Fugarse del tiempo

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Fugarse del tiempo
Creo recordar que fue en la clase de gramática, con la
venerable Señorita Mariana Peláez Martínez e Ibarra,
cuando empecé a desgranar los verbos regulares e
irregulares, en su vertiente tan ignota y fascinante de
los tiempos pasados, presentes y futuros. Era una
infantil simpleza según lo veo hoy, pero al nombrar
esos periodos del tiempo, aprendí en toda su magna
dimensión - o por lo menos como lo puede entender
un purrete de siete u ocho años - a manejarme
perdiéndome entre los momentos frenéticos del
tiempo. Me sentía que sabía y que era yo muy importante, no lo niego.
Lo hablé esa misma tarde con mi hermano mayor, que en ese tiempo se esforzaba por entrar
al seminario. No te metas con el tiempo - me dijo, sin mirarme a los ojos, arrugando el
entrecejo y con sus manos ocultándose entre los misterios oscuros del bolsillo. Y se quedó
mirando mucho más allá del jardín y del presente, a través de la ventana de la cocina
transparente, como si no existiesen mi yo y mi presente… Y en voz muy baja le oí decir
algo, que ahora lo recuerdo como esto: - El pasado pone a prueba tu capacidad de
recordar, el presente, desconcierta tu talento de saber si en el ahora, elegís lo que es más
importante. Y el futuro, siempre aterra con sus posibilidades tan nefastas...
-
No dejes que el pasado arruine tu presente, acuérdate siempre que tu futuro está en las
manos del presente… - me dijo en la fría madrugada en que se despidió de mi. Yo
apenas lo entendía, medio entre dormido como estaba en aquella mañana de su último
invierno. Después, tan solo alcance a ver su puntiaguda nariz asomarse tras el féretro,
pues no me dejaron ni siquiera acercarme. Los suicidas nunca suelen ser ni
recomendables ni envidiables para párvulos e infantes.
En uno solo de sus tan extraños libros, que alcance a rescatar del paupérrimo cajón que el
seminario remitió, y que por largo tiempo en el zaguán depositado lo dejaron, demasiado
muy cerca de la piecita del fondo, encontré escrito con su inconfundible letra una frase que
me sonó muy rebuscada: “Lejos de huir del presente, quiero gritarle al mundo que el futuro
no es otra cosa que un pasado diferido de acaecer”
En el fondo seminario del cajón, reposaba un largo rosario negro, negro, muy negro y casi
intacto (no creo que mi hermano haya rezado demasiadas horas con él...) Unas cuantas
medias rotas y un más que extraño espejo, fueron las únicas otras pocas cosas rescatables
de aquel cajón abandonado (incluso esos libros, sin ninguna ilustración, no eran una gran y
demasiada cosa…)
Crisis, cambio, romper, ruptura, pasado, presente y futuro... y yo también que fui pasando
por las mías. En las clases de filosofía en la escuela secundaria y cuando a la
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distinguidísima profesora se le ocurría evaluarnos, mi existencia se trastocaba en
fragmentados períodos de tiempo, que se me hacían uno solo. Pasado, presente y futuro
suspendidos en ese instante interminable del presente.
Y por varios meses me sentía reviviendo - lo juro con las manos bajo mis testículos, tal
como se hacía en los primeros siglos - en los tres tiempos simultáneos de la vida. Pasado,
presente y futuro, por momentos en mi vida eran solo uno. Tenía un minúsculo minuto para
recordar lo que había aprendido y eso, me transportaba hasta el pasado. Un minuto del
presente para pensar en lo que iba a hacer en el siguiente. Y al próximo minuto, solía
celebrar el que hubiese llegado hasta el futuro. Pero al próximo instante, en vez de yo
calmarme, todo se me volvía a comenzar… Era agotador, agotador, agotador. Era, es y será
agotador.
Entre pensamientos obsesivos, fui adolescente creciendo y cuando debía cruzarme de calle,
sentía el agobio del tiempo trepándose por mis espaldas. Sentía ese desplazarme a través de
los tres tiempos, cuando dejaba al pasado en la vereda de atrás, viviendo el presente en la
mitad de la calle, y sintiendo que llegaba a mi futuro en la vereda de enfrente.
Transpiraba de ansiedad, queriendo superarme, e intentaba convencerme que tan solo mi
pasado había sido un desesperante experimento. Que mi presente triste, del cual dudaba
cada día un poco más, entraba en la vorágine de las oportunidades. Y que mi ansioso
futuro, era para mí tan incierto como lo era para todos
Para complicarme un poco más, mis padres decidieron incinerar todas las cosas que
sobrevivieron a mi hermano. No quisieron escucharme, pues como les faltaban a sus
cerebros las ideas, se le rellenaban de palabras sus cabezas y sus bocas, buscando de
ignorarme.
Fue en una noche, una noche de silencios y de fríos. Una pira de cosas a quemar, que
parecía quedarse en las orillas del océano de la peor de las locuras. - No saben lo que
hacen… - les dije tranquilo, y mis padres me miraron con horror. Algo sospechaban, seguro
yo lo estoy. Yo las quería para mi a todas esas cosas que fueron de mi hermano, las
anhelaba expectantes y el destino me permitió transgredir hasta mis propios anhelos. Por
momentos me sentía como un pobre naufrago del tiempo, mirando a ese fuego que latía y
que latía...
Crepitaron las brazas entre las lenguas de fuego indominables. Todo era asfixia de calor,
amarillo de luz y soledad invisible... y había un acre olor a azufre, que apestaba. Varias
cosas se prendieron fuego, casi todas. Menos uno de los libros y el espejo. Estos ni siquiera
se ensuciaron... Cuando el fuego se apagó y mis padres se marcharon... entre las sombras
me acerqué hasta las cenizas. El libro parecía recién sacado de una imprenta. Hasta tenía
ese olor a nuevo que tienen los libros recién editados. Busque la inscripción que había
dejado escrita mi hermano y no la encontré en una primera ojeada. En una segunda, si, pero
a la tercera no. Lo atribuí a mi cansancio, y en ese momento - es comprensible - no podía
creer que fuese otra cosa.
Esa noche fue muy larga y no pude dormirme. Los ruidos de lo oscuro, multiplicados por el
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miedo, me aterraban y sin embargo me sentía poderoso. Estaba decidido a proseguir tras las
huellas del viaje inconcluso de mi hermano. Debajo de mi almohada reposaban el espejo y
el libro incombustible. Encendí el velador de mi mesa de luz. Tres y cuarenta y dos
proclamaba la pantalla de mi reloj de pulsera. Me miré en el espejo rescatado de las llamas,
pero no reflejaba nada - Claro, se empañó con el calor del fuego - pensé - Mañana lo
limpio...
Cuando comenzaba a amanecer, empecé a dudar de mi mismo. En el libro no se quemaba la
verdad tras la mentira, pero temía leerlo para no quedarme nominado como un seguidor de
creencias espurias. Temía que fuese algo comparable con la rigidez científica de la borra
del café o de las vidas pasadas. Miré hacia todas partes, como buscando algún peligro que
esperase agazapado... pero nada, todo seguía en silencio, apenas interrumpido por el soplar
suave del viento y el ronquido gutural de la garganta de mi padre en la otra pieza.
No pude resistirme más y abrí el libro. Cuando comencé a leer el texto, me asombré de su
violencia profanadora, con una vocación develadora de verdades tan ocultas. Los leí a sus
párrafos con mucha atención y encontré que detrás de las verdades espesas estaban los
rastros visibles de una sabiduría desconocida. Me sentía como un sujeto privilegiado que
puede descifrar el caos del universo y de este mundo.
El libro era un universo que a cada rato se volvía más y más nuevo, y hasta había
desaparecido la imagen de viejo lobo cascoteado por la vida, que trasuntaban sus primeras
páginas. Fantasía que se iba entretejiendo con retazos de realidades y certezas. Absurdo
universo que me resultaba desconocido y familiar. Universo tan rico, tan vasto, y a la vez
tan misterioso. En un solo libro, todos los libros... Era increíble.
Por la mañana el espejo irradiaba sus fantásticas imágenes... llegué muy lejos, como
siempre que uno no sabe adonde va, que termina más lejos de lo que esperaba. Espíritu
encerrado dentro de él, que nadie lo veía hasta que yo, empecé a volver a verlo. Empecé a
entender que el tiempo había hecho al hombre. El germen de la más pura locura anidaba
dentro de él, y había sido alimentado por filas de humanos condenados. El tiempo es la
cárcel a la que hemos sido condenados para sufrir con más dolor las emociones.
¿Cómo llegó ese espejo hasta mi hermano? Una pista me la había dado mi padre, quien
aseguraba que se lo había entregado en manos un tío abuelo de nombre Ciro. Ciro, se decía
de él, que antes de fallecer de meningitis internado en el Hospital Neuro Psiquiátrico
Nacional José Tiburcio Borda del Barrio de Barracas, había sido un respetable hombre de
negocios. El corazón me daba vueltas, alterado y vagando mi espíritu por el mundo del
ensueño. Me di cuenta que mi hermano se había equivocado, que no había entendido...
Empecé a entender sin embargo, que los errores de mi hermano eran lo que me llevaban a
quererlo aun más. Meditar es un ocio demasiado trabajoso. Ver como antes se trastocaban
las almas ante el diablo y que las de ahora, en cambio, las intercambian ante el sucio
dinero, en una compraventa de pobrezas que otorga al alma el valor de poca cosa. Antes al
alma la vendían muy cara y le daban destino a aquello que el diablo no compraba,
intentando vendérselo al Dios mismo.
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Me resultó complicado llegar hasta la iglesia Nuestra Señora de Balvanera en la esquina de
Bartolomé Mitre y Azcuénaga. Caminé casi dos horas, pero llegué antes de las nueve, tal
como lo pide el libro. Iglesia vieja, con torres de campanas y palomas, donde no hay color
que no se cubra en los tonos del grisáceo. Arquitectura y mobiliarios viejos, detenidos en el
tiempo, que tornan aun más patente que el presente es igual a su pasado, y que el futuro
será igual a este presente.
Entre. Sentí que palpitaba el corazón y que el aire no me entraba en los pulmones. La piel
se me erizaba, la boca estaba seca y el cuerpo me temblaba. Todo era muy extraño y
sencillo al mismo tiempo. Me quedé parado, inmóvil, por un largo rato. Cuando me
recuperé, conté las columnas y me acerqué a la segunda de la izquierda. Muy cerca de San
Expedito. Volvieron las palpitaciones al momento de tocarla, pero una extraña música me
acicateaba a continuar, así que acerqué mi oído y lo apoyé... cerré los ojos y lo viví todo.
Me lo bebí todo... Era lo que había estado esperando.
Me sentía poderoso. Saqué el espejo y miré a través de él. El mismo espíritu de los siglos
antiguos, era el del presente de hoy y el de las centurias por venir. No había ni tiempo ni
espacio, todo era todo de golpe (es vano intentar con palabras definir lo inefable...).
¡¿Cómo explicar aquello donde un segundo era como miles de años, y miles de años no se
diferenciaban de un segundo…?! Era como estar en todas partes a la vez, y todo estaba
presente. El pecado de Adán y Eva era como si estuviera ocurriendo ahora mismo. Era un
verlo en el presente del ahora, no como un algo en el pasado. El sacrificio de Sócrates era
como si ocurriera ahora mismo... Lo que iba a ocurrir dentro de muchos años en el mundo,
era un presente ahora, como si estuviera ocurriendo todo “ahora mismo”. No había pasado
ni futuro, todo era un presente, sin tiempo y sin espacio.
Algo de ello había sentido antes en mi imaginación, pues en ella tampoco existía el tiempo
ni el espacio. Con ella estaba simultáneamente viviendo en Río de Janeiro, y peleando
contra pirañas feroces en el fondo del Amazonas, y, al mismo tiempo, en lo más alto del
Aconcagua volando como un cóndor. Pero todo era absoluta fantasía, pues sabía que eran
cosas de mi imaginación, que no eran reales... En cambio, en el espejo esto si existía, era
real, pues uno podía estar en todos los sitios al mismo tiempo, ya que no había tiempo ni
había espacio
¿Cuánto dura el presente? ¿Un minuto? ¿Un segundo...? En realidad, cuando llego a ser
conciente del presente, ya se transformó en pasado para mí. Ese no poder asirme del
presente, a mí me vuelve loco. Por eso hago lo que hago. Presente que no existe y sin
embargo, nada es más importante que este momento y que este día.
-
¿Me compra una estampita, Don? - me pide una niña de voz indefensa, a la cual el libro
dice que se llama Rosaura, y que es el cancerbero feroz de la columna central del
Universo. Mi hermano escribió que es una extra terrestre, pero yo pienso que no. Ni
ella, ni la mujer que la observa atenta desde atrás... Pienso que no son extraterrestres,
que solo son extra temporales. Están tratando de tumbar al sol, en un baño de sol que
nos promete un vuelo en el abismo y que se va a precipitar entre sonidos bellos de
árboles que cantan... Solo hay que esperar.
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Le compro la estampa y le obsequio mi dinero. Los pobres tienen el terrorífico poder de
enviar a nuestras almas, al cielo o al infierno. O sea, a salir o entrar del tiempo para
siempre. Y yo no puedo correr riesgos de seguir viviéndome en el tiempo.
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