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La angustia de la reacción terapéutica
negativa1
* Cordelia Schmidt-Hellerau
Desde que quedé fascinada con el pensamiento de Freud me intrigó y desconcertó al mismo tiempo su tránsito de la primera teoría de las pulsiones,
en la que postulaba un antagonismo entre la pulsión sexual y la de autoconservación, a la segunda, donde los antagonistas primordiales eran la pulsión
de vida (Eros) y la pulsión de muerte (o pulsión de destrucción). Este tránsito
era complicado e implicaba una nueva definición general de las pulsiones,
así como una nueva comprensión de la agresividad, el masoquismo, la compulsión de repetición y la reacción terapéutica negativa. Finalmente, hace
unos veinte años, me embarqué en un largo viaje por el intrincado paisaje
de la metapsicología freudiana, el cual me llevó a dar una solución diferente
a su dilema de 1920 (Schmidt-Hellerau, 2000, 2006, 2007).2
Cuando Freud introdujo su nueva pareja de pulsiones de vida y de muerte
no vio problema alguno en convertir a su antigua pulsión sexual en parte y
representante de la pulsión de vida o Eros. Sin embargo, la pulsión de autoconservación (un concepto algo descuidado en su teoría, aunque nunca
dejó de mantenerlo) parecía contradecir en forma flagrante y oponerse con
fuerza a que se la subordinara a la pulsión de muerte como parte de ella. De
este modo, Freud suprimió su primer antagonismo pulsional para unir la
autoconservación con la sexualidad, consideradas ambas libidinales, bajo el concepto general de pulsión de vida o Eros. A partir de ese momento –y a falta
de una mejor solución, como él mismo admitió– concedió a la agresividad,
como representante o sinónimo de la pulsión de muerte, el carácter de una
pulsión primaria. Todos crecimos, pues, sabiendo que en el psicoanálisis las
dos pulsiones primarias eran la sexualidad y la agresividad. ¿Es esto algo grabado
en piedra, indubitable, inconmovible? Freud no pensaba así. Ya en 1924 (!)
admitía, en una nota al pie agregada a Tres ensayos de teoría sexual, lo siguiente:
“La teoría de las pulsiones es la pieza más importante, pero también la más
1 The anxiety of the negative therapeutic reaction
* [email protected] / EE.UU.
2 Aquí doy solamente las referencias de las publicaciones en francés.
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inconclusa, de la teoría psicoanalítica” (Freud, 1905, S.E., vol. VII, pág. 168;
A.E., vol. VII, pág. 153). Esto era equivalente a dar a sus seguidores la instrucción de que trabajaran particularmente en este aspecto de su teoría. Por
cierto que es difícil reconsiderar aquello a lo que hemos estado acostumbrados y que siempre hemos creído dotado de sentido. No obstante, tratar
de desapegarnos de lo que nos es familiar en nuestro modo de pensar (aunque sea por el breve lapso que dura la lectura de este artículo) puede recompensarnos con nuevas ideas, y me apresuro a añadir que estas ideas han sido
extraídas de una mina de oro psicoanalítica que aún aguarda nuestra explotación clínica.
I
En otro lugar (Schmidt-Hellerau, 2007) me he explayado sobre mi revisión
de la segunda teoría freudiana de las pulsiones, de manera que aquí sólo
sintetizaré mis ideas principales. Dejemos de lado por un momento esa segunda teoría freudiana, el antagonismo entre las pulsiones de vida y de
muerte. Sin dejarnos distraer por lo que significan “vida” y “muerte”, ocupémonos más bien de su antagonismo, simbolizado en la figura que sigue
por un signo (+) y un signo (–). Desde el punto de vista conceptual, ello
pone de relieve que la pulsión es una fuerza unidireccional, y que cada pulsión se empeña casi infinitamente, y en una sola dirección, en alcanzar su
objeto de satisfacción. Para el recién nacido, entonces, todo es cuestión
de vida o muerte. El hambre es una señal peligrosa que apunta a la muerte
y que sólo puede ser frenada por el objeto nutricio. La reiterada interacción
con este objeto se almacenará en huellas mnémicas (representaciones) que,
cada vez más, detendrán y contendrán las excitaciones pulsionales consecutivas emanadas de la misma fuente, y definirán así lo que significa la autopreservación (el hambre, en este caso). De ello se desprende que es el
objeto el que “corta en dos”, por así decir, la pulsión de muerte, y así da
a luz lo que sólo entonces puede definirse como la pulsión de autoconservación. Así pues, la autoconservación es un ámbito de la actividad pulsional
arrancado de los empeños de la pulsión de muerte. Dicho de otro modo:
la autoconservación y la sexualidad, como actividades pulsionales diferenciadas, sólo son introducidas por la intervención estructurante del objeto
que cuida y ama (Green, 1993, pág. 117). Sin embargo, las actividades pulsionales que van más allá de las estructuras de una sana autoconservación
alcanzan la dimensión de las pulsiones de muerte.
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Estas ideas entrañan una serie de otros cambios:
1) La autoconservación ya no se considera parte de la pulsión de vida (Eros)
sino parte de la pulsión de muerte. Esto perpetúa el antagonismo original
entre la pulsión sexual y la de autoconservación, pero integra a ambas,
como pulsiones parciales, a las de vida y muerte.
2) Freud nunca se explayó mucho sobre su concepto de pulsión de autoconservación, y Laplanche (1997, pág. 153) ha argumentado que la autoconservación es un instinto biológico, no una pulsión psicológica, y la
ha excluido expresamente del pensamiento psicoanalítico. Creo que esta
exclusión y rechazo, compartido por muchos de nosotros, generó en
nuestro pensamiento un punto ciego, un vacío llenado con otros conceptos, a saber, la agresividad y el narcisismo, los cuales pueden ser parte de
la autoconservación pero difieren de ésta esencialmente.
3) La noción de “auto-conservación” (self-preservation) es engañosa, porque
indica que esta pulsión sólo inviste al self. No obstante, como toda pulsión
es capaz de investir diversos objetos (Freud, 1915), de los cuales el self es
sólo uno (v. gr., la investidura libidinal del self en el narcisismo), sería más
apropiado hablar de pulsión de conservación, cuya meta sería la conservación
tanto del self como del objeto.
4) La actividad de la pulsión de conservación no se limita a la fase preedípica:
es un afán importante a lo largo de toda la vida, y exige de continuo llevar
a cabo un trabajo psíquico que es todo un desafío. El énfasis en este concepto olvidado no apunta, entonces, a defender la problemática preedípica o a que apartemos nuestro interés de las pulsiones sexuales. Por el
contrario, al diferenciar entre los conceptos de los empeños sexuales y
de conservación, podemos ver con más claridad cuándo disminuyen o se
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anulan las actividades pulsionales libidinales en favor de las actividades
de conservación del self y del objeto, o sea, podemos ver mejor la distinción entre cuidar de un objeto y amarlo. En otras palabras, aunque ambas
pulsiones se sienten urgentes, las pulsiones sexuales provocan deseos, en tanto
que las pulsiones de conservación expresan necesidades.
5) Dado que Freud nunca llegó a postular una noción convincente que designara la energía de su pulsión de muerte o de autoconservación, he sugerido el término “energía leteica” (derivado del griego Leteo, el río del
olvido que fluía hasta internarse en el reino de la muerte). Esto nos permite hablar de investidura leteica y de objetos leteicos del mismo modo que
hablamos de investidura libidinal y de objetos libidinales.
6) La agresividad ya no es considerada una pulsión primordial, cuyo único
objetivo es la destrucción. En lugar de ello, he sugerido tomar la concepción de Freud de 1909 según la cual ambas pulsiones pueden volverse
agresivas para alcanzar sus metas. Además, he propuesto definir la agresividad como la intensificación de cualquiera de las dos pulsiones, la sexual y/o
la de conservación.
Veamos ahora con más detenimiento la segunda de estas figuras. Muestra
en el extremo (izquierdo) que los afanes de la pulsión de muerte tienen
representaciones establecidas de la muerte, así como de ideas muertas y
olvidadas que antaño estuvieron bien vivas, de los objetos muertos y perdidos, y de las sombras de un self traumatizado, muerto (dead) o amortecido (deadened). ¿Qué clase de representaciones podemos suponer que
habrá en el espacio situado entre las representaciones de la muerte y las
de la conservación del self y del objeto sanos? Sugiero que allí podemos
ubicar las representaciones del temor a la muerte, de la enfermedad y del
padecimiento. Un breve ejemplo señalará qué sentido tiene esto dentro
de un continuo de actividad pulsional leteica ilimitada (intensificada, agreREVISTA DE PSICOANÁLISIS | LXVII | N° 4 | 2010
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siva). Si un individuo limita su ingesta de alimento (hambre) a cantidades
que no dañan la salud, se conservará bien, pero si se ve llevado de continuo
a devorar cantidades mucho mayores, a la larga padecerá un trastorno alimentario, quizá tenga problemas orgánicos y hasta puede llegar a morirse.
Otro ejemplo paradigmático puede ser la hipocondría.3 El hipocondríaco
no se siente sano ni conservado en forma segura; en lugar de ello, se siente
amenazado por la muerte. Su self está representado en el ámbito de la enfermedad, envuelto en un círculo vicioso que lo conduce a un aumento
agresivo de su actividad pulsional leteica (lo preocupa toda señal de posible
falla orgánica, consulta a una cantidad innumerable de médicos, los insta
a que le apliquen procedimientos clínicos invasivos, etcétera), que bien
puede resultar autodestructiva o, por el contrario, conservarlo con vida
por más tiempo de lo que pronosticaría la expectativa de vida promedio,
según señalan las estadísticas. A mi juicio, entre las representaciones de
una conservación sana del self (y del objeto) y las de la muerte, hay un área
en la que se organizan las representaciones de la enfermedad y de las amenazas a la supervivencia, con las consiguientes angustias e inquietudes, temores al desvalimiento y fantasías de rescate. Ya sea que tales amenazas
a la propia seguridad y supervivencia sean reales o imaginarias, lo cierto
es que estas representaciones son investidas por la actividad intensificada
de las pulsiones de conservación y traen como consecuencia que el sujeto
siente, en su realidad interior, que su supervivencia corre peligro. Visto
desde una perspectiva estructural: si faltan estructuras de conservación
sólidamente establecidas (el no de la madre... ¿o deberíamos hablar de la
ley de la madre?), las excitaciones de la pulsión de autoconservación (p.
ej., las ganas de comer) no serán contenidas y limitadas, con lo cual permitirán un auge leteico en el ámbito de la enfermedad, y a la larga llevarán
a la muerte.
II
¿Cómo se vinculan estas reflexiones con la angustia? Freud siempre conceptualizó la angustia en términos cuantitativos. Lo que la provoca es una
cantidad de energía pulsional que supera la capacidad de contención (ligazón) del aparato psíquico y, de ese modo, no sólo obstaculiza su funcionamiento apropiado y eficaz, sino que además amenaza con dañar y
3 Freud la explicó, relacionándola con la pulsión sexual, como una sexualización de los órganos internos.
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aun destruir las estructuras psíquicas. La idea es que un monto abrumador
de energía pulsional (excitación) genera un trauma psíquico interno (aun
cuando sea por los efectos de la Nachträglichkeit). La segunda teoría de
la angustia también remite a lo cuantitativo, refinado como señal: una minúscula porción de energía pulsional que permite al yo probar en miniatura (invistiendo una fantasía en lo inconsciente) las posibles consecuencias que tendría la puesta en acto cabal de su necesidad o deseo
inconscientemente activado. La posibilidad de utilizar apenas una pequeña cantidad de energía pulsional para suscitar la señal de angustia que
moviliza las medidas defensivas de protección es un recurso complejo, ingenioso y económico del aparato psíquico para evitar el daño, recurso con
que no se cuenta al principio sino que se alcanza en el curso del desarrollo
estructural del yo.
En su 32ª conferencia de introducción al psicoanálisis, Freud destaca
que la angustia es, desde el nacimiento mismo, una reacción frente al peligro. Este peligro puede ser real (tóxico, externo), y llevar a la “angustia
realista”, o bien, si no hay ningún peligro real y de todos modos se produce
angustia, la llamamos “neurótica”. Al tratar de encontrar una explicación
teórica para esta última, Freud sugiere: “Aquello a lo cual se tiene miedo
es, evidentemente, la propia libido. La diferencia con la situación de la angustia realista reside en dos puntos: que el peligro es interno en vez de externo, y que no se discierne conscientemente” (Freud, 1933, S.E., vol.
XXII, pág. 84).
Al considerar la libido como sinónimo de energía pulsional (excitación), Freud capta que la angustia neurótica es provocada por una fantasía
de peligro inconsciente (pero a veces también preconsciente e incluso
consciente); por ejemplo, el peligro de ser separado del objeto que prodiga
cuidados, la castración. Esta fantasía es enteramente psíquica; es expresión
de una actividad pulsional específica, porque “cada pulsión busca imponerse animando las representaciones adecuadas a su meta” (Freud, 1910,
S.E., vol. XI, pág. 213). Y como Freud reconoce que “la angustia está al
servicio de la autoconservación” (1933, S.E., vol. XXII, pág. 84), podemos
perfectamente arribar a esta conclusión: la angustia es la expresión de las
pulsiones de autoconservación como respuesta a un peligro real o imaginario que
afecta el bienestar o la supervivencia del sujeto o del objeto. De ahí la liberación
de energías leteicas cuantitativamente mayores, que alcanzan el ámbito
de la enfermedad o incluso el de la muerte, porque “lo temido, el asunto
de la angustia, es en cada caso la emergencia de un factor traumático que
no pueda ser tramitado según la norma del principio del placer” (ibid.,
S.E., vol. XXII, pág. 94; A.E., vol. XXII, pág. 87).
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III
Freud vincula entre sí los conceptos de angustia y de pulsión a fin de resumir
para su público imaginario su desarrollo teórico más importante desde el
final de su primera serie de “Conferencias de introducción al psicoanálisis”,
en el invierno septentrional de 1916-17. Concluye sus reflexiones declarando
que el punto de partida para la introducción de la pulsión de muerte fue la
reacción terapéutica negativa, o sea, la resistencia a mejorar a raíz de un sentimiento inconsciente de culpa, una poderosa “necesidad de castigo” masoquista, la cual “se satisface con el padecimiento que la neurosis conlleva,
y por eso se aferra a la condición de enfermo” (Freud, 1933, S.E., vol. XXII,
pág. 108; A.E., vol. XXII, pág. 100). Da el ejemplo de una mujer a quien él
había liberado de los síntomas de una “existencia torturada”, pero que en
cuanto comenzó a dedicarse con ahínco a nuevas actividades vitales, para
las cuales quizá “ya tenía demasiada edad”, sufrió una serie de accidentes (se
cayó y se torció un pie, o se lastimó una rodilla), sucedidos luego por enfermedades como catarros, anginas, estados gripales, inflamaciones reumáticas, “que la radiaban de la actividad durante un tiempo y la hacían padecer”
(Freud, 1933, S.E., vol. XXII, pág. 109; A.E., vol. XXII, pág. 101). Freud
explica esta cadena de nuevos padecimientos físicos diciendo que fueron
causados por “un sentimiento inconsciente de culpa”, una agresión superyoica contra el yo (de ahí la necesidad de castigo); dicho brevemente, una
reacción terapéutica negativa.
Recordemos el descubrimiento de Freud: “lo temido, el asunto de la angustia, es en cada caso la emergencia de un factor traumático”. Como expresé
en otra ocasión, “el trauma irrumpe en el escudo protector de las pantallas
de la conservación y arrastra las representaciones del self y/o del objeto hacia
el patio trasero de la muerte” (Schmidt-Hellerau, 2007, pág. 568). (Ver de
derecha a izquierda la figura que sigue).
Como sabemos, la angustia procura proteger al individuo contra los daños
que podría infligirle el trauma. No todas las amenazas terminan causando un
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trauma; no todos los pacientes angustiados manifiestan la reacción terapéutica
negativa, pero puede considerarse que aquellos que lo hacen están traumatizados. Requieren un largo y perdurable trabajo analítico y sólo lentamente
muestran señales de progreso. Y cuando estos pacientes traumatizados salen,
por un breve lapso, del patio trasero de la muerte y reviven momentáneamente las partes de las representaciones del self que fueron amortecidas por
el trauma, suelen desarrollar síntomas físicos o depresión, se repliegan por
temor a la enfermedad o al derrumbe, o durante un tiempo se apartan de los
demás a fin de volver al punto donde habían estado antes. En una etapa posterior, cuando su capacidad de verbalización ya ha aumentado en forma considerable, tal vez digan: “Si mejoro, ¡seguro que me diagnostican un cáncer!”.
O se autoconvencen de que, si dieran un solo paso adelante más, se harían
pedazos. Como señala Freud, todos estos fenómenos son signos del deseo
del paciente de permanecer enfermo: la reacción terapéutica negativa.
Sin embargo, si contemplamos la organización de las representaciones
en el continuo de las actividades de la pulsión leteica (segunda figura), llegaremos a una interpretación distinta. Un paciente traumatizado con (algunas partes de) su self representado en el ámbito de la muerte no evidencia
demasiada preocupación por sobrevivir. Sólo cuando mejora en el análisis,
cuando ya ha edificado ciertas estructuras más allá del área calma de su self
amortecido, de repente se torna capaz de temer por su vida. Sólo entonces
inviste representaciones del self en el ámbito, cargado de angustia, de la enfermedad y el padecimiento, y parece empeorar. Esos nuevos síntomas (que
a menudo son físicos) le permiten expresar una mayor inquietud por su autoconservación. Dichas angustias marcan una oleada de investiduras leteicas
comparable a la que convoca una persona normal cuando está enferma. Sugiero que la angustia de enfermar, así como las enfermedades intermedias,
constituyen una etapa de transición, inevitable y necesaria, en el proceso que
lleva de un estado traumatizado y amortecido a un estado de autoconservación firme y bien estructurada. Lo que Freud llamó la reacción terapéutica negativa no indica, pues, la resistencia a mejorar, sino que es un signo de que
se está mejorando, y debe interpretársela como tal. Citando a Quinodoz
(1999), diría que estas inquietudes y afecciones son síntomas que “dan vuelta
la página”, y debe interpretárselos progresivamente como una nueva capacidad para suscitar preocupaciones sobre la conservación del analista como
objeto, así como sobre la autoconservación del paciente. O sea que en lugar
de interpretar a nuestros pacientes tales síntomas como una resistencia a
mejorar, como un movimiento regresivo y una expresión de agresividad
vuelta hacia dentro, se los interpretaremos como síntomas que pueden entenderse en el contexto de su progreso y elaborarse del mismo modo que
otros síntomas neuróticos.
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Esto no significa que Freud estuviera equivocado al afirmar que, por debajo
de la reacción terapéutica negativa, hay un sentimiento inconsciente de culpa
(a menudo tomado en préstamo de un temprano objeto de amor). Sólo que, a
la luz de lo anterior, esta culpa inconsciente pone de manifiesto su función defensiva: puede entendérsela como una negación grandiosa del desvalimiento experimentado en el ataque traumático. Pensar “soy culpable” equivale a pensar
“lo hice yo, yo era el responsable en ese momento”; pero lo cierto es que el
trauma avasalló la capacidad del individuo para manejarse y para protegerse del
golpe devastador del ataque (interno o externo).4 Así pues, en la base de la reacción terapéutica negativa está el desvalimiento, tan dramáticamente intensificado en el momento del trauma que, a partir de entonces, la supervivencia exigirá y, a la vez, denegará siempre la ayuda del objeto con vistas a la preservación.
La reacción terapéutica negativa garantiza que el paciente no mejore y continúe
bajo el cuidado del analista, aferrado a él al mismo tiempo que repudia su ayuda.
La dificultad de reelaborar esta culpa inconsciente como negación de la ayuda
se vincula con la angustia inconsciente del paciente a raíz de una furia abrumadora
como reacción al posible trauma futuro, furia que lo domina y que amenaza
con destruir no sólo al objeto externo que lo cuida (el analista), sino también
las frágiles estructuras de autoconservación levantadas dentro de su psique
traumatizada. En esta angustia de perder al objeto del que se depende totalmente, o de tener que combatirlo, se asiste a una repetición del antiguo
trauma, y ella lleva a que el paciente prefiera sufrir aquello a lo cual está habituado y que puede manejar por sí mismo, en lugar de dar un paso adelante.
La angustia de la reacción terapéutica negativa es, entonces, la de un desvalimiento y furia abrumadores; es la reacción de autoconservación del paciente frente a su trauma, intensificada por la agresividad. Y debe analizársela
como tal si se pretende estructurar y limitar sus energías leteicas de una manera acorde a los requerimientos de su autoconservación normal.
RESUMEN
La autora esboza brevemente el tránsito, por parte de Freud, de la primera a la segunda
teoría de las pulsiones, y sobre la base de su propia revisión de la metapsicología freudiana explora el vínculo existente entre la reacción terapéutica negativa y la angustia.
Partiendo de la organización de las diferentes representaciones psíquicas de la pulsión
4 Lo mismo vale para la culpa prestada, que es una negación grandiosa de no ser capaz de
reparar o de salvar la falla del objeto.
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de autoconservación y de la pulsión de muerte (el pasaje de sentirse “seguro” a sentirse
“amenazado” y a sentirse “muerto”), llama nuestra atención hacia un espacio psíquico
en el que se ordenan las representaciones de la enfermedad y el sufrimiento, intercaladas con las representaciones ligadas a la autoconservación de un self sano y a las de
la muerte. Si las representaciones que tiene un individuo de su self han sido en parte
amortecidas (deadened) por un trauma, para recomponer su sentimiento de estar seguro
deberá pasar antes por una etapa de transición en la que se intensifican los temores
de estar en peligro (aumento de los impulsos de autoconservación).
Cuando se trabaja con pacientes traumatizados, es frecuente advertir la presencia
de una reacción terapéutica negativa, o sea, que después de una mejoría el paciente
vuelve a empeorar –y esto se manifiesta con síntomas físicos–. Su repliegue al estado
“amortecido” obedece a un súbito aumento de la angustia o a una irrupción de temores cuando se abandona la región próxima a la muerte para transitar por la enfermedad y el sufrimiento. Dicha reacción terapéutica negativa implica que la angustia se ha vuelto intolerable para el paciente. Sin embargo, si consideramos, con
Quinodoz, que estas inquietudes y afecciones son síntomas que “dan vuelta la página”,
cabe interpretarle al paciente que finalmente ha logrado sentir la angustia y preocupación por su bienestar cuya ausencia fue resultado del propio trauma. La reelaboración de estos temores incrementados de autoconservación (supervivencia) restablecerá representaciones asociadas a un self suficientemente seguro y protegerá
al paciente de ulteriores regresiones (retrocesos) a los estados “amortecidos”.
PALABRAS CLAVE: PULSION DE AUTOCONSERVACION / PULSION SEXUAL / PULSION DE VIDA
/ PULSION DE MUERTE / SELF / ANGUSTIA / REACCION TERAPEUTICA NEGATIVA / CULPA.
SUMMARY
The anxiety of the negative therapeutic reaction
On the basis of her revised version of the transition of Freud’s first to his second
drive theory (briefly outlined here), the author explores the relation between the negative therapeutic reaction and anxiety. Elaborating on the organization of the different psychic representations of the preservative- and death drives (from “being
save” to “being endangered” to “being dead”) she draws our attention to a psychic
space, organizing the representations of illness and suffering, that intersperses the
representations of healthy self-preservation and those of death. A person whose selfrepresentations have in part been deadened by trauma, has to tolerate a transitional
phase with heightened fears of being endangered (increased self-preservative urges),
in order to rebuild a sense of being save. When working with traumatized patients
we often notice the negative therapeutic reaction, that is after getting better they fall
back to being worse (often physical symptoms). Their retreat into the deadened state
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is due to a sudden increase of anxiety or an eruption of fear while leaving the area
of death and going through the area of illness and suffering. When the anxiety is intolerable, a patient will show the negative therapeutic reaction. However, if we think
of these occurring anxieties as “symptoms who turn a page” we can interpret to the
patient that finally he feels the anxiety and concern about his well-being the lack of
which was the consequence of his trauma. Working through these increased selfpreservative (survival) fears will reestablish the representations of a save-enough self
and shield the patient from further regressions (withdrawals) into deadened states.
KEYWORDS: SELF-PRESERVATION DRIVE / SEXUAL DRIVE / LIFE DRIVE / DEATH DRIVE /
SELF / ANXIETY / NEGATIVE THERAPEUTIC REACTION / GUILT.
RESUMO
A angústia da reação terapêutica negativa.
A autora esboça brevemente sobre a passagem, por parte de Freud, da primeira à
segunda teoria das pulsões e, baseada na sua própria revisão da metapsicologia freudiana, explora o vínculo existente entre a reação terapêutica negativa e a angústia.
Partindo da organização das diferentes representações psíquicas da pulsão de autoconservação e da pulsão de morte (a passagem de sentir-se “seguro” para a de sentir-se “ameaçado” e a de sentir-se “morto”), chama a nossa atenção um espaço psíquico onde são ordenadas as representações da enfermidade e o sofrimento,
intercaladas com as representações ligadas à autoconservação de um self saudável e
às da morte. Se as representações que um indivíduo tem de seu self foram em parte
amortecidas (deadened) por um trauma, para recompor seu sentimento de segurança,
deverá passar antes por uma etapa de transição onde se intensificam os temores de
estar em perigo (aumento dos impulsos de autoconservação).
Quando se trabalha com pacientes traumatizados, é freqüente advertir a presença
de uma reação terapêutica negativa, ou seja, que depois de uma melhora o paciente
volta a piorar – e isto se manifesta com sintomas físicos. Seu retorno ao estado “amortecido” obedece a um repentino aumento da angústia ou a uma irrupção de temores,
quando se abandona a região próxima à morte para transitar pela enfermidade e o
sofrimento. Dita reação terapêutica negativa significa que a angústia tornou-se intolerável para o paciente. Entretanto, se consideramos, com Quinodoz, que estas
inquietações e afecções são sintomas que “dão volta à página”, cabe interpretar-lhe
ao paciente que finalmente conseguiu sentir a angústia e preocupação pelo seu bemestar, cuja ausência foi resultado do próprio trauma. A reelaboração destes temores
incrementados de autoconservação (sobrevivência) restabelecerá representações associadas a um self suficientemente seguro e protegerá o paciente de ulteriores regressões (retrocessos) aos estados “amortecidos”.
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PALAVRAS-CHAVE: PULSÃO DE AUTOCONSERVAÇÃO / PULSÃO SEXUAL / PULSÃO DE VIDA
/ PULSÃO DE MORTE / SELF / ANGÚSTIA / REAÇÃO TERAPÊUTICA NEGATIVA / CULPA.
Traducción: Leandro Wolfson
Bibliografía
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vol. XI. (“La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”, A.E.,
vol. XI).
—— (1915). Instincts and their vicissitudes. S.E., vol. XIV. (“Pulsiones y destinos
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(Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, A.E., vol. XXII).
Green, A. (1993). Le travail du négatif, París, Éditions de Minuit.
Laplanche, J. (1997). Une métapsychologie à l’épreuve de l’angoisse. En su Le primat
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paradoxical regressive content, International Journal of Psychoanalysis, 80, 225238.
Schmidt-Hellerau, C. (2000). Pulsion de vie, pulsion de mort, libido et lethe, Delachaux
et Niestle, París, Laussanne.
—— (2006) Une modification dans la tête de Janus. Réflexions métapsychologiques
sur la contribution de l’analyste à la transformation psychique, Bulletin EFP.
—— (2007). Survivre dans l’absence. Pulsion de conservation et pulsion de mort:
de leur rapport et de leur valeur clinique eu égard au trauma et à la psychopathologie grave. Revue Française de Psychanalyse, 555-580.
[TRABAJO SELECCIONADO PARA SU PUBLICACIÓN EN JUNIO DE 2010]
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