Gordon Lish: Capitán Ficción

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Gordon Lish: Capitán Ficción
Por Fabiola Morales Franco
Diseño Esteban Salas
Existen días prolíficos en lecturas y también, aunque
absolutamente separados, días prolíficos en la escritura. En
cuanto al resto parece ser de que se trataran, tan solo, de
días para olvidar.
Pasó en una de esas tardes en los que las lecturas buenas
abundan y uno no deja de tomar notas y guardar recordatorios
en archivos que tarde o temprano volverá, o cree que volverá,
a consultar, que me encontré con una crónica de David Bowman
sobre su experiencia con Gordon Lish.
Lish fue el editor, tan ovacionado como incomprendido, de
Raymond Carver y de otros tantos consagrados como Amy Hempel,
Barry Hannah, Cynthia Ozick o Don DeLillo. Pero en el caso
más sonado, con el que se convirtió en un tándem indisoluble,
lo más parecido a Chip y Dale o Tomy y Jerry; primero desde
su puesto de trabajo en la revista Esquire y luego cómo editor
de la prestigiosa Knopf, fue precisamente en su relación con
Carver.
Fue él y no otro, quien llevó a Raymond Carver, con
sus más y sus menos (las correcciones que hizo convirtieron
los largos, y en algunos momentos sensibleros, relatos de
Carver en historias inquietantes de frases cortas y
punzantes) a consolidarse como el ícono venerado de la
literatura que es hoy.
Se podrían escribir más de una tesis doctoral que dieran
cuenta de la relación que mantuvieron Carver y su editor. Si
alguno está interesado en curiosear los detalles de la misma,
no tiene más que acercarse a la Lilly Library en Bloomington,
como lo hizo Alejandro Baricco, para encontrarse con una caja
de cartón en la que se asientan ordenados todos los relatos de
Carver, y que incluyen además de puño y letra, una a una, las
correcciones que Lish hizo a los textos.
«Lo que en Carver es silencio», dice Andrés Neuman, «en otros
suena a vacío. La esquiva técnica Carveriana consiste en
decirnos que aquí no pasa nada para que, intrigados, nos
preguntemos qué demonios pasa. Eso hace con sus cuentos.
Enfatizar la elipsis. Callarse con estruendo»
El tema aquí es sin embargo que vistas, revisadas y vueltas a
revisar las pruebas, el artífice real de los silencios que
tanto definen la literatura de Carver fue Lish. De hecho,
estas correcciones constituyeron más de un trance doloroso
para el escritor quien, en un ataque de ansiedad amenazó con
dejar de escribir para siempre y volver al alcoholismo si el
editor seguía empeñándose en realizar cambios tan radicales en
el manuscrito de De que hablamos cuando hablamos de amor.
De lo que se habla menos es de la gran amistad que, a pesar de
las desavenencias, mantuvieron estos dos hombres. El día que
Gordon Lish decidió dejar Esquire y empezar a trabajar como
editor de Knopf, Carver le escribió, «Tú, mi amigo, eres mi
ideal de lector, siempre lo has sido, todo el tiempo, así es
y así será por siempre.» Lo cual demuestra que más tarde o
más temprano Carver terminó por darle la razón a su editor.
Años después, hubo una época en la que Gordon Lish se dedicaba
(ignoro si aún lo hace) a impartir sus talleres en
apartamentos de mujeres adineradas, admiradoras
incondicionales del editor; en los cuales el autoproclamado
“Capitán ficción”, ponía entusiasmo en criticar con saña los
escritos de sus alumnos; en hablar, lo mismo bien que mal,
sobre la obra de sus escritores editados; y también en
entablar largos monólogos aleccionadores, en los que no
estaban permitidas las preguntas, las opiniones, ni cualquier
otro tipo de interrupción.
Bowman, quien asistió a dos talleres de tal índole y que más
tarde escribiría una crónica al respecto, supo ver en este
ser megalómano, al adorable y sobre todo genial personaje ante
el cual se encontraba. Ese ser que, más allá de apabullarte
con sus mensajes tajantes y por momentos disparatados, podía
dejarte perlas como : «Tecleen contra la muerte, escriban todo
el tiempo».
«No tenga historias, tenga oraciones», le había dicho Lish
Bowman
y «Cada nueva oración debe fluir de la última
oración.» Consejos que más de uno ha dado; otro tema será
cuantos hayan hecho oídos sordos.
a
Kjell Askildsen, icono europeo del realismo sucio que
practicaba Carver, comentaba en una entrevista realizada
hace unos años «Escribo de una manera muy lenta, y cada
oración tiene que quedar muy bien para poder continuar con la
escritura. La oración que sigue debe llevar adelante la
historia…»
Mucho antes, Edgar Allan Poe escribió : «Ningún punto de la
composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; se
trata más bien de que ella avanza hacia su terminación, paso a
paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de
un problema matemático.»
Pero la historia del multidisciplinario Lish no acaba aquí.
Y
es que, si hay algo en lo que este hombre quiere permanecer,
si existe una manera en la que él desea ser recordado, no es
en su faceta de editor, y quizá menos que nada en su faceta
del “editor psicópata de Carver”. Lo que Lish realmente ansía
es ser recordado como un escritor, o más bien dicho, quiere
ser recordado como “El Escritor”. Anhela pues, sentarse y
medirse en la mesa de los grandes.
En la entrevista que le hizo Rob Trucks para su libro The
Pleasure of Influence, Conversations with american male
fiction writers (Purdue University Press, 2002) decía:
«Yo soy todo competencia. El horror de esto es precisamente
que esta imagen me está destruyendo desde el momento mismo
en que la hice mía. Si yo pudiera tener una visión más
liberal de mí mismo, más tolerante, si yo pudiera decir,
bueno es el trabajo que hago y lo hago tan bien como soy
capaz, estaría totalmente insatisfecho con la experiencia.
Para mí no es suficiente. Yo soy la clase de persona que va a
un centro comercial y si se encuentra un letrero en el
que se lee “algo para cada uno”
tiene la necesidad
inmediata de reescribir la frase para que esta se lea como:
“Todo para Gordon” Y ese es el único tipo de centro
comercial en el que quiero estar».
Sin embargo, y aquí entra lo que Gordon Lish no puede manejar,
las opiniones de los que han leído sus libros se encuentran
en el abanico de “es un autor necesario, incluso
imprescindible” (Antonio Jiménez Morato) y el textual “sus
libros son espantosos” (David Bowman).
Más allá de esto que es el presente, con sus días buenos y
sus días malos, queda aquello tantas veces enarbolado acerca
del futuro, no solo el de Lish sino también el de aquellos
que, como él, quieren triunfar; tanto para uno como para los
otros:
solo el tiempo decidirá.
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