DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

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DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat
24 de julio de 2016
Gén 18,20-32; Col 2, 12-14; Lc 11,1-13
Que Jesús era un orante nos lo enseña el Evangelio en muchas páginas. Sobre todo,
oraba en momentos cruciales de su misión. Hoy, la escena que nos propone el texto
evangélico nos abre el secreto, nos enseña cómo Jesús oraba. Nos lo ofrece en una
fórmula y dos ejemplos.
Los discípulos le piden, después de verlo rezar, que les enseñe una oración como lo
hizo Juan Bautista con sus discípulos. Es importante subrayar que es el ejemplo de
Jesús lo que provoca el deseo. Y es que si no hay ejemplo, no hay transmisión de la
fe. Porque la fe no se transmite sólo con palabras, sino con el testimonio de vida.
Precisamente, Jesús reunió a sus discípulos para que, conviviendo con él, pudieran
ser, después, testigos de su enseñanza. Y es aquí donde reside el problema de hoy:
no hay ejemplo de fe. Pero no de prácticas piadosas, sino de fe, que es otra cosa.
Hablo de vivencia, de convicción, de ejemplo de vida. Los hijos no ven rezar a los
padres. No hay oración en familia. Todo el mundo puede dar razones de esta ausencia
para justificarlo -el hecho de que los padres tienen que trabajar, que hay muchas más
distracciones dentro de casa con los medios de comunicación, que hay más medios
económicos para disfrutar, viajar, hacer deporte o para ir a espectáculos...-. En
resumen, no hay, normalmente, en los padres, una vivencia religiosa. Y la
consecuencia es que los hijos crecen sin base espiritual.
Jesús, en cambio, enseña lo que vivía en su contacto con el Padre. Y, ante todo, su
gran confianza de hijo: diga "Abbá", Padre. Como hace el niño pequeño con su padre:
papa. ¡Qué intimidad tan grande, tan segura y transparente! Y nosotros, ¡con qué
confianza tenemos que dirigirnos al Padre!
Después, resume su mensaje de amar a Dios en primer lugar, y a los hermanos, sus
hijos: síntesis de la Ley y los Profetas. Primero de todo, los intereses del Padre:
'Santificado sea tu nombre'. Que su persona sea reconocida y estimada. Porque sin
amar al Padre no sentiríamos ningún deseo de relacionarnos con él. Y esto es
santificar el nombre del Padre.
'Venga tu Reino': que la soberanía de Dios sea reconocida en la tierra, que se
establezca su Reino de paz, de justicia y de amor; que los hombres se amen como
hijos de un mismo Padre. Esta es la voluntad de Dios.
En la segunda parte vienen los intereses de estos hijos: “danos cada día nuestro pan
cotidiano”, es decir, que tengamos seguro lo necesario para vivir. 'Perdónanos
nuestros pecados', ya que todos somos pecadores. Ahora bien, si queremos ser
perdonados debemos saber perdonar a los que nos han ofendido, “porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe". Porque con la medida que medimos
seremos medidos, y si queremos misericordia debemos ser misericordiosos como el
Padre del Cielo. Y, finalmente, 'no nos dejes caer en la tentación', ya que sabemos por
experiencia que encontramos trampas y obstáculos en el camino, que encontramos
pruebas que nos pueden apartar de Dios: por eso, 'no permitas que tropecemos'.
Todas estas peticiones reposan sobre un fundamento: la confianza absoluta. Y Jesús
lo ilustra con dos parábolas: la del amigo importuno y la de la confianza del hijo que
pide algo a su padre y que no espera recibir nada malo. Por ello, nos enseña que hay
que insistir en la oración, y lo dice con tres palabras: 'pedid' como los niños 'y se os
dará'; 'Buscad', como los que están perdidos, 'y hallaréis'; 'Llamad', como hijos en el
corazón del Padre, 'y se os abrirá ". Todo esto nos da la certeza de que la oración es
eficaz. Pero, ¿qué hay que pedir? Esto es muy importante, porque a menudo decimos
que hemos pedido y no nos ha escuchado. Pero, ¿ya has pedido lo que nos acerca al
Padre, lo que le glorifica? Por ello, nos dice al final que 'nos dará el Espíritu Santo'. Y
el Espíritu nunca nos hará pedir lo que no nos conviene, sino siempre lo que Dios
quiere. Y Dios es amor, y querrá siempre nuestro bien, nunca el mal.
Ahora bien, ¿somos conscientes del amor que Dios ha derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo? ¿Y somos conscientes de que este Espíritu pide lo
que nosotros no sabemos pedir? Porque hay cosas que están en el plan de Dios, y no
en nuestros proyectos. Y lo desconocemos. Y así, que se haga lo que Dios quiere.
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