Voces narrativas en Algún amor que no mate

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Voces narrativas en Algún amor que no mate
Lucía I. Llorente
Berry College (USA)
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Resumen: El propósito de mi trabajo es analizar la técnica narrativa de Dulce Chacón en Algún
amor que no mate, centrándome en particular en esa multiplicidad de voces narrativas. Más allá de
la historia de una mujer concreta, Algún amor que no mate es también reflejo de mucho de los
condicionamientos y prejuicios sociales que rodean al tema de la violencia doméstica.
Palabras clave: Dulce Chacón, Algún amor que no mate, violencia doméstica
El problema de la violencia doméstica es uno de los más acuciantes a los que se enfrenta la sociedad
española [1]. Entre 1999 y 2003, en España, 246 mujeres murieron como consecuencia del maltrato de sus
maridos o compañeros sentimentales, y las cifras de años posteriores no son tampoco muy halagüeñas: 72 en
2004, 62 en 2005, 68 en 2006, 70 en 2007, 72 en 2008, 55 en 2009. La Ley Integral (“Ley orgánica de
medidas de protección integral contra la violencia de género”) que entró en vigor en enero de 2005, no ha
logrado todavía su propósito de acabar con esta lacra.
La literatura con frecuencia es reflejo de las realidades sociales, y así ya en el año 1996 Dulce Chacón
publicó Algún amor que no mate, novela cuyo tema fundamental es precisamente la violencia doméstica o los
malos tratos, pues su protagonista, Prudencia, es una mujer que sufre este problema en propia carne. Este
personaje responde a un tipo femenino común en la sociedad española, la mujer que vive su vida entregada a
sus seres más cercanos, perdiendo en el proceso la conciencia de sí misma. A medida que la novela se
desarrolla, vemos cómo su protagonista camina sin rumbo entre sentimientos encontrados, sometiéndose
siempre a la voluntad de los demás, sin tener en cuenta el daño que pueda recibir. El fin de su historia es un
suicidio mediante una sobredosis de pastillas; su desaliento la conduce a ese trágico fin.
A pesar de su brevedad, Algún amor que no mate contiene una variedad de voces narrativas. Por un lado,
tenemos un narrador omnisciente, que nos ofrece una visión en tercera persona de la vida doméstica de
Prudencia y su familia. Por otro, la propia Prudencia cuenta parte de su historia en primera persona, usando
con frecuencia el posesivo “mi” (“mi novio”, “mi marido”, “mi suegra”, “mi suegro”, “mi madre”, “mi
prima”, etc.) No es, sin embargo, el único narrador en primera persona de la novela, pues el yo de Prudencia
se desdobla, y su conciencia se convierte también en narrador, un narrador testigo que nos cuenta en tercera
persona otra versión, más objetiva, de la historia, permitiéndose, de vez en cuando, hacer comentarios en
primera persona, que denotan su cercanía (en realidad identidad) con la protagonista. Hay aún otros instantes
la narración que contienen numerosas apelaciones a la segunda persona, pues ese yo desdoblado dialoga en
ocasiones con Prudencia, criticando o censurando su pasividad y falta de rebeldía. Unidas a estas voces,
detrás de las cuales está una mujer destruída psicológicamente, encontramos algunos fragmentos donde la voz
narrativa es la de su rival, que se dirige, también en segunda persona, en una serie de cartas intercaladas, al
hombre agresor. A diferencia de Prudencia, cuya destrucción es completa y acaba con la muerte, esta mujer
tiene el valor de poner distancia y recuperar su identidad perdida, superando el temor. En medio de la tristeza
de la vida de la protagonista principal, queda un resquicio de esperanza.
El propósito de mi trabajo es analizar la técnica narrativa de Dulce Chacón en esta novela, centrándome en
particular en esa multiplicidad de voces narrativas.
Prudencia es una mujer que ha estado casada durante quince años. Su esposo, cariñoso con ella en los
primeros tiempos, dejó de prestarle atención una vez que parecía imposible que tuvieran hijos. No es ése el
único problema que su relación tiene, de todos modos: es una relación violenta, con un hombre maltratador y
una mujer sumisa, que acepta el maltrato psicológico y físico como parte de su matrimonio [2]. En un
momento dado, por ejemplo, Prudencia reflexiona:
Los hombres necesitan de mucho mimo y mucho cuidado. Son como los niños, que si no los
tienes bien atendidos se te echan a perder. O como las plantas, con eso de que hay que regarlas,
también son así.
Yo disfruto teniendo a mi marido limpio y aseado. Cuando se enfada si no le tengo listo un
pantalón, el que quiere ponerse, aguanto la bronca, porque sé que me la merezco. Y es que, como
él dice, no tengo otra cosa que hacer y es mi obligación. Soy yo la primera que siente no haber
averiguado que era el único que estaba sin planchar. Entonces tiene fácil solución porque se lo
plancho en un momento.
Lo malo fue aquella mañana que justo quería la única camisa que tenía sucia. No me quedó más
remedio que admitir que soy una descuidada, pedirle perdón y decirle que no volvería a pasar. Sin
rechistar ni esto cuando me obligó a lavarla a mano con agua fría a las siete de la mañana, delante
de él, secarla con el secador de mano, plancharla y guardarla en el armario bien dobladita,
mientras él se ponía la que yo le había preparado.
Es mejor estar al tanto para que estas cosas no sucedan, espabilar y tenerlo todo al día, para que
él no se disguste y no tenga que irse al trabajo de mal humor. (Algún amor, 49-50)
Otro ejemplo similar es el siguiente:
La verdad es que esta costumbre de ir todos los domingos a casa de mi suegra no me ha
gustado nunca, pero a mi marido le hace ilusión. Dice que así me paseo y me da un poco el aire, y
que a su madre le gusta mucho vernos a todos en familia.
A casa de mis padres no vamos, porque mi marido no se lleva muy bien con mi padre, así es
que para evitarnos disgustos hemos decidido no ir. (Algún amor, 111)
Esta Prudencia que acabamos de escuchar, es, por así decir, una mujer real, de carne y hueso, que se casó
enamorada de su marido y que, poco a poco, debido a su comportamiento, ha ido perdiendo la ilusión por la
vida. Presenta en primera persona la historia de su matrimonio desgraciado, y de los personajes involucrados
en él. Antes de casarse Prudencia era una mujer de recursos, con una cierta vida social: tenía su familia, sus
amigas, una prima con quien tenía una relación cercana. Era alegre y estaba interesada en vivir, incluso tuvo
la posibilidad de trabajar fuera de su casa. Sin embargo, su marido impone sus reglas, y poco a poco
Prudencia pierde su contacto con el mundo, aceptando su situación de dependencia y servilismo, y también su
condición de maltratada, como la norma del matrimonio. Es como si estuviera muerta en vida, pues su mente
está colonizada por la visión de su marido.
En su obra Mi marido me pega lo normal. Agresión a la mujer: Realidades y mitos (55-56), Miguel Acosta
describe las diferentes etapas que normalmente sigue la dinámica de los malos tratos. Primero, una tensión
creciente, que se manifiesta en una agresividad verbal cada vez más intensa, y que desemboca en la agresión
física; segundo, episodios de violencia extrema; tercero, etapa de amabilidad y afecto, también llamada “luna
de miel”, en la que el agresor intenta justificar la agresión, expresa arrepentimiento, y promete que no se
volverá a repetir. Se trata de un proceso cíclico, que se repite, cada vez con mayor violencia, y por razones
cada vez más insignificantes.
En Algún amor que no mate, como hemos indicado, se entremezcla la historia de Prudencia, con las cartas
intercaladas que la amante escribe al marido. Ambas son maltratadas por un mismo hombre y en ambos casos
el proceso del maltrato sigue las etapas que se han descrito anteriormente (violencia verbal, física, petición de
perdón), si bien el marido, quien se disculpa con su amante, realmente sólo pide perdón a su esposa cuando
ésta está a punto de morir.
Es éste un hombre al que no vemos actuar en primera persona, pero que responde al perfil del maltratador,
tal y como lo describe, por ejemplo, José Sanmartín [2]. Según este estudioso, la mayoría de los maltratadores
no padece ningún trastorno mental grave, pero sí algunas alteraciones psicológicas, como baja estima, falta de
seguridad, dependencia emocional y marcado temor al abandono. Asímismo, según este investigador, los
maltratadores tienen asumido un modelo de masculinidad rígido y estereotipado e incorporan en su proceso
de socialización una imagen ideal de lo masculino a la que intentan ajustarse, imagen que se caracteriza por la
restricción emocional, la necesidad de control, poder y competencia, y la obsesión por los logros y el éxito.
El marido de Prudencia, tiene una relación un tanto extraña con su madre; aunque nunca se dice
expresamente la palabra incesto, ésta domina el ambiente. A esa llamémosla “alteración psicológica”, se unen
muchos otros de los rasgos que acabamos de mencionar: baja autoestima, falta de seguridad, dependencia
emocional, y temor al abandono. Estas características se ponen de relieve en su relación con Prudencia, y son
el origen de algunos de sus accesos de cólera. Por ejemplo, él pierde su trabajo, y reacciona agresivamente
cuando Prudencia intenta contribuir a la economía familiar; también, cuando Prudencia, harta de su desdén y
consciente de que tiene una relación extramatrimonial, sugiere la idea del divorcio, su reacción de violencia
física pone de relieve su dependencia emocional y su obsesión por el control: él puede abandonar, pero no ser
abandonado. Su amante, con quien ha tenido un hijo, es un logro en su vida, responde también a ese modelo
de masculinidad rígida y estereotipada, obsesionada por el éxito, que representa. Sin embargo, pese a su papel
fundamental en el desarrollo de la novela, no es la historia de este hombre la que importa en Algún amor que
no mate, sino la de Prudencia.
María del Mar López Cabrales, en una entrevista con la autora, le comentaba que, como rasgo de su obra,
notaba una “falta de corporeidad” (197) en sus personajes; es decir, que le parecía que éstos carecían de una
configuración tangible. Dulce Chacón concordaba con esta idea, señalando que a ella lo que
fundamentalmente le importaba era relatar el sentimiento. Y, efectivamente, en Algún amor que no mate lo
que encontramos sobre todo es sentimiento; lo que sabemos de sus personajes lo sabemos por su
comportamiento, porque las descripciones no existen.
Dulce Chacón no presenta la historia de Prudencia de forma cronológica, y tampoco lo hace, como hemos
advertido desde el principio, desde un único punto de vista. Junto con esos fragmentos contados en primera
persona por Prudencia, en tanto que protagonista de la acción, encontramos intercaladas, las referencias de
una especie de narrador testigo, que observa las cosas desde el exterior, y que las cuenta en tercera persona.
No es un narrador objetivo, sin embargo, pues toma una actitud partidista en favor de Prudencia y sus
sentimientos. Si Prudencia, en primera persona es “la mujer física”, sacrificada, sometida a los deseos de su
marido y su familia, dispuesta a excusar cualquier tipo de conducta por extraña que parezca, este narrador en
tercera persona representa su desdoblamiento, su conciencia. Es la faceta de Prudencia que ve las cosas con
distancia, con una cierta objetividad, y que, si predominara, podría sobrevivir. Este fragmento es un buen
ejemplo:
Hace años que sabe Prudencia que su marido tiene una amante. Al principio sufrió mucho, se
ponía a llorar mientras planchaba y lo tenía que dejar porque mojaba la ropa, y no le parecía eso
muy limpio. Poco a poco se fue acostumbrando y le encontró las ventajas: que comiera fuera de
casa todos los días le evitaba hacer la comida y le salía más barato y, como dejaron de hacer el
amor, ya no tenía que buscar excusas cada vez que él la requería. (Algún amor 26)
Esta voz en tercera persona tiene información privilegiada, sabe las interioridades de Prudencia, porque
Prudencia es su fuente: “Eso me contaba Prudencia” (27). En realidad, es uno de sus yos, que, en ocasiones,
se manifiesta también en primera persona; no es Prudencia, la mujer física, silenciada y sin vida propia, sino
su conciencia desdoblada, que pone voz a su sufrimiento, y que a veces la interpela:
Deberías haberte rebelado contra tu marido, no contra el mundo. Sí que hay sitio para ti, lo que
pasa es que no lo has buscado, el mundo te ofrece cosas, pero tú prefieres no verlas, para no tener
que tomar decisiones, con es a manía tuya de no saber qué escoger. Te has limitado a aceptar tus
desgracias y a contármelas a mí. Eso no es suficiente, Prudencia, ya lo has visto. Ni al portal de tu
casa has llegado con eso, al revés, te fuiste metiendo más adentro y acabaste conformándote con
mirar la calle desde la ventana. No debiste consentir que tu marido te prohibiera salir sin él. Lo de
la pierna era una excusa muy tonta, con la muleta te apañabas muy bien, igual que ibas a casa de
tu suegra los domingos, hubieras podido ir con tu prima y tus amigas, o a casa de tus padres.
Qué sola te quedaste. Sólo me tenías a mí, y a tu prima que iba a verte de vez en cuando. A
pesar de todo, es buena persona y no le importa soportar los gestos huraños de tu marido, y menos
mal que ella nunca supo cómo la ponía cuando se iba. (Algún amor 75-76)
A veces no resulta fácil identificar al narrador. En el fragmento anterior, parece obvio que la conciencia de
Prudencia está reprochándole a ésta, la mujer física, su comportamiento. Hay momentos en los que se nos dan
pistas para que podamos construir este rompecabezas identificando a ambas como dos partes de un todo. Por
ejemplo, en voz de la conciencia de Prudencia, aunque en primera persona:
Dicen que el chocolate crea adicción, como el tabaco o el alcohol. Y no me extrañaría nada.
Todas mis amigas comen chocolate por la noche antes de ir a la cama. También Prudencia. Y yo.
En una ocasión me comí una tableta entera. Era la primera vez que me apetecía hacer el amor por
la noche, poco tiempo después de la muerte de mi suegro, cuando ya no dormíamos la siesta. Me
insinué, pero él tenía mucho sueño y se quedó dormido el pobre. Yo intenté dormirme también,
pero tenía un hambre espantosa, así que me levanté, me fui a la cocina y me comí lo primero que
pillé, una tableta de chocolate que me supo a gloria. (Algún amor 120)
Previamente, un narrador omnisciente, nos había contado la misma acción realizada por Prudencia:
Prudencia lo supo [3] al preguntar a su marido por primera vez si la quería. Estaban en la cama
y ella se acercó, ofreciéndose. ¿Me quieres? Esas cosas no se preguntan, le respondió, déjame
dormir, nenita. Ella no sabía si esa respuesta quería decir sí o no. Dime que me quieres, le pidió. Y
él le acarició la mejilla, la miró a los ojos y sonrió: ¡Claro¡, le dijo, y cuando ella empezó a
sonreir, añadió: ¡A veces¡ Y enseguida se quedó dormido y empezó roncar.
Prudencia se levantó, se fue a la cocina, se bebió una copita de anís y se comió una tableta
entera de chocolate. Con ansia. (Algún amor 109)
Sería posible identificar estas voces con dos de las partes del alma humana distinguidas por Jung, el
consciente personal, al que correspondería la Prudencia que yo he llamado de carne y hueso, física, y el
inconsciente personal, que correspondería a su conciencia. Recurro al resumen que Charles Bressler hace de
estos conceptos sicoanalíticos:
The personal conscious, or waking state, is the image or thought of which we are aware at any
given moment. Like a slide show, every moment of our lives provides us with a new slide. As we
view one slide, the previous slide vanishes from our personal consciousness, for nothing can
remain in the personal conscious. Although these vanished slides are forgotten by the personal
consciousness, they are stored and remembered by the personal unconscious. (Bressler 154)
Efectivamente, he señalado anteriormente que Prudencia es una mujer desolada, que sólo se reconoce a sí
misma en su condición de mujer fracasada, aislada del mundo; por el contrario, gracias a su conciencia
desdoblada, sabemos cuáles han sido las circunstancias que la han conducido a ese estado. Entre ellas dos, se
produce un diálogo que, si bien confunde en primera instancia, contribuye a la intensidad del sentimiento que
se recuerda. Sabemos que Prudencia se ha suicidado por medio de una sobredosis de pastillas; en la cama del
hospital, el inconsciente se adueña de la narración, y la idea de la soledad de Prudencia nos sobrecoge:
Desde que estoy en el hospital, Prudencia me mira de una forma muy rara. Me mira fijamente a
los ojos y se le caen las lágrimas. No sé si le da pena que me muera o si tiene miedo a que no me
muera.
Prudencia, me gustaría saber en qué piensas cuando me miras así. Sé que no querías hacerme
daño. Que estás cansada y sólo puedes descansar mientras yo duermo. No me mires así. Te
prometo que dormiré mucho para que tú no sufras. Pero no me des más pastillas, porque me hacen
recordar tu vida, la mía. Y en medio de este sueño ya no sé cuál estoy perdiendo.
Te quedas callada como si ya lo hubieras dicho todo. Se te ha metido la tristeza tan hondo que
ni siquiera buscas consuelo en hablarme. A ti que tanto te gusta. Digo yo que es mejor así, porque
hoy no tengo ganas de escuchar tus penas. (Algún amor 31-32)
Más adelante, a ese sentimiento de soledad y tristeza, se suma el del sinsentido de su vida:
Prudencia y yo hemos estado siempre juntas. Nadie habla con Prudencia y ella sólo habla
conmigo.
Prudencia, ¿estás ahí? ¿Por qué me diste tantas pastillas? Me arde el cuerpo por dentro. Siento
como si me hubieran metido una esponja mojada en la boca. Se ha secado poco a poco, está
creciendo y se me cuela entre los dientes. Así tengo la boca, Prudencia, no me cabe la lengua,
habla tú por mí. Dile a tu marido que hoy no quieres estar sola, que el mundo se ha hecho
demasiado grande. Dile que has acabado de limpiar el comedor, has sacado brillo a los muebles y
encerado el suelo del cuarto de estar. Ya has fregado la loza, ya has lavado y planchado, también
la camisa que él quería esta mañana. Dile que ayer no lo hiciste porque el cansancio se te metió en
el cuerpo y te pesaba tanto que no podías levantarte. Y que no se enfade más. (Algún amor 43-44)
El inconsciente se manifiesta bien por medio de un narrador testigo, que, en sus observaciones, tiene
información privilegiada, porque tiene acceso a los pensamientos de Prudencia, o bien por medio del diálogo
(o más bien monólogo, pues la conversación siempre es unidireccional).
Pero antes he hablado de confusión, y de multiplicidad de “yos”. Y es que esa “voz de la conciencia”, ese
inconsciente personal, no es constante en su mensaje. Encontramos ejemplos en los que parece animar a
Prudencia no a la rebelión, a la afirmación de sí misma, sino a la aceptación del no ser:
No es tan grave que te obliguen a lavar y planchar una camisa, Prudencia, no hubieras debido
ponerte así. Tu marido estaba nervioso y por eso te pegó cuando le dijiste que la camisa estaba
sucia. Que tú no eras la criada de nadie. Y te pegó más, mientras le gritabas que te ibas a separar
de una vez, porque a él le dio mucha vergüenza cuando su padre se fue de casa y le horroriza
pensar que la vergüenza sería aún mayor si te fueras tú. No lo pienses más. Se puso de muy mal
humor con la carta, no debiste preguntar de quién era, ya sabes que le molesta que te metas en sus
cosas. Debía ser grave porque no durmió nada en toda la noche.
Debiste hacer todo lo que él te dijera, que para eso te casaste, para ser una esposa sumisa.
Cuando lloras de esa manera deberías acordarte de la gente que es más desgraciada que tú, de la
gente que pasa hambre, o padece enfermedad, o de quien se le muere un hijo de los de verdad.
(Algún amor 144-5)
Estas contradicciones vienen a subrayar el conflicto interior de una mujer, que a lo largo de los años ha
renunciado a su propia identidad, quedando reducida a un ser construido por otros. Su mundo es cada vez
más limitado, y la única salida que ve a su vida sin sentido es la muerte [4]. Como en muchos casos de la vida
real su suicido lleva a algunas de las personas que han estado en su círculo más cercano a preguntarse si era
un acto inevitable, o si hubieran podido ayudar a Prudencia de alguna manera a sobrellevar la carga de su
vida. Se despiden de ella, pidiéndole perdón por lo que pudieran haber hecho y no hicieron, por el amor que
no mostraron. El fragmento final es muy dramático, porque presenta otra despedida en la que el inconsciente
se despide del consciente:
Sé que vas a morir. Pero ahora ya no me das pena. Me has dado pena durante toda tu vida. He
tenido que vivir con la compasión, como si fuera un vestido que llevara puesto por dentro y no me
lo pudiera quitar. Ahora sé que vas a morir. Y tú lo sabes también. Por eso me diste las pastillas,
para que me muriera contigo. A mí no me importa. Si con eso logro no verte más. No ver nunca la
amargura de tus ojos, siempre tristes, siempre. Estoy cansada. Deja que me desnude de ti. Déjame
descansar. No quiero que me confundan contigo nunca más. (...) Tantos años juntas y te vas sin
decirme una sola palabra. Has sido la única que no me has pedido perdón, te lo agradezco. Sí, ya
duermes. Ahora que te has ido me encuentro muy sola. Dormir. Yo también me abandono. Me
dejo ir, en silencio, como tú. (Algún amor 158-9)
La vida de Prudencia se ha regido por esa palabra, el silencio, la aceptación. Probablemente, el sentimiento
dominante en esa vida ha sido el desamor. Ni su marido, ni su familia, ni sus amigos, le han proporcionado el
apoyo que hubiera necesitado para sobrevivir; su amor-desamor han contribuido a su muerte. Pero
seguramente, el desamor más dañino ha sido el suyo propio, como hemos visto en el fragmento anterior: su
único deseo es desaparecer, desnudarse de sí misma, dejar de ser. El título de la novela es muy sugerente en
este sentido: hay amores que matan, pero también el desamor tiene ese efecto.
En este trabajo hemos visto cómo, a través de una variedad de voces narrativas, Dulce Chacón presenta en
su novela Algún amor que no mate la historia de Prudencia, una mujer que es víctima de la sociedad en la que
vive, con sus estereotipos de género, pero sobre todo víctima de sí misma. Los elementos que dan forma a
esta triste historia podrían haber sido extraídos de la vida de una mujer real. Una mujer joven, de carácter más
bien débil, que tiene totalmente asumida la ideología patriarcal, según la cual, una vez casada, su única
misión en la vida es cuidar y hacer feliz a su marido. Se casa con un hombre dominante y maltratador, que
anula a su esposa, hasta el punto de que ésta desconecta del mundo, e incluso de sí misma, perdiendo
conciencia de quién es. Sin una red de apoyos afectivos, su depresión la lleva finalmente al suicidio. Esta
historia no está contada de forma cronológica, ni tampoco desde un único punto de vista. No tenemos
descripciones, pero sí mucho sentimiento. Sobre todo, gracias a esa multiplicidad de Prudencias que
encontramos en la novela (su consciente y su inconsciente), somos testigos de su lucha por la vida, y de su
fracaso en su búsqueda de algún amor que no mate. Pero más allá de la historia de una mujer concreta, Algún
amor que no mate es también reflejo de mucho de los condicionamientos y prejuicios sociales que rodean al
tema de la violencia doméstica. En una entrevista con Marina Villalba, Dulce Chacón señalaba: “Conocer al
enemigo es empezar a combatirlo. La literatura es una forma de mirar. Posee la capacidad de abrirnos los
ojos, y de formularnos cuestiones que, por el mero hecho de ser formuladas, abren el camino hacia el campo
de batalla. La palabra es un arma muy poderosa” (142). Su novela, sus palabras, son ciertamente
conmovedoras.
Notas
[1] Como estereotipo, asociamos normalmente este problema con países poco desarrollados
económicamente, pero en verdad es un problema de gran alcance en la mayor parte de la sociedad
occidental. Por ejemplo, en un estudio comparativo de la Unión Europea, en el año 2002, el
porcentaje de mujeres maltratadas era 3,27 por millón de mujeres en España, 9,80 en Finlandia y 5,98
en el Reino Unido.
[2] Jacqueline Cruz, en un trabajo comparativo entre la obra de Chacón y “Te doy mis ojos”, la película
de Icíar Bollaín, hace referencia al valor simbólico del nombre de Prudencia, sinónimo de
resignación.
[3] Supo que “el amor no se pide, el amor se da” (109).
[4] Xavier Caño, quien cita a la siquiatra Ivon López von Vallenstein, menciona cuatro salidas para las
mujeres víctimas del abuso: “escapar, huir lo más lejos posible para que el maltratador no pueda
encontrarla; volverse loca, porque en el mundo de la locura el dolor es menor, y, al estar casi ausente
la concienca, la angustia se diluye; quitarse la vida, suicidarse; o matar al maltratador” (151). La
amante huye, Prudencia se aisla y termina quitándose la vida.
Bibliografía
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2002
http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/dchacon.html
http://www.elmundo.es/documentos/2004/06/sociedad/malostratos
© Lucía I. Llorente 2011
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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