Tema 3. Absolutismo y liberalismo

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Tema 3. Absolutismo y liberalismo (1814-1833)
1.
La restauración de Fernando VII
Cuando, en 1814, el imperio de Napoleón fue finalmente derrotado en Europa,
Fernando VII regresó a España (marzo de 1814). Tanto los liberales como los absolutistas
esperaban con impaciencia el retorno del monarca, conocido como “el Deseado”. Los
absolutistas sostenían con firmeza que el rey debía recuperar la plenitud de su soberanía, y
así lo manifestaron en las Cortes en febrero de 1811. Los liberales, como era natural,
pretendían que el monarca aceptase todas las reformas que se habían aprobado en las
reuniones de Cortes y, por consiguiente, que la Monarquía se rigiese por las normas
emanadas de la Constitución de 1812. ¿Cuál iba a ser la actitud del propio Fernando VII?
Las Cortes y la Regencia le habían preparado un itinerario con el objeto de tenerlo
cuanto antes en Madrid, y evitar así cualquier maniobra que pudiese torcer el proyecto de
los reformistas. Pero Fernando cambió ese itinerario y decidió realizar un recorrido por
algunas ciudades antes de dirigirse a la capital. El 16 de abril entró en Valencia, donde
acudieron los miembros de una delegación de las Cortes, que le presentaron a Fernando VII
el llamado Manifiesto de los Persas, en el que solicitaban la restauración de la monarquía
absoluta y la abolición de la Constitución de 1812. Este documento se conoce con el nombre
de Manifiesto de los Persas, porque incluía una frase que hacía referencia a una supuesta
costumbre de ese pueblo.
El 4 de mayo de 1814, Fernando VII, en un contexto internacional de restauración
absolutista y de creación de la Santa Alianza, aceptó esta propuesta de los absolutistas y
promulgó un decreto por el que derogaba la Constitución. Se trataba de la primera reacción
absolutista contra la incipiente revolución liberal.
Fernando VII, rodeado de antiliberales y con el apoyo del Ejército, anuló la obra
legislativa de las Cortes y promovió una dura represión contra los constitucionalistas, por lo
que muchos de ellos tuvieron que exiliarse. Empezaba así lo que sería una constante en la
historia española de los siglos XIX y XX: la intolerancia y la represión por cuestiones
ideológicas.
En este período de seis años de gobierno iban a dominar los sectores más
reaccionarios de la sociedad. La Iglesia encabezó una cruzada contra las ideas de libertad y
democracia, y defendió activamente a los partidarios del Antiguo Régimen. Se restableció el
Tribunal del Santo Oficio (la Inquisición), suprimido en las Cortes de Cádiz. Se suprimió la
libertad de expresión y de asociación, y muchas universidades expulsaron a los profesores
más abiertos a la ciencia y a las ideas liberales.
Frente a la política restauradora del Antiguo Régimen crece la oposición liberal. A todo
el descontento provocado en poco tiempo por la frustración de las expectativas que había
creado en muchos españoles la vuelta de Fernando VII y el restablecimiento de la
Monarquía absoluta, había que añadirle la actitud de sectores concretos contrarios al
sistema, que comenzaron a trabajar en la clandestinidad para restablecer en España el
sistema de libertades contemplado en la Constitución de 1812. De estos sectores citaremos
en primer lugar al ejército, algunos de cuyos miembros (Espoz y Mina, Porlier, Lacy)
encabezarían los pronunciamientos que intentarían durante esta etapa derribar la Monarquía
absoluta y restablecer la Constitución. Esto se debió a que una parte de la oficialidad,
surgida de la guerra, sufrió la competencia de los elementos nobiliarios y de una difícil
adaptación a la paz.
La burguesía era el otro sector que con mayor claridad buscó el alineamiento en el
campo liberal durante esta primera etapa del reinado de Fernando VII. La pérdida de los
mercados coloniales exigía que se introdujeran reformas económicas en España para
recuperar la actividad de la producción industrial y de los mercados. La política absolutista
que trataba de dejar las cosas como estaban en 1808 explica la adscripción de la burguesía
al liberalismo y su apoyo a las intentonas que se produjeron en este periodo contra el
régimen absolutista.
Además de este problema político, la primera etapa del reinado de Fernando VII ve
empeorar la precaria situación económica y el endeudamiento del Estado, derivado todo ello
de los efectos de la guerra y de la pérdida de los mercados coloniales. Se produjeron
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frecuentes crisis ministeriales, que respondían tanto a la magnitud de los problemas que
había que resolver, como a la incapacidad de los hombres que designó el monarca para
afrontarlos.
2.
El Trienio Liberal
Tras sucesivos fracasos, en 1820 triunfó un pronunciamiento encabezado por Rafael
Riego. El 1 de enero de 1820, en el pueblo andaluz de Las Cabezas de San Juan, Riego
proclamó la Constitución de 1812. Algunas ciudades, como La Coruña y Barcelona, se
adhirieron a la insurrección. Fernando VII, viéndose vencido, pronunció sin convicción la
frase: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Se iniciaba así
el período conocido como Trienio Liberal o Trienio Constitucional, que se mantuvo de 1820 a
1823.
Los tres años que duró el régimen liberal fueron el primer ensayo de gobierno
constitucional que ha vivido España en su historia. Se puso en práctica una política
moderada y se intentaron llevar a cabo los principios que recogía la Constitución de 1812:
libertad de prensa, derechos individuales (inviolabilidad del domicilio, derecho de defensa
ante una acusación, derecho a voto, etc.). La Iglesia, defensora del absolutismo en los años
anteriores, fue apartada de los órganos de poder del Estado. Los jesuitas fueron expulsados
y las órdenes monásticas fueron disueltas, expropiándose parte de sus posesiones
territoriales. Al tiempo, se suprimieron los mayorazgos y entró en vigor la ley del 6 de agosto
de 1811 mediante la cual se suprimían los señoríos. El 29 de junio de 1821 se aprobó el
Reglamento general de Instrucción pública, estableciéndose tres niveles: el de la enseñanza
primaria, universal y gratuita; el de la enseñanza secundaria, cuya formación correría a
cargo de los Institutos que se crearían en todas la capitales, y el nivel universitario, con 10
universidades en la Península y 22 en Ultramar y con la creación de la Universidad Central
de Madrid como establecimiento principal para toda España.
Los liberales en el gobierno se escindieron en dos grupos: moderados y exaltados, que
gobernaron España en décadas posteriores. Los liberales moderados proponían llegar a un
pacto con los absolutistas y crear un sistema en el que, a cambio de restringir algunos
principios liberales, estos últimos aceptasen las nuevas reglas de juego: un sistema
constitucional. Los liberales exaltados (de quienes surgirían los futuros progresistas) creían
que los absolutistas nunca aceptarían una constitución y eran partidarios de radicalizar las
medidas liberales con la ampliación del sufragio universal masculino, reduciendo de manera
drástica el poder de la Iglesia y de amplios sectores de la nobleza, principales enemigos del
liberalismo, y creando un Estado más centralizado que garantizase el ejercicio de la libertad
en todo el país. Los exaltados se apoyaron en las Sociedades Patrióticas y en la Milicia
Nacional como instrumentos de acción política en defensa del régimen liberal.
Pese a que, en la práctica, las medidas de los gobiernos constitucionalistas no fueron
muy radicales, los absolutistas conspiraron desde el primer momento para hacer fracasar el
régimen. Se llegó a establecer una Regencia en la Seo de Urgell (Lérida) que asumía la
representación del monarca “preso de los liberales” y pretendía dirigir los ataques de las
“partidas realistas” que algunos nobles y clérigos tenían organizadas en zonas de Cataluña,
País Vasco, Galicia, Navarra y Valencia, controlando amplias zonas, sobre todo, en
Cataluña y Navarra.
El propio Fernando VII apoyó a agentes que se encargaban de organizar grupos
armados golpistas y enviaba emisarios para solicitar ayuda militar a los gobiernos
antiliberales de Europa con el fin de acabar con su propio Gobierno y poder derogar la
Constitución que había jurado poco tiempo antes.
El intento de golpe de Estado, protagonizado por la guardia real y aplastado por la
milicia nacional y por paisanos armados, provocó la dimisión de Martínez de la Rosa y su
reemplazo por un hombre más a la izquierda, Evaristo San Miguel. El nuevo gobierno se
mostró capaz de aniquilar las partidas realistas pero no podrá hacer frente a la invasión de
los Cien Mil Hijos de San Luis (ejército formado por 60000 franceses y unos 35000
realistas españoles que cruzó la frontera y recorrió el país persiguiendo al gobierno liberal,
que se había refugiado en Cádiz). La primera experiencia de gobierno constitucional acabó
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en abril de 1823 debido a la intervención de este ejército, a las desavenencias entre los
propios liberales y a la pasividad de una gran parte de la población frente a la invasión.
3.
La década absolutista
A partir del golpe de Estado dirigido por Fernando VII se produjo una segunda
restauración absolutista, que duró hasta la muerte del rey, en 1833. La vuelta del
absolutismo trajo consigo una ola de represión y la abolición de todo tipo de libertades
políticas. Muchos liberales fueron ejecutados, entre ellos Rafael Riego, y otros tuvieron que
exiliarse.
Durante esta Década Absolutista la Iglesia se convirtió de nuevo en el principal aliado
de Fernando VII. Justificó desde los púlpitos la sangrienta represión, y algunos de sus
miembros llegaron a denunciar ante el gobierno absolutista a aquellos ciudadanos que
mostraban alguna inclinación hacia las ideas liberales. Esta ola represiva provocó que miles
de españoles, sobre todo militares, profesores, escritores y personas que habían ocupado
cargos públicos durante el Trienio Liberal, tuvieran que exiliarse a países europeos, sobre
todo a Gran Bretaña, o hacia las nuevas naciones americanas que, en su mayoría, habían
conseguido la independencia fundamentándose en las ideas liberales.
La Década Absolutista incorporó, no obstante, algunos cambios en la organización del
Estado y cierta modernización de la Administración. En este sentido, se instituyó el Consejo
de Ministros como gobierno de la Corona y se reorganizó el sistema de Hacienda pública
tomando como modelo el de otros países europeos que ya habían unificado las cuentas del
Estado y elaboraban, como se continúa haciendo en la actualidad, un presupuesto para
cada año. La economía española, después de casi dos décadas de inestabilidad y guerras
(la guerra de la Independencia y las de la emancipación de las colonias americanas)
comenzó a despegar, con las consiguientes repercusiones en el terreno social y
demográfico.
El discurrir político de este período no fue pacífico. Por un lado, permanecía la
resistencia liberal en el interior (a través de sociedades secretas) y en el exterior (a través de
la acción internacional de los amplios grupos de exiliados. Por otro lado, los absolutistas
más reaccionarios, los llamados realistas, respondieron ante las reformas solicitando más
inmovilismo y represión (“Manifiesto de los Realistas Puros”).
La conspiración realista partía de la presunción de que el monarca estaba prisionero
de consejeros traidores al absolutismo y de que, por consiguiente, era necesario rescatarlo
de ellos. Tras varios intentos frustrados (1824 y 1825), en los primeros meses de 1827
estalló en Cataluña una auténtica sublevación popular que recibió la denominación de
guerra de los agraviados o malcontents. La movilización popular por parte de los
llamados realistas puros, al grito de viva Don Carlos, se vio favorecida por el descontento
campesino derivado de la crisis agraria y del aumento de la presión fiscal. La gravedad de
los sucesos obligó al propio monarca a permanecer en el Principado casi un año.
Por su parte, los liberales siguieron conspirando y organizando distintos
pronunciamientos como los protagonizados por Valdés, Bazán, Manzanares, Torrijos, etc.
Los casos de Torrijos y Mariana Pineda, ejecutados en Málaga y Granada, respectivamente,
representaban muy bien la aspiración de libertad que se expandía en los años del
Romanticismo, coincidiendo con la oleada de revoluciones liberales de 1830 en gran parte
de Europa.
En marzo de 1830 se puso en vigor la Pragmática Sanción de 1789, por la cual
quedaba sin efecto la Ley Sálica que impedía a las mujeres acceder al trono. Esta decisión
provocó la protesta de los partidarios de Don Carlos, hermano del rey. El 13 de septiembre
de 1832, Fernando VII cae gravemente enfermo y, bajo presiones del ministro Calomarde y
el grupo "carlista", firma un documento que dejaba sin efecto la Pragmática Sanción. Pero
recuperado de su enfermedad, Fernando VII destituye a Calomarde, firma una amplia
amnistía y restablece la Pragmática Sanción. De esta forma su hija Isabel, con dos años de
edad, es declarada heredera del trono; Don Carlos se exilia en Portugal y sus partidarios
preparan la guerra. El 29 de septiembre de 1833 muere el rey, María Cristina asume la
regencia y los carlistas se alzan en armas.
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4.
La pérdida del imperio colonial
Desde 1808 hasta la década de 1820 se produjo el proceso de emancipación de las
colonias americanas. Los movimientos independentistas aspiraban a librarse de la autoridad
de los funcionarios nombrados por el gobierno español, que impedían el ascenso social de
las minorías criollas. Exigían libertad económica para relacionarse libremente con otras
potencias —especialmente Gran Bretaña—. Por otra parte, el ejemplo de Estados Unidos en
América del Norte era muy alentador para los independentistas. Al tiempo, Inglaterra y
Estados Unidos, ávidos por entrar en el monopolio comercial español, prestaron su apoyo a
las aspiraciones de los criollos, en un momento de debilidad de España: pérdida de su
poderío naval, tras la derrota de Trafalgar, crisis dinástica, Guerra de Independencia.
Se distinguen tres periodos: la primera etapa (1810-1816) coincidió en gran parte con
la guerra de la Independencia en España. Al igual que en España, a partir de 1809 se
forman Juntas en muchas ciudades para gobernar en nombre del rey prisionero. Esta Juntas
pronto proclaman la independencia, como en el caso de Caracas o Buenos Aires, mientras
en Méjico se producen levantamientos campesinos de carácter social y radical, liderados por
el cura Miguel Hidalgo. En Venezuela, Simón Bolívar declara en 1813 su decreto de guerra
a muerte contra los españoles.
La segunda fase (1815-1817) coincidió con la reacción absolutista de Fernando VII.
Las autoridades españolas, con el apoyo de las tropas enviadas a las colonias, sofocaron
los alzamientos rebeldes.
En la tercera fase, a partir de 1817, se inicia la reacción de los patriotas americanos,
acaudillados por Simón Bolívar y José San Martín, que convierten la guerra en un conflicto
de ámbito continental. En 1816, el Congreso de Tucumán proclama la independencia de
Argentina; una vez liberada, San Martín cruza con sus tropas los Andes y, tras vencer en
Chacabuco (1817) y Maipú (1818), declara la independencia de Chile. Mientras tanto,
Bolívar comienza su cadena de triunfos con la conquista de Colombia (Boyacá, 1819). Perú
continúa siendo el principal reducto español en América.
El pronunciamiento de Riego en 1820 acelera el proceso: las tropas realistas no
reciben refuerzos y el impulso del liberalismo anima a los independentistas. Bolívar continúa
su marcha triunfal con la conquista de Venezuela (Carabobo, 1821) y Ecuador (Pichincha,
1822). En Méjico, el criollo Iturbide proclama el Plan de Iguala (febrero de 1821) que en
pocos meses lleva a la independencia del país. En julio de 1822 tiene lugar en Guayaquil el
encuentro de Bolívar y San Martín quienes, junto al general Sucre, culminan el dominio
sobre Perú y Bolivia con dos grandes victorias (Junín y Ayacucho, en 1824). En América
central se formó la Confederación Centroamericana. Tras el intento de Simón Bolívar de unir
a los nuevos países en una Federación de los Andes, la América española quedaría
definitivamente dividida en gran cantidad de pequeñas repúblicas.
En 1824 la mayor parte de las colonias se habían emancipado de la corona española,
que solo mantenía el dominio en Cuba y Puerto Rico, y, en el Pacífico, en las islas Filipinas,
las Marianas y algunos otros archipiélagos.
Tras la independencia de América, España perdió importantes recursos fiscales —los
caudales de Indias— esenciales para la Hacienda, así como un importante mercado para las
exportaciones españolas. España quedó, así, reducida a una potencia de segundo orden
entre los estados europeos.
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