exportaciones estadounidenses. Para
cereales y oleaginosas el blindaje consistiría en subsidios al costo de energía eléctrica, el
diesel, los fertilizantes, agroquímicos y productos biológicos, y para la tecnificación del
riego. Se establece un ingreso objetivo por tonelada cuyo significado en cierta manera
sería la restauración del antiguo régimen (Ornelas, 45).
Movimiento-red
En el anterior sentido es fundamental el que varios movimientos de organizaciones rurales
y algunos sindicales, en un solo frente de redes y alianzas, algunas frágiles y coyunturales,
dan al MECNAM aún con o más bien gracias a sus diferencias, fuerza como organismo de
voces múltiples, representado por personalidades confrontadas en el tiempo, que poco a
poco puede adquirir organicidad, capacidad de movilizar recursos y una personalidad propia, logrando consensos relativos sobre quién y qué debe declarar y proponer en cada
uno de sus actos y apariciones públicas.
Como versa el refrán: juntos pero no revueltos. En la marcha del 31 de enero de 2003 de
las organizaciones rurales, la más relevante de los últimos 60 años, participó la mayoría de las
organizaciones rurales del país incluyendo algunas indígenas e importantes contingentes
de organizaciones sindicales: Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas
Autónomas (UNORCA), Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA), Central Independiente de Obreros y Campesinos (CIOAC), Consejo Agrario Permanente (CAP), algunos
contingentes de la Confederación Nacional Campesina (CNC), Asociación Nacional de
Empresas Comercializadoras de Productores del Campo (ANEC), Asociación Mexicana de
Uniones de Crédito del Sector Social (AMUCSS), Coordinadora Estatal de Productores
Cafetaleros de Oaxaca (CEPCO), Coalición de Organizaciones Democráticas Urbanas y
Campesinas (CODUC), Frente Democrático Campesino de Chihuahua (Fdcch), Frente
Nacional de Defensa del Campo Mexicano (FNDCM), Red Mexicana de Organizaciones
Campesinas Forestales (Redmocaf), Unión Nacional de Organizaciones en Forestería
Comunitaria (Unofoc), Organización de Productores Rurales Deudores de la Banca (El
Barzón), Asamblea Nacional Plural por la Autonomía (ANIPA), Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (Ucizoni), Movimiento de Unificación y Lucha Triqui
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(MULT), Unión Nacional de Trabajadores (UNT), Frente Sindical Mexicano (FSM); también
se suman solidariamente trabajadores y estudiantes de las universidades públicas y centros de educación media superior, y apoyan el movimiento el episcopado y los obispos por
medio de la Comisión Episcopal de la Pastoral Social.
Un contingente que ya llena el Zócalo y no termina de dejar el Ángel de la Independencia, su lugar de partida. Una marcha que da muestra de la fuerza, y al mismo tiempo
de la fragilidad de las alianzas. Desfilan organizaciones históricamente confrontadas: pasa
la CNC, el Frente Francisco Villa, el CAP; pasa la UNORCA, la CNPA, CIOAC, El Barzón,
ANEC, AMUCSS, UNT, FSM, y un sinnúmero de organizaciones regionales que se dejaron
venir a la capital; pasan Chapingo, Colegios de Bachilleres, preparatorias y distintas facultadas de la UNAM, varios espacios académicos de la UAM, del Instituto Politécnico Nacional.
El campo llena el Zócalo y reclama un lugar digno en la vida de la nación.
La fuerza del movimiento obliga al gobierno a sentarse a negociar una agenda de política pública propuesta por el movimiento en las mesas que después de berrinches y maniobras del secretario de Agricultura por imponer cuando menos el lugar de reunión,
finalmente se llevan a cabo en el emblemático Archivo General de la Nación en lo que
pareciera ser una disputa por los símbolos y por la historia.
Quizá valga la pena agregar que un diálogo público de este tipo era uno de los reclamos del movimiento democrático universitario de 1968 y de movimientos estudiantiles
posteriores; que tanto por su carácter público y abierto, como en el sentido también simbólico de sentar al gobierno a dialogar y sobre todo a escuchar de cara al país es en sí
misma una conquista de una democracia de nuevo tipo.
Ocho mesas en total. Todas ordenadas bajo la agenda de discusión propuesta por el
MECNAM, en su “Proyecto campesino siglo XXI”, sin duda el documento más completo
sobre política rural elaborado por la sociedad civil desde tiempos de la Revolución de
1910-1917. Mesas a las que los funcionarios tuvieron que sentarse por obligación más
que por deseo, la mayoría de mala manera, a escuchar las propuestas de la gente del
campo para sus instituciones, y también a recibir críticas y hasta mentadas de madre.
Cabe mencionar que en este ejercicio las organizaciones rurales muchas veces estuvieron acompañadas de académicos e “intelectuales orgánicos” que apoyaron la elaboración
de sus propuestas. El temario da idea del nivel fundacional del movimiento, de la considera-
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ción de cuestiones relevantes para los productores agropecuarios afectados por la apertura
comercial, y también para los pobladores rurales empobrecidos, marginados y explotados.
La mesa I: “Papel del campo en el proyecto de nación”, trató de la refundación de la
política para hacerla pública, igualitaria e incluyente. Allí se cuestionó el papel secundario
y hasta dispensable asignado, por el neoliberalismo a la mexicana, al campo. La mesa II:
“Presupuesto y financiamiento”, además de demandar el incremento sustancial del presupuesto y financiamiento al campo, puso sobre la mesa la necesidad de contar con un presupuesto multianual para el desarrollo rural. La mesa III: “Desarrollo y política social para
el campo”, abordó las carencias de salud, nutrición, infraestructura urbana, educación, y
vivienda. La mesa IV: “Ordenamiento de la propiedad rural”, tocó el tema nodal de la reforma al artículo 27 constitucional, tema tabú para los gobiernos neoliberales que se niegan a adecuar a la realidad nacional la contrarreforma agraria llevada a cabo por Carlos
Salinas de Gortari. La mesa V: “Medio ambiente y desarrollo rural”, trató sobre cómo las
comunidades rurales pueden lograr la sustentabilidad de la producción y de sus recursos
naturales, resguardando el derecho de las terceras generaciones a disfrutar de ellos. La
mesa VI: “El campo y la gobernabilidad”, puso sobre la mesa el debate respecto de los
usos y costumbres, las autonomías, los gobiernos locales, y la ausente instancia regional,
en especial sobre cómo construir la identidad, la subjetividad constituyente, la política pública desde lo local para llegar a lo nacional. La mesa VII: “Agenda legislativa para el campo”, en este punto se constituyó una agenda de discusión sobre temas relevantes para el
campo sobre los que las dos Cámaras del Congreso de la Unión deben trabajar. Y la mesa
VIII: “Comercio interior y exterior y TLCAN”, metió en el debate el olvidado y tan relevante
mercado interno, además de la necesidad de proteger y generar capacidades en los productores al tiempo que en las ramas de la producción en las que se logre competitividad,
no estratégica, se vaya dando un proceso de liberalización y apertura comercial, de ahí la
demanda de renegociar el apartado agropecuario del TLCAN.
Al final de este ejercicio inédito por su carácter nacional en el que las instituciones públicas fueron arrastradas para elaborar conjuntamente un Acuerdo Nacional para el Campo
(ANC) se logró un documento sobre el que sigue versando el debate entre sus alcances, el
momento político y la necesidad de comprometer de inicio al gobierno en un compromiso
que si bien distaba en mucho de la propuesta original del movimiento, sí rescata el sentir y
los problemas centrales planteados. Sin embargo, para algunos investigadores entre los
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que destaca Alejandro Nadal (2003:245) de El Colegio de México, el ANC, y en general
todo acuerdo de política sectorial es inútil en tanto domine “una política macroeconómica
que genera pobreza y favorece el estancamiento”; en este sentido, nos parece a nosotros,
se olvida del carácter político que tiene el ANC, pero sobre todo de los sujetos y actores
que lo encarnan, y que obligan a que la política económica deje de representarse como
un acto enajenado, propio de “procesos”, “sectores productivos”, “actores invisibles” y en
general “cosas” que sustituyen a las clases y la confrontación de sus proyectos. El ANC
rompe con las políticas gubernamentales donde las instituciones, precisamente gubernamentales y en especial las del Ejecutivo, son las únicas que “hacen política”, y a pesar de
los pesares sitúa la formulación de las políticas, ahora en el estricto sentido de públicas,
en otros poderes. Particularmente le da un lugar al legislativo, a otros niveles de gobierno
como son los estados y municipios, pero sobre todo, le confiere un papel a las organizaciones sociales en tanto partícipes de la elaboración y seguimiento de las políticas públicas. Esta evidente confusión de Alejandro Nadal entre el camino “lógico” (de lo más
general a lo particular y donde el actor único es el gobierno) y del camino “político”, en
este caso el de la sociedad rural en movimiento, representa no sólo la confusión entre
programa “máximo” y programa “mínimo”, sino un fuerte desprecio por el hacer política,
sumándose al lugar “común” venerado por los “teóricos” del fin de la historia y émulos del
neoliberalismo.
Puntos polémicos para un balance del Acuerdo Nacional para el Campo
En primer término consideramos que los elementos clave para un balance del ANC gravitan básicamente alrededor de lo que representan los actores y sujetos del mismo. En este
sentido estamos ante “dos” Acuerdos, uno que fue más allá del tiempo establecido, que
era el de las acciones inmediatas ante la crisis del sector; el otro, que se retrasó varios
meses y se supone debía prolongarse hasta fin de 2003 y que en realidad abarcó todo
2004, es el que encierra un programa de transformaciones radicales y de formas de hacer
política que no solamente tocan al campo mexicano y que al menos como propósito,
habla de replantear de alguna forma el conjunto del país. Hay entonces, para hacer un
balance del ANC, que utilizar algunos elementos de la forma en que “aterrizó” el primer
“Acuerdo”, y pasar a ver si el segundo ANC ha logrado volar más alto...
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Podríamos decir que la concreción de los Acuerdos en la primera etapa no se “aterrizó” sino que éstos fueron arrastrados por tierra... El Acuerdo estuvo dominado por el
pragmatismo y las peores prácticas de corrupción. Los actores principales cambiaron –el
rol principal lo desempeñó el Consejo Agrario Permanente (CAP)– y los aún actores secundarios, que habían vivido el estrellato anterior, “El campo no aguanta más” y la CNC
según cada versión, no estuvieron a la altura de las circunstancias.
Las razones del dominio del pragmatismo son por un lado “estructurales”, esto es, de
largo alcance, como la prolongada crisis del sector agropecuario y la falta de una transición efectiva hacia la democracia,35 pero el pragmatismo también tiene que ver con las
circunstancias en las cuales se acabó firmando el Acuerdo, la forma del mismo, el momento especial de la coyuntura, y esencialmente la incapacidad de las organizaciones
sociales para mantener la movilización en las calles después del 30 de enero de 2003.
En el sentido anterior es significativo cómo se dividieron los “dineros”. Para muestra
puede tomarse el ejemplo de la Secretaría de la Reforma Agraria (2003) en cuanto a los
proyectos productivos del Fondo para el Apoyo a Proyectos Productivos (FAPPA) para el
año 2003 que respondían al ANC: de 150 millones 701 mil pesos, 61.06 por ciento correspondió a proyectos de organizaciones integrantes del CAP,36 la UNORCA, que si bien no
firmó el ANC, supo sumarse a la primera comisión de seguimiento del mismo y recibió 5.54
por ciento sólo de ese Fondo (ocupó el sexto lugar); el Fdcch que tampoco firmó el Acuerdo, recibió 0.33 por ciento; y la CNPA, también del MECNAM, 3.31 por ciento, lo que hace
35
La “transición” a la democracia en México puede decirse que está atrapada en una paradoja, porque si
bien el pacto entre las élites políticas no ha ido más allá de ciertas convenciones en leyes secundarias
como la electoral y el proceso al que dieron origen es el de una típica transición “podrida”, las masas han
estado cada vez más presentes rebasando los marcos institucionales e imponiendo dinámicas inéditas para la clase dirigente. Al respecto, véase el artículo de Todd A. Eisenstadt (2001), “¿Remolinos en la Tercera Ola? Las transiciones prolongadas en las teorías sobre la democratización”.
36
Las organizaciones del CAP recibieron en orden decreciente los siguientes porcentajes del FAPPA: la Central Campesina Cardenista (CCC) 18.52 por ciento; la CNC, 8.23 por ciento; la Central Campesina Independiente (CCI) 7.71 por ciento; la CIOAC, 6.82 por ciento; la Unión General Obrera, Campesina y PopularJacinto López (UGOCP-JL), 6.25 por ciento; la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA), 5.32 por
ciento; la Unión Campesina Democrática (UCD), 4.56 por ciento; la UGOCP-GSP, 2.65 por ciento; y la
Alianza Campesina del Noroeste (Alcano), 1 por ciento, esto es, en total, 61.06 por ciento.
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de la suma entre el CAP y las organizaciones del MECNAM, 70.9 por ciento; el resto fue a
otras organizaciones locales y regionales. Aquí el problema es cómo se resuelve la distribución, porque si bien hay reglas de operación, éstas, según plantean directamente los
involucrados, se adecuaron a aquel dicho de “quien tiene más saliva traga más pinole”, y
entonces lo que acaba privando es la vieja práctica clientelar.37
Estos elementos, la mayoría de ellos de forma, llevan a un menosprecio generalizado
y a perder la iniciativa sobre lo que realmente representa este Acuerdo, que es parte de
toda una serie de procesos que ponen en cuestión al propio Estado, la transición a la famosa democracia en México, muestran caminos específicos de cómo debe darse esta
transición, desde una perspectiva radicalmente distinta a como venía dándose, todas las
ideas de transiciones pactadas entre las élites y nos abre una perspectiva sumamente
importante en México. El Acuerdo no solamente apuntala una posibilidad de transformación en México, sino que representa uno de los elementos que por sí mismo y por su propia dinámica ha llevado a un resquebrajamiento y a una crisis de gobernabilidad.
Aun los actores que tienen la mayor participación, al perder la iniciativa, al cambiar de
pilotos, si utilizamos este símil de ir volando, en pleno vuelo y directamente cederle (todas
las organizaciones) del MECNAM el pilotaje al CAP, lo que generaron fue que se desvirtuara
y además ocultara un proceso que se echó a andar, consistente en importantes cuestiones
estructurales y a establecer para el conjunto de la sociedad mexicana un camino específico
de la famosa transición a la democracia, que tiene la característica de vivirse en términos
absolutamente podridos esencialmente por el conjunto de las élites políticas en nuestro
país, que en realidad no está empujando por una verdadera transformación y que lo único
que se vive es un desmoronamiento de la relación entre el Estado y la sociedad.
Podría decirse entonces que la concreción de los Acuerdos en la primera etapa estuvo
dominada por el pragmatismo y las peores prácticas de clientelismo en nuestro país. No
37
En un sentido más directo de clientelismo están las cantidades de dinero que recibieron varias organizaciones
durante 2003 para realizar eventos y que aparecen como “donaciones” de la SRA, el CAP $2 400 000 para
“consolidar su estructura operativa y la eficiencia de los servicios de la organización”; la CNC, recibió 2 millones de pesos para “realizar el evento relativo a la conmemoración de la promulgación de la Ley Agraria”;
la UNORCA, 100 000 pesos para “Apoyar la realización de la Asamblea Nacional Extraordinaria de la Organización”...
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hubo una efectiva recomposición de las fuerzas ni una construcción de las nuevas formas
organizativas sino en esa coyuntura que abrió todas las posibilidades que mencionábamos anteriormente, estuvo dominada por el peor de los actores en la participación, con las
peores prácticas y formas en las que se negociaron las agendas de cada una de las organizaciones que fueron las que acabaron prevaleciendo.
Al cambiar los roles de los actores principales y secundarios, y de las prácticas políticas, podemos preguntar ¿en qué sentido el ANC es algo más que una enumeración de
demandas y se aproxima o no a un pacto social? Independientemente de su forma, mala
redacción y pésima presentación, además de las contradicciones que presenta, el ANC
básicamente pone en cuestión aspectos fundamentales del modelo económico actual, de
la globalización impuesta, y particularmente del TLCAN y de más convenios alrededor de
éste. Representa una crítica al modelo de modernización y a los distintos aspectos de los
modelos de modernización del campo, especialmente de la llamada “Revolución verde”.
Pero va un poco más allá, cuestiona también la modernidad, pone en cuestión, al igual
que lo hizo el movimiento zapatista, al propio modelo civilizatorio.
La consigna para salvar al campo, para salvar a México, las propuestas de la necesidad de la modificación en la relación campo ciudad, el espacio de interlocución que se
logró con las organizaciones sindicales y urbanas, la propia marcha del 31 de enero de
2003, no solamente fueron un cambio en el discurso sino en la forma en que los habitantes de la ciudad empiezan a sospechar que este “mundo del atraso” nuevamente le está
tocando la puerta. Para los “citadinos” es la oportunidad de tener contacto con lo rural,
que no sólo está en el último rincón del país, sino en ese mismo tipo de oleadas, puede
verlas en carne y hueso, distinguir en ellas heterogeneidad enorme de esa cuarta parte
del país que tiene que ver mucho más con su historia, y en esta perspectiva enfrentar una
paradoja de que los más atrasados son los que anuncian los cambios de mayor calado,
las transformaciones traen consigo una perspectiva que abre otras posibilidades de alianzas, de construir distintas formas de hacer política.
Por supuesto que el MECNAM no puede ser entendido sin la acumulación de fuerzas,
sin la necesidad de cambiar el camino recorrido de la resistencia que se había logrado.
Insistimos que se trata de un movimiento que empieza su interlocución, antes que nada
con la sociedad y no con el Estado, es decir, cambia de interlocutor, rompe con las reglas
del juego, con la cultura nacional “estadocrática”, ni siquiera es “te declaro a ti gobierno, la
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guerra”, sino es “mira sociedad, nos pasa esto y aquello”, y en ese sentido se tiene que
transformar esta relación que guarda el campo con la ciudad y del tipo de participación en
el Estado.
Estamos hablando no solamente de que la supuesta transición a la democracia en
México no sólo tiene rasgos de estar podrida y de que los pasos dados dan la sensación
de que no va hacia ningún lado, sino que el tipo de acuerdo básico entre las élites que
sería la forma de las transiciones en los países del llamado socialismo real, de España o
de Portugal o de la propia Grecia que eran los referentes básicos de las grandes transiciones, o las transiciones en América Latina que también se dieron con un pacto entre las
élites, con una intervención internacional, en el caso de México, esencialmente han llegado
a un punto, a un callejón sin salida.
Cuando el salinismo decide un cambio en el artículo 27 constitucional que representa
una contrarreforma agraria, cuando rompe toda esta serie de alianzas, básicamente entramos a un vacío. Por eso, desde nuestro punto de vista, hablar de que estamos frente a
una reestructuración del corporativismo sería un error, básicamente, al menos no solamente en términos descriptivos de que cada quien cuida sus clientelas o va y se asocia
con distintas clientelas nuevas, la estructura corporativa no tiene espacio de ser. No existen esos espacios donde se pueda llegar a la negociación; entonces cuando hablamos de
la apertura del Acuerdo estamos ante lo que algunos autores llaman el microinstitucionalismo, es decir, los cambios institucionales que tienen que ver con una transformación de
la sociedad, con una reconstrucción social y del tejido social, que tienen una propuesta,
no es que no tenga una interlocución, no es que no tenga como principio el diálogo, sino
antes que nada dialoga con ella misma, en términos horizontales, construye una perspectiva distinta y hace una propuesta que finalmente en el acuerdo adquiere forma y, como
bien dijo Alberto Gómez de la UNORCA, el consejo o la institución que vieron como el espacio donde se iban a dar las cosas, es un espacio que no sirve para esa segunda parte
del acuerdo y va a tener que ser modificado.
En esta perspectiva, la construcción de nuevas instituciones y la reconstrucción horizontal y los distintos esfuerzos de la llamada sociedad civil, vuelven a tener hoy en México,
gracias a este acuerdo, un nuevo espacio y sobre todo en la segunda fase que se viene
ahora.
Desde nuestro punto de vista la conquista de este espacio de locución está fuera del
marco normal de la relación del Estado neoliberal, quien había desmontado todas las viejas
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instituciones para tener ese tipo de tratos. No obstante, hoy se “eleva” la relación al más
alto nivel, porque en niveles intermedios no hay operadores políticos. En parte en eso
consistió la pelea entre Creel y Usabiaga, porque no se está construyendo por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) y su
equipo, una institucionalización sino la utilización de un clientelismo que no reditúa para el
Estado y que no está construyendo clientelas que vayan a ser formuladas en términos
estables. Para quienes decían que la firma del Acuerdo traería la legitimación de Fox, los
resultados se expresan en un proceso de deslegitimación y en la apertura de una gran
crisis política.
La conquista de la opinión pública y la generación de un espacio de lo rural en lo urbano y de lo urbano en lo rural, es muy importante, pero lo trascendental es que asistimos
a una crisis de las formas neoliberales de legitimación que tenían que ver básicamente
con el devolver la sociedad y que ésta no pudiera construir una relación de exigencia
hacia el Estado. Es decir, nosotros no somos los responsables de nuestra propia pobreza,
nos dan elementos de ayuda y nosotros nos rascamos con nuestras propias uñas y aquí
tenemos a un Estado que no tiene los viejos mecanismos, que no sabe cómo llevar estas
relaciones, que no tiene relación o experiencia alguna con el medio rural. Lo vemos en la
supuesta construcción de todo un entramado que firmaron mucho más allá de lo que son
capaces de llegar a concretar. Por lo tanto, en esta segunda fase, siempre y cuando las
organizaciones sociales logren recomponerse, es decir el MECNAM y su modelo, las estructuras de redes (Castells, 2003; Melucci, 1999) que han venido construyendo toda una
serie de programas con sistema de producto, pero que traen consigo un proyecto que
implica cambiar muchas de las relaciones, tanto de campo-ciudad, como de la globalización,
podrán armar un espacio donde se despliegue una iniciativa mucho más radical.
Es importante explicar el sentido que tiene el que algunas organizaciones campesinas
no hayan querido firmar el ANC, en especial en el caso de la UNORCA. Desde nuestro punto
de vista representa mucho más que una postura político ideológica, expresa la crisis del
modelo de organizaciones regionales frente a la globalización, que no da más espacio a
este tipo de organizaciones cuando la dinámica económica ya no está dada por el mercado
nacional, por ello, ya no son las regiones las que expresan la división espacial. Asistimos
a una reestructuración de los territorios por el gran capital trasnacional, lo que modifica las
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escalas reivindicativas y por tanto organizativas, que tienden a establecerse en sistemas
de “red” o “redes de redes” (Castells, 2003).
¿Qué significa hablar de las redes como nuevas formas de organización?, ¿cómo establecer sus relaciones con el Estado?, pero sobre todo, ¿cómo se relacionan con la sociedad? Es importante distinguir cómo el MECNAM empezó a presentar esta discusión de
“grandes rumbos”, que van a traer una mayor repercusión porque esa discusión se da en
un contexto de acrecentamiento de la crisis de gobernabilidad. Crisis que si no es acompañada de la organización del movimiento social puede acabar como ha estado manifestándose en los últimos tiempos, en términos violentos, en un “río revuelto”...
Sobre el contenido y el alcance del documento, su firma o no, se ha elucubrado, interpretado y reinterpretado, reaccionado visceralmente, justificado. Ciertamente los momentos
históricos, los parteaguas, las decisiones forzadas por las circunstancias, no suelen dejar
contentos a muchos de los actores e interlocutores. Siempre hay quienes esperan firmar
sus propuestas sin cambio alguno, y otros que están dispuestos a firmar lo que sea si
logran algunas canonjías directas para sus agremiados y en ello sacan beneficio propio,
entre estos dos extremos hay un sinnúmero de posiciones, de matices, hay quienes con
actitud madura y centrada evalúan sus fuerzas, ritmos, capacidades y limitaciones al momento de firmar o no, así como las posibilidades de ampliar el Acuerdo en el corto y mediano plazos, y por supuesto, en muy pocos casos, la consulta a las bases.
A estas alturas de la historia cada quien ha esgrimido y también rehecho sus razones
para firmar o no el Acuerdo, pero lo relevante, es un símbolo más del movimiento: el de la
tolerancia y el respeto que se dieron entre sí, dentro del MECNAM, las organizaciones que
decidieron firmar el Acuerdo con el gobierno de Vicente Fox, y aquellas que decidieron no
hacerlo (Diego, 2004). Enojo se entiende que hubo, pero también respeto, a veces roto
por los asesores y la voluntad de todos de seguir en el MECNAM. Sin embargo, si bien
hubo tolerancia también se generó un desgaste y lo más importante, el movimiento se
encontró dividido como fuerza moral para mantener la iniciativa política en la siguiente
fase.
La operación práctica del Acuerdo no distó mucho de la política patrimonial y cooptadora, vuelta cultura, y es que el gobierno por torpe que sea, tiene claro aquello de que se
debe dividir para vencer, y para dividir hay que negociar con cada uno y que esto se convierte en el entramado de una telaraña clientelar y en forma de control, cuando le das a
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unos y a otros no. A esto se debe sumar que el frente de organizaciones del MECNAM era,
por su composición, heterogéneo y por ello campo fértil para que las estrategias de cooptación del gobierno lograran su cometido o también para que la cultura y referente institucional
de cada uno acabara abriéndose paso, como por ejemplo, el caso de la doble militancia
de organizaciones que eran integrantes del MECNAM y del CAP a la vez y que utilizaban el
marco de referencia que más les convenía para lograr sus intereses particulares.
Para los que buscaban modificar la forma de hacer política en México, quedaba claro
que la lucha debía ir más allá de las demandas reivindicativas o de las dádivas y prebendas. Para quienes tenían cerca de dos tercios de siglo viviendo de esta forma de hacer
política, quedaba claro, en el cinismo, que era iluso pensar que este movimiento en México
lograría en el corto plazo sus objetivos fundacionales, y entonces lo que cada quien debía
hacer era sacarle todo lo posible al gobierno mientras éste se dejara, y reactivar el movimiento una vez que la llave se cerrara.
Pero, como bien decía Carlos Marx;38 “En general, las reformas sociales no pueden
lograrse nunca mediante la debilidad del fuerte, sino que deben obtenerse y se obtienen
siempre gracias a la fuerza del débil”, en este sentido, la capacidad real de transformación
y alcance del ANC estuvo y seguirá estando en la fuerza del movimiento rural y en especial
de su fuerza organizativa e independencia frente al Estado y las otras clases.
El problema es que esta contaminación del quehacer del movimiento rural con las viejas
y cada vez más podridas formas de relación entre el gobierno y las organizaciones, lleva a
un menosprecio generalizado de la política y a perder la iniciativa sobre lo que realmente
representa el ANC, que es parte de toda una serie de procesos que ponen en cuestión la
propia forma del Estado en México, y muestra a la vez cómo debe darse la transición a la
famosa democracia en nuestro país y los caminos específicos para lograrla, desde una
perspectiva radicalmente distinta a como venía dándose, rompiendo con la idea dominante
de las transiciones pactadas entre las élites.
38
Carlos Marx (1847) (1962:322). También véase Almeyra (2004).
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