EDUCACIÓN SE ESCRIBE SIN “HACHE”

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EDUCACIÓN SE ESCRIBE SIN “HACHE”
1. Introducción
El término educación proviene del latín educere, que significa “guiar, conducir”
o educare, que se define como “formar, instruir”. No trato de parodiar la obra quasi
homónima de Jardiel Poncela, ya que considero que educar no sólo vale la pena sino
que es completamente necesario. El motivo de escoger este título es el de hacer una
referencia explícita con el lenguaje de una de las reglas ortográficas de nuestra lengua
que se enseñan a los niños en el “cole”, usando de este modo la función
metalingüística.
Es por todos sabido que el ser humano se va formando desde su nacimiento, y
la primera etapa tiene un peso primordial en su posterior desarrollo y transformación.
Esta instrucción supone un proceso complejo, en el cual la persona debe integrarse en
el medio y aprender gran cantidad de cosas en un tiempo récord. Existen muchas
teorías sobre el aprendizaje pero se pueden englobar en tres grandes grupos, las
ambientalistas, las nativistas o innatistas y las interaccionistas.
Las primeras se basan en la experiencia y nuestra relación con el entorno. La
más relevante de éstas es el “Behaviorismo”, teoría que sostiene que existen una serie
de estímulos a los que el ser humano responde, sin creer, obviamente, en lo innato del
ser humano. Según Skinner, si el niño muestra un determinado comportamiento y la
respuesta del medio es de aceptación, éste no sólo lo mantendrá, sino que lo
desarrollará y mejorará, todo esto debido al refuerzo positivo que recibe. Por el
contrario, si este refuerzo fuera negativo, poco a poco iría intentando deshacerse de
ese comportamiento hasta anularlo completamente. Por otra parte, Bloomfield expone
que el desarrollo del niño se basa en una formación de hábitos que va adquiriendo a
través de la imitación de todo aquello que percibe a su alrededor, ya sea bueno o
malo, en principio carente de filtros de conducta, lo cual se completaría con la teoría
de Skinner. Bloomfield, por tanto, apostilla que toda semejanza en el desarrollo de dos
niños se debe a la formación tan parecida que han recibido del entorno.
Las teorías nativistas, por otro lado, defienden que el ser humano posee una
capacidad innata para desarrollar el lenguaje. La Gramática Universal es una teoría
que explica que existen una serie de principios comunes a todas las lenguas naturales.
Chomsky cree que estos son innatos al ser humano y que consisten en una serie de
reglas que facilitan nuestra adquisición de la lengua materna.
Por último, las teorías interaccionistas podrían considerarse un compendio de
las anteriores, ya que consideran que tanto los factores externos como lo innato a la
condición humana influyen en el aprendizaje. El cognitivismo es la teoría de mayor
1 trascendencia dentro de este grupo y subordina el lenguaje al pensamiento. Jean
Piaget, cuyos estadios de desarrollo trataremos más adelante, es uno de sus máximos
exponentes. A partir de la observación del crecimiento de sus hijos, reconoce que las
acciones del bebé interaccionan con el medio sociocultural y generan una serie de
principios lógicos antes de que aprenda a hablar. Así, debido a sus aportaciones en el
campo de la psicología evolutiva y sus estudios sobre la infancia, es imprescindible
hacer mención a este filósofo a lo largo de estas páginas, en las que trataremos de
reflexionar sobre los puntos que consideramos más relevantes en la educación del
niño desde que nace hasta que entra en la adolescencia, etapa en la que finalmente
nos centramos.
2. Infancia y niñez: ¿jugamos?
Se considera infancia al periodo que transcurre desde el nacimiento hasta los
seis o siete años de edad. Durante esta etapa, el niño desarrolla su capacidad motora
y su inteligencia, así como su afecto y empatía social. Si tenemos la oportunidad de
observarlos, apreciaremos que comienzan a coger distintos objetos alrededor de los
cuatro meses, se sientan solos en torno a los seis, empiezan a gatear con once (o
incluso antes), caminan a partir del año, y a continuación aprenden a subir escaleras,
con las inevitables caídas. El infante, además, posee una evidente necesidad de
aprender cómo hacer las cosas, primero permiten que sus padres les enseñen a
atarse los zapatos y sin apenas darnos cuenta ya no quieren que entren con ellos al
baño o que les den de comer porque ellos “pueden solos”. Y es que con tres años,
comen con cuchara sin que apenas se les derrame nada.
El niño se consideró durante mucho tiempo un adulto en pequeño. Hoy en día,
esto ha cambiado, aunque muchos tengan móviles a edades demasiado tempranas o
sus padres los lleven a colegios cuyos uniformes parezcan más propios de ejecutivos
que de alumnos de primaria. Actualmente sabemos que aprende del adulto, el cual le
debe servir como modelo y ejemplo a lo largo de este largo y complejo proceso de
asimilación, aprendizaje y desarrollo. Pero no sólo es un alumno que aprende del
maestro sino que además descubre cosas por sí mismo y es un individuo particular
que posee sus propias características. Es un hecho que cada niño tiene un
comportamiento adaptativo que depende del entorno que le rodea, de lo que
experimenta en su casa, de lo que lee, de lo que escucha. Esta maduración personal
no tiene por qué ser simultánea a la progresiva calidad de los movimientos
musculares, lo cual refleja la maduración del sistema nervioso central.
Según Piaget, existen tres periodos principales en el desarrollo de su
inteligencia. La senso-motora, hasta los dos años, en la que llamará su atención y le
divertirá todo lo que haga ruido. Desde los dos a los cuatro años, el niño desarrollará
el pensamiento simbólico, fase en la cual sentirá tentación por lo prohibido así como
una preferencia por todo lo nuevo que se presente frente a lo viejo (aunque sea algo
que le regalaron hace una semana). Y, por último, la fase de pensamiento intuitivo,
desde los cuatro hasta los siete años aproximadamente, durante la cual el infante
comienza a armar rompecabezas, por ejemplo.
La infancia se caracteriza por el egocentrismo de los niños y su necesidad de
que todo gire en torno a su “Yo”. De ahí, lo controvertida que puede llegar a ser la
llegada de un nuevo hermanito/a a la familia, como si el núcleo que existía se
rompiese. De todas formas, los celos no son algo irremediable, todo depende de cómo
traten los padres esta situación de cambio, que a priori provoca esa inestabilidad en el
2 infante. Se trata también de un período de gran creatividad, en el que inventa cosas
constantemente, creando un mundo paralelo a la realidad, uno lleno de fantasía en el
que todo es posible. Inventan juegos en los que ellos son los protagonistas y les
encanta que les cuenten cuentos.
En lo referente al desarrollo afectivo, sexual y social, éste se divide en tres
fases, según Piaget: oral, anal y elíptica. Durante la primera, el infante siente atracción
por todo lo que está relacionado con los sentidos. Así, le gusta llevarse todo a la boca
y le encantan los colores llamativos, así como todo aquello que emita algún sonido,
como ya mencionamos antes. Con respecto a la anal, el niño aprende a controlar sus
esfínteres, algo necesario y que le puede provocar incluso placer. Por último, en la
elíptica, el infante siente más amor por el progenitor del sexo opuesto, hasta que
descubre que para llegar a él (niña) o ella (niño) tiene que llegar a ser todo un hombre
(como su padre) o toda una mujer (como su madre). Esto es el principio de
identificación, y es entonces cuando comienza a interiorizar las normas de los padres,
los cuales conforman su “Super-yo”.
Por otro lado, se considera niñez a la etapa que transcurre desde los seis a los
doce años. Suele coincidir con la entrada en el colegio, un momento que puede ser
bastante complicado si tenemos en cuenta que el sujeto emerge del mundo familiar
cerrado, en el que son el centro de atención, para entrar en un mundo social más
abierto, en el que pasan a ser uno más, algo a lo que deben adaptarse. Su lenguaje
egocéntrico se convierte progresivamente en socializado. El niño se vuelve interesado,
considerando sus amigos a aquellos que le regalan cosas o que son más dominantes
en el grupo. Uno de los mecanismos que usa el niño en la formación de su “Yo” es el
de “identificación”, al que hicimos referencia antes, y con el que el sujeto no sólo imita
a los que le rodean debido a su deseo de asemejarse a ellos sino que intenta
apoderarse de toda su personalidad. Paralelamente, con el de “defensa”, proyecta su
agresividad hacia lo que él considera el objetivo a derribar, el enemigo, ya sea por
rivalidad, envidia, o temor.
Una interesante manera de estimular o alentar al niño durante este periodo es
escuchando todo lo que ha aprendido en el colegio, interesándose por repasar, saber
o incluso aprender al mismo tiempo que su hijo, de manera que compartan cuantas
más cosas mejor, influyéndole positivamente. El adulto debe sugerir en lugar de
obligar, y puede también ocurrir que las impresiones no concuerden pero resulta
igualmente útil, ya que el niño es consciente de las alternativas o variables de las que
dispone. La comprensión es esencial por ambas partes.
El debate es, también, parte de la comunicación, y supone un ejercicio perfecto
para esperar el turno de palabra, para aprender a escuchar al prójimo, así como para
argumentar nuestras ideas y rebatir, en caso necesario, lo que no compartamos.
Además, esta práctica pone de relieve el respeto mutuo entre interlocutores. El hecho
de que los padres tomen las iniciativas, sugerencias o intervenciones de sus hijos en
serio supone una invitación a la madurez y a la seguridad en ellos mismos. Asimismo,
es esencial promover su inquietud. Los padres o educadores no deben menospreciar o
considerar absurdas las ideas de los niños, porque esto ocasiona que éstos no tengan
el margen de confianza necesario para intervenir la próxima vez con la misma
espontaneidad. Así, debido a que comienzan a convivir con seres de su misma edad,
esta etapa se caracteriza fundamentalmente por la conquista social, algo que incide
fuertemente sobre la personalidad del sujeto.
3. La adolescencia: ¡Qué emoción!
3 A partir de los trece años, los niños suelen estar confusos, les están pasando
cosas nuevas y se tienen que adaptar a ello. La adolescencia es un periodo de
transición que comienza con la pubertad, pero su duración varía de unos sujetos a
otros, dependiendo de múltiples factores. Corresponde a grandes modificaciones
físicas tales como la menarquía en el caso de las chicas o la incipiente barba en los
chicos. Por otro lado, en el plano psicológico e intelectual, adquieren capacidad de
síntesis, así como un espíritu crítico, lo que se transforma en discusiones en algunos
casos. Asimismo, existe una necesidad progresiva de independencia, la cual se
contrapone con la de protección por parte de sus progenitores, algo que suele
ocasionar la desobediencia del niño. Para ello, es primordial que los padres conozcan
bien a sus hijos y creen un vínculo de confianza recíproca, de presencia real y moral
en sus vidas. Eso sí, si resultase inoportuna o empalagosa, puede causar rechazo en
lugar de unión y por eso, se debe ser cauto teniendo en cuenta su necesidad de
espacio para formarse como personas con su propia personalidad e intimidad.
Asimismo, sienten todo con mucha intensidad y, a menudo, sienten
incomprensión, algo que desde luego comparten sus padres. Sin embargo, la
influencia moral de las familias es decisiva en esta etapa, y aunque algunos niños son
reacios a desahogarse, es necesario que los padres les insten a hablar y a compartir
con ellos lo que les ha sucedido a lo largo del día, por ejemplo. Los padres deben
mostrarse disponibles y hacer comentarios, involucrarse, opinar sobre lo que su hijo
está contando, a fin de que sea un intercambio de información. Si observan a sus hijos
activamente, podrán también darse cuenta de sus aspiraciones, aficiones, o
cualidades y así potenciarlas en la medida de lo posible. Durante este período,
además, se produce una separación entre chicos y chicas, así como una tremenda
curiosidad por el sexo, de ahí la necesaria comunicación entre padres e hijos.
Una vez superada la fase de la pubertad, los niños se adentran en el
“maravilloso mundo” de la adolescencia propiamente dicha, durante la cual se
establecen las bases de un sistema de valores que los acompañará a lo largo de su
vida. De alguna forma, el individuo es delimitado por la sociedad y la cultura, en
principio reprimiendo sus instintos en pro de tales valores morales como el honor, la
sinceridad, la lealtad o la valentía, sin olvidar la fuerza de los primeros sobre el
ambiente en cuanto a implantar sus ideas y opiniones. Y es que, a esta edad, existe
una imperiosa necesidad de integración, algo que a veces provoca inestabilidad
emotiva y humor cambiante. Los padres deben apreciar el obstáculo que constituye
para un desarrollo fisiológico en curso un conflicto afectivo. Esto puede incidir tanto
sobre el plano de la imagen de sí mismo como sobre el de las relaciones del individuo
con los demás y consigo mismo. Así, el aspecto social del problema se impone con
toda su trascendencia. El desarrollo del individuo está condicionado por el encuentro
con los otros, durante el cual los adolescentes pueden acudir al alcohol o las drogas
para evitar la realidad, para experimentar nuevas sensaciones, o simplemente para ser
aceptados por un grupo.
Además, los adolescentes están repletos de ideales y a menudo sueñan con
los ojos abiertos, por lo que necesitan el apoyo y la orientación de sus padres. Del
mismo modo, si disponen del modelo, es más fácil que lo sepan ver a través de sus
actos que si simplemente les proporcionan directrices sobre lo que está bien o mal, y
lo que debería ser. Lo último que quieren es que su padre o madre le digan: “esto no
se hace porque lo digo yo”, ya que el papel de padres “todopoderosos” lo van
descartando a medida que sus deseos no se corresponden con lo que sus padres les
marcan y empiezan a considerar a sus amigos del “insti”, aquellos que les ríen todas
sus gracias, como sus aliados en el frente de una guerra que ellos creen que existe,
4 debido a la distancia generacional, con los “carrozas” de sus padres. En muchas
ocasiones, piensan que sus padres no les van a entender o que no se imaginan por lo
que están pasando, alegando que ya no se acordarán de cuando ellos eran jóvenes, o
que los tiempos han cambiado.
Por desgracia, la experiencia de los mayores a veces sólo les sirve para saber
que ellos también quieren vivirlo. Sin embargo, los padres no deben ser meros
espectadores de la vida de sus hijos, sino que conviene aconsejarles para que
después ellos elijan el camino que quieren tomar, aunque no siempre coincida con el
suyo propio. Así, debe existir un esfuerzo por ambas partes de comprensión y
entendimiento. Cada sujeto tiene una finalidad diferente en lo que concierne a
aspiraciones vitales que debe ser respetada. Los padres pueden intentar canalizarlas
de alguna forma, pero jamás asfixiarlas.
Los adolescentes encuentran satisfacción al llamar la atención, sea de la forma
que sea, debido a su necesidad de afirmación y de diferenciación. Siguen deseando
recibir afecto por parte de sus padres, aunque en público les cueste más, pero a su
vez intentan también buscarlo fuera de casa, ya que sienten las primeras atracciones
heterosexuales. Esto va ligado a su necesidad de probar la paciencia o permisividad
de sus progenitores, están tanteando el terreno por el que pisarán de ahora en
adelante. La adolescencia es una etapa en nuestras vidas particularmente crítica,
vinculada todavía en cierta manera a la infancia y la niñez. La crisis a esta edad está
determinada por el hecho de que todavía no saben con claridad lo que son, lo que
quieren o no quieren ser, encontrándose en un estado de indeterminación. Así, tanto
un liberalismo excesivo como la carencia de límites de confianza, llegando a
considerar “colegas” a sus padres tienen consecuencias enojosas en muchos casos,
pues “no todo está permitido”.
4. Conclusión
Aunque dispongamos de psicólogos tanto en los colegios como en los
institutos, los profesores, a veces, tenemos que desempeñar este rol, sin pretensión
alguna de intrusismo claro está. Y es que las aulas están repletas de alumnos con
problemas de distinta índole, que a menudo requieren de nuestra ayuda y apoyo. Así,
es conveniente separar el papel de padres como educadores de sus hijos del de
profesores que enseñan una determinada materia. Es cierto que los tutores se deben
interesar por el ambiente familiar de los alumnos así como de que se respire una
atmósfera de paz y armonía dentro del aula, ya que todo ello influye en la formación
académica del estudiante. Sin embargo, si un profesor regaña a un alumno por decir
palabrotas, y después se le permite decirlas en casa, ¿qué conseguimos?
Enfrentamientos entre el ámbito familiar y el escolar, así como la rebeldía de un niño
confundido.
Son muchas las fórmulas pedagógicas pero en la práctica lo primordial es
siempre el contacto humano y la conducta del educador. Es evidente que existen hoy
en día una serie de problemas que afectan tanto a niños como a adolescentes, y que,
sin duda, es importante que los docentes conozcamos más profunda y
detalladamente. De esta forma, se podría atender de una manera más efectiva a las
posibles dificultades a las que nos tenemos que enfrentar a diario en las aulas. Ya
sabemos que la adolescencia, sobre todo, es una etapa de muchos cambios, tanto
físicos como mentales, y que es difícil afrontarla, pero nuestra suerte es que “no hay
mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista”, como dice el refrán. Así que
debemos tener paciencia, tratar de dialogar con ellos y llegar a acuerdos por el bien de
5 la convivencia. La de educador es una profesión en la que se recibe más de lo que se
da y esto es lo que hace que valga la pena nuestro esfuerzo.
5. Bibliografía
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