Traje nuevo y zapatos rotos Jueves, 25 de Junio de 2009 04:00 Cafelo De la misma manera que las personas se cubren con vestidos o trajes, también las ciudades y pueblos tienen su propio vestuario con el que se individualizan y caracterizan; con el que se embellece o se afean. Es el traje de la ciudad. Llamamos así a su aspecto exterior, a su envoltorio, a lo que percibimos a simple vista: el traje de la ciudad se ha cosido con la tela de sus edificios y espacios, con el forro de sus pavimentos, asfaltos, adoquines y aceras; con la botonadura o adornos de sus plazas, de sus parques, de sus árboles, de su mobiliario urbano. Podríamos decir que el traje de la ciudad es la ciudad misma, pero en su aspecto estético: es lo que vemos nada más salir a ella, o lo primero que de ella perciben sus habitantes, paseantes o visitantes. Cada ciudad, cada pueblo, están metidos en su propio traje que es su fisonomía, lo que lo distingue de las/los demás. Y es por su contorno, por lo ancho y por lo alto; es el ropaje con el que a lo largo de los siglos los hemos cubierto y los hemos vestido: llevan el traje que todos nosotros les hemos puesto y les ponemos cada día. Con el mismo cariño, cuidado y esmero que vestimos a nuestros hijos, deberíamos vestir a las ciudades, porque la ciudad es, a la vez, nuestra madre, a quien tenemos que respetar, y nuestra hijo/a a la que tenemos que cuidar, enseñar y procurar llevarla limpia, alegre y sana. Y por supuesto bien vestida. El traje que luce la ciudad se ha ido componiendo durante cientos de años por un tejido no siempre en concordancia con su ubicación geográfica, con su entorno, con su cultura, o con su personalidad. Al día de hoy, todos estaremos de acuerdo que Curicó necesita corregir innumerables deficiencias que la convierten en una ciudad atípica. Por lo tanto, el traje que lleva puesto la ciudad, dice mucho de sus habitantes: si son diligentes o descuidados, limpios o sucios, apacibles o agresivos, codiciosos o generosos. Asimismo nos refleja su espíritu, el espíritu que impregna a tal urbe: si es tranquila, ordenada, sensible, justa, arrogante, inquieta, etc. Si el traje que le ponemos es precioso, adecuado y elegante, nosotros sus moradores, nos hacemos con ella más integrados, vinculados y presumimos de los vínculos que nos atan a ella desde la cuna. Por el contrario, si le ponemos un traje horroroso, con una manga que le queda larga y la otra corta, por haberla construido con edificios desproporcionados y absurdos, inadecuados, fuera de lógica y sentido común, en sitios que no corresponde, desordenados; entonces también nosotros nos hacemos con nuestra ciudad, más distantes e indiferentes con ella. El traje con que se visten las ciudades debe otorgarles personalidad y estampa. No podemos vestirlas con trajes extraños a ella porque supone una suplantación que daña la vista y produce rechazo. Deberíamos llevar el traje de la ciudad a un buen sastre o a un sencillo artesano de las tijeras, que supiera recomponerlo o rehacerlo. 1/1